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jueves, 30 de septiembre de 2021

DURA COSA TE ES DAR COCES CONTRA EL AGUIJÓN


Este era un refrán griego, aunque también era familiar para los judíos y para cualquiera que se ganara la vida con la agricultura. Con el tiempo la expresión se transformó también en un refrán español, aunque la palabra “aguijón” se cambió por “aguijada”, que es como se llama en este último idioma a la vara larga que en un extremo tiene una punta de hierro con que los boyeros pican a la yunta de bueyes para dirigirla y/o aguijonearla si se rebela contra la dirección del boyero. Este pincha al buey (o a los bueyes) con la pieza puntiaguda de hierro en el extremo de la vara para dirigirlo(s) en la dirección correcta.

A veces un buey se rebela pateando el pinchazo, y este movimiento brusco provoca que la pieza puntiaguda de hierro en el extremo de la vara se hunda aún más en su piel y carne. En esencia, cuanto más se rebela un animal, más sufre. 

Dar coces contra el aguijón denota poca discreción, obstinación, terquedad, necedad. Alude a quien porfía contra la razón o un poder mayor, a quien trata de resistir a una fuerza a la que no se puede vencer. No hay que empeñarse en hacer frente a una fuerza superior, pues lo único que se consigue es salir perjudicado, como le sucede a la bestia que pretende dar patadas a la aguijada, con lo que se hiere más pronta y profundamente.

Así, tan sólo las palabras del Señor Jesús a Saulo en el camino a Damasco: “Dura cosa te es dar coces contra el aguijón”, representan una humillación para Saulo, que es igualado por el Señor a una bestia estúpida e irracional.

En las traducciones de la Biblia más conocidas, la frase “Dura cosa te es dar coces contra el aguijón” se menciona sólo dos veces, en Hechos 9:1-5 y Hechos 26:9-14. El apóstol Pablo (entonces conocido como Saulo) se dirigía a Damasco para perseguir a los cristianos cuando tuvo un encuentro cegador con el Señor resucitado. Lucas registra el evento: 

Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret; lo cual también hice en Jerusalén. Yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales sacerdotes; y cuando los mataron, yo di mi voto. Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras. Ocupado en esto, iba yo a Damasco con poderes y en comisión de los principales sacerdotes, cuando a mediodía, oh rey, yendo por el camino, vi una luz del cielo que sobrepasaba el resplandor del sol, la cual me rodeó a mí y a los que iban conmigo. Y habiendo caído todos nosotros en tierra, oí una voz que me hablaba, y decía en lengua hebrea: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón” (Hechos 26:9-14). 

La conversión de Saulo es bastante significativa ya que fue el punto de inflexión en su vida. Más tarde, Pablo escribió casi la mitad de los libros del Nuevo Testamento.

El Señor Jesús se interpuso en el camino por el que iba Pablo y le hizo saber que su rebelión contra Él era una batalla perdida. Las acciones de Pablo eran tan insensatas como las de un animal pateando contra el aguijón. Pablo tenía pasión y sinceridad en su lucha contra el cristianismo, pero no se dirigía en la dirección que Dios quería que fuera. El Señor Jesús lo aguijoneó (“dirigió”, “guio”) en la dirección correcta.

Hay una lección poderosa en el antiguo refrán griego. A nosotros también nos resulta duro patear contra el aguijón, porque es una acción inútil que sólo nos perjudica a nosotros mismos. El libro de Proverbios dice: “La reconvención es molesta al que deja el camino; y el que aborrece la corrección morirá” (Pr. 15:10). 

Al que se aparta del camino le espera una severa disciplina. Cuando elegimos desobedecer a Dios, nos volvemos como un estúpido animal de trabajo, que en realidad empuja el aguijón cada vez más profundo en su propia carne cuando cree que lo está alejando. 

“El buen entendimiento da gracia; mas el camino de los transgresores es duro” (Pr. 13:15). 

¡Cuánto mejor es escuchar la Palabra de Dios y obedecerla! ¡Cuánto mejor es escuchar la voz de la conciencia que intentar acallarla! Al resistir la autoridad de Dios revelada en su Palabra, sólo nos  perjudicamos a nosotros mismos.

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