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CELIBATO Y VIRGINIDAD


El celibato

Generalmente se utilizan dos pasajes del Nuevo Testamento para hablar de lo que a veces se llama “el don del celibato”. El primero es Mateo 19:10-12: “Le dijeron sus discípulos: Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse. Entonces él les dijo: No todos son capaces de recibir esto, sino aquellos a quienes es dado. Pues hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos. El que sea capaz de recibir esto, que lo reciba”.

Los “eunucos que nacieron así del vientre de su madre” son aquellos que debido a un defecto congénito (un problema que ocurre mientras se desarrolla el bebé en el cuerpo de la madre) no pueden ni tener relaciones sexuales ni reproducirse, y por lo tanto no se casan.

En los tiempos bíblicos, la mayoría de los eunucos eran  hombres que habían sido castrados para que cumplieran funciones como la de servir a un rey o a un señor 24/7 y de forma vitalicia. Estos eunucos generalmente eran esclavos o prisioneros de guerra. El caso de Daniel, Ananías, Misael y Azarías, en el libro de Daniel, y el eunuco etíope (Hch 8:26-39), se entiende como el de eunucos “hechos... por los hombres”.

La frase “sino aquellos a quienes es dado” se refiere a hombres que reciben lo que algunos llaman “el don del celibato” o “el don de la soltería”. Independientemente de cómo lo llamemos, el Señor Jesús enseña que la mayoría de las personas por naturaleza no desean permanecer solteras y célibes durante toda la vida. Las excepciones son aquellos que “se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos”; es decir, voluntariamente renuncian al matrimonio para dedicarse al ministerio: ya sea como evangelistas, misioneros o en cualquier otra capacidad para la cual el matrimonio les sería un obstáculo. Estos célibes han recibido o un don especial de Dios o una situación especial en la que el permanecer solteros es mejor para servir al Señor.

El segundo pasaje relevante es el de 1 Corintios 7:7. En este capítulo Pablo afirma que no es malo casarse, pero que es mejor si un cristiano puede permanecer soltero. La razón es que la atención de un hombre casado está “dividida” entre complacer al Señor y complacer a su mujer; un hombre soltero es libre de estar más centrado en la obra del Señor (1 Co 7:32-34). Pablo dice: “Quisiera más bien que todos los hombres fuesen como yo [solteros]; pero cada uno tiene su propio don de Dios, uno a la verdad de un modo, y otro de otro” (1 Co 7:7). Pablo tiene cuidado de afirmar que se trata de “una concesión, no... una orden [mandamiento]” (1 Co 7:6). La capacidad de permanecer soltero y servir a Dios al margen del matrimonio es un don. Pablo y algunos otros tenían este don, pero no todos.

Como vemos, la Biblia no llama explícitamente a esto “el don del celibato”, pero sí expresa que la capacidad de permanecer soltero para servir a Dios de forma más plena es un don. La mayoría de los adultos desean el matrimonio, y este deseo no es pecaminoso. De hecho, el matrimonio puede alejarnos del pecado: “Pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido” (1 Co 7:2). En vez de caer en la inmoralidad, los creyentes deben casarse. Las relaciones sexuales dentro del matrimonio entre un hombre y una mujer o la soltería célibe son las dos únicas opciones para los cristianos.

Aunque la Biblia habla del celibato como un don, no aparece en la lista de los dones espirituales (1 Corintios 12; Romanos 12). La soltería es un don que Dios le da a todos, al menos temporalmente (porque nadie nace casado). Para algunos, el don de la soltería es permanente; a otros, Dios les quita este don y en su lugar les da el don del matrimonio. La Biblia anima a los que son célibes en el servicio cristiano a que sean una parte importante de la familia de Dios.

La virginidad

Bíblicamente hablando, la virginidad y la palabra virgen hacen referencia al estado de una persona (hombre o mujer) que no ha tenido relaciones sexuales. Hay más de 50 referencias en la Biblia a la virginidad, siempre refiriéndose a la virginidad femenina. La única excepción es la mención de los 144.000 israelitas (12.000 de cada tribu de Israel), en la que el texto claramente nos dice que son varones: “Estos son los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes. Estos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va. Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero; y en sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios” ( Ap 14:4-5). 

Cuando en la Biblia se habla de la virginidad, el énfasis es tanto en una definición técnica o médica de la virginidad como lo es en la condición del corazón de la persona. La moralidad que apoyemos y las acciones que elijamos dan prueba de la condición de nuestro corazón. La norma de la Biblia es clara: la virginidad y el celibato antes del matrimonio, y la monogamia después del matrimonio, son condiciones básicas no negociables que el Señor demanda de sus discípulos

La virginidad y el celibato de quienes han elegido voluntariamente esta condición para centrarse en su devoción y servicio al Señor, son estados altamente apreciados por Dios, que recibirán una recompensa eterna (Ap 14:1).

Es muy triste que en la cultura actual incluso las jovencitas que se autodenominan creyentes se avergüencen de ser vírgenes y busquen perder la virginidad con una relación prematrimonial. Esto es una inversión total de valores que revela una mentalidad profana y pone en duda la conversión de quienes caen en tales prácticas. Los jóvenes que caen en este pecado para “practicar”,  ganar “experiencia” o “conocimiento”, no pierden nada físicamente a diferencia de las jovencitas, pero al igual que ellas pierden la salvación (en caso de que alguna vez la hayan tenido) y una satisfacción y plenitud futura en sus matrimonios, que tarde o temprano terminará pasándoles la factura con un divorcio, un adulterio, o la falta total de confianza en el cónyuge. (Leer FORNICACIÓN).

En relación al matrimonio

Existen tres razones importantes para preservar el sexo para el matrimonio. Primero, como creyentes, debemos obedecer lo que Dios nos dice que hagamos. “Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca. ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1Co 6:18-20). 

Si estamos en Cristo, Él nos ha comprado con el sacrificio de Su vida. Él es nuestro Señor y estamos para honrarlo.

La segunda razón es que estamos para pelear nuestras batallas espirituales vistiendo la coraza de la justicia (Ef 6:14). Estamos en una batalla entre nuestra nueva naturaleza en Cristo y nuestros antiguos deseos carnales. “La voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación; que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor; no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios; que ninguno agravie ni engañe en nada a su hermano; porque el Señor es vengador de todo esto, como ya os hemos dicho y testificado. Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación” (1 Ts 4:3-7). El permitir que tu cuerpo (y no tu espíritu) controle tus acciones es un acto de rebeldía contra Dios. 

La razón final implica el “misterio” del matrimonio (Ef 5:31-32). Cuando Dios habla de dos personas que llegan a ser uno, se está refiriendo a algo que sólo ahora estamos empezando a comprender de una manera fisiológica y real. Cuando dos personas están en la intimidad, el hipotálamo en el cerebro libera sustancias que provocan sentimientos de afecto y confianza. El tener relaciones sexuales fuera del matrimonio, da como resultado el que una persona forme un apego y que confíe en alguien con quien no se tiene una relación de compromiso. La definición de confianza en la mente se deteriora. El tener esa clase de vínculo con alguien sin tener la seguridad de servir juntos a Dios es peligroso. Dos personas que están obsesionadas fisiológicamente entre sí aunque sea levemente pero no comprometidos a crecer en Dios como una pareja, pueden estar separados de Dios y de los planes que Él tiene para ellos.

Por el contrario, si dos personas hacen una elección consciente y voluntaria para comprometerse el uno al otro en matrimonio, y luego permiten que la intimidad libere estas sustancias, el cuerpo puede reafirmar la conexión que la mente ha hecho. Las sensaciones fisiológicas de confianza y apego son reforzadas por la realidad de la relación. De esta manera, dos personas llegan a ser uno físicamente, y eso refleja lo que Dios ha hecho espiritualmente.

El matrimonio sirve de ilustración de la relación entre la iglesia y Cristo. Una pareja casada está para servir a Dios en una relación fuerte y de unidad. El sexo fue diseñado por Dios para fortalecer esa relación. El sexo fuera del matrimonio crea lazos que destrozan los corazones de las personas, en lugar de unirlos.

Por último, tenemos que recordar algunas cosas acerca de la virginidad, y la falta de ella, teniendo en cuenta la gracia de Dios. Aquellos que vienen a Cristo después de haber tenido relaciones sexuales prematrimoniales, no son vírgenes, ni lo volverán a ser. Sin embargo, están completamente purificados por Cristo en el momento en que son salvos. Dios puede redimir a cualquiera, y Él puede sanar a quienes se entregaban antes a sus deseos carnales. Para quienes tuvieron relaciones sexuales prematrimoniales, hay perdón en Cristo si se convierten a Él. Él puede limpiarnos de toda iniquidad y traer sanidad (1 Jn 1:9). Cristo es capaz de restaurar el espíritu, sanar a los quebrantados de corazón, y otorgar plenitud de vida a quien se ponga en Sus manos.

Elijamos el camino correcto y santo delante del Señor sin importar lo que los incrédulos digan. Celibato para las personas cristianas solteras, monogamia para las personas cristianas casadas, y conservación de la virginidad para las personas cristianas que no han caído en fornicación ni antes ni después de convertirse.

Joven, ¿quién puede asegurar que tú no eres uno de los 144.000 israelitas?  ( Ap 7:3-4;14:1)



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