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sábado, 16 de abril de 2022

CÓMO RESUCITAR A LOS MUERTOS

“Y venido Eliseo a la casa, he aquí que el niño estaba muerto tendido sobre su cama. Entrando él entonces, cerró la puerta tras ambos, y oró a Jehová. Después subió y se tendió sobre el niño, poniendo su boca sobre la boca de él, y sus ojos sobre sus ojos, y sus manos sobre las manos suyas; así se tendió sobre él, y el cuerpo del niño entró en calor. Volviéndose luego, se paseó por la casa a una y otra parte, y después subió, y se tendió sobre él nuevamente, y el niño estornudó siete veces, y abrió sus ojos. Entonces llamó él a Giezi, y le dijo: Llama a esta sunamita. Y él la llamó. Y entrando ella, él le dijo: Toma tu hijo. Y así que ella entró, se echó a sus pies, y se inclinó a tierra; y después tomó a su hijo, y salió” (2 R 4:32-37).

Allí en el “pequeño aposento”, sobre la cama donde Eliseo solía descansar, estaba tendido el hijo muerto de la sunamita. Ella misma le había puesto allí y cerrado la puerta. Había abierto su corazón a Eliseo y le había dicho de su dolor indecible.

El mandato de Eliseo a Giezi no había originado vida. En esta situación Eliseo actuó de manera diferente que su padre espiritual Elías. Este también se encontró una vez ante el reto de resucitar al hijo de la viuda de Sarepta, donde él era huésped. En esa situación Elías no recurrió a un criado ni al báculo del profeta, sino que subió inmediatamente al aposento donde él había puesto al muerto. Y allí oró la oración valiente y conmovedora que Dios contestó (1 R 17:20-21).

Después del intento fracasado y humillante de Giezi, Eliseo quizá se acordó del gran ejemplo de Elías, porque vemos paralelos asombrosos en el proceder de ambos profetas:

  • Las puertas cerradas.
  • La oración insistente y sincera.
  • La identificación.
  • Una inquietud santa (en Elías menos que en Eliseo).
  • Un aparente fracaso que no les hace desistir (también aquí llama más la atención en Eliseo que en Elías).

La perseverancia hasta ser contestada la oración definitivamente.

Estas dos asombrosas resurrecciones son una clara ilustración y un ejemplo para un milagro aún mayor en nuestros días: el milagro de despertar a la vida a personas espiritualmente muertas.

Una puerta cerrada

Los milagros genuinos casi siempre ocurren en secreto; hoy también es así. Eliseo no anuncia a un gran público con una proclamación profética” que va a resucitar a un muerto; como demostración del reino de Dios mediante señales y milagros”. En las décadas pasadas ocurrió precisamente esto en ciertos círculos carismáticos, con el resultado de que los observadores incrédulos, en muchas ocasiones, terminaron descubriendo que se trataba de un fraude, escarneciendo y burlándose de los falsos milagreros. Después de su actuación fracasada, los responsables a veces se justificaban diciendo que Dios había efectuado un milagro aún mayor al tomar al muerto directamente al cielo para que estuviese con Él.

Oración sincera

Nosotros hoy no podemos efectuar el milagro del nuevo nacimiento con nuestras propias fuerzas, o persuadiendo a la gente con trucos psicológicos. Porque el nuevo nacimiento es todo exclusivamente obra de Dios.

Por eso, la oración sincera y perseverante por los espiritualmente muertos es siempre también la confesión de nuestra propia impotencia y dependencia total de Dios.

Por otra parte, ha habido quien ha dicho que la oración es el precursor de la gracia”. Allí donde en la cámara secreta, o en las reuniones de oración, se ora insistentemente por las almas perdidas, Dios escucha. Todos los misioneros pioneros fueron en primer lugar hombres de oración que pasaron más tiempo sobre sus rodillas que en el púlpito. Valga aquí como ejemplo el misionero David Brainerd (1718-1747), que trabajó entre los indios y Hudson Taylor (1832-1905), que fue misionero en la China. Ambos son ejemplos brillantes de esto.

Identificación activa

“Actividad sin oración es presunción. Oración sin actividad es hipocresía”, así dijo C.H. Spurgeon en un sermón sobre estos versículos. La persona que esté orando seriamente y con insistencia por los perdidos, buscará y hallará un camino para entrar en contacto con ellos.

Wilhelm Busch en su comentario sobre Eliseo indicó que según la ley (Nm 19:11) Eliseo se contaminó o quedó inmundo al tocar a un muerto, y más aún yaciendo sobre él. Pero precisamente esta identificación total y el contacto directo es la condición para poder despertar a la vida a los muertos”.

Nuestro Señor Jesucristo es un gran ejemplo de esto. ¡Cuántas veces leemos en los evangelios, y especialmente en el evangelio del médico Lucas, cómo el Señor tocaba a los leprosos, a los ciegos y a los sordos antes de sanarlos!

El ejemplo más impactante de una identificación lo vemos en el Gólgota, donde el Hijo de Dios crucificado tomó sobre sí nuestros pecados y las consecuencias de ellos para sufrir el castigo en nuestro lugar.

“Aquí vemos una alusión maravillosa a Jesús. Él entró en nuestra muerte adánica acarreada por el pecado. Y así se convirtió en el salvador de la muerte” (W. Busch).

En el sermón ya mencionado, C. H. Spurgeon habló a los maestros de la escuela dominical haciendo aplicaciones prácticas para mostrar cómo puede ocurrir la identificación en nuestro servicio:

“Si quieres resucitar a este niño muerto, tienes que sentir tú mismo el frío y el terror de esa muerte... Tienes que sentir claramente la ira de Dios y el horror del juicio venidero, pues de otra manera te faltará la energía santa para tu trabajo... Al poner tu boca sobre la boca del niño y tus manos sobre las manos de él, debes esforzarte en adaptarte lo más posible a la naturaleza, las costumbres y el temperamento del niño. Tu boca debe hallar las palabras del niño, para que el niño pueda comprender lo que quieres decir. Tienes que mirar las cosas con los ojos de un niño; tu corazón tiene que sentir como un niño para que puedas ser un amigo y compañero para él. Tienes que observar detenidamente los pecados de la juventud, tienes que sentir el peso de las tentaciones de la juventud; tienes que entrar lo más posible en las alegrías y sufrimientos de los niños”.

Estos consejos del conocido ganador de almas los podemos aplicar también a la evangelización entre jóvenes, criminales, ancianos, estudiantes o personas sin techo. Hudson Taylor nos ha mostrado lo importante que es en la misión conocer bien la lengua y la cultura de aquellos a quienes queremos llevar el evangelio. H. Taylor aprendió la lengua china siendo ésta tan difícil. Se vestía y comía como un chino. También dejó crecer su cabello para hacerse una trenza tal y como era costumbre entre los chinos. Esto le acarreó las burlas de sus compatriotas y también de los otros misioneros.

Wolfgang Dyck (1930-1970) era un ladrón habitual y había pasado mucho tiempo en la cárcel antes de convertirse. Más tarde se dedicó a la evangelización en la calle, en discotecas y cárceles; y la gente le escuchaba, porque su vocabulario y sus ejemplos tomados del periódico o de la vida cotidiana eran auténticos. Conocía la forma de vivir y de pensar y los problemas de los oyentes por su propia experiencia y su trato con aquellas personas, y por eso podía tratar con ellos a la altura de ellos, a su nivel.

En la magnífica biografía sobre su padre, Patricia St. John cuenta una experiencia que él tuvo como joven evangelista, y es una acertada ilustración de lo que es la identificación en la evangelización:

“De joven yo iba regularmente a las casuchas pobres y las barriadas de Londres. Yo iba casi siempre los domingos por la tarde, vestido con mi levita o chaqueta elegante y mi sombrero de copa. Me ponía allí con mi Nuevo Testamento en la mano y predicaba. Me asombraba muchísimo lo obstinada que era la gente. ¡Delante de ellos estaba un hombre con levita y sombrero, y no le prestaban atención alguna! Y entonces comprendí, por qué no querían escuchar. Conseguí un traje lo más viejo posible que pude alquilar en alguna parte. En su bolsillo metí 4 peniques. Al anochecer fui con los alborotadores y vagabundos del barrio a un alojamiento donde debían dormir 200 o 300 hombres. Allí me senté donde ellos se sentaban, y las pulgas que les picaban a ellos también me picaban a mí, y los mismos insectos que andaban por encima de ellos, me visitaban también a mí. En esa horrible sala pasé varias noches y escuché muchas penas y preocupaciones.

“Una mañana a las 6, cuando todos recibían el desayuno me levanté y comencé a hablarles, y entonces noté que no tuve ninguna dificultad para captar su atención. Yo me había sentado donde ellos se sentaban, por lo general nueve horas de insomnio y comprendía perfectamente lo sucios que estaban, y cómo la vida les trataba, y ahora estaban totalmente dispuestos a escuchar a un hombre que había compartido todo con ellos.

“Porque el día más grande en la historia humana fue cuando a Dios le agradó acercarse a nosotros como nunca antes. Después de que Dios se había ocultado 4000 años en una nube y en profundas tinieblas, decidió en su corazón acercarse a nosotros. Porque no envió a su Hijo en primer lugar para predicarnos valores morales. Cuando nuestro Señor comenzó la obra de salvación, antes de nada, durante 30 años, no dijo ni una sola palabra en público. Durante treinta años se sentó donde se sentaban las personas y conoció entonces sus pensamientos y experiencias. Durante treinta años llegó a conocer el hambre, el cansancio, la pobreza, las preocupaciones y los problemas de una pequeña familia. Y después de haber pasado todas esas experiencias, abrió su boca para predicar, y desde entonces el mundo siempre lo ha escuchado”.

En un sermón dirigido a los maestros de la escuela dominical C.H. Spurgeon llama la atención sobre un interesante detalle en el texto bíblico que casi siempre pasa desapercibido:

“El profeta se tendió (se extendió) sobre el niño. Lo normal hubiese sido que el texto dijera que se encogió, pues él era un hombre adulto y el otro era un niño. No, él se inclinó, se agachó. Y no olvides que no hay mayor inclinación que cuando un hombre se inclina hacia un niño. No es un necio aquel que puede hablar a los niños. La persona simple o simplona que piensa que su necedad pudiera interesar a los niños o niñas se equivoca. Para enseñar a los pequeños son necesarios nuestros más diligentes estudios, nuestros más serios pensamientos y nuestras fuerzas más maduras”.

Una inquietud santa

Eliseo no se conformó con el hecho de que su cuerpo calentó el cuerpo del niño. No paró hasta que el muerto diera señales inconfundibles e inequívocas de vida.

En el trato con nuestros familiares, amigos y conocidos aún sin convertir, es absolutamente importante y bueno proporcionar calor y derribar prejuicios. Deberíamos ser un ejemplo de fe genuina en el Señor y en su Palabra para despertar interés y atención. Pero el entusiasmo, la conmoción, las emociones, las lágrimas, aunque pueden ser indicios de un avivamiento, no significan forzosamente que ha habido un nuevo nacimiento.

Tal y como Eliseo no se conformó con elevar la temperatura del cuerpo, sino que bajó del aposento y “se paseó por la casa a una y otra parte”, nosotros también deberíamos tener cuidado y no hablar en seguida de “conversión” cuando aún no sean visibles los frutos inequívocos del nuevo nacimiento.

Perseverancia hasta ser definitivamente contestada la oración

Cuando Eliseo subió nuevamente al aposento, se volvió a “inclinar” sobre el muerto, y cuando oyó sus siete estornudos, pudiendo ver los ojos abiertos del niño, entonces, y no antes, estaba seguro de que Dios había contestado su oración.

Estar tendido sobre el niño y escuchar los siete estornudos, seguramente no fue algo muy higiénico, sino más bien fue un deleite auditivo. A los oídos de Eliseo habría sonado más hermoso que el “Aleluya” de Händel.

Los que evangelizan entre personas que no provienen de círculos cristianos, y que no están acostumbrados al lenguaje de los creyentes, podrán narrarnos experiencias semejantes.

“¡Toma a tu hijo!

Con estas palabras recibe Eliseo a la madre que había hecho venir. Vencida por la emoción a causa de la gracia y la misericordia de Dios cae a sus pies, y “se inclinó a tierra” dando únicamente a Dios la gloria.

Así comenzó y concluyó la resurrección del muerto por medio de Eliseo, sin espectáculo y excluyendo al público. Pasaron siete años hasta que este milagro fue narrado con entusiasmo al hijo impío de Acab, el rey Joram de Samaria, y precisamente fue Giezi, quien fue castigado con la lepra (2 R 8:4-5), quien se lo contó.

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