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domingo, 21 de noviembre de 2021

QUÉ ES EL ÉXITO

 

¿Cómo define la Biblia el éxito?

Cuando el Rey David estaba a punto de morir, le dio a su hijo Salomón el siguiente consejo: Guarda los preceptos del Señor tu Dios, andando en sus caminos, y observando sus estatutos y mandamientos, sus decretos y sus testimonios, de la manera que está escrito en la ley de Moisés, para que prosperes en todo lo que hagas y en todo aquello que emprendas (1 R. 2:3). 

Obsérvese que David no le dijo a su hijo que construyera su reino con grandes ejércitos, o que recogiera la riqueza de otras tierras, o que derrotara a sus enemigos en la batalla. En lugar de eso, su fórmula para el éxito era seguir a Dios y obedecerle. 

Cuando Salomón se convirtió en rey, él no le pidió al Señor riqueza o poder, sino sabiduría y discernimiento para conducir al pueblo de Dios. Dios se complació con esta petición y se la otorgó, dándole a Salomón un corazón sabio y entendido, más de lo que algún otro hombre haya tenido antes. Dios también le dio a Salomón cosas que él no pidió, tales como riquezas y honra entre los hombres (1 R. 3:1-14). Salomón tomó muy en serio los consejos de su padre, al menos al inicio de su reinado, y lo reflejó escribiéndolo en los Proverbios: Hijo mío, no te olvides de mi ley, y tu corazón guarde mis mandamientos; porque largura de días y años de vida y paz te aumentarán. Nunca se aparten de ti la misericordia y la verdad; átalas a tu cuello, escríbelas en la tabla de tu corazón; y hallarás gracia y buena opinión ante los ojos de Dios y de los hombres (Pr. 3:1-4).

Cristo Jesús reiteró esta enseñanza en el Nuevo Testamento, cuando declaró cuál es el mayor de los mandamientos: “Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos” (Mr. 12:30-31). Amar a Dios significa obedecerle y guardar Sus mandamientos (Jn. 14:15, 23-24). El primer paso en este proceso es aceptar el regalo de la vida eterna que el Señor Jesucristo ofrece (Jn. 3:16). Este es el principio del verdadero éxito bíblico. Cuando se recibe el don, empieza la transformación. El proceso se lleva a cabo entre la colaboración de voluntad humana y el Espíritu Santo de Dios (1 Co. 3:9). 

¿Cómo puede suceder esto y cuál es el resultado? Primero sucede a través de la confianza y la obediencia al Señor. Cuando le obedecemos, Él nos transforma, nos da una nueva naturaleza (1 Co. 5:17). A medida que avanzamos y surgen problemas y tiempos difíciles, lo que la Biblia llama “pruebas”, somos capaces de soportar con gran paz y la dirección del Señor, y empezamos a comprender que Dios usa esas mismas pruebas para fortalecer nuestro hombre interior (Jn. 16:33; Stg. 1:2). En otras palabras, las luchas en la vida no nos hacen fracasar, sino que nos permiten caminar a través de los problemas con la gracia y la sabiduría de Dios. 

Al obedecer a Dios, somos libres de las maldiciones de este mundo: el odio, los celos, las adicciones, la confusión, los complejos de inferioridad, la ira, la amargura, la falta de perdón, el egoísmo y mucho más.

Además, los seguidores de Cristo (cristianos) poseen y muestran el fruto del Espíritu de Dios que habita en sus corazones: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gl. 5:22-23). Tenemos a nuestra disposición el conocimiento para saber qué hacer y a dónde acudir (Pr. 3:5-6), sabiduría sin límite (Stg. 1:5), y la paz que sobrepasa todo entendimiento (Fil. 4:7). A medida que crecemos y maduramos en Cristo, comenzamos a pensar, no sólo en nosotros mismos sino en los demás. Nuestro mayor gozo se convierte en lo que podemos hacer y dar a los demás, y cómo podemos ayudarles a crecer y prosperar espiritualmente. Este es el verdadero éxito, porque una persona puede tener todo el poder, el dinero, la popularidad y el prestigio que el mundo tiene para ofrecer, pero si su alma está vacía y resentida, el éxito del mundo es realmente un fracaso. “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mt. 16:26).

Mientras que la transformación de nuestra vida interior es la meta de Dios para nosotros, Él también provee de manera abundante buenos dones materiales a Sus hijos (alimento, ropa, vivienda, etc.), y le encanta hacerlo (Mt. 6:25-33). Sin embargo, la mayoría de nosotros, en algún momento, nos centramos en los dones más que en el Dador. Ahí es cuando retrocedemos en nuestra satisfacción y gozo, y apagamos la obra transformadora del Espíritu en nosotros, porque nos enfocamos en las cosas equivocadas. Quizás la razón por la que el Señor a veces limita el entregarnos Sus dones es para que no tropecemos con los dones y nos alejemos de Él.

Imagínate dos manos. En la mano derecha hay: el ofrecimiento del verdadero contentamiento, la habilidad para manejar los problemas de la vida sin dejarse vencer por ellos, una increíble paz que nos permite ver a través de todas las circunstancias, la sabiduría de saber qué hacer, el conocimiento y la constante orientación para la vida, el amor a los demás, la aceptación de nosotros mismos, el gozo pase lo que pase; y al final de ésta vida, gozaremos de una eternidad con el Dios que da libremente todos estos dones. La otra mano sostiene todo el dinero, el poder y el “éxito” que el mundo tiene para ofrecer, sin nada de lo que la mano derecha sostiene. ¿Cuál elegirás? El Señor dice, “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:21). 

Lo que está en la mano derecha es la definición bíblica de éxito (Ec. 10:2).
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