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lunes, 1 de noviembre de 2021

LA MISA—De la Liturgia a la Realidad

 


La misa es la práctica esencial de la Iglesia Católica. Sin embargo, es un misterio que permanece oculto para la mayoría. El autor de este testimonio fue criado en un hogar cuyos integrantes eran católicos devotos, y fue educado en el sistema de una escuela parroquial. Escribió estas páginas porque tiene un profundo amor por el pueblo católico en todo el mundo.

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Mi estómago era un manojo de nervios mientras esperábamos que comenzara la misa. ¡Qué vergüenza si se me olvidara lo que tenía que hacer! Ensayé mi latín con nerviosismo. Pero había tomado la decisión: Iba a ser monaguillo.

El sacerdote no perdía la calma. El otro monaguillo, ya experimentado, se entretenía mirando a la gente a través de los reflejos que emitían los cristales de una ventana.

Por fin llegó la hora y se abrió el pesado portón que daba acceso al altar. Según avanzábamos en procesión, hice sonar la campanilla que pendía del dintel. ¿Por qué me había metido en este lío?

La excursión de fin de año con que se obsequiaba a los monaguillos atraía a muchos niños. Pero lo que a mí me atraía era algo mucho más profundo: el prestigio que obtendría de parte de mis familiares. Además, existía la posibilidad de llegar a ser sacerdote. Este podía ser un primer paso. Pero todavía era más valiosa la bendición que habría de recibir de Dios.

La suntuosa sacristía donde me vestía con la sotana negra y la sobrepelliz blanca, incluso olía a santidad. Pronto tendría en mis manos el agua y el vino y ayudaría al sacerdote en la santa comunión tras la pronunciación de aquellas tremendas palabras: “Hoc est enim corpus meum” (Esto es mi cuerpo).  

Tan pronto como sonó la campanilla, toda la congragación se puso de pie. ¡Demasiado solemne para un niño de once años!

Ayudé en la misa cuatro años. En el segundo de mis años de monaguillo, la misa cesó de celebrarse en latín después de 1500 años de celebrarse exclusivamente en dicho idioma. Tuve que volver a aprender en inglés todas las respuestas. Fue una tarea dura, pero constituyó un gran adelanto. 

Al haber asistido a misa la mayor parte de mi vida, comprendo la reverencia que todo católico tiene ante este sacramento. En mi juventud, esta como entretejida en la trama de mi vida. Con todo, al hacerme adulto, mi asistencia a la misa a menudo carecía de sentido. Al intentar obtener un conocimiento más claro de este misterio, mi investigación me condujo a las Sagradas Escrituras. Allí dice la Palabra de Dios: “Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Ts. 5:21).

Decidí, entonces, examinar la misa usando el método que Dios ha provisto: ir a la Biblia.

Hallé que el punto en cuestión requiere una correcta interpretación de las palabras del Señor: “Esto es mi cuerpo...esto es mi sangre” (Mt. 26:26,28). Cuatro son los pasajes que nos informan de lo que ocurrió en la última cena durante la cual el Señor Jesús pronunció dichas palabras. Tres se hallan en los evangelios (Mt. 26:17-30; Mr. 14:12-25; Lc. 22:7-38).

El cuarto informe es de la pluma del apóstol Pablo, quien no estuvo presente en la cena, pero recibió del Señor una revelación directa (1 Co. 11:17-34). Se hallan también unas breves referencias en Hechos y en 1 Corintios (Hch. 2:41-47; 20;7-12; 1Co. 10:14-22). También es importante Juan 6, donde el Señor se define a sí mismo como el “pan de vida”.

¿Cuál es la correcta interpretación de la afirmación del Señor: “Esto es mi cuerpo”.

Para dar una respuesta, hemos de decidir si el Señor estaba hablando en sentido literal o figurado. Sentido literal es aquel en el que las palabras significan exactamente lo que dice la definición más obvia de ellas. Como cuando decimos: “La cantidad de agua que está cayendo es de una pulgada por hora”. En leguaje figurado, esta misma información podría expresarse así: “Está lloviendo a cántaros”.

El Señor empleó ambos tipos de lenguaje en la noche de la última cena. Después de la cena dijo: “Estas cosas os he hablado en alegorías; la hora viene cuando ya no os hablaré por alegorías, sino que claramente os anunciaré acerca del Padre” (Jn. 16:25). Nuestro modo de considerar la cena del Señor (griego, eucaristía) dependerá de si tomamos las palabras del Señor como dichas en lenguaje literal o figurado (alegoría).

Interpretación Literal

La Iglesia de Roma enseña que, cuando el Señor pronunció las palabras: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo...esto es mi sangre” (Mt. 26:26,28), convirtió el pan en su cuerpo y el vino en su sangre. El nombre oficial de este cambio es transubstanciación. Significa que hay un cambio de sustancia. Aunque permanecen las apariencia exteriores del pan y el vino, la sustancia interior ha cambiado. Con esto se capacita al sacerdote para que sacrifique a Cristo en el altar. Se llama “sacrificio incruento” (sin derramamiento de sangre), lo cual no impide que Cristo se “inmole u ofrezca realmente como víctima. La oblea de pan ácimo se llama hostia”, vocablo que se deriva del latín y que significa víctima. El ofrecimiento de la víctima satisface a Dios por los pecados de los vivos así como de los muertos que se hallan en el purgatorio

Según la enseñanza católica, en el sacrificio de la misa y el sacramento de la eucaristía, los que reciben la comunión comen, realmente, el cuerpo de Cristo. Comulgar es algo esencial para la vida espiritual, el centro de la experiencia católica y un elemento importante para la salvación. 

En la última cena, el Señor dijo: “Esto es mi cuerpo...esto es mi sangre” (Mt. 26:26,28). La Iglesia de Roma interpreta estas palabras en el sentido de “Esto se ha convertido en mi cuerpo...esto se ha convertido en mi sangre”. Interpretan así el verbo “es” en el sentido literal, denotando que hay total identidad entre el sujeto y el predicado, como por ejemplo, cuando un joven muestra su automóvil a sus amigos y les dice con orgullo: Este es mi auto

Interpretación Figurada

El Señor estaba hablando usando una figura de leguaje, o lenguaje metafórico, como Él mismo lo asegura en Juan 16:25. Según esta interpretación el pan y el vino son sólo símbolos. El pan representa el cuerpo del Señor que fue partido por nuestros pecados (1 Co. 11:24). El vino representa la sangre que derramó por nosotros. El Señor quiere que Sus seguidores coman el pan y tomen el vino con el propósito de recordarle, esto es, darle gracias y alabarle por el sacrifico de Su muerte en la cruz.

La interpretación figurada entiende las palabras del Señor como diciendo: Esto representa mi cuerpo...esto representa mi sangre. Interpreta así el verbo es en otro de sus usos normales, mostrando que un objeto representa a otro. Siguiendo con el ejemplo anterior del joven y su auto nuevo, podemos imaginárnoslo explicando a su padre durante la comida la forma en que chocó su auto. Disponiendo los platos y el servicio sobre la mesa de forma que representen la escena del accidente, toma cabizbajo una cuchara y dice: Este es mi auto.

La clave de la interpretación está en el contexto. El joven dijo dos veces: Este es mi auto”. En ambas ocasiones quienes lo escuchaban entendieron inmediatamente lo que quería decir. La primera vez usó las palabras en sentido literal, y la segunda en sentido figurado.

Sus palabras son semejantes a las del Señor en la última cena. ¿En qué sentido habló el Señor cuando dijo: “Esto es mi cuerpo...esto es mi sangre” ? ¿En sentido literal o figurado?

Si leemos las palabras del Señor en su contexto, podemos determinar su correcto significado. Mi estudio de la última cena me ha convencido de que el Señor se expresó en sentido figurado. Voy a resumir en cuatro puntos las razones de mi conclusión.

1. El estilo didáctico del Señor

Entre los judíos era muy común la utilización del lenguaje figurado. El Señor Jesús, como buen judío, no era una excepción. Juan registra es su evangelio siete declaraciones metafóricas (es decir, en sentido figurado) que el Señor hizo acerca de Sí mismo. En cada una de ellas utiliza el mismo verbo ser” que aparece en cuando dice: “Esto es mi cuerpo...esto es mi sangre”. Él dice:

  • Yo soy el pan de vida (Jn. 6:48).
  • Yo soy la luz del mundo (Jn. 8:12).
  • Yo soy la puerta (Jn. 10:9).
  • Yo soy el buen pastor (Jn. 10:11).
  • Yo soy la resurrección y la vida (Jn. 11:25).
  • Yo soy el camino, y la verdad, y la vida (Jn. 14:6).
  • Yo soy la vid verdadera (Jn. 15:1).

Todas y cada una de estas declaraciones están en sentido figurado. Más aún, las dos últimas fueron pronunciadas la misma noche de la cena en el aposento alto.

En otra ocasión el Señor se refirió a Su cuerpo como templo (Jn. 2:19), a la vida espiritual como agua viva (Jn. 4:10), a Sus discípulos como sal (Mt. 5:13), a la enseñanza de los fariseos como levadura (Mt. 16:6). Leemos en Mateo 13:34: Todo esto habló Jesús por parábolas a la gente, y sin parábolas no les hablaba”. Una parábola es un símil continuado en el que se compara una cosa con otra cualquiera. Es lenguaje figurado, metafórico. Esto no quiere decir que todo lo que Cristo dijo se deba entender metafóricamente, sino que empleó con mucha frecuencia el lenguaje figurado para referirse a las cosas espirituales.

No es, pues, extraño que hallemos lenguaje figurado en la última cena. Un estudio de Sus enseñanzas en aquella noche, según aparecen registradas en los capítulos 13 al 17 de Juan, nos mostrará que, a lo largo de aquella velada, usó muchas figuras de dicción. Se refirió a la copa obviamente en sentido figurado cuando dijo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre (Lc. 22:20; 1 Co. 11:25), pues la copa no puede ser el pacto mismo, sino un símbolo de él.

En el informe paulino, la porción continúa: Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Co. 11:26). ¡De seguro el apóstol Pablo no está diciendo que debemos bebernos la copa misma! Se refiere, en sentido figurado, al vino que hay dentro de la copa. Nótese también que este versículo se refiere al alimento que se come como pan, no cuerpo. En el evangelio de Marcos, tras decir: Esto es mi cuerpo”, el Señor se refirió al vino como fruto de la vid (Mr. 14:25), no sangre. Este es el contexto de la porción que estamos examinando. En gran parte, se halla claramente en sentido figurado.

Los judíos que escuchaban al Señor interpretaban a menudo Sus enseñanzas de mala manera, pues carecían de discernimiento espiritual. Eran incapaces de entender cuándo Él hablaba de las verdades espirituales en sentido figurado. Cuando dijo: Destruid este templo (Jn. 2:19), pensaron que hablaba del templo construido por Herodes. Cuando habló de la levadura de los fariseos (Mt. 16:6-12), se imaginaron que aludía al pan. Junto al pozo de Jacob, le habló a una mujer samaritana acerca del agua viva (Jn. 4:10-14), a ella le extrañó que Él no llevara cántaro para sacarla. Y cuando dijo que debían comer Su carne y beber Su sangre se indignaron (Jn. 6:60-66). El apóstol Juan registra este último incidente en el capítulo sexto de su evangelio. Debido a que la Iglesia de Roma usa esta porción para probar que el Señor se refería a ella en la última cena, la vamos a examinar más atentamente.

2. Juan capítulo 6

Este capítulo comienza con el milagro que el Señor realizó para dar de comer a una gran multitud. Al día siguiente de ese evento, proclamó que podía darles una comida que permanece para vida eterna (Jn. 6:27). Esto dio ocasión para que se reanudara una disputa con las autoridades judías acerca de la identidad del Señor. Ya estaban conspirando para matarlo por se hacía igual a Dios (Jn. 5:18). Incluso proclamaba que podía resucitar a los muertos (Jn. 5:25).

En Juan 6, los judíos continúan oponiéndose a la pretensión del Señor de ser igual a Dios”, y le retan a que lo demuestre haciendo que descienda maná del cielo como lo había hecho Moisés (Jn. 6:0-31). El Señor aprovecha esta referencia al maná, alimento que había esencial para la vida de los judíos en el desierto, y la aplica a Sí mismo en sentido figurado, respondiendo: Yo soy el pan de vida (Jn. 6:35).

En el debate que se inicia a continuación, usa el pan como la verdad que ellos se habían negado a aceptar: creer en el Señor es esencial para la vida espiritual. Primero lo afirma literalmente: El que cree en mí, tiene vida eterna (Jn. 6:27). Luego lo afirma en sentido figurado: “Si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre (Jn. 6:51). En esta analogía, el Señor usa el verbo comer como sustituto del verbo creer.

Esto se confirma si atendemos a lo que dice más adelante: El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero (Jn. 6:54). Momentos antes había dicho: Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero (Jn. 6:40).

Nótese que los resultados son idénticos en ambos versículos: vida eterna y resurrección. Pero aún cuando en uno se declara que debemos comer y beber (Jn. 6:54), en el otro que debemos ver y creer (Jn. 6:40). Puesto que los resultados son idénticos, debemos concluir que las acciones con las que se obtienen también son idénticas: comer representa creer. Las afirmaciones hechas en sentido figurado se entienden fácilmente cuando se leen en el contexto de los demás versículos del pasaje.

Pero no se debe ver en dicho pasaje ninguna referencia a la eucaristía. Una vez más, el sentido correcto está en el contexto. Las circunstancias en Juan 6 son diferentes de las de la última cena. Es cierto que en ambas ocasiones el Señor se refiere al pan, pero ahí termina la semejanza. En efecto, en Juan 6 el Señor se dirige a los que le rechazan como fuente de vida eterna, y usa el pan como ilustración de la necesidad que tiene la humanidad de creer en él. El Señor no menciona el vino ni una sola vez en este pasaje. En cambio, en la última cena, Él se hala con Sus discípulos, y está instituyendo, mediante el uso del pan y el vino, una cena conmemorativa.

Cuando comprendemos la diferencia que existe entre ambos acontecimientos, se hace evidente que no se puede usar Juan 6 como fundamento para enseñar la interpretación de la última cena. Sin embargo, esto es exactamente lo que hace la Iglesia de Roma. Examinemos cinco versículos que Roma menciona con mayor frecuencia.

En Juan 6:51, el Señor predice: El pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo”. La Iglesia de Roma interpreta esto como una promesa de la eucaristía. Pero el contexto no tiene nada que ver con la última cena ni con el pan físico. Momentos antes, el Señor se había identificado a Sí mismo como el pan de vida. Ahora dice que dará el pan, que es Él mismo, por la salvación del mundo. Esto es una descripción exacta de lo que llevó a cabo en la cruz. Predice, pues, Su muerte. Cuando se acerca el final de su vida terrena, hizo muchas predicciones similares (Jn. 3:14-16;10:15). La interpretación que acabamos de hacer es la única que se ajusta al contexto. Mediante el sacrificio de Su vida, Él vino a ser el Salvador del mundo, la Fuente de la vida eterna.

En Juan 6:52, los judíos comienzan a discutir entre ellos: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? A causa de su antagonismo hacia el Señor, no sólo rechazaban Su enseñanza, sino que carecían de discernimiento para comprender cuando estaba utilizando una ilustración.

En Juan 6:53, dice: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros”. Más que enseñar la necesidad de recibir la santa comunión, aquí Él habla de la necesidad de creer en Cristo para salvación. Si no pones tu confianza en el pago por el pecado que realizó Él en la cruz, no serás salvo.

En Juan 6:54, dice: El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero”. Ya hemos visto que comer equivale a creer, y que dar Su carne se refiere a Su muerte en la cruz. Así, pues, comer Su carne o beber Su sangre es lo mismo que poner la confianza en Su muerte en la cruz como pago por nuestros pecados.

Finalmente, en Juan 6:55, afirma: Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. Entender esto como si Cristo está corporalmente presente en la hostia es una interpretación ajena al contexto. Una vez más, el Señor pone de relieve que Él es la fuente de la verdadera vida espiritual y del genuino alimento espiritual.

Las citas de Juan 6 no pueden utilizarse para interpretar las palabras del Señor en la última cena, porque los respectivos contextos difieren demasiado; no tratan de lo mismo. Quienes insisten en hacerlo así deberían percatarse de que, en Juan 6, Cristo se refiere al pan como ilustración de lo que enseña en el contexto de la salvación. En este sentido únicamente se sienta ahí un precedente para entender en sentido figurado el uso que del pan hace el Señor en la última cena.

3. El sentido común

Dios es razonable, Venid ahora, y razonemos” (Is. 1:18 LBLA), le dice el Señor a Israel. Él espera de nosotros que usemos el juicio. Tres son las razones que debieran persuadirnos a tomar en sentido figurado las palabras del Señor en la última cena.

En primer lugar, consideremos la ubicación de Su cuerpo. Cuando pronunció las palabras: Esto es mi cuerpo, estaba reclinado a la mesa con Sus discípulos. De seguro que a ellos no se les ocurrió concluir que el pan era de veras Su cuerpo de carne y huesos. Si estas palabras se toman en sentido literal, tanto el pan como Su cuerpo de carne y huesos son Su cuerpo. ¿Tiene esto algún sentido? La Iglesia de Roma enseña que el cuerpo de Cristo está presente en cada uno de los altares y en cada una de las hostias consagradas en todo el mundo. ¿Es esto lo que la Biblia enseña? La Escritura enseña que Cristo está ahora entronizado en el cielo. Su regreso corporal es todavía un evento futuro (Hch. 1:11). La Biblia nunca le atribuye al cuerpo físico de Cristo más de una ubicación en un tiempo determinado. Alguien podría objetar: ¿No es Cristo Dios, y no está en todas partes?” Su omnipresencia es espiritual, no física (Ap. 1:4; 3:1; 4:5; 5:6). 

En segundo lugar, la apariencia del pan y del vino es la misma tanto antes como después de la consagración. Más aún, también el olfato, el gusto y el tacto confirman lo que nos muestra el sentido de la vista. La Iglesia de Roma se da cuenta de que la evidencia física contradice la doctrina de una verdadera presencia corporal, pero lo explica diciendo que aunque la apariencia del pan y del vino permanecen la sustancia interior cambia. ¿Pero no es justamente la naturaleza interior de una sustancia lo que produce su apariencia exterior? Además, no consta en la Biblia ningún milagro en el que todas las evidencias exteriores muestren que no ha ocurrido ningún cambio mientras se exige a los fieles creer que, en realidad, algo ha ocurrido. Dios no se ha comportado jamás de ese modo con la humanidad.

En tercer lugar, fijémonos en las consecuencias que produce una interpretación literal. Cuando el Hijo de Dios se hizo hombre, tomó sobre Sí carne humana. Entonces la comunión consistiría en comer el cuerpo físico de Cristo. ¿Por qué habría Dios de exigirnos a comer carne humana? ¿Por qué ha de querer que bebamos carne humana? Es cierto que estamos hablando del cuerpo y de la sangre de Cristo, pero, ¿es razonable la interpretación de la Iglesia de Roma? ¿Es bíblica? Beber sangre está repetidamente prohibido en las Escrituras, incluido el Nuevo Testamento (Hch. 15:29). Los apóstoles eran judíos observantes en cuya mente no cabía el pensamiento de comer cosa alguna que no estuviera permitida, es decir, que fuera ceremonial y legalmente pura (Hch. 10:14). Para un judío, no hay ningún alimento más inmundo ceremonial y legalmente que la sangre.

Hay quienes sinceramente arguyen que comer el cuerpo físico de Cristo ciertamente tiene que proporcionar gracia. Con todo, el Señor dice: Y llamando a sí a la multitud, les dijo: Oíd, y entended: No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre...¿No entendéis que todo lo que entra en la boca va al vientre, y es echado en la letrina?” (Mt. 15:10,11,17). Si el comer no puede contaminarnos, ¿por qué ha de poder santificarnos? ¿Es en el estómago dónde yo necesito a Cristo? No dice el Señor: la carne para nada aprovecha (Jn. 6:63).

Algunos piensan que la misa no necesita ser razonable. Es un misterio, dicen. Simplemente acéptalo por fe”. Pero la Biblia nunca llama misterio a la eucaristía. ¿Por qué habríamos de llamarla así nosotros? Haciéndola objeto de fe, quedan sin resolver los mismos problemas. La fe tiene que descansar sobre revelación divina. Y la misa, conforme la describe la Iglesia de Roma, no está en la Biblia. Los problemas arriba enumerados son reales. La misa no sólo va contra la razón, sino también contra la Escritura. En cambio, si se interpretan en sentido figurado,  las palabras del Señor tienen perfecto sentido. Su cuerpo no necesita estar en todas partes. La naturaleza interior del pan y del vino concuerda con su apariencia exterior. En lugar de consumir a Cristo físicamente, experimentamos una comunión espiritual con Él.

4. El objetivo que el Señor se propuso

¿Por qué tomó el Señor pan y vino y ordenó a Sus discípulos que hicieran lo mismo? El mismo Señor nos da la respuesta: “Haced esto en memoria de mí. Y leemos a continuación: Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga (1 Co. 11:24-26). Este es el objetivo de la cena del Señor.

La interpretación en sentido figurado está en armonía con este objetivo. Conforme cada creyente come el pan, está diciendo mediante dicha acción: El cuerpo de Cristo fue partido a mi favor. Él tomó sobre Sí mí castigo. Al beber el vino afirma igualmente de manera simbólica: La sangre de Cristo fue derramada por mí. Dio Su vida en lugar de de la mía (1 Co. 10:16).

El Señor Jesús sufrió la crucifixión a fin de salvar el mundo. Ahora Dios ofrece perdón completo a todo el que se convierta de sus pecados y ponga su confianza únicamente en Cristo para ser salvo (Ro. 10:9-10). Participar del pan y del vino equivale a declarar públicamente que he aceptado personalmente Su oferta de salvación. Estoy proclamando que pongo toda mi confianza y seguridad en Su muerte. Cuando los creyentes se reúnen para hacer esto juntos, están afirmando también su unidad en Cristo (1 Co. 10:17).

El Señor Jesús no necesita estar físicamente presente para que la iglesia haga memoria de Él. El pan y el vino sirven adecuadamente para hacernos recordar que Su cuerpo y Su sangre fueron entregados a favor nuestro. Hacemos esto únicamente hasta que Él venga. Después ya no necesitaremos los símbolos, pues le tendremos a Él en persona.

El sentido figurado pone el énfasis del culto en el lugar que le pertenece: la comunión espiritual con Dios. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren (Jn. 4:24). Esto quiere decir que nos demanda entrar en Su presencia con el corazón bien dispuesto y sin hipocresía en nuestra vida. Comer el pan únicamente por cumplir, le importa muy poco a Dios, a quien le interesa más el interior que el exterior, lo espiritual más que lo físico. Las Escrituras ponen de relieve la necesidad de examinarse a sí mismo para asegurar la correcta disposición interior más bien que las formas exteriores o una mera asistencia física (1 Co. 11:28).

Tomar el pan y el vino para recordar de manera sencilla a Cristo está a tono con la sencillez que Él siempre enseñó, como cuando condenó el uso de vanas repeticiones en la oración (Mt. 6:7) y criticó duramente a los fariseos por su ostentación religiosa (Mt. 23:1-36). Y el apóstol Pablo escribió: Pero temo que, así como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestras mentes sean desviadas de la sencillez y pureza de la devoción a Cristo” [LBLA](2 Co. 11:3).

En la misa hallamos el uso de pomposas y elaboradas vestimentas, oraciones envasadas para ser leídas en voz alta, y un hombre que pretenciosamente repite el sacrificio de Cristo sobre un altar con un caliz de oro macizo. Ciertamente la humilde cena del Señor no comenzó de esta manera. La historia nos demuestra el tardío desarrollo de lo que hoy se conoce como misa. No se menciona en el Credo Apostólico (escrito en el siglo II de nuestra era) ni el en Credo de Nicea (año 325 de nuestra era). En los escritores de dicha época puede verse una múltiple variedad de puntos de vista sobre esto.

Surgió una áspera controversia en el siglo IX, que se extendió hasta el siglo XII. La creencia en que la sustancia de la hostia cambiaba en la consagración no llegó a ser la doctrina oficial de la Iglesia de Roma hasta el Concilio IV de Letrán el año 1215. Esta fue la primera vez que la Iglesia de Roma hizo suya la teoría de la transustanciación. La doctrina todavía se hallaba en pleno desarrollo en el siglo XVI. En ese siglo el Concilio de Trento, con el intento de acallar la oposición de la Reforma, definió como dogma dicha teoría y pronunció un solemne anatema contra quien se atreviese a negarlo (Concilio de Trento, sesión XIII, canon 2).

Desde entonces, la sencilla orden del Señor de que se le recordase con pan y vino ha sido exaltada a la condición de fuente y culminación de toda la predicación evangélica (Concilio Vaticano II, decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros, cap. 2, pár. 5). Tales son las palabras de dicho Concilio (1962-1965) sobre la eucaristía. Sin embargo, cuando el apóstol Pablo le dice a la iglesia lo que ocupa el primer lugar (1 Co. 15:3) en su predicación, el evangelio de Cristo (1 Co. 15:1-4) ni siquiera menciona el pan ni el vino.

¿Cuál es el objeto de la misa? La perpetuación del sacrificio de Cristo, en forma incruenta, para la satisfacción de la justicia divina

Examinemos esta definición punto por punto.

Primero, es un sacrificio. Sacrificio es una ofrenda para aplacar la justa ira de Dios. En las Escrituras, no hallamos ninguna mención del pan ni del vino como sacrificio. Nótese también que el Señor tomó pan y vino mientras estaba sentado a la mesa, no en un altar. Las mesas son para comer; los altares, para sacrificar. Dios les ordenó a los judíos que habían de tener solamente un altar (Ex 20:24-26; Dt 12:5-14). Si el Señor hubiese estado realmente instituyendo un sacrificio, habría establecido un segundo altar en Jerusalén. Ninguna porción de las Sagradas Escrituras da pie para un cambio tan importante.

Segundo, la misa es un sacrificio continuo. Las Sagradas Escrituras enseñan que un sacrificio que necesita repetirse continuamente muestra de por sí su debilidad (He 10:1-3). Si hay en la misa un poder tan grande, ¿por qué ha de repetirse cada semana e incluso cada día?

Tercero, es un sacrificio incruento. Pero las Escrituras dicen: “Sin derramamiento de sangre no se hace remisión (He. 9:22). Sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados. Un sacrificio incruento carece de poder.

Finalmente, la misa es un sacrificio para la satisfacción de la justicia divina. Así, pues, cada misa declara que la muerte de Cristo en la cruz no fue suficiente. Compárese esto con la Palabra de Dios: “En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre...Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado (He. 10:10,18).

¿Por qué hubo de morir Cristo en la cruz? La Biblia nos dice que la paga del pecado es muerte” (Ro. 6:23). Cristo murió para pagar lo que nosotros debíamos. Él dio Su vida en rescate por muchos” (Mr. 10:45). A punto de expirar, declaró: Consumado es (Jn. 19:30). Al entregar el Señor Su espíritu, Dios el Padre estampó sobre el documento de deuda de la humanidad la palabra: Saldada”.

El apóstol Pedro afirma lo mismo con toda claridad cuando dice: Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu” (1 P. 3:18). ¡Esto es algo digno de ser conmemorado! ¡Qué gozo es comer el pan y tomar el vino para recordar lo que Él hizo por nosotros, en vez de intentar repetirlo!

Conclusión

¿Es la eucaristía un símbolo o un sacrificio? Tu respuesta depende de una pregunta mucho más importante que cada uno debe hacerse a sí mismo: ¿Confío únicamente en el sacrificio que Cristo ofreció en la cruz, una sola vez y para siempre, como pago suficiente por mis pecados? Tu respuesta a esta pregunta determinará, no ya tu asistencia semanal a la misa, sino tu destino eterno (Jn. 3:36; Ro. 4:5;9:30-33; He. 10:38.39).

Dios envió a Su Hijo a morir por nuestros pecados y ofrece la salvación como un regalo para todo aquel que confía en Él (Jn. 3:16; Ef. 2:8-9); pero le niega esta oferta a todo el que intente recibirla, aún en parte, mediante el mérito propio (Gá. 2:21; 3:10;5:45). Buscar la gracia de Dios mediante un sacrificio que se repite una y otra vez equivale a lo mismo. Hay católico-romanos que rechazan la doctrina de la presencia corporal y del sacrificio diario de Cristo por manos de un sacerdote. No obstante, muchos de ellos continúan asistiendo a misa, aun cuando traten de redefinirla con sus propios términos. La Iglesia de Roma no permite tal opción.

En cada misa, el sacerdote levanta en alto la hostia y declara en la comunión: Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Conforme cada persona recibe la hostia, el sacerdote proclama: Este es el cuerpo de Cristo”. La persona que recibe la comunión tiene que responder: Amén”. Este vocablo hebreo es una expresión de aprobación solemne. Equivale a que la persona diga: Así es. Esto es el cuerpo de Cristo”. La Iglesia de Roma exige a los que no pueden hacer honestamente dicha afirmación que se abstengan de recibir la comunión.

Cada católico-romano tiene que tomar una decisión. Yo luché en mi interior por años antes de decidirme. Mucho después de haber comenzado a leer la Biblia y de haber puesto mi fe en Cristo como mi Salvador, permanecía aún leal a la Iglesia de Roma. Aunque me percataba de muchas de las porciones bíblicas citadas en este tratado, continuaba asistiendo a misa.

Una tarde, un grupo de cristianos me invitaron a unirme a ellos para recordar a Cristo con el pan y el vino. Creían que la eucaristía es sólo un símbolo. Yo no estaba de acuerdo. Aunque sabía que las Escrituras no lo respaldaba, yo seguía adherido a lo que se me había enseñado desde la niñez. Decidí asistir, pero sólo como observador.

Nos sentamos en círculo. En el centro, en una pequeña mesa, había una hogaza de pan y una copa de vino. Alguien del grupo preguntó si podíamos cantar un himno. Luego se levantó otro y dio gracias a Dios de todo corazón. Un anciano, nos invitó a abrir la Biblia en un lugar donde se describe la crucifixión. Leyó la porción lentamente. Después habló con claridad y afecto sobre la gracia de Dios al enviar al Señor Jesús a morir por nosotros. Mi mente y corazón se retrotrajeron hasta aquel gran acontecimiento. El culto continuó de esta manera por unos treinta minutos. Era evidente que la participación era espontánea. El amor y la honda estima que sentían hacia Cristo eran inequívocas.

Uno de los hombres presentes dio gracias por el pan y partió la hogaza en dos. A continuación, procedieron a pasarse el pan de mano en mano, tomando cada asistente una pequeña porción. Otro de los presentes dio gracias por la copa de vino, y procedió a pasarla igualmente de mano en mano.

Al principio me sentí molesto al ver diversos hombres usurpando el papel que únicamente el sacerdote desempeña en la Iglesia de Roma. No obstante, todo eso parecía tan natural y apto para glorificar a Dios. El apóstol Pedro ha escrito refiriéndose a todos los creyentes: Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 P. 2:9). ¿No podía ser esto lo que esas palabras significaban?

Mi estudio de las Escrituras me había hecho dudar de la interpretación católico-romana de la misa. Mi mente ya estaba preparada para aceptar el hecho de que el pan y el vino son sólo símbolos. Ahora hallaba que mi corazón confirmaba esta verdad.

Conforme adoraban ellos al Salvador y se regocijaban en la obra consumada de la salvación, reconocí que yo había estado en un error. Allí, delante de mis ojos, estaba el cumpliendo de la orden del Señor Jesús: Esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí (1 Co. 11:24).

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