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domingo, 11 de diciembre de 2022

NACER DE NUEVO


Es la regeneración. Otra palabra para regeneración es segundo nacimiento, relacionada con la frase bíblica “nacer de nuevo”. Nuestro segundo nacimiento se distingue de nuestro primer nacimiento, cuando fuimos concebidos físicamente y heredamos la naturaleza pecaminosa de Adán y Eva. El nuevo nacimiento es uno que es celestial, espiritual y santo, que resulta en la vivificación espiritual de nuestro ser. El ser humano en su estado natural está “muerto en delitos y pecados” hasta que sea “vivificado” (regenerado) por Cristo. Esto sucede cuando la persona pone su fe en Cristo Jesús como su Salvador (Ef 2:1).

La regeneración es un cambio radical, espiritual, de adentro hacia afuera. Tal como nuestro nacimiento físico resultó en un nuevo individuo entrando en un mundo terrenal, nuestro nacimiento espiritual resulta en una nueva persona que entra en el reino celestial (Ef 2:6). Después de la regeneración, comenzamos a ver, a oír y a buscar las cosas celestiales; empezamos a vivir una vida de fe y de santidad. Ahora Cristo está formándose en los corazones que lo han recibido; ahora somos partícipes de la naturaleza divina, habiendo sido hechos nuevas criaturas (2 Co 5:17). Dios y no el hombre, es el origen de esta transformación (Ef 2:1,8). El gran amor de Dios y Su don gratuito, Su abundante gracia y misericordia, son la causa del nuevo nacimiento. El gran poder de Dios, que resucitó a Cristo de entre los muertos, se ve en la regeneración y en la conversión de los pecadores (Ef 1:19-20).

La regeneración es necesaria. Nacer de nuevo es imprescindible para entrar en el reino de Dios. La carne humana pecaminosa no se puede presentar ante Dios. En su conversación con Nicodemo, el Señor Jesús dijo dos veces que un hombre debía nacer de nuevo para ver el reino de Dios (Jn 3:3,7). La regeneración no es opcional, porque “lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn 3:6). El nacimiento físico nos equipa para la tierra; el nuevo nacimiento espiritual nos prepara para el cielo (Ef 2:1; 1 P 1:23; Jn 1:13; 1 Jn 3:9; 4:7; 5:1, 4, 18).

La regeneración es parte de lo que Dios hace por nosotros en el momento de la salvación, junto con el sello del Espíritu Santo (Ef 1:13), la adopción (Gl 4:5), la reconciliación (2 Co 5:18-20), etc. La regeneración es lo que Dios hace para que una persona viva espiritualmente como resultado de la fe en Jesucristo. Antes de la salvación, no éramos hijos de Dios (Jn 1:12-13); más bien, éramos hijos de ira (Ef 2:3; Ro 5:18-20). Antes de la salvación, estábamos perdidos; después de la salvación somos regenerados. El resultado de la regeneración es la paz con Dios (Ro 5:1), nueva vida (Tit 3:5; 2 Co 5:17), y el ser Sus hijos eternamente (Jn 1:12-13; Gl 3:26). Con la regeneración se inicia el proceso de la santificación, por medio de la cual nos convertimos en las personas que Dios quiere que seamos (Ro 8:28-30).

La única forma para la regeneración es por medio de la fe en la obra completa de Cristo en la cruz. Regenerar el corazón no se logra por medio de alguna cantidad de buenas obras o por guardar la ley o ser fiel a la religión cristiana. Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él (Dios)” (Ro 3:20). Sólo Cristo ofrece una cura para la depravación total del corazón humano. No tenemos necesidad de renovación, de reforma o de reorganización; necesitamos un nuevo nacimiento; necesitamos nacer de nuevo. Este nuevo nacimiento se hace evidente en la vida del creyente por la presencia del Espíritu Santo de Dios. Y, “si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Ro 8:9). Esto es lo mismo que decir que tal persona no ha nacido de nuevo.

La vida cristiana normal, la que nos muestra las Escrituras, no es una vida con una fe estática, que podemos situar en algún momento del pasado y decir: “En ese momento nací de nuevo”. La vida cristiana normal, la que nos muestra las Escrituras, es una vida con una fe dinámica, que vive en tiempo presente. 

Los israelitas debían salir cada día de sus tiendas e ir en busca del maná. Lo debían recoger cada día durante seis días, pero no el séptimo día porque era día de reposo. El sexto día debían recoger el doble para que en el día de reposo también tuvieran maná (Éx 16: 1-36). Si algún otro día recogían más para guardarlo para el día siguiente y así no tener que salir a recogerlo al desierto, el maná se agusanaba y no se podía comer. Sólo el sexto día podían recoger el doble sin riesgo de que el maná se echara a perder.  

El maná es una ilustración del Señor Jesús: “Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan del cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo. Le dijeron: Señor, danos siempre este pan. Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre (Jn 6:32-35).

Ahora el verdadero Pan del cielo es el Señor. Pero nosotros, igual que los israelitas de antaño, debemos cada día procurar nuestra porción del Pan celestial. Cada día una porción fresca. No debemos procurar hoy para mañana, ni tratar de comer lo de ayer hoy, porque se habrá echado a perder. Así es también con la salvación: esta tiene que estar fresca y dinámica cada día para que cuente como genuina.

¿Estás confundiendo alguna pasada externalidad religiosa como la oración del pecador, el bautismo, la membresía a una iglesia, el cumplimiento de ciertas formalidades o algún otro tipo de “buena obra” con la relación fresca y vital con el Señor Jesucristo? 

Debemos buscar al Señor en permanente oración para que nos revele el verdadero estado de nuestra alma delante de Él. El Señor se acerca a quienes se acercan a Él (Jer 29:12-14; Stg 4:8). Examinar nuestra salvación (no darla por sentada) es el mandamiento:

No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos (Mt 7:21, 24-27).

No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones (1 Co 6:9).

Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? (Stg 2:14).

Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás (1 P 1:18).

Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado (1 Jn 3:24).

Si el justo con dificultad se salva, ¿En dónde aparecerá el impío y el pecador? (1 P 4:18).

Mas el que persevere hasta el fin, este será salvo” (Mt 24:13).

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¿NACEMOS PECADORES?

¿SALVACIÓN, O SOLO CONVERSIÓN?

LA LLENURA DEL ESPÍRITU SANTO

EXAMINÉMONOS A VER SI ESTAMOS EN LA FE

OBRAS MUERTAS

UN ASUNTO DE VIDA O MUERTE

NUNCA OS CONOCÍ

NO OS CONOZCO

ESPÍRITU, ALMA Y CUERPO

¡MUERTE A AMALEC!

NO MATARÁS