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lunes, 19 de julio de 2021

SABED QUE VUESTRO PECADO OS ALCANZARÁ

Números 32:23 dice: Sabed que vuestro pecado os alcanzará”.

Esta es una sentencia que suena muy intrigante, especialmente si se lee de forma aislada. Así que revisaremos su contexto, especialmente todo el capítulo de Números 32, y luego veremos qué más tiene que decir la Biblia sobre el tema de que  nuestro pecado nos alcance.

La declaración Sabed que vuestro pecado os alcanzará es dicha por Moisés al finalizar el éxodo de Israel de Egipto. Después de vagar por el desierto durante 40 años, las tribus de Israel finalmente se estaban preparando para cruzar el río Jordán hacia la Tierra Prometida. Se requirió que hombres en edad militar de las doce tribus ayudaran a cada tribu a conquistar su territorio asignado, una tarea que implicaría mucho tiempo y dificultades.

Antes de que los israelitas cruzaran el Jordán, las tribus de Gad y Rubén le hicieron saber a Moisés que les gustaba justo donde estaban, al este del Jordán. La tierra allí era ideal para la cría de ganado (Números 32: 1), y los líderes de esas tribus se acercaron a Moisés para pedirle permiso para establecerse en el lado este, en lugar de en Canaán. Moisés al principio dijo “No”. ¿Irán vuestros hermanos a la guerra, y vosotros os quedaréis aquí? (versículo 6). Luego los acusó de no querer entrar en la Tierra Prometida, como había hecho la generación anterior: “Así hicieron vuestros padres, cuando los envié desde Cades-barnea para que viesen la tierra” (versículo 8). Y les recordó que fue ese mismo pecado lo que hizo que la ira del Señor se encendiera contra ellos durante 40 años, y les advirtió que corrían el riesgo de traer destrucción a toda la nación de nuevo (versículos 13-15).

Pero Gad y Rubén tenían una intención diferente, como explicaron. Le propusieron a Moisés que ellos dejarían a sus rebaños y familias en los asentamientos mientras los hombres se armaban y se iban a la guerra en Canaán. Después de que le aseguraron a Moisés tres veces que no iban a abandonar a sus hermanos israelitas, él accedió a su pedido. Les dijo que debían luchar hasta que la tierra fuera sometida, y sólo entonces podrían regresar a su propiedad al este del Jordán. Entonces Moisés añadió la advertencia: “Mas si así no lo hacéis, he aquí habréis pecado ante Jehová; y sabed que vuestro pecado os alcanzará” (Números 32:23).

Cuando Moisés dijo: Sabed que vuestro pecado os alcanzará”, no quiso decir Todos se enterarán de tu pecado”, como se usa hoy en día en que la expresión ya es un dicho de uso común en habla inglesa. Si las tribus del otro lado del Jordán no cumplieran su promesa, sería un pecado contra el Señor y toda la nación, y su pecado sería obvio para todos. Más bien, la advertencia de Moisés insinúa la naturaleza misteriosa, pero verdadera, del pecado.

En varios lugares de la Biblia, el pecado se describe en términos que lo hacen parecer como un ser vivo con mente y voluntad propias. Dios advierte poéticamente a Caín que “el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él” (Génesis 4:7). Es decir, el pecado te está acechando en todo momento; desea tenerte, pero tú debes gobernarlo. Santiago asemeja el pecado al acto íntimo entre una pareja de amantes que concibe y engendra a una criatura. Él dice cada uno [de nosotros] es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte (Santiago 1:14-15). Pablo, en Romanos 7:14-25, describe el pecado como si fuera un ser que vive dentro de él, lo esclaviza contra su voluntad y lo obliga a hacer lo que él mismo odia y condena: “Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí [es el que lo hace]” (versículo 20).

En la declaración Sabed que vuestro pecado os alcanzará”, el pecado se muestra como un perro de caza que va detrás de su presa siguiendo cada pequeño rastro que ella deja en el camino. El amo de ese perro, el cazador, es el Señor mismo. El perro de caza [el pecado que cometiste] te “alcanzará” un día y te clavará sus dientes dejándote imposibilitado(a) de continuar tu huida. Entonces quedarás a merced del Cazador, que no toma prisioneros.  

La naturaleza del pecado es tal que, ya sea que otros descubran o no tu pecado, te “alcanzará” un día. No puedes huir de las consecuencias. El pecado lleva en sí mismo el poder de devolverle al pecador el doble de lo que hizo, y la retribución del pecado es el infierno. El pecado es un perro entrenado: no puede ser domesticado, superado o sacudido. No puedes hacer que cambie su mente y te tenga compasión o simpatía arrojándole un trozo de carne. No importa cuán seguro(a) creas que estás ahora, tu pecado te “alcanzará”.

Pablo se hace eco de la advertencia de Moisés a las tribus de Israel, “Sabed que vuestro pecado os alcanzará”No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna (Gálatas 6: 7-8). 

Humanamente hablando, no hay manera de escapar de las consecuencias de nuestro pecado. Es una ley divina inquebrantable: lo que sembramos, cosecharemos. Y cualquier sembrador de semillas sabe que siempre se cosecha más de lo que se siembra. En la naturaleza, una semilla puede producir un árbol o una hortaliza que puede dar el ciento por uno de lo que originalmente fue. Tal es la siniestra naturaleza del pecado

En una historia bíblica muy conocida registrada en 2 de Samuel 12 leemos cómo Dios envió al profeta Natán para que enfrentara a David por su doble pecado de adulterio y asesinato. El profeta le refiere al rey una parábola. Esta trata acerca de un egoísta hombre rico que le robó una amada corderita a un vecino pobre para alimentar con ella a unos comensales. Cuando David oyó el relato, se encolerizó y decretó: “Vive Jehová, que el que tal hizo es digno de muerte. Y debe pagar la cordera con cuatro tantos, porque hizo tal cosa, y no tuvo misericordia” (2 Samuel 12:5-6). Natán replicó: “Tú eres aquel hombre” (2 Samuel 12:7). Natán escuchó la confesión de David de su gran pecado, y le aseguró que el Señor le había perdonado. Natán también le dijo a David que el bebé engendrado en pecado moriría. Esta profecía se cumplió al morir el bebé siete días después.

Pero las consecuencias del pecado de David no terminaron ahí. La “corderita” (Betsabé) que el hombre rico (David) había robado sería pagada “con con cuatro tantos”. Durante el resto de la vida de David, él perdería cuatro hijos: el que engendró con Betsabé, luego Amnón, después Absalón, y Adonías. (Y, para colmo, Salomón, otro hijo engendrado con Betsabé, se entregó al materialismo, la sensualidad y a la idolatría, trayendo destrucción sobre el reino que Dios tanto había bendecido durante el reinado de David.) 

Dios perdonó a David, pero por medio de Natán añadió: 

“Así ha dicho Jehová: He aquí yo haré levantar el mal sobre ti de tu misma casa, y tomaré tus mujeres delante de tus ojos, y las daré a tu prójimo, el cual yacerá con tus mujeres a la vista del sol. Porque tú lo hiciste en secreto; mas yo haré esto delante de todo Israel y a pleno sol” (2 Samuel 12:11-12). Los detalles de la tragedia se leen en el resto de 2 de Samuel.

David, con su espada, sembró muerte y destruyó la casa de Urías. Esa fue la semilla que plantó. Lo que cosechó superó con creces lo que había plantado.

Pero Dios lo perdonó, y le dio vida eterna porque David se arrepintió sinceramente de su pecado (como se puede leer en el Salmo 51). Si nos parece que el perdón de Dios no debiera incluir el castigo de quien se arrepiente, no conocemos al Señor. Él dice: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete” (Apocalipsis 3:19). E inmediatamente añade:

“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” (Apocalipsis 3:20-21).

Como vemos, el perdón y el amor del Señor superan también con creces su deseo de juzgar al pecador. ¿Para qué esperar a que el perro del pecado te alcance, si ahora te puedes entender y hacer las paces con su Amo? No postergues para después el hacer las paces con el Señor. Tú no eres David, y Él no tendría por qué enviarte a un Natán para confrontarte. Ésta bien podría ser tu última oportunidad. ¿Por qué postergar el cumplimiento en tu vida de la siguiente promesa de parte del Señor?

“Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado” (Isaías 26:3).

              Estudio devocional de 55 mujeres de la Biblia