“Y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará” (Mateo 24:12).
Aquí en el capítulo 24 de Mateo, el Señor Jesús nos da su sermón más largo acerca del fin de la era y las señales de su venida. Entre todas las profecías de terremotos, plagas, falsos profetas y situaciones políticas turbulentas, está ésta breve afirmación acerca de una disminución en el amor. Esta disminución en el amor necesariamente debe señalar una disminución en el verdadero contenido espiritual, ya que, como dice la Biblia: “El que no ama, no conoce a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4:8). La iniquidad ha estado abundando ya por más de 2.000 años. No es de extrañar entonces que, en el tiempo del fin, el amor—literalmente, la caridad, la compasión—de muchos se enfríe tanto, que finalmente se vuelva una señal de aquella gran y final apostasía que fue predicha por el apóstol Pablo en 2 Tesalonicenses 2:3.
Se recordará que nuestro Señor dijo: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35). La palabra que se traduce por amor es ágape, que significa “devoción activa por el bienestar y la felicidad de aquel a quien se ama”. Este es ese amor que da sin calcular costo o recompensa, y que busca sólo el reconocimiento de Dios.
Este amor está casi extinto en la cristiandad hoy en día. Algunos de los lectores que ya peinan canas pueden recordar qué diferentes eran las cosas una o dos generaciones atrás. Entonces, todavía habían unas pocas personas que estaban dispuestas a hacer grandes sacrificios de tiempo, dinero y privacidad, por el bien de sus hermanos en Cristo. Los cristianos mayores a menudo adoptaban a jóvenes creyentes y los llevaban a sus casas. Los cristianos más jóvenes pasaban todo su tiempo libre unos con otros y nunca se hacían “amigos” de los incrédulos. Todos los días buscaban la oportunidad de reunirse para estudiar la Biblia u orar. Iban por la calle buscando a alguien a quien testificarle. En todo lo que hacían, trataban de ser mejores cristianos. Les encantaba ser cristianos y eran apegados los unos a los otros. ¿Recuerdas, tú que lees, esos días? Cuando alguien estaba preocupado o confundido, había personas que se sentaban toda la noche con el afligido para confortarlo, consolarlo u orar con él. Gente que recién se había conocido. Gente que no sabía nada el uno del otro, dedicaba toda una tarde, o a veces varias tardes, para hablar de la fe con el que estuviera dispuesto a escuchar. Estos “debates amistosos” podían continuar por horas, por días, o por semanas, incluso (créase o no) por meses. La característica más importante de todo ese amor por el otro y preocupación por la Verdad, era que lo demostraba gente que no tenía nada que ganar (en el mundo) por el tiempo y por el esfuerzo invertido. Eran personas comunes y corrientes que tenían que pagar sus cuentas, cuidar a sus hijos, cortar el pasto, y resolver problemas personales al igual que el resto de nosotros. Aún así eran capaces de ofrecer compañerismo en oración y consejo espiritual. Y casi nunca había algún intento de sacar al hambriento espiritual de donde estaba asistiendo para que se reuniera sólo con ellos. No, sólo estaba la intención de demostrar una verdad bíblica. Había, en ese tiempo, y entre aquellas personas, una preocupación por la Verdad, sólo porque era la Verdad.
Si el lector se convirtió en cristiano durante la década de los 80, y especialmente en la última parte de la década, es improbable que alguna vez haya conocido a alguien así. Hoy en día, siempre que alguien nos demuestra algún interés, es porque tiene como motivo llenar un banco en una iglesia, obtener una parte de nuestro dinero, o añadirnos a su propia congregación de admiradores para luego enseñorearse de nosotros.
Quizás porque tú eres un verdadero creyente, Dios te ha guiado hasta alguien que de verdad se preocupa por tu bienestar espiritual pura y exclusivamente porque eres un hermano en la fe. Una cosa es segura: no conoces más que a una o dos personas así.
El Señor Jesús dijo: “Y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará” (Mateo 24:12) .
La palabra para “maldad” es anomia, que significa “sin principios fijos”, y que a menudo se traduce como inicuo en la Biblia, pero su significado más exacto es sin ley, anárquico.
Lo que el Señor Jesucristo nos está diciendo aquí es que los cristianos profesantes no obedecerán el consejo de la Palabra de Dios: la Biblia. Aquellos de quienes esperamos que estén dispuestos a defender la Verdad, y amarnos, perdonarnos y ayudarnos, no serán fieles a los principios que profesan. En vez de eso, vamos a ver indiferencia, hipocresía, traición súbita y avaricia calculadora; todo mezclado con falsas manifestaciones de amor y generosidad ocasional.
El Efecto Dominó
A causa de que tan pocas personas a nuestro alrededor muestran obediencia sincera y confiable a la fe que profesan, disminuye nuestro propio sentido de obligación a ser moldeado al carácter de Cristo. Esperamos menos de nosotros mismos y de los demás; y así, al igual que una ficha de dominó en la fila, nosotros también dejamos de ser coherentes con nuestra confesión cristiana; en consecuencia, desilusionamos a alguien más, que también sigue nuestro ejemplo con otro.
La vida social entre los cristianos profesantes degeneró en una lucha constante por obtener dinero, en la cual el hombre próspero y la mujer bonita se llevan todo el aplauso y la atención. Los que van a la iglesia luchan unos con otros por la autoridad y la fama dentro de su grupo. Y estos son premiados por aquellos que descerebradamente perpetúan cualquier doctrina o programa que ya se estaba usando.
Es exactamente igual que el mundo sin Dios que pensamos estábamos abandonando cuando nos unimos a la “iglesia”: pero, como tenemos miedo de empezar a “juzgar” a los demás, nos acusamos a nosotros mismos, ignorando lo obvio, y terminamos dudando que alguna vez podamos conocer la verdad. Sabemos que si empezamos a “moverle el piso” a los demás, solamente seremos criticados y rechazados por la mismas personas de las que esperábamos recibir ayuda y comprensión.
Esta disminución en el amor también ha aumentado en el mundo fuera de la iglesia. Todo a nuestro alrededor es evidencia de esta frialdad creciente: los padres no pueden esperar para sacarse de encima a sus hijos (los envían a salas-cuna y pre-kinder estatales), y los hijos no pueden esperar para alejarse de sus padres. La mayoría de los matrimonios no duran para toda la vida, no, ni siquiera duran 5 años. Todos están llenos de una ambición ciega para favorecer sus propias carreras. Todo se resume en dinero y en quién lo tiene. El amor contemporáneo (por llamarlo de algún modo), es simplemente la buena disposición de pasar por alto todos los pecados de los demás, y “perdonar” a todo el mundo, siempre y cuando no sean una amenaza inmediata para nuestro dinero, nuestra familia, o nuestros planes. “Todo el mundo va al cielo”, a menos que personalmente nos hayan ofendido o amenazado. Misericordia, ahora se define como la buena voluntad de tolerar y justificar a cada uno de nuestros familiares y amigos que están dispuestos a darnos una excusa para nuestros y sus pecados. El amor que hace sacrificios desinteresados, que enfrenta los riesgos y que todo lo soporta, por el bien de Dios, de la Biblia y de La Verdad, se fue de la sociedad religiosa y lo sabemos. El verdadero heroísmo es contado por leyenda. No hay ni un “valiente por la Verdad”, no si no puede situarse a la cabeza de una multitud que lo ovaciona
¿Quién verdaderamente muestra una preocupación constante por tu bienestar espiritual? ¿Quién que no tenga nada (en este mundo) que recibir de ti? En los últimos 10 años, ¿ha entrado a tu vida alguna persona desconocida pero de tu misma fe cristiana para aconsejarte, para adoctrinarte, para orar contigo, para darte alimento espiritual—alguien que después se haya ido sin que no haya nadie que se lo pague sino Dios?
Por supuesto, siempre ha habido “menos amor” que el que uno puede desear. Pero en este artículo afirmamos que estamos en aquel día, ese día especial del que habló nuestro Señor, cuando el amor de muchos se ha enfriado.
Una Señal Del Fin
Como una señal del fin, esta disminución en el servicio desinteresado entre aquellos que dicen ser “hermanos y hermanas en la fe” es más duro de admitir de lo que vamos a demostrar a continuación, porque la mayoría de los lectores de este artículo nunca habrán sabido que la cristiandad haya sido de otro modo que como es hoy en día. Hasta el avivamiento de los 60 y los 70 fue frío en comparación al afecto no fingido y la lealtad incondicional que la Biblia describe como algo común entre los cristianos del primer siglo de la iglesia.
Se añaden más edificios nuevos, más grandes y más hermosos templos a las “iglesias”, mientras que la anciana sola en esa “iglesia” lucha por mantener su brasero encendido. Se debe comprar una alfombra nueva, un equipo de sonido nuevo es una gran necesidad; a todos (incluidos los pobres y destituidos entre ellos) se les aconseja que den más para hacer frente a esas necesidades “cruciales”. Solamente una fracción de ese dinero que está entrando en la mayoría de esas iglesias podría destinarse para la compra de un carrito de alimentos para uno o más de los miembros empobrecidos y desafortunados de esas mismas “iglesias”. Pero eso no ocurre, a menos que, por supuesto, se pueda convertir en un alarde publicitario. Aún así, es un caso rarísimo, porque la codicia y la avaricia de la mayoría de los “miembros de la iglesia” no puede soportar ver que alguien recibe lo que ellos codiciaron para sí mismos.
“Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo caridad, vengo á ser como metal que resuena, ó címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia; y si tuviese toda la fe, de tal manera que traspasase los montes, y no tengo caridad, nada soy” (1 Corintios 13:1-2).
El amor es la característica principal de la Verdadera Fe Cristiana, y la falta de él es un signo claro de una fe falsa. Por lo tanto, es de la mayor importancia que entendamos qué es lo que se quiere decir por “amor” en el Nuevo Testamento; porque este amor falta tanto en la cristiandad que se vuelve un signo claro de la gran y final apostasía que fue predicha por el apóstol Pablo en 2 Tesalonicenses 2:3.
¿Dónde Está El Amor?
“Muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán. Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 24:10-13).
Como ya dijimos, en el capítulo 24 de Mateo, nuestro Señor Jesucristo nos da su sermón más largo respecto a la pregunta: “¿Qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?” (Mateo 24:3). Entre todas las señales que describen las contiendas políticas, los desastres naturales y el surgimiento de los falsos profetas, está esta breve frase que describe el carácter de la cristiandad apóstata al fin de la era. Que Mateo 24:12 se aplica primeramente a aquellos que se identifican como cristianos al fin de la era está claro por el contexto. Nuestro Señor dice: “Muchos tropezarán entonces” (Mateo 24:10).
El verbo “tropezar” en griego es skandalizo, [raíz de nuestra palabra en castellano: escandalizar]; un término que siempre significa “ofendido o desilusionado con la fe verdadera”. Y el Señor agrega: “se entregarán unos a otros”; lo cual habla de traición entre aquellos que profesan la misma causa.
“Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 24:13).
El Señor Jesús advierte: solamente aquellos que se aferren a Él y a Sus enseñanzas y permanezcan fieles en el medio de esta frialdad creciente serán salvos. La palabra “salvo” en este contexto significa no sólo poseedor de la vida eterna sino que también puede implicar ser guardado a través de la gran tribulación (Lucas 21:36; Apocalipsis 3:10).
Uno podría haber dicho que siempre ha habido poco amor en la cristiandad, pero en este contexto una falta de amor no podría haber sido una señal de ninguna clase. El amor no es algo que se pueda juzgar verdaderamente en un contexto histórico si solamente se refiere a hechos de amabilidad o de tolerancia; ya que el apóstol Pablo nos dice: “Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado (arriesgarlo todo en hechos de aparente heroísmo), y no tengo amor, de nada me sirve” (1 Corintios 13:3). Por lo tanto, uno puede hacer todas estas cosas sin verdadero amor.
Los traductores de la Reina Valera de 1909 tradujeron correctamente la palabra griega agape por “caridad” (actos de compasión, misericordia) a lo largo de todo el capítulo 13 de 1ª de Corintios. Pensaron que era importante distinguir esta palabra, ágape, de las otras 3 palabras griegas que se traducen como amor, porque 1ª de Corintios 13 es una definición de cómo obra el “amor”; es decir, la caridad cristiana puesta en acción. La diferencia entre esas 4 palabras griegas para “amor” es absolutamente crucial. En este artículo, cada aparición de la palabra “amor” en un texto de la Biblia, es una traducción de la palabra ágape, la cual debiera siempre aparecer en nuestras Biblias en español como “caridad” (actos de compasión, misericordia), para evitar interpretaciones erróneas.
Nuestro Señor no dice que storge (afecto familiar natural) se enfriará; tampoco Él dice que el fileo (el afecto de la amistad) se enfriará; y de ninguna manera Él sugiere que el eros (pasión sexual o romántica) disminuirá.
Ahora, si se busca ágape en un diccionario bíblico, se descubrirá que es un verbo; es decir, que tiene que ver con la acción. Las otras tres palabras para amor sólo pueden representar disposiciones o sentimientos afectivos. Ágape es la devoción activa por el bienestar primeramente espiritual de aquel a quien se ama, servicio espiritual desinteresado, actos de caridad o compasión, muestra activa de misericordia.
Cada palabra bíblica tiene su significado esencial, pero también tiene significados adicionales que dependen del contexto en el que se usa la palabra. Ahora está más allá de toda discusión que la palabra ágape describe el amor que hace algo. Podemos amar (storge) a nuestra madre todo el tiempo; pero cuando oramos en secreto por ella sin esperar su reconocimiento, la estamos amando (ágape) del modo que nuestro Señor Jesucristo nos mandó amarnos unos a otros.
Hasta aquí hemos mostrado que nuestro Señor Jesucristo está describiendo una disminución aguda en la actuación de este servicio desinteresado entre los cristianos profesos. Pero, aún esta definición para amor no nos permitirá ir más allá que hacer comparaciones entre “más” y “menos”. El mundo está lleno de gente que todavía da para causas caritativas, dan una mano a sus vecinos, y ayudan a resolver los problemas en su comunidad.
Lo que vamos a demostrar ahora, es que si le permitimos a la Biblia que nos dé una definición para “amor” en sus propias palabras, se verá claramente que el amor del que nuestro Señor Jesucristo habló se ve muy raramente en la cristiandad de hoy en día; y que la falta de éste es tan profundamente obvia, que cualquier mente honesta puede ver fácilmente que la práctica del amor bíblico en la mayoría de los cristianos profesos ha disminuido en forma tan aguda que casi ha desaparecido por completo.
El “Amor” Definido Por La Misma Biblia
A muchas personas les gusta citar Juan 13:35 como definición del verdadero carácter cristiano. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”.
Que nuestro Señor Jesucristo debe haber querido decir algo más que lo que normalmente definimos como servicio desinteresado es obvio, cuando uno considera que Él también dijo esto: “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo” (Juan 15:19).
El Señor nos dice que el mundo amará lo suyo; así que a menos que Él quiera decir algo más específico que sólo “servicio desinteresado”, su declaración al efecto de que podamos diferenciar quiénes son los verdaderos cristianos porque se aman los unos a los otros, se vuelve insignificante. Como se verá, el amor que la Biblia describe como una señal de la Verdadera Fe es una clase de amor muy específico. Tan específico de hecho, que a menos que uno sea un hijo de Dios nacido de nuevo, no puede demostrar este amor en absoluto.
“Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4:7-8).
Juan “parece” contradecir al Señor, quien dijo que el mundo amará lo suyo. Algo mucho más específico que caridad, servicio desinteresado o compasión tiene que estar a la vista aquí, porque cualquiera sea el “amor” del que el apóstol inspirado está hablando solamente puede ser demostrado por aquellos que son nacidos de Dios. Una descripción más amplia del “amor” al que Juan se está refiriendo se encuentra en el versículo 10 del mismo capítulo.
“En esto consiste el amor: no que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó a nosotros, y envió á su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10).
La frase “En esto consiste el amor” implica que se está dando un ejemplo definitorio y conclusivo de lo que es el amor. Recuérdese: ágape es un amor que hace algo, no sólo una “disposición afectiva”, y aquí vemos lo que Dios hizo para mostrar su amor por nosotros. Dios envió a su Hijo para que sea LA CURA para nuestro problema: el pecado. Esto nos da una pista grande de la clase de “amor” que está faltando totalmente en la cristiandad hoy en día. Las palabras “No que nosotros hayamos amado a Dios, sino que Él nos amó a nosotros”, hacen una distinción entre el amor que viene de nosotros y el amor que viene a nosotros de Dios. El amor con el cual el mundo ama lo suyo no es un ejemplo del amor de Dios aún si una persona hace un “servicio desinteresado” por otra, porque no puede demostrar el “amor” especial que se está discutiendo aquí. Que estamos obligados a mostrar a los otros la misma clase de amor que Dios nos ha mostrado a nosotros está implicado en el siguiente versículo.
“Amados, si Dios así nos ha amado, debemos también nosotros amarnos unos a otros” (1 Juan 4:11).
La palabra “así”, también puede incluir la idea de cuánto amor tenemos que demostrar, y el contexto sugiere esto. Sin embargo, esta palabra “así” en griego es outos, que significa “de esta manera”. Lo que tenemos que hacer aquí, es amarnos unos a otros del mismo modo que Dios nos ama. El amor que está siendo descrito aquí es una clase especial de “servicio desinteresado”. Es un amor que se origina en Dios, nos abraza y cura el problema del pecado. Si nos amamos unos a otros de la misma manera que Dios nos ama, estaremos curando el problema del pecado en los demás. Debemos amarnos unos a otros con el amor de Dios, cuyo amor procede de Él y no de nosotros, porque nosotros no podemos curar el problema del pecado en nadie. Si has recibido el amor de Dios, estás consciente del hecho de que ese amor no justifica los pecados ni otorga ninguna licencia para cometer pecado. Solamente si has recibido este amor, eres capaz de “duplicarlo” o de pasarlo a otros.
La conclusión es… si el amor que demostramos por otros no es una cura para el problema del pecado, entonces no hemos amado de la misma manera que Dios ama.
Todo este detalle se brinda con el objeto de substanciar algo que de todas maneras es obvio. Si amar a otros es hacer lo mejor que podemos por ellos, y si la mejor cosa que podemos hacer por ellos es ayudarlos a ver la Verdad que puede salvarlos y libertarlos del pecado: entonces cualquier cosa que se llame “amor” pero que no refuerce y proclame la Verdad salvadora y eterna de la Biblia no es amor para nada.
El “amor” que tranquiliza a un incrédulo en su lecho de muerte diciéndole que “Todo va a estar bien (simplemente) porque Dios te ama”, no sólo no es amor de acuerdo a Dios, sino que realmente es la peor de las mentiras del diablo. “De tal manera amó Dios al mundo...” (Juan 3:16).
Sin embargo millones se están yendo al infierno de todos modos, porque rehúsan la intención de este amor, que fuesen hechos conformes a la imagen del Hijo (Romanos 8:29). Dar seguridad de cualquier cosa que no esté de acuerdo con la Verdad del Dios de la Biblia es hacer el trabajo del diablo por él. La mayoría de lo que la gente gusta llamar “amoroso” hoy en día se puede describir como tranquilizantes para los se van al infierno. Para este momento, tendría que ser obvio para ti que lees que los mentirosos “consuelos sentimentales” no son el amor bíblico, sin el cual dice la Biblia, no conocemos a Dios.
[COMENTARIO DEL APOCALIPSIS Actualizado Viernes 10 Septiembre 2021]
Considérese cómo la siguiente Escritura define el amor de un modo que está completamente en desacuerdo con lo que es la noción popular del amor.
“En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos. Porque este es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son penosos” (1 Juan 5:2-3).
Espero que te hayas dado cuenta que no hay ni siquiera una palabra en estas Escrituras acerca de cómo tratarnos unos a otros. Si amamos a Dios, o si amamos a nuestro hermano, lo hacemos así mediante el guardar Sus mandamientos. El Señor Jesucristo dice exactamente lo mismo:
“Y el Señor Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante a éste: Amarás á tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37-39).
No hay nada en los 10 mandamientos sobre no decirle a la pobre abuelita agonizante que se va a ir al infierno si ella no cree las cosas correctas acerca del Señor Jesús.
El 2º mandamiento nos prohíbe inclinarnos (Éxodo 20:5) esto es, hacer reverencia, o hacer concesiones, a cualquier otro que no sea el único y verdadero Dios. Si damos seguridades de que hay otro modo de escapar del infierno e ir al cielo excepto a través del Señor Jesucristo y del modo que Él ha descrito, hemos hecho de Él un mentiroso, a la vez que hemos desobedecido el segundo mandamiento. Es porque el Señor anticipó conflictos como este, que dijo: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su vida… no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:26).
El resumen del asunto es este: Solamente podemos amar a nuestro prójimo amando a Dios. Si amamos a Dios, guardaremos Sus mandamientos. Si guardamos Sus mandamientos, terminaremos amando a nuestro prójimo. Sin embargo, lo que el mundo sin Dios enseña es exactamente lo opuesto: que si tenemos cuidado de no reprender, ofender o condenar a nuestro prójimo, entonces lo estamos “amando” y por lo tanto también estamos amando a Dios. Bajo la cubierta de este torpe ágape, lo que hay realmente es la falta de voluntad de soportar alguna persecución (Mateo 13:21) por el bien de la Verdad. Convenientemente, no estamos realmente seguros de las doctrinas que debemos afirmar cuando hay algún riesgo o costo involucrado.
El Amor Que Es Siempre Desinteresado
Por temor a que alguien pudiera pensar que lo único que tiene que hacer para cumplir el mandato del Señor de amarnos unos a otros es “predicarles” a los demás, Dios nos ha dado este claro testimonio de la necesidad de hacer algo por nuestros hermanos y hermanas en la Familia de Dios.
“Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de obra y en verdad” (1 Juan 3:18).
Mientras se nos recuerda que el amor que estamos obligados a mostrar debería ser más que un asunto de predicación, también se nos recuerda que la Verdad debe ser fuente y guía de ese amor. Pero de ninguna manera, la voluntad de predicarle a alguien nos excusa de la necesidad de demostrar el amor de Dios mediante obras.
“Hermanos míos, ¿qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si el hermano ó la hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, Y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y hartaos; pero no les diereis las cosas que son necesarias para el cuerpo: ¿qué aprovechará? Así también la fe, si no tuviere obras, es muerta en sí misma” (Santiago 2:14-17).
Las palabras “¿Podrá la fe salvarle?” Se relaciona directamente con lo que se citó antes de 1 Juan 4:7: “y cualquiera que ama es nacido de Dios”. La persona que dice que tiene “fe”, pero no ama a su prójimo, no puede ser salvo por esa “fe”; y el que ama no le dice “buena suerte pero desaparece” a su hermano o a su hermana en tiempo de necesidad.
“El que no ama, no conoce á Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4:8).
No podría estar más claramente establecido que lo que está aquí. Si uno es verdaderamente nacido de Dios, tendrá el amor del que se habla aquí. Este amor es un servicio desinteresado que siempre confirma la Verdad de Dios y hace que aquel que ha recibido ese amor contemple su relación con Dios. Nuestro Señor Jesucristo dice lo mismo:
“Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16).
Si no podemos dejar que aquella luz alumbre así (la luz de la Verdad), entonces cuando los hombres vean nuestras buenas obras no van a glorificar a nuestro Padre que está en los cielos. En vez de eso, simplemente llegarán a apreciarnos a nosotros: y terminaremos confirmando la fe que ellos tienen en la naturaleza humana, o en la suerte, o en su propia justicia. La bondad y la Verdad no se pueden divorciar la una de la otra, excepto cuando ambas, la “bondad” y la “verdad” son falsas y destructivas: esto es, no son realmente ni bondad ni verdad en absoluto.
El mundo y la cristiandad apóstata nos enseñan a mostrar una “bondad” que existe con o sin Verdad, creyendo como ellos hacen que su “bondad” es la Verdad misma. De acuerdo al Dios de la Biblia, cualquier acto de “bondad” que no confirme la Verdad de Dios se vuelve la mentira de Satanás. Ésta siempre ha sido la mejor forma de mentira del diablo; ya que mediante esta clase de “bondad” desea demostrar que “cualquier religión” que esté acompañada de suficiente moralidad pública para ganar la alabanza de los hombres (Juan 12:43) hará a una persona justa ante los ojos de Dios.
Una vez hubo un hombre que alardeaba de sus conexiones con la mafia. Se ganaba la vida por medios ilegales, pero mantenía una distancia segura de la mayor parte del “trabajo sucio” de su profesión. Encontraba a algún joven solitario e insatisfecho y lo “rescataba” del aburrimiento y la futilidad de su vida. También le proveía de un lugar decente para vivir y le compraba regalos. El joven de turno era quien hacía todo el “trabajo sucio” e incurría en todo el peligro, pero también vivía una vida de aventura en una relativa comodidad. Mientras no lo traicionasen, el mafioso era amable y amigable. Luego de un tiempo, despedía de su “trabajo” al joven y lo enviaba lejos con suficiente dinero para sobrevivir por un tiempo. Luego se buscaba a otro joven a quien “ayudar”. ¿Es esto amor? El ejemplo dado es extremo, pero también es una historia verdadera, y describe fielmente la naturaleza de esa “bondad” falsa y engañosa que el mundo llama amor. ¿Qué hay de esos jóvenes con los que el “señor Mafia” era tan amable? ¿Se volvieron a Dios y a la Verdad por la amabilidad que se les mostró? ¿No podrían concluir que una “vida de crimen” no era tan mala? ¿No empezarían a pensar que la mafia es la “verdadera iglesia” en donde pueden encontrar amigos, ayuda y una vida excitante? Mostrar “bondad” que no confirma la Verdad del Dios de la Biblia es confirmar la mentira del diablo, y aquellos que hacen eso son los mejores representantes del diablo.
El diablo está en guerra en primer lugar con Dios, no con nosotros, y la destrucción que él obra en la humanidad es sólo uno de los modos en que intenta desacreditar y difamar a nuestro Señor Jesucristo. Si el diablo puede demostrar que hay bondad sin Dios, o verdad aparte de Jesucristo, ha conseguido totalmente sus propósitos con la humanidad. Tal como están las cosas, los hombres en todo el mundo están gritando: ¿Dónde está la justicia? A Dios se lo desprecia por rehusar intervenir en los asuntos de los hombres si es que no se niega su existencia totalmente. Los hombres miran a su alrededor a todas las “buenas obras” que están haciendo y se maravillan de qué Dios no los recompense ni los proteja a causa de ellas.
“A causa de la multitud de las violencias clamarán, Y se lamentarán por el poderío de los grandes. Y ninguno dice: ¿Dónde está Dios mi hacedor, que da canciones en la noche?” (Job 35:9-10).
La frase “Dios mi hacedor” es la clave para entender esta Escritura, porque difícilmente se puede decir que los oprimidos no oren pidiendo ayuda. Pero oran a un “dios” de su propia imaginación; no al único y sólo Verdadero Dios Su hacedor; a quien no se puede conocer de ningún otro modo que a través de nuestro Señor Jesucristo y su evangelio. Aún aquellos que se llaman a sí mismos “cristianos” son culpables de esto: ya que imaginan que pueden “tener” un Jesús aparte de sus enseñanzas. Tienen un Cristo falso, un Cristo imaginario: un “Cristo” que confirmará su filosofía mundana, y sonríe con asentimiento ante su torpe ágape. Incluso están categóricamente en desacuerdo con las enseñanzas de nuestro Señor y desprecian aquellas enseñanzas al mismo tiempo que usan su nombre.
Tienen una “bondad” sin Verdad o una verdad sin Dios, o un “dios” que no se revela exclusivamente a través del Señor Jesucristo, o un “Jesús” que no diría las cosas que el verdadero el Señor Jesús dijo: y así de hecho han rechazado al Dios de la Biblia. Nunca descubren al Dios que da canciones en la noche: el Dios que aconseja, conforta, y consuela a aquellos que adoran al Padre en Espíritu y en Verdad: “porque también el Padre tales adoradores busca que adoren” (Juan 4:23).
Hasta los demonios pueden decir que nuestro Señor es el Cristo, el Hijo de Dios (Lucas 4:41), pero esta confesión no los lleva al cielo. Los demonios admiten que hay solamente un Dios (Santiago 2:10): pero el sólo pensarlo les da terror; necesitan un “dios diferente”, uno que no sea como el único Dios. Más bien, buscan descubrir un “dios” que los deje como están y que todavía los ame como son y que los deje seguir haciendo lo que hacen… indefinidamente. Los hombres de este mundo buscan las mismas cosas de sus “dioses”. Para siempre quieren ser perdonados, pero también quieren seguir en su pecado, su rebelión, y sus mentiras para siempre. Aquellos que rechazan arrepentirse verdaderamente piensan que si “se sienten mal” por el hecho de ser malos, todo estará bien. Siempre están dispuestos a lamentarse por sus “fracasos” y a admitir sus “culpas”, pensando que por esto escaparán del Juicio: pero no están dispuestos a abandonar su orgullo, sus falsas doctrinas, o las mentiras que realmente les impiden arrepentirse de verdad.
[COMENTARIO DEL APOCALIPSIS Actualizado Viernes 10 Septiembre 2021]
Simpatía Por El Diablo
La visión mundana de la misericordia—tolerancia—le permite a una persona continuar indefinidamente en su maldad y deshonestidad. Las personas de este mundo quieren un dios que los perdone aún si ellos nunca dejen sus caminos. Si Dios no los perdona a pesar de su rechazo a arrepentirse y cambiar, acusan a Dios de ser inmisericorde: y así, al final, Dios tendría que perdonar al diablo para demostrar que Él es misericordioso. De este modo, ellos muestran “simpatía por el diablo”: ya que si Dios los perdona a ellos sin verdadero arrepentimiento, la justicia demanda que perdone también al diablo.
El amor que es siempre desinteresado no es desinteresado porque una persona no tenga esperanza de ser recompensada. Cada uno de nosotros tiene continuas necesidades que esperamos que sean satisfechas. Aún cuando damos de nuestro tiempo, nuestro dinero, nuestro trabajo o nuestras mismas vidas a otros hay esperanza de ser recompensados por Dios o por el destino. El amor que siempre es desinteresado es desinteresado porque no viene de nosotros, sino de Dios, y ese amor siempre cura el problema del pecado. Considérese de qué manera tan clara Pablo afirma esto:
“¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, y paciencia, y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía a arrepentimiento?” (Romanos 2:14).
Dios nos salva sacándonos de nuestros pecados y alejándonos de nuestros pecados, no en nuestros pecados ni con nuestros pecados. No habrá pecado en el cielo, y aquellos que amen sus pecados no tendrán lugar allí.
“Y cualquiera que tiene esta esperanza en él, se purifica, como él también es limpio. Hijitos, no os engañe ninguno: el que hace justicia, es justo, como él también es justo. El que hace pecado, es del Diablo; porque el Diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del Diablo” (1 Juan 3: 3, 7-8).
El amor que es siempre desinteresado es desinteresado porque no protege su propia reputación. Alguien que ama con el amor de Dios no intenta demostrarle al mundo cuán “santo” ni qué “bueno” es. La caridad (amor) no es jactanciosa (1 Corintios 13:4). La mayor parte del amor que se muestra en la cristiandad hoy en día es con el sólo propósito de embellecer el propio “testimonio” de uno: es el intento de demostrarle a los otros qué “buenos cristianos” somos, para señalarnos a nosotros mismos como ejemplos de “buenas personas”. Pensamos que estamos haciéndole un favor a Dios al hacer esto, ya que nos consideramos a nosotros mismos como guías de los ciegos, luz de los que están en tinieblas, instructores de los que no saben, maestros de niños (Romanos 2:20). Cuántos de nosotros decimos: “Gracias a Dios, no a mí”, pero a causa de que nuestra “bondad” no procede de la Verdad ni la confirma, el fin todavía es el mismo. Aún nuestras palabras “Gracias a Dios, no a mí” sólo añaden a nuestra propia gloria, porque ahora el mundo puede ver que somos no solamente “generosos” sino también “humildes”. Realmente, cada cristiano que practica una “bondad” sin Verdad se vuelve un pequeño anti-Cristo, porque ellos mismos se hacen pasar por el Único que es Bueno. El Señor Jesús dijo: “Ninguno hay bueno sino uno: Dios” (Mateo 19:17).
“Antes, todas sus obras hacen para ser mirados de los hombres; porque ensanchan sus filacterias [pruebas de su propia santidad], y extienden los flecos de sus mantos [ponen por delante su propia reputación]” (Mateo 23:5).
Son anti-cristos porque la persona a la que le demuestran su “bondad” no queda con la contemplación de Dios y de la Verdad, sino con la admiración por ellos mismos. Todos ellos se vuelven pequeños “salvadores” y les encanta oír testimonios de cuán “santos” que son. Desean ser indispensables e irremplazables en las vidas de los otros. Nuestro Señor dijo: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32), pero la “verdad” que estas personas comparten busca hacernos dependientes de ellos. Al enfocar la atención en su “bondad”, su “poder” y su “revelación”, se meten ellos mismos entre Dios y nosotros; así que para aproximarnos a Dios, debemos también acercarnos a ellos. Se sitúan a sí mismos entre nosotros y la Luz de la Verdad, para que caigamos bajo su “sombra”. Se paran en frente de la Luz, y la Verdad aparece alrededor de ellos como un halo. Nos hacen señas para que nos acerquemos más a ellos, para que podamos “calentarnos” en aquella luz; pero a medida que lo hacemos, descubrimos que todavía estamos temblando en el frío y la sombra.
El amor que siempre es desinteresado se puede ilustrar fácilmente con el amor que los padres tienen por sus hijos. Si un niño pequeño no deja de jugar con fósforos, finalmente el padre recurrirá a los retos o a los castigos. Aunque el padre ame a ese niño con toda su alma, y aunque no pueda soportar ver llorar a ese niño, y aunque sepa que ese niño se va a resentir con él si le da unas palmadas en las nalgas, y aunque darle unas palmadas a ese niño lastime al padre profundamente, y aunque el padre necesite el afecto de ese niño más que nada en el mundo, el amor (la preocupación por el bienestar a largo plazo del niño) va a hacer que le dé unas buenas y fuertes palmadas en las nalgas para que aprenda a no jugar con fósforos.
Al amor que siempre es desinteresado no le importa que se lo pueda acusar de “no tener amor”; o de que se lo pueda acusar de ser cruel, o inmisericorde, o irracional, o intolerante. Cualquiera que ama a otro con el amor que es siempre desinteresado no pregunta: ¿Pero qué va a pensar de mí?, porque le importa tanto el bienestar de esa otra persona que está dispuesto a soportar la calumnia, el rechazo y hasta su odio, con tal de ayudarla.
El amor que es siempre desinteresado será siempre en voz alta, y exigente, y hasta molesto; y se arriesgará al rechazo de los mismos a los que ama, si es que al hacerlo así puede salvarlos de un daño mayor, o despertarlos a su necesidad de Dios.
“Este es mi mandamiento: Que os améis los unos á los otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que ponga alguno su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hiciereis las cosas que yo os mando” (Juan 15:12-14).
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