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lunes, 12 de julio de 2021

EL «OCIO»



El recuento de las vacaciones era un ejercicio clásico de los años escolares. Consistía en escribir una “composición” en donde cada alumno relataba lo que había hecho durante los meses alejados de las obligaciones estudiantiles. Algunos tenían muchas aventuras que contar, mientras otros inventaban un cuento para evitar la vergüenza de admitir que no habían ido a ninguna parte. En ese cruel ejercicio se notaban las diferencias no sólo económicas, sino que se traslucía la falta de imaginación de algunos y el terror de muchos a no pertenecer al grupo de los más acomodados.

Aunque la escritura de una “composición” pasó al olvido, la narración de las vacaciones se mantiene intacta. Es lo que se conversa en las oficinas, de lo que se habla en los cafés, lo que muchos exponen en las redes sociales con precisión y narcisismo. Incluso los que se quedan en sus casas muestran sus formas de enfrentar el tiempo libre: hacen asados, organizan juegos, van al cine, salen por el día a la playa, se despiertan y almuerzan tarde, andan en bicicleta y practican deportes.

Lo que no se escucha ni se exhibe son historias de “ocio”. No hacer nada, especular con el tiempo, quedarse pegado con un recuerdo, escrutar las manchas de la pared y otros mínimos hábitos de los que están adiestrados en el tedio son prácticas en extinción, mal vistas. 

El “ocio” ya no es el cultivo de la vida interior. Tampoco el desarrollo de las inquietudes más íntimas en la soledad. El “ocio” se ha vuelto una rareza. Ejercer la procrastinación y la desidia es una infracción social. La ansiedad se ha vuelto la norma y se ha canalizado hacia una serie de actividades que permiten olvidar los malos pensamientos que vienen a la mente, las dudas y los escrúpulos propios de quien está reposando sobre una cama sin planes. Leer, visitar cementerios antiguos y caminar por senderos evitados por la mayoría están fuera del rango de lo que se estima como normal.  Lo que está de moda es el sacrificio aventurero: subir y bajar montañas, colgarse de cuerdas para trasladarse de un árbol a otro, saltar de un avión en paracaídas, viajar a lugares exóticos, tener experiencias límites, y sobre todo, salir, salir, salir. “Descubrí que toda la infelicidad de las personas surge de un solo hecho”, escribió el filósofo Blaise Pascal, “que no pueden quedarse  quietos en casa”. Pascal escribió estas palabras en 1670.

Hay algo de temor en la reprobación hacia los “ociosos” por parte de las personas de acción. Los perturban aquellos que son capaces de estar a solas con ellos mismos, aquellos que no necesitan aplacar la angustia de una y mil maneras, aquellos que no comienzan a subirse por las paredes ante el anuncio de otra cuarentena. 

Los “ociosos” saben reconocer y convivir con los escombros de sus recuerdos. No le temen a los pensamientos que vienen a la consciencia y que afectan el ánimo. Los militantes de la acción dicen sin tapujos: los “ociosos” son unos lateros, unos amargados, están esperando la muerte, no tienen ánimo ni voluntad para gozar de la vida intensamente. Es cierto, los  “ociosos” fomentan la quietud, la contemplación, la inercia. Además, guardan energías para disfrutar de placeres menores, como un café al lado de (o frente a) una ventana, o una conversación digresiva.

Los “ociosos” son los que se han dedicado a otro tipo de cuestiones, como pensar, escribir y retratar sus propias vidas y la que protagonizan otros. Prefieren conjugar los verbos serestar en vez del hacer perpetuo al que muchos están condenados sin darse cuenta. Los “ociosos” prefieren ver pasar la vida conscientes de la muerte, de la fragilidad. Quizás porque no soportarían tener otro papel en la historia. Los apremios prácticos y coyunturales les parecen desatinos. De ahí que sean tan irritantes para los que tienen fe en la voluntad propia y creen en los sistemas pragmáticos. Esto último es muy curioso, en especial si consideramos que fue el ocio impúdico y confeso de Pascal (El amor tiene razones que la razón no puede entender), Descartes (Pienso, luego existo) y Spinoza (a veces disfrutaba viendo a las arañas perseguir moscas) el que permitió a estos filósofos diseñar y crear los conceptos que gobiernan a los empeñosos pragmáticos de hoy.

Postergar el “ocio” es un desatino. Es en los momentos sin expectativas cuando aparecen nuestra vanidad infecunda y nuestras amargas envidias. (El peregrinaje de cuarenta años de los hebreos por el desierto viene a la mente.) Durante las horas de pereza el pasado vuelve y esclarece el presente. Porque el pasado no es nunca en realidad pasado; siempre está ahí, latente, coloreando el presente, modificándolo incluso

Sabemos cuánto recelo generan estos sentimientos en los “ricos de espíritu”. Los exitistas aborrecen perder un minuto cavilando. Descuidan lo que ellos creen es el lado oscuro del alma, lo imprevisible y lo fatal que nos vencerá a todos sin avisarnos ni la hora ni el lugar.

Lucas 10:38-42 y 16:19-31 nos ayudarán a entender que lo que las personas de acción califican peyorativamente como “ocio”, la Palabra lo describe como el recogimiento y la meditación que le permite a nuestra percepción espiritual prestar atención a las sugerencias del Espíritu de Dios. (Romanos 8:16, 26)