MUNDOS
TURBULENTOS
¿Dónde se encontraba
usted el 11 de septiembre de 2001? Si vio televisión ese día, es muy probable
que haya quedado fuertemente impresionado con las horripilantes escenas de lo
que aconteció en la ciudad de Nueva York. ¿Quién puede olvidar las imágenes de
enormes aviones estrellándose contra el Centro Mundial de Comercio, personas
atrapadas por las llamas que se lanzaban al vacío, las imponentes torres que se
derrumbaban y la nube de concreto y escombros pulverizados que cubrió gran
parte de la ciudad? Los terribles sucesos de ese día cambiaron nuestro mundo
para siempre. Desde entonces el terrorismo ha venido a ser una amenaza real
para millones de personas en todo el mundo.
Ese día de horror también
hizo que el Medio Oriente estuviera en primer plano de los noticieros del mundo
entero. De repente, lo que estaba sucediendo a miles de kilómetros de distancia
podía afectarnos a todos. Una región que para muchos no tenía importancia, vino
a convertirse en el centro de atención a medida que se daban cuenta de la
influencia universal que ejerce el Medio Oriente.
Una región que nos
afecta a todos
Pero el terrorismo,
el islamismo fundamentalista y los conflictos en el Medio Oriente no empezaron
el 11 de septiembre de 2001. Como parte de una continuidad histórica, fue
sencillamente la fecha en que las tensiones acumuladas por miles de años
finalmente se hicieron sentir en forma por demás dramática.
Teniendo en cuenta
cómo el Medio Oriente predomina en las noticias, resulta difícil pensar que a
principios del último siglo esa región “sólo era de interés secundario” para
los países occidentales. Según escribió el historiador David Fromkin: “La
región carecía de importancia política” (A Peace to End All Peace [“Una paz para acabar
con toda la paz”], 1989, p. 24). En este libro acerca del nacimiento del Medio
Oriente actual, el autor escribió: “Pocos europeos de la generación de
Churchill sabían o les interesaba lo que sucedía en los debilitados imperios
del sultán otomano o del sah de Persia”.
No obstante, un siglo
después todas las naciones del mundo se ven afectadas por lo que sucede en esta
inestable región. La economía mundial está basada en el petróleo, que se
encuentra en gran parte bajo los desiertos del Medio Oriente. El petróleo es la
sangre que alimenta la economía y riqueza de los países occidentales, y para
que continúe la prosperidad de estas naciones es necesario que tengan un
suministro abundante y barato. Esta necesidad del petróleo ha convertido el Medio
Oriente en una región de gran importancia estratégica.
En los últimos 100
años se ha efectuado un segundo cambio fundamental en el Medio Oriente: la
creación de muchas naciones nuevas, lo cual ha complicado enormemente la
política regional. Particularmente, el establecimiento de cierta nación
ha conducido a un
ciclo de revueltas y actos violentos que parecen no tener fin.
Pero aunque resulte
sorprendente, en la Biblia podemos ver que hace miles de años se profetizó el
establecimiento de esa nación, así como los conflictos y dificultades que
suscitaría.
Una paz para acabar
con toda la paz
Al concluir la
conferencia de paz después de la primera guerra mundial, la peor conflagración
en la historia, Archibald Wavell, oficial del ejército británico que estuvo en
Palestina, proféticamente dijo: “Después de ‘la guerra para acabar con todas
las guerras’, parece que en París han tenido bastante éxito en hacer una ‘paz
que acabará con todas las paces’” (Fromkin, p. 5).
Antes de la primera
guerra mundial, el Medio Oriente estaba dominado por el Imperio Otomano, el
imperio de los turcos que gobernaban todos los territorios cuyos nombres ahora
nos son muy conocidos. Los países que ahora conocemos como Turquía, Líbano,
Siria, Iraq, Kuwait, Jordania, Israel y otros fueron gobernados por un imperio
decadente que en un tiempo también había controlado gran parte del norte de
África y del sudeste de Europa. Dentro de ese imperio vivían en relativa
armonía pueblos diferentes. Cerca del 40 por ciento de la gente era turca y 40
por ciento árabe, y el resto una amalgama de diferentes grupos étnicos, de los cuales
los más numerosos eran los armenios y los judíos.
Y pudo haber
continuado así de no haber sido por la primera guerra mundial. Al iniciarse el
conflicto, no estaba claro qué bando apoyaría el Imperio Otomano. Tanto los
ingleses como los alemanes les solicitaban su ayuda. Al final el sultán decidió
apoyar al káiser, una decisión nefasta que llevó a la formación de varias naciones,
así como a guerras que parecen no terminar nunca. Una de las naciones que
surgió fue el estado judío de Israel, que complicó la situación geopolítica en
la región y llegó a afectar a todas las naciones del planeta.
Muy pocos se dan
cuenta de este hecho crítico: Después de 1900 años el resurgimiento de una
patria judía en el Medio Oriente era necesario para que se cumplieran antiguas
profecías de la Biblia. Esta región, en un tiempo de poca o ninguna importancia
para las potencias occidentales, está destinada a ser el centro del último
conflicto mundial. Esta conflagración provocará acontecimientos tan catastróficos
que llevarán a la humanidad al borde de la extinción. Pero Dios ha prometido
intervenir para inaugurar una maravillosa época de paz y felicidad.
En este artículo usted
podrá enterarse de la asombrosa historia del pasado, presente y futuro de esta
convulsionada región, una historia que fue predicha hace miles de años en la
profecía bíblica.
LOS
HIJOS DE ABRAHAM
Sin tener algún
conocimiento de las tres religiones que se originaron en el Medio Oriente —el
judaísmo, el cristianismo y el islamismo— sería imposible entender lo que
sucede hoy en esa región. Las raíces espirituales de estas tres creencias se
encuentran, de hecho, en la misma persona: Abraham. Los grandes personajes
históricos detrás de estas tres religiones —Moisés, Jesucristo y Mahoma—
descendieron directamente de Abraham.
Abraham nació en la
ciudad mesopotámica de Ur; fue hijo de Taré, descendiente
de Sem, uno de los
tres hijos de Noé. Aunque Abraham nació hace casi 4000 años, sigue
influyendo en el Medio Oriente. Por descender de Sem, hijo de Noé, Abraham y sus
descendientes eran un pueblo semítico. En Génesis 11:14-26 podemos ver que
Heber, bisnieto de Sem, fue un antepasado directo de Abraham, y es precisamente
del nombre de Heber que proviene el término hebreo.
Abraham, el “padre de
todos los creyentes” (Romanos 4:11), obedeció el mandato de Dios de salir de
Ur, su tierra natal, e irse a Harán. Como dijo Esteban, el primer mártir de la
era cristiana: “El Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham, estando
en Mesopotamia, antes que morase en Harán, y le dijo: Sal de tu tierra y de tu
parentela, y ven a la tierra que yo te mostraré” (Hechos 7:2-3).
Tanto Ur como Harán
se encontraban en Mesopotamia, que es la región entre los ríos Tigris y
Éufrates. Harán era una escala natural en el camino que tendrían que seguir
Abraham y Sara para llegar a la nueva tierra a donde los llamaba Dios; su
llegada sería un momento trascendental en la historia de esa comarca.
En Génesis 12:1-4
podemos ver que Abraham inició el viaje después de la muerte de su padre Taré
(ver también Génesis 11:31-32). Veamos su ejemplo de obediencia total: “Pero el
Eterno había dicho a Abram [su nombre original]: Vete de tu tierra y de tu parentela,
y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación
grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición . . . Y se
fue Abram, como el Eterno le dijo”. Y en Hebreos 11:8 leemos que el patriarca
“salió sin saber a dónde iba”.
Dios se proponía
establecer a Abraham y sus descendientes en la tierra de Canaán (llamada más
adelante la Tierra Prometida o la Tierra Santa). Esta región, cruce de las
rutas comerciales entre Asia, África y Europa, resultaba ideal para los planes
de Dios, quien quería que su pueblo escogido fuera un ejemplo para el resto del
mundo (Deuteronomio 4:5-8).
Cuando llegó Abraham
a la nueva tierra, Dios le prometió que se la daría a sus descendientes
(Génesis 12:7). En el siguiente capítulo leemos que el Eterno dijo a Abraham:
“Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el
sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y
a tu descendencia para siempre” (Génesis 13:14-15).
Luego agregó: “Y haré
tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo
de la tierra, también tu descendencia será contada” (v. 16). Más tarde, de
manera reveladora, Dios le cambió a Abram el nombre por el de Abraham (Génesis 17:5). El significado
del primer nombre era “padre enaltecido”; Dios se lo cambió por el de “padre de
una multitud”, diciéndole: “Y te multiplicaré en gran manera, y haré naciones
de ti, y reyes saldrán de ti” (v. 6).
En ese tiempo, tales
profecías debieron haberle parecido inverosímiles a Abraham, ya que su esposa
no podía dar a luz. Su infecundidad resultaría muy significativa para el futuro
del Medio Oriente.
Como Abraham no tenía
hijos, pensó que quizá su mayordomo lo heredaría, pero Dios claramente le dijo:
“No te heredará éste, sino un hijo tuyo será el que te heredará” (Génesis
15:4). Sin embargo, Sara, al ver que no podía darle hijos, le dijo a Abraham
que se llegara a Agar, una sierva egipcia, para que así pudiera tener un hijo
(Génesis 16:1-3).
Nace el primer hijo
de Abraham
“Y él se llegó a
Agar, la cual concibió; y cuando vio que había concebido, miraba con desprecio
a su señora” (Génesis 16:4). Pronto se deterioró la relación entre Sara y Agar,
y ésta huyó.
Pero en el camino, el
ángel del Eterno le habló y le dijo que volviera y se sometiera a su señora. Le
dijo además que tendría una gran descendencia con ciertas características que
serían evidentes a lo largo de su historia: “De tal manera multiplicaré tu
descendencia, que no se podrá contar. Estás embarazada, y darás a luz un hijo, y le pondrás
por nombre Ismael [‘Dios oye’], porque el Señor ha escuchado tu aflicción. Será un hombre
indómito como asno salvaje. Luchará contra todos, y todos lucharán contra él; y
vivirá en conflicto con todos sus hermanos” (vv. 10-12, Nueva Versión
Internacional).
Esta imagen de los
descendientes de Agar es significativa debido a que muchos de los árabes en la
actualidad son ismaelitas, descendientes del mismo Ismael (Ismail en árabe), cuyo padre
fue Abraham. Mahoma, fundador del islamismo, era descendiente de Cedar, uno de
los 12 hijos de Ismael (ver Génesis 25:12-16).
Actualmente, 22
países en el Medio Oriente y en África del Norte son países árabes, cuyos habitantes son
en su mayoría musulmanes. Además, otros 35 países forman parte de la
Confederación Islámica, cuyos gobiernos son musulmanes, aunque la población es
de origen diferente.
Aun antes de que los
descendientes de Ismael llegaran a la región, ya se usaba el término árabe para referirse a los
pueblos de la península Arábiga. Gracias a la propagación del islamismo, los
árabes y el idioma arábigo abarcan una inmensa región.
Las palabras
proféticas que el ángel le dijo a Agar aún tienen gran significado hoy en día.
La profecía de que Ismael sería “hombre indómito como asno salvaje” no era un
insulto. De todos los animales salvajes del desierto, el asno salvaje era la
presa más preciada de los cazadores. La profecía declaraba cómo la vida de los descendientes
de Ismael se asemejaría a la libre y noble existencia que llevaba esa clase de
asno en el desierto.
“Luchará contra
todos, y todos lucharán contra él” igualmente se refería al estilo
independiente de vida que siempre han llevado los descendientes de Ismael, resistiendo
cualquier dominación extranjera. “Vivirá en conflicto con todos sus hermanos”
tenía que ver con la enemistad que históricamente ha existido entre los mismos
árabes, y entre los árabes y los otros hijos de Abraham.
El segundo hijo de
Abraham
A los 14 años de
haber nacido Ismael, Dios bendijo a Abraham con otro hijo, esta vez nacido de
su esposa Sara. Les dijo que lo nombraran Isaac (cuyo significado en hebreo es
“risa”, tanto por la incrédula reacción que tuvieron cuando Dios les informó
que tendrían un hijo a su avanzada edad, como por el gozo que éste les traería
a sus padres, Génesis 17:17, 19; 18:10-15; 21:5-6). Isaac a su vez engendró a
Jacob, nombrado también Israel, el padre de los israelitas. Los descendientes
de Ismael y de Isaac son primos.
“Y creció el niño
[Isaac], y fue destetado; e hizo Abraham gran banquete el día que fue destetado
Isaac. Y vio Sara que el hijo de Agar la egipcia, el cual ésta le había dado a
luz a Abraham, se burlaba de su hijo Isaac. Por tanto, dijo a Abraham: Echa a
esta sierva y a su hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de heredar con Isaac
mi hijo” (Génesis 21:8-10).
Esto, lógicamente, no
fue grato para Abraham, ya que también amaba a Ismael. “Entonces dijo Dios a
Abraham: . . . en todo lo que te dijere Sara, oye su voz, porque en Isaac te
será llamada descendencia” (v. 12). Y en el versículo 13 leemos que, para
animar a Abraham, Dios le dijo: “Y también del hijo de la sierva [Ismael] haré
una nación, porque es tu descendiente”. Luego vemos que “Dios estaba con el
muchacho; y creció, y habitó en el desierto . . .” (v. 20).
No se puede decir que
Ismael haya aborrecido a Isaac. Sin embargo, después de haber sido hijo único
durante 14 años, el nacimiento de Isaac cambió sustancialmente la relación
entre Ismael y su padre Abraham. Es de suponerse que, después de algún tiempo,
Ismael tuvo sentimientos de envidia y rivalidad hacia su medio hermano,
sentimientos que han prevalecido en sus descendientes a lo largo de la historia
y que todavía afectan la política en el Medio Oriente.
Los dos hijos de
Isaac
Años después
surgirían más enredos de familia. A Isaac, su esposa Rebeca le dio dos hijos
mellizos: Jacob y Esaú. Aun antes de nacer “los hijos luchaban dentro de ella”,
y Dios le dijo a Rebeca: “Dos naciones hay en tu seno, y dos pueblos serán
divididos desde tus entrañas; el un pueblo será más fuerte que el otro pueblo,
y el mayor servirá al menor” (Génesis 25:22-23). De ambos hermanos nacerían
grandes naciones, una bendición de Dios para los nietos de Abraham.
La costumbre
generalizada era que el primogénito recibía el derecho de primogenitura, pero en este caso
sería diferente. En la Biblia leemos que Esaú vendió su primogenitura a Jacob
por un guisado de lentejas (vv. 29-34), menospreciando así su derecho. Algún
tiempo después, Jacob engañó a su padre para que le confiriera la bendición de
la primogenitura (capítulo 27). Este hecho hizo que Esaú odiara a Jacob (v.
41).
Las consecuencias de
esto aún están presentes en la actualidad.
Los descendientes de
Esaú (llamado también Edom, Génesis 25:30) se casaron con descendientes de
Ismael, y la amargura y el resentimiento fueron creciendo con el correr del
tiempo. Un nieto de Esaú, Amalec (Génesis 36:12), fue el padre de los
amalecitas, quienes fueron enemigos acérrimos de los descendientes de Jacob,
las 12 tribus de Israel. En Éxodo 17:16 se anunció proféticamente que habría un
conflicto continuo entre ellos, “de generación en generación”. Algunos estudiosos
de la Biblia creen que muchos de los palestinos actuales son descendientes de
los amalecitas.
Examinemos ahora la
extraordinaria historia de las tribus de Israel, su esplendor y su ocaso.
EL
ESPLENDOR Y EL OCASO DEL ANTIGUO ISRAEL
En Isaías 46:9-10
podemos leer una de las declaraciones más extraordinarias de Dios: “Acordaos de
las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro
Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad
lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá…”.
Dios no sólo nos dice
que puede predecir el futuro, sino que también ¡tiene el poder para hacer que se cumpla su
palabra! Esto es
particularmente evidente en las extraordinarias profecías de lo que les
acontecería a los descendientes de Abraham, por medio de los hijos de Jacob, las
12 tribus de Israel.
Aunque las promesas
que Dios le hizo a Abraham eran asombrosas en cuanto a su trascendencia,
tuvieron un inicio bastante discreto con la promesa de un hijo, Isaac, que Sara
le dio a luz (Génesis 17:19-21; 21:1-3). Isaac, a su vez, tuvo dos hijos, Jacob
y Esaú (Génesis 25:19-26). Luego Jacob tuvo 12 hijos, cuyos descendientes formarían
las 12 tribus de Israel.
Una nación
profetizada
Mucho antes de que
Abraham tuviera siquiera un hijo, Dios le reveló que sus descendientes pasarían
por una dramática etapa previa a su comienzo como nación. Serían esclavos en
una nación extraña.
En Génesis 15:13-14
leemos que Dios le dijo a Abraham: “Ten por cierto que tu descendencia morará
en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. Mas
también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán
con gran riqueza”.
Esto, desde luego, se
refiere a su liberación de la esclavitud en Egipto. La increíble serie de
acontecimientos que condujo al cumplimiento de esta profecía está descrita en
los capítulos 37-50 del Génesis y 1-14 del Éxodo.
Aunque el relato de
la liberación del antiguo Israel es una de las partes más conocidas de la Biblia, los
sucesos previos a su culminación no han sido muy bien comprendidos. Brevemente,
José, el hijo favorito de los 12 hijos de Jacob, fue vendido como esclavo por
sus resentidos hermanos y luego fue llevado a Egipto (Génesis 37). Allí,
mediante una asombrosa serie de incidentes, y las bendiciones de Dios, José llegó
a ocupar el cargo más alto en Egipto, después del faraón (capítulos 39-41).
Debido a una hambruna
que hubo en la región, la familia de José emigró hacia Egipto, donde, gracias a
la previsión de José, se habían almacenado grandes reservas de trigo (capítulos
42-47). En Génesis 50:19-20 podemos ver que José llegó a entender que Dios
había estado detrás de todos esos incidentes de tal forma que su familia pudiera
ser salvada y se cumplieran las profecías de Dios.
Los 12 hijos de
Jacob, progenitores de las tribus de Israel, proliferaron grandemente
en Egipto (Éxodo
1:1-7). Pero luego “se levantó sobre Egipto un nuevo rey que no conocía a José”
(v. 8). Sintiéndose amenazado por el auge de la población israelita, este
faraón los esclavizó y les amargó la vida “con dura servidumbre” (v. 14).
Dios llamó a Moisés,
hijo de dos de los esclavos hebreos —quien por medio de circunstancias
milagrosas había sido príncipe en Egipto y luego un fugitivo— para que los
liberara de tal opresión. Dios le dijo a Moisés: “Yo soy el Dios de tu padre,
Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob” (Éxodo 3:6).
Enseguida le declaró
lo que pensaba hacer con él y sus coterráneos: “Bien he visto la aflicción de
mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores;
pues he conocido sus angustias, y he descendido para librarlos de mano de los
egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que
fluye leche y miel . . . Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que
saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel” (vv. 7-10).
Seguramente para
Moisés, lo que Dios se proponía hacer era algo asombroso: ¡liberar a todo un
pueblo que era esclavo de la nación más poderosa de ese tiempo! Los siguientes
capítulos, en los cuales se habla acerca de las 10 plagas y la asombrosa salida
hacia el mar Rojo, nos muestran cómo Dios liberó milagrosamente a los
israelitas, incluso cumpliendo la promesa que le había hecho a Abraham de que
saldrían “con gran riqueza” (comparar Génesis 15:14; Éxodo 11:2; 12:35-36).
En la Tierra Prometida
Después de la
milagrosa liberación de Egipto vino la peregrinación de 40 años por el
desierto, luego la conquista de la Tierra Prometida y la época de los jueces.
Durante todos esos años se dieron y se cumplieron muchas profecías específicas,
como podemos ver en los libros de Éxodo, Números, Deuteronomio, Josué y Jueces.
Cuando llegamos a la
época en que se estableció la monarquía israelita encontramos que desde hacía
siglos, cuando los israelitas aún se encontraban en Egipto, ya se había
profetizado que la dinastía de David, el rey más famoso de Israel, se
originaría en la tribu de Judá (Génesis 49:8, 10). Como muchas otras profecías,
ésta también tenía un cumplimiento dual; es decir, tenía más de un propósito o cumplimiento.
También predecía que el Mesías, Jesús, sería de la tribu de Judá (Hebreos
7:14).
Debido a la falta de
espacio no veremos las decenas de profecías específicas anunciadas y cumplidas
durante los siglos en que existieron los reinos de Judá e Israel, pero sí
mencionaremos las más importantes.
Después de la muerte
del justo rey David, su hijo Salomón ocupó el trono. Salomón lo tenía todo, un
poderoso reino que había heredado de su padre, humildad, sabiduría y una
inmensa riqueza que Dios le había dado (1 Reyes 3:11-13). Durante su regencia,
el reino unido de Israel —las 12 tribus— llegó a ser más poderoso y dominó toda
la región.
Pero lamentablemente,
aunque Salomón sabía lo que debía hacer, carecía del carácter y la convicción
necesarios para llevarlo a cabo. Su corazón se apartó del verdadero Dios y
promovió la adoración a los dioses e ídolos paganos de los pueblos vecinos (1
Reyes 11:4-8).
El reino se divide
La conducta de
Salomón puso al reino en una situación de la cual no habría de recuperarse.
Dios le dijo a Salomón que debido a sus pecados le quitaría el reino y se lo
daría a uno de sus siervos (vv. 11-13). De hecho, la mayor parte del reino se apartaría
para seguir a un rival; sólo una minoría seguiría al hijo de Salomón y a los
reyes que le sucederían de la dinastía de David.
Esta profecía se
cumplió unos años después, a la muerte de Salomón, cuando la mayoría de las
tribus se fueron con Jeroboam, quien vino a ser la cabeza del reino del norte,
llamado Israel. El remanente permaneció con Roboam, el sucesor de Salomón, como
rey del reino del sur, llamado Judá (1 Reyes 12; 2 Crónicas 10:1-11:4). Durante
los dos siglos siguientes los dos reinos fueron rivales, y en ocasiones hasta
enemigos.
Tal parece que la
mayoría de las personas suponen que los israelitas y los judíos son lo mismo,
pero es claro que esto no es así. Sólo un breve repaso a la historia y a estos
pasajes bíblicos nos muestra que los reinos de Israel y Judá (del cual proviene
el término judío) eran dos reinos
distintos. Como
algo históricamente interesante, en 2 Reyes 16:5-6 se relata una situación en
la que Israel estaba aliado con otro rey y en guerra contra “los hombres de Judá”.
El primer rey de
Israel, Jeroboam, pronto instituyó unas costumbres idolátricas y sincretistas
(una amalgama de adoración verdadera y falsa) de las cuales nunca se apartaría
ya el reino del norte (1 Reyes 12:26-33). Muchas veces Dios envió sus profetas
para advertir a los reyes israelitas de la destrucción que les sobrevendría si
no se volvían a él.
El primero de ellos
fue Ahías, quien le dijo a la esposa de Jeroboam: “El Eterno sacudirá a Israel
al modo que la caña se agita en las aguas; y él arrancará a Israel de esta
buena tierra que había dado a sus padres, y los esparcirá más allá del
Éufrates, por cuanto han hecho sus imágenes de Asera, enojando al Eterno” (1
Reyes 14:15). Esta fue una clara advertencia de lo que le sucedería al reino si
no se arrepentían. Casi dos siglos después fueron llevados cautivos a Asiria
(por los ejércitos de Salmanasar V).
Durante esos dos
siglos muchos otros profetas estuvieron repitiéndoles a los israelitas y a sus
reyes las advertencias de Dios, rogándoles que se arrepintieran a fin de que no
tuvieran que sufrir tal castigo. Entre esos profetas estaban Amós, Oseas,
Isaías y Miqueas, cuyos mensajes están registrados en los libros bíblicos que
llevan sus nombres.
Pero ni los reyes ni
el pueblo quisieron prestar atención a los mensajes de estos profetas.
Finalmente, en el año 722 a.C. el reino del norte fue aplastado y gran número
de sus habitantes fueron llevados cautivos por los asirios “más allá del Éufrates”,
tal como Dios se lo había advertido a su primer rey dos siglos antes.
Judá sigue el mismo
camino
La historia de Judá,
el reino del sur, es un poco diferente pero igualmente trágica. Ambos reinos
pronto se olvidaron del Dios verdadero y se hundieron en la depravación moral y
espiritual. Mientras que el reino del norte nunca tuvo un rey justo, al menos
en Judá algunos se volvieron a Dios e hicieron reformas temporales con el fin
de encaminar al pueblo nuevamente hacia la correcta adoración al verdadero
Dios.
Estos reyes justos
tuvieron cierta medida de éxito en su propósito, cuando menos por algún tiempo.
El resultado fue que el reino de Judá pudo subsistir por más de un siglo
después de la caída de su vecino del norte. No obstante, finalmente Judá
también sufrió las consecuencias de rechazar a su Creador.
Debían haber
aprendido la lección al ver lo que les había pasado a las 10 tribus del norte,
particularmente cuando esas invasiones asirias habían causado mucha destrucción
en Judá también. En el tiempo de Ezequías prácticamente todo Judá, a excepción
de su capital Jerusalén, fue dominado por los asirios; y de hecho también
Jerusalén hubiera caído en sus manos si Dios no la hubiera librado milagrosamente
(2 Reyes 18-19).
El profeta Isaías,
hablando con Ezequías, fue el primero en revelar específicamente el enemigo que
habría de vencer a Judá si ellos también se negaban a arrepentirse: “Entonces
Isaías dijo a Ezequías: Oye palabra del Eterno: He aquí vienen días en que todo
lo que está en tu casa, y todo lo que tus padres han atesorado hasta hoy, será
llevado a Babilonia, sin quedar nada, dijo
el Eterno. Y de tus hijos que saldrán de ti, que habrás engendrado, tomarán, y
serán eunucos en el palacio del rey de Babilonia” (2 Reyes 20:16-18).
Dios envió muchos
otros profetas, entre ellos Miqueas, Sofonías, Habacuc y Jeremías, para
prevenir a Judá, pero de nada sirvió. Así como en varias invasiones los asirios
habían subyugado a los israelitas, así también los babilonios se llevaron cautivos
a los judíos en varias incursiones antes y después de la caída de Jerusalén en
586 a.C. Muchos de los pormenores bíblicos pueden comprobarse en los archivos asirios
y en los babilónicos de aquel tiempo, una prueba más de la veracidad y
exactitud de la Biblia.
El exilio y la
repatriación de Judá
El resultado del
exilio de Judá fue bastante diferente del que tuvo el reino del norte. Israel
fue llevado a la parte más lejana del Imperio Asirio y, pasado algún tiempo, la
gente perdió tanto su identidad nacional como étnica. Pero en otra profecía a
Judá, Dios le prometió: “Así dijo el Eterno: Cuando en Babilonia se cumplan los
setenta años, yo os visitaré, y
despertaré sobre vosotros mi buena palabra, para haceros volver a este lugar. Porque yo sé los
pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice el Eterno, pensamientos de paz,
y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis
y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me
buscaréis de todo vuestro corazón. Y seré hallado por vosotros, dice el Eterno,
y haré volver vuestra
cautividad…”
(Jeremías 29:10-14).
Esta es otra
maravillosa profecía que también se cumplió al pie de la letra. Parece ser que
ese período de 70 años empezó con la caída de Jerusalén y la destrucción del
templo que había construido Salomón —centro de adoración del pueblo judío— en
586 a.C., y concluyó con la terminación de un nuevo templo en Jerusalén en 516
a.C. En los libros de Esdras y Nehemías está registrado el retorno de muchos
judíos exiliados en Babilonia.
LOS
CUATRO IMPERIOS DE LAS PROFECÍAS DE DANIEL
Entre los judíos que
fueron llevados cautivos a Babilonia iba un joven cuyo nombre hebreo era
Daniel, el cual luego le fue cambiado por el nombre babilónico de Beltsasar
(Daniel 1:1-7). Daniel vivió durante la extraordinaria época de la caída tanto
de Judá como de Babilonia. Ocupó un alto puesto en el gobierno babilonio y
también en el de su vencedor, el Imperio Medopersa.
En el libro que escribió
Daniel fueron profetizados acontecimientos que ocurrieron hace siglos, así como
otros grandes eventos que aún están por suceder en el futuro. Ahí se revela, brevemente y
por adelantado, la historia de la región desde el tiempo de Daniel hasta el
retorno de Jesucristo.
Casi al final del
libro leemos que Dios le dijo: “Pero tú, Daniel, cierra las palabras y sella el
libro hasta el tiempo del fin. Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia
se aumentará” (Daniel 12:4). Este versículo nos indica que algunas importantes
profecías, que anteriormente no habrían tenido sentido, podrán ser entendidas
a medida que se aproxime el fin de la era actual.
Las profecías del
libro de Daniel son, además, pruebas de la veracidad y exactitud de la Biblia.
Varias de estas profecías son tan específicas y detalladas que siempre han
dejado consternados a los críticos de la Biblia. De hecho, algunos escépticos
no han querido desafiar la exactitud del contenido de las profecías tan exactas de Daniel;
pero en lugar de aceptar que sus palabras fueron divinamente inspiradas,
sencillamente afirman que el libro es un fraude. Alegan que no fue escrito por Daniel en el
sexto siglo antes de Cristo (como podemos ver por los sucesos descritos en el
libro), sino que fue escrito por un autor desconocido alrededor del 160 a.C.,
mucho después de que habían
ocurrido los sucesos profetizados. Según estos críticos, ¡esa es la verdadera
razón de su brillante exactitud profética!
La exactitud de
Daniel desafía a los críticos, pero veamos primero la actitud de estos
detractores. Niegan que Daniel fue quien escribió el libro porque en los primeros
capítulos se hace referencia a él en tercera persona, como si alguien más estuviera
escribiendo acerca de él. No obstante, The Expositor’s Bible Commentary hace notar que esta
“era la costumbre entre los antiguos escritores de asuntos históricos…”
(“Comentario bíblico del expositor”, 1985, 7:4). Al relatar algunas de sus
experiencias Daniel escribió en primera persona (Daniel 7:15; 8:15; 9:2; 10:2).
Identificar a los
detractores de Daniel también es importante. La primera persona que puso en
tela de juicio la autenticidad del libro de Daniel fue el erudito e historiador
griego Porfirio (233-304 d.C.). Los historiadores lo han clasificado como
neoplatónico, o sea que se adhirió a las teorías de Platón y no a la Biblia. “Porfirio
es bien conocido como un violento opositor del cristianismo y defensor del
paganismo” (Encyclopædia Britannica, undécima edición en inglés, 22:104). El Gran diccionario
enciclopédico ilustrado, de Selecciones del Reader’s Digest, nos dice que Porfirio
escribió una obra en 15 libros titulada Contra los cristianos.
El hecho de que
Porfirio fuera enemigo del cristianismo hace sospechar de su imparcialidad. Él
no tenía hechos en que basar su opinión, y su punto de vista contradecía las
palabras mismas de Jesucristo, quien se refirió a Daniel como el autor del
libro (Mateo 24:15).
El erudito bíblico
Jerónimo (340-420 d.C.) refutó la opinión de Porfirio. Después de eso, nadie
volvió a tomar en serio las críticas de Porfirio hasta muchos siglos más tarde.
“. . . Los eruditos cristianos lo rechazaron como un simple detractor pagano
quien había permitido que una parcialidad naturalista pervirtiera su juicio.
Pero durante la época de la Ilustración, en el siglo xviii, se llegó a sospechar de todos los
elementos sobrenaturales que se encuentran en las Escrituras…” (Comentario bíblico del expositor, p.
13).
En la actualidad,
algunos eruditos de tendencia liberal han revivido estos antiguos razonamientos.
Eugene H. Merrill, historiador del Antiguo Testamento, dice que tales creencias
están basadas en pruebas de poco peso. “La retórica y el lenguaje [de Daniel]
encajan perfectamente en el siglo sexto [a.C.]… Es sólo el razonamiento más
subjetivo e indirecto lo que ha negado la historicidad del hombre y de sus
escritos” (Kingdom of Priests [“Reino de
sacerdotes”], 1996, p. 484).
Predicción y
cumplimiento asombrosos
La exactitud de las
predicciones de Daniel acerca de sucesos del futuro remoto es impresionante.
Por ejemplo, en la profecía de las “setenta semanas”, que se encuentra en
Daniel 9:24-27, “Daniel predice el año preciso de la aparición del Señor Jesucristo
y el comienzo de su ministerio en el año 27 d.C.” (“Comentario bíblico del
expositor”, p. 9).
Otra notable profecía
consignada por Daniel es su interpretación del sueño de Nabucodonosor en el
capítulo 2. En el segundo año de su reinado, este rey babilonio tuvo un sueño
inquietante que ninguno de sus consejeros pudo explicar. En la cultura babilónica
se les daba mucha importancia a los sueños, y Nabucodonosor estaba convencido
de que éste era muy importante (Daniel 2:1-3).
Su sueño nos da “una
revelación del plan de Dios a lo largo de las edades hasta el triunfo final de
Cristo” y “presenta la sucesión predeterminada de las potencias mundiales que
habrán de dominar el Medio Oriente hasta la victoria final del Mesías en los
últimos días” (“Comentario bíblico del expositor”, pp. 39, 46).
Daniel, sin previo
conocimiento del contenido del sueño, pero inspirado por Dios, se lo explicó a
Nabucodonosor en forma detallada: “Tú, oh rey, veías, y he aquí una gran
imagen. Esta imagen, que era muy grande, y cuya gloria era muy sublime, estaba
en pie delante de ti, y su aspecto era terrible. La cabeza de esta imagen era
de oro fino; su pecho y sus brazos, de plata; su vientre y sus muslos, de
bronce; sus piernas, de hierro; sus pies, en parte de hierro y en parte de
barro cocido” (Daniel 2:31-33).
Daniel le dijo a
Nabucodonosor que su Imperio Babilónico estaba representado por la cabeza de
oro (vv. 37-38). Luego la plata, el bronce y el hierro representaban los tres
poderosos imperios que habrían de seguir a la extraordinaria Babilonia (vv.
39-40).
La interpretación de
este sueño proporcionó una asombrosa presentación adelantada de la historia.
Nabucodonosor tuvo ese sueño alrededor del año 600 a.C. y, según el relato,
Daniel se lo interpretó sólo unos días después. La imagen representaba, en
forma simbólica, la secuencia de grandes imperios que por siglos habrían de
dominar la política de esa región.
“El imperio de plata
sería el Imperio Medopersa, el cual empezó con Ciro el Grande, quien conquistó
Babilonia en el 539 . . . Este imperio de plata fue supremo en el Medio Oriente
y el Medio Oriente durante aproximadamente dos siglos” (“Comentario bíblico del
expositor”, p. 47).
“El imperio de bronce
fue el Imperio Grecomacedonio, establecido por Alejandro Magno…El reino de
bronce duró de 260 a 300 años, antes de ser suplantado por el cuarto reino” (ibídem).
“El hierro implica
dureza y crueldad y describe al Imperio Musulmán o Islámico, no al Romano como
se enseña tradicionalmente.
El cuarto imperio tiene
10 dedos de los pies. Los pies y los dedos de la imagen están compuestos “en
parte de barro cocido de alfarero y en parte de hierro”, como se puede leer en
el versículo 41. El versículo 41 tiene que ver con una fase o manifestación
posterior de este cuarto imperio, simbolizada por los pies y los 10 dedos
hechos de hierro y arcilla, una base frágil para el gigantesco monumento. El texto
claramente implica que esta etapa final será algún tipo de federación en lugar de
un solo reino poderoso. (Si desea el lector desea saber más al respecto, no
vacile en solicitar nuestro Comentario
del Apocalipsis.)
Otro sueño agrega
más detalles importantes
Otros aspectos de
esta sucesión de imperios mundiales fueron revelados a Daniel en un sueño
posterior. En esta ocasión los cuatro imperios estaban representados por cuatro
bestias: un león (Babilonia), un oso (Persia), un leopardo (Grecia) y una
cuarta bestia “espantosa y terrible” y “tan diferente de todas las otras” (Daniel
7:1-7,19).
Leamos lo que dice el
versículo 7 acerca de esta cuarta bestia: “Después de esto miraba yo en las
visiones de la noche, y he aquí la cuarta bestia, espantosa y terrible y en
gran manera fuerte, la cual tenía unos dientes grandes de hierro; devoraba y
desmenuzaba, y las sobras hollaba con sus pies, y era muy diferente de
todas las bestias que vi antes de ella, y tenía diez cuernos”.
¿Qué significa esta
descripción? Esta NO ES otra referencia a Roma, como tradicionalmente se ha
enseñado. Difícilmente se puede decir que el Imperio Romano haya sido “muy
diferente” o “tan diferente de todas las otras”
bestias o imperios.
En el versículo 8 se
comenta sobre los 10 cuernos: “Mientras yo contemplaba los cuernos, he aquí que
otro cuerno pequeño salía entre ellos, y delante de él fueron arrancados tres
cuernos de los primeros…” Luego en los versículos 24-25 leemos que este cuerno
pequeño llegará a ser un poderoso dirigente religioso con gran influencia internacional,
cuyo falso régimen religioso perseguirá a los verdaderos siervos de Dios.
En los versículos
9-14 Daniel nos lleva hasta el tiempo en que el Señor Jesucristo
retornará a establecer el Reino de Dios aquí en la tierra: “Y le fue
dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le
sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que
no será destruido”. Así, por medio de sus repetidos resurgimientos a lo largo
de la historia, este imperio musulmán continuará existiendo hasta el tiempo del
fin y el retorno del Señor Jesucristo.
El capítulo 17 del
Apocalipsis también puede ayudarnos a conocer un poco más este poderoso sistema
del tiempo del fin. Aquí también se describe como una bestia, pero vemos que en
esta, su última manifestación, se incluyen 10 “reyes” — dirigentes de naciones
o grupos de naciones— quienes “por una hora recibirán autoridad” juntamente con
el soberano de esta superpotencia, mencionado como “la bestia” (vv. 12-13). Los
ejércitos de este último resurgimiento del Imperio Musulmán o Islámico se
enfrentarán al propio Cristo, pues “pelearán contra el Cordero” (v. 14).
Esto concuerda con
Daniel 2:44, que señala claramente que el retorno de Cristo sucederá: “En
los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no
será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y
consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre”.
La mayor parte de
estos acontecimientos proféticos, tal como se relatan en los dos sueños, ya se
ha cumplido. Su fiel cumplimiento confirma que la Biblia ha sido inspirada
divinamente, porque ningún ser humano hubiera podido jamás predecir esto por sí
mismo. “Hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios, y él ha hecho
saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los postreros días…”
(Daniel 2:28).
La profecía más
detallada de la Biblia
En Daniel 11 se
relata otra portentosa profecía. La época en que fue revelada se menciona en el
primer versículo del capítulo 10 como “el año tercero de Ciro rey de Persia”.
Un “varón” (v. 5), sin duda un ángel (ver Daniel 9:21), vino a Daniel para
hacerle saber lo que ocurriría “en los postreros días” (Daniel 10:14).
La profecía que
aparece a continuación es la más detallada de toda la Biblia. El tercer año de
Ciro fue más de 500 años antes del nacimiento de Jesucristo. No obstante, esta
profecía revela cosas que empezaron a ocurrir casi de inmediato y que
continuarán hasta el retorno de Cristo. Las primeras fases de la profecía confirman
la veracidad de la Biblia, puesto que ya se cumplieron, como puede comprobarse
al estudiar la historia de los imperios de Persia y Grecia. Ningún ser humano
podría haber previsto con tanta precisión todos estos hechos históricos.
Algunos de los
detalles que vamos a examinar a continuación requieren de mucha atención, pero
se aclaran al comparar las palabras proféticas con la historia.
Prolongada intriga
política
Los primeros 35 versículos
de Daniel 11 hablan, con años de anticipación, de la intriga entre dos
entidades políticas: el “rey del sur” y el “rey del norte”. En la historia
profana con frecuencia se hace referencia a Tolomeo como el rey del sur; esta
dinastía gobernó desde Alejandría, Egipto. El rey del norte gobernó desde Antioquía,
Siria, bajo el nombre de Seleuco o Antíoco.
Con esto en mente,
analicemos algunos aspectos de esta profecía. Es importante debido a que nos
revela las tensiones y el ambiente político en el Medio Oriente previos tanto
al nacimiento Jesucristo como a su retorno. En ambos casos, Jerusalén es el
meollo de los conflictos políticos.
Con respecto al
cumplimiento de esta profecía, se puede encontrar más información en obras de
consulta fidedignas. En lugar de citarle los pasajes bíblicos completos, le
sugerimos que usted mismo los lea en su propia Biblia, recordando que estos
hechos fueron predichos mucho tiempo antes de que ocurrieran.
Daniel 11:2: Los “tres reyes” son
Cambises II, el hijo mayor de Ciro el Grande; seudo-Esmerdis, un impostor que
se hizo pasar como el segundo hijo de Ciro, quien había sido asesinado
secretamente; y Darío el persa. “El rey persa que invadió Grecia fue… Jerjes,
quien reinó de 485-464 a.C.” (“Comentario bíblico del expositor”, p. 128).
Versículos 3-4: “El versículo 3 nos
presenta…la aparición de Alejandro Magno” (ibídem). El versículo 4 “sugiere claramente que
este poderoso conquistador iba a reinar por un tiempo relativamente corto…En
siete u ocho años él logró la conquista militar más deslumbrante en la historia
de la humanidad. Pero sólo vivió cuatro años más; y… murió de una fiebre en el
año 323…” (ibídem). El imperio de
Alejandro Magno fue dividido “entre cuatro reinos menores y más débiles” (ibídem, p. 129). El hijo de Alejandro
fue asesinado en el año 310 a.C. y un hermano ilegítimo había sufrido la misma
suerte en el 317. “Por eso no había descendientes o familiares que sucedieran a
Alejandro” (ibídem).
Así que su reino fue repartido entre otros que no eran de su sangre (v. 4).
Los generales de
Alejandro lucharon entre sí por el control del imperio. Estas pugnas por el
dominio eliminaron a todos menos a cuatro, quienes vinieron a ser las cabezas
de las cuatro partes en que se dividió el imperio. Los cuatro fueron Casandro,
quien reinó en Grecia y el occidente; Lisímaco, en Tracia y Asia Menor; Tolomeo,
en Egipto; y Seleuco, en Siria. De estos cuatro, dos —Tolomeo y Seleuco— ampliaron
su dominio y su territorio; éstos fueron los reyes de Egipto y Siria respectivamente.
Las intrigas que se
mencionan a continuación se relacionan con estos dos. Se hace referencia a
ellos como el rey del sur (Tolomeo) y el rey del norte (Seleuco) debido a su
ubicación en relación con Jerusalén.
Versículo 5: “El rey del sur sería
Tolomeo I” (“Comentario bíblico del expositor”, p. 130). La expresión bíblica
“uno de sus príncipes” se refiere a Seleuco, quien originalmente había servido
bajo Tolomeo. En las intrigas que surgieron después de la muerte de Alejandro,
Seleuco finalmente logró el control de Siria y vino a ser el rey del norte. Con
el tiempo, Seleuco ejerció más poder que Tolomeo. La dinastía de los reyes
seléucidas continuó hasta el año 64 a.C.
La guerra
laodiceana
Versículo 6: Entre el rey del sur
y el rey del norte existía un estado de tensión y hostilidad. Tolomeo I murió
en el año 285 a.C. En el 252 los dos reinos intentaron hacer un pacto bajo el
cual Berenice, la hija de Tolomeo II, se casaría con Antíoco II, el rey del
norte. Pero Laodicea, primera esposa de Antíoco II, estaba enojada con él
porque la había repudiado. Como represalia, ella, estando en el exilio, urdió una
conspiración en la que mandó asesinar a Berenice y a su pequeño hijo. “Poco tiempo
después, el rey mismo [Antíoco II] fue envenenado…” (ibídem).
Debido a que su hijo
Seleuco II era demasiado joven para gobernar, Laodicea se declaró reina a sí
misma. Lo profetizado de que “ella [Berenice] no podrá retener la fuerza de su
brazo”, se refiere al golpe de estado en el que Laodicea mandó asesinar a
Berenice. También fueron eliminados algunos de los nobles que apoyaban a
Berenice como reina.
Versículos 7-9: Las venganzas
continuaron y, por ende, una serie de luchas que fueron conocidas como la
guerra laodiceana. Tolomeo II murió al poco tiempo de que Laodicea hiciera
matar a su hija Berenice. Tolomeo III buscó vengar la muerte de su hermana y,
atacando al rey del norte, capturó Antioquía, capital de Siria. En el versículo
8 se puede ver cómo Tolomeo recuperó “aun a los dioses de ellos, sus imágenes
fundidas y sus objetos preciosos de plata y de oro” que Cambises se había
llevado de Egipto en el 524 a.C.
En el año 240 Tolomeo
III y Seleuco II acordaron la paz, y no hubo más hostilidades hasta el 221,
cuando murió Tolomeo III.
Versículos 10-12: Después del
fallecimiento de Seleuco II, sus hijos atacaron al rey del sur. Uno de ellos,
Seleuco III, reinó sólo tres años y murió envenenado. Su actividad militar no
fue muy importante. Otro hijo, Antíoco III (el Grande), “inundó y pasó
adelante” y conquistó Judea.
El rey del sur,
Tolomeo IV, se vengó (v. 11) y en la batalla de Rafia derrotó al ejército de
Seleuco III, que era más numeroso. Después de su victoria Tolomeo se dedicó a
una vida de libertinaje durante la cual exterminó decenas de miles de judíos en
Egipto (v. 12). Por estas acciones debilitó su reino.
Versículos 13-16: La frase “al cabo de
algunos años” se refiere a cuando, 14 años después de su derrota, Antíoco III
vino en contra de Tolomeo V, quien aún era niño (Tolomeo IV había fallecido en
el año 203). Debido a la vida disoluta de Tolomeo IV, había disturbios en las
provincias egipcias. Mucha gente, incluso judíos simpatizantes del rey del
norte, se unieron a Antíoco en contra del rey del sur. La rebelión fue
finalmente aplastada por el general egipcio Escopas (v. 14).
Escopas también
rechazó el ejército de Antíoco durante el invierno de 201- 200. El rey del
norte respondió con otra invasión, y capturó la ciudad de Sidón, una “ciudad
fuerte” (v. 15), donde Escopas se rindió. De esa manera Antíoco consiguió el dominio
absoluto de la Tierra Santa, la “tierra gloriosa” (v. 16).
Versículo 17: En la Nueva Versión
Internacional dice: “El rey del norte se dispondrá a atacar con todo el poder
de su reino, pero hará una alianza con el rey del sur… le dará su hija en matrimonio,
con miras a derrocar su reino, pero sus planes no tendrán el éxito esperado”.
Una vez derrotado
Escopas, Antíoco quiso obtener el control de Egipto mismo, y dio a su hija
Cleopatra a Tolomeo V en matrimonio. Creyó que su hija traicionaría a su esposo
en favor de él, pero ella frustró los planes de su padre al apoyar a Tolomeo.
Versículos 18-19: Al frustrarse sus
planes, Antíoco atacó varias islas y ciudades en la región del mar Egeo.
También dio asilo a Aníbal de Cartago, enemigo de Roma, quien le ayudó a llegar
hasta Grecia. En respuesta, Roma atacó y derrotó al ejército de Antíoco. Los
romanos lo despojaron de gran parte de su territorio y se llevaron algunos
rehenes a Roma, entre ellos el hijo de Antíoco. Además, le exigieron un tributo
pesado (v. 18).
Después de la derrota
ignominiosa, Antíoco regresó a su fortaleza en Antioquía. No pudiendo pagar el
tributo que le había impuesto Roma, intentó saquear un templo pagano. Esto
encolerizó tanto a la gente que lo mataron, y así tuvo un fin desgraciado (v.
19).
Versículo 20: Según se puede leer
en 2 Macabeos 3:7-40 (libro apócrifo que relata estos sucesos), el otro hijo de
Antíoco, Seleuco IV, tampoco pudo pagar el tributo. Seleuco envió a un judío
llamado Heliodoro a saquear el templo en Jerusalén. Heliodoro fue a la ciudad
santa pero no consiguió nada. Más tarde, Heliodoro envenenó a Seleuco, quien
así fue muerto, “aunque no en ira, ni en batalla”.
Antíoco Epífanes
Daniel 11:21-35: En estos versículos
se nos habla del infame Antíoco IV, llamado Epífanes, hermano de Seleuco IV,
quien anteriormente había sido llevado cautivo a Roma. Fue “un opresor tiránico
que hizo todo lo que pudo por destruir completamente la religión judía”
(“Comentario bíblico del expositor”, p. 136).
Antíoco, un hombre
increíblemente cruel, decretó la pena de muerte para quienes practicaran la
religión judía. Por órdenes suyas, “Eleazar, un anciano escriba, fue muerto a
latigazos porque rehusó comer carne de cerdo. Una madre y sus siete hijos
fueron destrozados sucesivamente en presencia del gobernador por haberse
rehusado a adorar una imagen. Dos madres que habían circuncidado a sus hijos
recién nacidos fueron llevadas por toda la ciudad y arrojadas de cabeza desde la
muralla” (Charles Pfeiffer, Between the Testaments [“Entre los testamentos”], 1974, pp.
81-82).
Versículo 31: Esto se refiere a los
graves acontecimientos del 16 de diciembre del 168 a.C., cuando el enloquecido
Antíoco entró en Jerusalén y mató a 80 000 hombres, mujeres y niños (2 Macabeos
5:11-14). Luego profanó el templo ofreciendo un sacrificio a Zeus, dios supremo
de la mitología griega. Este ultraje prefiguraba un acontecimiento parecido
que, según las palabras de Jesucristo, habrá de ocurrir en el tiempo del fin
(Mateo 24:15).
Versículos 32-35: Por una parte, estos
versículos parecen referirse al valor y voluntad indómitos de los macabeos, una
familia de sacerdotes que lucharon contra Antíoco y sus sucesores. La rebelión
de los macabeos contra el rey de Siria se inició cuando “Matatías, el principal
sacerdote en la ciudad de Modín…después de matar al oficial de Antíoco quien
había venido a imponer el nuevo decreto relacionado con la adoración idolátrica
. . . encabezó un grupo de guerrilleros que huyó a las montañas…” (“Comentario
bíblico del expositor”, p. 141).
Matatías fue apoyado
en la defensa de sus principios por sus cinco hijos, principalmente por Judas,
quien recibió el apodo de Maqqaba (voz aramea que significa martillo, origen del nombre macabeo). Muchos de estos
patriotas murieron por esta causa, pero su heroicidad finalmente expulsó de la
nación al ejército sirio.
Por otra parte, estos
versículos podrían referirse a la iglesia del Nuevo Testamento, al hablar de
apostasía, persecución y los esfuerzos y hechos del pueblo.
En este punto, la
profecía de Daniel pasa a un tema diferente, al “tiempo determinado” o, como lo
expresa la Nueva Versión Internacional: “la hora final” (v. 35). “Con la
conclusión del extracto previo en el versículo 35, termina el material
profético que indiscutiblemente se aplica a los imperios helénicos y al conflicto
entre los seléucidas y los patriotas judíos. La presente sección (vv. 36-39)
contiene algunos aspectos que difícilmente se aplican a Antíoco IV, aunque la mayoría
de los detalles podrían aplicarse a él lo mismo que a ‘la bestia’, su antitipo del
tiempo del fin.
“Eruditos, tanto
liberales como conservadores, están de acuerdo en que todo el capítulo 11 hasta
este punto contiene predicciones sorprendentemente exactas del panorama de
acontecimientos desde el reinado de Ciro…hasta el fracasado intento de Antíoco
Epífanes de acabar con la fe judía” (ibídem, p. 143).
A partir de ese
momento transcurriría poco más de un siglo antes de que Jerusalén fuera
conquistada por el general romano Pompeyo. Así, gran parte del Medio Oriente
quedó bajo el dominio del Imperio Romano y mucha de su fuerza pasó a su parte
oriental, el Imperio Bizantino, en los siglos siguientes.
Pero entonces, como
veremos en el siguiente capítulo, una nueva potencia y una nueva religión
aparecieron para dominar el Medio Oriente: el Imperio Musulmán o Islámico.
EL
SURGIMIENTO DEL ISLAMISMO
Los descendientes de
Ismael vivieron en una relativa oscuridad a lo largo del período de los reinos
de Israel y Judá, y de los imperios de Asiria, Babilonia, Persia, Grecia y
Roma. La gran mayoría se mantuvo dentro de la península Arábiga, en muchas
ocasiones luchando entre sí. Pero esto cambió a principios del siglo vii, menos de 600 años
después de la época de Jesucristo, cuando hizo su aparición el más conocido de
los descendientes de Ismael.
Hasta principios del
siglo VII los árabes habían
sido idólatras. En el gran templo en La Meca había 365 ídolos (uno por cada día
del año). Esto representaba una importante fuente de ingresos para los
comerciantes debido al gran número de peregrinos que acudían a la ciudad. Sin
embargo, ese panorama religioso cambió dramáticamente debido a Mahoma y la
religión que fundó, el islamismo.
Mahoma era de la
familia hachemita (en árabe, Beni Hashim) de la poderosa tribu de los qurays, la
cual controlaba el templo pagano de La Meca. Según la creencia musulmana, fue
en el monte Hira, cerca de La Meca, donde el arcángel Gabriel se le apareció a
Mahoma en el año 610 y le reveló sabiduría divina. Ésta y otras revelaciones
posteriores constituyen el Corán, los escritos sagrados del islamismo, un libro
de tamaño parecido al del Nuevo Testamento.
Mahoma, cuyo nombre
significa “muy venerado”, llegó a ser un valeroso y decidido predicador del
monoteísmo, un concepto que amenazaba la prosperidad comercial de otros
miembros de su tribu. Los intentos para darle muerte fracasaron, y en poco
tiempo Mahoma acabó con la idolatría politeísta de la región, remplazándola con
el islamismo (la voz árabe islam quiere decir “rendición” o “sumisión” al único Dios
verdadero, Alá).
La predicación de
Mahoma logró algo que, desde un principio, no había sido posible para los
descendientes de Ismael: la unidad, lo que hizo que llegaran a formar una gran
nación que podría extenderse y ejercer influencia en otros países.
A partir de ese
pequeño comienzo en el desierto de la península Arábiga, el islamismo se
esparció por todo el mundo. Hoy en día, la Organización de la Conferencia Islámica
se compone de 57 naciones, más de la cuarta parte de todos los países del
mundo.
Aunque hay 22
naciones árabes, muchas de las cuales están pobladas por descendientes de
Ismael, otras 35 son preponderante o exclusivamente islámicas. Abarcan una zona
geográfica que se extiende desde el África occidental hasta Indonesia, una
amplia franja de naciones que se identifican unas con otras como seguidoras del
islamismo. Además, millones de musulmanes (seguidores del islam) viven en la
parte norte de América y en Europa occidental. Debido al alto índice de
natalidad y a una apasionada labor de proselitismo, esta religión continúa
expandiéndose rápidamente.
Actualmente, el
islamismo cuenta con cerca de 1300 millones de adeptos. Todos adoran a Alá, a
quien consideran el Dios verdadero. Se reúnen en mezquitas los viernes, el día
designado para la adoración, aunque es permitido trabajar también en ese día.
Su credo, llamado la shahada (“testimonio”), consta de sólo ocho palabras en árabe —La illaha ila
Allah, wa Muhammadun rasul Allah— y quiere decir: “No hay Dios sino Alá, y Mahoma es su
profeta”. La solemne y sincera repetición de estas palabras es la única
condición para ser un musulmán. El término musulmán significa “uno que se somete (a Alá)”.
Los musulmanes datan
su historia desde la hégira, es decir, la huida de Mahoma de La Meca a Medina en el
año 622. Debido a que el año musulmán está basado en el calendario lunar, tiene
354 ó 355 días, lo que significa que es 10 u 11 días más corto que el año que
se cuenta en el mundo occidental, el cual se basa en el calendario solar
gregoriano. Por consiguiente, cada año las festividades musulmanas caen en
fechas más tempranas con respecto al calendario gregoriano.
Mahoma murió el 8 de
junio de 632, sin dejar un heredero y sin nombrar un sucesor. Esto causó
trastornos y disturbios en el mundo islámico, el cual después de sólo un
decenio abarcaba ya una región equivalente al área de la Argentina.
Es sólo a través de
la bella Fátima, hija de Kadiya, la amada primera esposa de Mahoma, que los jerifes y sayyids, reconocidos como los
descendientes actuales de Mahoma, pueden rastrear su genealogía. El esposo de
Fátima, Alí ibn Abi Talib, primo hermano e hijo
adoptivo de Mahoma, fue también su primer converso después de Kadiya. A la
muerte de Mahoma, Alí y Fátima ya tenían dos hijos menores.
Muchos pensaron que
por ser el pariente más cercano, Alí sería el sucesor de Mahoma. Después de
muchas polémicas fue rechazado en favor de Abú Bakr, un rico comerciante de La
Meca, quien había sido uno de los primeros seguidores de Mahoma y que lo había
acompañado en su famosa huida hacia Medina 10 años antes. Abú Bakr fue el padre
de Ayesha, la esposa favorita de Mahoma, y ya antes, durante la última
enfermedad del profeta, había sido designado para ocupar el lugar de éste en la
conducción de las oraciones en público.
Como las revelaciones
habían sido dadas a Mahoma, Abú Bakr no era totalmente su sucesor. No obstante,
se le dio autoridad sobre la política y las funciones administrativas del
imperio, con el título de Khalifah rasul Allah, que significa “sucesor del mensajero de
Alá”. En español es sólo “califa”, título que se da a los jefes de estado en
países de gobierno islámico. El cargo del califato permaneció como una
institución islámica hasta la formación de la República Turca en 1924, cuando
fue abolido por el gobierno secular de Kemal Ataturk.
Aunque la transición
que siguió a la muerte de Mahoma fue repentina e inesperada y causó algunos
disgustos entre los seguidores de Alí, esposo de Fátima, las tribus
permanecieron unidas bajo Abú Bakr.
Rápida expansión
del Imperio Islámico
Antes de su muerte,
Abú Bakr nombró como su sucesor a Omar ibn al-Jattab. Omar fue el primer califa
que se arrogó el ilustre título de Amir al-Muminin, que significa “comandante de los fieles”.
Durante su reinado de 10 años ocurrió la primera gran expansión del territorio
islámico, a medida que los hijos de Ismael salían en todas direcciones desde su
antigua patria desértica.
El califa Omar se
lució como un hábil comandante de sus tropas y un poderoso enemigo de las dos
potencias más grandes de ese tiempo: el Imperio Bizantino (o Romano de Oriente)
y el Imperio Persa. El primero había surgido del antiguo Imperio Romano después
de que Constantino, en el siglo iv, estableciera una nueva capital en Bizancio (nombrándola
Constantinopla, en homenaje a sí mismo), ahora Estambul, Turquía. Controlaba
Asia Menor, la península del mar Egeo y gran parte del norte de África y del Medio
Oriente.
Al noreste de la
península Arábiga se encontraba el Imperio Persa Sasánida. Los imperios
bizantino y persa luchaban continuamente entre sí, lo que los había debilitado
y hecho vulnerables ante el nuevo, fuerte y celoso Imperio Islámico procedente de
Arabia. El Imperio Sasánida fue derrotado, pero el bizantino permaneció como
una potencia amenazada y decreciente, hasta que finalmente sucumbió ante los
musulmanes turcos en 1453.
Al grito de Allahu Akbar (“¡Grande es Alá!”),
la llamada islámica a las armas, los guerreros árabes, montados a caballo o en
camello, resultaron enemigos formidables que vencieron a todos los ejércitos que
fueron enviados contra ellos. Desde el tiempo de Alejandro Magno no se había
visto semejante fuerza, la cual conquistaba rápidamente todo a su paso. Por
delante tenían un siglo de conquistas. Invadieron Siria y la Tierra Santa en
635-636, la región de Iraq al año siguiente, y Egipto y Persia cuatro años
después.
Su victoria más
significativa fue en Jerusalén, conquistada en el 638. Llamada Al-Kuds en árabe, que
significa “la santa”, Jerusalén ha sido la tercera ciudad más santa de los
musulmanes, después de La Meca y Medina. Los musulmanes creen que Mahoma
ascendió al cielo en su caballo alado Burak desde la roca que puede verse
dentro del Domo de la Roca, una de las obras arquitectónicas más espléndidas de
la tierra, construida a fines del siglo vii.
Los musulmanes
también creen que Abraham vino a este lugar para sacrificar a su hijo, según
ellos, Ismael, no Isaac como lo afirma la Biblia (Génesis 22:1-14). Construido
en la gran plataforma del monte donde Herodes el Grande había mandado construir
el templo, el Domo de la Roca y el terreno que lo rodea es la propiedad más
ferozmente disputada de todo el mundo en la actualidad.
En el lapso de un
siglo después de la muerte de Mahoma, el dominio árabe se extendió desde el Medio
Oriente por el norte de África hasta España en el occidente, y hacia el oriente
por la parte central de Asia hasta la India. En uno de sus avances llegó hasta
las puertas de París, donde fue frenado por Carlos Martel en la batalla de
Tours (cerca de Poitiers) en el año 732, exactamente 100 años después de la
muerte de Mahoma.
A partir de ese
suceso el rápido crecimiento del Imperio Islámico cesó hasta el siglo XII, cuando se llevó a
cabo otra gran expansión bajo los sufíes (musulmanes místicos), quienes esparcieron el
islamismo en toda la India, Asia central, Turquía y el África subsahariana. Y
los comerciantes musulmanes ayudaron a llevar la religión aún más lejos,
incluso hasta Indonesia, la península Malaya y China.
“El igualitarismo
fundamental del islamismo dentro de la comunidad de los fieles y su imperante
discriminación en contra de los seguidores de otras religiones, pronto le
ganaron conversos” (Encyclopædia Britannica, 15ª edición en inglés, 9:912). Aunque los
judíos y los cristianos eran tolerados por ser “gente del Libro”, tenían que
pagar la yizyah, un impuesto especial.
No obstante, “a los paganos…se les exigía o aceptar el islamismo o morir” (ibídem).
Después del asesinato
del califa Omar en noviembre del 644 al estar guiando las oraciones en la
mezquita de Medina, otro cuerpo de electores volvió a rechazar a Alí. En esta
ocasión el califato fue conferido a Othman ibn Affan, quien había sido uno de
los primeros conversos al islamismo y compañero cercano de Mahoma.
En el tiempo de su
regencia se concluyó la compilación del Corán en su forma actual.
Anteriormente, la mayor parte de su contenido había sido simplemente memorizado
por los seguidores de Mahoma (éste era analfabeto, por lo que no lo había escrito).
Su contenido fue recopilado por un grupo de hombres, bajo la dirección del erudito
islámico Zayd ibn Thabit, autorizados para reunir los escritos sagrados.
Los musulmanes creen
que el Corán es literalmente la palabra de Alá (Kalimat Allah), no las palabras de Mahoma. Las primeras
palabras del Corán son Bism’illah ir-Rahman ir-Rahim, que quieren decir “En
el nombre de Alá, el misericordioso, el compasivo”.
El islamismo se
divide
Antes de ser
asesinado en Medina, Othman gobernó durante 12 años (644-656). Su asesinato dio
lugar a fuertes conflictos políticos y religiosos dentro de la comunidad
islámica, que continúan hasta el día de hoy.
Después de la muerte
de Othman, el liderazgo del islam finalmente cayó en Alí, el ya envejecido
esposo de Fátima. Para sus seguidores, Alí fue legalmente el primero y único
califa. La mayoría de los musulmanes lo aceptaron como el cuarto califa, pero
muchos se opusieron denodadamente a su regencia.
El imperio habría de
sufrir continua lucha política y religiosa, disturbios y conspiraciones. Cinco
años después, Alí también fue asesinado. Antes de que alguno de sus hijos
pudiera ser nombrado como sucesor, el sobrino de Othman, dirigente de los
omeyas, una rama de la tribu de los qurays, asumió el control, lo que llevó a
la disputa entre los partidos a un punto crítico.
Los seguidores de Alí
creían que todos los califas debían descender de Alí por ser el familiar más
cercano de Mahoma. Este grupo era llamado el “partido de Alí” (en árabe, los Shiat Alí, o chiíes). En cambio,
la mayoría creía que cualquiera podía ser nombrado califa, sin importar su
genealogía. Este grupo era conocido como los suníes (de sunna, el “camino” o la
“senda” del profeta). Contrario a los chiíes, los suníes por lo general han
aceptado el gobierno de los califas.
En el año 680 se
desató la violencia cuando Hussein, hijo de Alí, nieto de Mahoma, fue asesinado
junto con 72 miembros de su familia y otros acompañantes en Karbala, en lo que
actualmente es Iraq. Teniendo ahora un mártir, los chiíes crecieron en número y
en determinación, cada vez más resentidos por el dominio de los suníes. Este resentimiento continúa
hasta el presente.
La mayoría suní representa casi el 85 por
ciento de todos los musulmanes, y los chiíes representan el resto. Aunque
concuerdan en los principios fundamentales del islamismo, las diferencias
políticas, teológicas y filosóficas los han separado aún más. Y con la
tendencia que ha habido entre los chiíes de dividirse en varias sectas, la
situación ha empeorado.
Actualmente, los chiíes son el partido
dominante en Irán y la comunidad religiosa más grande en el Líbano e Iraq. Al
recordar el fanatismo de la revolución iraní que derrocó al sah en 1979, muchos
piensan que los chiíes tienen tendencia hacia el terrorismo. No obstante, la
mayoría de los actos terroristas en contra de los occidentales han provenido de
los wahabíes, secta del islamismo suní que se originó en Arabia Saudita en el
siglo XVIII.
Uno de los atractivos del islamismo es su
insistencia en la umma o comunidad. “Aunque ha habido muchas
sectas y movimientos musulmanes, todos sus seguidores están unidos por una fe
general y la percepción de pertenecer a una sola comunidad” (ibídem, p. 912). Este sentido de comunidad se ha
reforzado en los últimos 200 años, durante el período de la superioridad
occidental. Lograr la unidad árabe e islámica es algo que los musulmanes en la
actualidad desean con vehemencia.
Ismael llega a ser la “gran nación”
profetizada
Después de la muerte de Alí, los omeyas
pusieron el califato como un cargo hereditario, y gobernaron desde Damasco por
casi un siglo hasta el año 750. Durante
ese tiempo fue conquistada la mayor parte
de la península Ibérica (España y Portugal), junto con lo que faltaba del norte
de África. Hacia el oriente, los ejércitos musulmanes se desplegaron por Asia
central hacia la India y la China. Antes de que su dominio terminara, los
musulmanes formaron un imperio más grande que el de Roma y lograron convertir a
millones de personas al islamismo.
Los omeyas fueron remplazados por la
dinastía de los abasíes, cuyos 37 califas gobernaron desde Bagdad durante cinco
siglos (750-1258). En aquel tiempo, mientras Europa se encontraba en el oscurantismo
(aislada en parte por musulmanes hostiles a lo largo de sus fronteras), el
mundo islámico era una gran civilización. Los musulmanes preservaban la literatura
y el conocimiento del mundo antiguo, a la vez que encauzaban al mundo en el
conocimiento y entendimiento de las matemáticas, la física, la astronomía, la
geografía y la medicina.
Tal como les había sido prometido
divinamente a Abraham y Agar muchos siglos antes, su hijo Ismael ciertamente
llegó a ser “una gran nación” (Génesis 17:20; 21:18), de hecho, uno de los
imperios más grandes que han existido.
No obstante, al igual que todas las
civilizaciones, la dinastía abasí llegó a su fin porque se fue degenerando y
con ello llegó lentamente su decadencia. Durante ese período, a medida que se
debilitaba la autoridad central, la unidad del mundo islámico se hacía añicos,
un problema que aún afecta a los musulmanes actualmente. El golpe mortal vino
cuando las hordas mongoles llegaron a Bagdad en el año 1258, dieron muerte al
último califa, masacraron a los habitantes de la ciudad y pusieron fin al
imperio.
Las cruzadas: La lucha por la Tierra
Santa
Durante el gobierno de los califas abasíes
hubo un gran conflicto entre el islam y la Europa católica. Debido a la
expansión del islamismo en la península Ibérica y el intento de invadir
Francia, ya había habido enfrentamientos entre ellos, pero cuando Jerusalén les
fue arrebatada a los musulmanes el 15 de julio de 1099, empezó un largo período
de pugna entre las dos potencias religiosas.
Los cruzados europeos saquearon, violaron,
asesinaron y esclavizaron a los moradores de Jerusalén en una frenética
carnicería, que aún recuerdan tanto musulmanes como judíos. El Domo de la Roca
fue convertido en un templo cristiano, con la cruz en lugar de la luna
creciente, símbolo del islam. Todo esto despertó la cólera de los musulmanes,
quienes juraron que iban a recuperar la ciudad de manos de los “infieles”
(originalmente una voz latina que los católicos usaban para referirse a los
musulmanes).
No fue hasta el 2 de octubre de 1187 que
las fuerzas islámicas pudieron recuperar el control de Jerusalén, bajo el
liderazgo de Saladino (cuyo nombre significa “la justicia de la fe”), quien era
sultán de Egipto y Siria. Saladino declaró yihad (guerra santa) para rescatar Jerusalén de los enemigos del islam.
La cruz de oro que estaba sobre el Domo de
la Roca fue reemplazada por la luna creciente, pero Saladino no se vengó de sus
enemigos. Antes bien, fue misericordioso y amable con los soldados enemigos y
con la población civil, un tremendo contraste con lo que habían hecho los
europeos, quienes habían masacrado decenas de millares de personas cuando
tomaron la ciudad.
En el siglo siguiente habría más cruzadas
en las que Jerusalén fue recuperada y perdida por cortos períodos, de 1229 a
1239 y de 1243 a 1244, pero finalmente los ejércitos de la cruz tuvieron que
dejar la Tierra Santa en manos de los musulmanes. No fue hasta 1917, durante la
primera guerra mundial, que los cristianos occidentales pudieron recuperar
Jerusalén, reteniendo el control de la ciudad sólo por tres décadas.
El Imperio Otomano
La siguiente potencia en la región fue la
de los turcos otomanos, quienes se apoderaron de Constantinopla en 1453 y
destruyeron al decadente Imperio Bizantino, fundado por los romanos mil años
antes. Los turcos, que son musulmanes pero no árabes, se apoderaron de
Jerusalén en 1517 y dominaron el Medio Oriente durante los siguientes cuatro
siglos.
Los otomanos se extendieron rápidamente
por el sudeste de Europa hasta llegar a las puertas de Viena, antes de ser
rechazados a fines del siglo xvii. En el siglo xix empezaron a declinar cuando ya no pudieron mantener su
dominio en los Balcanes y el norte de África.
Por su parte, los árabes, resentidos en
contra de los turcos, pacientemente esperaron la oportunidad de recuperar su
independencia y los anteriores tiempos de gloria. Los hijos de Ismael volverían
a hacerse notar.
LA CREACIÓN DEL NUEVO MEDIO
ORIENTE
Por siglos los árabes no tuvieron un
gobierno propio. No habían sido independientes desde que sus territorios fueron
conquistados por los turcos otomanos a principios del siglo xvi. La mayor parte del mundo árabe permaneció bajo el Imperio
Otomano hasta la primera guerra mundial. En el siglo XIX otras partes habían venido a ser colonias de países europeos a medida
que iba menguando ese imperio.
Los árabes anhelaban una nación libre,
independiente, cuyo idioma oficial fuera el de ellos. En el siglo xx lograron ser independientes, aunque no como una sola
nación sino más de 20. Una gran frustración para el mundo árabe actual es el hecho
de que existen 22 naciones árabes y muy pocas posibilidades de que haya verdadera
unidad entre ellas.
Mientras fueron súbditos del sultán otomano,
a principios del siglo XX, hubo paz en el mundo árabe. Pocos se hubieran
imaginado cuánto habría de cambiar el Medio Oriente en las décadas siguientes.
Ciertamente, como ya mencionamos, en el año 1900 esa región “carecía de
importancia política”.
Lo que causó la modificación del mapa de
esa región fue la primera guerra mundial. El asesinato del archiduque austríaco
Francisco Fernando en Sarajevo el 28 de junio de 1914, fue lo que originó la
guerra. En cuestión de semanas, todas las principales naciones europeas estaban
envueltas en el conflicto. En la región de los Balcanes se habían presentado
dificultades a medida que el Imperio Otomano se debilitaba y abandonaba sus
territorios. El sentimiento nacionalista de varios grupos étnicos estaba
agitando actitudes en contra del dominio extranjero, tanto del Imperio
Austrohúngaro como de los turcos.
Al principio de la guerra no era claro qué
partido tomarían los otomanos. Finalmente se decidieron por apoyar a Alemania y
Austria en contra de la coalición formada por Inglaterra, Francia y Rusia. Esta
decisión les resultó nefasta, pues en pocos años condujo a la caída del Imperio
Otomano y del dominio que por siglos los turcos habían tenido en el mundo
árabe.
Ahora, un siglo más tarde, todavía resulta
difícil creer que el asesinato de un archiduque europeo poco conocido haya
podido tener tan tremendas consecuencias, y que haya sido la mecha de un siglo
de violencia sin fin. Pero ese disparo se oyó en todo el mundo y aún tiene repercusiones.
Aspiraciones nacionalistas y étnicas
engendran cambios
Antes de este asesinato, las ambiciones
nacionalistas ya estaban brotando en todo el continente europeo y en el Medio
Oriente. Durante la época victoriana, el imperialismo había sido cosa común. En
la Europa dominada por imperios multiétnicos, era evidente la aceptación del
concepto de que una nación, generalmente considerada superior, pudiera gobernar
otras menos capacitadas.
Muchos de esos imperios eran bastante
benignos con los diversos grupos étnicos que vivían dentro de sus fronteras,
dándoles gran libertad en muchos aspectos, incluso para operar sus propios
negocios y prosperar. Pero cada vez era más intenso el deseo de tener sus
propias patrias, en parte como resultado de las oportunidades educativas que
promovían la lectura de literatura nacional, lo que inspiraba el sentimiento de
identidad como nación.
Esta reanimación del sentimiento étnico no
ocurrió sólo en Europa. El Medio Oriente era otra región donde la gente quería
hacer realidad sus aspiraciones.
La inclinación de cada grupo étnico para
buscar su independencia era algo que, en el siglo xx, tendría mucho que ver con el cumplimiento de la
profecía de Jesús en Mateo 24. Cuando sus discípulos le preguntaron cuál sería
la señal de su venida y del fin de esta era, una de las cosas que predijo fue
una intensificación de las contiendas étnicas. En Mateo 24:7 leemos: “Porque se
levantará nación contra nación, y reino contra reino . . .”. La voz griega de
la que se tradujo “reino” es ethnos, de la cual proviene la palabra étnico.
Con la expansión de las instituciones
democráticas en varias naciones, algunos grupos étnicos contaban con
representantes en las capitales y podían promover su gestión por una mayor
autonomía, aunque muchos querían la independencia total. Esta tensión fue una
de las principales causas de la primera guerra mundial y un asunto muy
importante en la subsiguiente conferencia de paz que se efectuó en París.
La conferencia de París dio origen al
Tratado de Versalles, que a su vez condujo a la formación de nuevas naciones en
todo Europa y el Medio Oriente. Desaparecieron los antiguos imperios, los
cuales fueron remplazados por nuevas naciones más pequeñas, lo que vino a
complicar más aún las relaciones internacionales. “La guerra para acabar con
todas las guerras” se convirtió en “una paz que acabará con todas las paces”,
como lo expresó un funcionario británico.
Se fragua la revolución árabe
Al comienzo de la primera guerra mundial,
la Gran Bretaña era ya una gran potencia en el Medio Oriente. Inicialmente
había tenido que entrar en la región con el fin de proteger su ruta hacia la
India, su protectorado más valioso. Benjamín Disraeli, primer ministro
británico que era de ascendencia judía, había logrado el financiamiento del
canal de Suez, considerado como una arteria vital del imperio.
Los ingleses gobernaban Egipto, donde está
situado el canal, pero no lo habían anexado como colonia. También gobernaban
Adén, en el extremo sur de Arabia, y controlaban otros territorios estratégicos
alrededor del golfo Pérsico.
Así que, cuando estalló la guerra, los
ingleses estaban muy bien situados para apoyar una rebelión árabe en contra de
los turcos, quienes eran aliados de Alemania, su enemigo. Esta revuelta árabe
comenzó en el Hiyaz, la región costera de Arabia a lo largo del mar Rojo donde
se encuentran La Meca y Medina, el 10 de junio de 1916, dos años después de
empezar la primera guerra mundial. La revuelta estaba dirigida por el gran
jerife de La Meca y dirigente del clan hachemita, Hussein ibn-Alí (1852-1931),
descendiente de Mahoma a través de Hasán, bisnieto del profeta. Hussein era
ancestro del actual monarca de Jordania, que también es hachemita.
Aunque resulta irónico, en esta revuelta
los árabes se aliaron con los cristianos ingleses en contra de los musulmanes
turcos, pero su deseo de tener una nación árabe independiente era lo más importante. Dos
de los hijos del jerife comandaban los ejércitos árabes, subvencionados por los
ingleses y asesorados en el campo de batalla por T.E. Lawrence, militar
británico que luego fue conocido como Lawrence de Arabia.
Los árabes habían entendido que el triunfo
significaría una nación árabe. Esto fue el resultado de la correspondencia que
tuvieron Sir Henry McMahon, alto comisionado inglés en Egipto, y el jerife
Hussein en 1915-1916. En una serie de 10 misivas confidenciales entre ambos, el
jerife Hussein ofreció ayudar a los ingleses rebelándose en contra de los
turcos, a cambio de la promesa de independencia para los árabes después de la
victoria. Los ingleses estuvieron de acuerdo con eso, exceptuando algunas
zonas, incluidas aquellas que estaban bajo el gobierno inglés.
La sublevación tuvo éxito. El 17 de
octubre de 1917 los ejércitos aliados, bajo el mando del general inglés
Allenby, invadieron Palestina; el 9 de diciembre ocuparon Jerusalén. Por
primera vez desde que los cruzados habían sido vencidos en 1244, la ciudad
estaba nuevamente en manos cristianas. Entonces, después de 400 años de paz
bajo los otomanos, empezó un siglo de conflictos centrados en la Ciudad de la
Paz.
Poco antes en ese mismo año, los ingleses
se habían apoderado de Bagdad. Al año siguiente Damasco cayó en manos de los
árabes. Tres días después entraron en la ciudad el general Allenby y el
príncipe Faisal, hijo del jerife Hussein. Faisal, al frente de mil jinetes, fue
aclamado por el pueblo, ahora liberado del dominio otomano y lleno de euforia
por la posibilidad de un reino árabe independiente.
Después de la derrota de las potencias del
Eje, los imperios alemán, austríaco y otomano se habían derrumbado. El Imperio
Ruso —aliado con Gran Bretaña, Francia y, más tarde, con los Estados Unidos— ya
había sucumbido al comunismo. El mundo nunca sería lo mismo. La primera guerra
mundial señaló el fin del viejo orden.
Promesas contradictorias
En su afán por ganar la guerra, los
ingleses habían hecho promesas contradictorias tanto a los árabes como a los
judíos, así como a sus aliados franceses y rusos.
En noviembre de 1917, cuando la revuelta
bolchevique triunfó en Rusia, los revolucionarios súbitamente se encontraron
con documentos secretos del antiguo régimen zarista y del gobierno interino.
Ellos hicieron del conocimiento público un documento llamado el acuerdo
Sykes-Picot, debido a que había sido acordado secretamente entre Sir Mark
Sykes, representante inglés, y Georges Picot, representante francés, en mayo de
1916. Este documento mostraba que los ingleses y los franceses tenían planes para
repartirse entre ellos el Imperio Otomano, sin concederles territorio alguno a
los árabes.
Durante el mismo mes, sólo unos días antes
del triunfo bolchevique en Rusia, los ingleses habían publicado la famosa
Declaración de Balfour, llamada así en honor de Sir Arthur James Balfour,
ministro de Relaciones Exteriores. Esta declaración prometía el apoyo inglés
para una patria judía en Palestina. Estas promesas contradictorias habrían de
causarles interminables dificultades a los ingleses, y dificultades aún mayores
a los árabes y a los judíos.
Los árabes habían luchado con los ingleses
en contra de los turcos, ayudando a la derrota de las potencias de Europa
central. Ellos, a cambio, esperaban el control absoluto de todos los
territorios árabes (con excepción de los que ya se encontraban bajo el tutelaje colonial europeo, como
Egipto, Adén y Argelia). Desde luego, esperaban que Arabia, Iraq, Siria y
Palestina estarían directa y exclusivamente bajo su gobierno.
Palestina, el nombre actual de los
antiguos territorios de las naciones bíblicas de Israel y Judá, frecuentemente llamada
la Tierra Santa, había estado bajo el dominio islámico desde el siglo vii, a excepción de un breve período durante las cruzadas
en el siglo XI. Los judíos podían vivir en Palestina, pero cualquier intento de
formar un estado judío sería contrarrestado.
En la conferencia de paz en París, donde
se firmó el Tratado de Versalles, los delegados árabes (y T.E. Lawrence) fueron
traicionados cuando las fuerzas aliadas dividieron el Imperio Otomano en
regiones bajo la tutela de los ingleses y los franceses. La recién formada
Sociedad de Naciones explícitamente dio la autoridad a los ingleses para
gobernar Palestina, Transjordania e Iraq. Los franceses recibieron la misma
autoridad para gobernar Siria y el Líbano. Ni los judíos ni los árabes recibieron
lo que se les había prometido, cuando menos no en ese entonces.
Los ingleses se retiran
Palestina resultó ser el problema mayor.
Por cierto tiempo, los ingleses permitieron abiertamente la inmigración judía.
Esto condujo a protestas por parte de los árabes, quienes, temerosos de que los
judíos llegaran a hacerse políticamente fuertes, exigieron que se suspendiera
la inmigración judía. Poco después de que los ingleses cedieran a estas
instancias, se inició la segunda guerra mundial en la cual seis millones de judíos
fueron muertos en el holocausto nazi. Cuando más se necesitaba, la ruta de
escape hacia Palestina había sido cerrada.
El mapa político de Palestina continuó
cambiando durante las tres décadas que estuvo bajo el gobierno inglés. Egipto
recuperó su soberanía en 1922 e Iraq en 1932, aunque los ingleses continuaron
ejerciendo gran influencia en ambas naciones. El Líbano recibió su
independencia de Francia en 1941. Luego siguió Siria en 1946, el mismo año en
que los ingleses decretaron un estado independiente palestino-árabe al dar la
independencia a Transjordania, que en 1949 se convirtió en el Reino de
Jordania.
Después del fin de la segunda guerra
mundial en 1945, una exhausta Inglaterra empezó a reducir su imperio. En 1947
les otorgó la independencia a Paquistán y a la India. Al año siguiente se
retiró de Palestina.
Los ingleses ya no pudieron mantener la
paz entre árabes y judíos. El hotel Rey David, utilizado como cuartel general
por el ejército inglés, había sido dinamitado por terroristas judíos, causando
la muerte de casi 100 soldados. Como sucedió en el caso de la India, el pueblo
inglés ya no quiso arriesgar la vida de sus soldados por mantener la paz entre
fuerzas hostiles. Los ingleses notificaron a la recién formada Organización de
las Naciones Unidas, sucesora de la Sociedad de Naciones, que en seis meses se
retirarían de Palestina.
Nace el Estado de Israel
La Naciones Unidas decidieron dividir
Palestina entre los árabes y los judíos, dejando a Jerusalén como una ciudad
internacional. Los israelíes aceptaron el plan, mas los árabes lo rechazaron.
Cuando salieron los ingleses, la noche de mayo 14-15 de 1948 los dirigentes
judíos proclamaron el nacimiento de la independiente nación judía de Israel. En
pocas horas, los ejércitos de cinco naciones árabes vecinas atacaron a Israel,
decididas a destruir al naciente estado junto con su población de apenas medio
millón de habitantes.
La guerra duró hasta principios del año
siguiente, e Israel terminó con más territorio del que le había sido concedido
por el decreto de la ONU. La mayoría de los árabes en esas regiones abandonaron
sus tierras y desde entonces han vivido como refugiados en campamentos en el
Margen Occidental del río Jordán, Gaza, Líbano, Siria, Jordania y Egipto. A los
árabes que se quedaron en Israel se les concedió la ciudadanía en la nueva
nación e, irónicamente, actualmente disfrutan de muchas más libertades
personales que sus coterráneos en las naciones árabes.
Luego hubo más guerras. En 1956 Israel
apoyó a los ingleses y a los franceses contra Egipto en un intento por
recuperar el canal de Suez, del cual se había apoderado el gobierno
revolucionario de Egipto. La intervención de los Estados Unidos obligó a las
tres naciones a retirarse, lo que representó un gran estímulo al nacionalismo
árabe.
Pocos años después, los franceses
perdieron Argelia y dejaron de ejercer influencia en el Medio Oriente. Y para
1971 los ingleses se habían retirado completamente de la región. Fueron
remplazados por los norteamericanos y los soviéticos, los dos antagonistas de
la guerra fría que utilizaban naciones en el Medio Oriente como agentes o
instrumentos para frustrar los intereses y ambiciones de unos y otros.
Se desvanecen antiguos imperios
Pero el nacionalismo árabe era
incontenible. El afán por la unidad árabe permanecía firme en todo el Medio
Oriente.
Y no sólo los árabes se estaban liberando
del colonialismo europeo. En todo el mundo estaban apareciendo nuevas naciones
como resultado del derrumbe de los imperios europeos después de la segunda guerra
mundial. En la primera guerra mundial habían desaparecido los imperios europeos
que dominaban grandes extensiones de Europa. Ahora les tocó a los imperios que
tenían colonias en ultramar. Nunca antes había cambiado tan dramáticamente el
mapa mundial.
Para visualizar la envergadura de este
cambio, tengamos en cuenta que inmediatamente después del Tratado de Versalles
en 1919 no había ninguna nación árabe independiente. Con excepción
de Persia (Irán) y Afganistán —que no son árabes— no había ninguna nación
islámica independiente.
El derrocamiento del sultán otomano había
llevado al establecimiento de la república secular de Turquía; esto es, aunque
el pueblo en su mayoría era islámico, el gobierno oficialmente permanecía al
margen de la religión y se inclinaba hacia Occidente. Aunque Egipto era
independiente desde 1922, su rey no era árabe y los ingleses dominaban la
nación entre bastidores. Todas las demás regiones islámicas del mundo estaban
bajo gobiernos europeos. Resulta bastante extraño, pero la mayor potencia
islámica en ese tiempo era Inglaterra debido al hecho de que gobernaba el
subcontinente índico, incluso lo que ahora constituye Paquistán, Bangladés y
Sri Lanka.
En la actualidad existen 57 naciones
islámicas, la mayoría gobernadas por musulmanes. Esto incluye 22 naciones
árabes, las cuales controlan la mayor parte de las reservas conocidas de
petróleo en el mundo, el líquido tan indispensable para la economía mundial.
¿Es, pues, de sorprenderse que el Medio Oriente y el islam repentinamente hayan
venido a ejercer una influencia tan significativa en los asuntos del mundo?
RESURGE EL FUNDAMENTALISMO
ISLÁMICO
El nombre que los árabes dan a las cruzadas
es el de al-Salibiyyah, término al cual son extremadamente
sensibles debido a que les recuerda las tremendas atrocidades que cometieron
los europeos durante los dos siglos que estuvieron luchando para lograr el
dominio católico sobre la Tierra Santa.
Para los árabes esas no fueron las únicas cruzadas. Ellos consideran que luego hubo otras dos cruzadas.
La cruzada que siguió fue en el tiempo de
la colonia cuando el mundo árabe quedó bajo el dominio de los ingleses, los
franceses y otras naciones europeas. Esto frustró el anhelo árabe de lograr la
unidad y les causó un sentimiento de inferioridad debido a todo ese tiempo que
no pudieron deshacerse de los europeos.
La cruzada actual es la que los extremistas consideran la más
amenazadora para su sistema de vida. Es lo que algunos llaman el imperialismo norteamericano. Sin embargo, Estados Unidos nunca ha
intentado colonizar ningún territorio árabe, como lo hicieron los ingleses y
los franceses. Antes de constituirse en una nación libre, los estadounidenses
tuvieron que luchar contra el gobierno colonial inglés bajo el cual vivieron
originalmente. Así que ellos no tienen la tendencia de colonizar como lo
hicieron los europeos en el siglo XIX.
No obstante, la cultura de los
norteamericanos representa una amenaza para las costumbres tradicionales de
todos los pueblos islámicos. Esta es la principal causa del resentimiento, o
quizá odio, que algunos de ellos tienen hacia los Estados Unidos.
En parte, esto es el resultado del
progreso tecnológico. La radio y la televisión han llevado la cultura
occidental directamente a las casas de la gente en todo el mundo. Las películas
norteamericanas están disponibles en casi cualquier rincón del globo terráqueo.
Y, desafortunadamente, la imagen que presentan es la de una nación colmada de
violencia e inmoralidad, lo cual no es así en muchas familias norteamericanas;
pero los públicos extranjeros no saben eso. También presentan a mujeres
independientes y muy ligeras de ropas, y niños que no muestran ningún respeto hacia
sus padres; ambas cosas son altamente ofensivas para la moral islámica.
La preponderancia de la cultura occidental
vino a empeorar las cosas en los últimos años con la introducción de la
televisión por satélite. Ahora cada vez más personas pueden ver las películas y
los programas de televisión, lo que ha aumentado el antagonismo hacia los
norteamericanos.
Además, mucha gente en el mundo árabe
puede ver en los noticieros de todas las noches, escenas del sufrimiento de los
palestinos, de lo cual culpan a los Estados Unidos. Su análisis es sencillo y
directo: los israelíes matan a los palestinos, EE.UU. apoya a Israel, por lo
tanto, la culpa es de los Estados Unidos.
Debido a que muchos tienen la percepción
de que EE.UU. es una nación violenta, la culpan por los actos de agresión. Las
campañas militares de los Estados Unidos en contra de algunos musulmanes han
enardecido más los sentimientos, pues son vistas como una actitud antiislámica.
No se tiene en cuenta el hecho de que hace
algunos años los Estados Unidos y sus aliados apoyaron a los musulmanes en su
lucha contra los serbios y los croatas en los Balcanes. Según lo consideran
muchos en el mundo islámico, la liberación de Afganistán del tiránico régimen
de los talibanes en 2001-2002 y la guerra contra Iraq para derrocar a Saddam
Hussein en el 2003, fueron ataques en contra de compatriotas musulmanes. No
debemos olvidar que en muchos países no existe la libertad de prensa, y los
noticieros por lo general están controlados y son muy parciales. Esta es una
realidad a lo largo del mundo árabe y musulmán.
Las raíces del fundamentalismo islámico
Todas estas circunstancias han favorecido
el surgimiento del fundamentalismo islámico. Esto no es nada nuevo. En todas
las religiones los fundamentalistas vienen y van, y así ha sucedido también en
el islamismo y en el cristianismo nominal.
En el siglo XVIII,
Ibn Abdul Wahhab (1703-1792) nació en lo que ahora es Riad en Arabia Saudita.
Sus seguidores, que constituyen una secta suní, son conocidos como wahabíes.
Siendo los más extremistas de todas las subdivisiones del islam, son violentos,
intolerantes y fanáticos. Su fama en Arabia no se debió a las cruzadas
europeas, sino a la decadencia de los sultanes otomanos. Ibn Abdul Wahhab
estableció un país en la península Arábiga acorde con el patrón de la umma del siglo vii,
una comunidad islámica que viviría conforme a la sharia o ley islámica.
El wahabismo aún es la religión que
predomina en Arabia Saudita, y cuenta con muchos adeptos en las naciones del
golfo Pérsico. De esta región procedían los terroristas que atacaron las torres
del Centro Mundial de Comercio en Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Se
dice que no todos los musulmanes son terroristas, pero todos los terroristas
son wahabíes. Aunque esto es una exageración, lo cierto es que la mayoría de
las mezquitas en los países occidentales son subvencionadas por los sauditas,
con los imames que les enseñan a sus adherentes la interpretación wahabí del
Corán. Desde el año 1801 los seguidores del wahabismo ya mataban a todos los
que se les oponían; ese año atacaron la ciudad chií de Karbala, donde mataron a
2000 ciudadanos inocentes.
Sin embargo, el fundamentalismo no se
limitaba a Arabia. Más adelante, durante el mismo siglo, los ingleses
combatieron a un hombre que decía ser el mahdí en Sudán, otro extremista que
quería unir a todos los árabes en una guerra santa en contra de los infieles
que venían de Occidente. Los ingleses lo derrotaron y continuaron gobernando la
región hasta después de la segunda guerra mundial.
El contraataque fundamentalista
En 1979 el fundamentalismo islámico se
hizo sentir nuevamente en Occidente. En esa ocasión los Estados Unidos fueron
el blanco principal, ya que su aliado más fuerte en la región fue derrocado por
chusmas fundamentalistas. El sah de Irán había sido simpatizante de Occidente
y, con la ayuda de EE.UU., había llegado a formar el ejército más poderoso en
el golfo Pérsico, región petrolera de gran importancia financiera y estratégica
para los países occidentales.
El sah fue derrocado por los seguidores
del chií ayatolá Jomeini. Un grupo de estudiantes se apoderó de la embajada
norteamericana en Teherán y mantuvieron decenas de empleados como rehenes
durante 444 días. En Occidente hubo temor de que el fundamentalismo islámico se
extendiera hacia otros países en la región.
Ese mismo año los soviéticos invadieron
Afganistán. Unos años antes, en 1973, fuerzas rebeldes habían derrocado al rey
y tiempo después el gobierno quedó en manos de partidarios de los comunistas.
Pero cuando este gobierno también fue derrocado, Moscú intervino. Su
intervención era una lucha costosa, prolongada y agobiadora que condujo
directamente al derrumbe de la Unión Soviética en poco más de 10 años.
Los Estados Unidos, preocupados por los
avances soviéticos en todo el mundo, ayudaron a los rebeldes afganos en contra
de la dominación soviética. Por medio del gobierno musulmán de Paquistán, empezaron
a suministrarles armas a los mujaidines afganos, guerrilleros comandados por Osama
bin Laden. Al final, los soviéticos fueron derrotados, su nación se derrumbó y
Afganistán vino a quedar bajo el control de los fundamentalistas suníes
llamados talibanes (“estudiantes”, haciendo referencia a que
fueron enseñados en seminarios coránicos, o madrasas). Con el derrumbe de la Unión Soviética, grandes territorios en la
parte central de Asia se desligaron de Rusia y se declararon independientes
como repúblicas islámicas, lo que aumentó el número de naciones que profesan el
islamismo.
Los musulmanes fundamentalistas pronto
llegaron a tener gran influencia en todo el mundo islámico, particularmente en
la gente pobre, frustrada y disgustada con sus dirigentes, quienes vivían en la
opulencia mientras ellos sufrían pobreza y opresión. Asimismo, en los países
occidentales estos extremistas han logrado muchos seguidores entre la gente
pobre y los que se encuentran en prisión. En todo el mundo árabe la gente se
cansó de los gobiernos tiránicos que habían reemplazado a los corruptos reyes;
y ahora los nuevos presidentes también fueron corruptos.
Los fundamentalistas pronto aprendieron
que el poder no siempre puede adquirirse por la vía democrática. En Argelia
ganaron las elecciones en 1992, reemplazando al gobierno nacionalista árabe
que, 30 años antes, había dirigido una lucha por ocho años contra los franceses
para lograr la independencia de Argelia. Después de esos 30 años, la situación
económica de la gente sólo había empeorado e, irónicamente, muchos tuvieron que
irse a Francia a fin de poder siquiera subsistir.
Al parecer, los fundamentalistas estaban
mejor organizados y ciertamente eran más honrados, pero luego los militares
intervinieron para terminar con el gobierno fundamentalista. Desde entonces,
Argelia ha sufrido frecuentes atentados terroristas por elementos del
fundamentalismo, y han sido muertos más de 100 000 argelinos. El apoyo de
Francia a los militares sólo aumentó el resentimiento y la desconfianza en
contra de Occidente; todo lo que decía Occidente acerca de la democracia
pareció no funcionar a la hora de los hechos.
Oleada en contra de los Estados Unidos
Hacia fines del siglo pasado se
intensificó el resentimiento contra EE.UU., ahora la fuerza occidental
predominante y la única superpotencia que aún permanecía.
La guerra contra Iraq en 1991, encabezada
por EE.UU., contó con gran apoyo de otras naciones árabes. El presidente iraquí
Saddam Hussein había enviado sus ejércitos al vecino Kuwait para apoderarse de
ese pequeño país del golfo Pérsico, gran productor de petróleo. Su pretexto
para la invasión se remontaba a los días del Imperio Otomano, cuando lo que
ahora es Kuwait formaba parte de una región administrativa del imperio que
abarcaba gran parte de Iraq.
Los Estados Unidos y sus aliados vencieron
a Iraq, pero persistía el temor de Saddam Hussein porque se sabía que Iraq
contaba con armas de destrucción masiva, tales como armas biológicas y
químicas, y que agresivamente buscaba producir armas nucleares. Cuando este
temor llegó al punto de provocar la guerra contra Iraq en el 2003, EE.UU. se
encontró con que muchos de los que habían sido sus aliados en la guerra
anterior ya no lo apoyaban. La verdad es que el mundo había cambiado.
El gran momento crítico fue lo que sucedió
el 11 de septiembre de 2001. Así como ocurrió 87 años antes con el asesinato
del archiduque Francisco Fernando, esto habría de cambiar todo. Desde entonces,
el mundo no ha sido el mismo.
Inmediatamente después de los atentados en
Nueva York y Washington, cuando aviones secuestrados por terroristas fueron
estrellados en el Centro Mundial de Comercio y el Pentágono (Ministerio de
Defensa), el mundo en general se mostró compasivo hacia los Estados Unidos.
Pero menos de un año después de que los norteamericanos respondieran con su
guerra contra el terrorismo —demostrando su asombroso poderío militar en
Afganistán y preparándose para posibles futuros conflictos con lo que el
presidente George Bush llamó el “eje de maldad”— muchos consideraron que EE.UU.
había cambiado de víctima a villano.
Los resentimientos reprimidos en contra
del poderío militar más grande del mundo, junto con el temor de verse aislados
y sufrir posibles represalias terroristas por apoyar a EE.UU., hicieron que se
presentara un rechazo internacional al papel de EE.UU. como el policía del
mundo. Otros, incluso algunos norteamericanos, empezaron a culpar a EE.UU. por
lo que sucedió el 11 de septiembre, diciendo que había sido una justificada
respuesta a la política exterior de esa nación.
En el año 2003, a los ojos de muchos
musulmanes y sus gobernantes, los Estados Unidos estaban sentando un precedente
al invadir Iraq para derrocar a Saddam Hussein. Los otros gobernantes en la
región razonaron que si un presidente podía ser derrocado por el ejército
estadounidense, lo mismo podría sucederles a ellos. Además, el enojo de la
gente había aumentado al ver el sufrimiento de los palestinos en televisión.
El fundamentalismo islámico gana terreno
La amenaza del terrorismo islámico contra
EE.UU. ya era evidente mucho antes de los atentados del 11 de septiembre. Un
artículo publicado en la revista Foreign Affairs [“Asuntos del exterior”] en su número de
noviembre-diciembre de 1998 comenta acerca de una proclamación que hicieron
contra Occidente Osama bin Laden y algunos de sus seguidores (ver “La ira se
intensifica después de la guerra de 1991”, p. 22).
Exigían la retirada de las tropas
norteamericanas de Arabia Saudita, la tierra de La Meca y Medina, las dos
ciudades más sagradas del islam. También pedían que se suspendiera el bombardeo
de Iraq y las sanciones que la ONU le había impuesto a ese país después de la
guerra del golfo Pérsico. Además, criticaban duramente el apoyo norteamericano
de Israel en contra de los palestinos. (Después de la victoria en la guerra
contra Iraq, EE.UU. respondió a estas quejas al anunciar que retiraría sus
tropas de Arabia Saudita, suspendería las sanciones contra Iraq y buscaría un
nuevo plan de paz para Israel y los palestinos.)
Después del 11 de septiembre de 2001,
Estados Unidos sufrió más reveses a medida que los fundamentalistas islámicos
obtenían mayores ventajas en otros países. En Paquistán, el presidente Pervez
Musharraf, quien apoya a Washington en su lucha contra el terror, vio cómo su
pueblo elegía una administración islámica, aunque él aún retuvo el mando
general sobre el país.
Sorprendentemente, y casi 80 años después
de derrocar al sultán y declararse como una república islámica, Turquía, en las
elecciones de noviembre del 2002, eligió un partido cuya mayoría es islámica.
También en otras naciones de la región los fundamentalistas han obtenido
ventajas.
El presidente de Egipto Anwar Sadat fue
asesinado en 1981 por fundamentalistas islámicos. Quince años después, con el
fin de sabotear la economía nacional al destruir la industria del turismo,
masacraron a turistas extranjeros que visitaban algunos de los antiguos
monumentos de Egipto.
En Indonesia, la nación islámica más
numerosa, los fundamentalistas han estado matando cristianos; y a fines del
2002 en la isla hindú de Bali mataron a casi 200 turistas occidentales en un
atentado con dinamita; la mitad de ellos eran australianos.
En la India y en la parte de Cachemira que
está bajo su jurisdicción, los musulmanes fundamentalistas han atacado tanto a
hindúes como a cristianos, con la clara intención de provocar una guerra entre
la India y Paquistán, ambos poseedores de armas nucleares.
También en África el fundamentalismo
islámico ha dejado su huella. En Sudán, los musulmanes del norte hostigan
constantemente a los cristianos del sur, incluso llevándose a miles de ellos
como esclavos. En las zonas musulmanas del norte de Nigeria se ha establecido
la ley sharia, y el nombre más común dado a los niños
nacidos después del 11 de septiembre de 2001 ha sido Osama, en honor de Osama bin Laden.
Un factor que influye en el auge del
fundamentalismo islámico es el índice de natalidad en las naciones islámicas.
En la mayoría de los países pobres, la mitad de la población son jóvenes, ya
que las familias suelen tener de seis a ocho hijos. Mucha gente joven no puede
encontrar empleo, debido a que las políticas económicas de estas naciones
suelen restringir los negocios en lugar de impulsarlos.
Los hombres jóvenes no pueden casarse por
no tener los medios necesarios para sostener una familia. La promesa de que el
morir como mártires en un acto de yihad o guerra santa les dará,
instantáneamente, la posibilidad de tener varias mujeres vírgenes, les resulta tentadora,
así que creen que no tienen nada que perder si se sacrifican en aras de los
propósitos islámicos. Como incentivo adicional, algunos gobiernos islámicos les
han ofrecido miles de dólares para su familia, una fabulosa cantidad para
quienes viven en los campos de refugiados.
Dilema para Occidente
No obstante, la pobreza no es la causa
principal del problema. La mayoría de los suicidas que llevaron a cabo los
atentados terroristas del 11 de septiembre provenían de familias adineradas, y Osama bin Laden
mismo es de una de las familias más ricas de Arabia Saudita. Muchos otros
factores han contribuido al surgimiento del fundamentalismo islámico y sus
actos de terrorismo; entre ellos están el conflicto entre los israelíes y los
palestinos, y la influencia de la cultura occidental.
A la larga, aumentar la intervención de
los norteamericanos en la región sólo atizará más el fuego del fundamentalismo.
De ninguna de las naciones árabes se puede decir que sea políticamente estable;
todas corren el riesgo de caer en manos de los fundamentalistas. De hecho,
EE.UU. se encuentra en una situación en la que no puede ganar. Las tropas
norteamericanas pueden ganar la guerra, pero parece que no podrán ganar una paz
efectiva.
Otro problema que tienen Estados Unidos y
otros países, especialmente los de Europa occidental, es la presencia de
fundamentalistas islámicos dentro de sus propias fronteras, debido
principalmente a los cambios de las leyes de inmigración que se han efectuado
desde la segunda guerra mundial. Resulta interesante el hecho de que mientras
la mayoría de los países occidentales han permitido la inmigración de
musulmanes, dándoles la oportunidad de hacerse ciudadanos, ningún país islámico
permite que gente proveniente de naciones cristianas pueda residir permanentemente
y obtener la ciudadanía a menos que se convierta al islam. Los musulmanes se
dan cuenta de que su religión y el liberalismo occidental son incompatibles.
Que surjan más conflictos entre el mundo
islámico y el occidental es algo inevitable, y fue profetizado en la Biblia.
GUERRA Y PAZ EN EL MEDIO
ORIENTE
Jerusalén continúa siendo la ciudad más
disputada sobre la faz de la tierra. En su larga historia ha sido invadida más
de 20 veces. La tierra a donde Dios envió a Abraham hace cerca de 4000 años se
encuentra en la intersección de tres continentes. También es territorio santo
para tres religiones.
Hace más de 2500 años Dios le reveló al
profeta Daniel que la tierra de su pueblo sería disputada por siglos (como se
explica en el tercer capítulo de esta publicación). Es interesante notar que
hay un “vacío” largo en la profecía en que Daniel pudo predecir lo que habría
de acontecer siglos después de su tiempo. Para entender eso, necesitamos
repasar nuevamente el capítulo 11 de su libro.
Como se explicó antes, los primeros 35
versículos de este capítulo son un relato exacto y detallado de lo que le
sucedería al pueblo de Judá, atrapado en una lucha entre la dinastía de los
tolomeos de Egipto al sur y los seléucidas de Siria al norte. Los dirigentes de
estos imperios eran descendientes de generales al servicio de Alejandro Magno,
quien también fue profetizado en el libro de Daniel.
(En una interesante anotación histórica,
Josefo, historiador judío del primer siglo, habla de un encuentro entre Alejandro
Magno y el sumo sacerdote judío en Jerusalén, quien le hizo saber que su venida
había sido profetizada por Daniel ¡dos siglos antes de que Alejandro naciera!
Ver Antigüedades de los
judíos, 11:8:5.)
Lo registrado en los versículos 36-39
parece dar un salto en el tiempo. Como se explicó antes, los versículos 32-35
aparentemente se refieren a los fieles macabeos, quienes no dejaron las leyes
de Dios por las costumbres paganas de los griegos. No obstante, estos mismos
versículos parecen tener un significado dual, ya que el grupo al que se hace
referencia en el versículo 35 continúa hasta “cuando llegue la hora final”
(NVI), lo que significa que están incluidos todos los fieles seguidores de
Cristo, su iglesia.
En el versículo 36 el relato continúa, pero
¿en qué momento? Debido a que en el versículo 40 claramente se hace referencia
“al cabo del tiempo”, o como lo traduce la Nueva Versión Internacional, “cuando
llegue la hora final”, es probable que los versículos 36-39 tengan que ver con
toda la historia del rey del norte desde el tiempo de los macabeos y los
comienzos del la iglesia primitiva hasta el tiempo del fin (así como el
versículo 35 parece abarcar desde la antigüedad hasta el tiempo del fin).
Y ¿quién fue el rey del norte en aquella
época? En el año 65 a.C. la Siria seléucida fue absorbida por el Imperio
Romano. Así, ese imperio vino a ser el rey del norte. Los
versículos 36-38 parecen referirse a los hechos de los emperadores romanos y
sus sucesores, continuando a lo largo de los siglos hasta el último gobernante en
el tiempo del fin, como lo veremos.
Aunque la dualidad de la profecía ayuda a
ampliar el marco cronológico, siendo el propio Antíoco Epífanes un tipo de este
gobernante del tiempo del fin, podríamos preguntarnos por qué hay esos saltos
cronológicos tan grandes.
Para que se cumpliera la profecía, tenía
que crearse el Estado de Israel
¿Por qué existe una laguna cronológica en
la profecía de Daniel entre el mundo antiguo y el mundo actual —un período de
no menos de 2000 años— con sólo escasas y breves menciones de los sucesos
durante todo ese tiempo? La respuesta es sencilla: Por casi 2000 años no
existió nación judía en el Medio Oriente. Pero su restauración en 1948 ha hecho
que el asunto de los reyes del norte y del sur vuelva a ser pertinente al
pueblo judío en la Tierra Santa.
Las profecías acerca del tiempo del fin no
podrían cumplirse sin que los judíos volvieran a su suelo natal. Aunque la
nación es llamada Israel, hay que recordar que las 10 tribus que formaban el
reino conocido como Israel fueron llevadas en cautiverio a Asiria más de un
siglo antes de que Judá (formado por las tribus de Judá y Benjamín, junto con
una buena parte de la tribu de Leví) fuera invadida y su gente llevada a
Babilonia.
Muchos de los judíos volvieron de la
cautividad, pero las 10 tribus aparentemente desaparecieron. En la Biblia
leemos que a su tiempo todas las tribus de Israel volverán
a la Tierra Prometida, pero hasta ahora sólo la tribu de Judá, o cuando menos
una parte de ella, ha vuelto a establecerse en su territorio original.
En el libro profético de Zacarías vemos
que Jerusalén y Judá (los judíos que integran el moderno Estado de Israel) son
el punto focal de la conflagración mundial que se desatará inmediatamente antes
del retorno de Jesucristo. Pero este acontecimiento profetizado no podría haberse cumplido sin la
restauración física de Judá (llamada ahora Israel), en alguna forma, en la Tierra Santa antes del tiempo
del fin.
Leamos en Zacarías 14:3-5 acerca de esta
profecía del retorno de Jesucristo:
“Entonces saldrá el Señor y peleará contra aquellas naciones, como cuando pelea en el día de la batalla.
En aquel día pondrá
el Señor sus pies en el monte de los Olivos, que se encuentra al este de Jerusalén, y
el monte de los Olivos se partirá en dos de este a oeste, y formará un gran
valle, con una mitad del monte desplazándose al norte y la otra mitad al sur.
Ustedes huirán por el valle de mi monte…” (NVI). Es obvio que el cumplimiento
de esta profecía aún está en el futuro.
El versículo anterior muestra que la gente
tendrá que huir de Jerusalén porque nuevamente será escenario de terrible
conmoción. “Yo reuniré a todas
las naciones para combatir contra Jerusalén; y la ciudad será tomada, y serán saqueadas las casas,
y violadas las mujeres; y la mitad de la ciudad irá en cautiverio, mas el resto
del pueblo no será cortado de la ciudad” (v. 2).
Previamente, en Zacarías 12:2-3, el
profeta anotó lo que Dios había dicho sobre esto mismo: “He aquí yo pongo a
Jerusalén por copa que hará temblar [embriagará] a todos los pueblos de
alrededor contra Judá, en el sitio contra Jerusalén. Y en aquel día yo pondré a
Jerusalén por piedra pesada a todos los pueblos; todos los que se la cargaren
serán despedazados, bien que todas las naciones de la tierra se juntarán contra
ella”.
Judá (los israelíes, quienes en su mayoría
son judíos) está destinada a ser el centro mismo de los acontecimientos del
tiempo del fin. Las naciones que vengan contra ella estarán tan emocional e
ideológicamente influenciadas que no podrán pensar cuerdamente (debido al
temblor, o embriaguez, como lo traduce la Nueva Versión Internacional). Ya en
la actualidad, algunas naciones están obstinadas en hacer desaparecer la patria
de los judíos, Israel.
Otro profeta habla de la caída del Israel
del tiempo del fin (los descendientes de las 10 tribus perdidas del norte)
junto con Judá (los judíos), aparentemente en el mismo mes, un acontecimiento
que nunca se presentó en la historia antigua. En Oseas 5 se habla acerca de
esto. Reprochándoles a Israel y a Judá su constante idolatría, Dios dice: “La
soberbia de Israel le desmentirá en su cara; Israel y Efraín tropezarán en su
pecado, y Judá tropezará también con ellos . . . Contra el Eterno prevaricaron…ahora
en un solo mes serán consumidos ellos y sus heredades” (vv. 5, 7).
La lucha continúa
Ahora podemos entender más claramente por
qué la lucha entre los reyes del norte y del sur se reanudará “al cabo del
tiempo” (Daniel 11:40).
El versículo continúa explicando cómo “el
rey del sur contenderá con él [el rey del norte]; y el rey del norte se
levantará contra él como una tempestad, con carros y gente de a caballo, y
muchas naves [símbolos de actividad militar]; y entrará por las tierras, e
inundará, y pasará”.
Resulta claro que en el tiempo del fin el Medio
Oriente nuevamente se encontrará nvuelto en una situación muy grave, sólo que
esta vez será la peor de todas las que hasta entonces se hayan presentado.
Y una vez más, esta profecía no podría
tener cumplimiento hasta que desapareciera el Imperio Otomano y que todos esos
territorios árabes que formaban parte de él fueran divididos en lo que son las
naciones del Medio Oriente actual.
Vimos anteriormente que la frase “rey del
norte” aplicada en la antigüedad a la dinastía seléucida de Siria, y el “rey
del sur” se refería a la dinastía tolemaica en Egipto. Pero ¿a quién podrían
referirse estas expresiones en nuestro tiempo o en el tiempo del fin? No parece
probable que pudieran referirse al Egipto y Siria actuales, pues ahora ambas
son naciones árabes hermanadas por el islamismo. Además, aunque dentro de su
respectiva región ambas son relativamente fuertes, no cuentan con el poder
militar necesario para cumplir esta profecía.
Como ya se explicó antes, el Imperio
Romano absorbió Siria y desde entonces vino a ser el rey de norte. Pero ¿acaso
no desapareció ese imperio en la antigüedad?
Parte de la clave para entender este
pasaje es tener en cuenta que el centro de la profecía son la Tierra Santa y
Jerusalén, dadas históricamente a los hijos de Israel. Los “reyes” a quienes se
hace referencia son dos poderosos dirigentes que vendrán de las regiones del
norte y del sur y lucharán por dominar la región, hollando en su ataque a todo
Judá.
Hace un siglo nadie hubiera podido
entender muchas de las profecías relacionadas con esta parte del mundo debido a
que el Imperio Otomano gobernaba los lugares donde ahora moran los principales
contendientes en el conflicto del Medio Oriente. Este hecho nos ayuda a
entender lo que Dios le dijo a Daniel al final de su profético libro: “Anda,
Daniel, pues estas palabras están cerradas y selladas hasta el tiempo del fin”
(Daniel 12:9). Para Daniel, quien vivió en el sexto siglo a.C., habría sido
imposible entender los asombrosos cambios que conducirían a la problemática
situación que se vive actualmente en el Medio Oriente.
Así como las naciones actuales de Israel,
Egipto, Iraq y Siria no existían hace un siglo, así los últimos reyes del norte
y del sur no han aparecido aún. Pero en la Biblia se nos anuncia lo que podemos
esperar.
Tanto en el libro de Daniel como en el
Apocalipsis leemos que otra superpotencia aparecerá al final de esta época. En
el capítulo 17 del Apocalipsis encontramos más pormenores acerca de esta
potencia del tiempo del fin. Tal como Daniel vio varias bestias que
representaban las potencias que vendrían, así el apóstol Juan vio la visión de
otra bestia que habrá de dominar el mundo precisamente en el tiempo del fin (v.
3).
De acuerdo con la explicación que el ángel
le dio a Juan, los 10 cuernos mencionados aquí representan 10 gobernantes que
tendrán autoridad “por una hora” (esto es, por poco tiempo) junto con el
dirigente principal a quien también se le llama “la bestia” (Apocalipsis
17:12-13). Veamos la época en que esto habrá de acontecer: “Pelearán contra el Cordero [Jesucristo a su retorno], y el Cordero los
vencerá…” (v. 14). Por tanto, esta es una profecía para el futuro, y se refiere
precisamente al retorno de Jesucristo.
Pero estos no son los únicos personajes significativos del tiempo del fin. Un dirigente
religioso representado por otra bestia, que “tenía dos cuernos semejantes a los
de un cordero, pero hablaba como dragón” (Apocalipsis 13:11), desempeñará un
papel sobresaliente en esta unificación de naciones en el tiempo del fin.
Jesucristo es el verdadero Cordero de Dios (Juan 1:29, 36; Apocalipsis 5:8-9;
19:7-9), así que este dirigente aparentemente se llamará a sí mismo cristiano.
Pero en realidad será un instrumento del “gran dragón…que se llama diablo y
Satanás, el cual engaña al mundo entero” (Apocalipsis 12:9).
La “bestia” que se menciona en Apocalipsis
17 es una continuación de las cuatro bestias de Daniel 7. Como vimos antes,
cuando Daniel estuvo cautivo en Babilonia escribió acerca de la visión que tuvo
de “cuatro bestias grandes” (v. 3), las cuales representaban sendos imperios
gentiles que dominarían el Medio Oriente, lo cual afectaría grandemente al
pueblo de Dios. En orden cronológico fueron los imperios de Babilonia,
Medopersia, Grecia (el de Alejandro Magno) y el Musulmán (no Roma).
Los esfuerzos para hacer revivir el
Imperio Musulmán tendrán un éxito impresionante en el tiempo del fin. Está
profetizado que en ese tiempo un imperio sucesor restablecerá la unidad árabe
que el antiguo Imperio Musulmán tuvo. Este imperio estará vigente en el momento
en que el Señor Jesucristo regrese para establecer el Reino físico de Dios en
la tierra (vv. 9-14).
La cuarta bestia mencionada en Daniel 7
existirá al tiempo del retorno de Jesucristo, lo mismo que la bestia que
mencionó el apóstol Juan en Apocalipsis 17; por eso, en ambas profecías se
habla del resurgimiento del Imperio Musulmán en el tiempo del fin. Esta es la
otra clave para entender la profecía. Los reinos del norte y del sur tienen que
ver con potencias sucesivas. El Imperio Musulmán ha resurgido en diferentes formas
a lo largo de los siglos, y aún falta un resurgimiento más.
Este último renacimiento del Imperio Musulmán,
al igual que el primero, tendrá su sede en el Medio Oriente. Ya se puede ver su
embrión en lo que ahora se conoce como la Unión o Alianza Árabe. Esto no quiere
decir que todos los países que integran actualmente esta alianza serán parte de
su configuración final, pero los que decidan ser parte formarán una potente
fuerza militar que buscará regir el Medio Oriente.
Este rey del norte del tiempo del fin
mencionado en Daniel 11 parece ser el último gobernante de esta superpotencia
europea del tiempo del fin, y en Apocalipsis 17 es mencionado como “la bestia”.
El último rey del sur
Para poder entender quién podría ser el
rey del sur, primeramente debemos tener algún conocimiento acerca de la
historia y forma de pensar de la gente en esa región.
Desde el punto de vista islámico, el mundo
se divide en dos territorios: dar al-Islam, que quiere decir “la tierra del islam”, y dar al-harb, que significa “la tierra de los infieles”
o “la tierra de contienda”. Refiriéndose a Alá, el Corán dice: “Él es Quien ha
mandado a Su Enviado con la Dirección y con la religión verdadera para que
prevalezca sobre toda otra religión, a despecho de los asociadores” (Sura 61:9;
www.intratext.com). Un aspecto primordial de las enseñanzas islámicas es que el
islam terminará siendo la religión que predominará en todo el mundo.
Recordemos también que el sueño de los árabes
es lograr la unificación. Las tribus árabes, que antaño peleaban entre sí,
fueron unificadas por Mahoma por medio de una religión nueva, el islamismo. La umma, la comunidad islámica, ha sido su sueño constante
desde hace muchos siglos. No obstante, después de 750 años los hijos de Ismael
aún no se han unido. En los últimos 50 años tan sólo han podido independizarse
de gobiernos extranjeros. El sueño, aunque persiste, aún no se ha hecho
realidad.
Por algún tiempo, después de la revolución
egipcia en 1952, el presidente Nasser fue una inspiración para la unificación
árabe, y muchos pensaron que la lograría. En tiempos más recientes, Saddam
Hussein pensó lo mismo, queriendo unificar al mundo árabe en contra de los
Estados Unidos e Israel.
Remontándonos a una época anterior,
Muhammad Ahmad Ibn el Sayed (1844-1885), de Sudán, se proclamó a sí mismo como
el mahdí (“el divinamente inspirado”), el mesías islámico que habría de
unificar a los musulmanes y derrotar a los infieles. No tuvo éxito, pero logró
mejores resultados que los otros gobernantes en unir a los árabes. Otra cosa
que también debemos tener en cuenta es que muchos musulmanes creen que está
profetizado que en una época turbulenta aparecerá otro mahdí que restablecerá
la fe islámica y asegurará su triunfo final sobre todas las demás religiones.
En tiempos más recientes Osama bin Laden
vino a ser el sucesor espiritual del mahdí sudanés y logró un considerable
éxito en la unificación de los musulmanes en contra de Occidente. A dondequiera
que uno vaya en el mundo islámico, bin Laden es el héroe admirado en el que
confían para darles el triunfo final.
Así como los seguidores de Mahoma
derrotaron a las dos grandes potencias de aquel tiempo, Bizancio y Persia, así
han deseado Osama bin Laden y sus seguidores derrotar a las dos superpotencias
de la época actual. Una, la Unión Soviética, se derrumbó en 1991; su caída se
debió en gran parte a los guerrilleros afganos, comandados por bin Laden,
quienes vencieron a los soviéticos en Afganistán.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001
demostraron cuán expuesta está al terrorismo la otra superpotencia, los Estados
Unidos. Las repetidas advertencias provenientes de Washington han dejado muy
claro que la nación permanece expuesta a atentados terroristas que bien pueden
ser más devastadores que los primeros.
El rey del sur del tiempo del fin
aparecerá para desafiar a Occidente y atacará al rey del norte. Quienquiera que
pueda ser este rey del sur —ya sea un individuo admirado como Osama bin Laden,
o un dirigente político como lo fueron Gamal Abdel Nasser y Saddam Hussein, o
un dirigente religioso como el ayatolá Jomeini o el profetizado mahdí—
provocará esta última conflagración en contra de Occidente. Este alguien, quizá
en un intento más por lograr la unificación árabe e islámica, sin quererlo,
originará una avalancha de acontecimientos que llevarán a la humanidad casi al
punto de su exterminio antes de que Jesucristo lo impida a su retorno.
La guerra culminante
Volviendo a Daniel 11 vemos que los
ejércitos de estos dos dirigentes del tiempo del fin, el rey del norte y el rey
del sur, se atacarán: “Cuando llegue la hora final, el rey del sur trabará
combate contra el rey del norte, pero éste responderá a su ataque con carros y
caballos y con toda una flota de barcos de guerra. Invadirá muchos países, y los
arrasará como una inundación” (v. 40, NVI).
Resulta evidente,
pues, que este dirigente del sur atacará al del norte de tal manera que
suscitará una gran invasión militar del Medio Oriente. Teniendo en cuenta la
forma en que los fundamentalistas han atacado a las potencias occidentales en
los últimos años, es posible que la expresión “trabará combate” se refiera a
una secuencia de graves atentados terroristas contra algunos objetivos
europeos. De este versículo en adelante ya no se menciona específicamente al
rey del sur; nada se dice con respecto a lo que le sucede.
En este mismo
capítulo se muestra que el rey del norte, la potencia musulmana/árabe descrita
como la bestia, será quien vencerá invadiendo la Tierra Santa y muchas otras
comarcas, entre las cuales se mencionan Egipto, Libia y Etiopía, como leemos en
los versículos 41-43. (Debemos tener en cuenta que estos nombres bíblicos de
personas y lugares tal vez no correspondan exactamente a las naciones de hoy, aunque
los territorios generales son los mismos.)
Los dos primeros
“ayes”
“Pero noticias del
oriente y del norte lo atemorizarán, y saldrá con gran ira para destruir y
matar a muchos” (Daniel 11:44). Estos hechos del rey del norte del tiempo del
fin parecen estar relacionados con la quinta trompeta o “primer ay” de
Apocalipsis 9:1-11, ya que tanto las fuerzas que traen el primer ay como la
“bestia” se describen como subiendo del abismo (vv. 1-2; 11:7; 17:8). (Si desea
más información al respecto puede solicitar nuestro Comentario del Apocalipsis.)
Cuando el Apocalipsis
fue escrito, la frontera oriental del Imperio Romano era el río Éufrates, que
nace en Turquía y atraviesa Siria e Iraq antes de desembocar en el golfo
Pérsico. Las naciones mencionadas en los últimos versículos de Daniel 11 se
encuentran muy al occidente de este río. Pero en los acontecimientos profetizados
en el Apocalipsis para el tiempo del fin, este río es un significativo punto
geográfico.
Leamos Apocalipsis
9:13-16: “El sexto ángel tocó la trompeta, y oí una voz de entre los cuatro
cuernos del altar de oro que estaba delante de Dios, diciendo al sexto ángel
que tenía la trompeta: Desata a los cuatro ángeles que están atados junto al
gran río Éufrates. Y fueron desatados los cuatro ángeles que estaban preparados
para la hora, día, mes y año, a fin de matar a la tercera parte de los hombres.
Y el número de los ejércitos de los jinetes era doscientos millones. Yo oí su
número”.
Aquí podemos ver que
la sexta trompeta (y el segundo ay) representa un gigantesco ejército de 200
millones de soldados que, según lo que leemos en este pasaje, matarán a la
tercera parte de la humanidad. Es obvio que esto significa que habrá tremendos
combates entre el mundo espiritual y el natural, donde las tropas del rey del
norte, el gigantesco ejército proveniente de las regiones a lo largo o más allá
del río Éufrates, jugarán un rol protagónico.
Estas regiones, al
sentirse amenazadas por una ocupación significativa de tropas que invadirán el
norte de África y el moderno Estado de Israel, reclutarán ejércitos para
combatirlas.
¿Qué naciones se
unirán para formar semejante ejército?
La presencia de
tropas no islámicas (infieles) en tierra islámica ha sido motivo de contiendas
en la región desde el tiempo de las cruzadas hace casi mil años. La presencia
en el Medio Oriente de tropas del revivido Imperio Musulmán —la profetizada bestia,
sucesor espiritual de las cruzadas— sin duda alguna provocará una vez más confrontación
y derramamiento de sangre.
Es probable que este gigantesco
ejército este conformado por una fuerza islámica multinacional integrada por
algunos o todos los países islámicos al norte y al oriente del río Éufrates.
Esto incluiría naciones como Turquía, Siria, Iraq, Irán, Paquistán, Afganistán
y hasta gente de la India (cuya población musulmana es la más grande, después
de Indonesia, aunque la mayoría de sus ciudadanos son hindúes).
Más al norte y al
oriente de la Tierra Santa se encuentran las naciones islámicas relativamente
nuevas que se formaron después de la caída de la Unión Soviética: Azerbaiyán,
Turkmenistán, Tayikistán, Kazajistán, Uzbekistán y Kirguistán. La población
mundial musulmana llega a 1300 millones, la mayoría de los cuales se encuentran
en esa amplia zona geográfica.
Preparativos para el Armagedón
Luego, como parte de la progresión de
acontecimientos que seguirá al toque de la séptima trompeta de Apocalipsis
11:15, se menciona nuevamente el río Éufrates: “El sexto ángel derramó su copa
sobre el gran río Éufrates; y el agua de éste se secó, para que estuviese
preparado el camino a los reyes del oriente” (Apocalipsis 16:12).
Tampoco hay una indicación clara de
quiénes son estos reyes o sus ejércitos, y sólo sabemos que vienen del oriente
del Éufrates. Como en el caso del ejército de 200 millones de soldados, parece
que este ejército estará formado principalmente por gente del mundo musulmán o
de China, Rusia y sus aliados. O también podría ser un ejército integrado por
algunos de estos países o de todos ellos. De hecho, bien podría tratarse del
ejército mencionado en Apocalipsis 9, aunque, siendo un acontecimiento
diferente, no necesariamente tiene que ser así.
Para empeorar más la situación, leemos que
algunos “espíritus de demonios…hacen señales, y van a los reyes de la tierra en
todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios
Todopoderoso…en el lugar que en hebreo se llama Armagedón” (Apocalipsis
16:14-16).
A fin de cuentas, no importa saber
concretamente qué naciones ni en qué momento entrarán en esta progresiva guerra
mundial, pues en Apocalipsis 16:14 se nos dice que “los reyes de la tierra en todo el
mundo” se congregarán en el Medio Oriente para una batalla final. Tal
parece que, en algún momento, se enfrentarán todas las potencias orientales
antes mencionadas.
Comoquiera que sea, todo parece indicar
que las potencias restantes serán, hasta cierto punto, arrastradas hacia esta
vorágine destructiva, así como sucedió en las dos grandes guerras mundiales del
siglo XX. Pero irónicamente, todo esto forma parte
del plan de Dios y es definitivamente necesario para que por fin pueda haber
paz en esta caótica región.
El Señor Jesucristo interviene para
salvar a la humanidad
Todos estos desplazamientos, contiendas y
destrucción —que causarán la muerte de no menos de la tercera parte de la
humanidad (Apocalipsis 9:15, 18)— son el preludio al retorno de Jesucristo,
quien tendrá que venir a salvar a la humanidad de esta
hecatombe final. La realidad es que si no lo hiciera, no quedaría un solo ser
humano con vida. Como él mismo lo dijo cuando habló de su retorno a la tierra: “Si no se acortaran aquellos días, nadie
escaparía con vida…” (Mateo 24:22, Nueva
Biblia Española).
Mas cuando regrese, la gente no lo
aceptará instintivamente. Como ya vimos, 10 reyes junto con la bestia pelearán
contra Él (Apocalipsis 17:14).
En Apocalipsis 16:16 leemos que esos
ejércitos se reunirán “en el lugar que en hebreo se llama Armagedón”. Armagedón es la voz griega con que se tradujo el
nombre hebreo de Har Meggidon, que significa loma o monte de Meguido, pueblo
antiguo a unos 90 kilómetros al norte de Jerusalén y a 25 del mar Mediterráneo.
Domina sobre una vasta llanura conocida como el valle de Jezreel o de Esdraelón.
Sin embargo, no se librará allí la batalla
final. Más bien parece que será el lugar donde se reunirán las tropas que
pelearán contra Jesucristo. La batalla misma se llevará a cabo en el valle de
Josafat, cerca de Jerusalén, como lo profetizó uno de los antiguos siervos de
Dios: “Porque he aquí que en aquellos días, y en aquel tiempo en que haré
volver la cautividad de Judá y de Jerusalén, reuniré a todas las naciones, y
las haré descender al valle de Josafat…Juntaos y venid, naciones todas de
alrededor, y congregaos…porque allí me sentaré para juzgar a todas las naciones
de alrededor” (Joel 3:1-2, 11-12). De hecho, el nombre hebreo Josafat quiere decir “juicio de Dios” o “Dios ha
juzgado”.
En Apocalipsis 19:11-16 se nos habla de lo
que sucederá luego: “Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco,
y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea.
Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas…”. Esta
es una descripción de Jesucristo a su retorno, quien entonces ejecutará el
juicio de Dios sobre este mundo rebelde y pecador, y sobre todos los que se le
opongan.
“Estaba vestido de una ropa teñida en
sangre; y su nombre es: El Verbo de
Dios. Y los ejércitos
celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos
blancos. De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones…Y
en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: Rey de Reyes y Señor de Señores” (vv. 13-16). En los versículos 17-18, 21
y en Zacarías 14:12 se describe lo que les pasará a todos los que confronten a
Jesucristo. Finalmente, y como siempre ha ocurrido, toda oposición en contra
del plan de Dios resultará inútil.
Paz por fin
Después de tanta muerte y destrucción, y
siglos de constante conmoción y guerras en el Medio Oriente, tratemos de
imaginarnos lo distinto que será todo con el retorno de Jesucristo.
Judíos, cristianos y musulmanes no sólo
tienen un mismo ancestro espiritual en Abraham; los seguidores de las tres
religiones esperan, de diferentes maneras, un Mesías. Sólo cuando venga el
verdadero Mesías podrá empezar a vivir en armonía toda esta gente. Desprovistos
de creencias diferentes, y finalmente entendiendo y valorando los lazos
sanguíneos que hay entre ellos, podrán, bajo la dirección de Jesucristo,
colaborar para resolver sus desavenencias.
En uno de los libros proféticos
encontramos que, al hablar de ese tiempo, Dios dijo: “De aquí a poco yo haré
temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca; y haré temblar a todas
las naciones, y vendrá el Deseado de todas naciones…” (Hageo 2:6-7). “El
Deseado de todas naciones” es el Mesías prometido, la esperanza de estas tres
religiones.
Mencionado como el “Príncipe de paz” en
Isaías 9:6, Jesucristo establecerá su gobierno en la tierra con Jerusalén como
la capital. “Acontecerá en los postreros tiempos que el monte [símbolo
profético de gobierno] de la casa del Eterno será establecido como cabecera de
montes [sobre todos los gobiernos de la tierra]…y correrán a él los pueblos.
Vendrán muchas naciones, y dirán: Venid, y subamos al monte del Eterno, y a la
casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus
veredas; porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Eterno”
(Miqueas 4:1-2).
Todos los hijos de Abraham —árabes, judíos
y gentiles— junto con todos los demás moradores de la tierra, tendrán entonces
la oportunidad de aprender la verdad de Dios y recibir la dádiva de la
salvación. No habrá más guerras entre ellos, sino que colaborarán unos con
otros en una actitud pacífica y fraternal. Todos conocerán al verdadero Dios y
vivirán conforme a sus caminos, por lo que serán bendecidos (Isaías 19:20-25).
Satanás el diablo, la maligna influencia
invisible e incitador de tantas guerras y sufrimiento, será encadenado de
manera que no podrá ya engañar ni esclavizar a las naciones (Apocalipsis 12:9;
20:1-3). Si desea aprender más acerca de este maligno ser y su influencia, ver Vuestro Adversario el Diablo
Bajo el gobierno justo de Cristo no habrá
más guerras, sino que el mundo entero estará lleno de la paz verdadera, porque “él juzgara entre muchos pueblos, y
corregirá a naciones poderosas hasta muy lejos; y martillarán sus espadas para azadones,
y sus lanzas para hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán
más para la guerra. Y se sentará cada uno debajo de su vid y debajo de su
higuera, y no habrá quien los amedrente; porque la boca del Eterno de los ejércitos
lo ha hablado” (Miqueas 4:3-4).
No existirán ya los actos terroristas que
tanto daño y dolor han causado en Jerusalén, porque “así dice el Eterno: Yo he
restaurado a Sion, y moraré en medio de Jerusalén; y Jerusalén se llamará
Ciudad de la Verdad, y el monte del Eterno de los ejércitos, Monte de Santidad…Aún
han de morar ancianos y ancianas en las calles de Jerusalén, cada cual con
bordón en su mano por la multitud de los días. Y las calles de la ciudad
estarán llenas de muchachos y muchachas que jugarán en ellas” (Zacarías 8:3-5).
Más adelante en el mismo libro leemos
acerca de algo más que se agregará a este hermoso cuadro: “Acontecerá también
en aquel día, que saldrán de Jerusalén aguas vivas, la mitad de ellas hacia el
mar oriental, y la otra mitad hacia el mar occidental, en verano y en invierno.
Y el Eterno será rey sobre toda la tierra. En aquel día el Eterno será uno, y
uno su nombre” (Zacarías 14:8-9).
Finalmente, después de miles de años de
guerras y sufrimientos, la gente por fin podrá disfrutar de la paz verdadera en Jerusalén y
en toda la tierra que Dios le prometió
a Abraham hace 4000 años. Y la paz llenará no sólo el Medio Oriente, sino el
mundo entero.