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jueves, 18 de noviembre de 2021

DE LA SALVACIÓN INICIAL, A LA FINAL


En este artículo, la frase salvación inicial se refiere al momento en el que alguien pone su fe en el Señor Jesucristo para su salvación personal y, por lo tanto, recibe instantáneamente el don de la salvación. En este mismo momento pasa de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás al reino de Dios (Jn. 5:24; Hch. 26:18; 1 Jn. 3:14). Tal hombre es liberado de la esclavitud del pecado (Jn. 8: 32-36; Ro. 6:22). Como receptor de la vida eterna, tal hombre ha sido declarado justo a los ojos de Dios y hecho hijo de Dios por su fe en Cristo Jesús (Ro. 3:22; Gl 3:26), quien ahora es su Señor y Salvador (Gl. 5:24; Ef. 5: 24a).

La frase salvación final simplemente se refiere a la experiencia de  entrar en la vida eterna en el Paraíso, junto a Dios; lo que sólo ocurre para aquellos que mueren en la fe o están perseverando en ella cuando el Señor regrese (Mt. 24:13).

En este momento, el cristiano físicamente vivo y en tiempo presente se encuentra en algún lugar entre su experiencia de conversión pasada y su futura entrada al Paraíso—asumiendo que perseverará en la fe hasta el final de su vida. Ahora va por el camino que conduce a la presencia del Señor (Mt. 7:14).

Muchos de los que leen estas líneas están ahora en este camino que conduce a la vida eterna. Pero, ¿es posible que se le niegue la entrada al Paraíso o es ésta una seguridad absoluta?

¿Es la vida del cristiano ahora, debido a la gracia de Dios, una en la que puede sentarse, relajarse, perseguir los placeres de este mundo, desarrollar su potencial humano, e incluso comenzar a vivir de nuevo de acuerdo con su naturaleza pecaminosa como un cristiano carnal sin que nada de esto ponga en peligro su entrada en el Paraíso? ¿O puede perder la posibilidad de entrar a la vida eterna con Dios por alguna razón?

Estas son preguntas de suma importancia para las que muchos cristianos han buscado respuestas. Y con razón, ya que todavía no estamos en el Paraíso—la vida eterna junto a Dios. Examinemos este tema desde varios ángulos.

¿Cómo describe la Biblia al cristiano ahora, entre la salvación inicial y la final?

Según la Biblia, el creyente es:

  • un soldado en una batalla (Fil. 2:25; 2 Ti. 2:3-4; Flm. 1:2)
  • un corredor en una carrera de larga distancia (Hch. 20:24; 1 Co. 9:24; Gl. 5:7; 2 Ti. 4: 7; He. 12:1);
  • un obrero en una viña (Mt. 20:1-16)
  • un rama en la vid que debe dar fruto o será cortada (Jn. 15:5-6)
  • un seguidor del Señor Jesús que debe negarse a sí mismo y tomar su cruz cada día (Lc. 9:23)
  • un testigo de Jesús (Hch. 1: 8,22; 2 Ti. 2: 2; Ap. 2:13 cf. Hch. 8:1-4)
  • un combatiente contra las fuerzas de la oscuridad en los lugares celestiales (Ef. 6:12)
  • un luchador que lucha contra el pecado (He. 12:4)
  • un forastero en este mundo cuya ciudadanía está en el cielo (1 P. 1:1,17; 2:11; Fil. 3:20)

Más allá de estas descripciones, el cristiano actualmente está siendo probado (Stg. 1:12) y se le dice que sea fiel hasta el final de su vida para que no sea destruido por la segunda muerte (Ap. 2:10-11), otro nombre para el lago de fuego (Ap. 21:8). De todo esto, uno puede ver por qué el Señor nos ordena:

Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán. Después que el padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta, y estando fuera empecéis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, Señor, ábrenos, él respondiendo os dirá: No sé de dónde sois” (Lc. 13:24-25).

La raíz del verbo griego traducido “esforzaos” revela que se trata de un esfuerzo continuo en el tiempo, permanente, sin aflojar. Este es el tipo de esfuerzo que se debe ejercer para entrar en la vida eterna, según el Autor de la salvación (He. 2:10).

Los cristianos nunca debemos olvidar que en esta vida somos invasores en territorio enemigo. El diablo, que es el dios de este siglo y mundo (2 Co. 4:4), es nuestro enemigo. Estamos en su territorio y no le agradamos aquí. Lo irritamos y provocamos su odio. Nuestro sistema de valores no sólo es contrario al suyo, sino letal. Satanás todavía no está en el infierno, sino que merodea por toda la tierra en busca de alguien a quien devorar (1 P. 5:8). Se nos dice que lo “resistamos” (1 P. 5:9). Dios no lo va a resistir por nosotros. Se nos ordena que lo resistamos nosotros mismos, con la ayuda del Señor. El “príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Ef. 2:2) nunca se rinde en sus incansables esfuerzos por tentarnos al pecado o engañarnos a través de alguna de sus muchas artimañas. Hay trampas, lazos, tropiezos y muchos otros obstáculos que él pone ante nosotros en el camino angosto que lleva a la vida (Mt. 7:14).

En consecuencia, el Señor a través de su Palabra nos advierte de los peligros espirituales que podrían impedir nuestra entrada en el Reino (Gl. 5:19-21; He. 3:12-14; Ap. 22:19). Repetidamente nos ordena estar en guardia espiritual (Mt. 10:17-22; 16:6; 2 P. 3:17) y nos dice que no seamos tibios ni complacientes o seremos expulsados del cuerpo de Cristo (Ap. 3:15-16).

También nos ordena que no le demos en absoluto lugar al diablo (Ef. 4:27), que evitemos todo tipo de mal en nuestras vidas (1 Ts. 5:22), que nos mantengamos puros (1 Ti. 5:22),  sin mancha del mundo (Stg. 1:27) que las malas compañías corrompen el buen carácter (1 Co. 15:33). 

Nuestros pensamientos deben centrarse en las cosas más allá de la tumba, no en las cosas terrenales (Col. 3:1,2). Además, debemos mantener la conciencia limpia ante Dios y los hombres (Hch. 24:16) como lo hizo Pablo, quien también escribió sobre algunos que no lo hicieron y, en consecuencia, “naufragaron” en la fe en Cristo (1 Ti. 1:19-20). A diferencia de lo que muchos en nuestros días dicen, Pablo no dice de los que naufragaron en la fe que “nunca fueron realmente salvos”. De hecho, de una forma u otra, este tipo de apartamiento [apostasía] del camino que conduce a la vida es un tópico repetido a lo largo de toda la Biblia. Para refrescar la memoria basta leer los siguientes pasajes en el Nuevo Testamento: Mateo 24:10; 2 Tesalonicenses 2:3; 1 Timoteo 4:1; 2 Timoteo 4:4. Lamentablemente este naufragio” espiritual le podría suceder a cualquier creyente genuino, a menos que tome ciertas precauciones para que nunca ocurra.

Si nuestra perseverancia en la fe se dejara únicamente en manos de Dios, nadie jamás habría “naufragado” (habría apostatado) por ningún motivo, ya que Dios siempre hace todo perfectamente y no desea que nadie perezca (2 P. 3:9).

Nuestro libre albedrío y las responsabilidades humanas con respecto a las cosas de Dios después de la salvación inicial son los factores decisivos que determinarán mucho más que nuestras recompensas y nuestra posición eterna en el reino de Dios.

La Escritura también nos advierte del peligro de los falsos maestros que distorsionan la verdad de Dios, y que acomodan el mensaje eterno para no ofender los deseos pecaminosos de sus audiencias (Hch. 20:30; 2 Ti. 4:3-4). Estos maestros parecen ministros de Dios, ángeles de luz; pero son, en realidad, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo (Mt. 7:15; 23:28; 2 Co. 11:13-15; 2 Ti. 3:5). Recuérdese que incluso el diablo puede citar las Escrituras (Mt. 4:6). En lugar de proclamar todo el consejo de Dios, tales maestros enfatizan sólo ciertos pasajes con exclusión de otros, porque si no lo hicieran, su popular mensaje tan fácil de recibir quedaría expuesto como la media verdad que es. ¡Estos son “tiempos peligrosos”! 2 Timoteo 3:1-17 nos advierte que la batalla por la verdad y la salvación de nuestras almas va a arreciar en los últimos días, y se va a poner cruenta. Estos son hechos inquestionables, por muy inquietantes que le puedan parecer a algunos.

Muchos cristianos no están al tanto de los pasajes con respecto a la vida eterna debido a las falsas enseñanzas cristianas en la actualidad. Conviene volver a citar los más conocidos para que cada uno de los interesados pueda recordarlos fácilmente:

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree [verbo en tiempo presente], no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16).

“De cierto, de cierto os digo: El que cree [verbo en tiempo presente] en mí, tiene vida eterna” (Jn. 6:47). 

“El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis [verbo en tiempo presente] en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios” (1 Jn. 5:12-13).

Estos tres pasajes, entre otros no citados aquí, muestran claramente que tenemos vida eterna porque estamos creyendo AHORA [en tiempo presente] en Cristo. No hay ningún pasaje en el Nuevo Testamento en el que se le asegure la vida eterna a alguien que alguna vez creyó [tiempo pasado] pero que ya no lo hace.

Algunas Escrituras incómodas, pero igualmente inspiradas, sobre el mismo tema son:

“Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua” (Dn. 12:2).

E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna (Mt. 25:46).

Respondió Jesús y dijo: De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna” (Mr. 10:30).

“...vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad” (Ro. 2:7).

Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gl. 6:8-9).

“...en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos (Tit. 1:2).

“...para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna (Tit. 3:7).

“...conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna (Jud. 1:21).

Léase también Juan 12:25; Romanos 6:22 y 11:22-24; 1 Corintios 9:27; Filipenses 2:12; 1 Timoteo 6:12; Hebreos 2:3 y 10:26,39; 1 Juan 2:24-25;3:15.

Entre el tiempo que transcurre entre la salvación inicial y la final hay muchas cosas que pueden ocurrir, cosas que pueden ser destruir la fe de los inconstantes y dobles de ánimo, como: persecuciones por vivir en un lugar no apropiado; preocupaciones de esta vida que no aprendemos a superar; pruebas dolorosas que consideramos injustas; desilusiones con la falta de respuesta a nuestras oraciones; tentaciones pecaminosas en las que podemos caer; enfermedades catastróficas que sacuden nuestra fe; relaciones sentimentales y familiares que se rompen; calamidades financieras que nos sumen en la pobreza; ser engañados por falsos maestros; ser distraídos por los placeres de esta vida, etc.

Debemos permanecer en guardia constantemente. Es un tema de salvación y nada menos.

Todas estas verdades deben ser conocidas por todos los que profesan ser cristianos, y no ser debatidas como ocurre hoy en día. Rechazar lo perturbador de la verdad no sirve de nada. El peligro sigue siendo real, no se lo anula ignorándolo.

Gálatas 6:8-9 revela que la cosecha se hará es la vida eterna, y que sólo se cosechará si no dejamos de sembrar para agradar al Espíritu. Esto fue escrito por el apóstol Pablo, el verdadero maestro de la gracia en el Nuevo Testamento.

Aunque muchos saben que la vida eterna se da en el momento de la salvación inicial, estas verdades adicionales revelan un aspecto de la vida eterna que pocos parecen conocer. De acuerdo con la verdadera enseñanza de la gracia, la vida eterna también es una esperanza (Tit. 3:7) que aún debe ser cosechada (Gl. 6:8-9) en el siglo venidero (Mr. 10:30), y que sólo lo harán quienes persistan en hacer el bien (Ro. 2:7), y no se cansen ni se rindan a medio camino (Gl. 6:9). Esto es claramente lo que enseña la Biblia desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Sin embargo, contradice el popular cliché que se enseña como mensaje bíblico que dice: “Una vez salvo, siempre salvo”. Este slogan declara que una vez que un hombre es  regenerado (nacido de nuevo), no puede ni total ni finalmente apartarse de la gracia, sino que perseverará en ella hasta el final y será ​​eternamente salvo. Además, los maestros de salvo, siempre salvo dicen descaradamente que eso no depende de nuestro propio libre albedrío, sino de la inmutabilidad del decreto de elección. En contraste, las Escrituras declaran que “cosechar” la vida eterna depende de que no nos demos por vencidos mientras sembramos para agradar al Espíritu en lugar de agradar a nuestra naturaleza pecaminosa (Gl. 6:8-9).

Muchos discípulos claramente dejaron de seguir al Señor Jesús para siempre, por lo que se apartaron total y finalmente (Jn. 6:66). Pedro nos ordena agregar a nuestra fe en Cristo siete virtudes “para hacer firme nuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás” (2 P. 1:5-10). 

Ni Pedro, ni Pablo, ni ningún otro escritor de alguna epístola o libro del Nuevo Testamento fue jamás lo suficiente perspicaz como lo son los predicadores actuales como para acuñar el cliché salvo, siempre salvo”; sino que extensamente en algunos casos (Hebreos) se esforzaron por dejar en claro que la vida eterna es algo que heredarán “los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad” (Ro. 2:7). Buscar gloria y honra e inmortalidad es más que simplemente desear estas cosas. El estudiante diligente y desprejuiciado hará una búsqueda del significado del verbo griego aquí traducido como buscar, para corroborar que se trata de una acción presente, continua y persistente.

Desafortunadamente es posible, entre la salvación inicial y la final, caer de la gracia hasta el punto en que la salvación recibida una vez ya no tenga ningún valor (Gl. 5:2-4). Es posible ser “repudiado” por Cristo mismo por haberlo negado (Mt. 10:33) y volverse enemigo de Dios nuevamente al elegir ser amigo de este mundo (Stg. 4:4b).

Fuego consumidor destruirá a los enemigos de Dios (He. 10:27). Además, el Señor Jesús sorprendentemente les dijo a los que ya eran salvos que no entrarían en el Reino de los cielos a menos que cambiaran y se volvieran como niños pequeños (Mat. 18:1-3). ¡Por supuesto, todo esto es negado por la multitud que vocifera “salvo, siempre salvo”!

En vista de todo esto, Hebreos 12:1-4 dice apropiadamente:

Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar. Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado”.

Pablo corrió su carrera con “perseverancia” hasta el final de su vida (2 Ti. 4:7). Querido santo de Dios, tú también puedes correrla así, pero debes seguir las instrucciones bíblicas sobre cómo resistir para que no seas una víctima más como Demas, Himeneo, Alejandro, Judas, Saúl, Salomón y muchos otros. Pablo era amoroso, humilde, perdonador, agradecido, fiel en la oración y mantuvo una conciencia limpia, sólo por mencionar algunos de sus muchos atributos piadosos. Haremos bien en emularlo. Léase también 1 Timoteo 6:11-12 y 2 Timoteo 2:22.

Estamos en una batalla en territorio enemigo, así que no esperes que todo te resulte fácil. Mantén tus pensamientos en la eternidad y en el glorioso Señor y Salvador, Jesucristo, permaneciendo en la Biblia y en la oración a diario. Hay múltiples beneficios de está práctica (Sal. 19:7-14). Examínalo todo. Conserva lo bueno. Evita todo lo malo (1 Ts. 5:21-22). Arroja todas tus preocupaciones sobre el Señor en oración, porque Él se preocupa por ti (1 P. 5:7). Haz esto cada día de tu vida—cada momento del día si es necesario. Porque mientras no estemos en la presencia del Padre en la gloria, todavía tenemos camino por andar. ¿Y quién sabe los peligros que se nos pueden presentar más adelante? (1 Co. 10:12).

La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable. Amén (Ef. 6:24).

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