“Al salir él para seguir su camino, vino uno corriendo, e hincando la rodilla delante de él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” (Mr 10:17)
Para entender la respuesta del Señor Jesús a la pregunta del joven rico—“¿Qué haré para heredar la vida eterna?”— debemos considerar tres cosas: el trasfondo del joven rico, el propósito de su pregunta, y la esencia del evangelio del Señor Jesucristo.
El joven le preguntó al Señor: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” (Mr 10:17) El Señor le respondió: “Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mt 19:17).
A primera vista, parece como si el Señor le dijera al joven— y, por ende, todos nosotros—que debe guardar la Ley de Moisés para ser salvo. Pero, ¿es realmente esto lo que dice?
Ya que la esencia del mensaje de salvación es que somos salvos por gracia mediante la fe (Ef 2:8-9), muchos cristianos piensan que los mandamientos de Dios ya no tienen ninguna validez. Igualan los mandamientos con la Ley de Moisés. Esto es un error. Los mandamientos de Dios nunca han dejado de estar vigentes. Como muestra los siguientes pasajes del Nuevo Testamento:
“La circuncisión nada es, y la incircuncisión nada es, sino el guardar los mandamientos de Dios” (1 Co 7:19).
“En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos” (1 Jn 5:2).
“Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (Ap 12:17).
“Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Ap 14:12).
Lo primero que dice Jesús en respuesta al saludo del joven, “Maestro bueno”, es recordarle que nadie es bueno sino Dios (Mt 19:17). El Señor no estaba negando Su propia divinidad. Al contrario, con su pregunta (Mt 19:17) Él estaba haciendo que el joven pensara en lo que realmente significa bueno: Si sólo Dios es bueno, y el joven lo consideraba bueno a Él, ¿entonces reconocía el joven que Él era Dios, o el Hijo de Dios? ¿Tenía consciencia de a quién se estaba acercando?
El joven le pide al Señor que le especifique qué mandamientos debe cumplir para tener la vida eterna. El Señor Jesús le repite seis de los mandamientos eternos, incluido el de “amar al prójimo como a uno mismo” (Mt 19:19). El joven responde: “Todo esto lo he guardado...¿Qué más me falta?” (Mt 19:20). ¡Esta es una declaración clave!
Es evidente que el joven era religioso y sincero en su búsqueda de la justicia. Su problema era que se consideraba intachable en cuanto a la Ley. Y este es precisamente el punto que Jesús desafía.
El Señor Jesús le dice al joven: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme” (Mt 19:21). El joven pensó que Jesús le pedía demasiado. “Se fue triste, porque tenía muchas posesiones” (Mt 19:22).
En vez de hacer lo que el Señor Jesús le dijo, el joven le dio la espalda y se alejó. La decisión del joven también entristeció mucho a Jesús, porque lo amaba (Mr 10:21).
Cuando le dijo al joven que guardara los mandamientos, Jesús no le estaba diciendo que pudiera salvarse obedeciendo los mandamientos; por el contrario, Él estaba enfatizando este aspecto de la Ley como la norma perfecta de Dios. Si puedes guardar los mandamiento de Dios perfectamente, entonces puedes escapar del castigo del pecado por ti mismo; pero eso supone un gran “Si” (condicional). Cuando el joven le respondió que él guardaba los mandamientos de Dios, el Señor tocó un tema que probaba que el joven estaba engañado por su propia justicia, que no guardaba en realidad los mandamientos. El joven no estaba dispuesto a seguir al Señor, si eso significaba que debía renunciar a sus riquezas. Así pues, el joven estaba quebrantando los dos mandamientos más importantes: no amaba al Señor con todo su corazón, y no amaba a su prójimo como a sí mismo. Se amaba más a sí mismo (su dinero era lo que lo identificaba). Lejos de guardar “todos” los mandamientos, como había afirmado, el joven era un pecador como todos los demás. Su incumplimiento de la ley moral lo demostraba.
Si el joven hubiera amado a Dios y a los demás más que a sus bienes, habría estado dispuesto a entregar sus riquezas al servicio de Dios y de los hombres. Pero no fue así. Había hecho de su riqueza un ídolo, y la amaba más que a Dios. Con mucha precisión, el Señor Jesús pone al descubierto la codicia que había en el corazón del joven, una codicia que ni siquiera él mismo sospechaba que tenía. La afirmación de Jesús de que sólo Dios es bueno (Mt 19:18) tenía como propósito que el joven declarara: “Tú eres bueno, porque tú eres el cumplimiento de la ley de Dios”. Si tan sólo el joven hubiera reconocido eso, ¡qué diferente habría sido el final de este incidente!
El mensaje de la Biblia es que la salvación es por gracia a través de la fe (Ro 3:20, 28; 4:6; Gl 2:16; Ef 2:9; 2 Ti 1:9). No somos salvos por buenas obras, ni siquiera con las buenas obras de la ley espiritual de Dios. No lo somos porque no podemos guardar esta ley sin el poder del Espíritu Santo. Pero cuando nacemos de nuevo y recibimos el Espíritu del Señor, Dios espera de nosotros buenas obras que atestigüen a favor de nuestra salvación. Y las primeras de esas obras deben ser el cumplimiento de la ley moral o espiritual de Dios descrita en Éxodo 20:3-4,13-16.
En su conversación con el joven rico, Cristo no enseñó que nos salvamos por las obras de la Ley, sino que somos salvados por la fe en Él para luego poder guardar los mandamientos de Dios con el poder de su Espíritu.
Como todos nosotros, el joven rico necesitaba un Salvador—necesitaba nacer de nuevo.
Si crees que el Señor Jesús es bueno y es Dios, ¿por qué no haces lo que Él te dice que hagas?
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