Los siguientes artículos tienen que ver con
ocho de las abundantes provisiones de Dios para la seguridad, la felicidad y el
bienestar del alma humana.
Después de la caída vergonzosa del hombre
en el Huerto de Edén, Dios, por Su gracia, restauró al hombre al favor divino,
haciendo provisiones para nuestra redención al darnos a Su Hijo unigénito.
Dios nos ha revelado la verdad acerca del
pasado, del presente y del futuro, los cuales nunca hubiéramos conocido por
nosotros mismos.
Dios instituyó el hogar. Es en el hogar
donde los hijos, durante el período de sus vidas en que forman sus hábitos,
pueden ser amparados, instruidos para servir y enseñados para hacerle frente a
los problemas de la vida.
El Señor ha establecido la iglesia donde el
pueblo de Dios puede gozar de la comunión con otros creyentes. Como pueblo de
Dios podemos fortalecernos en la fe, servirnos los unos a los otros y unir
nuestros esfuerzos a fin de ganar a los perdidos para Dios.
Dios ha establecido el gobierno civil para
mantener el orden civil de la sociedad, mientras que los hijos de Dios, como
extranjeros y peregrinos, se dirigen hacia una ciudad cuyo arquitecto y
constructor es Dios.
Dios ha apartado un día en el cual podemos
descansar de los trabajos y cuidados terrenales, y entregarnos a la adoración
de Dios y al fortalecimiento del hombre interior.
Además de todas estas bendiciones Dios nos
provee el ministerio (servicio) de los ángeles. Ellos son los mensajeros
espirituales de Dios para servir a los “herederos de la salvación”. Los ángeles
tienen una relación estrecha con el hombre en esta vida y por la eternidad.
“Alaben la misericordia de Jehová, y sus
maravillas para con los hijos de los hombres” (Salmo 107:8).
CAPÍTULO
13
La
gracia
“Mas Dios muestra su amor para con
nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho
más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira”
(Romanos 5:8–9).
La historia del género humano, apartado de
Dios, puede resumirse en una sola palabra: fracaso. Pero la maravillosa gracia
de Dios opera en el alma del hombre arrepentido para que pueda ser reconciliado
con Dios por la eternidad. Veamos la historia de los fracasos del hombre junto
con el trato misericordioso de Dios con él.
En el
Edén
“He aquí, solamente esto he hallado: que
Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones”
(Eclesiastés 7:29).
1. El fracaso original del hombre
El hombre estaba en el hermoso paraíso de
Dios y reflejaba la imagen de Su Creador. Estaba libre del dominio del pecado y
de la muerte. Poseía la tierra y estaba alegre en un mundo sin pecado, gozando
de la comunión diaria con Dios.
Pero el hombre pecó. Perdió su inocencia y
trató de esconderse de la presencia de Dios. Por desobediencia, el hombre
perdió su posición en la familia de Dios y se hizo hijo del diablo.
2. La gracia de Dios
Pero Dios fue misericordioso. Él le
comunicó al hombre el significado de su caída vergonzosa juntamente con la
promesa bondadosa de un Redentor. Por supuesto, el Edén fue arruinado; pero
Dios ya tenía preparado otro paraíso glorioso, “el reino preparado para
vosotros desde la fundación del mundo” (Mateo 25:34). Este paraíso glorioso es
la morada eterna del hombre con Cristo. La abundancia de la gracia de Dios se
manifiesta al restaurar al hombre caído al favor y a la santidad de Dios.
Dios le concedió al hombre la oportunidad
de comenzar de nuevo por medio de Su gracia.
La
familia de Adán
1. El fracaso del hombre
A Adán y a Eva les nació un hijo. El
corazón de aquella madre palpitó con gran gozo cuando exclamó: “Por voluntad de
Jehová he adquirido varón” (Génesis 4:1). Pero este varón llegó a ser un
asesino. Caín mató a Abel porque su corazón estaba lleno de envidia y enojo
debido a que el sacrificio de Abel fue aceptado mientras que el suyo fue
rechazado. Aunque Caín fue expulsado de delante de los hombres esta advertencia
no les sirvió a ellos por mucho tiempo. Con el transcurso del tiempo la maldad
de los hombres aumentó tanto que la justicia de Dios no se hizo esperar. El
juicio de Dios cayó sobre el género humano en la forma de un diluvio universal.
2. La gracia de Dios
Pero Dios fue misericordioso. Viendo que
Noé era justo, Dios preservó al género humano por medio de él. También preservó
una simiente del ganado, las bestias, las aves y de todo reptil. Todos fueron
protegidos en el arca durante el gran diluvio que Dios mandó para raer el
pecado de la faz de la tierra (Génesis 7).
Fue por medio de Noé que se le concedió al
hombre la oportunidad de empezar de nuevo.
La
familia de Noé
1. El fracaso del hombre
Sin embargo, una vez más el hombre demostró
cuán vil era. Al poco tiempo después del diluvio los hombres nuevamente
llegaron a ser muy pecaminosos. En su orgullo intentaron edificar una torre que
llegara hasta el cielo.
2. La gracia de Dios
Pero Dios fue misericordioso. El juicio de
Dios cayó sobre ellos mientras edificaban la torre de Babel y la gente fue
dispersada por toda la tierra. Aunque esto frustró los esfuerzos de los
hombres, no obstante la corriente de maldad se detuvo sólo brevemente. Luego
Dios llamó a Abram de entre sus parientes y sus amigos (Génesis 12) para llegar
a ser “padre de muchedumbre de gentes” (Génesis 17:4). Abram obtuvo esta
promesa: “Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren
maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Génesis 12:3).
Abraham obedeció.
Fue por medio de Abraham que se le concedió
al hombre la oportunidad de empezar de nuevo, una vez más.
La
familia de Abraham
1. El fracaso del hombre
Pero Abraham, aunque era justo y favorecido
por Dios, era humano. Al seguir el curso de sus descendientes por Palestina,
Egipto, el desierto y otra vez en Palestina vemos que llegaron a ser una nación
poderosa. Pero Israel se olvidó de Dios. El pecado arruinó la nación hasta que
por fin Dios la entregó en manos de sus enemigos.
2. La gracia de Dios
Pero Dios fue misericordioso. A Él no se le
había olvidado la promesa que en la simiente de Abraham serían benditas todas
las naciones de la tierra. A su tiempo la simiente de Abraham, el Redentor
viviente que primeramente había sido prometido a Eva y que después fue descrito
por los profetas, vino a este mundo pecaminoso “a buscar y a salvar lo que se
había perdido” (Lucas 19:10). “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha
dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas
tenga vida eterna” (Juan 3:16). (Léase también Romanos 5:15.)
Por medio del Señor Jesucristo, “el Cordero
de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29), se le concedió al hombre otra
vez la oportunidad de empezar de nuevo.
La
familia de Dios, el fruto de la gracia
El hombre apartado de Dios siempre fracasa.
La condición tan desafortunada del género humano se explica por el hecho de que
muchos no creen en Dios. Aun entre los que dicen que creen en Dios hay muchos
que están tratando de alcanzar el cielo por medio de “la torre de Babel”
(esfuerzos humanos) en lugar de hacerlo por medio del camino del Señor
Jesucristo (la gracia de Dios).
Sin embargo, aunque todo el esfuerzo humano
es vanidad, la obra de Dios en los corazones de los hombres es gloriosa. Desde
los días de Adán la familia de Dios ha crecido, no pasando ni una generación
sin que nuevos miembros sean añadidos a Su familia.
El pueblo de Dios comenzó a “invocar el
nombre de Jehová” antes del diluvio (Génesis 4:26). La Biblia dice que “caminó,
pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios” (Génesis 5:24). El
escritor del libro de Hebreos menciona en el capítulo 11 una lista de hombres
fieles que formaron parte de esa “tan grande nube de testigos” (Hebreos 12:1)
que se acogieron a la gracia de Dios. Pedro, refiriéndose al pueblo de Dios en
la época presente, dice: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio,
nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de
aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9). Sí, la
familia de Dios está creciendo. Al fin del tiempo presente se verá que hay una
multitud innumerable en el cielo con Dios, pues la Biblia dice:
“Después de esto miré, y he aquí una gran
multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y
lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos
de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo:
La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al
Cordero. Y todos los ángeles estaban en pie alrededor del trono, y de los
ancianos y de los cuatro seres vivientes; y se postraron sobre sus rostros
delante del trono, y adoraron a Dios, diciendo: Amén. La bendición y la gloria
y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza,
sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén. Entonces uno de los
ancianos habló, diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes
son, y de dónde han venido? Yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos
son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las
han emblanquecido en la sangre del Cordero” (Apocalipsis 7:9–14).
Concluimos citando Tito 2:11–14:
“Porque la gracia de Dios se ha manifestado
para salvación a todos los hombres, enseñándonos que renunciando a la impiedad
y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente,
aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro
gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para
redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de
buenas obras.”
CAPÍTULO
14
La
revelación
“Pero Dios nos las reveló a nosotros por el
Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (1
Corintios 2:10).
Un agnóstico, estando parado al lado de la
sepultura de su hermano, pronunciaba una oración fúnebre. Entonces alguien le
hizo la pregunta: “Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?” El hombre
respondió: “La esperanza dice: ‘Sí’; la razón dice: ‘No’”. No podía decir más,
pues al rechazar la revelación de Dios el conocimiento humano se ve limitado a la
ley natural y a la finita comprensión humana del mundo de ultratumba.
Pero cualquier cristiano puede decir con
certeza: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y
después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios” (Job 19:25–26).
“Porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles”
(1 Corintios 15:52). “Y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:17).
¿Por qué esta diferencia? La respuesta se
halla en una palabra: “revelación”. “El hombre natural no percibe las cosas que
son del Espíritu de Dios” (1 Corintios 2:14). Por tanto, no puede resolver los
misterios del pasado, ni penetrar los dominios más allá de la tumba. En esto,
el filósofo incrédulo y el pagano de la selva son iguales. Hay misterios que,
sin la ayuda de la revelación de Dios, no pueden ser resueltos por la mente
humana. El origen de la materia, el origen de la vida, el origen del hombre, el
destino eterno del hombre, y muchos otros temas han desafiado y frustrado las
investigaciones del hombre incrédulo por miles de años. Estos temas siempre
serán misterios para los que rechazan las Escrituras. Los mismos están más allá
de nuestra capacidad humana. La única manera de entender tales cosas es por
medio de aceptar la información de Aquel que todo lo sabe.
El hijo de Dios aprovecha la oportunidad de
aprender lo que el incrédulo rechaza. Él mira el pasado y aprende que “en el
principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1:1). Mirando al futuro,
él se asegura que “no todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un
momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la
trompeta, y los muertos serán resucitados” (1 Corintios 15:51–52). “Como está
escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre,
son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a
nosotros por el Espíritu” (1 Corintios 2:9–10). El creyente acepta estas
revelaciones y así llega a entender cosas aun más profundas. Pero el incrédulo
rechaza la revelación de Dios y de esa manera continúa vagando en oscuridad.
Las
revelaciones, verdaderas y falsas
Si una revelación viene de Dios, de nuestro
prójimo, de un libro, de la naturaleza o de cualquier otra fuente; quien la
revela tiene que tener el conocimiento verdadero de las cosas reveladas, de lo
contrario, tal revelación es falsa. Una revelación no puede ser auténtica a
menos que quien la revela sepa de lo que está hablando.
¿Quién conoce a fondo todo lo que tiene que
ver con la eternidad, sino Dios? Dios ha escogido Su Palabra, la Biblia, como
el medio para revelar al hombre estas verdades eternas. Tales expresiones como:
“Así dice Jehová”; “Dice Dios”; “Jehová dijo”; “Dios dijo”, se encuentran
muchas veces en la Biblia, demostrando que este Libro afirma que es la Palabra
de Dios. Muchos preguntan: “¿Qué parte de la Biblia es digna de confianza como
mensajera de las revelaciones de Dios?” Respondemos sin vacilación: “Toda”.
Todas las revelaciones que vienen de Dios son verdaderas.
En el tiempo del Antiguo Testamento “Dios,
[habló] muchas veces y de muchas maneras...a los padres por los profetas”, pero
ahora “nos ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1:1–2). En otras palabras, en las
dos épocas Dios ha tenido Sus portavoces autorizados por quienes revelaba Su Palabra
y Su voluntad a los hombres. Refiriéndose a las Escrituras del Antiguo
Testamento, Pablo escribió esto: “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2
Timoteo 3:16). Además, con relación a los profetas del Antiguo Testamento,
Pedro escribió: “Hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21).
Acerca de las escrituras del Nuevo
Testamento algunos han promovido la idea necia y dañina que la parte más
valiosa son los Evangelios mientras que el resto son simplemente “los escritos
de los apóstoles”. No obstante, todo lo que sabemos de Cristo y de Su palabra
fue revelado por la predicación y los escritos de los apóstoles y sus
colaboradores. Ellos escribieron la parte biográfica del Nuevo Testamento (los
cuatro evangelios y los hechos de los apóstoles), la parte epistolar (las
cartas apostólicas desde Romanos hasta Judas y la parte apocalíptica (el libro
de Apocalipsis). El apóstol Juan escribió uno de los evangelios, tres de las
epístolas y el libro de Apocalipsis. Respecto a este último libro, Juan declara
francamente que es “la revelación de Jesucristo” (Apocalipsis 1:1).
Los apóstoles fueron comisionados para
proclamar el Evangelio eterno de Cristo en toda su plenitud a un mundo
perecedero (Mateo 28:18–20; Marcos 16:15; Lucas 24:46–47; Hechos 1:8; 9:15).
Este Evangelio del Señor Jesucristo era lo que ellos proclamaban oralmente o
por escrito dondequiera que iban. (Léase Romanos 1:16; 2:16; 1 Corintios 14:37;
2 Corintios 4:5; Gálatas 1:8–9; 2 Tesalonicenses 2:15; 1 Timoteo 1:11;
Apocalipsis 14:6) De manera que todo el Nuevo Testamento es la palabra de
Cristo.
Cómo
Dios se revela al hombre
1. Por medio del Señor Jesucristo (léase Hebreos 1:1–4).
2. Por medio de las Escrituras (la Biblia).
¿Habrá algo que quisiéramos saber acerca de
la creación, acerca del destino del hombre u otra cosa fuera del alcance del
entendimiento humano? Las respuestas a estas interrogantes las podemos
encontrar sólo en la Biblia. En este libro divino el lector puede saber con
relación al pasado, al presente y al futuro. Por supuesto, Dios en Su sabiduría
infinita no nos ha revelado todos Sus planes, pero nos ha revelado lo
suficiente para que creamos en Él (lea Deuteronomio 29:29). La Biblia es la única
fuente de información a la cual el lector puede acudir para aprender cosas que
habrían permanecido ocultas para siempre, de no ser por las revelaciones en
este libro de Dios.
3. Por medio de la naturaleza
El salmista, hablando por inspiración de
divina, podía escudriñar los cielos estrellados y decir: “Los cielos cuentan la
gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmo 19:1).
Una generación de científicos basando sus
conclusiones sobre sus opiniones y observaciones limitadas decide que algunas
partes de la Biblia no son ciertas. Otra generación de científicos que ha hecho
más observaciones y estudios descubren que la Biblia no está equivocada, sino
sus críticos. Y así continuará hasta que el hombre vea a Dios “cara a cara”
(Génesis 32:30; 1 Corintios 13:12). Allí el hombre se dará cuenta de que todas
las palabras y las obras de Dios concuerdan perfectamente.
4. Por medio del Espíritu Santo
Acerca de los misterios que el hombre
natural no puede percibir, Pablo dice: “Dios nos las reveló a nosotros por el
Espíritu” (1 Corintios 2:10). Cuando el Espíritu de Dios entra en el alma del
hombre la Biblia se convierte en un mensaje nuevo. “El hombre natural no
percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no
las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14).
El Espíritu Santo le da al hijo de Dios un discernimiento de la Biblia lo cual
el hombre incrédulo más inteligente nunca puede alcanzar. (Léase Juan 14–16
para ver lo que dice Cristo acerca de la obra del Espíritu Santo.)
5. Por medio del ministerio de los ángeles
Fue por medio de los ángeles que Abraham
supo acerca de la venida del hijo de la promesa (Génesis 18:1–15). De la misma
manera se le comunicó al patriarca acerca de la destrucción inminente de Sodoma
(Génesis 18:16–22). Lot fue advertido del juicio de aquella ciudad por medio de
los ángeles (Génesis 19:12–13).
Veamos a continuación otros ejemplos de la
obra de estos espíritus ministradores. A Balaam se le recordó que había
recibido aviso acerca de su desobediencia a Dios (Números 22:26–35). A Zacarías
le informaron de la venida de Juan el Bautista (Lucas 1:11–25). A María y José
les fue revelado acerca del nacimiento del Señor Jesús (Lucas 1:26–38; Mateo 1:18–2l).
Los pastores de Belén recibieron las noticias del nacimiento del Señor (Lucas 2:10–14).
A José y a María se les dio instrucciones para que huyeran a Egipto (Mateo 2:13–15).
A los discípulos se les aseguró que el Señor Jesús volvería de nuevo (Hechos 1:11).
Pedro y Cornelio se conocieron el uno al otro, y la puerta del evangelio fue
abierta a los gentiles (Hechos 10). Dios reanimó a Pablo y le dio seguridad
respecto de sí mismo y de toda su compañía en el naufragio (Hechos 27:23–26).
6. Por visiones y sueños
Fue por medio de una visión que Abraham
supo que los hebreos estarían 400 años en Egipto (Génesis 15:12–16). También
fue una visión en Betel lo que marcó un punto importante en la vida de Jacob
(Génesis 28). En esta visión Jacob vio una escalera que llegaba hasta el cielo
y a los ángeles que subían y descendían por ella. Los sueños de José, por los
cuales llegó a tener el apodo de “el soñador” (Génesis 37:19), nada más y nada
menos fueron las revelaciones de Dios para él. Los sueños de Faraón, del jefe
de los coperos y del jefe de los panaderos demuestran que hubo otros, además
del pueblo de Dios, a los cuales Dios se manifestó por medio de visiones y
sueños. Darío y Nabucodonosor también tuvieron sueños de parte de Dios. Las
visiones de los magos, de Pedro, de Cornelio, de Pablo y de Juan son pruebas de
que este método de comunicación divina se extendió a los tiempos del Nuevo
Testamento, pero sólo hasta que este fue completado. [Nota:
Debemos tener siempre presente que los sueños y las visiones prevalecieron cuando
la Biblia no estaba completa ni al alcance de todas las personas. Ahora
“tenemos la palabra profética más segura” (2 Pedro 1:19). El Señor Jesucristo
lo expresó inequívocamente en Mateo 24:15. Cuando se refiere a la futura abominación desoladora, el Señor dice:
“el que lee entienda”, poniendo a la revelación escrita (la
Biblia) muy por encima de cualquier otro tipo de comunicación espiritual. No se le
dará al hombre ya ninguna otra revelación sobrenatural. “Entender” la mente y
el propósito de Dios depende ahora de la lectura y el estudio cuidadoso de lo
que Él ya ha revelado en el Canon Sagrado: "la fe que ha sido una
vez dada a los santos" (Judas 3)].
7. Por medio de la conciencia (léase Romanos 2:14–16).
No
existe conflicto entre las revelaciones divinas
¿Se contradicen entre sí las revelaciones
de Dios? Nunca. Si existen supuestas revelaciones que se contradicen queda
claro que las mismas no provienen de Dios. La Biblia nos amonesta “probad los
espíritus si son de Dios” (1 Juan 4:1). ¿Acaso las revelaciones que recibimos
están en armonía con Dios? Cuando escuchamos supuestas “revelaciones” que se
dicen son de Dios debemos hacer como los de Berea (Hechos 17:11). Escudriñemos
las Escrituras diligentemente para ver si estas cosas son ciertas. No puede
haber ninguna revelación de Dios que no esté en armonía perfecta con la Palabra
de Dios, la Biblia.
Conclusión
¿Qué fue lo que capacitó a los “niños” para
recibir lo que “los sabios y... entendidos” (Mateo 11:25) no comprendieron? La
fe. ¿Qué es lo que capacita al campesino analfabeto para comprender más de la
bondad, el amor y el poder de Dios que algunos de los hombres más educados no
entienden? La fe. ¿Qué es lo que capacita al hijo de Dios para escudriñar los
misterios del pasado y del futuro, mientras que los hombres mundanos que se han
pasado la vida tratando de entender tales misterios han aprendido tan poco? La
fe. Es por medio de la fe que la persona recibe los misterios de las edades.
Donde no existe la fe, tales misterios no pueden ser revelados.
El hijo de Dios tiene muchos motivos para
dar gracias a Dios por las muchas revelaciones maravillosas que ha recibido de
Él. Al mirar hacia atrás podemos ver la puerta del pasado abrirse y por fe
escuchamos las palabras: “En el principio... Dios”. Si miramos hacia arriba
podemos contemplar por fe cómo desciende un halo de luz divina sobre el tiempo
actual. Cuando miramos hacia delante por fe vemos que la puerta al futuro comienza
a abrirse ante los ojos del hombre, mientras oímos las palabras: “He aquí, os
digo un misterio....” Así el cielo y la tierra se llenan de la luz de Dios.
CAPÍTULO
15
La
Biblia
“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y
útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a
fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda
buena obra” (2 Timoteo 3:16–17).
La Biblia es el único libro dado por
revelación directa de Dios al hombre. La palabra “Biblia” se deriva del griego biblos, que significa “libro”. La Biblia
es nuestro Libro Sagrado porque no hay ningún otro que tenga tal autoridad o Autor
semejante.
La
inspiración de la Biblia
Creemos en la inspiración verbal de la
Biblia. Es decir, el Espíritu Santo guió a hombres santos a que escribieran
cada palabra que aparece en los escritos originales. Aunque se pueden notar las
características personales en el estilo de los escritores, sus voluntades
estaban completamente bajo el control del Espíritu Santo. Los escritores no
escribieron ni una sola palabra por motivos propios (2 Pedro 1:20–21).
Creemos también en la inspiración plenaria
de la Biblia. Esto quiere decir que toda la Biblia, desde el principio hasta el
fin, fue dada por inspiración verbal.
La Biblia no explica detalladamente cómo
los escritores recibieron la inspiración del Espíritu Santo. Pero nos dice que
debemos reverenciar las palabras que escribieron. “Si alguno quitare de las
palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la
vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro”
(Apocalipsis 22:19).
En Gálatas 3:16, Pablo nos da a entender en
su escrito la importancia de analizar hasta la más mínima letra de las Escrituras.
Él explica que la promesa de Dios a Abraham (Génesis 13) “no dice: Y a las
simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la
cual es Cristo” (Gálatas 3:16). Si Dios hubiera dicho “simientes” se hubiera
referido a los hijos de Abraham, pero porque dijo “simiente” sabemos que se
refirió al Señor Jesucristo. En este caso podemos observar cómo de una sola
letra depende una doctrina cristiana muy importante. Con razón Cristo dio tanto
énfasis en la importancia de cada jota y cada tilde de la ley (Mateo 5:18).
Algunos se han preguntado: “¿Por qué la
personalidad y el estilo de los escritores se hace tan evidente si la Biblia no
es escritura de hombres, sino de Dios?” Vamos a ilustrar nuestra respuesta con
un breve ejemplo: Usted pasa frente a una casa que ha sido pintada
recientemente de muchos colores. Entonces pregunta: “¿Cuántos pintores
trabajaron en esa casa?” “Solo uno”, le contestan. “¿Pero, por qué tantos
colores si fue sólo un pintor?” “Pues, no es difícil explicárselo; este pintor
mezcló sus pinturas y produjo muchos colores para así pintar la casa a su
gusto.” Esto nos da una idea en cuanto a ese Gran Autor del libro divino que
escogió muchas personalidades para expresar su mensaje. De esta forma este Libro
Divino es más útil y más adecuado para suplir las necesidades de las personas
que lo leen. Puesto que una parte de la Biblia está escrita en el lenguaje de
Moisés, otra en el de Pablo y otras en los de otros escritores, muestra que
Dios usó al hombre para escribir su mensaje y no solamente a su pluma. Todos
estos “santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu
Santo”.
La Biblia es auténtica en su materia,
autoritaria en sus mandamientos, sin error en sus escritos originales y también
la única regla infalible de fe y práctica (2 Samuel 23:2; Salmo 12:6; 139:7–12;
2 Timoteo 3:16–17).
1. Las Escrituras del Antiguo Testamento son inspiradas
por Dios
Pablo se refiere a las Escrituras del
Antiguo Testamento cuando dice: “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2
Timoteo 3:16). Pedro aclara que los Escritos son inspirados porque los
escritores fueron inspirados por Dios. Él dijo que “ninguna profecía de la
Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por
voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados
por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:20–21). Existen muchas declaraciones que
demuestran que las Escrituras del Antiguo Testamento fueron inspiradas por
Dios. En varias ocasiones en el Antiguo Testamento encontramos expresiones
tales como: “Jehová el Señor dice así” y “Así ha dicho Jehová”. De igual forma
“vino esta palabra de Jehová a Jeremías, diciendo: Toma un rollo del libro, y
escribe en él todas las palabras que te he hablado contra Israel” (Jeremías 36:1–2).
De la misma manera el Señor vino a Ezequiel diciéndole que hablara a los hijos
de Israel, diciendo: “Les hablarás, pues, mis palabras” (Ezequiel 2:7). Existen
muchas expresiones semejantes en toda la Biblia.
Los escritores del Nuevo Testamento
entendieron que las Escrituras del Antiguo Testamento eran el mensaje de Dios
hablado por medio de Sus siervos. En el momento de escoger a Matías para el
apostolado, Pedro citó la Escritura, diciendo: “El Espíritu Santo habló antes
por boca de David” (Hechos 1:16). El libro de Hebreos comienza con estas
palabras: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro
tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado
por el Hijo” (Hebreos 1:1–2).
2. Las Escrituras del Nuevo Testamento son
inspiradas por Dios
En lo concerniente a la inspiración de las Escrituras
del Nuevo Testamento las mismas son tan enfáticas y firmes como las del Antiguo
Testamento. Pablo, escribiendo a los corintios, dice: “hablamos, no con
palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu”
(1 Corintios 2:13). Más adelante en la misma epístola él dice: “Si alguno se
cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos
del Señor” (1 Corintios 14:37). Esta declaración concuerda con lo que el Señor
le había dicho a Ananías acerca de Pablo, como se nota en Hechos 9:15. Pablo
también les escribe a los tesalonicenses diciéndoles: “Cuando recibisteis la
palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de
hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios...Por lo cual os decimos
esto en palabra del Señor” (1 Tesalonicenses 2:13; 4:15).
Los apóstoles advirtieron contra las
falsificaciones de la Palabra de Dios. Ellos aceptaron como genuino los cuatro
evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las epístolas de Pablo, Santiago,
Pedro, Juan y Judas, y el Apocalipsis. (Lea Gálatas 1:8–9; 2 Pedro 3:15–16; 2
Juan 7–10; Judas 3; Apocalipsis 22:18–19.)
La Biblia llega a nosotros con una
declaración imponente e inflexible que no es un libro hecho por hombres, sino
un libro cuyo Autor real y único es el Dios vivo y eterno.
3. Dios usó a hombres imperfectos para llevar
un mensaje perfecto al mundo
La Biblia habla de las faltas de Moisés, de
Pedro, de Pablo, de Juan y de otros escritores de la misma. Pero ninguna de
estas imperfecciones, aunque reveladas en la Palabra inspirada, alteran en
alguna manera el valor o la perfección del mensaje divino.
En ocasiones Dios mandó a los profetas a
declarar profecías que ellos mismos no entendieron. Por ejemplo, vea la
perplejidad de Daniel cuando el Señor puso la última profecía en su boca (Daniel
12:4–8). Entonces vuelva a 1 Pedro 1:10–11 para que vea un testimonio que
muestra que los profetas no entendieron todo lo que profetizaron. Esto
demuestra que mientras Dios obraba por medio de hombres imperfectos, Él trajo
por medio de ellos un mensaje perfecto al mundo.
Evidencias
de la Inspiración Divina
A continuación presentamos algunas de las
evidencias principales que demuestran que la Biblia fue inspirada por Dios
mismo.
1. El cumplimiento de la profecía
Entre los datos más sobresalientes que tenemos
en el Antiguo Testamento aparecen más de trescientas profecías que se refieren
al Mesías. Cada una de estas profecías se cumplió al pie de la letra en la
persona del Señor Jesús, el Cristo. Los profetas predijeron que Él sería de la
tribu de Judá (Génesis 49:10); que había de nacer de una virgen (Isaías 7:14);
que nacería en Belén de Judea (Miqueas 5.2); que sería llamado de Egipto (Oseas
11:1; Mateo 2:15); que se enviaría un mensajero delante de Él (Isaías 40.3;
Malaquías 3:1); que enseñaría por parábolas (Salmo 78:2); que sería paciente a
la hora de la prueba y la tribulación (Isaías 53); que sería vendido por
treinta piezas de plata (Zacarías 11:12–13) con las cuales se compraría el
campo del alfarero. En fin, todas estas profecías fueron cumplidas, además de
muchas otras más que no podrían haber sido predichas por sabiduría humana ni
nadie las hubiera podido adivinar. Muchas de estas profecías podrían haber
parecido improbables e increíbles en el tiempo en que se profetizaron.
La profecía de Daniel en la visión de las
cuatro bestias (Daniel 7), junto con la interpretación de esta visión, nos da
una descripción exacta de lo que pasó después en la historia de las naciones, y
algunos elementos de las mismas se refieren a lo que está aconteciendo en el mundo
actual.
Los profetas no solamente predijeron las
destrucciones de las ciudades y las naciones de aquel entonces, sino que
también describieron algunos de los detalles de dichas destrucciones. Y así ha
sucedido. Hasta la historia secular de los pueblos ha archivado el cumplimiento
de algunas de estas profecías como hechos verídicos.
Por ejemplo, Ezequiel profetizó contra Tiro
(Ezequiel 26:4–12), que llegó a ser el orgullo de los mercaderes y la envidia
de las naciones en aquella época. Estas profecías se cumplieron en los días de
Alejandro, cuando toda la ciudad llegó a ser una gran ruina.
La desolación de Egipto sucedió siglos
después de la profecía tal y como está descrita en Ezequiel 29–30. La historia
secular confirma de manera detallada las profecías de Ezequiel en cuanto a lo
que ocurrió en Egipto. La profecía es historia escrita de antemano. Esto se
verifica en el cumplimiento de las profecías acerca de la desolación de
Babilonia, Siria, Medo-Persia, Grecia, Roma, Cartago y otras naciones. La desolación
y la destrucción completa de Jerusalén, predicha por Cristo, y la dispersión de
los judíos entre las naciones de la tierra, predicha por los profetas, se
presentan en los escritos de Josefo y se confirman en la historia de los
judíos.
Esto comprueba que estas profecías no
podían ser el resultado de la sabiduría humana. Sería una locura tan sólo
suponer que las mismas fueron nada más que especulaciones humanas. Cada una de
estas profecías prueba que la Biblia fue escrita por hombres que fueron guiados
por una Mente Infinita, por el Dios del cielo y de la tierra, que ve y conoce
todas las cosas antes de que sucedan.
2. La unidad de la Biblia
La Biblia se compone de sesenta y seis
libros que fueron escritos aproximadamente durante un período de quince siglos.
Fue escrita por alrededor de cuarenta escritores quienes ocupaban diferentes
puestos, desde el rey sobre el trono hasta el cautivo en tierra pagana; desde
Moisés y Pablo que fueron hombres muy bien educados hasta Pedro y Juan que
fueron “hombres sin letras y del vulgo” (Hechos 4:13). La misma fue escrita
antes, durante y después que Israel se convirtió en una nación. Pero a pesar de
todo lo expuesto existe una armonía bella e impresionante que prueba la
presencia de la mente de un Maestro que inspiró a todos estos escritores. En
otras palabras: “Nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los
santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2
Pedro 1:21).
3. Su preservación a través de las edades
Ningún libro jamás ha sido puesto a pruebas
tan severas como la Biblia. Aunque los judíos fueron llevados a tierras paganas
llevaron consigo las Escrituras y las preservaron allá. A través de los años
muchos falsos profetas han imitado tan ingeniosamente las escrituras que la
gente difícilmente ha podido distinguir entre la Palabra inspirada de Dios y la
palabra falsa de los falsos profetas. Durante los primeros siglos de la era
cristiana se hicieron muchos esfuerzos para acabar con esta “secta” que
floreció después de la crucifixión del Señor Jesús. Por toda la historia de los
siglos se han hecho esfuerzos para suprimir el mensaje de la Biblia utilizando
el fuego, la espada y muchos otros métodos. Sin embargo, la palabra de Dios
vive. En toda generación han existido hombres que, llenos del orgullo a causa
de sus intelectos y conocimientos, enseñaron a la gente que la Biblia debía
creerse en su totalidad solamente por los ignorantes y los supersticiosos. Pero
a pesar de todas estas oposiciones este libro antiguo aún permanece. En la
actualidad este libro tan maravilloso es más popular que cualquier otro libro
que jamás se haya impreso. En realidad, la Biblia es y será la misma siempre.
4. Su integridad
La Biblia es el único libro que nunca ha
tenido que cambiar su mensaje a causa de los avances de la ciencia. No es un
libro de ciencia; sin embargo, todo lo que dice es científicamente correcto.
Esto no se puede decir de cualquier otro libro o tratado jamás escrito. Los
naturalistas, astrónomos, geólogos, historiadores y hombres de renombre han
enseñando cosas que posteriormente han resultado ser erróneas. Las teorías de
los hombres han sido revocadas, o al menos extremadamente cambiadas, en cuanto
a los principios de la luz, la naturaleza, la forma de la tierra, el período
glacial, la geología, la estructura del cuerpo, las enfermedades, las leyes de
la salud y todo campo de la ciencia. La Biblia concuerda completamente con lo
que el hombre ha observado de la naturaleza. Es el único libro que es total y
eternamente verdadero. Es cierto que muchos han citado de la Biblia para apoyar
sus teorías erróneas, pero la Biblia no enseña ninguna falsedad y nunca la ha
enseñado. Sin embargo, no es extraño que hayan citado así de la Biblia para
apoyar sus teorías falsas, pues el diablo mismo es experto en citar la Escritura
para darle vida a sus falsedades (Génesis 3:1–6; Mateo 4:1–11).
En menos de diez años un texto ya es
anticuado, una enciclopedia pierde su valor, una biblioteca es un cementerio de
libros muertos e ideas sin vidas; mas este libro sigue viviendo. La ciencia se
ha reído del mismo, en vano. En el siglo dieciocho Voltaire dijo: “Dentro de
cincuenta años el mundo no oirá más de la Biblia”. Los eruditos seculares la
han declarado anticuada y muerta. Muchas veces se han efectuado servicios
fúnebres para enterrar la Biblia que ellos creen que ha muerto... y, ¡he aquí!,
mucho antes que los críticos hayan vuelto a sus casas, la Biblia ha resucitado
de la muerte, se ha adelantado al cortejo fúnebre con una rapidez sorprendente,
y se halla, como antes, en el mismo centro de la vida de muchas personas y de
la sociedad misma. Allí sigue dando voces tronantes contra la maldad, revelando
los secretos del corazón, ofreciendo consuelo a los que están de luto y
esperanza a los moribundos, y continúa emitiendo de cada una de sus páginas las
maravillas del futuro.
5. El efecto en sus lectores
El efecto que la Biblia ejerce sobre los
que la leen también nos enseña que la misma es inspirada por Dios y que a la
vez tiene cualidades sobrenaturales. La Biblia es luz en cualquier parte que es
leída porque revela a Cristo, la luz del mundo. Dondequiera que la gente cree
en ella y la obedece trae cambios en la pureza, la educación, la cultura, el
desarrollo y en todo lo que contribuye a la felicidad moral y espiritual del
alma. No es que la lectura de la Biblia en sí cambie automáticamente el
corazón, pero sí le enseña al pecador cómo llegar a Cristo quien sí puede
cambiar el corazón.
Mientras la persona más se rinde a Cristo
por el mensaje de la Biblia, más ordenada y virtuosa será la vida de esa
persona. Además, esto hará que en sus prójimos también se observen efectos
positivos. Por ejemplo, incluso los incrédulos muchas veces son más cuidadosos
a la hora de expresarse cuando hay cristianos presentes.
Se ha demostrado que mientras las leyes de
las naciones más sigan los principios bíblicos, más benditas serán esas
naciones. Esto demuestra la validez de los principios bíblicos.
Concluimos que la Biblia:
- Es la palabra
de Dios, dada por inspiración divina
- Es el único
libro dado como revelación directa de Dios al hombre
- Es infalible,
digna de confianza absoluta
¿Por qué este honor a la Biblia? No puede
haber más que una respuesta: porque es la Palabra de Dios. Sobre cada página de
este Libro maravilloso se puede encontrar la huella divina de Su Autor.
Cómo
recibimos nuestra Biblia
La Biblia se divide en sesenta y seis
libros distintos. De ellos treinta y nueve pertenecen al Antiguo Testamento y
veintisiete al Nuevo Testamento. Estos libros nos ofrecen una historia íntegra
que sería incompleta si faltara uno de ellos. Muchos creen que el libro de Job
es el más antiguo de todos los libros de la Biblia. Le sigue, cronológicamente,
el Pentateuco (los primeros cinco libros del Antiguo Testamento), escrito por
Moisés; después se escribieron los otros libros históricos, poéticos y
proféticos. El Antiguo Testamento fue escrito por reyes, jueces y profetas. Los
libros que lo componen fueron compilados en los días de Esdras y Nehemías. El
interés por las Escrituras fue tan grande que las mismas se tradujeron al
griego más de tres siglos antes del Señor Jesucristo. La versión griega más
célebre fue la de los setenta (la Septuaginta) que fue traducida alrededor del
año 250 a.c. por los eruditos de Alejandría.
Los discípulos del Señor Jesús escribieron
acerca de la vida y las enseñanzas de Él en cuatro libros que conocemos como
“los evangelios”. Las actividades de los apóstoles después de la crucifixión del
Señor Jesús se compilaron en un libro que llamamos los “Hechos de los apóstoles”.
Estos libros junto a las “epístolas” y el último libro al que llamamos
“Apocalipsis” son los que componen el Nuevo Testamento. La mayoría de estos
libros se reconocieron como escritos sagrados en los primeros 200 años de la
historia de la iglesia cristiana.
La Biblia completa ha sido traducida en
muchos idiomas. Así la Palabra de Dios ha alcanzado a los pueblos de muchos
países. Existen evidencias que demuestran que algunas partes de la Biblia
fueron traducidas al español a fines del siglo doce y principios del trece. En
el año 1569, Casiodoro de Reina, un español que tuvo que huir de España a causa
de su fe, publicó la primera versión completa en español. Casiodoro la tradujo
de las lenguas originales y la publicó en Basilea, Suiza. Su versión fue
conocida como la Biblia del Oso porque en su portada aparece un oso que se ve
comiendo miel de una colmena, representando así el deleite con que el creyente
recibe la palabra. Se dice que la gran mayoría de los ejemplares de la primera
impresión de 2.600 fueron quemados por orden de la Inquisición. Un amigo
español de Casiodoro, Cipriano de Valera, revisó la Biblia del Oso y publicó su
versión en 1602. Él también tuvo que huir de España a causa de la persecución y
pasó la mayor parte de su vida en Inglaterra. La obra de los señores Reina y
Valera, la versión Reina-Valera, en sus varias revisiones a través de los
siglos ha sido la favorita de los evangélicos de habla española.
En ocasiones surge la pregunta: “¿Cómo
podemos saber que nuestra Biblia es igual a la primera que usaron los
cristianos en aquel tiempo?” Aunque los manuscritos originales ya no existen,
hay suficiente evidencia en los escritos de los escritores antes del concilio
de Nicea para calmar cualquier duda respecto a la autenticidad de la Biblia. En
esta lista de los escritores de la iglesia primitiva están Clemente y
Policarpo, quienes vivieron en el tiempo de los apóstoles y conocieron
personalmente a algunos de ellos. Existen miles de reproducciones de varias
partes de las Escrituras que fueron escritas a mano y que datan desde el siglo
cuarto hasta el decimoquinto. Después de este tiempo han existido varias
reproducciones impresas hasta la actualidad. No hay duda de que tenemos el
mismo evangelio que se predicaba en los días de los apóstoles y el mismo
mensaje que fue compilado en el primer canon del Nuevo Testamento.
Los
escritos apócrifos
Junto con los sesenta y seis libros que
finalmente se incorporaron en el Canon Sagrado también aparecieron otros
escritos los cuales muchas personas han considerado dignos de tener un lugar
entre los libros canónicos. La mayoría de estas obras fueron escritas en el
período entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Los mismos forman un
vínculo histórico y presentan muchos datos de interés al que estudia la Biblia.
Sin embargo, los mismos carecen de evidencias que demuestren que fueron
inspirados por Dios.
La
ley y el evangelio
En la Biblia se nos presenta la ley
levítica en la historia antigua de la nación de Israel. Era la voluntad de Dios
que la nación tuviera una ley escrita que gobernara a sus ciudadanos. Dios les
dio la ley levítica en el Monte Sinaí (Éxodo 19) Esta ley estuvo vigente hasta
el tiempo de Cristo (Mateo 5:17–20; Juan 1:17; Colosenses 2:6–17).
La ley suprema para el pueblo de Dios en el
Antiguo Pacto fue la ley levítica, y en el Nuevo Pacto es el evangelio de
Cristo. Existe una armonía y una unidad perfecta entre estas dos leyes. Ambas
dependen la una de la otra. Todos los sacrificios y las ceremonias bajo la ley
eran solamente sombras de Cristo y no habrían servido para nada si no hubieran
sido cumplidos en Cristo. Él, “con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre
a los santificados” (Hebreos 10:14). Por otra parte, “la ley ha sido nuestro
ayo, para llevarnos a Cristo” (Gálatas 3:24). La ley de Moisés mostró a los
israelitas cuan pecaminosos eran y la eficacia de la sangre para borrar los
pecados. Les preparó para recibir a Cristo. Cuando Él vino, la ley había
cumplido su obra. Sus sacrificios ya no tuvieron valor y la palabra de Cristo
tomó el lugar que ocupaban aquellas normas. El Nuevo Testamento es la ley que
ahora está vigente y que rige en nuestras vidas. Esta ley es la regla por la
cual la iglesia bíblica es gobernada.
¿Acaso Dios cambia? No. “Yo Jehová no
cambio” (Malaquías 3:6). ¿Cambia su ley? Sí y no. Los principios de la verdad
eterna fueron expresados tanto por la ley así como por el evangelio; los dos
forman parte de la misma Palabra de Dios. Pero Dios, en Su sabiduría infinita,
aplica Sus principios eternos a las condiciones de cada época.
Dios ha dado leyes en el Nuevo Pacto que son
diferentes (superiores) a las del Antiguo
Pacto. No porque Él haya cambiado, sino porque las condiciones han cambiado.
Dios aplica la verdad eterna a las condiciones existentes de cada época.
1. Dios ha dado dos pactos distintos, el
Antiguo y el Nuevo Testamento (Hebreos 8:6–10).
2. En vista de que algunas condiciones han
cambiado, Dios en Su misericordia prohíbe en el Nuevo Testamento algunas cosas
que ordenó en el Antiguo Testamento (Mateo 5:38–39; Éxodo 21:23–25; Jeremías 31:31–32;
Hebreos 7:12).
3. El Antiguo Testamento era la norma de
vida de Israel hasta la muerte de Cristo en la cruz del Calvario (Gálatas 3:23–25;
Efesios 2:14–15; Colosenses 2:14). Cuando el Señor Jesús murió, la ley terminó
su objetivo de revelar a Cristo y preparar a un pueblo para recibirle.
4. El Antiguo Testamento fue quitado para
que el Nuevo Testamento fuera establecido como la única norma vigente para el
cristiano (Hebreos 10:9–10; Gálatas 1:8–9).
5. El Nuevo Testamento es ahora la norma
para la conducta del cristiano hasta la segunda venida de Cristo (2 Corintios 3:6;
2 Tesalonicenses 1:7–8).
6. El cristiano debe tener al Antiguo
Testamento como una mina rica en instrucción y como algo muy esencial para la
comprensión adecuada del Nuevo Testamento (1 Corintios 10:6, 11; Gálatas 3:24–25).
7. Aquellos que persisten en promulgar la
doctrina del Antiguo Testamento, en lugar de las enseñanzas del Nuevo
Testamento, trastornan las almas de los oyentes (Hechos 15:24; Tito 1:9–11).
1. Dos representantes
Dios autorizó a un representante para cada
uno de los dos pactos: Moisés para el Antiguo Pacto y el Señor Jesucristo para
el Nuevo Pacto. Respecto al Señor Jesús, Moisés dijo: “Profeta os levantará el
Señor vuestro Dios de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis” (Hechos
7:37). El escritor a los Hebreos dice: “Dios, habiendo hablado muchas veces y
de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos
postreros días nos ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1:1–2). El Padre, hablando
desde el cielo, deja bien claro que Cristo es el portavoz autorizado para esta
época cuando dijo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él
oíd” (Mateo 17:5). Hebreos 12:25 dice: “Mirad que no desechéis al que habla.
Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la
tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los
cielos.”
Este último versículo aclara que en el
tiempo del Antiguo Pacto el pueblo de Dios consideró la ley de Moisés como su
regla de vida, mientras que en nuestros tiempos miramos al evangelio como
nuestra ley suprema.
2. Dos pactos
El escritor a los Hebreos, comparando los
dos pactos, dice: “Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador
de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas. Porque si aquel primero
hubiera sido sin defecto, ciertamente no se hubiera procurado lugar para el
segundo. Porque reprendiéndolos dice: He aquí vienen días, dice el Señor, en
que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto”
(Hebreos 8:6–8).
En esta Escritura se encuentran dos
expresiones muy notables: “mejor ministerio” y “mejor pacto”. La primera se
refiere a Cristo y a Su obra comparada con Moisés y la obra del sacerdocio
levítico. Y no es difícil darse cuenta que es mejor el ministerio de Cristo que
el de Moisés. Pero, ¿qué hemos de decir respecto al “mejor pacto”? ¿Acaso el
antiguo pacto era imperfecto?
De ninguna manera. “La ley a la verdad es
santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Romanos 7:12). No existe
absolutamente ninguna falta ni ninguna imperfección en la ley de Dios. La ley
de Moisés, como el evangelio de Cristo, es la ley de Dios. Se concibió en la
mente de Dios y por eso es absolutamente perfecta. Pero “era débil por la
carne” (Romanos 8:3); o en otras palabras, nadie pudo obedecerla perfectamente.
“Por las obras de la ley ningún ser humano será justificado” (Romanos 3:20).
Por esa razón los judíos tuvieron que seguir haciendo sacrificios diarios. De este
modo la ley cumplía su propósito; mostró a la gente que necesitaban algo que la
ley no ofrecía. Necesitaban a Cristo.
Además, como los sacrificios bajo la ley no
eran más que “la sombra de los bienes venideros”, la ley “nunca puede, por los
mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los
que se acercan” (Hebreos 10:1). En otras palabras, la ley era perfecta, pero
los sacrificios ofrecidos bajo ella eran válidos solamente con relación a su
cumplimiento en Cristo. Por esta razón, el pacto de la gracia es mejor que el
pacto de la ley y por eso se dice que el primer pacto era imperfecto (Hebreos
8.7).
3. La ley y la gracia
Pablo escribió a los gálatas diciéndoles:
“La ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo” (Gálatas 3:24). La ley
era correcta en su lugar, en su tiempo, para su propósito; la ley era pura,
justa, santa y perfecta. Pero la ley sirvió para su propósito y se cumplió en
Cristo al ser clavada en la cruz (Colosenses 2:14). De manera que hoy ya no
estamos bajo la ley, sino bajo el evangelio de Cristo. Ahora miramos a Cristo
como nuestro Salvador y Redentor, nuestro Legislador y Autoridad Suprema. Ya no
buscamos en la ley de Moisés para discernir la voluntad del Señor respecto a
nosotros, sino buscamos en el evangelio del Señor Jesucristo.
Juan nos reveló algo importante cuando
dijo: “La ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron
por medio de Jesucristo” (Juan 1:17). El primero es símbolo de la justicia y el
poder de Dios, el otro es símbolo de Su misericordia y de Su gracia. Bajo el
primer pacto el sello era por medio de la sangre de animales; bajo el segundo,
por medio de la sangre del Señor Jesucristo: “inmolado desde el principio del
mundo” (Apocalipsis 13:8).
Una de las distinciones más notables entre
la ley y el evangelio es la manera de tratar con los transgresores. El período
de tiempo en que regía la ley era una época de justicia. La justicia exigió la
muerte de la generación rebelde que no quiso entrar en Canaán, el apedreamiento
de Acán, la muerte de Uza (2 Samuel 6:6–7) y el cautiverio de Israel y Judá por
su infidelidad. Pero en Cristo Dios mostró Su misericordia. Él vino para
salvar, no para condenar. En nuestra época se ve la misericordia de Dios en
medio de la gran iniquidad que hay en el mundo. Además, conocemos personalmente
Su misericordia por medio del perdón que nos ofrece por nuestras faltas y
pecados.
Pero no piense el hombre que Dios tratará
con menos severidad a los de Su pueblo de esta época que de la forma que trató
a los hombres del tiempo pasado. Los tratos de Dios con su pueblo en aquel
tiempo fueron diseñados como un ejemplo para nosotros (1 Corintios 10:6, 11) a
fin de que la gracia de Dios no nos fuera dada en vano. Hoy a nosotros se nos
amonesta enfáticamente que los que rechazan la gracia de Dios sufrirán Su ira durante
la eternidad (2 Tesalonicenses 1:7–9; Hebreos 12:25).
El tema central del Antiguo Testamento es
la ley y se compone de treinta y nueve libros. El tema central del Nuevo
Testamento es el evangelio y se compone de veintisiete libros. La suma de estos
libros completa el mensaje perfecto de Dios al hombre. Esto es lo que llamamos
el Canon Sagrado, las Sagradas Escrituras, la Biblia.