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jueves, 30 de septiembre de 2021

DURA COSA TE ES DAR COCES CONTRA EL AGUIJÓN


Este era un refrán griego, aunque también era familiar para los judíos y para cualquiera que se ganara la vida con la agricultura. Con el tiempo la expresión se transformó también en un refrán español, aunque la palabra “aguijón” se cambió por “aguijada”, que es como se llama en este último idioma a la vara larga que en un extremo tiene una punta de hierro con que los boyeros pican a la yunta de bueyes para dirigirla y/o aguijonearla si se rebela contra la dirección del boyero. Este pincha al buey (o a los bueyes) con la pieza puntiaguda de hierro en el extremo de la vara para dirigirlo(s) en la dirección correcta.

A veces un buey se rebela pateando el pinchazo, y este movimiento brusco provoca que la pieza puntiaguda de hierro en el extremo de la vara se hunda aún más en su piel y carne. En esencia, cuanto más se rebela un animal, más sufre. 

Dar coces contra el aguijón denota poca discreción, obstinación, terquedad, necedad. Alude a quien porfía contra la razón o un poder mayor, a quien trata de resistir a una fuerza a la que no se puede vencer. No hay que empeñarse en hacer frente a una fuerza superior, pues lo único que se consigue es salir perjudicado, como le sucede a la bestia que pretende dar patadas a la aguijada, con lo que se hiere más pronta y profundamente.

Así, tan sólo las palabras del Señor Jesús a Saulo en el camino a Damasco: “Dura cosa te es dar coces contra el aguijón”, representan una humillación para Saulo, que es igualado por el Señor a una bestia estúpida e irracional.

En las traducciones de la Biblia más conocidas, la frase “Dura cosa te es dar coces contra el aguijón” se menciona sólo dos veces, en Hechos 9:1-5 y Hechos 26:9-14. El apóstol Pablo (entonces conocido como Saulo) se dirigía a Damasco para perseguir a los cristianos cuando tuvo un encuentro cegador con el Señor resucitado. Lucas registra el evento: 

Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret; lo cual también hice en Jerusalén. Yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales sacerdotes; y cuando los mataron, yo di mi voto. Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras. Ocupado en esto, iba yo a Damasco con poderes y en comisión de los principales sacerdotes, cuando a mediodía, oh rey, yendo por el camino, vi una luz del cielo que sobrepasaba el resplandor del sol, la cual me rodeó a mí y a los que iban conmigo. Y habiendo caído todos nosotros en tierra, oí una voz que me hablaba, y decía en lengua hebrea: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón” (Hechos 26:9-14). 

La conversión de Saulo es bastante significativa ya que fue el punto de inflexión en su vida. Más tarde, Pablo escribió casi la mitad de los libros del Nuevo Testamento.

El Señor Jesús se interpuso en el camino por el que iba Pablo y le hizo saber que su rebelión contra Él era una batalla perdida. Las acciones de Pablo eran tan insensatas como las de un animal pateando contra el aguijón. Pablo tenía pasión y sinceridad en su lucha contra el cristianismo, pero no se dirigía en la dirección que Dios quería que fuera. El Señor Jesús lo aguijoneó (“dirigió”, “guio”) en la dirección correcta.

Hay una lección poderosa en el antiguo refrán griego. A nosotros también nos resulta duro patear contra el aguijón, porque es una acción inútil que sólo nos perjudica a nosotros mismos. El libro de Proverbios dice: “La reconvención es molesta al que deja el camino; y el que aborrece la corrección morirá” (Pr. 15:10). 

Al que se aparta del camino le espera una severa disciplina. Cuando elegimos desobedecer a Dios, nos volvemos como un estúpido animal de trabajo, que en realidad empuja el aguijón cada vez más profundo en su propia carne cuando cree que lo está alejando. 

“El buen entendimiento da gracia; mas el camino de los transgresores es duro” (Pr. 13:15). 

¡Cuánto mejor es escuchar la Palabra de Dios y obedecerla! ¡Cuánto mejor es escuchar la voz de la conciencia que intentar acallarla! Al resistir la autoridad de Dios revelada en su Palabra, sólo nos  perjudicamos a nosotros mismos.

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domingo, 26 de septiembre de 2021

UN PASEO GUIADO POR LA BIBLIA



Cada generación es más bíblicamente ignorante que la anterior. Pocas personas tienen un fundamento bíblico sólido para recibir a Cristo. Para satisfacer esta necesidad, queremos invitarte a familiarizarte con el evangelio a través de un breve recorrido por la Biblia que te llevará a conocer el mensaje de salvación personal. Puedes dar este folleto a tu vecino, al médico, al mecánico, o un amigo, diciendo: “Si tuviera treinta minutos para hablar con usted acerca de las cosas espirituales, esto es lo que querría decirle”. Los folletos evangelísticos no salvan almas, pero la explicación de la verdad bíblica da una base para el trabajo del Espíritu Santo.

Un hombre una vez se tomó el tiempo de leer la guía de teléfonos de principio a fin. Al terminarla, dijo: “Tiene un gran elenco, pero la trama es muy débil”.

La persona promedio en nuestra sociedad piensa de esa manera acerca de la Biblia. O nunca la ha leído, o la ha leído de una manera tan irregular que no ha conseguido ver qué une sus partes. Cualquiera sea el caso, llega a la conclusión de que la Biblia no tiene argumento, o que si lo tuviera, nadie podría entenderlo.

En este artículo nos gustaría invitarte a darle un recorrido a vuelo de pájaro a la Biblia. Si estás dispuesto a leer hasta el final, creemos que por fin vas a entender acerca de qué trata la Biblia. Verás que puedes saber que no tienes por qué irte al infierno al final de esta vida, sino que puedes pasar la eternidad con Cristo. Tenemos la esperanza de que cuando comprendas esto, tomarás una decisión que cambiará tu vida para siempre.

Mientras lees estas líneas, sería de gran ayuda si pudieras conseguirte una Biblia. Lee los versículos que citamos, y asegúrete de que los estamos citando correctamente, y que explicamos en contexto lo que dice la Biblia, y no estamos diciendo sólo lo que pensamos al respecto. Todas las citas son de la versión Reina Valera de 1960, la traducción en castellano más común y conocida. Si lo deseas puedes seguir alguna otra traducción. Verás que las palabras ligeramente diferentes dicen lo mismo en realidad.

Para comenzar, vamos a organizar nuestra lectura separando la Biblia en sus divisiones comúnmente conocidas: 

1) la ley, 
2) la historia del Antiguo Testamento,
3) la poesía, 
4) los profetas del Antiguo Testamento, 
5) los Evangelios, 
6) la historia del Nuevo Testamento, 
7) las Epístolas, y 
8) la profecía.

Debes leer estas secciones en orden para obtener una comprensión completa de este recorrido por la Biblia.

LA LEY

Los primeros cinco libros de la Biblia: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio se llaman La Ley. Leamos el primer versículo de la Biblia, Génesis 1:1:

En el principio creó Dios los cielos y la tierra”.

Este versículo es sencillo y directo. Es la base de todo el resto de la Biblia. Establece la autoridad que Dios tiene sobre nosotros. Dios tiene derecho a hablarnos porque Él nos creó. Puedes objetar diciendo que crees en la evolución. No es nuestro propósito discutir acerca de este tema, pero es nuestra premisa que sólo el aceptar este versículo literalmente puede dar razón de la energía, la materia y el intrincado diseño que vemos en nuestro universo y en nosotros mismos. Tal diseño, demanda la existencia de un Diseñador.

En Génesis 1, Dios explica cómo Él preparó el escenario para el hombre al crear primero todo lo necesario para su supervivencia y bienestar. Por ejemplo, la corteza terrestre está llena de petróleo, de diamantes y de los minerales que componen cada metal. Ninguna otra criatura aparte del hombre ha utilizado alguna vez estos tesoros. Obviamente, Dios los puso aquí para que sólo el hombre los usara. Génesis 1:26, 27 habla de la creación del hombre:

“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó”.

Como seres humanos, estamos conscientes de que somos diferentes de otras criaturas. El hombre más ignorante se eleva muy por encima del más brillante mono. ¿Por qué? Porque hemos sido creados a imagen de Dios. Todas las facultades que nos hacen diferentes del mundo animal son una parte de esa imagen. Nuestras capacidades de pensamiento, nuestra auto-conciencia y nuestras emociones son algunos ejemplos de la imagen de Dios en nosotros.
La creación permaneció como Dios la había hecho hasta la caída de la raza humana en Génesis 3:1-6:

“Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho. Y dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Podemos comer del fruto de los árboles del jardín: pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Y la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, vuestros ojos serán abiertos, y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal. Y cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría, tomó de su fruto, y comió, y dio también a su marido con ella, y él comió”.

Si le preguntamos a una persona común y corriente qué cree que pasó en la caída del hombre, dirá: “Adán y Eva comieron una manzana que se supone no debían comer”. Esto hace que el pecado suene como algo muy pequeño. Lo que pasó fue muy grande. Los progenitores de la raza humana tomaron una decisión fundamental: a cuál de los dos seres que habían hablado con ellos obedecerían. ¿Elegirían obedecer a Dios, que los puso allí y les dijo: “El día que de él comieres, ciertamente morirás”, o elegirían obedecer al ser que les dijo: “No moriréis”?

Adán y Eva tomaron la decisión equivocada. Pecaron contra Dios, contra ellos mismos y contra todos sus descendientes. Como resultado de esa elección, la raza humana fue separada de Dios, la naturaleza humana fue corrompida y el juicio de Dios recayó sobre la humanidad. El juicio de Dios sobre la mujer está registrado en Génesis 3:16:

“Multiplicaré en gran manera tus dolores y tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti.”

A pesar de todos los avances de la medicina, el embarazo de una mujer consiste en nueve meses de variados malestares físicos y emocionales que culminan en un momento muy difícil de sobrellevar sin ayuda.

El juicio de Dios sobre el hombre, se describe en las palabras de Génesis 3:17-19:

“Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás”.

A pesar de los avanzados conocimientos acerca de la agricultura en nuestros días, el hombre todavía tiene que luchar con el suelo para cultivarlo. A pesar de los muchos inventos de ahorro de trabajo, el hombre aún tiene que ganarse la vida con el sudor de su frente. La mayoría de nosotros sólo podemos dejar de trabajar cuando estamos dispuestos a dejar de comer. La continuación de estos juicios hasta la actualidad demuestra que la humanidad está todavía bajo la maldición que recayó sobre ella en el Huerto del Edén.

Supón que estás a la mesa en el living de tu casa, comiendo. De pronto, alguien abre la puerta principal de la casa y un extraño entra en el comedor. Se ve como uno que se ha estado escondiendo en un grasiento taller mecánico. Sin una palabra de saludo, acerca una silla a la mesa, se limpia las manos en una de las finas servilletas de lino blanco que está sobre ella, acerca el plato con carne con su mano y sin reparar en modales come la más abundante de las comidas. Luego se estira y se dirige a la habitación de invitados, donde se deja caer en el edredón blanco sin siquiera quitarse los zapatos. Tú estás furioso. Ese hombre se está comportando como si fuera el dueño de la casa sin tener el más mínimo derecho... Así es como el hombre impío se comporta en el mundo: sin reconocer que está en la propiedad y la creación de Dios.

Los primeros once capítulos de la Biblia son universales. Se refieren a todo el género humano. Sin embargo, en Génesis 12 la historia del Antiguo Testamento comienza a trazar los orígenes del pueblo judío. Nos encontramos con un hombre llamado Abram, más tarde llamado Abraham. Génesis 12:1-3 nos dice:

“Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”.

El resto del libro de Génesis nos cuenta acerca del desarrollo de la familia de Abraham, y el resto del Antiguo Testamento es la historia de la nación judía. Gentiles (no-judíos) atraviesan sus páginas, pero el registro se centra en el pueblo judío. El nieto de Abraham, Jacob, tiene doce hijos y estos hijos son los progenitores de las doce tribus de Israel. La clave para entender la importancia de Abraham es la verdad dada en Génesis 15:6:

“Y creyó [Abraham] a Jehová, y le fue contado por justicia”.

Este texto nos dice que Abraham fue justificado por Dios en respuesta a su fe. Esta verdad, que se repite varias veces acerca de Abraham, es uno de los puntos clave de la Escritura. La justicia se obtiene por fe. Ten muy presente esto. Vamos a volver a tocar el tema más adelante.

Cuando llegamos al libro del Éxodo, los descendientes de Abraham están en Egipto. Comenzaron su vida en Egipto como huéspedes bienvenidos, pero 400 años después eran esclavos despreciados. Éxodo nos relata cómo Dios levantó a Moisés para liberar a Su pueblo y cómo sacó a los israelitas de Egipto.

Dios prometió conducir al pueblo judío de regreso a Canaán (la Tierra Prometida, hoy también llamada Palestina) donde Abraham había vivido. Esa tierra no estaba muy lejos. Sin embargo, antes de ir a Canaán, Dios los llevó por el desierto rocoso de la península del Sinaí y allí les dio Su ley. El pueblo judío estaba compuesto por esclavos sin concepto de autogobierno ni de nación. Desde Éxodo 20 hasta el libro de Levítico tenemos la Ley con todos sus detalles. Y en Deuteronomio tenemos la revisión y el resumen de esta.

Es de gran ayuda en la lectura de la Ley del Antiguo Testamento darse cuenta de que hay tres clases de leyes. En primer lugar, existe la ley moral. Esto es lo que se encuentra en pasajes como Éxodo 20, donde se dan los diez mandamientos. Veamos Éxodo 20:3-4 y 13-16 como muestra:

“No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra”.
“No matarás. No cometerás adulterio. No hurtarás. No hablarás contra tu prójimo falso testimonio”.

La ley moral es permanente, ya que es una expresión del carácter de Dios. Nuestra generación actual considera la ley moral un convencionalismo social que se puede aceptar o rechazar si así se desea. Dios, sin embargo, considera a todos los hombres culpables por la violación de su ley moral.

La ley moral es la expresión de la voluntad de un Dios santo. El Nuevo Testamento en Romanos 7:12 recalca “que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno”. No se trata de un código de ley humano, sino de la palabra de un Dios santo. Éxodo 15:11 dice que Dios es “magnífico en santidad”. Tal vez el lector ha exclamado alguna vez: “¡Es un día magnífico!” Con esto quiere decir que el día es perfecto, que no podría ser mejor. Eso es lo que la Biblia quiere decir cuando declara que Dios es “magnífico en santidad”: Él es perfecto, no podría ser mejor. No estamos tratando con un Dios que acepta “no está mal”, “aceptable”, o “qué se le va a hacer”. La santidad de Dios requiere perfección moral total. Nada menos que eso es aceptable para Dios.

En segundo lugar, está la ley civil. Israel no tenía ninguna experiencia de gobierno así que Dios les dio leyes prácticas por medio de las cuales se regularan como nación. Un buen ejemplo de la ley civil es Éxodo 21:28-29:

“Si un buey acorneare a hombre o a mujer, y a causa de ello muriere, el buey será apedreado, y no será comida su carne; mas el dueño del buey será absuelto. Pero si el buey fuere acorneador desde tiempo atrás, y a su dueño se le hubiere notificado, y no lo hubiere guardado, y matare a hombre o mujer, el buey será apedreado, y también morirá su dueño”.

La ley civil era temporal, pero encarna principios permanentes. La idea de que un hombre es más responsable si sabe que su animal es peligroso sigue siendo una parte de la jurisprudencia actual.

En tercer lugar, está la ley ceremonial. Esto es acerca de lo que el libro de Levítico se trata. Para nuestra sociedad es el tipo de ley más difícil de entender. Tomemos Levítico 1:2-5 para una muestra:

“Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando alguno de entre vosotros ofrece ofrenda a Jehová, de ganado vacuno u ovejuno haréis vuestra ofrenda. Si su ofrenda fuere holocausto vacuno, macho sin defecto lo ofrecerá; de su voluntad lo ofrecerá a la puerta del tabernáculo de reunión delante de Jehová. Y pondrá su mano sobre la cabeza del holocausto, y será aceptado para expiación suya. Entonces degollará el becerro en la presencia de Jehová; y los sacerdotes hijos de Aarón ofrecerán la sangre, y la rociarán alrededor sobre el altar, el cual está a la puerta del tabernáculo de reunión”.

Cuando un hombre deseaba acercarse a Dios para obtener de Él el perdón de sus pecados, debía presentar un sacrificio de sangre. Esto le enseñaba de manera objetiva que la paga del pecado es siempre la muerte. El hecho de que el sacrificio tenía que ser sin defecto apuntaba al hecho de que el único sacrificio que Dios podía aceptar por el pecado debía ser perfecto. El hombre tenía que identificarse con su ofrenda, poniendo su mano sobre la cabeza del animal a sacrificar. Esto presagiaba que la salvación del hombre iba a realizarse a través de un sustituto. La ley ceremonial era deliberadamente temporal. No se espera que nadie guarde la ley ceremonial hoy. Era una herramienta de enseñanza para dirigir a los hombres a la cruz de Cristo: el Sacrificio perfecto, el Sustituto por nuestros pecados.

Los cinco libros de la Ley finalizan con Israel junto a la entrada de la Tierra Prometida. Moisés muere y su suplente Josué toma su lugar.

HISTORIA DEL ANTIGUO TESTAMENTO

Después de La Ley llegamos a doce libros de historia. Van desde Josué hasta Ester. Ellos nos dan la historia de la nación judía desde Moisés hasta el fin del Antiguo Testamento.

Josué nos cuenta cómo fue conquistada la tierra prometida y se dividieron las tribus. Jueces registra cómo se regía el país con un sistema de jueces que Dios levantaba cuando la gente era piadosa. En 1ª de Samuel vemos cómo Israel cambió el gobierno de los jueces por el de una monarquía. Los libros de 2ª de Samuel, 1ª y 2ª  de Reyes y 1ª  y 2ª  de Crónicas registran la historia de Israel bajo la monarquía. En realidad, hubo dos líneas monárquicas en la nación cuando esta se dividió en dos reinos conocidos en la historia como Israel y Judá.

Cuatro cosas ocurrieron durante el período de los reinos judíos. En primer lugar, Dios levantó a la dinastía de David, la que prometió que sería eterna. Dios le hizo esta promesa a David en 2ª de Samuel 7:16:

“Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente”.

Cada vez que el reino de Judá tuvo un rey legítimo era un descendiente de David. Esa promesa nos lleva al Señor Jesucristo, que es el rey final de la línea de David.

En segundo lugar, corderos y otros animales continuaron siendo sacrificados por los pecados de los hombres. Los sacrificios que mencionamos en Levítico continuaron siendo ofrecidos durante este período de la historia judía.

En tercer lugar, los hombres escribieron sobre sus experiencias espirituales en libros como Salmos y Proverbios. David escribió: “Jehová es mi pastor; nada me faltará” (Salmo 23:1). Salomón escribió: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia” (Proverbios 3:5).

En cuarto lugar, los profetas escribieron lo que Dios les reveló. En sus profecías a veces se dirigen a Israel y a Judá, a menudo advirtiéndoles el juicio inminente de Dios a causa de su apostasía. En otras ocasiones, encadenan una serie de predicciones acerca de la venida del Mesías, quien sería la respuesta a las necesidades de Israel y de todos los hombres.

En el curso de la historia, ambos reinos (Israel y Judá) abandonaron al Dios que los hizo grandes y terminaron en cautiverio. Las diez tribus de Israel fueron capturadas por los asirios, y tal fue su dispersión que los israelitas nunca volvieron a su patria. Judá cayó ante los babilonios. Algunos de ellos regresaron a la Tierra Prometida después de setenta años. Esa historia se cuenta en Esdras, Nehemías y Ester.

POESÍA DEL ANTIGUO TESTAMENTO

Después de los libros de historia tenemos los cinco libros de poesía: Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés y El Cantar de los Cantares no se parecen a la poesía que nosotros conocemos, ya que carecen de la rima y la métrica tan común a la poesía occidental. En estos libros, hombres piadosos escribieron sobre las cosas que Dios les había enseñado en las experiencias de la vida. Se quejan, razonan, y la mayoría de ellos alaban a Dios. Esta sección está llena de cosas que hablan a nuestro corazón, porque son el clamor de los corazones de hombres en circunstancias similares a las nuestras. Sea cual sea nuestra situación, la podemos encontrar reflejada en alguno de estos libros.

PROFETAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO

El Antiguo Testamento concluye con los diecisiete libros de los profetas. Los cinco primeros son generalmente llamados los profetas mayores y los últimos doce se llaman los profetas menores. La mayoría de estas profecías fueron registradas durante el mismo período de los libros de historia. Cuando llegamos al final de los doce libros de historia nos hemos enterado de toda la historia bíblica. Los libros poéticos y los libros proféticos vienen después de la sección histórica en la Biblia, pero todos los poetas y profetas vivieron en los días de los libros de historia. Por ejemplo, los Salmos de David fueron escritos durante el período de y 2ª de Samuel. Isaías vivió en el período de 2ª de Reyes, y Daniel vivió a finales de 2ª de Crónicas.

Mencionamos antes que los profetas encadenaron una serie de predicciones acerca de la venida del Mesías. Veamos tres ejemplos. En primer lugar, veamos Isaías 7:14:

“Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel”.

Alrededor de 700 años antes de que sucediera, Isaías predijo que una virgen (la conocemos como María) concebiría y daría a luz un hijo. Él sería el cumplimiento literal del extraño nombre que le da el profeta: Emmanuel significa “Dios con nosotros”. Muchos hombres han tratado de eliminar la palabra “virgen” en este versículo, pero no se puede hacer si un traductor es fiel a los manuscritos hebreos y griegos.

En segundo lugar, echemos un vistazo a una predicción de uno de los profetas menores. Miqueas 5:2:

“Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad”.

Esta promesa predice que el Mesías debía nacer en Belén. Esta fue la promesa que los eruditos judíos citan a Herodes cuando él les preguntó dónde debía nacer el Cristo (Mesías). La promesa dejó en claro que el Mesías iba a ser una persona eterna “y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad”.

En tercer lugar, echémosle un vistazo a Isaías 53:5-6. Este capítulo es la más extensa predicción profética acerca del sufrimiento y la muerte vicaria (sustitutiva) de Cristo.

“Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”.

La esencia de esta predicción es la naturaleza vicaria (sustitutiva) del sacrificio de Cristo. Nuestras son las rebeliones; nuestros son los pecados; nosotros nos merecemos el castigo y la llaga; pero Él lo sufrió todo en nuestro lugar. Nosotros, como ovejas descarriadas, nos extraviamos, pero la culpa fue puesta sobre Él. Levítico, que como dijimos trata acerca de la ley ceremonial, menciona el sacrificio de un cordero (ganado…ovejuno) que debía ser ofrecido por nuestro pecado, simbolizando que la paga por el pecado es la muerte: el derramamiento de sangre. La imagen se amplía aquí en las palabras de Isaías, quien nos revela que el cordero que sería ofrecido a Dios en nuestro lugar es, en realidad, Cristo.

Así termina nuestro paseo guiado por el Antiguo Testamento. Hemos ignorado muchas cosas, pero hemos destacado los temas que son vitales.

LOS EVANGELIOS

Saltándonos los cuatrocientos años de silencio que se encuentran entre los dos testamentos llegamos al Nuevo Testamento y nos encontramos con Los Evangelios: cuatro relatos independientes de la vida del Señor Jesucristo que llevan el nombre de sus autores: Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

Aunque independientes, estos cuatro autores están de acuerdo en cuanto a los hechos de la historia. Cristo nació en Belén, como dijo Miqueas 5:2. Alrededor de los treinta años entró en Su ministerio. Su precursor, Juan el Bautista, que era unos seis meses mayor que Él, proclamó que el Señor Jesús venía. Un día:

“vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).

Juan, versado en La Ley, tenía en mente esa serie de corderos expiatorios cuya sangre manchaba la arena del Antiguo Testamento. Entendió que aquellos corderos tipificaban a este Cordero, que cumpliría la profecía de Isaías 53:5-6 que anunciaba el sacrificio final y perfecto por el pecado de la humanidad. Los hombres de este mundo llaman al Señor Jesús “el gran arquitecto”, “el maestro de maestros”, y “un gran profeta”; pero Juan vio que Su gran objetivo era ser el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Cada uno de los cuatro Evangelios comienza su historia acerca del Señor de diferente manera. Mateo y Lucas hablan del nacimiento de Cristo. Marcos y Juan no lo hacen. Sin embargo, los cuatro relatos terminan de la misma manera: con la crucifixión, muerte y resurrección de Jesucristo. La crucifixión y la resurrección son el núcleo y el clímax del camino de la salvación que Dios proveyó para el hombre. Cristo vino a ser el Cordero de Dios que iba a morir en la cruz sufriendo el castigo por nuestro pecado. Isaías lo predijo. Juan el Bautista lo entendió. Los Evangelios dan testimonio de que Cristo logró lo que vino a hacer. La resurrección es el sello final de aprobación de Dios a la obra consumada de Cristo.

Antes de dejar Los Evangelios debemos decir unas palabras sobre el cielo y el infierno. La noche antes de Su muerte, el Señor Jesús habló a Sus discípulos acerca de la eternidad diciendo:

“En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”.

Él enseñó que la casa del Padre, la Nueva Jerusalén (Hebreos 11:10, 16; 12:22; 13:14), es el lugar donde los que han confiado en la obra de Cristo habitarán. Es una ciudad literal, al igual que nuestra ciudad natal lo es. La Nueva Jerusalén ahora está en el cielo, el lugar desde donde el Señor Jesús vino, y el lugar donde ahora Él reside. Un día, sin embargo, la Nueva Jerusalén descenderá del cielo (Apocalipsis 21-22) a una tierra restaurada, renovada, que para siempre será un lugar de descanso, de conocimiento espiritual perfecto, de la presencia de Dios, de la luz, de la adoración y del servicio. La injusticia, el dolor, la tristeza y las lágrimas estarán ausentes tanto de la Nueva Jerusalén como de la nueva tierra de Dios.

El lado opuesto de la moneda es que el infierno también es un lugar literal. El Señor Jesucristo enseña esto. El infierno existe porque la ira de un Dios santo no puede tolerar la presencia del pecado: el pecado es abominación para Dios. No es posible que alguien desee escoger para sí la ira de Dios en vez de la gloria eterna, pero Juan 3:36 dice:

“El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él”.

De acuerdo con la enseñanza del Señor, el infierno es un lugar de eterna oscuridad, de dolor y de tristeza, de fuego y azufre, y de separación de Dios. El infierno es el lugar que cada persona escoge para sí cuando “rehúsa creer” en el Señor Jesucristo como su Salvador. El hombre desea eliminar de su mente la creencia del infierno, pero el Señor advierte severamente acerca de la realidad de su existencia en Lucas 12:4-5:

“Mas os digo, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después nada más pueden hacer. Pero os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a éste temed”.

HISTORIA NUEVOTESTAMENTARIA

En el Antiguo Testamento vimos que doce libros están dedicados a la historia. En el Nuevo Testamento hay un sólo libro: el libro de los Hechos. Hechos nos da la historia de lo que sucedió después de que Cristo fue crucificado, resucitó y ascendió al cielo. Dios envió el don del Espíritu Santo a los creyentes, tal como Cristo había prometido que lo haría.

Fortalecidos de esa manera, los discípulos previamente tímidos comenzaron a predicar el Evangelio a un mundo perdido. A medida que predicaban, los hombres creían en el Señor Jesucristo. Los que creyeron comenzaron a reunirse en grupos locales llamados iglesias, las que eran lideradas por miembros calificados que surgían desde sus propias filas.

Uno de los convertidos más notables fue Saulo de Tarso. Después de su conversión se hizo conocido simplemente como Pablo, y fue el gran misionero entre los gentiles (no-judíos). Su ministerio dejó iglesias en lugares como Galacia, Filipos, Tesalónica, Corinto y Éfeso. Estas importantes ciudades del imperio romano se convirtieron en centros desde las que el mensaje de salvación se esparció a todo el mundo conocido de entonces. Gran parte del libro de los Hechos se dedica al ministerio de Pablo.

LAS EPÍSTOLAS

La mayor parte del Nuevo Testamento se compone de veintiún epístolas. Epístola es una palabra elegante para referirse a una carta. Al menos trece de estas cartas fueron escritas por Pablo, las demás por Pedro, Juan, Santiago y Judas. La mayoría de ellas fueron escritas a iglesias del primer siglo como Roma, Corinto y Tesalónica. Otras fueron escritas para hombres como Timoteo y Tito, quienes fueron colaboradores de Pablo. Algunas fueron escritas específicamente para los cristianos hebreos.

En las epístolas encontramos la doctrina y la práctica del cristianismo establecidas en forma acabada para la orientación de las primeras iglesias. En ellas se expone la verdad y se corrige el error. Dos pasajes de las epístolas son dignos de mención aquí porque abordan dos problemas contemporáneos que la gente tiene con el cristianismo.

En primer lugar, leamos 1ª de Corintios 15:1-4:

“Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”.

Si se le preguntara a muchas personas hoy en día: “¿Qué es el Evangelio?”,  darían una respuesta equivocada. Dirían cosas tales como: “El Evangelio es amar a tu prójimo y hacer el bien”. Esa definición vaga acerca de un tema de crucial importancia eterna no es de la Escritura. Estos versículos dejan muy claro que el Evangelio es el mensaje de que el Señor Jesucristo murió en la cruz por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó de la tumba. El modernismo ha redefinido deshonestamente el Evangelio como un mensaje de tolerancia, integración y socialización. Esto es falso. El Evangelio es un mensaje de salvación para todos los seres humanos culpables de pecado ante de un Dios santo.

En segundo lugar, consideremos la siguiente lista que se da en Gálatas 5:19-21:

“Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”.

El título de esta lista es “las obras de la carne”. Puedes leer la lista y decir: “No he hecho todas estas cosas”. Pero esta lista describe nuestra carne, nuestra condición humana. Menciona pecados que todos somos capaces de cometer si nos dejamos llevar. Es una descripción espeluznante de nuestra naturaleza pecaminosa. Un Dios santo no puede contaminar Su presencia con estas personas.

Ahora prestémosle atención a los siguientes versículos de Gálatas 5:22-23:

“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”.

El título de esta lista es “el fruto del Espíritu”. La palabra “Espíritu” se escribe con mayúsculas porque habla del Espíritu Santo que Dios pone en el corazón de un creyente cuando recibe a Cristo como su Salvador. Cualquier persona honesta confesará que estas virtudes no son las cosas que caracterizan a los seres humanos naturalmente; son los buenos frutos que sólo el Espíritu de Dios puede producir en una persona cuando ésta lo recibe en su corazón.

Hace varios años atrás, un joven escuchó una presentación del Evangelio mientras asistía como invitado a una iglesia. Vio que era culpable de pecado ante Dios. Entendió que Cristo murió por él, pero no estaba muy decidido a recibir a Cristo como su Salvador. El joven frecuentaba un ambiente muy disipado y mundano: él y sus amigos consumían mucho alcohol y la conducta inmoral era algo normal y aceptable entre ellos. A él le gustaba esa parte de su vida, y no estaba seguro de que pudiera renunciar a todo eso. Sin embargo, dejando de lado sus aprehensiones, se decidió a recibir a Cristo en ese momento y sin preocuparse por el hecho de que se sintiera incapaz de renunciar a su vida de pecado. Algo en su interior le decía que si la decisión de recibir la salvación que Cristo le ofrecía era sincera, el Señor mismo lo libraría de su pecado paulatinamente, de algún modo. Así que recibió a Cristo públicamente ese día. Poco tiempo después, dejó la vida disipada y el frecuentar su antiguo círculo de amistades. Desde el día que recibió a Cristo como su Salvador comenzó a perder el gusto por todo eso. Hoy día vive para Cristo. (Quien escribe da testimonio de que esta experiencia es cierta, porque es la suya.)

Este incidente es más que una simpática anécdota. Es para destacar que la salvación no es rehacerse a sí mismo al abandonar hábitos pecaminosos. La salvación es aceptar el sacrificio de Dios por nuestros pecados, recibir el Espíritu Santo y permitirle que lidie con nuestra vida pecaminosa y produzca en nosotros Su fruto, el fruto del Espíritu que citamos en Gálatas 5:22-23.

PROFECÍA NUEVOTESTAMENTARIA

Esta es la última sección del Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento hay diecisiete libros de profecía. Aquí sólo hay uno, el Apocalipsis. No es nuestro propósito ahora estudiar este libro. Por ahora, basta decir que el Apocalipsis nos revela el final de todas las cosas en el programa de Dios. Después de un tiempo de gran tribulación a manos de un gobierno mundial presidido por el Anticristo, tenemos el arrebatamiento de los santos con la resurrección de sus cuerpos al momento del regreso triunfal del Señor Jesucristo a reinar e instaurar en la tierra un reino de mil años, el cual marca el comienzo de “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Apocalipsis 21:1) en el que Dios mismo reinará por los siglos de los siglos.

Conclusión

Aquí termina nuestro paseo guiado por la Biblia. Esperamos que te hayas dado cuenta de que ha sido mucho más que una reseña literaria. Hemos tratado de mostrar que el gran tema de la Biblia es la perfecta salvación que Dios ha provisto para el hombre a través del Señor Jesucristo, que vino a este mundo en carne humana para ser el Cordero de Dios que murió por nuestros pecados. Esperamos que puedas apreciar esta verdad. Sin embargo, el simple hecho de apreciar la verdad no te salvará. Es necesario hacer una decisión que cambie el curso entero de tu vida.

Un vendedor de seguros que viene a nosotros tratará de mostrarnos que necesitamos un seguro. Luego tratará de convencernos de que tiene justo la póliza que necesitamos. Sin embargo, aún si estamos convencidos de la verdad y del valor de estas dos cosas, todavía no estamos asegurados. El conocimiento de que necesitamos un seguro y la certeza de que existe el que nos conviene no nos va a beneficiar. Del mismo modo, el conocimiento de las verdades presentadas aquí no salvará a nadie.

Dios ha provisto todo lo necesario para que nuestros pecados sean perdonados por Él. Podemos tener una esperanza segura de que nuestra vida pecaminosa y mundana puede cambiar, y de que nuestra alma puede ser librada del infierno, y de que pasaremos la eternidad con Cristo. ¿Cómo puedes apropiarte de lo que Dios ha provisto para ti? Cuando la Biblia habla acerca de convertirse en cristiano, utiliza uno de los dos siguientes conceptos. Leamos con cuidado Juan 1:12:

“Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.

El primer concepto es la imagen de recibir a Cristo. Si alguien fuera a llamar a nuestra puerta y pedir entrar a nuestra casa, nosotros, los dueños de casa, tendríamos la opción de decidir si deseamos o no recibir al solicitante. Recibirlo sería tan sencillo como decir: “Sí, me gustaría que entraras”. Recibir a Cristo es bastante similar. Si estamos convencidos de que somos unos pecadores perdidos, y si estamos dispuestos a arrepentirnos de ese pecado, y si nos damos cuenta de que Cristo murió por nosotros, entonces estaríamos listos para decir con un corazón sincero: “Señor Jesús, ven a mi corazón y salva mi alma de mi pecado y del fuego eterno”. Estas no son palabras mágicas. Más bien, son una transacción legal y eterna con el Salvador que murió por nuestro pecado.

El segundo concepto en Juan 1:12 es la idea de creer en el Señor Jesucristo. En nuestra cultura se utiliza la palabra “creer” de forma muy liviana. Si le preguntamos a  cualquier persona si creen en el Señor Jesucristo, nos darán una respuesta positiva; sin embargo, es obvio que la mayoría de las personas no son salvas. ¿Cuál es el problema?

Casi no nos atrevemos a usar la siguiente ilustración. Desde que la escuchamos por primera vez, hemos escuchado diferentes versiones, y no estamos seguros de su exactitud. Pero, independientemente de si el incidente es exacto o no, la verdad que enseña sí lo es. 

Charles Blondin fue, en su tiempo, el equilibrista de la cuerda floja y acróbata más aclamado del mundo. Una placa en las Cataratas del Niágara conmemora su hazaña de cruzar el barranco a una gran altura con un amigo en la espalda. Una mañana él estaba ejecutando su hazaña en Londres. La cuerda floja se extendía entre dos edificios muy altos. Se había anunciado que iba a preparar y a tomar el desayuno sobre ella. A la hora indicada se presentó con una pequeña carretilla cargada con los utensilios necesarios. La llevó hasta el centro de la cuerda floja, encendió una cocinilla a parafina, y se preparó un huevo frito y un café. Cuando terminó puso los utensilios de vuelta en la carretilla y se dirigió al otro edificio. Parecía como si todos los chicos de Londres se hubieran reunido allí para hablar con él. Blondin le preguntó uno de los chicos si había sentido miedo cuando lo había visto hacer su hazaña sobre la cuerda floja. El niño le aseguró que no había sentido miedo. Le dijo que nunca había dudado de la capacidad del equilibrista. Blondin llevó la conversación más allá al preguntarle al niño si creía que él podía poner a un hombre en su carretilla y llevarlo al otro lado. El niño respondió que creía que sí, y que no sentiría miedo al verlo hacer tal cosa. Entonces Blondin desafió al niño diciéndole: “Súbete en mi carretilla y te llevaré al otro lado a través de la cuerda”. En ese momento la confianza en el rostro del niño desapareció. Él creía, o eso pensaba; pero no estaba dispuesto a aceptar la invitación del equilibrista.

La fe salvadora es más que decir: “Yo creo”; es subirse a la salvación que el Señor nos ofrece y confiar en que Él nos llevará hasta el otro lado. Tú que lees estas líneas, ¿confías en que Cristo puede perdonar tu pecado y llevarte sano(a) y salvo(a) hasta el otro lado?

No hemos hablado mucho en este folleto acerca del arrepentimiento. No es el camino de la salvación, pero es algo necesario para ello. Dios no salva a los pecadores que deseen continuar en su pecado. Dios salva a las personas que están dispuestas a renunciar a su pecado, que quieren ser librados de él. Nadie será salvo hasta que no reconozca su pecado, y lo admita, y desee con todo su corazón la liberación que Dios le ofrece.

Si deseas con todo tu corazón ser libre de tu pecado, invoca al Señor Jesús ahora mismo. Confiésale que te has dado cuenta de que estás enfermo(a) de pecado. Dile que te das cuenta de que Él murió por ti para pagar la culpa de tu pecado. Pídele que salve tu alma. Confía en Él con todo tu corazón. Si lo haces y guardas su palabra y perseveras has el fin (Apocalipsis 3:8; Mateo 24:13), Él te llevará al otro lado a través de la cuerda floja de esta vida.

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jueves, 23 de septiembre de 2021

LA VERDAD SOBRE EL DIVORCIO—Y CÓMO EVITARLO

[Fuente: https://www.marriageministry.org. Adaptado para este blog.]

¿Estás pensando en divorciarte? 

Hay pocas cosas en la vida que sean más dolorosas que la experiencia de divorciarte de tu cónyuge. Es devastador. Desde el momento en que te despiertas por la mañana, eso es todo en lo que puedes pensar. Nada más importa realmente. Todas tus horas de vigilia, tus pensamientos y sentimientos, toda tu vida gira en torno a cómo tú y tu cónyuge se han separado. Te sientes desconcertado(a). ¿Te preguntas qué salió mal? ¿Qué pasó con los buenos tiempos de antaño y los sueños que tenías para el futuro?

El primer amor

Imagínate por un momento que tu noviazgo y matrimonio están en una cinta de video. Si rebobinaras hasta el principio, ¿qué verías? ¿Ese momento mágico, cuando los dos se conocieron y se enamoraron? ¿Los momentos especiales que compartieron, un picnic, un paseo por el parque o por la playa? La poderosa atracción comienza cuando las chispas comienzan a volar. Parece que no pueden tener suficiente el uno del otro. A medida que se conocieron, la atracción creció debido a la aceptación, el aprecio y el amor.

Podían hablar de cualquier cosa. Estar juntos era emocionante y divertido, y querían estar juntos todo el tiempo. Entonces, no pasó mucho tiempo hasta que comenzaron a hacer planes para un futuro juntos. Habías encontrado a la persona de tus sueños y el matrimonio te ofreció la oportunidad de cumplir todos tus anhelos y deseos secretos. El día de tu boda, estabas lleno(a) de expectativas al hacer los votos, prometiendo estar juntos para bien o para mal, en la riqueza o en la pobreza, en la enfermedad y en la salud.

La luna de miel

Luego vino el éxtasis de tu luna de miel, cuando celebraste tu amor con pasión y placer. Ese día te sentiste completo(a) y realizado(a). El divorcio era lo más alejado de tu mente. Pero apenas terminó la luna de miel, las cosas empezaron a cambiar. El dinero que se ganaba no era suficiente para pagar todas las fantasías de continuar pasándolo bien, y con las nuevas obligaciones surgieron demandas crecientes sobre tus recursos y tu tiempo. Con el paso de los años, los sueños con los que comenzaste se vieron obstaculizados por duras realidades, si no destrozados por la desilusión. Las tensiones aumentaron y el estrés comenzó a pasar factura (nadie te dijo que el matrimonio es estresante). Los problemas no resueltos y los eventos dolorosos del pasado comenzaron a erosionar la relación hasta un punto de desesperación. La ternura y la intimidad casi desaparecieron. Y ahora, el matrimonio que estás viviendo no es el que esperabas.

Una vez hubo grandes esperanzas de una unión estable y un hogar feliz, pero a pesar de cómo se vieron las cosas antes, eso comienza a parecer imposible ahora. La persona con la que no podías esperar a pasar el resto de tu vida ahora parece indiferente, poco dispuesta y desinteresada. Con necesidades insatisfechas y demandas incesantes, la manipulación, el resentimiento, la amargura y la ingratitud se han instalado. Ahora se relacionan entre sí principalmente con ira y conflicto, o bien con evasión y retraimiento. Parece que ustedes dos no pueden hablar de nada sin perder los estribos y herir sus sentimientos.

Cambios

La persona con la que te casaste cambió. Y, sin embargo, ella es la persona que amabas tan profundamente el día de tu boda. Ella es la persona con la que sinceramente elegiste estar a través de las alegrías y las dificultades de la vida.

Es como si una poderosa corriente se hubiera apoderado de ambos, llevándolos por un camino de pensamientos negativos. Te sientes abrumado(a) por sentimientos destructivos y acciones y reacciones dolorosas que te llevan al aislamiento y la soledad. Decepcionado(a), desanimado(a) y confundido(a), sientes que tu amor ha muerto y tienes ganas de rendirte. El divorcio parece una opción viable. Después de todo está ahí, al alcance de la mano.

Si has elegido leer este artículo, hay una razón, una buena razón. Quizás estés en un matrimonio que está en problemas. Quizás este escenario suene incómodamente similar al tuyo. O tal vez llegaste aquí por una ruta diferente. Independientemente de cómo llegaste, el dolor y la decepción a veces parecen insoportables. Puedes sentir que lo has intentado todo, y parece que no te queda nada más por hacer, por lo que estás considerando el divorcio. Al considerar esta opción, querrás saber la verdad sobre el divorcio.

Mi historia personal

Puedo entender de dónde vienes. En mi tercer año en la universidad, me casé con mi novia de la secundaria, después de estar saliendo durante seis años. Cinco años después de casarnos, parecíamos más como compañeros de cuarto: viviendo vidas separadas. Habíamos intentado todo lo humanamente posible para arreglar las cosas entre nosotros. Aunque profesábamos ser cristianos y estábamos absolutamente en contra de la idea del divorcio, nunca habíamos aprendido y, en consecuencia, no sabíamos cómo funcionar en la relación humana más importante de la tierra. Como pareja, asistíamos a la iglesia los domingos y creíamos en la Biblia. Sin embargo, estábamos en un camino hacia la ruina matrimonial. Parecía que cuanto más intentaba ella apelar a mi sensibilidad, más insensible me volvía; y cuanto más intentaba yo razonar con ella, más irracional se volvía ella.

Cuando comenzaron nuestros problemas, pensé: “Ésta es sólo una etapa por la que estamos atravesando”. Pero luego me di cuenta de que me estaba engañando a mí mismo. Mi matrimonio empeoraba progresivamente, no mejoraba. A pesar de todas las dificultades, hubo momentos en los que recordaba el pasado y veía con nostalgia los buenos momentos que compartimos. Llegó un momento en que la guerra constante en casa nos estaba sirviendo como un doloroso recordatorio de que gran parte de lo que habíamos tenido juntos parecía haberse perdido para siempre. Para empeorar las cosas, todas nuestras batallas no habían pasado desapercibidas para nuestras dos hijas. La hora de acostarse se había llenado de lágrimas, preguntas sobre el divorcio, miedos nocturnos inusuales e ira.

Desesperado por respuestas

Una y otra vez reflexioné sobre lo que salió mal. Aunque las cosas nunca fueron perfectas, supe desde el principio que las grandes exigencias de asistir a la escuela de posgrado terminarían por pasarme la cuenta. Para el momento en que terminé mi carrera los años de preparación nos habían afectado gravemente como pareja. Los nacimientos de nuestras dos hijas, con sólo once meses de diferencia, marcaron otro punto de inflexión. Inicialmente, estábamos encantados con nuestros nuevos bebés, pero nuestra alegría mutua duró poco. Mi esposa se sumergió por completo en la maternidad, y yo pasaba cada vez más tiempo en la oficina. Al principio, ella con frecuencia expresaba su dolor y resentimiento por mis largas ausencias, pero como “todo era por la familia”, me justificaba a mí mismo.

Después de un largo período sin respuesta de mi parte, ella finalmente dejó de intentarlo. Vivíamos vidas separadas con pocas actividades compartidas. Nuestros intercambios verbales se limitaban a “Pásame la sal, por favor”. Cada año discutíamos con mayor frecuencia, volviéndonos más entumecidos y retraídos. Recuerdo que una vez, después de separarme, vi una película sobre una pareja cuyo matrimonio se estaba desmoronando. En esa película, vi mi propio matrimonio como un reflejo en un espejo. Incluso parecía como si el equipo que la filmó se hubiera mudado en secreto a nuestra casa y hubiera filmado la historia de nuestro matrimonio.

La realización

Para cuando cumplí los treinta y tantos, había logrado todas las metas que me había propuesto. Tenía un negocio exitoso y tenía casi todo lo que siempre quise. A pesar de todos mis éxitos, no había logrado la satisfacción y la felicidad que había anhelado, y ciertamente no tenía un matrimonio y una familia felices. Sentí una persistente sensación de vacío. Había hecho todo lo que pensé que me traería la felicidad que quería, pero aún faltaba algo.

Cuando intentaba llenar mi vacío, cometí muchos errores como persona, esposo y padre. A la edad de treinta y nueve años mi vida era un desastre. El egoísmo, el alcohol, las drogas y el materialismo hicieron mella en mi matrimonio. Después de diecisiete años de este tipo de vida, mi esposa se marchó. Mi matrimonio terminó y llegó a su fin.

Esta historia es demasiado familiar, y durante los últimos 21 años que he trabajado con parejas con problemas matrimoniales, he escuchado muchas historias como la mía. Las escenas y los actores cambian, los detalles varían, pero la dinámica es sorprendentemente similar.

Mantener el matrimonio

Cuando se descuida un matrimonio, la relación se deteriora. Los esfuerzos por resolver los problemas resultan ineficaces y el divorcio parece ser la única solución. Al borde del divorcio, en un intento desesperado de “última hora” por salvar mi matrimonio, leí libros de autoayuda y busqué la ayuda de pastores y consejeros matrimoniales. Todo fue en vano. Dos consejeros matrimoniales diferentes me dijeron que si no era feliz en mi matrimonio, simplemente debería salir de él. En realidad, todos fomentaban el divorcio. Ese fue todo el estímulo que necesitaba escuchar. Después de todo, me dije, la vida es corta y todos tenemos 
derecho a ser feliz. Opté por divorciarme. Y a través de un largo proceso, pronto descubrí la verdad sobre el divorcio.

Y la verdad es esta: cuando todo el proceso termina y sopesas los costos y los “beneficios”, lo que resulta es que los 
beneficios de disolver tu matrimonio mediante el divorcio no valen nada en comparación con el dolor desgarrador de haber destruido una familia que ahora todavía podría estar unida y ser feliz

Durante los últimos 21 años trabajando con parejas y familias después de mi divorcio, he sido testigo del sufrimiento, la desilusión y el dolor persistente que son los subproductos de la ruptura de un hogar. A lo largo de los años, he visto de primera mano la trágica devastación que deja el divorcio a su paso. En la superficie, la idea del divorcio, la idea de alejarse del dolor suena atractiva, pero en realidad sólo empeora tu dolor y tus problemas. En muchos sentidos, el divorcio es como cambiar un conjunto de problemas por otro, que muchas veces son mucho peores.

CÓMO SE PUEDE SALVAR UN MATRIMONIO 

Casarse es muy parecido a iniciar una carrera o ingresar a un posgrado universitario. Es 
relativamente fácil comenzar, pero está garantizado que será un desafío que demandará todo de ti si quieres terminarlo. Y la peor catástrofe sería que dejaras de intentarlo. En mi trabajo como ministro de matrimonio y familia, he visto mucha discordia en muchos matrimonios. Habiendo pasado yo mismo por un divorcio y habiendo estado casado durante más de 30 años con mi esposa actual, puedo dar fe de los desafíos de las relaciones matrimoniales y de lo que se necesita para restaurar un matrimonio.

He utilizado estos principios y conocimientos en mi consejería matrimonial y en el ministerio de restauración matrimonial durante los últimos 21 años. Mi esposa y yo los hemos enseñado en nuestras clases de matrimonio, retiros y seminarios. Mediante el uso de estas formas prácticas y probadas de restaurar una relación dolorosa, hemos visto a cientos de matrimonios resolver sus conflictos con éxito. Estos matrimonios curan su dolor emocional pasado, restauran sus relaciones y se enamoran más profundamente el uno del otro. El camino para restaurar tu matrimonio está al alcance de tu mano.

Mi esposa y yo aplicamos estos principios y pasos con los matrimonios que vienen a nosotros por ayuda. En este artículo queremos compartir contigo algunas de las pautas básicas y más importantes para ayudarte a comenzar tu restauración matrimonial. Estos pasos prácticos han ayudado a cientos de matrimonios, estas gemas pueden ayudarte a comenzar a dar los pasos para comprender lo que sucedió en tu relación. Luego, puedes comenzar a juntar las piezas de un matrimonio que tal vez se desmoronó, pero que puede volver a ponerse en pie.

Quiero que sepas que si comienzas a poner estas medidas en acción, comenzarás a ver algunos cambios significativos y positivos en tu matrimonio. Estas medidas te ayudarán a poner las cosas en marcha en la dirección correcta: hacia una restauración matrimonial. Estamos en una misión matrimonial. Desde 2003, mi esposa y yo hemos estado llevando estas prácticas y principios a todo el país y aplicándolas en más de 2,000 matrimonios. La restauración de tu matrimonio es posible.

Obviamente, no hay suficiente espacio en este artículo para lograr el alcance de la restauración del matrimonio que podríamos lograr contigo si pudiéramos pasar un fin de semana juntos o trabajando contigo directamente. Sin embargo, este artículo contiene una lista de medidas, actividades y principios que te ayudarán a avanzar en la dirección correcta. La información te proporcionará una base sólida para comprender los pasos que debes seguir para restaurar tu matrimonio y reconstruir la relación con tu cónyuge.

1. Admite que eres impotente ante tu cónyuge y tu matrimonio

¿Has buscado y tratado de cambiar las cosas que te molestan de tu cónyuge? ¿Cosas que consideras indeseables? ¿Has tenido éxito? ¿Cómo te ha funcionado?. Estoy seguro de que tu respuesta es que nada ha funcionado en términos de cambiar a tu cónyuge o las cosas sobre tu matrimonio que no funcionan. No has logrado ningún progreso positivo a pesar de que deseas que la relación sea saludable, feliz y duradera.

El primer paso para restaurar tu matrimonio es admitir que no puedes manejar tus problemas maritales por tu cuenta. Esto significa que debes llegar al punto en que reconozcas la ineficacia de tus intentos por cambiar las faltas y defectos de carácter tanto tuyos y como los de tu cónyuge. Acepta la realidad de que eres fundamentalmente impotente para controlar o cambiar a tu cónyuge. No puedes controlar sus defectos de carácter ni muchas de las cosas que suceden en tu vida. Debes llegar al lugar donde estés dispuesto(a) a admitir que las estrategias que has probado no han funcionado. Y que todo intento que hagas de cambiar o controlar a tu cónyuge fracasará. Esto significa que reconoces que no tienes el control, pero que DIOS sí lo tiene.

Tienes que aceptar que Él debe ser el centro de tu vida. El centro no eres tú, tu cónyuge, tu carrera, tu dinero o tus hijos. El centro es DIOS. Esto significa que debes aprender a dejar a tu cónyuge en las manos de Dios. Debes confiar en que Él trabajará con tu cónyuge. Recuerda que cualquiera que sea la condición en la que se encuentre tu matrimonio, Dios está en el negocio de realizar milagros, transformar vidas y sanar corazones rotos. De hecho, Dios puede ayudarte a restaurar tu matrimonio. “Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos” ( 2 Corintios 1:9).

Debido a que somos impotentes, debemos invocar el poder del Espíritu Santo en nuestro matrimonio. Necesitamos el poder que está más allá de nosotros para vencer nuestras tendencias pecaminosas y para capacitarnos para ser el marido y la esposa que Dios quiere que seamos. Dios proporciona este poder a través de la persona del Espíritu Santo. Dios y el Espíritu Santo quieren ayudarte a tener éxito en tu matrimonio. El Señor Jesucristo está disponible para ayudar a cada creyente y puede ayudarte a ti a restaurar tu matrimonio. En el momento en que recibimos a Jesucristo como nuestro Salvador personal, Él viene a nuestras vidas de forma permanente. El Señor Jesucristo es Dios con todos los atributos que sólo Dios puede tener. Él solo es todopoderoso. Tú y yo tenemos la posibilidad de conocerlo personalmente.

Si nuestro amor y nuestro matrimonio van a ser restaurados, no puedes permitirte perder el poder que el Señor Jesús nos ofrece para restaurar nuestro matrimonio. Cuando el Señor Jesús entra en nuestras vidas, obra en nosotros para producir una comunión viva entre Dios y nosotros. Por supuesto, su trabajo también afecta las relaciones que tenemos con los que nos rodean, en particular nuestros cónyuges e hijos. Estas son algunas de las formas en las que  el Señor Jesús puede impactar fuertemente en nuestras relaciones. Él:

  • Nos da poder para ser como Cristo (Efesios 3:16)
  • Dirige nuestras vidas a diario (Romanos 8:14)
  • Nos convence de pecado (Juan 16: 8)
  • Nos da poder para luchar contra el pecado en nuestras vidas (Gálatas 5: 15-16)
  • Hace que nuestros matrimonios glorifiquen a Cristo (Juan 16:14)
  • Produce el fruto del espíritu en nuestras vidas: amor, gozo, paz, paciencia, bondad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio (Gálatas 5: 22-23).
Considera estos tres pasos que pueden llevar a tu matrimonio hacia un renovado sentido de intimidad:

  1. Cree que Dios te ama y que desea caminar contigo en unidad a través del poder del Espíritu Santo.
  2. Confiesa a Dios tu total dependencia del poder del Espíritu Santo. Si hay algún pecado conocido en tu vida, confiéselo acordando con Dios que es pecado y que le desagrada.
  3. Aprovecha el poder de Dios por medio de la fe y la obediencia. Empieza a caminar por el Espíritu en tu vida diaria.
2. Ora por tu cónyuge, tu matrimonio y por ti 

Comienza a orar todos los días por tu cónyuge. Cree en Dios por un milagro en tu matrimonio. El Salmo 77:14 dice: “Tú eres el Dios que hace milagros”. La Biblia deja en claro que Dios quiere que las personas casadas permanezcan casadas hasta el fin. Necesitamos buscar que Dios intervenga sobrenaturalmente en nuestras circunstancias. La incredulidad y el miedo nos paralizan y nos hacen creer que nuestros problemas son demasiado grandes para Dios. Necesitamos creer que Dios todavía puede mover montañas.

El Señor dice: “Conforme a tu fe te sea hecho” (Mateo 9:29).

Stormie Omartian, en su libro, El poder de una esposa que ora, sugiere hacer esta oración por tu matrimonio:

“Señor, oro para que se ponga fin a este conflicto y se rompa el control que la lucha tiene sobre nosotros. Quita el dolor y la armadura que nos hemos puesto para protegernos. Sácanos del pozo de la falta de perdón. Habla a través de nosotros para que nuestras palabras reflejen tu amor, paz y reconciliación. Derriba este muro entre nosotros y enséñanos a atravesarlo. Permítenos levantarnos de esta parálisis y avanzar hacia la sanación y la integridad que Tú tienes para nosotros”.

La Biblia deja en claro que Dios quiere que los matrimonios permanezcan casados. Cuando nuestros votos son probados por enfermedades, pobreza o tiempos difíciles y clamamos a Dios, Él nos escucha. Durante nuestros momentos más oscuros, los Salmos nos recuerdan que Dios comprende nuestra situación y nos ayudará. En mi matrimonio, los momentos que han sido más difíciles también han sido los momentos en que he experimentado las recompensas de Dios de las formas más asombrosas. Isaías 64: 4-5 dice: “Ningún ojo ha visto a ningún Dios fuera de ti, que actúa a favor de los que le esperan. Tú vienes en ayuda de aquellos que con gusto hacen el bien”.

Mi matrimonio es innegablemente mejor cuando oro por mi cónyuge. Con este incentivo, me doy cuenta de lo importante que es orar por todo. Oraciones por simples bendiciones, por la misericordia de Dios y la paz en nuestro hogar. Oraciones por solicitudes complicadas, como cómo comunicarse de una manera que me entiendan. Y oraciones que realmente no quiero orar, para que pueda reconocer mi pecado y para que Dios me convierta en el marido que mi mujer necesita. La oración es el arma más grande y poderosa en la lucha por mantener tu matrimonio. La oración es una herramienta poderosa que puede ayudarte a restaurar tu matrimonio.

Santiago 5:16 dice: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho”.

¿Quieres ejercer una gran influencia sobre el corazón y la mente de tu cónyuge? Si es así, ora por tu cónyuge. Sigue pidiendo a Dios que trabaje en tu cónyuge y que toque su corazón, para suavizar la dureza y para quebrar el poder cegador de Satanás en su vida.

¿Quieres ver resultados maravillosos en tu matrimonio? Si es así, ora por tu matrimonio. Cuando Jesús sanó a un endemoniado explicó Su método para liberar a la gente del poder de Satanás: “¿Cómo puede uno entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, a menos que primero lo ate? Y entonces saqueará su casa” (Mateo 12:29).

Si tu cónyuge o tu matrimonio va a ser rescatado del reino de las tinieblas, debes luchar continuamente esta batalla en oración. Jesús te ha dado autoridad sobre todo el poder sobrenatural del enemigo. “He aquí, os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará” (Lucas 10:19). Tu autoridad no se basa en tu poder o habilidad, sino en el poderoso nombre del Señor Jesús.

Presenta tu matrimonio a Dios en oración y pídele al Padre que sane tu matrimonio, traiga reconciliación y restaure el amor. Ora. “Ora sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17). ¡No te rindas nunca! No te desanimes si no ve resultados inmediatos. Recuerda, Dios obra según su tiempo y no el nuestro. Simplemente debes hacer tu parte y dejarle el resto a Él.

Recuerda también orar por ti, para que encuentres la fuerza y el coraje para proseguir por el camino en el que te encuentras hoy. El consejo de David es absolutamente esencial para tu perseverancia: “Espera en el SEÑOR; esfuérzate, y Él fortalecerá tu corazón; espera, digo, en el SEÑOR” (Salmo 27:14).

3. Ajusta tus expectativas

La mayoría de los matrimonios encuentran problemas y conflictos tarde o temprano. Algunos problemas y conflictos matrimoniales se pueden anticipar y evitar. Otros no se pueden prever y deben tratarse y resolverse a medida que surgen. Esto requiere el esfuerzo de ambas partes. Los problemas matrimoniales son complejos y no hay respuestas fáciles ni soluciones rápidas para la mayoría. Si han estado ocurriendo durante un largo período de tiempo, la relación puede estar en un punto de crisis. Es muy doloroso atravesar un matrimonio en crisis, pero eso no significa que la relación deba terminar en divorcio.

De hecho, cuando se resuelven los problemas y conflictos, pueden fortalecer el amor en una relación y brindar una oportunidad para que el matrimonio crezca y aprenda, y avance hacia un nivel más alto de satisfacción mutua en su matrimonio. Reconocer la necesidad de lidiar con los problemas y los conflictos puede ayudar a restaurar tu matrimonio a medida que los atraviesan juntos como pareja. Las luchas en las relaciones a menudo revelan que hay algunas cosas que no hemos entendido sobre nuestro cónyuge y viceversa. Estas cosas a menudo reflejan un montón de necesidades insatisfechas que se han acumulado. Incluso pueden indicar áreas de negligencia, malentendidos y diferencias. Comenzamos a ver que hay trabajo por hacer en la relación.

En las relaciones infelices, la causa fundamental de la infelicidad es la falta de amor y aceptación incondicionales. Las expectativas controladoras, exigentes y poco realistas son sólo síntomas de esa causa. Cuando dejamos de ver el matrimonio como una obligación para que nuestro cónyuge satisfaga nuestras expectativas y, en cambio, lo vemos como una oportunidad para aprender a aceptar verdaderamente a nuestro cónyuge por lo que es, damos un paso importante para que nuestros matrimonios se vuelvan felices y satisfactorios.

Los consejeros matrimoniales han descubierto que las características más destructivas en una relación son las que han llamado los Cuatro Jinetes del Apocalipsis: (1) la crítica, (2) el desprecio, (3) la actitud defensiva y (4) el cerrojo. Los dos primeros rasgos sugieren que una de las partes tiene muchos problemas para aceptar al otro; los dos segundos son reacciones típicas de no sentirse aceptado(a). La importancia de la aceptación también ha sido documentada por otros investigadores que han descubierto que la incapacidad para aceptar las diferencias es un factor de predicción principal del fracaso en el matrimonio. En resumen, estos factores pueden perjudicar tu intento de restaurar tu matrimonio.

¿Aceptación significa que consideras perfecta a la otra persona? Por supuesto que no. No significa que pienses que su personalidad no tiene defectos o que todo lo que hace está perfectamente bien contigo. No significa que no quieras que sean mejores. Nadie es perfecto y las personas siempre tendrán cualidades que no nos gustan, características que nos molestan y comportamientos que deseamos que dejen. Aceptación no es lo mismo que considerar perfecta a la otra persona. Aceptación significa que reconoces el valor esencial de tu cónyuge y lo consideras merecedor de tu estima y tu amor, a pesar de sus imperfecciones.

No hace falta decir que ciertas cosas son inaceptables. Hay estándares no negociables. El abuso físico es uno de ellos. La infidelidad repetida, el alcoholismo y la adicción a las drogas también son inaceptables. Aceptar un comportamiento que traspasa la línea no promueve una relación sana ni es una señal de sabiduría. No podrás restaurar tu matrimonio enterrando tu cabeza en la arena. Pero, aparte de no aguantar lo verdaderamente intolerable, la capacidad de aceptación, por difícil que sea a veces de lograr, es un ingrediente esencial del amor verdadero y de un matrimonio maduro y duradero.

4. Resiste al enemigo

La fuente de todos los problemas matrimoniales se remonta al Jardín del Edén con la primera pareja casada de la creación. Génesis 1 y 2 nos dice que Adán y Eva vivieron en perfecta unión con Dios y entre ellos. Sin miedo ni vergüenza, instintivamente se deleitaron en la creación, en los demás y en Dios. En esencia, todo su entorno y vida era una muestra del cielo en la tierra. Dios les ordenó que no comieran del árbol del conocimiento del bien y del mal (Génesis 2:17). Les dijo que si lo hacían, morirían. Entonces, un día, sucedió algo trágico. De repente, sin previo aviso, su mundo...sus vidas...su matrimonio, y por lo tanto el nuestro, cambió para siempre. Génesis 3 describe exactamente lo que sucedió y cómo afectó su relación.

“Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales” (Génesis 3:1-7).

En la tranquila belleza de este inocente jardín se deslizó el enemigo. Susurrándole a Eva, y por lo tanto a todos nosotros, la serpiente sugirió: “No puedes confiar en Dios...tienes que tomar las cosas bajo tu propio control...entonces serás como Dios”. Las palabras implantadas por la serpiente en la mente de Eva la condujeron a la desobediencia. Pasiva pero voluntariamente, Adán se unió a ella en un acto definitivo de desobediencia a su Creador.

Satanás no es un personaje imaginario e impotente, sino que es un enemigo presente y real que busca la destrucción del pueblo de Dios, incluidos sus matrimonios y familias. Atacó el primer matrimonio y todavía hoy ataca los matrimonios. El problema es que muchas veces los matrimonios son engañados para que luchen entre sí, en lugar de luchar contra el enemigo real. Tu cónyuge no es tu enemigo. Tu verdadero enemigo es Satanás y sus fuerzas del mal. Una vez leí un artículo de una revista sobre el conflicto en el matrimonio que decía: “El matrimonio es la única guerra en la que te acuestas con el enemigo”. Este es el error fundamental de la psicología atea. Esto no es cierto, tu cónyuge no es tu enemigo. Es importante que lo sepas y lo aceptes.

Tu enemigo es Satanás, y él es quien hará todo lo que esté a su alcance para destruir tu matrimonio. El Señor Jesús lo describió como un ladrón. Él dice: “El ladrón sólo viene para robar, matar y destruir” (Juan 10:10). El apóstol Pablo nos dice en Efesios 6:12: “Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra gobernantes, contra potestades, contra las fuerzas del mundo de estas tinieblas, contra las fuerzas espirituales de maldad en los lugares celestiales”. Desafortunadamente, muchos creyentes no toman en serio la existencia de Satanás o las advertencias e instrucciones bíblicas sobre él. Podemos estar absolutamente seguros de que el enemigo hará todo lo que esté a su alcance para “matar, robar y destruir”, primero la alegría y la intimidad de tu matrimonio, y luego el matrimonio y la unidad familiar en sí.

2 Corintios 2:11 dice que no debemos permitir que Satanás se aproveche de nosotros ignorando sus planes.

Según 2 Corintios 11: 3, sabemos que Satanás tiene la capacidad de atacarnos de la misma manera que atacó a Adán y Eva:

“Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo”.

Satanás corrompió el pensamiento de Eva con sugerencias engañosas. La tentó a pensar que Dios le estaba ocultando algo, que ella no se podía confiar en Dios. A través de la sugestión, la hizo dudar y pensar irracionalmente. Satanás la engañó para que ella pensara y creyera que no debía depender de Dios, sino que debía tomar el asunto en sus propias manos, en lugar de seguir a Dios y Su voluntad para su vida. Hoy Satanás usa las mismas tácticas y trata de hacernos lo mismo. Una de sus tácticas principales en tus circunstancias actuales probablemente será tratar de convencerte de que esta situación es demasiado grande para Dios. Eso es una mentira. Jesús dice: “Para el hombre esto es imposible, pero no para Dios; todo es posible para Dios ”(Marcos 10:27). Nada es demasiado difícil para Dios. Ciertamente, Dios puede ayudarte a restaurar tu matrimonio.

Satanás busca confundir nuestras mentes, hacernos dudar del poder de Dios y distraernos de seguir a Cristo. Este es el engaño de Satanás. Busca perpetrar actitudes egoístas e independientes en el ser humano. Él busca corrompernos a través de nuestro pensamiento, para que nos exaltemos a través de acciones y actitudes egoístas e independientes.

La mente indisciplinada es vulnerable a los ataques satánicos diseñados para derrotarnos causando pensamientos erróneos. Para tener la vida y el matrimonio que Dios quiere para nosotros, debemos estar alerta, lidiar con nuestro enemigo, refutar sus mentiras y pensar con claridad. Santiago nos advierte: “Someteos, pues, a Dios. Resistid al diablo, y él huirá de ti” (Santiago 4: 7). El apóstol Pablo nos exhorta a llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo:

“Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”.

Nuestra mente es el campo de batalla. A través del engaño y la mentira, el enemigo trata de evitar que cada creyente confíe y camine con Dios. Su método típico de atacar la vida del pensamiento generalmente no implica nada más que sugerencias oportunas. Él conoce nuestras debilidades y vulnerabilidades, y sus sugerencias cuidadosamente programadas pueden traer resultados desastrosos a nuestras vidas. A menos que se resista al enemigo y a sus aliados demoníacos, la mente de un creyente será como una ciudad sin murallas, fácilmente invadida por cualquier cosa que esté alrededor. Salomón describe esto en Proverbios: “Como ciudad derribada y sin muro es la persona cuyo espíritu no tiene rienda” (Proverbios 25:28).

La guerra espiritual por nuestros matrimonios se gana o se pierde en el campo de batalla de la mente. Hasta que una persona reconozca esto y comience a tomar medidas para resistir al enemigo, todos los demás esfuerzos para ganar la batalla son inútiles. El apóstol Juan nos dice: “Mayor es el que está en vosotros que el que está en el mundo” (1 Juan 4: 4).

5. Concéntrate en cambiar tú, no en cambiar a tu cónyuge

“Pero si tan sólo cambiara...entonces me sentiría mucho más amada”, me dicen las esposas a menudo. Del mismo modo, los maridos dicen: “Si ella cambiara...entonces yo sería feliz”. Hay pocas cosas más dañinas para una relación que presionar a tu cónyuge para que cambie. Este tipo de pensamientos simplemente no funciona, por dos razones: Primero, porque no puedes cambiar a otra persona. Sólo puedes cambiarte a ti mismo(a). En segundo lugar, tratar de cambiar a tu cónyuge creará tensión en la relación y, de hecho, lo(a) disuadirá de cambiar. Y además, incluso si tu cónyuge cambiara, no se sentiría muy bien con la relación hasta que tú mismo(a) hicieras algunos cambios.

Piénsalo. Tampoco te gusta que te presionen, te corrijan, te exijan, te controlen o te manipulen para cambiar. Probablemente así se sienta tu cónyuge si lo presionas para que mejore el matrimonio por tu bien. Tratar de cambiar a tu cónyuge probablemente hará que se sienta ansioso, enojado y desanimado, y que se aleje de ti y se resista.

El desarrollo de un mejor matrimonio comienza con estar dispuestos a examinar tu propia participación en los problemas matrimoniales y convertirte tú en un mejor cónyuge. Si deseas restaurar tu matrimonio, es absolutamente crucial que aceptes la responsabilidad de tus propios errores en la relación en lugar de culpar a tu cónyuge y exigirle que cambie. Sólo Dios tiene el poder de cambiar a tu cónyuge. Aprende a concentrarte en lo que Dios quiere que hagas. Debes creer que puedes mejorar con la ayuda de Dios.

Siempre es fácil mirar a la otra persona y ver cómo nos ha decepcionado, ver qué ha hecho mal en el matrimonio. El Señor dice: “¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, pero no notas la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo puedes decirle a tu hermano: 'Déjame quitarte la paja del ojo', y he aquí, la viga está en tu propio ojo?” (Mateo 7: 3-4).

Debes estar dispuesto(a) a mirarte en el espejo en lugar de agarrar el microscopio para mirar a tu pareja. Considera qué hábitos, acciones o palabras tuyas han lastimado a tu cónyuge y tu matrimonio. Asume la responsabilidad de los errores que cometiste. Trata de descubrir los malos patrones y hábitos en los que puedes haber caído.

La mayoría de nosotros tendemos a lidiar con el dolor y las dificultades de nuestra vida soportándolos, no cambiando nosotros. Modificamos lo que hacemos, pero de alguna manera, en el fondo, sólo lo hemos abordado parcialmente. El cambio, como lo describe el Señor Jesús, implica más que simplemente limpiar nuestro acto visible. Requiere que hagamos algo más que blanquear el exterior de la casa. Requiere que vayamos adentro, limpiemos la casa y hagamos algo con la suciedad debajo de la alfombra.

¿Qué has hecho o dejado de hacer en tu matrimonio que ha contribuido a los problemas? ¿Cómo estás reaccionando con tu pareja? ¿Cuáles son tus debilidades, las que debes enfrentar? ¿Estás dispuesto(a) a mirar dentro ti y descubrirlo? ¿Estás dispuesto(a) a ser real y lo más honesto(a) posible? Hasta que te enfrentes con la raíz del problema, no podrás solucionar nada verdaderamente.

Decide qué cambios específicos necesitas hacer en tu vida para que puedas convertirte en un mejor cónyuge. Identifica patrones de comportamiento poco saludables y decide qué puedes hacer para cambiar esos patrones. La Biblia es clara en que, si bien Dios nos ama tal como somos, nos ama demasiado para dejarnos así como somos ahora. Uno de Sus mayores deseos para nosotros es nuestro crecimiento y madurez; para conformarnos a la imagen de Su Hijo (Romanos 8:29).

Este proceso de crecimiento implica un cambio y, a veces, el cambio se produce a través de crisis, problemas, reveses, pecados, caídas, errores y fracasos. El proceso de elegir el cambio implica que tomemos la mano de Dios y lo sigamos y confiemos en Él para moldearnos y formarnos. Él nunca nos dará más de lo que podamos manejar (I Corintios 10:13). Él puede hacer que todas las cosas funcionen juntas para bien (Romanos 8:28).

Como persona que ha estudiado el comportamiento humano y como ministro del matrimonio y la familia que ha estudiado las relaciones, una cosa que he descubierto sobre las personas es que la mayoría quiere crecer, pero pocos quieren cambiar.  Pero el crecimiento requiere cambios, y el cambio rara vez se produce sin dificultad o dolor. El cambio requiere tiempo y energía. Requiere la voluntad de mirarse a uno mismo con honestidad con la ayuda de Dios, y el coraje para enfrentar nuestras deficiencias, debilidades, miedos y fracasos. Requiere confiar en Dios y creer que en medio de la incertidumbre Dios es fiel para realizar una obra dentro de nosotros. Por nuestra cuenta, no poseemos el poder para un cambio a largo plazo. Claro, podemos cambiar por un tiempo, pero carecemos del poder para conseguir consistentemente el equilibrio y madurez que Dios quiere de nosotros.

Es por eso que Dios envió al Espíritu Santo a la vida de cada creyente, para darnos el poder de vivir Su plan para nuestras vidas. Debemos ver que debido a nuestra naturaleza caída, no hemos podido ser la persona y la pareja que necesitamos ser, y que Dios quiere que seamos. A menudo somos hipersensibles, críticos, defensivos, intolerantes, impacientes, altivos y obstinados. Es importante entender y recordar que esta es nuestra disposición natural, y sin la gracia de Dios, nunca seremos diferentes. Sólo con la ayuda de Dios podremos detener este comportamiento negativo y disfuncional.

Se requiere que dejemos de lado las viejas formas disfuncionales de pensar y comportarnos. Además, debemos tomar riesgos, establecer metas y confiar en el Espíritu de Dios para derribar las fortalezas carnales que hemos levantado para refugiarnos y protegernos del dolor. Y esto finalmente nos da poder para “revestirnos del nuevo yo que se renueva a un verdadero conocimiento según la imagen de Aquel que lo creó” (Colosenses 3:10). Dios quiere transformarnos a través de la renovación de nuestras mentes y darnos nuevas formas de pensar, interactuar, responder y comportarnos (Romanos 8:31). Cada una de estas cosas involucra un elemento muy crucial; el elemento de elección. El cambio comienza con una decisión personal y se logra a través de “momentos de decisión” continuos, donde elegimos en un momento en particular pensar y actuar de una manera nueva y diferente. Y este es un proceso que no tiene fin mientras vivamos en este cuerpo mortal. Cada momento que lo requiera debemos renovar y recordar y aplicar nuestra elección por el nuevo yo.

6. Busca apoyo

Antes de que el apóstol Pablo presentara sus instrucciones divinamente inspiradas para los matrimonios y familias cristianas en Efesios 5:22-6: 4, él basó el matrimonio y la familia en la comunión con Dios llena del Espíritu y de adoración (Efesios 5: 18-21): “Y no os embriaguéis con vino, porque eso es disipación, sino sed llenos del Espíritu, hablando unos a otros con salmos e himnos y cánticos espirituales, cantando y haciendo melodías con el corazón al Señor; siempre dando gracias por todas las cosas en el nombre de nuestro Señor Jesucristo a Dios, el Padre; sometiéndose unos a otros en el temor de Cristo” (Efesios 5:22-33).

Los matrimonios cristianos exitosos se basan en una comunión de adoración que los llene del Espíritu. Sin la instrucción, el aliento, el equipamiento y la responsabilidad que se encuentran en la comunión con el Señor, un matrimonio cristiano se verá afectado. Obtén literatura cristiana especializada que te ayude a restaurar tu matrimonio y aparta tiempo para la oración en privado y el estudio (no sólo lectura) de la Palabra. Si tienes comunión con creyentes maduros de tu mismo género y con un buen matrimonio, identifica a aquellos dispuestos a preocuparse por tu situación y la de tu cónyuge. Pídeles que oren por ti y que te orienten mientras trabajas para reconciliarte.

Se abierto(a) y honesto(a) con aquellos ante quienes decidas contarles tus problemas, pero no deshonres a tu cónyuge “compartiendo” con ellos información íntima. Sólo la consejería cristiana te puede ayudar con tus problemas matrimoniales; la psicología mundana o atea sólo te guiará a la separación permanente y al divorcio definitivo. Evita el consejo de ateos, incrédulos y creyentes inmaduros; no tienen intención de ayudarte a restaurar tu matrimonio, sino de “liberarte” de él (destruirlo). No escuches la “sabiduría” de la serpiente como lo hizo Eva.

Establece un régimen de aprendizaje. Estudia libros cristianos sobre el tema. Lee en la Biblia acerca de los matrimonios que allí aparecen descritos y mencionados y profundiza lo más posible en entenderlos e imitar los buenos ejemplos. Recuerda lo que significa el matrimonio para Dios, por qué lo instituyó y por qué has elegido permanecer casado(a) hasta ahora—lo cual es la única perfecta voluntad de Dios, y lo sabes.

7. Reconcíliate con tu cónyuge

La obra del Señor Jesús en la cruz es el modelo definitivo de reconciliación. Efesios 4:31-32 dice: “Quiten de ustedes toda amargura, enojo, ira, gritería y calumnia, junto con toda malicia. Y sean bondadosos unos con otros, tiernos de corazón, perdonándose unos a otros, como también Dios en Cristo los ha perdonado a ustedes”. Pídele al Señor que te guíe y trabaje a través de ti con Su poder mientras te esfuerzas por reconciliarte con tu cónyuge. Si alguno de ustedes no ha renovado una relación con el Señor, debe hacerlo ahora mismo, antes que cualquier otra cosa. Una separación matrimonial con intenciones de divorcio a menudo delata también un quiebre en la relación con el Señor. Volver a Él en los términos del Salmo 51:1-19 es el principio del perdón de nuestros pecados y el primer paso en la reconciliación conyugal. Lee una y otra vez este Salmo y pídele al Señor que produzca en ti un espíritu quebrantado, un corazón contrito y humillado (v.17), y pídele: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (v.10). Haz tuya esta oración hasta que el Señor quite la carga de tu alma. Acepta Su perdón y comienza a vivir de nuevo para Él.

Pídele a Dios que te haga consciente de las formas en que has lastimado a tu cónyuge y que te dé humildad para confesarle tu arrepentimiento a tu cónyuge. Pídele que te dé la empatía por tu cónyuge que necesitas para comprender cómo esas heridas han dañado tu matrimonio. Escucha la versión de tu pareja de lo que sucedió, sin ponerte a la defensiva. Considera cómo ese conocimiento puede ampliar tu perspectiva sobre vuestra relación. Confiesa tus pecados (no los llames errores) específicamente a Dios y a tu cónyuge. Decide apartarte de tus pecados y moverte en la dirección opuesta. Demuéstrate dispuesto(a) a escuchar a tu cónyuge expresar sus sentimientos heridos. Si hay una herida importante y un enojo significativo, esto debe hacerse francamente con un espíritu de humildad y perdón.

Escucha con empatía. Deja de defenderte y autojustificarte, escucha realmente y podrás sentir el dolor de tu cónyuge. Cuando sientas la magnitud de su dolor, y te arrepientas de tus acciones y palabras y le pidas perdón, tu matrimonio estará en vías de ser restaurado. Una vez que hayas sido perdonado(a), demuestra tu recién renovada integridad a tu cónyuge de maneras tangibles que ambos acuerden. 

Por tu parte, elige darle también el regalo del perdón a tu cónyuge. Recuerda cuánto te ha perdonado Dios. Deja que tu gratitud por eso te motive a perdonar a tu cónyuge por todas las formas en que te ha lastimado. Confía en la ayuda de Dios para pasar por el proceso del perdón, confiando en que Él hará posible que perdones y que restaures tu matrimonio.

Honesta y objetivamente recuerda lo que sucedió entre ustedes. Explora los eventos dolorosos desde la perspectiva del malhechor. Considera las debilidades de tu cónyuge que podrían haber provocado la transgresión. Alguien ha dicho acertadamente: “Dios se complace en encontrarnos a más de la mitad del camino”. Por ejemplo, Él nos dice en Lucas 17: 5-6 que si tenemos una fe tan pequeña como una semilla de mostaza, esa pequeña semilla de fe será recompensada con milagros en nuestras vidas. De la misma manera, cuando por la fe estamos dispuestos a perdonar y hacer las paces con nuestro cónyuge, y liberarnos a ambos de la amargura que hemos llevado, Dios está allí, ansioso por animarnos y recompensar incluso nuestros débiles intentos.

Cuando le pedimos al Señor que nos ayude a dejar de lado la amargura, el reproche y la condenación, y comenzamos a entregárselo todo a Él, pronto nos daremos cuenta de los cambios notables que están teniendo lugar dentro de nosotros. El Espíritu Santo comenzará una maravillosa obra de curación en nuestras vidas y seremos libres de la tiranía de nuestra amargura y resentimiento. Siempre que recuerdes la ofensa, recuerda también que has elegido perdonar. Simboliza tu acto de perdonar a tu pareja de alguna manera romántica y cariñosa que agrade a ambos.

8. Comprométete a satisfacer las necesidades emocionales más importantes de tu cónyuge

Como seres humanos, tenemos una compleja red de necesidades emocionales que deben satisfacerse. Estas necesidades incluyen nuestras necesidades de atención, respeto, aprecio, aprobación, realización, apoyo, comodidad, seguridad, etc., y determinan nuestro sentido de bienestar emocional. En el matrimonio, nuestras necesidades emocionales están destinadas a ser satisfechas tanto por nuestra relación con Dios como por nuestra relación con nuestro cónyuge. Esto es precisamente lo que Dios quiso que fuera el matrimonio: una relación íntima y comprometida que proporciona un suministro de amor para satisfacer las necesidades emocionales más importantes del otro. Para construir un matrimonio satisfactorio y duradero, ambos deben comprometerse a satisfacer las necesidades físicas y emocionales del otro.

Lo que es importante para tu cónyuge probablemente sea diferente de lo que es importante para ti. La gente se siente amada de diferentes formas. Compartir sentimientos, mostrar aprecio, pasar tiempo especial juntos, afecto, intimidad, obsequios amables y compartir actividades son algunos ejemplos. Esfuérzate por conocer el lenguaje del amor de tu cónyuge y asegúrate de usarlo con frecuencia.

Esto es el amor: la constante elección de dar a otro. Cuando damos de nosotros mismos para satisfacer las necesidades más importantes de nuestra pareja, creamos amor. Lo que sucede a menudo es que evaluamos nuestra relación en función de cómo nos beneficia, con la expectativa de que nuestra pareja esté aquí para brindarnos lo que queremos. Esto no es amor. El amor se trata de dar un salto cuántico de ser egocéntrico a centrarse en el otro. Esto significa convertirte en el alumno de tu cónyuge y aprender lo que le agrada y recordar lo que le agrada. Significa sacrificar tus propias necesidades para satisfacer las de tu cónyuge.

El egoísmo y el amor no se mezclan. Filipenses 2: 3-4 dice: “No hagas nada por contienda o por vanidad, sino que con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros”.

El éxito en el amor no se trata de esperar para actuar hasta que sientas ganas de amar a tu cónyuge. Incluso cuando no tenga ganas, si te acercas a tu cónyuge con acciones afectivas que satisfacen sus necesidades emocionales más importantes, desencadenarás el sentimiento de amor en tu cónyuge y, por lo tanto, un ciclo de amor.

Para que un matrimonio sobreviva a una crisis, tienes que mejorar y volverte mejor que nunca. Tus esfuerzos en este sentido son esforzarte por satisfacer todas las necesidades emocionales de tu cónyuge. Tomará mucho tiempo reconstruir tu matrimonio, pero los resultados te asombrarán si persistes en ello junto con perseverar en la oración para que Dios prospere tus esfuerzos.

9. Reconstruye la amistad y la confianza

La confianza es quizás el ingrediente fundamental para construir una relación íntima entre marido y mujer. Se necesita muy poco tiempo para destruir la confianza y mucho más tiempo para reconstruirla. La confianza debe cultivarse y nutrirse. Reconstruirla requiere que controlen constantemente su comportamiento, teniendo mucho cuidado en cómo se tratan el uno al otro. Esta es clave para construir una relación sólida y duradera. ¡Si quieres restaurar tu matrimonio necesitas la clave!

Una de las reacciones más comunes ante una crisis matrimonial es la pérdida de la esperanza. Por lo general, uno o ambos cónyuges se sienten decepcionados y desanimados. Él o ella cree que no hay forma posible de reparar la relación, y que incluso si intentaran permanecer juntos, sería imposible volver a confiar. De hecho, esta incapacidad de imaginar siquiera volver a confiar puede ser una de las mayores amenazas para la reconciliación y la curación. Lo que parece imposible a menudo ni siquiera se busca. La buena noticia es que tenemos un Dios que nos ama y que está profundamente comprometido con restaurarnos a nosotros y a nuestras relaciones.

Pero, ¿cómo se puede restaurar la confianza en un matrimonio gravemente fracturado? Primero, debes entender que ocurrieron una multitud de heridas y decepciones que eventualmente llevaron a una crisis en la relación. La mayoría de las personas se concentran en un solo evento climático importante que ocurrió. Sin embargo, probablemente hubo una serie de problemas que ocurrieron personalmente (y en la relación) que contribuyeron a ello. Esto no es para excusar ni justificar ningún comportamiento, sino para enfatizar que curar el dolor en la relación no asegurará simplemente que el comportamiento no vuelva a suceder. La verdadera sanación debe centrarse en restaurar la relación y cambiar los comportamientos. Así como la caída de un matrimonio fue un proceso, se necesitan muchos pasos para reconstruir la relación matrimonial. Toma las medidas necesarias hoy para restaurar tu matrimonio revirtiendo el proceso que lo ha estado destruyendo.

La confianza de una persona en Dios es el factor más importante en la forma en que se recupera. Cuando la confianza se daña o se destruye, una persona debe depender y confiar en nuestro Padre Celestial. Así como un niño pequeño dependería y confiaría en un padre terrenal amoroso. Además, se debe abordar cualquier cosa que bloquee una relación abierta con Dios. Esto incluye: (1) enfrentar y apartarse de los propios pecados y defectos personales, (2) confesar estos pecados a Dios y (3) pedir perdón. El Señor Jesús nos recuerda que debemos quitar el tronco de nuestro propio ojo antes de notar la paja en el del otro (Mateo 7: 3-5).

La confianza en Dios es la base sobre la cual comenzarás a desarrollar la confianza en tu cónyuge. Antes de que se pueda restaurar la confianza en la relación, debe haber una sensación de que estás seguro(a). Tu sentido de seguridad está, en última instancia, ligado a tu confianza en Dios.

El Salmo 112:7-8 dice:

No tendrá temor de malas noticias;
Su corazón está firme, confiado en Jehová.
Asegurado está su corazón; no temerá,
Hasta que vea en sus enemigos su deseo.

El perdón no puede ignorarse si se desea una verdadera restauración. Restaurar la confianza requiere reconciliación. Tomarse el tiempo adecuado, prestar atención a los detalles y buscar ayuda objetiva de literatura cristiana fiel a la Palabra de Dios es esencial para el futuro de tu relación. El pecado obtiene su fuerza del secreto. La reconciliación gana fuerza al sacar a la luz el pecado secreto. Mientras se reconstruye la confianza, un cónyuge verdaderamente arrepentido mostrará evidencia al tomar la iniciativa de restaurar la confianza en el matrimonio. El siguiente es un buen consejo para un cónyuge que sea sincero sobre la reparación de un matrimonio dañado:

  • Comprométete a orar y vuelve a consagrarte al Señor aceptando el señorío de Cristo en tu vida.
  • Si hubo una aventura amorosa, rompe todos los lazos con la persona involucrada. 
  • Acepta la ayuda que mentores espirituales y cristianos responsables han escrito y publicado.
  • Adquiere literatura sobre consejería cristiana matrimonial, y con ella haz una clasificación de los problemas que llevaron a la crisis en tu matrimonio. Comienza a hacer los cambios necesarios en tu comportamiento y vida en pareja.
  • Asume la responsabilidad personal por el daño causado a tu cónyuge y la familia, sin echarle la culpa al otro.
  • Permítele a tu cónyuge el tiempo necesario para sanar sin sentir culpa ni estrés adicional.
  • Crea un pacto de confiabilidad con tu pareja que enumere las formas importantes en que cada uno será fiel al otro.
  • Reserva tiempo cada semana para estar con tu cónyuge a solas. Salgan a tomar un café o a una comida para desarrollar habilidades de comunicación.
  • Haz una lista de tus conclusiones derivadas del tus estudios sobre el matrimonio bíblico y planifica cómo las recordarás y aplicarás durante los momentos estresantes en el futuro. 
  • Mantén tu parte del trato incluso si tu cónyuge no lo hace. Recuerda que el cambio y la restauración comienzan en ti primero, no en tu cónyuge.
  • Evita consejería atea y/o mundana. Eso fue lo que hizo Eva en el huerto. No escuches la “sabiduría” de la serpiente. 
Estos pasos son necesarios para preparar el terreno para que la confianza vuelva a crecer. La dedicación, transparencia y honestidad de un cónyuge servirán como nutrientes vitales para enriquecer este suelo. La oración constante regará la tierra y, con el tiempo, la confianza volverá a crecer. A medida que avances en el proceso de curación, tendrás días buenos y días malos. Experimentarás avances y retrocesos. Este proceso nunca es fácil para ninguno de los cónyuges. Pero será el proceso más valioso que hayan emprendido en sus vidas cristianas. Aprenderán y crecerán como hijos de Dios.

Recuerda, Dios está de tu lado si tú te pones de Su lado. Él puede ver más allá del presente, y tú no. Él es bueno todo el tiempo, incluso cuando tu matrimonio y tu vida parecen desmoronarse. Confía en Él para que te abra el camino.

10. Busca ayuda inmediata

La complejidad, el estrés y el dolor de una separación matrimonial a menudo obstaculizan la capacidad de una pareja para resolver los problemas con recursos propios. Por varias razones, es importante obtener ayuda lo antes posible después de darse cuenta de que tu matrimonio está en crisis, para poder evitar que ocurra más daño. Una crisis matrimonial puede tener un efecto dominó negativo y la intervención es un requisito común para alterar el curso negativo. En segundo lugar, porque una crisis matrimonial pone tu relación en una posición muy vulnerable.

En este momento, lo que probablemente más necesiten ustedes dos es un sentido de esperanza. Debes saber que la mayoría de los problemas matrimoniales se pueden resolver. No permitas que ningún consejero matrimonial te diga que el cambio es imposible. Los seres humanos somos asombrosos. Somos capaces (especialmente con la ayuda de Dios) de hacer cambios significativos y duraderos, especialmente cuando es para el beneficio de las personas que amamos. Sobre todo, no confíes en tus instintos; ellos fueron los que llevaron a tu matrimonio al fracaso. No te quedes con consejos que sólo te ayuden a sostener tu posición predeterminada. Los consejos que nos agradan a menudo son como instrucciones que pretenden enseñarte a caminar sobre el agua. Encuentra consejo que te ayude a aprender a nadar.
 
Me sorprende que la mayoría de los cristianos decidan terminar su matrimonio sin buscar ayuda profesional o, al menos, buscar literatura cristiana especializada sobre el tema. Un pequeño porcentaje de cristianos al borde del divorcio consulta a consejeros matrimoniales o ministros matrimoniales o consejeros especializados en el tema. Por eso quiero ofrecer algunas pautas para que las consideres al buscar ayuda profesional para restaurar tu matrimonio. 

(1) Asegúrate de que la fuente de tus consejos sea un consejero matrimonial cristiano que haya recibido capacitación específica (capacitación bíblica, pastoral y/o marital). Asegúrate de que tu consejero (ya sea de carne y hueso o virtual, a través de literatura) tenga experiencia en consejería matrimonial. Los consejeros matrimoniales deben poseer la habilidad para ayudar a las personas a superar las diferencias que ocurren naturalmente cuando dos personas viven bajo el mismo techo. Necesitan conocer la verdad bíblica y tener un conocimiento profundo del diseño de Dios para el matrimonio a fin de ayudarte a restaurar tu matrimonio. Por esta razón, se proactivo(a) busca información que provenga de cristianos capacitados y con experiencia.

(2) Asegúrate de que los consejos que recibas sean cristianos y bíblicos. Asegúrate de que tu fuente de información esté predispuesta a ayudarte a encontrar soluciones a tus problemas maritales en lugar de ayudarte a dejar tu matrimonio cuando las cosas se ponen difíciles. No dudes en averiguar una cifra aproximada sobre el porcentaje de parejas que se han beneficiado con tales consejos, parejas que ahora tienen matrimonios restaurados y son más felices como resultado de los consejos recibidos. 

(3) Los valores cristianos del consejero sobre las relaciones matrimoniales definitivamente juegan un papel en lo que él o ella hacen y en lo que están interesados en lograr cuando trabajan con alguien. Aunque algunas personas quieren que sus consejeros les digan cuándo una persona debe dejar de intentar salvar su matrimonio, los consejeros realmente no tienen este derecho. Si dicen cosas como “Parece que ustedes son incompatibles”. O, “¿Por qué estás dispuesto(a) a soportar esto?” O, “Es hora de seguir adelante con tu vida”, simplemente te están imponiendo sus valores no bíblicos. Este es un acto poco ético que debes evitar escuchar, si en verdad eres un(a) hijo(a) del Padre celestial.

(4) Finalmente, evita la información que viene de la experiencia de “cristianos” separados o divorciados que NUNCA buscaron en oración y por medio del estudio de la Palabra la voluntad de Dios para la restauración de sus matrimonios. Este fue mi error en mi primer matrimonio. Relee arriba cuál es la verdad que descubrí sobre el divorcio. Así como la desaveniencia matrimonial es el resultado de un largo proceso que en muchos casos toma años, la restauración también lo es. La primera etapa es volver a juntarse para comenzar a trabajar en la restauración. Pero la restauración en sí es un proceso que sólo termina cuando la muerte separa a los cónyuges. Esto demanda verdadera consagración al Señor y a su Santa Palabra. 

¿Sabes cuántos divorcios se mencionan en la Biblia? (Matrimonios de la Biblia) El Nuevo Testamento no trata tanto con matrimonios específicos como lo hace el Antiguo Testamento, pero no hay ni un sólo caso de un matrimonio cristiano específico mencionado en el Nuevo Testamento que haya terminado en divorcio. Y en el Antiguo Testamento sólo hay uno, y no es el de un creyente: el rey Asuero.

La Biblia tiene mucho que decir sobre el tema del matrimonio. Y si tiene mucho que decir acerca de él, es mejor que prestes atención, porque todo lo que la Biblia tiene que decir sobre un tema es para nosotros y nuestro bien:

“Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos”(1 Corintios 10:11).

“Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Romanos 15:4).

Que Dios esté contigo mientras buscas la ruta más elevada.

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