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MI EXPERIENCIA CARISMÁTICA



Terminó la pandemia a fines del 2022, y los templos se abrieron para recibir a los feligreses que por casi dos años no habían podido asistir a sus lugares públicos de adoración. El domingo 6 de noviembre de 2022 asistí por primera vez en casi 3 décadas al último local evangélico en el que había estado. Lo llamo local y no templo porque así es como ellos lo llaman. No se identifican con ninguna denominación evangélica tradicional, prefiriendo el nombre de Hermanos en Cristo (más el nombre de la ciudad en que residen). La asamblea general se reúne los domingos, y los días de semana se reúnen por los distintos sectores de la ciudad, en las casas de quienes abren sus puertas para tal evento. Es lo más parecido a las iglesias en casas que existe donde vivo.

Después de dos o tres domingos me presento ante un anciano que reconozco de aquellos años en que yo solía asistir a esta hermandad, y me entero de la hora, el día y la dirección en que él y los hermanos de su sector se reúnen. Me hago invitar, y comienzo a asistir fiel y puntualmente a las reuniones. Los días domingos temprano por la mañana para participar de la Cena del Señor antes de la asamblea general, los martes a la reunión de ayuno y oración, y los jueves al estudio bíblico. Las reuniones de los martes y jueves son a las 8 de la noche. 

Todo parece bien. Todos parecen ser fervientes, amistosos y devotos cristianos. Pero pronto comienzo a recordar por qué fue que hace 30 años atrás dejé de reunirme con ellos. 

Los domingos, para la Cena del Señor, tengo que invertir (¿perder?) nada menos que 2 horas entre llegar a la casa donde se efectúa, participar en ella, y desplazarme hasta el local donde se lleva a cabo la asamblea general, la que toma, como mínimo, otras 2 horas. Rápidamente dejo de asistir a esta última porque no difiere en nada de cualquier otro culto efectuado los días domingos en cualquier otra iglesia denominacional: hartas alabanzas, avisos, saludos, bromas, para rematar con una homilía aguachienta efectuada por un siempre diferente predicador aficionado elegido durante la semana por los ancianos.

La Cena del Señor también comienza a generarme intranquilidad. Me llaman la atención y me corrigen por referirme al pan y al vino como símbolos. ¿Qué otra cosa son si no símbolos? El pan y el vino representan simbólicamente el cuerpo y la sangre de Cristo. No lo contienen (consubstanciación), no se transforman en él (transubstanciación).

La consubstanciación es la creencia de que el pan y el vino de la Cena contienen espiritualmente la carne y la sangre de Jesús, pero que siguen siendo, de hecho, solo pan y vino. De esta manera, es diferente de la transubstanciación, en la cual se cree que el pan y el vino se convierten realmente en el cuerpo y la sangre del Señor. 

La transubstanciación es un dogma católico romano que se remonta a los primeros años de esa iglesia, mientras que la consubstanciación es relativamente nueva, surgiendo de la Reforma Protestante. La consubstanciación enseña esencialmente que Jesús está “con, en y bajo” el pan y el vino, pero no es literalmente el pan y el vino (¿...?).

Martín Lutero, fundador de la Reforma Protestante, era un sacerdote católico romano que estaba harto de los abusos de la Iglesia Católica Romana y quería reformar la iglesia para que pudiera volver a sus raíces. Lutero aprendió todo sobre la doctrina de la transubstanciación en su formación teológica, y formaba parte de su sistema de creencias porque, como sacerdote, celebró la Misa muchas veces, y el dogma de la transubstanciación es fundamental para la Misa Católica Romana.

Por lo tanto, cuando la Reforma comenzó como una reacción a los abusos católicos romanos (como la venta de indulgencias), y el movimiento de reforma fue denunciado sumariamente por la iglesia, los líderes de la Reforma eran en su mayoría creyentes católicos romanos que ahora estaban sin una iglesia ya que habían sido excomulgados de la Iglesia Católica Romana. Así nació el clima en el que los elementos de la Misa, el pan y el vino, podían ser examinados a la luz de las Escrituras. Entonces, en lugar de la transubstanciación, una doctrina que debe aceptarse solo por fe ya que no hay ningún cambio aparente en el pan y el vino, se formuló la doctrina de la consubstanciación para explicar qué le sucedía al pan y al vino y por qué no había cambio físico real en estos elementos básicos.

El cambio de trans- a con- es la clave para ver el pan y el vino como el cuerpo y la sangre de Jesús. El prefijo trans- significa “cambio” y dice que se produce un cambio; el pan se convierte realmente en el cuerpo de Jesús, y el vino se convierte realmente en la sangre de Jesús. El prefijo con- significa “con y dice que el pan no se convierte en el cuerpo de Jesús sino que coexiste con el cuerpo de Cristo de modo que el pan es a la vez pan y el cuerpo de Jesús. Lo mismo ocurre con el vino. No se convierte en la sangre de Jesús, pero coexiste con la sangre de Jesús de modo que el vino es a la vez vino y la sangre de Jesús.

El servicio de adoración que se acerca a la realidad de la enseñanza del Señor es el que dice que la propiedad física del pan y el vino no cambia; el pan sabe a pan sin levadura, no a carne, y el vino sabe a vino, no a sangre. Estos dos elementos esenciales, la carne y la sangre, NO permanecen como elementos que coexisten con el pan y el vino. El pan y el vino son SÍMBOLOS. Esto es algo que hay que tener muy claro para que la enseñanza de Jesús, en Mateo 26:26-28 y Marcos 14:22-24, se pueda observar correctamente. Algunas iglesias ortodoxas orientales, y algunas otras denominaciones cristianas litúrgicas (episcopales y luteranas, por ejemplo) sostienen la consubstanciación. Incluso entre estos grupos, la consubstanciación no es universalmente aceptada.

Es así de sencillo: como el bautismo simboliza la muerte y la resurrección espiritual del creyente, el pan y el vino simbolizan (representan) el cuerpo de Cristo

La Cena del Señor es un memorial: nos recuerda su muerte por nosotros. Debemos conmemorar su muerte hasta que Él venga: “Haced esto en memoria de mi”. “Así, pues, todas las veces que comiéreis este pan, y bebiéreis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que el venga” (Lc 22:20; Mt 26:28; Lc 22: 19; 1 Co 11:26). Para más sobre la Misa y la Cena del Señor, lee ¿Ordenanzas o Sacramentos?La Cena del SeñorLa Misa—De la Liturgia a la Realidad.

La gota que rebalsó el vaso de mi paciencia fue cuando un hermano habló acerca del poder de la sangre de Cristo, fundamentando su punto con el relato (probablemente católico y espurio) del soldado junto a la cruz que le clavó la lanza en el costado al Señor. Según este relato, el soldado era ciego de un ojo. Al clavarle la lanza al Señor, una gota de su sangre le habría saltado en el ojo ciego, y este habría recuperado la vista milagrosamente. Desde ese momento este soldado se había convertido en cristiano y había recorrido el mundo contando su testimonio. Si la leyenda existe en los anales de los santos católicos, no lo sabemos. Si algún médico forense puede atestiguar a favor de que una gota de sangre salte de un cuerpo muerto, tampoco no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que atribuirle tal poder a la sangre del Señor es superstición y herejía. En YouTube se pueden encontrar varios videos que promueven supersticiosas enseñanzas acerca de la sangre del Señor. La mencionada es una de ellas. Así fue cómo comprendí por qué se tomaban tanto tiempo en, literalmente, “adorar” al pan y al vino puestos sobre la mesa delante de ellos.

Luego vino lo del “estudio bíblico de los días jueves. Puras divagaciones e improvisaciones acerca de una palabra o un pasaje sacado de contexto. Perogrulladas de escuela dominical, clichés manidos, lugares comunes; todo regado con una abundancia de amenes y aleluyas, y otras interjecciones evangélicas tradicionales. Sin ton ni son, el “estudio bíblico” terminaba tal y como había comenzado: con cánticos y alabanzas, siendo esto último lo único de valor de toda la reunión. El jueves siguiente, olvidado ya todo lo que se había hablado la reunión anterior, alguno de los presentes, al azar, iniciaba con su última preocupación todo el proceso nuevamente. Porque todo era muy democrático, nadie estaba a cargo, cualquiera podía comenzar o terminar; cada loco con su tema era la consigna. Lo único en lo que todos tenían que estar de acuerdo era que cualquier cosa que se dijera tenía que ser positiva y vaga (imprecisa). Temas relacionados con la segunda venida del Señor, la seguridad condicional del creyente, y otros similares, estaban vedados. Nada que oliera a doctrina podía mencionarse, porque eso es ser religioso, legalista. Ser ignorante es ser humilde, saber algo y querer enseñar es ser arrogante. Uno podía ver una pesada nube de esmog espiritual y doctrinal envolviéndonos cada vez que se realizaba este “estudio bíblico”.

En una de estas reuniones una hermana quiso comentar su experiencia acerca de la lectura del libro de Apocalipsis, y el tema del pre- o post-tribulacionismo salió a la palestra. Rápidamente un hermano le arrojó un balde de agua fría al debate. Contó cómo el Señor lo había despertado una madrugada para decirle que su salvación estaba segura y que no se preocupara por los temas relacionados con la segunda venida del Señor porque Él no perderá a ninguno de los suyos (Jn 10:27-28). ¡Caso cerrado! Nadie comentó acerca de lo improbable que era que el Señor le hubiera hablado. Aparte de la enseñanza bíblica sobre este tema, esta el hecho de que este “hermano” convive con una de las “hermanas”: no están casados. Este es el mismo “hermano” que no va a la asamblea general de la iglesia por su situación civil. Este es el mismo “hermano” que practicó tres exorcismos en tres reuniones diferentes haciendo que la víctima bebiera un vaso de “agua bendita” hasta hacerla atragantarse, toser y provocarle arcadas. Supuestamente, la víctima es liberada de la aflicción causada por el espíritu inmundo cuando vomita todo el líquido ingerido. ¡Sí, a este fornicario y chamán evangélico” el Señor le había hablado para decirle que su salvación estaba segura! ¡Una dosis de discernimiento espiritual acompañada con sana doctrina bíblica, por favor! ¡Qué irresponsable llevaría a un cristiano nuevo a una de estas reuniones!

Mi experiencia carismática no termina aquí, tendría que tocar también el rol de las mujeres en la reuniones ( 1 Co 14:34-38; 1 Ti 2:11-14), la práctica de “orar o hablar en lenguas” (clic), el orar al Espíritu Santo, el pedirle al Espíritu Santo que tome control (¿posesión?) de los presentes y de toda la reunión en general, y la búsqueda de revelaciones extra-bíblicas.

Terminaré con este último tema: la búsqueda de revelaciones extra-bíblicas.

 El verdadero don profético debía cesar cuando se cumplieran sus propósitos para esta era.

El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará” (1 Co 13:8-10).

El contexto de 1 Corintios 13 se refiere a los dones espirituales. Toda la sección, desde el capítulo 12 al 14, trata de este tema. 1 Corintios 13:8-10 se refiere a los dones de revelación de profecía, conocimiento y lenguas, a través de los cuales Dios habló a la iglesia primitiva. Estos dones debían desaparecer al cumplirse su propósito divino, tal como han desaparecido muchos otros elementos del programa de Dios para las edades.

1 Corintios 13:8 promete que “las profecías...se acabarán”. Ahora sabemos que la segura Palabra profética contenida en la Biblia nunca acabará. Era el don de profecía que acabaría o desaparecería. Nuevamente, el versículo ocho dice “y la ciencia acabará”. Es obvio que el conocimiento en general nunca desaparecerá. Es el don de ciencia lo que desapareció con la finalización de las Escrituras del Nuevo Testamento. Este versículo también declara que “las lenguas... cesarán”. El don de hablar en lenguas cesará. Puesto que está claro que en algún momento la profecía cesará, ¿cuándo sería esto? La respuesta se encuentra en Efesios 2:20. Este versículo agrupa a los profetas con los apóstoles y dice que ellos pusieron los cimientos de la iglesia. Predicaron el evangelio, establecieron las primeras iglesias y escribieron las Escrituras del Nuevo Testamento bajo inspiración divina.

Al término del primer siglo, con la muerte del último de los apóstoles, su trabajo estuvo completo. Los cimientos estaban firmemente puestos y ya no eran necesarios. Así como hoy no hay apóstoles, en el sentido de la iglesia primitiva, tampoco hay profetas en el sentido de recibir e impartir revelación. En este sentido, la “profecía” ha “acabado”.

Los carismáticos y pentecostales no tienen el don de profecía del Nuevo Testamento, esto no sólo porque su supuesto don opera en contra de la revelación divina ya registrada en las Escrituras (la Biblia), sino también porque ese don cesó con la muerte de los apóstoles y profetas que sentaron los cimientos de la iglesia.

La revelación para esta era actual está completa y no se le puede agregar nada más.

Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Jud 1:3). “Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro” (Ap 22:18-19).

La fe cristiana (la doctrina) fue entregada una vez para siempre a los santos durante los días de los apóstoles. No se debe agregar ni alterar (quitar). Más bien, es algo por lo que hay que contender para conservar su pureza. El Espíritu Santo ha declarado que las Escrituras contienen todo lo necesario para hacer “al hombre de Dios perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Ti 3:16-17). Esto se refiere a la TODA la Escritura, y se colocó un sello en el último capítulo del Libro, advirtiendo a todos los hombres contra la afirmación de tener alguna palabra nueva o fresca de Dios (Ap 22:18-19).

Sin embargo, pese a estas solemnes advertencias, el grupo de carismáticos al que asistí continuamente insistía en recibir y en esperar recibir nuevas revelaciones de parte del “espíritu” de Dios. Menosprecian la Biblia, y esto quedaba de manifiesto en su ignorancia de ella. Justamente porque ignoran lo que la Biblia dice es que buscan “nuevas” revelaciones. Si conocieran y entendieran los pasajes bíblicos citados aquí acerca de la importancia de las Escrituras y su superioridad sobre los dones carismáticos del primer siglo, jamás habrían caído en tan graves errores y herejías. ¡El Señor no da revelaciones directas hoy en día porque el tiempo para ellas cesó cuando se completó el canon de las Escrituras: el Nuevo Testamento! La revelación de Dios al hombre está ahora completa en la Biblia. Dios quiere y espera que su pueblo se conforme a esta verdad y la obedezca. Punto. Ir más allá de esto es muy peligroso porque como el Señor no dará nuevas revelaciones, espíritus demoníacos tomarán la oportunidad para insuflar en la mente humana todo tipo de ideas y pensamientos que los desvíen de la Verdad porque las personas cumplen con las condiciones para que ellos (los espíritus demoníacos) operen. 

Y lo dicho aquí es sólo la punta del iceberg. Me he referido a un grupo de diez personas, a lo sumo. No he tocado lo de la asamblea general ni lo de otros grupos carismáticos mucho más numerosos e influyentes en la sociedad hoy en día. Y es que no hay para qué hacerlo; todos tienen el mismo punto en común: desconocimiento o franco desprecio por la interpretación bíblica correcta, El movimiento carismático y pentecostal es un instrumento de Satanás destinado a apartar a los creyentes de la Biblia y hacerlos experimentar con sus emociones y carnalidad. Cada vez que un líder, pastor o predicador carismático/pentecostal inste a sus oyentes a tener experiencias extra-bíblicas o diga haberlas experimentado él mismo, puedes estar seguro que estás escuchando o a un charlatán o a un hombre desviado (engañado) de las Escrituras. A menudo una prueba de su conocimiento doctrinal lo delatará como el falso maestro que es. Como el “chamán evangélico” mencionado en este artículo.

Estamos en el tiempo del cumplimiento de profecías como estas: “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Ti 4:1). “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Ti 4:3-4).

Estimado lector, no me entiendas mal. No odio a estas personas. No son malas personas, humanamente hablando; son todo lo contrario. Son amables, gentiles, cálidos, generosos, amistosos: harán todo lo posible por darte la bienvenida en su grupo y hacerte sentir bien entre ellos. ¡Y es justamente la suma de estas buenas cualidades humanas las que los hacen irresistibles, y peligrosos! Humanamente hablando, son la sal de la tierra. Pero en cuanto a las Escrituras, son unos herejes y falsos maestros; así que no son la luz del mundo. 

El Señor nos dice: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo (Lc 14:26). 

Después de la declaración de que debemos aborrecer a nuestro padre y madre, Jesús relata una parábola sobre un hombre que construye una casa sin contar primero el costo (Lc 14:28-30). El hombre descubre que no puede llevar a cabo lo que se propuso hacer. Deja la casa sin terminar porque no puede pagar lo que se requiere. La ilustración de Jesús ayuda a explicar su difícil declaración de aborrecer a nuestra madre y nuestro padre; es decir, debemos calcular el costo de ser un discípulo. Hay un costo, y ese es el punto del pasaje.

Para ser un discípulo del Señor, debemos estar dispuestos a renunciar a todo por Él. Seguir a Jesús requiere compromiso y fidelidad, incluso si nuestros padres eligen no seguir al Señor. Si y cuando nos enfrentamos con la dolorosa elección de lealtad a la familia versus lealtad a Jesús, debemos elegir a Jesús. Incluso si los miembros de nuestra familia nos desheredan, o peor, por ser cristianos, debemos seguir a Cristo. En este sentido es en el que aborrecemos a nuestra familia. El mandamiento de Jesús de “aborrecer” a nuestros seres queridos más cercanos nos exige que prioricemos nuestra relación con Jesús sobre nuestra relación con nuestros padres, hermanos y otros miembros cercanos y queridos de nuestra familia.

Por supuesto, es correcto amar a los miembros de nuestra familia, y queremos que ellos amen y sigan a Dios. En otro lugar, Jesús confirmó el quinto mandamiento de que debemos honrar a nuestros padres (Mr 7:9-13). Y Pablo advirtió severamente que cualquiera que no provee para sus parientes, y especialmente para su propia casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo (1 Ti 5:8). La declaración de Jesús de que debemos “aborrecer” a nuestros seres queridos debe verse en relación con toda la Escritura. Su punto no es que debemos ser insensibles con nuestras familias, si no que debemos amarlo más a Él. Este amor comparativo se describe claramente en Mateo 10:37.

No debemos olvidar que incluido en la condición de Jesús de que un seguidor debe “aborrecer” a su padre y madre está la condición de que también debe aborrecer... incluso su propia vida (Lc 14:26). Jesús no demanda un odio emocional hacia los padres más de lo que demanda a odiarnos a nosotros mismos. El énfasis está en la renuncia a sí mismo y la rendición absoluta a Su voluntad. Inmediatamente después está la instrucción de Jesús de cargar nuestra propia cruz (Lc 14:27): esto aclara Su enseñanza.

Otras traducciones hacen un poco más clara la intención de Jesús: Si quieres ser mi discípulo, debes odiar a todos los demás en comparación (Lc 14:26, NLT), y la Biblia Amplificada dice que un seguidor de Cristo debe odiar a los miembros de su familia en el sentido de la indiferencia o el desprecio relativo por ellos en comparación con su actitud hacia Dios. Es un odio por comparación y lealtad, no un odio absoluto ni emocional.

Muchos cristianos nunca tendrán que tomar la dolorosa decisión de darle la espalda a su familia para seguir a Cristo. Pero, en todo el mundo, hay muchos otros cristianos que enfrentan el rechazo, el desheredamiento, la persecución de sus familias, incluso la muerte. Estos creyentes, si quieren ser fieles a Cristo, se ven obligados a vivir de una manera percibida como odiosa hacia su padre y madre, esposa e hijos, hermanos y hermanas (Lc 14:26). Todos los creyentes estamos llamados a reconocer el señorío de Cristo y preferirlo sobre todos los lazos terrenales. Aquellos que debemos sacrificar las relaciones terrenales tenemos esta promesa: Nadie que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos, o tierras, por mi causa y por el evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna (Mr 10:29-30).

¿Cómo terminó mi experiencia carismática?

Hice mutis sobrecogido.

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