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ABISAG—LA ÚLTIMA MUJER DE DAVID

Aunque David tuvo que sufrir las amargas consecuencias de su pecado con Betsabé, continuó disfrutando de la comunión con Dios y continuó experimentando las bendiciones de Dios. Dios no le quitó Su misericordia, como lo celebró David en sus salmos. “Mas ciertamente me escuchó Dios; atendió a la voz de mi súplica. Bendito sea Dios, que no echó de sí mi oración, ni de mí su misericordia” (Sal 66:19-20). “Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, así es de grandiosa su misericordia sobre los que le temen. Tan lejos como está el oriente del occidente, así hizo alejar de nosotros nuestras transgresiones” (Sal 103:11-12). 

Nació Salomón (2 S 12:24-25), y David lo llamó así porque significa “paz” (Shalom), pero Dios lo llamó Jedidías, que significa “amado del Señor”. 

El ejército de David, ya no con él a la cabeza debido a su edad, siguió obteniendo la victoria sobre sus enemigos. Los hijos de los gigantes fueron ajusticiados (1 Cr 20:4-8). “Los siervos de David, aunque eran hombres de estatura ordinaria, eran demasiado duros para los gigantes de Gat porque tenían a Dios de su lado... No debemos temer a los grandes hombres que se levantan contra nosotros mientras tengamos al gran Dios a nuestro favor. ¿Qué hará un dedo más en cada mano, o un dedo más en cada pie, en comparación con el Omnipotente? (Matthew Henry).

David recibió las instrucciones para la construcción del primer templo en Jerusalén (2 Cr 29:25), e hizo los preparativos para ese proyecto, y tuvo el gozo de ver a su hijo Salomón sentado en el trono con el pueblo unido detrás de él. Pero Dios no le permitió a David construir el templo, porque había sido hombre de guerra y sus manos habían derramado sangre (2 S 7:1-13). Designó para esta tarea a Salomón.

Después de que David censó a Israel, Dios envió una pestilencia como juicio (1 Cr 21:1-14). Esto se debió a que David actuó con orgullo más que con fe, porque el pueblo era de Dios y no de David (1 Cr 27:23-24). Con este acto, David demostró que no confiaba en Dios para su liberación, sino que confiaba en el número de su pueblo.

David se arrepintió de su pecado. En respuesta a su confesión y oración, Dios detuvo la pestilencia en la era de Ornán, el jebuseo. David compró el lugar (1 Cr 21:18-30) y lo consagró para la edificación del templo. David se negó a ofrecerle al Señor algo que no le costara nada (1 Cr 21:24). Le ofreció al Señor sacrificios de sus propios bienes. Quería que su ofrenda al Señor le costara algo. Era un dador más que un acaparador, lo que nos recuerda las palabras del Señor Jesús de que es más bienaventurado dar que recibir (Hch 20:35).

La era de Ornán estaba en el monte Moria, donde Abraham había ofrecido a Isaac, y Dios le proporcionó un carnero en su lugar, señalando la muerte vicaria de Cristo por los pecados del mundo (2 Cr 3:1; Gn 22:2). El altar de sacrificios de David en Moria también señalaba la cruz de Cristo. Así como Dios impidió que la pestilencia destruyera a Israel a través de un altar de sacrificio (1 Cr 21:25-26), así también detuvo la pestilencia del juicio sobre la humanidad mediante la expiación de Cristo en la cruz. Cuando el fuego del cielo cayó sobre el sacrificio de David, el juicio de Dios cayó sobre Cristo en el Calvario. David ofreció tanto un holocausto como una ofrenda de paz (1 Cr 21:26). El holocausto representaba a Cristo como el hombre sin pecado que era aceptable a Dios a favor del hombre pecador. Significa que Cristo se ofrece “a sí mismo sin mancha a Dios” (He 9:14). La ofrenda de paz representa a Cristo reconciliando al hombre con Dios mediante la ofrenda de sí mismo. Significa que Cristo “ha hecho la paz con el hombre mediante la sangre de su cruz” (Col 1:20).

Podemos ver más sobre los preparativos de David para el templo en su discurso final a Israel (1 Cr 28-29).

David exhortó a Salomón a conocer a Dios y serle fiel (1 Cr 22:11-13). “Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto y con ánimo voluntario; porque Jehová escudriña los corazones de todos, y entiende todo intento de los pensamientos. Si tú le buscares, lo hallarás; mas si lo dejares, él te desechará para siempre... Anímate y esfuérzate, y manos a la obra; no temas, ni desmayes, porque Jehová Dios, mi Dios, estará contigo; él no te dejará ni te desamparará, hasta que acabes toda la obra para el servicio de la casa de Jehová” (1 Cr 28:9, 20). 

David había fracasado en muchos aspectos en su vida doméstica, pero continuó hasta el final de su vida exhortando a sus hijos a caminar con Dios. A pesar de sus propios pecados y fracasos como padre y marido, no dejó de hacer todo lo que estuviera en su poder para ayudar a la siguiente generación. Esto es sabio. Si fallas en algún área de tu vida cristiana, debes arrepentirte, humillarte ante tu Dios y confesar tus pecados. Luego debes ponerte en pie y hacer las cosas bien y seguir tratando de ayudar a los demás. Los hijos sabios honrarán y recibirán instrucción del ejemplo de sus padres cuando se den cuenta que ellos mismos no son mejores que sus progenitores. Esta es la voluntad de Dios: ley de vida. (Lee 7 Veces Cae El Justo)

Mientras se acercaba su ocaso, David continuó escribiendo hermosos Salmos por inspiración del Espíritu Santo. Escribió el Salmo 71 en su vejez: “Aun en la vejez y las canas, oh Dios, no me desampares, hasta que anuncie tu poder a la posteridad, y tu potencia a todos los que han de venir” (Sal 71:18). Hasta el final de su vida, a David le apasionó enseñarle a Israel acerca de Dios. Era un hombre conforme al corazón de Dios, un hombre que tenía el corazón de un pastor. Las últimas palabras de David también fueron un salmo suyo (2 S 23:1-7).

La última vez que fue visto en público, David alabó a Dios delante de la congregación y exhortó al pueblo a serle fiel al Señor (1 Cr 28:1-8; 1 Cr 29:10-19).

Abisag Entra En Escena

“Cuando el rey David era viejo y avanzado en días, le cubrían de ropas, pero no se calentaba. Le dijeron, por tanto, sus siervos: Busquen para mi señor el rey una joven virgen, para que esté delante del rey y lo abrigue, y duerma a su lado, y entrará en calor mi señor el rey. Y buscaron una joven hermosa por toda la tierra de Israel, y hallaron a Abisag sunamita, y la trajeron al rey. Y la joven era hermosa; y ella abrigaba al rey, y le servía; pero el rey nunca la conoció” (1 R 1:1-4). 

Este relato está en la Sagrada Escritura y es, por tanto, “útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Ti 3:16). 

David era “viejo y avanzado en días”, y su cuerpo no podía entrar en calor. Probablemente tenía problemas de circulación, o sufría de depresión; males típicos de la vejez. Entonces le trajeron a Abisag. Ella era “una sunamita”, o, también, “sulamita”; es decir, era de Sunam, o Sulem. Salomón, más adelante, le escribiría un apasionado cántico a una sulamita que no sucumbió a sus intentos por seducirla y agregarla a su harem (1 R 11:3). Parece ser que la región era prolífica a la hora de producir muchachas virtuosas. 

Abisag fue llevada a Jerusalén, al palacio, y cuidó de David hasta su muerte, recibiendo la joven el estatus de viuda real. Entonces Adonías, cuarto hijo de David y aspirante al trono después de haber muerto sus hermanos Amnón y Absalón, le pidió a Betsabé, la madre de Salomón, que intercediera por él ante el rey para casarse con Abisag. Betsabé, neciamente, accedió a hablar con Salomón sobre el asunto, pero Salomón discernió que Adonías estaba nuevamente conspirando para obtener el trono y lo hizo matar (1 R 2:13-25). Anteriormente le había perdonado la vida por intentar usurpar el trono cuando David aún estaba con vida.

El pecado de Adonías fue muy grande (léase 1 Co 5:1-5,11; Dt 22:30), y la decisión de Salomón fue justa y sumaria: de acuerdo a la Ley Mosaica y las buenas costumbres. Lamentablemente, el evento deja muy mal parada a Betsabé. Esta mujer entró con deshonra en la Historia Sagrada, y salió de ella de igual manera. Salomón no se dejó manipular por su madre, la reprendió, la puso en su lugar, y nunca más la vemos en la vida de Salomón (1 R 2:13-25).

No se nos dice nada más sobre Abisag. No se casó, porque era viuda real y cualquiera que la hubiera pretendido habría corrido la misma suerte de Adonías—pretender a la viuda de un rey era pretender el trono de ese rey. La lección aquí es que cualquier obra realizada en la voluntad de Dios es una vida bien vivida. Desde una perspectiva humana, la vida de Abisag fue un triste fracaso: una joven hermosa que no disfrutó de un matrimonio normal, no tuvo hijos, ni tuvo un marido con quien envejecer. Pero ella tuvo el privilegio de ministrar en pequeña medida al rey más grande de la historia de Israel, el ungido de Dios, el padre del Mesías venidero, el dulce salmista de Israel. Ése es un llamamiento muy elevado. 

Abisag es un nombre extraño, de significado incierto. Diferentes diccionarios le atribuyen el significado de “el padre vaga, o se equivoca” “mi padre se ha extraviado”, “mi padre es errante”, “padre del error”. En el Antiguo Testamento, casi todos los nombres tienen un significado simbólico que describe el carácter o la condición de la persona que lo lleva. David, por ejemplo, significa “bienamado”, y salomón “paz”; y sabemos muy bien que estos nombres resumen la vida de sus portadores. 

Así, Abisag parece describirnos a una joven abandonada por su padre, o a una joven que no tuvo progenitor conocido: una hija ilegítima, nacida fuera de un matrimonio. Si esto es correcto, ¿no vemos la misericordiosa mano de Dios exaltando a una criatura abandonada para ponerla en un lugar junto a la realeza de sus días? También le dio un marido/padre que la encantara con sus salmos y la conservara hasta el fin tan virgen como lo era el primer día que entró en sus aposentos.

En el Antiguo Testamento, Abisag— junto a Sara, Lea, Rut, Ana, Abigaíl, la Sulamita y Ester—ocupa un lugar de honor que nunca será olvidado. Dondequiera, cuando sea, que se cuente la historia del dulce cantor de Israel, el nombre Abisag será mencionado como una estrella fugaz, como una chispa que aunque efímera, ocupa un espacio vital.
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