Buscar este blog

EL MEDIO ORIENTE EN PERSPECTIVA



MUNDOS TURBULENTOS

¿Dónde se encontraba usted el 11 de septiembre de 2001? Si vio televisión ese día, es muy probable que haya quedado fuertemente impresionado con las horripilantes escenas de lo que aconteció en la ciudad de Nueva York. ¿Quién puede olvidar las imágenes de enormes aviones estrellándose contra el Centro Mundial de Comercio, personas atrapadas por las llamas que se lanzaban al vacío, las imponentes torres que se derrumbaban y la nube de concreto y escombros pulverizados que cubrió gran parte de la ciudad? Los terribles sucesos de ese día cambiaron nuestro mundo para siempre. Desde entonces el terrorismo ha venido a ser una amenaza real para millones de personas en todo el mundo.

Ese día de horror también hizo que el Medio Oriente estuviera en primer plano de los noticieros del mundo entero. De repente, lo que estaba sucediendo a miles de kilómetros de distancia podía afectarnos a todos. Una región que para muchos no tenía importancia, vino a convertirse en el centro de atención a medida que se daban cuenta de la influencia universal que ejerce el Medio Oriente.

Una región que nos afecta a todos

Pero el terrorismo, el islamismo fundamentalista y los conflictos en el Medio Oriente no empezaron el 11 de septiembre de 2001. Como parte de una continuidad histórica, fue sencillamente la fecha en que las tensiones acumuladas por miles de años finalmente se hicieron sentir en forma por demás dramática.

Teniendo en cuenta cómo el Medio Oriente predomina en las noticias, resulta difícil pensar que a principios del último siglo esa región “sólo era de interés secundario” para los países occidentales. Según escribió el historiador David Fromkin: “La región carecía de importancia política” (A Peace to End All Peace [“Una paz para acabar con toda la paz”], 1989, p. 24). En este libro acerca del nacimiento del Medio Oriente actual, el autor escribió: “Pocos europeos de la generación de Churchill sabían o les interesaba lo que sucedía en los debilitados imperios del sultán otomano o del sah de Persia”.

No obstante, un siglo después todas las naciones del mundo se ven afectadas por lo que sucede en esta inestable región. La economía mundial está basada en el petróleo, que se encuentra en gran parte bajo los desiertos del Medio Oriente. El petróleo es la sangre que alimenta la economía y riqueza de los países occidentales, y para que continúe la prosperidad de estas naciones es necesario que tengan un suministro abundante y barato. Esta necesidad del petróleo ha convertido el Medio Oriente en una región de gran importancia estratégica.

En los últimos 100 años se ha efectuado un segundo cambio fundamental en el Medio Oriente: la creación de muchas naciones nuevas, lo cual ha complicado enormemente la política regional. Particularmente, el establecimiento de cierta nación
ha conducido a un ciclo de revueltas y actos violentos que parecen no tener fin.

Pero aunque resulte sorprendente, en la Biblia podemos ver que hace miles de años se profetizó el establecimiento de esa nación, así como los conflictos y dificultades que suscitaría.

Una paz para acabar con toda la paz

Al concluir la conferencia de paz después de la primera guerra mundial, la peor conflagración en la historia, Archibald Wavell, oficial del ejército británico que estuvo en Palestina, proféticamente dijo: “Después de ‘la guerra para acabar con todas las guerras’, parece que en París han tenido bastante éxito en hacer una ‘paz que acabará con todas las paces’” (Fromkin, p. 5).

Antes de la primera guerra mundial, el Medio Oriente estaba dominado por el Imperio Otomano, el imperio de los turcos que gobernaban todos los territorios cuyos nombres ahora nos son muy conocidos. Los países que ahora conocemos como Turquía, Líbano, Siria, Iraq, Kuwait, Jordania, Israel y otros fueron gobernados por un imperio decadente que en un tiempo también había controlado gran parte del norte de África y del sudeste de Europa. Dentro de ese imperio vivían en relativa armonía pueblos diferentes. Cerca del 40 por ciento de la gente era turca y 40 por ciento árabe, y el resto una amalgama de diferentes grupos étnicos, de los cuales los más numerosos eran los armenios y los judíos.

Y pudo haber continuado así de no haber sido por la primera guerra mundial. Al iniciarse el conflicto, no estaba claro qué bando apoyaría el Imperio Otomano. Tanto los ingleses como los alemanes les solicitaban su ayuda. Al final el sultán decidió apoyar al káiser, una decisión nefasta que llevó a la formación de varias naciones, así como a guerras que parecen no terminar nunca. Una de las naciones que surgió fue el estado judío de Israel, que complicó la situación geopolítica en la región y llegó a afectar a todas las naciones del planeta.

Muy pocos se dan cuenta de este hecho crítico: Después de 1900 años el resurgimiento de una patria judía en el Medio Oriente era necesario para que se cumplieran antiguas profecías de la Biblia. Esta región, en un tiempo de poca o ninguna importancia para las potencias occidentales, está destinada a ser el centro del último conflicto mundial. Esta conflagración provocará acontecimientos tan catastróficos que llevarán a la humanidad al borde de la extinción. Pero Dios ha prometido intervenir para inaugurar una maravillosa época de paz y felicidad.

En este artículo usted podrá enterarse de la asombrosa historia del pasado, presente y futuro de esta convulsionada región, una historia que fue predicha hace miles de años en la profecía bíblica.

LOS HIJOS DE ABRAHAM

Sin tener algún conocimiento de las tres religiones que se originaron en el Medio Oriente —el judaísmo, el cristianismo y el islamismo— sería imposible entender lo que sucede hoy en esa región. Las raíces espirituales de estas tres creencias se encuentran, de hecho, en la misma persona: Abraham. Los grandes personajes históricos detrás de estas tres religiones —Moisés, Jesucristo y Mahoma— descendieron directamente de Abraham.

Abraham nació en la ciudad mesopotámica de Ur; fue hijo de Taré, descendiente
de Sem, uno de los tres hijos de Noé. Aunque Abraham nació hace casi 4000 años, sigue influyendo en el Medio Oriente. Por descender de Sem, hijo de Noé, Abraham y sus descendientes eran un pueblo semítico. En Génesis 11:14-26 podemos ver que Heber, bisnieto de Sem, fue un antepasado directo de Abraham, y es precisamente del nombre de Heber que proviene el término hebreo.

Abraham, el “padre de todos los creyentes” (Romanos 4:11), obedeció el mandato de Dios de salir de Ur, su tierra natal, e irse a Harán. Como dijo Esteban, el primer mártir de la era cristiana: “El Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham, estando en Mesopotamia, antes que morase en Harán, y le dijo: Sal de tu tierra y de tu parentela, y ven a la tierra que yo te mostraré” (Hechos 7:2-3).

Tanto Ur como Harán se encontraban en Mesopotamia, que es la región entre los ríos Tigris y Éufrates. Harán era una escala natural en el camino que tendrían que seguir Abraham y Sara para llegar a la nueva tierra a donde los llamaba Dios; su llegada sería un momento trascendental en la historia de esa comarca.

En Génesis 12:1-4 podemos ver que Abraham inició el viaje después de la muerte de su padre Taré (ver también Génesis 11:31-32). Veamos su ejemplo de obediencia total: “Pero el Eterno había dicho a Abram [su nombre original]: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición . . . Y se fue Abram, como el Eterno le dijo”. Y en Hebreos 11:8 leemos que el patriarca “salió sin saber a dónde iba”.

Dios se proponía establecer a Abraham y sus descendientes en la tierra de Canaán (llamada más adelante la Tierra Prometida o la Tierra Santa). Esta región, cruce de las rutas comerciales entre Asia, África y Europa, resultaba ideal para los planes de Dios, quien quería que su pueblo escogido fuera un ejemplo para el resto del mundo (Deuteronomio 4:5-8).

Cuando llegó Abraham a la nueva tierra, Dios le prometió que se la daría a sus descendientes (Génesis 12:7). En el siguiente capítulo leemos que el Eterno dijo a Abraham: “Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre” (Génesis 13:14-15).

Luego agregó: “Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada” (v. 16). Más tarde, de manera reveladora, Dios le cambió a Abram el nombre por el de Abraham (Génesis 17:5). El significado del primer nombre era “padre enaltecido”; Dios se lo cambió por el de “padre de una multitud”, diciéndole: “Y te multiplicaré en gran manera, y haré naciones de ti, y reyes saldrán de ti” (v. 6).

En ese tiempo, tales profecías debieron haberle parecido inverosímiles a Abraham, ya que su esposa no podía dar a luz. Su infecundidad resultaría muy significativa para el futuro del Medio Oriente.

Como Abraham no tenía hijos, pensó que quizá su mayordomo lo heredaría, pero Dios claramente le dijo: “No te heredará éste, sino un hijo tuyo será el que te heredará” (Génesis 15:4). Sin embargo, Sara, al ver que no podía darle hijos, le dijo a Abraham que se llegara a Agar, una sierva egipcia, para que así pudiera tener un hijo (Génesis 16:1-3).

Nace el primer hijo de Abraham

“Y él se llegó a Agar, la cual concibió; y cuando vio que había concebido, miraba con desprecio a su señora” (Génesis 16:4). Pronto se deterioró la relación entre Sara y Agar, y ésta huyó.

Pero en el camino, el ángel del Eterno le habló y le dijo que volviera y se sometiera a su señora. Le dijo además que tendría una gran descendencia con ciertas características que serían evidentes a lo largo de su historia: “De tal manera multiplicaré tu descendencia, que no se podrá contar. Estás embarazada, y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Ismael [‘Dios oye’], porque el Señor ha escuchado tu aflicción. Será un hombre indómito como asno salvaje. Luchará contra todos, y todos lucharán contra él; y vivirá en conflicto con todos sus hermanos” (vv. 10-12, Nueva Versión Internacional).

Esta imagen de los descendientes de Agar es significativa debido a que muchos de los árabes en la actualidad son ismaelitas, descendientes del mismo Ismael (Ismail en árabe), cuyo padre fue Abraham. Mahoma, fundador del islamismo, era descendiente de Cedar, uno de los 12 hijos de Ismael (ver Génesis 25:12-16).

Actualmente, 22 países en el Medio Oriente y en África del Norte son países árabes, cuyos habitantes son en su mayoría musulmanes. Además, otros 35 países forman parte de la Confederación Islámica, cuyos gobiernos son musulmanes, aunque la población es de origen diferente.

Aun antes de que los descendientes de Ismael llegaran a la región, ya se usaba el término árabe para referirse a los pueblos de la península Arábiga. Gracias a la propagación del islamismo, los árabes y el idioma arábigo abarcan una inmensa región.

Las palabras proféticas que el ángel le dijo a Agar aún tienen gran significado hoy en día. La profecía de que Ismael sería “hombre indómito como asno salvaje” no era un insulto. De todos los animales salvajes del desierto, el asno salvaje era la presa más preciada de los cazadores. La profecía declaraba cómo la vida de los descendientes de Ismael se asemejaría a la libre y noble existencia que llevaba esa clase de asno en el desierto.

“Luchará contra todos, y todos lucharán contra él” igualmente se refería al estilo independiente de vida que siempre han llevado los descendientes de Ismael, resistiendo cualquier dominación extranjera. “Vivirá en conflicto con todos sus hermanos” tenía que ver con la enemistad que históricamente ha existido entre los mismos árabes, y entre los árabes y los otros hijos de Abraham.

El segundo hijo de Abraham

A los 14 años de haber nacido Ismael, Dios bendijo a Abraham con otro hijo, esta vez nacido de su esposa Sara. Les dijo que lo nombraran Isaac (cuyo significado en hebreo es “risa”, tanto por la incrédula reacción que tuvieron cuando Dios les informó que tendrían un hijo a su avanzada edad, como por el gozo que éste les traería a sus padres, Génesis 17:17, 19; 18:10-15; 21:5-6). Isaac a su vez engendró a Jacob, nombrado también Israel, el padre de los israelitas. Los descendientes de Ismael y de Isaac son primos.

“Y creció el niño [Isaac], y fue destetado; e hizo Abraham gran banquete el día que fue destetado Isaac. Y vio Sara que el hijo de Agar la egipcia, el cual ésta le había dado a luz a Abraham, se burlaba de su hijo Isaac. Por tanto, dijo a Abraham: Echa a esta sierva y a su hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de heredar con Isaac mi hijo” (Génesis 21:8-10).

Esto, lógicamente, no fue grato para Abraham, ya que también amaba a Ismael. “Entonces dijo Dios a Abraham: . . . en todo lo que te dijere Sara, oye su voz, porque en Isaac te será llamada descendencia” (v. 12). Y en el versículo 13 leemos que, para animar a Abraham, Dios le dijo: “Y también del hijo de la sierva [Ismael] haré una nación, porque es tu descendiente”. Luego vemos que “Dios estaba con el muchacho; y creció, y habitó en el desierto . . .” (v. 20).

No se puede decir que Ismael haya aborrecido a Isaac. Sin embargo, después de haber sido hijo único durante 14 años, el nacimiento de Isaac cambió sustancialmente la relación entre Ismael y su padre Abraham. Es de suponerse que, después de algún tiempo, Ismael tuvo sentimientos de envidia y rivalidad hacia su medio hermano, sentimientos que han prevalecido en sus descendientes a lo largo de la historia y que todavía afectan la política en el Medio Oriente.

Los dos hijos de Isaac

Años después surgirían más enredos de familia. A Isaac, su esposa Rebeca le dio dos hijos mellizos: Jacob y Esaú. Aun antes de nacer “los hijos luchaban dentro de ella”, y Dios le dijo a Rebeca: “Dos naciones hay en tu seno, y dos pueblos serán divididos desde tus entrañas; el un pueblo será más fuerte que el otro pueblo, y el mayor servirá al menor” (Génesis 25:22-23). De ambos hermanos nacerían grandes naciones, una bendición de Dios para los nietos de Abraham.

La costumbre generalizada era que el primogénito recibía el derecho de primogenitura, pero en este caso sería diferente. En la Biblia leemos que Esaú vendió su primogenitura a Jacob por un guisado de lentejas (vv. 29-34), menospreciando así su derecho. Algún tiempo después, Jacob engañó a su padre para que le confiriera la bendición de la primogenitura (capítulo 27). Este hecho hizo que Esaú odiara a Jacob (v. 41).

Las consecuencias de esto aún están presentes en la actualidad.

Los descendientes de Esaú (llamado también Edom, Génesis 25:30) se casaron con descendientes de Ismael, y la amargura y el resentimiento fueron creciendo con el correr del tiempo. Un nieto de Esaú, Amalec (Génesis 36:12), fue el padre de los amalecitas, quienes fueron enemigos acérrimos de los descendientes de Jacob, las 12 tribus de Israel. En Éxodo 17:16 se anunció proféticamente que habría un conflicto continuo entre ellos, “de generación en generación”. Algunos estudiosos de la Biblia creen que muchos de los palestinos actuales son descendientes de los amalecitas.

Examinemos ahora la extraordinaria historia de las tribus de Israel, su esplendor y su ocaso.

EL ESPLENDOR Y EL OCASO DEL ANTIGUO ISRAEL

En Isaías 46:9-10 podemos leer una de las declaraciones más extraordinarias de Dios: “Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá…”.

Dios no sólo nos dice que puede predecir el futuro, sino que también ¡tiene el poder para hacer que se cumpla su palabra! Esto es particularmente evidente en las extraordinarias profecías de lo que les acontecería a los descendientes de Abraham, por medio de los hijos de Jacob, las 12 tribus de Israel.

Aunque las promesas que Dios le hizo a Abraham eran asombrosas en cuanto a su trascendencia, tuvieron un inicio bastante discreto con la promesa de un hijo, Isaac, que Sara le dio a luz (Génesis 17:19-21; 21:1-3). Isaac, a su vez, tuvo dos hijos, Jacob y Esaú (Génesis 25:19-26). Luego Jacob tuvo 12 hijos, cuyos descendientes formarían las 12 tribus de Israel.

Una nación profetizada

Mucho antes de que Abraham tuviera siquiera un hijo, Dios le reveló que sus descendientes pasarían por una dramática etapa previa a su comienzo como nación. Serían esclavos en una nación extraña.

En Génesis 15:13-14 leemos que Dios le dijo a Abraham: “Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. Mas también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con gran riqueza”.

Esto, desde luego, se refiere a su liberación de la esclavitud en Egipto. La increíble serie de acontecimientos que condujo al cumplimiento de esta profecía está descrita en los capítulos 37-50 del Génesis y 1-14 del Éxodo.

Aunque el relato de la liberación del antiguo Israel es una de las partes más conocidas de la Biblia, los sucesos previos a su culminación no han sido muy bien comprendidos. Brevemente, José, el hijo favorito de los 12 hijos de Jacob, fue vendido como esclavo por sus resentidos hermanos y luego fue llevado a Egipto (Génesis 37). Allí, mediante una asombrosa serie de incidentes, y las bendiciones de Dios, José llegó a ocupar el cargo más alto en Egipto, después del faraón (capítulos 39-41).

Debido a una hambruna que hubo en la región, la familia de José emigró hacia Egipto, donde, gracias a la previsión de José, se habían almacenado grandes reservas de trigo (capítulos 42-47). En Génesis 50:19-20 podemos ver que José llegó a entender que Dios había estado detrás de todos esos incidentes de tal forma que su familia pudiera ser salvada y se cumplieran las profecías de Dios.

Los 12 hijos de Jacob, progenitores de las tribus de Israel, proliferaron grandemente
en Egipto (Éxodo 1:1-7). Pero luego “se levantó sobre Egipto un nuevo rey que no conocía a José” (v. 8). Sintiéndose amenazado por el auge de la población israelita, este faraón los esclavizó y les amargó la vida “con dura servidumbre” (v. 14).

Dios llamó a Moisés, hijo de dos de los esclavos hebreos —quien por medio de circunstancias milagrosas había sido príncipe en Egipto y luego un fugitivo— para que los liberara de tal opresión. Dios le dijo a Moisés: “Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob” (Éxodo 3:6).

Enseguida le declaró lo que pensaba hacer con él y sus coterráneos: “Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias, y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel . . . Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel” (vv. 7-10).

Seguramente para Moisés, lo que Dios se proponía hacer era algo asombroso: ¡liberar a todo un pueblo que era esclavo de la nación más poderosa de ese tiempo! Los siguientes capítulos, en los cuales se habla acerca de las 10 plagas y la asombrosa salida hacia el mar Rojo, nos muestran cómo Dios liberó milagrosamente a los israelitas, incluso cumpliendo la promesa que le había hecho a Abraham de que saldrían “con gran riqueza” (comparar Génesis 15:14; Éxodo 11:2; 12:35-36).

En la Tierra Prometida

Después de la milagrosa liberación de Egipto vino la peregrinación de 40 años por el desierto, luego la conquista de la Tierra Prometida y la época de los jueces. Durante todos esos años se dieron y se cumplieron muchas profecías específicas, como podemos ver en los libros de Éxodo, Números, Deuteronomio, Josué y Jueces.

Cuando llegamos a la época en que se estableció la monarquía israelita encontramos que desde hacía siglos, cuando los israelitas aún se encontraban en Egipto, ya se había profetizado que la dinastía de David, el rey más famoso de Israel, se originaría en la tribu de Judá (Génesis 49:8, 10). Como muchas otras profecías, ésta también tenía un cumplimiento dual; es decir, tenía más de un propósito o cumplimiento. También predecía que el Mesías, Jesús, sería de la tribu de Judá (Hebreos 7:14).

Debido a la falta de espacio no veremos las decenas de profecías específicas anunciadas y cumplidas durante los siglos en que existieron los reinos de Judá e Israel, pero sí mencionaremos las más importantes.

Después de la muerte del justo rey David, su hijo Salomón ocupó el trono. Salomón lo tenía todo, un poderoso reino que había heredado de su padre, humildad, sabiduría y una inmensa riqueza que Dios le había dado (1 Reyes 3:11-13). Durante su regencia, el reino unido de Israel —las 12 tribus— llegó a ser más poderoso y dominó toda la región.

Pero lamentablemente, aunque Salomón sabía lo que debía hacer, carecía del carácter y la convicción necesarios para llevarlo a cabo. Su corazón se apartó del verdadero Dios y promovió la adoración a los dioses e ídolos paganos de los pueblos vecinos (1 Reyes 11:4-8).

El reino se divide

La conducta de Salomón puso al reino en una situación de la cual no habría de recuperarse. Dios le dijo a Salomón que debido a sus pecados le quitaría el reino y se lo daría a uno de sus siervos (vv. 11-13). De hecho, la mayor parte del reino se apartaría para seguir a un rival; sólo una minoría seguiría al hijo de Salomón y a los reyes que le sucederían de la dinastía de David.

Esta profecía se cumplió unos años después, a la muerte de Salomón, cuando la mayoría de las tribus se fueron con Jeroboam, quien vino a ser la cabeza del reino del norte, llamado Israel. El remanente permaneció con Roboam, el sucesor de Salomón, como rey del reino del sur, llamado Judá (1 Reyes 12; 2 Crónicas 10:1-11:4). Durante los dos siglos siguientes los dos reinos fueron rivales, y en ocasiones hasta enemigos.

Tal parece que la mayoría de las personas suponen que los israelitas y los judíos son lo mismo, pero es claro que esto no es así. Sólo un breve repaso a la historia y a estos pasajes bíblicos nos muestra que los reinos de Israel y Judá (del cual proviene el término judío) eran dos reinos distintos. Como algo históricamente interesante, en 2 Reyes 16:5-6 se relata una situación en la que Israel estaba aliado con otro rey y en guerra contra “los hombres de Judá”.

El primer rey de Israel, Jeroboam, pronto instituyó unas costumbres idolátricas y sincretistas (una amalgama de adoración verdadera y falsa) de las cuales nunca se apartaría ya el reino del norte (1 Reyes 12:26-33). Muchas veces Dios envió sus profetas para advertir a los reyes israelitas de la destrucción que les sobrevendría si no se volvían a él.

El primero de ellos fue Ahías, quien le dijo a la esposa de Jeroboam: “El Eterno sacudirá a Israel al modo que la caña se agita en las aguas; y él arrancará a Israel de esta buena tierra que había dado a sus padres, y los esparcirá más allá del Éufrates, por cuanto han hecho sus imágenes de Asera, enojando al Eterno” (1 Reyes 14:15). Esta fue una clara advertencia de lo que le sucedería al reino si no se arrepentían. Casi dos siglos después fueron llevados cautivos a Asiria (por los ejércitos de Salmanasar V).

Durante esos dos siglos muchos otros profetas estuvieron repitiéndoles a los israelitas y a sus reyes las advertencias de Dios, rogándoles que se arrepintieran a fin de que no tuvieran que sufrir tal castigo. Entre esos profetas estaban Amós, Oseas, Isaías y Miqueas, cuyos mensajes están registrados en los libros bíblicos que llevan sus nombres.

Pero ni los reyes ni el pueblo quisieron prestar atención a los mensajes de estos profetas. Finalmente, en el año 722 a.C. el reino del norte fue aplastado y gran número de sus habitantes fueron llevados cautivos por los asirios “más allá del Éufrates”, tal como Dios se lo había advertido a su primer rey dos siglos antes.

Judá sigue el mismo camino

La historia de Judá, el reino del sur, es un poco diferente pero igualmente trágica. Ambos reinos pronto se olvidaron del Dios verdadero y se hundieron en la depravación moral y espiritual. Mientras que el reino del norte nunca tuvo un rey justo, al menos en Judá algunos se volvieron a Dios e hicieron reformas temporales con el fin de encaminar al pueblo nuevamente hacia la correcta adoración al verdadero Dios.

Estos reyes justos tuvieron cierta medida de éxito en su propósito, cuando menos por algún tiempo. El resultado fue que el reino de Judá pudo subsistir por más de un siglo después de la caída de su vecino del norte. No obstante, finalmente Judá también sufrió las consecuencias de rechazar a su Creador.

Debían haber aprendido la lección al ver lo que les había pasado a las 10 tribus del norte, particularmente cuando esas invasiones asirias habían causado mucha destrucción en Judá también. En el tiempo de Ezequías prácticamente todo Judá, a excepción de su capital Jerusalén, fue dominado por los asirios; y de hecho también Jerusalén hubiera caído en sus manos si Dios no la hubiera librado milagrosamente (2 Reyes 18-19).

El profeta Isaías, hablando con Ezequías, fue el primero en revelar específicamente el enemigo que habría de vencer a Judá si ellos también se negaban a arrepentirse: “Entonces Isaías dijo a Ezequías: Oye palabra del Eterno: He aquí vienen días en que todo lo que está en tu casa, y todo lo que tus padres han atesorado hasta hoy, será llevado a Babilonia, sin quedar nada, dijo el Eterno. Y de tus hijos que saldrán de ti, que habrás engendrado, tomarán, y serán eunucos en el palacio del rey de Babilonia” (2 Reyes 20:16-18).

Dios envió muchos otros profetas, entre ellos Miqueas, Sofonías, Habacuc y Jeremías, para prevenir a Judá, pero de nada sirvió. Así como en varias invasiones los asirios habían subyugado a los israelitas, así también los babilonios se llevaron cautivos a los judíos en varias incursiones antes y después de la caída de Jerusalén en 586 a.C. Muchos de los pormenores bíblicos pueden comprobarse en los archivos asirios y en los babilónicos de aquel tiempo, una prueba más de la veracidad y exactitud de la Biblia.

El exilio y la repatriación de Judá

El resultado del exilio de Judá fue bastante diferente del que tuvo el reino del norte. Israel fue llevado a la parte más lejana del Imperio Asirio y, pasado algún tiempo, la gente perdió tanto su identidad nacional como étnica. Pero en otra profecía a Judá, Dios le prometió: “Así dijo el Eterno: Cuando en Babilonia se cumplan los setenta años, yo os visitaré, y despertaré sobre vosotros mi buena palabra, para haceros volver a este lugar. Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice el Eterno, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón. Y seré hallado por vosotros, dice el Eterno, y haré volver vuestra cautividad…” (Jeremías 29:10-14).

Esta es otra maravillosa profecía que también se cumplió al pie de la letra. Parece ser que ese período de 70 años empezó con la caída de Jerusalén y la destrucción del templo que había construido Salomón —centro de adoración del pueblo judío— en 586 a.C., y concluyó con la terminación de un nuevo templo en Jerusalén en 516 a.C. En los libros de Esdras y Nehemías está registrado el retorno de muchos judíos exiliados en Babilonia.

LOS CUATRO IMPERIOS DE LAS PROFECÍAS DE DANIEL

Entre los judíos que fueron llevados cautivos a Babilonia iba un joven cuyo nombre hebreo era Daniel, el cual luego le fue cambiado por el nombre babilónico de Beltsasar (Daniel 1:1-7). Daniel vivió durante la extraordinaria época de la caída tanto de Judá como de Babilonia. Ocupó un alto puesto en el gobierno babilonio y también en el de su vencedor, el Imperio Medopersa.

En el libro que escribió Daniel fueron profetizados acontecimientos que ocurrieron hace siglos, así como otros grandes eventos que aún están por suceder en el futuro. Ahí se revela, brevemente y por adelantado, la historia de la región desde el tiempo de Daniel hasta el retorno de Jesucristo.

Casi al final del libro leemos que Dios le dijo: “Pero tú, Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia se aumentará” (Daniel 12:4). Este versículo nos indica que algunas importantes profecías, que anteriormente no habrían tenido sentido, podrán ser entendidas a medida que se aproxime el fin de la era actual.

Las profecías del libro de Daniel son, además, pruebas de la veracidad y exactitud de la Biblia. Varias de estas profecías son tan específicas y detalladas que siempre han dejado consternados a los críticos de la Biblia. De hecho, algunos escépticos no han querido desafiar la exactitud del contenido de las profecías tan exactas de Daniel; pero en lugar de aceptar que sus palabras fueron divinamente inspiradas, sencillamente afirman que el libro es un fraude. Alegan que no fue escrito por Daniel en el sexto siglo antes de Cristo (como podemos ver por los sucesos descritos en el libro), sino que fue escrito por un autor desconocido alrededor del 160 a.C., mucho después de que habían ocurrido los sucesos profetizados. Según estos críticos, ¡esa es la verdadera razón de su brillante exactitud profética!

La exactitud de Daniel desafía a los críticos, pero veamos primero la actitud de estos detractores. Niegan que Daniel fue quien escribió el libro porque en los primeros capítulos se hace referencia a él en tercera persona, como si alguien más estuviera escribiendo acerca de él. No obstante, The Expositor’s Bible Commentary hace notar que esta “era la costumbre entre los antiguos escritores de asuntos históricos…” (“Comentario bíblico del expositor”, 1985, 7:4). Al relatar algunas de sus experiencias Daniel escribió en primera persona (Daniel 7:15; 8:15; 9:2; 10:2).

Identificar a los detractores de Daniel también es importante. La primera persona que puso en tela de juicio la autenticidad del libro de Daniel fue el erudito e historiador griego Porfirio (233-304 d.C.). Los historiadores lo han clasificado como neoplatónico, o sea que se adhirió a las teorías de Platón y no a la Biblia. “Porfirio es bien conocido como un violento opositor del cristianismo y defensor del paganismo” (Encyclopædia Britannica, undécima edición en inglés, 22:104). El Gran diccionario enciclopédico ilustrado, de Selecciones del Reader’s Digest, nos dice que Porfirio escribió una obra en 15 libros titulada Contra los cristianos.

El hecho de que Porfirio fuera enemigo del cristianismo hace sospechar de su imparcialidad. Él no tenía hechos en que basar su opinión, y su punto de vista contradecía las palabras mismas de Jesucristo, quien se refirió a Daniel como el autor del libro (Mateo 24:15).

El erudito bíblico Jerónimo (340-420 d.C.) refutó la opinión de Porfirio. Después de eso, nadie volvió a tomar en serio las críticas de Porfirio hasta muchos siglos más tarde. “. . . Los eruditos cristianos lo rechazaron como un simple detractor pagano quien había permitido que una parcialidad naturalista pervirtiera su juicio. Pero durante la época de la Ilustración, en el siglo xviii, se llegó a sospechar de todos los elementos sobrenaturales que se encuentran en las Escrituras…” (Comentario bíblico del expositor, p. 13).

En la actualidad, algunos eruditos de tendencia liberal han revivido estos antiguos razonamientos. Eugene H. Merrill, historiador del Antiguo Testamento, dice que tales creencias están basadas en pruebas de poco peso. “La retórica y el lenguaje [de Daniel] encajan perfectamente en el siglo sexto [a.C.]… Es sólo el razonamiento más subjetivo e indirecto lo que ha negado la historicidad del hombre y de sus escritos” (Kingdom of Priests [“Reino de sacerdotes”], 1996, p. 484).

Predicción y cumplimiento asombrosos

La exactitud de las predicciones de Daniel acerca de sucesos del futuro remoto es impresionante. Por ejemplo, en la profecía de las “setenta semanas”, que se encuentra en Daniel 9:24-27, “Daniel predice el año preciso de la aparición del Señor Jesucristo y el comienzo de su ministerio en el año 27 d.C.” (“Comentario bíblico del expositor”, p. 9).

Otra notable profecía consignada por Daniel es su interpretación del sueño de Nabucodonosor en el capítulo 2. En el segundo año de su reinado, este rey babilonio tuvo un sueño inquietante que ninguno de sus consejeros pudo explicar. En la cultura babilónica se les daba mucha importancia a los sueños, y Nabucodonosor estaba convencido de que éste era muy importante (Daniel 2:1-3).

Su sueño nos da “una revelación del plan de Dios a lo largo de las edades hasta el triunfo final de Cristo” y “presenta la sucesión predeterminada de las potencias mundiales que habrán de dominar el Medio Oriente hasta la victoria final del Mesías en los últimos días” (“Comentario bíblico del expositor”, pp. 39, 46).

Daniel, sin previo conocimiento del contenido del sueño, pero inspirado por Dios, se lo explicó a Nabucodonosor en forma detallada: “Tú, oh rey, veías, y he aquí una gran imagen. Esta imagen, que era muy grande, y cuya gloria era muy sublime, estaba en pie delante de ti, y su aspecto era terrible. La cabeza de esta imagen era de oro fino; su pecho y sus brazos, de plata; su vientre y sus muslos, de bronce; sus piernas, de hierro; sus pies, en parte de hierro y en parte de barro cocido” (Daniel 2:31-33).

Daniel le dijo a Nabucodonosor que su Imperio Babilónico estaba representado por la cabeza de oro (vv. 37-38). Luego la plata, el bronce y el hierro representaban los tres poderosos imperios que habrían de seguir a la extraordinaria Babilonia (vv. 39-40).

La interpretación de este sueño proporcionó una asombrosa presentación adelantada de la historia. Nabucodonosor tuvo ese sueño alrededor del año 600 a.C. y, según el relato, Daniel se lo interpretó sólo unos días después. La imagen representaba, en forma simbólica, la secuencia de grandes imperios que por siglos habrían de dominar la política de esa región.

“El imperio de plata sería el Imperio Medopersa, el cual empezó con Ciro el Grande, quien conquistó Babilonia en el 539 . . . Este imperio de plata fue supremo en el Medio Oriente y el Medio Oriente durante aproximadamente dos siglos” (“Comentario bíblico del expositor”, p. 47).

“El imperio de bronce fue el Imperio Grecomacedonio, establecido por Alejandro Magno…El reino de bronce duró de 260 a 300 años, antes de ser suplantado por el cuarto reino” (ibídem).

“El hierro implica dureza y crueldad y describe al Imperio Musulmán o Islámico, no al Romano como se enseña tradicionalmente.

El cuarto imperio tiene 10 dedos de los pies. Los pies y los dedos de la imagen están compuestos “en parte de barro cocido de alfarero y en parte de hierro”, como se puede leer en el versículo 41. El versículo 41 tiene que ver con una fase o manifestación posterior de este cuarto imperio, simbolizada por los pies y los 10 dedos hechos de hierro y arcilla, una base frágil para el gigantesco monumento. El texto claramente implica que esta etapa final será algún tipo de federación en lugar de un solo reino poderoso. (Si desea el lector desea saber más al respecto, no vacile en solicitar nuestro Comentario del Apocalipsis.)

Otro sueño agrega más detalles importantes

Otros aspectos de esta sucesión de imperios mundiales fueron revelados a Daniel en un sueño posterior. En esta ocasión los cuatro imperios estaban representados por cuatro bestias: un león (Babilonia), un oso (Persia), un leopardo (Grecia) y una cuarta bestia “espantosa y terrible” y “tan diferente de todas las otras” (Daniel 7:1-7,19).

Leamos lo que dice el versículo 7 acerca de esta cuarta bestia: “Después de esto miraba yo en las visiones de la noche, y he aquí la cuarta bestia, espantosa y terrible y en gran manera fuerte, la cual tenía unos dientes grandes de hierro; devoraba y desmenuzaba, y las sobras hollaba con sus pies, y era muy diferente de todas las bestias que vi antes de ella, y tenía diez cuernos”.

¿Qué significa esta descripción? Esta NO ES otra referencia a Roma, como tradicionalmente se ha enseñado. Difícilmente se puede decir que el Imperio Romano haya sido “muy diferente” o  “tan diferente de todas las otras” bestias o imperios.

En el versículo 8 se comenta sobre los 10 cuernos: “Mientras yo contemplaba los cuernos, he aquí que otro cuerno pequeño salía entre ellos, y delante de él fueron arrancados tres cuernos de los primeros…” Luego en los versículos 24-25 leemos que este cuerno pequeño llegará a ser un poderoso dirigente religioso con gran influencia internacional, cuyo falso régimen religioso perseguirá a los verdaderos siervos de Dios.

En los versículos 9-14 Daniel nos lleva hasta el tiempo en que el Señor Jesucristo retornará a establecer el Reino de Dios aquí en la tierra: “Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido”. Así, por medio de sus repetidos resurgimientos a lo largo de la historia, este imperio musulmán continuará existiendo hasta el tiempo del fin y el retorno del Señor Jesucristo.

El capítulo 17 del Apocalipsis también puede ayudarnos a conocer un poco más este poderoso sistema del tiempo del fin. Aquí también se describe como una bestia, pero vemos que en esta, su última manifestación, se incluyen 10 “reyes” — dirigentes de naciones o grupos de naciones— quienes “por una hora recibirán autoridad” juntamente con el soberano de esta superpotencia, mencionado como “la bestia” (vv. 12-13). Los ejércitos de este último resurgimiento del Imperio Musulmán o Islámico se enfrentarán al propio Cristo, pues “pelearán contra el Cordero” (v. 14).

Esto concuerda con Daniel 2:44, que señala claramente que el retorno de Cristo sucederá: “En los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre”.

La mayor parte de estos acontecimientos proféticos, tal como se relatan en los dos sueños, ya se ha cumplido. Su fiel cumplimiento confirma que la Biblia ha sido inspirada divinamente, porque ningún ser humano hubiera podido jamás predecir esto por sí mismo. “Hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios, y él ha hecho saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los postreros días…” (Daniel 2:28).

La profecía más detallada de la Biblia

En Daniel 11 se relata otra portentosa profecía. La época en que fue revelada se menciona en el primer versículo del capítulo 10 como “el año tercero de Ciro rey de Persia”. Un “varón” (v. 5), sin duda un ángel (ver Daniel 9:21), vino a Daniel para hacerle saber lo que ocurriría “en los postreros días” (Daniel 10:14).

La profecía que aparece a continuación es la más detallada de toda la Biblia. El tercer año de Ciro fue más de 500 años antes del nacimiento de Jesucristo. No obstante, esta profecía revela cosas que empezaron a ocurrir casi de inmediato y que continuarán hasta el retorno de Cristo. Las primeras fases de la profecía confirman la veracidad de la Biblia, puesto que ya se cumplieron, como puede comprobarse al estudiar la historia de los imperios de Persia y Grecia. Ningún ser humano podría haber previsto con tanta precisión todos estos hechos históricos.

Algunos de los detalles que vamos a examinar a continuación requieren de mucha atención, pero se aclaran al comparar las palabras proféticas con la historia.

Prolongada intriga política

Los primeros 35 versículos de Daniel 11 hablan, con años de anticipación, de la intriga entre dos entidades políticas: el “rey del sur” y el “rey del norte”. En la historia profana con frecuencia se hace referencia a Tolomeo como el rey del sur; esta dinastía gobernó desde Alejandría, Egipto. El rey del norte gobernó desde Antioquía, Siria, bajo el nombre de Seleuco o Antíoco.

Con esto en mente, analicemos algunos aspectos de esta profecía. Es importante debido a que nos revela las tensiones y el ambiente político en el Medio Oriente previos tanto al nacimiento Jesucristo como a su retorno. En ambos casos, Jerusalén es el meollo de los conflictos políticos.

Con respecto al cumplimiento de esta profecía, se puede encontrar más información en obras de consulta fidedignas. En lugar de citarle los pasajes bíblicos completos, le sugerimos que usted mismo los lea en su propia Biblia, recordando que estos hechos fueron predichos mucho tiempo antes de que ocurrieran.

Daniel 11:2: Los “tres reyes” son Cambises II, el hijo mayor de Ciro el Grande; seudo-Esmerdis, un impostor que se hizo pasar como el segundo hijo de Ciro, quien había sido asesinado secretamente; y Darío el persa. “El rey persa que invadió Grecia fue… Jerjes, quien reinó de 485-464 a.C.” (“Comentario bíblico del expositor”, p. 128).

Versículos 3-4: “El versículo 3 nos presenta…la aparición de Alejandro Magno” (ibídem). El versículo 4 “sugiere claramente que este poderoso conquistador iba a reinar por un tiempo relativamente corto…En siete u ocho años él logró la conquista militar más deslumbrante en la historia de la humanidad. Pero sólo vivió cuatro años más; y… murió de una fiebre en el año 323…” (ibídem). El imperio de Alejandro Magno fue dividido “entre cuatro reinos menores y más débiles” (ibídem, p. 129). El hijo de Alejandro fue asesinado en el año 310 a.C. y un hermano ilegítimo había sufrido la misma suerte en el 317. “Por eso no había descendientes o familiares que sucedieran a Alejandro” (ibídem). Así que su reino fue repartido entre otros que no eran de su sangre (v. 4).

Los generales de Alejandro lucharon entre sí por el control del imperio. Estas pugnas por el dominio eliminaron a todos menos a cuatro, quienes vinieron a ser las cabezas de las cuatro partes en que se dividió el imperio. Los cuatro fueron Casandro, quien reinó en Grecia y el occidente; Lisímaco, en Tracia y Asia Menor; Tolomeo, en Egipto; y Seleuco, en Siria. De estos cuatro, dos —Tolomeo y Seleuco— ampliaron su dominio y su territorio; éstos fueron los reyes de Egipto y Siria respectivamente.

Las intrigas que se mencionan a continuación se relacionan con estos dos. Se hace referencia a ellos como el rey del sur (Tolomeo) y el rey del norte (Seleuco) debido a su ubicación en relación con Jerusalén.

Versículo 5: “El rey del sur sería Tolomeo I” (“Comentario bíblico del expositor”, p. 130). La expresión bíblica “uno de sus príncipes” se refiere a Seleuco, quien originalmente había servido bajo Tolomeo. En las intrigas que surgieron después de la muerte de Alejandro, Seleuco finalmente logró el control de Siria y vino a ser el rey del norte. Con el tiempo, Seleuco ejerció más poder que Tolomeo. La dinastía de los reyes seléucidas continuó hasta el año 64 a.C.

La guerra laodiceana

Versículo 6: Entre el rey del sur y el rey del norte existía un estado de tensión y hostilidad. Tolomeo I murió en el año 285 a.C. En el 252 los dos reinos intentaron hacer un pacto bajo el cual Berenice, la hija de Tolomeo II, se casaría con Antíoco II, el rey del norte. Pero Laodicea, primera esposa de Antíoco II, estaba enojada con él porque la había repudiado. Como represalia, ella, estando en el exilio, urdió una conspiración en la que mandó asesinar a Berenice y a su pequeño hijo. “Poco tiempo después, el rey mismo [Antíoco II] fue envenenado…” (ibídem).

Debido a que su hijo Seleuco II era demasiado joven para gobernar, Laodicea se declaró reina a sí misma. Lo profetizado de que “ella [Berenice] no podrá retener la fuerza de su brazo”, se refiere al golpe de estado en el que Laodicea mandó asesinar a Berenice. También fueron eliminados algunos de los nobles que apoyaban a Berenice como reina.

Versículos 7-9: Las venganzas continuaron y, por ende, una serie de luchas que fueron conocidas como la guerra laodiceana. Tolomeo II murió al poco tiempo de que Laodicea hiciera matar a su hija Berenice. Tolomeo III buscó vengar la muerte de su hermana y, atacando al rey del norte, capturó Antioquía, capital de Siria. En el versículo 8 se puede ver cómo Tolomeo recuperó “aun a los dioses de ellos, sus imágenes fundidas y sus objetos preciosos de plata y de oro” que Cambises se había llevado de Egipto en el 524 a.C.

En el año 240 Tolomeo III y Seleuco II acordaron la paz, y no hubo más hostilidades hasta el 221, cuando murió Tolomeo III.

Versículos 10-12: Después del fallecimiento de Seleuco II, sus hijos atacaron al rey del sur. Uno de ellos, Seleuco III, reinó sólo tres años y murió envenenado. Su actividad militar no fue muy importante. Otro hijo, Antíoco III (el Grande), “inundó y pasó adelante” y conquistó Judea.

El rey del sur, Tolomeo IV, se vengó (v. 11) y en la batalla de Rafia derrotó al ejército de Seleuco III, que era más numeroso. Después de su victoria Tolomeo se dedicó a una vida de libertinaje durante la cual exterminó decenas de miles de judíos en Egipto (v. 12). Por estas acciones debilitó su reino.

Versículos 13-16: La frase “al cabo de algunos años” se refiere a cuando, 14 años después de su derrota, Antíoco III vino en contra de Tolomeo V, quien aún era niño (Tolomeo IV había fallecido en el año 203). Debido a la vida disoluta de Tolomeo IV, había disturbios en las provincias egipcias. Mucha gente, incluso judíos simpatizantes del rey del norte, se unieron a Antíoco en contra del rey del sur. La rebelión fue finalmente aplastada por el general egipcio Escopas (v. 14).

Escopas también rechazó el ejército de Antíoco durante el invierno de 201- 200. El rey del norte respondió con otra invasión, y capturó la ciudad de Sidón, una “ciudad fuerte” (v. 15), donde Escopas se rindió. De esa manera Antíoco consiguió el dominio absoluto de la Tierra Santa, la “tierra gloriosa” (v. 16).

Versículo 17: En la Nueva Versión Internacional dice: “El rey del norte se dispondrá a atacar con todo el poder de su reino, pero hará una alianza con el rey del sur… le dará su hija en matrimonio, con miras a derrocar su reino, pero sus planes no tendrán el éxito esperado”.

Una vez derrotado Escopas, Antíoco quiso obtener el control de Egipto mismo, y dio a su hija Cleopatra a Tolomeo V en matrimonio. Creyó que su hija traicionaría a su esposo en favor de él, pero ella frustró los planes de su padre al apoyar a Tolomeo.

Versículos 18-19: Al frustrarse sus planes, Antíoco atacó varias islas y ciudades en la región del mar Egeo. También dio asilo a Aníbal de Cartago, enemigo de Roma, quien le ayudó a llegar hasta Grecia. En respuesta, Roma atacó y derrotó al ejército de Antíoco. Los romanos lo despojaron de gran parte de su territorio y se llevaron algunos rehenes a Roma, entre ellos el hijo de Antíoco. Además, le exigieron un tributo pesado (v. 18).

Después de la derrota ignominiosa, Antíoco regresó a su fortaleza en Antioquía. No pudiendo pagar el tributo que le había impuesto Roma, intentó saquear un templo pagano. Esto encolerizó tanto a la gente que lo mataron, y así tuvo un fin desgraciado (v. 19).

Versículo 20: Según se puede leer en 2 Macabeos 3:7-40 (libro apócrifo que relata estos sucesos), el otro hijo de Antíoco, Seleuco IV, tampoco pudo pagar el tributo. Seleuco envió a un judío llamado Heliodoro a saquear el templo en Jerusalén. Heliodoro fue a la ciudad santa pero no consiguió nada. Más tarde, Heliodoro envenenó a Seleuco, quien así fue muerto, “aunque no en ira, ni en batalla”.

Antíoco Epífanes

Daniel 11:21-35: En estos versículos se nos habla del infame Antíoco IV, llamado Epífanes, hermano de Seleuco IV, quien anteriormente había sido llevado cautivo a Roma. Fue “un opresor tiránico que hizo todo lo que pudo por destruir completamente la religión judía” (“Comentario bíblico del expositor”, p. 136).

Antíoco, un hombre increíblemente cruel, decretó la pena de muerte para quienes practicaran la religión judía. Por órdenes suyas, “Eleazar, un anciano escriba, fue muerto a latigazos porque rehusó comer carne de cerdo. Una madre y sus siete hijos fueron destrozados sucesivamente en presencia del gobernador por haberse rehusado a adorar una imagen. Dos madres que habían circuncidado a sus hijos recién nacidos fueron llevadas por toda la ciudad y arrojadas de cabeza desde la muralla” (Charles Pfeiffer, Between the Testaments [“Entre los testamentos”], 1974, pp. 81-82).

Versículo 31: Esto se refiere a los graves acontecimientos del 16 de diciembre del 168 a.C., cuando el enloquecido Antíoco entró en Jerusalén y mató a 80 000 hombres, mujeres y niños (2 Macabeos 5:11-14). Luego profanó el templo ofreciendo un sacrificio a Zeus, dios supremo de la mitología griega. Este ultraje prefiguraba un acontecimiento parecido que, según las palabras de Jesucristo, habrá de ocurrir en el tiempo del fin (Mateo 24:15).

Versículos 32-35: Por una parte, estos versículos parecen referirse al valor y voluntad indómitos de los macabeos, una familia de sacerdotes que lucharon contra Antíoco y sus sucesores. La rebelión de los macabeos contra el rey de Siria se inició cuando “Matatías, el principal sacerdote en la ciudad de Modín…después de matar al oficial de Antíoco quien había venido a imponer el nuevo decreto relacionado con la adoración idolátrica . . . encabezó un grupo de guerrilleros que huyó a las montañas…” (“Comentario bíblico del expositor”, p. 141).

Matatías fue apoyado en la defensa de sus principios por sus cinco hijos, principalmente por Judas, quien recibió el apodo de Maqqaba (voz aramea que significa martillo, origen del nombre macabeo). Muchos de estos patriotas murieron por esta causa, pero su heroicidad finalmente expulsó de la nación al ejército sirio.

Por otra parte, estos versículos podrían referirse a la iglesia del Nuevo Testamento, al hablar de apostasía, persecución y los esfuerzos y hechos del pueblo.

En este punto, la profecía de Daniel pasa a un tema diferente, al “tiempo determinado” o, como lo expresa la Nueva Versión Internacional: “la hora final” (v. 35). “Con la conclusión del extracto previo en el versículo 35, termina el material profético que indiscutiblemente se aplica a los imperios helénicos y al conflicto entre los seléucidas y los patriotas judíos. La presente sección (vv. 36-39) contiene algunos aspectos que difícilmente se aplican a Antíoco IV, aunque la mayoría de los detalles podrían aplicarse a él lo mismo que a ‘la bestia’, su antitipo del tiempo del fin.

“Eruditos, tanto liberales como conservadores, están de acuerdo en que todo el capítulo 11 hasta este punto contiene predicciones sorprendentemente exactas del panorama de acontecimientos desde el reinado de Ciro…hasta el fracasado intento de Antíoco Epífanes de acabar con la fe judía” (ibídem, p. 143).

A partir de ese momento transcurriría poco más de un siglo antes de que Jerusalén fuera conquistada por el general romano Pompeyo. Así, gran parte del Medio Oriente quedó bajo el dominio del Imperio Romano y mucha de su fuerza pasó a su parte oriental, el Imperio Bizantino, en los siglos siguientes.

Pero entonces, como veremos en el siguiente capítulo, una nueva potencia y una nueva religión aparecieron para dominar el Medio Oriente: el Imperio Musulmán o Islámico.

EL SURGIMIENTO DEL ISLAMISMO

Los descendientes de Ismael vivieron en una relativa oscuridad a lo largo del período de los reinos de Israel y Judá, y de los imperios de Asiria, Babilonia, Persia, Grecia y Roma. La gran mayoría se mantuvo dentro de la península Arábiga, en muchas ocasiones luchando entre sí. Pero esto cambió a principios del siglo vii, menos de 600 años después de la época de Jesucristo, cuando hizo su aparición el más conocido de los descendientes de Ismael.

Hasta principios del siglo VII los árabes habían sido idólatras. En el gran templo en La Meca había 365 ídolos (uno por cada día del año). Esto representaba una importante fuente de ingresos para los comerciantes debido al gran número de peregrinos que acudían a la ciudad. Sin embargo, ese panorama religioso cambió dramáticamente debido a Mahoma y la religión que fundó, el islamismo.

Mahoma era de la familia hachemita (en árabe, Beni Hashim) de la poderosa tribu de los qurays, la cual controlaba el templo pagano de La Meca. Según la creencia musulmana, fue en el monte Hira, cerca de La Meca, donde el arcángel Gabriel se le apareció a Mahoma en el año 610 y le reveló sabiduría divina. Ésta y otras revelaciones posteriores constituyen el Corán, los escritos sagrados del islamismo, un libro de tamaño parecido al del Nuevo Testamento.

Mahoma, cuyo nombre significa “muy venerado”, llegó a ser un valeroso y decidido predicador del monoteísmo, un concepto que amenazaba la prosperidad comercial de otros miembros de su tribu. Los intentos para darle muerte fracasaron, y en poco tiempo Mahoma acabó con la idolatría politeísta de la región, remplazándola con el islamismo (la voz árabe islam quiere decir “rendición” o “sumisión” al único Dios verdadero, Alá).

La predicación de Mahoma logró algo que, desde un principio, no había sido posible para los descendientes de Ismael: la unidad, lo que hizo que llegaran a formar una gran nación que podría extenderse y ejercer influencia en otros países.

A partir de ese pequeño comienzo en el desierto de la península Arábiga, el islamismo se esparció por todo el mundo. Hoy en día, la Organización de la Conferencia Islámica se compone de 57 naciones, más de la cuarta parte de todos los países del mundo.

Aunque hay 22 naciones árabes, muchas de las cuales están pobladas por descendientes de Ismael, otras 35 son preponderante o exclusivamente islámicas. Abarcan una zona geográfica que se extiende desde el África occidental hasta Indonesia, una amplia franja de naciones que se identifican unas con otras como seguidoras del islamismo. Además, millones de musulmanes (seguidores del islam) viven en la parte norte de América y en Europa occidental. Debido al alto índice de natalidad y a una apasionada labor de proselitismo, esta religión continúa expandiéndose rápidamente.

Actualmente, el islamismo cuenta con cerca de 1300 millones de adeptos. Todos adoran a Alá, a quien consideran el Dios verdadero. Se reúnen en mezquitas los viernes, el día designado para la adoración, aunque es permitido trabajar también en ese día. Su credo, llamado la shahada (“testimonio”), consta de sólo ocho palabras en árabe —La illaha ila Allah, wa Muhammadun rasul Allah— y quiere decir: “No hay Dios sino Alá, y Mahoma es su profeta”. La solemne y sincera repetición de estas palabras es la única condición para ser un musulmán. El término musulmán significa “uno que se somete (a Alá)”.

Los musulmanes datan su historia desde la hégira, es decir, la huida de Mahoma de La Meca a Medina en el año 622. Debido a que el año musulmán está basado en el calendario lunar, tiene 354 ó 355 días, lo que significa que es 10 u 11 días más corto que el año que se cuenta en el mundo occidental, el cual se basa en el calendario solar gregoriano. Por consiguiente, cada año las festividades musulmanas caen en fechas más tempranas con respecto al calendario gregoriano.

Mahoma murió el 8 de junio de 632, sin dejar un heredero y sin nombrar un sucesor. Esto causó trastornos y disturbios en el mundo islámico, el cual después de sólo un decenio abarcaba ya una región equivalente al área de la Argentina.

Es sólo a través de la bella Fátima, hija de Kadiya, la amada primera esposa de Mahoma, que los jerifes y sayyids, reconocidos como los descendientes actuales de Mahoma, pueden rastrear su genealogía. El esposo de Fátima, Alí ibn Abi Talib, primo hermano e hijo adoptivo de Mahoma, fue también su primer converso después de Kadiya. A la muerte de Mahoma, Alí y Fátima ya tenían dos hijos menores.

Muchos pensaron que por ser el pariente más cercano, Alí sería el sucesor de Mahoma. Después de muchas polémicas fue rechazado en favor de Abú Bakr, un rico comerciante de La Meca, quien había sido uno de los primeros seguidores de Mahoma y que lo había acompañado en su famosa huida hacia Medina 10 años antes. Abú Bakr fue el padre de Ayesha, la esposa favorita de Mahoma, y ya antes, durante la última enfermedad del profeta, había sido designado para ocupar el lugar de éste en la conducción de las oraciones en público.

Como las revelaciones habían sido dadas a Mahoma, Abú Bakr no era totalmente su sucesor. No obstante, se le dio autoridad sobre la política y las funciones administrativas del imperio, con el título de Khalifah rasul Allah, que significa “sucesor del mensajero de Alá”. En español es sólo “califa”, título que se da a los jefes de estado en países de gobierno islámico. El cargo del califato permaneció como una institución islámica hasta la formación de la República Turca en 1924, cuando fue abolido por el gobierno secular de Kemal Ataturk.

Aunque la transición que siguió a la muerte de Mahoma fue repentina e inesperada y causó algunos disgustos entre los seguidores de Alí, esposo de Fátima, las tribus permanecieron unidas bajo Abú Bakr.

Rápida expansión del Imperio Islámico

Antes de su muerte, Abú Bakr nombró como su sucesor a Omar ibn al-Jattab. Omar fue el primer califa que se arrogó el ilustre título de Amir al-Muminin, que significa “comandante de los fieles”. Durante su reinado de 10 años ocurrió la primera gran expansión del territorio islámico, a medida que los hijos de Ismael salían en todas direcciones desde su antigua patria desértica.

El califa Omar se lució como un hábil comandante de sus tropas y un poderoso enemigo de las dos potencias más grandes de ese tiempo: el Imperio Bizantino (o Romano de Oriente) y el Imperio Persa. El primero había surgido del antiguo Imperio Romano después de que Constantino, en el siglo iv, estableciera una nueva capital en Bizancio (nombrándola Constantinopla, en homenaje a sí mismo), ahora Estambul, Turquía. Controlaba Asia Menor, la península del mar Egeo y gran parte del norte de África y del Medio Oriente.

Al noreste de la península Arábiga se encontraba el Imperio Persa Sasánida. Los imperios bizantino y persa luchaban continuamente entre sí, lo que los había debilitado y hecho vulnerables ante el nuevo, fuerte y celoso Imperio Islámico procedente de Arabia. El Imperio Sasánida fue derrotado, pero el bizantino permaneció como una potencia amenazada y decreciente, hasta que finalmente sucumbió ante los musulmanes turcos en 1453.

Al grito de Allahu Akbar (“¡Grande es Alá!”), la llamada islámica a las armas, los guerreros árabes, montados a caballo o en camello, resultaron enemigos formidables que vencieron a todos los ejércitos que fueron enviados contra ellos. Desde el tiempo de Alejandro Magno no se había visto semejante fuerza, la cual conquistaba rápidamente todo a su paso. Por delante tenían un siglo de conquistas. Invadieron Siria y la Tierra Santa en 635-636, la región de Iraq al año siguiente, y Egipto y Persia cuatro años después.

Su victoria más significativa fue en Jerusalén, conquistada en el 638. Llamada Al-Kuds en árabe, que significa “la santa”, Jerusalén ha sido la tercera ciudad más santa de los musulmanes, después de La Meca y Medina. Los musulmanes creen que Mahoma ascendió al cielo en su caballo alado Burak desde la roca que puede verse dentro del Domo de la Roca, una de las obras arquitectónicas más espléndidas de la tierra, construida a fines del siglo vii.

Los musulmanes también creen que Abraham vino a este lugar para sacrificar a su hijo, según ellos, Ismael, no Isaac como lo afirma la Biblia (Génesis 22:1-14). Construido en la gran plataforma del monte donde Herodes el Grande había mandado construir el templo, el Domo de la Roca y el terreno que lo rodea es la propiedad más ferozmente disputada de todo el mundo en la actualidad.

En el lapso de un siglo después de la muerte de Mahoma, el dominio árabe se extendió desde el Medio Oriente por el norte de África hasta España en el occidente, y hacia el oriente por la parte central de Asia hasta la India. En uno de sus avances llegó hasta las puertas de París, donde fue frenado por Carlos Martel en la batalla de Tours (cerca de Poitiers) en el año 732, exactamente 100 años después de la muerte de Mahoma.

A partir de ese suceso el rápido crecimiento del Imperio Islámico cesó hasta el siglo XII, cuando se llevó a cabo otra gran expansión bajo los sufíes (musulmanes místicos), quienes esparcieron el islamismo en toda la India, Asia central, Turquía y el África subsahariana. Y los comerciantes musulmanes ayudaron a llevar la religión aún más lejos, incluso hasta Indonesia, la península Malaya y China.

“El igualitarismo fundamental del islamismo dentro de la comunidad de los fieles y su imperante discriminación en contra de los seguidores de otras religiones, pronto le ganaron conversos” (Encyclopædia Britannica, 15ª edición en inglés, 9:912). Aunque los judíos y los cristianos eran tolerados por ser “gente del Libro”, tenían que pagar la yizyah, un impuesto especial. No obstante, “a los paganos…se les exigía o aceptar el islamismo o morir” (ibídem).

Después del asesinato del califa Omar en noviembre del 644 al estar guiando las oraciones en la mezquita de Medina, otro cuerpo de electores volvió a rechazar a Alí. En esta ocasión el califato fue conferido a Othman ibn Affan, quien había sido uno de los primeros conversos al islamismo y compañero cercano de Mahoma.

En el tiempo de su regencia se concluyó la compilación del Corán en su forma actual. Anteriormente, la mayor parte de su contenido había sido simplemente memorizado por los seguidores de Mahoma (éste era analfabeto, por lo que no lo había escrito). Su contenido fue recopilado por un grupo de hombres, bajo la dirección del erudito islámico Zayd ibn Thabit, autorizados para reunir los escritos sagrados.

Los musulmanes creen que el Corán es literalmente la palabra de Alá (Kalimat Allah), no las palabras de Mahoma. Las primeras palabras del Corán son Bism’illah ir-Rahman ir-Rahim, que quieren decir “En el nombre de Alá, el misericordioso, el compasivo”.

El islamismo se divide

Antes de ser asesinado en Medina, Othman gobernó durante 12 años (644-656). Su asesinato dio lugar a fuertes conflictos políticos y religiosos dentro de la comunidad islámica, que continúan hasta el día de hoy.

Después de la muerte de Othman, el liderazgo del islam finalmente cayó en Alí, el ya envejecido esposo de Fátima. Para sus seguidores, Alí fue legalmente el primero y único califa. La mayoría de los musulmanes lo aceptaron como el cuarto califa, pero muchos se opusieron denodadamente a su regencia.

El imperio habría de sufrir continua lucha política y religiosa, disturbios y conspiraciones. Cinco años después, Alí también fue asesinado. Antes de que alguno de sus hijos pudiera ser nombrado como sucesor, el sobrino de Othman, dirigente de los omeyas, una rama de la tribu de los qurays, asumió el control, lo que llevó a la disputa entre los partidos a un punto crítico.

Los seguidores de Alí creían que todos los califas debían descender de Alí por ser el familiar más cercano de Mahoma. Este grupo era llamado el “partido de Alí” (en árabe, los Shiat Alí, o chiíes). En cambio, la mayoría creía que cualquiera podía ser nombrado califa, sin importar su genealogía. Este grupo era conocido como los suníes (de sunna, el “camino” o la “senda” del profeta). Contrario a los chiíes, los suníes por lo general han aceptado el gobierno de los califas.

En el año 680 se desató la violencia cuando Hussein, hijo de Alí, nieto de Mahoma, fue asesinado junto con 72 miembros de su familia y otros acompañantes en Karbala, en lo que actualmente es Iraq. Teniendo ahora un mártir, los chiíes crecieron en número y en determinación, cada vez más resentidos por el dominio de los suníes. Este resentimiento continúa hasta el presente.

La mayoría suní representa casi el 85 por ciento de todos los musulmanes, y los chiíes representan el resto. Aunque concuerdan en los principios fundamentales del islamismo, las diferencias políticas, teológicas y filosóficas los han separado aún más. Y con la tendencia que ha habido entre los chiíes de dividirse en varias sectas, la situación ha empeorado.

Actualmente, los chiíes son el partido dominante en Irán y la comunidad religiosa más grande en el Líbano e Iraq. Al recordar el fanatismo de la revolución iraní que derrocó al sah en 1979, muchos piensan que los chiíes tienen tendencia hacia el terrorismo. No obstante, la mayoría de los actos terroristas en contra de los occidentales han provenido de los wahabíes, secta del islamismo suní que se originó en Arabia Saudita en el siglo XVIII.

Uno de los atractivos del islamismo es su insistencia en la umma o comunidad. “Aunque ha habido muchas sectas y movimientos musulmanes, todos sus seguidores están unidos por una fe general y la percepción de pertenecer a una sola comunidad” (ibídem, p. 912). Este sentido de comunidad se ha reforzado en los últimos 200 años, durante el período de la superioridad occidental. Lograr la unidad árabe e islámica es algo que los musulmanes en la actualidad desean con vehemencia.

Ismael llega a ser la “gran nación” profetizada

Después de la muerte de Alí, los omeyas pusieron el califato como un cargo hereditario, y gobernaron desde Damasco por casi un siglo hasta el año 750. Durante
ese tiempo fue conquistada la mayor parte de la península Ibérica (España y Portugal), junto con lo que faltaba del norte de África. Hacia el oriente, los ejércitos musulmanes se desplegaron por Asia central hacia la India y la China. Antes de que su dominio terminara, los musulmanes formaron un imperio más grande que el de Roma y lograron convertir a millones de personas al islamismo.

Los omeyas fueron remplazados por la dinastía de los abasíes, cuyos 37 califas gobernaron desde Bagdad durante cinco siglos (750-1258). En aquel tiempo, mientras Europa se encontraba en el oscurantismo (aislada en parte por musulmanes hostiles a lo largo de sus fronteras), el mundo islámico era una gran civilización. Los musulmanes preservaban la literatura y el conocimiento del mundo antiguo, a la vez que encauzaban al mundo en el conocimiento y entendimiento de las matemáticas, la física, la astronomía, la geografía y la medicina.

Tal como les había sido prometido divinamente a Abraham y Agar muchos siglos antes, su hijo Ismael ciertamente llegó a ser “una gran nación” (Génesis 17:20; 21:18), de hecho, uno de los imperios más grandes que han existido.

No obstante, al igual que todas las civilizaciones, la dinastía abasí llegó a su fin porque se fue degenerando y con ello llegó lentamente su decadencia. Durante ese período, a medida que se debilitaba la autoridad central, la unidad del mundo islámico se hacía añicos, un problema que aún afecta a los musulmanes actualmente. El golpe mortal vino cuando las hordas mongoles llegaron a Bagdad en el año 1258, dieron muerte al último califa, masacraron a los habitantes de la ciudad y pusieron fin al imperio.

Las cruzadas: La lucha por la Tierra Santa

Durante el gobierno de los califas abasíes hubo un gran conflicto entre el islam y la Europa católica. Debido a la expansión del islamismo en la península Ibérica y el intento de invadir Francia, ya había habido enfrentamientos entre ellos, pero cuando Jerusalén les fue arrebatada a los musulmanes el 15 de julio de 1099, empezó un largo período de pugna entre las dos potencias religiosas.

Los cruzados europeos saquearon, violaron, asesinaron y esclavizaron a los moradores de Jerusalén en una frenética carnicería, que aún recuerdan tanto musulmanes como judíos. El Domo de la Roca fue convertido en un templo cristiano, con la cruz en lugar de la luna creciente, símbolo del islam. Todo esto despertó la cólera de los musulmanes, quienes juraron que iban a recuperar la ciudad de manos de los “infieles” (originalmente una voz latina que los católicos usaban para referirse a los musulmanes).

No fue hasta el 2 de octubre de 1187 que las fuerzas islámicas pudieron recuperar el control de Jerusalén, bajo el liderazgo de Saladino (cuyo nombre significa “la justicia de la fe”), quien era sultán de Egipto y Siria. Saladino declaró yihad (guerra santa) para rescatar Jerusalén de los enemigos del islam.
La cruz de oro que estaba sobre el Domo de la Roca fue reemplazada por la luna creciente, pero Saladino no se vengó de sus enemigos. Antes bien, fue misericordioso y amable con los soldados enemigos y con la población civil, un tremendo contraste con lo que habían hecho los europeos, quienes habían masacrado decenas de millares de personas cuando tomaron la ciudad.

En el siglo siguiente habría más cruzadas en las que Jerusalén fue recuperada y perdida por cortos períodos, de 1229 a 1239 y de 1243 a 1244, pero finalmente los ejércitos de la cruz tuvieron que dejar la Tierra Santa en manos de los musulmanes. No fue hasta 1917, durante la primera guerra mundial, que los cristianos occidentales pudieron recuperar Jerusalén, reteniendo el control de la ciudad sólo por tres décadas.

El Imperio Otomano

La siguiente potencia en la región fue la de los turcos otomanos, quienes se apoderaron de Constantinopla en 1453 y destruyeron al decadente Imperio Bizantino, fundado por los romanos mil años antes. Los turcos, que son musulmanes pero no árabes, se apoderaron de Jerusalén en 1517 y dominaron el Medio Oriente durante los siguientes cuatro siglos.

Los otomanos se extendieron rápidamente por el sudeste de Europa hasta llegar a las puertas de Viena, antes de ser rechazados a fines del siglo xvii. En el siglo xix empezaron a declinar cuando ya no pudieron mantener su dominio en los Balcanes y el norte de África.

Por su parte, los árabes, resentidos en contra de los turcos, pacientemente esperaron la oportunidad de recuperar su independencia y los anteriores tiempos de gloria. Los hijos de Ismael volverían a hacerse notar.

LA CREACIÓN DEL NUEVO MEDIO ORIENTE

Por siglos los árabes no tuvieron un gobierno propio. No habían sido independientes desde que sus territorios fueron conquistados por los turcos otomanos a principios del siglo xvi. La mayor parte del mundo árabe permaneció bajo el Imperio Otomano hasta la primera guerra mundial. En el siglo XIX otras partes habían venido a ser colonias de países europeos a medida que iba menguando ese imperio.

Los árabes anhelaban una nación libre, independiente, cuyo idioma oficial fuera el de ellos. En el siglo xx lograron ser independientes, aunque no como una sola nación sino más de 20. Una gran frustración para el mundo árabe actual es el hecho de que existen 22 naciones árabes y muy pocas posibilidades de que haya verdadera unidad entre ellas.

Mientras fueron súbditos del sultán otomano, a principios del siglo XX, hubo paz en el mundo árabe. Pocos se hubieran imaginado cuánto habría de cambiar el Medio Oriente en las décadas siguientes. Ciertamente, como ya mencionamos, en el año 1900 esa región “carecía de importancia política”.

Lo que causó la modificación del mapa de esa región fue la primera guerra mundial. El asesinato del archiduque austríaco Francisco Fernando en Sarajevo el 28 de junio de 1914, fue lo que originó la guerra. En cuestión de semanas, todas las principales naciones europeas estaban envueltas en el conflicto. En la región de los Balcanes se habían presentado dificultades a medida que el Imperio Otomano se debilitaba y abandonaba sus territorios. El sentimiento nacionalista de varios grupos étnicos estaba agitando actitudes en contra del dominio extranjero, tanto del Imperio Austrohúngaro como de los turcos.

Al principio de la guerra no era claro qué partido tomarían los otomanos. Finalmente se decidieron por apoyar a Alemania y Austria en contra de la coalición formada por Inglaterra, Francia y Rusia. Esta decisión les resultó nefasta, pues en pocos años condujo a la caída del Imperio Otomano y del dominio que por siglos los turcos habían tenido en el mundo árabe.

Ahora, un siglo más tarde, todavía resulta difícil creer que el asesinato de un archiduque europeo poco conocido haya podido tener tan tremendas consecuencias, y que haya sido la mecha de un siglo de violencia sin fin. Pero ese disparo se oyó en todo el mundo y aún tiene repercusiones.

Aspiraciones nacionalistas y étnicas engendran cambios

Antes de este asesinato, las ambiciones nacionalistas ya estaban brotando en todo el continente europeo y en el Medio Oriente. Durante la época victoriana, el imperialismo había sido cosa común. En la Europa dominada por imperios multiétnicos, era evidente la aceptación del concepto de que una nación, generalmente considerada superior, pudiera gobernar otras menos capacitadas.

Muchos de esos imperios eran bastante benignos con los diversos grupos étnicos que vivían dentro de sus fronteras, dándoles gran libertad en muchos aspectos, incluso para operar sus propios negocios y prosperar. Pero cada vez era más intenso el deseo de tener sus propias patrias, en parte como resultado de las oportunidades educativas que promovían la lectura de literatura nacional, lo que inspiraba el sentimiento de identidad como nación.

Esta reanimación del sentimiento étnico no ocurrió sólo en Europa. El Medio Oriente era otra región donde la gente quería hacer realidad sus aspiraciones.

La inclinación de cada grupo étnico para buscar su independencia era algo que, en el siglo xx, tendría mucho que ver con el cumplimiento de la profecía de Jesús en Mateo 24. Cuando sus discípulos le preguntaron cuál sería la señal de su venida y del fin de esta era, una de las cosas que predijo fue una intensificación de las contiendas étnicas. En Mateo 24:7 leemos: “Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino . . .”. La voz griega de la que se tradujo “reino” es ethnos, de la cual proviene la palabra étnico.

Con la expansión de las instituciones democráticas en varias naciones, algunos grupos étnicos contaban con representantes en las capitales y podían promover su gestión por una mayor autonomía, aunque muchos querían la independencia total. Esta tensión fue una de las principales causas de la primera guerra mundial y un asunto muy importante en la subsiguiente conferencia de paz que se efectuó en París.

La conferencia de París dio origen al Tratado de Versalles, que a su vez condujo a la formación de nuevas naciones en todo Europa y el Medio Oriente. Desaparecieron los antiguos imperios, los cuales fueron remplazados por nuevas naciones más pequeñas, lo que vino a complicar más aún las relaciones internacionales. “La guerra para acabar con todas las guerras” se convirtió en “una paz que acabará con todas las paces”, como lo expresó un funcionario británico.

Se fragua la revolución árabe

Al comienzo de la primera guerra mundial, la Gran Bretaña era ya una gran potencia en el Medio Oriente. Inicialmente había tenido que entrar en la región con el fin de proteger su ruta hacia la India, su protectorado más valioso. Benjamín Disraeli, primer ministro británico que era de ascendencia judía, había logrado el financiamiento del canal de Suez, considerado como una arteria vital del imperio.

Los ingleses gobernaban Egipto, donde está situado el canal, pero no lo habían anexado como colonia. También gobernaban Adén, en el extremo sur de Arabia, y controlaban otros territorios estratégicos alrededor del golfo Pérsico.

Así que, cuando estalló la guerra, los ingleses estaban muy bien situados para apoyar una rebelión árabe en contra de los turcos, quienes eran aliados de Alemania, su enemigo. Esta revuelta árabe comenzó en el Hiyaz, la región costera de Arabia a lo largo del mar Rojo donde se encuentran La Meca y Medina, el 10 de junio de 1916, dos años después de empezar la primera guerra mundial. La revuelta estaba dirigida por el gran jerife de La Meca y dirigente del clan hachemita, Hussein ibn-Alí (1852-1931), descendiente de Mahoma a través de Hasán, bisnieto del profeta. Hussein era ancestro del actual monarca de Jordania, que también es hachemita.

Aunque resulta irónico, en esta revuelta los árabes se aliaron con los cristianos ingleses en contra de los musulmanes turcos, pero su deseo de tener una nación árabe independiente era lo más importante. Dos de los hijos del jerife comandaban los ejércitos árabes, subvencionados por los ingleses y asesorados en el campo de batalla por T.E. Lawrence, militar británico que luego fue conocido como Lawrence de Arabia.

Los árabes habían entendido que el triunfo significaría una nación árabe. Esto fue el resultado de la correspondencia que tuvieron Sir Henry McMahon, alto comisionado inglés en Egipto, y el jerife Hussein en 1915-1916. En una serie de 10 misivas confidenciales entre ambos, el jerife Hussein ofreció ayudar a los ingleses rebelándose en contra de los turcos, a cambio de la promesa de independencia para los árabes después de la victoria. Los ingleses estuvieron de acuerdo con eso, exceptuando algunas zonas, incluidas aquellas que estaban bajo el gobierno inglés.

La sublevación tuvo éxito. El 17 de octubre de 1917 los ejércitos aliados, bajo el mando del general inglés Allenby, invadieron Palestina; el 9 de diciembre ocuparon Jerusalén. Por primera vez desde que los cruzados habían sido vencidos en 1244, la ciudad estaba nuevamente en manos cristianas. Entonces, después de 400 años de paz bajo los otomanos, empezó un siglo de conflictos centrados en la Ciudad de la Paz.

Poco antes en ese mismo año, los ingleses se habían apoderado de Bagdad. Al año siguiente Damasco cayó en manos de los árabes. Tres días después entraron en la ciudad el general Allenby y el príncipe Faisal, hijo del jerife Hussein. Faisal, al frente de mil jinetes, fue aclamado por el pueblo, ahora liberado del dominio otomano y lleno de euforia por la posibilidad de un reino árabe independiente.

Después de la derrota de las potencias del Eje, los imperios alemán, austríaco y otomano se habían derrumbado. El Imperio Ruso —aliado con Gran Bretaña, Francia y, más tarde, con los Estados Unidos— ya había sucumbido al comunismo. El mundo nunca sería lo mismo. La primera guerra mundial señaló el fin del viejo orden.


Promesas contradictorias

En su afán por ganar la guerra, los ingleses habían hecho promesas contradictorias tanto a los árabes como a los judíos, así como a sus aliados franceses y rusos.

En noviembre de 1917, cuando la revuelta bolchevique triunfó en Rusia, los revolucionarios súbitamente se encontraron con documentos secretos del antiguo régimen zarista y del gobierno interino. Ellos hicieron del conocimiento público un documento llamado el acuerdo Sykes-Picot, debido a que había sido acordado secretamente entre Sir Mark Sykes, representante inglés, y Georges Picot, representante francés, en mayo de 1916. Este documento mostraba que los ingleses y los franceses tenían planes para repartirse entre ellos el Imperio Otomano, sin concederles territorio alguno a los árabes.

Durante el mismo mes, sólo unos días antes del triunfo bolchevique en Rusia, los ingleses habían publicado la famosa Declaración de Balfour, llamada así en honor de Sir Arthur James Balfour, ministro de Relaciones Exteriores. Esta declaración prometía el apoyo inglés para una patria judía en Palestina. Estas promesas contradictorias habrían de causarles interminables dificultades a los ingleses, y dificultades aún mayores a los árabes y a los judíos.

Los árabes habían luchado con los ingleses en contra de los turcos, ayudando a la derrota de las potencias de Europa central. Ellos, a cambio, esperaban el control absoluto de todos los territorios árabes (con excepción de los que ya se encontraban bajo el tutelaje colonial europeo, como Egipto, Adén y Argelia). Desde luego, esperaban que Arabia, Iraq, Siria y Palestina estarían directa y exclusivamente bajo su gobierno.

Palestina, el nombre actual de los antiguos territorios de las naciones bíblicas de Israel y Judá, frecuentemente llamada la Tierra Santa, había estado bajo el dominio islámico desde el siglo vii, a excepción de un breve período durante las cruzadas en el siglo XI. Los judíos podían vivir en Palestina, pero cualquier intento de formar un estado judío sería contrarrestado.

En la conferencia de paz en París, donde se firmó el Tratado de Versalles, los delegados árabes (y T.E. Lawrence) fueron traicionados cuando las fuerzas aliadas dividieron el Imperio Otomano en regiones bajo la tutela de los ingleses y los franceses. La recién formada Sociedad de Naciones explícitamente dio la autoridad a los ingleses para gobernar Palestina, Transjordania e Iraq. Los franceses recibieron la misma autoridad para gobernar Siria y el Líbano. Ni los judíos ni los árabes recibieron lo que se les había prometido, cuando menos no en ese entonces.

Los ingleses se retiran

Palestina resultó ser el problema mayor. Por cierto tiempo, los ingleses permitieron abiertamente la inmigración judía. Esto condujo a protestas por parte de los árabes, quienes, temerosos de que los judíos llegaran a hacerse políticamente fuertes, exigieron que se suspendiera la inmigración judía. Poco después de que los ingleses cedieran a estas instancias, se inició la segunda guerra mundial en la cual seis millones de judíos fueron muertos en el holocausto nazi. Cuando más se necesitaba, la ruta de escape hacia Palestina había sido cerrada.

El mapa político de Palestina continuó cambiando durante las tres décadas que estuvo bajo el gobierno inglés. Egipto recuperó su soberanía en 1922 e Iraq en 1932, aunque los ingleses continuaron ejerciendo gran influencia en ambas naciones. El Líbano recibió su independencia de Francia en 1941. Luego siguió Siria en 1946, el mismo año en que los ingleses decretaron un estado independiente palestino-árabe al dar la independencia a Transjordania, que en 1949 se convirtió en el Reino de Jordania.

Después del fin de la segunda guerra mundial en 1945, una exhausta Inglaterra empezó a reducir su imperio. En 1947 les otorgó la independencia a Paquistán y a la India. Al año siguiente se retiró de Palestina.

Los ingleses ya no pudieron mantener la paz entre árabes y judíos. El hotel Rey David, utilizado como cuartel general por el ejército inglés, había sido dinamitado por terroristas judíos, causando la muerte de casi 100 soldados. Como sucedió en el caso de la India, el pueblo inglés ya no quiso arriesgar la vida de sus soldados por mantener la paz entre fuerzas hostiles. Los ingleses notificaron a la recién formada Organización de las Naciones Unidas, sucesora de la Sociedad de Naciones, que en seis meses se retirarían de Palestina.

Nace el Estado de Israel

La Naciones Unidas decidieron dividir Palestina entre los árabes y los judíos, dejando a Jerusalén como una ciudad internacional. Los israelíes aceptaron el plan, mas los árabes lo rechazaron. Cuando salieron los ingleses, la noche de mayo 14-15 de 1948 los dirigentes judíos proclamaron el nacimiento de la independiente nación judía de Israel. En pocas horas, los ejércitos de cinco naciones árabes vecinas atacaron a Israel, decididas a destruir al naciente estado junto con su población de apenas medio millón de habitantes.

La guerra duró hasta principios del año siguiente, e Israel terminó con más territorio del que le había sido concedido por el decreto de la ONU. La mayoría de los árabes en esas regiones abandonaron sus tierras y desde entonces han vivido como refugiados en campamentos en el Margen Occidental del río Jordán, Gaza, Líbano, Siria, Jordania y Egipto. A los árabes que se quedaron en Israel se les concedió la ciudadanía en la nueva nación e, irónicamente, actualmente disfrutan de muchas más libertades personales que sus coterráneos en las naciones árabes.

Luego hubo más guerras. En 1956 Israel apoyó a los ingleses y a los franceses contra Egipto en un intento por recuperar el canal de Suez, del cual se había apoderado el gobierno revolucionario de Egipto. La intervención de los Estados Unidos obligó a las tres naciones a retirarse, lo que representó un gran estímulo al nacionalismo árabe.

Pocos años después, los franceses perdieron Argelia y dejaron de ejercer influencia en el Medio Oriente. Y para 1971 los ingleses se habían retirado completamente de la región. Fueron remplazados por los norteamericanos y los soviéticos, los dos antagonistas de la guerra fría que utilizaban naciones en el Medio Oriente como agentes o instrumentos para frustrar los intereses y ambiciones de unos y otros.

Se desvanecen antiguos imperios

Pero el nacionalismo árabe era incontenible. El afán por la unidad árabe permanecía firme en todo el Medio Oriente.

Y no sólo los árabes se estaban liberando del colonialismo europeo. En todo el mundo estaban apareciendo nuevas naciones como resultado del derrumbe de los imperios europeos después de la segunda guerra mundial. En la primera guerra mundial habían desaparecido los imperios europeos que dominaban grandes extensiones de Europa. Ahora les tocó a los imperios que tenían colonias en ultramar. Nunca antes había cambiado tan dramáticamente el mapa mundial.

Para visualizar la envergadura de este cambio, tengamos en cuenta que inmediatamente después del Tratado de Versalles en 1919 no había ninguna nación árabe independiente. Con excepción de Persia (Irán) y Afganistán —que no son árabes— no había ninguna nación islámica independiente.

El derrocamiento del sultán otomano había llevado al establecimiento de la república secular de Turquía; esto es, aunque el pueblo en su mayoría era islámico, el gobierno oficialmente permanecía al margen de la religión y se inclinaba hacia Occidente. Aunque Egipto era independiente desde 1922, su rey no era árabe y los ingleses dominaban la nación entre bastidores. Todas las demás regiones islámicas del mundo estaban bajo gobiernos europeos. Resulta bastante extraño, pero la mayor potencia islámica en ese tiempo era Inglaterra debido al hecho de que gobernaba el subcontinente índico, incluso lo que ahora constituye Paquistán, Bangladés y Sri Lanka.

En la actualidad existen 57 naciones islámicas, la mayoría gobernadas por musulmanes. Esto incluye 22 naciones árabes, las cuales controlan la mayor parte de las reservas conocidas de petróleo en el mundo, el líquido tan indispensable para la economía mundial. ¿Es, pues, de sorprenderse que el Medio Oriente y el islam repentinamente hayan venido a ejercer una influencia tan significativa en los asuntos del mundo?

RESURGE EL FUNDAMENTALISMO ISLÁMICO

El nombre que los árabes dan a las cruzadas es el de al-Salibiyyah, término al cual son extremadamente sensibles debido a que les recuerda las tremendas atrocidades que cometieron los europeos durante los dos siglos que estuvieron luchando para lograr el dominio católico sobre la Tierra Santa.

Para los árabes esas no fueron las únicas cruzadas. Ellos consideran que luego hubo otras dos cruzadas.

La cruzada que siguió fue en el tiempo de la colonia cuando el mundo árabe quedó bajo el dominio de los ingleses, los franceses y otras naciones europeas. Esto frustró el anhelo árabe de lograr la unidad y les causó un sentimiento de inferioridad debido a todo ese tiempo que no pudieron deshacerse de los europeos.

La cruzada actual es la que los extremistas consideran la más amenazadora para su sistema de vida. Es lo que algunos llaman el imperialismo norteamericano. Sin embargo, Estados Unidos nunca ha intentado colonizar ningún territorio árabe, como lo hicieron los ingleses y los franceses. Antes de constituirse en una nación libre, los estadounidenses tuvieron que luchar contra el gobierno colonial inglés bajo el cual vivieron originalmente. Así que ellos no tienen la tendencia de colonizar como lo hicieron los europeos en el siglo XIX.

No obstante, la cultura de los norteamericanos representa una amenaza para las costumbres tradicionales de todos los pueblos islámicos. Esta es la principal causa del resentimiento, o quizá odio, que algunos de ellos tienen hacia los Estados Unidos.

En parte, esto es el resultado del progreso tecnológico. La radio y la televisión han llevado la cultura occidental directamente a las casas de la gente en todo el mundo. Las películas norteamericanas están disponibles en casi cualquier rincón del globo terráqueo. Y, desafortunadamente, la imagen que presentan es la de una nación colmada de violencia e inmoralidad, lo cual no es así en muchas familias norteamericanas; pero los públicos extranjeros no saben eso. También presentan a mujeres independientes y muy ligeras de ropas, y niños que no muestran ningún respeto hacia sus padres; ambas cosas son altamente ofensivas para la moral islámica.

La preponderancia de la cultura occidental vino a empeorar las cosas en los últimos años con la introducción de la televisión por satélite. Ahora cada vez más personas pueden ver las películas y los programas de televisión, lo que ha aumentado el antagonismo hacia los norteamericanos.

Además, mucha gente en el mundo árabe puede ver en los noticieros de todas las noches, escenas del sufrimiento de los palestinos, de lo cual culpan a los Estados Unidos. Su análisis es sencillo y directo: los israelíes matan a los palestinos, EE.UU. apoya a Israel, por lo tanto, la culpa es de los Estados Unidos.

Debido a que muchos tienen la percepción de que EE.UU. es una nación violenta, la culpan por los actos de agresión. Las campañas militares de los Estados Unidos en contra de algunos musulmanes han enardecido más los sentimientos, pues son vistas como una actitud antiislámica.

No se tiene en cuenta el hecho de que hace algunos años los Estados Unidos y sus aliados apoyaron a los musulmanes en su lucha contra los serbios y los croatas en los Balcanes. Según lo consideran muchos en el mundo islámico, la liberación de Afganistán del tiránico régimen de los talibanes en 2001-2002 y la guerra contra Iraq para derrocar a Saddam Hussein en el 2003, fueron ataques en contra de compatriotas musulmanes. No debemos olvidar que en muchos países no existe la libertad de prensa, y los noticieros por lo general están controlados y son muy parciales. Esta es una realidad a lo largo del mundo árabe y musulmán.

Las raíces del fundamentalismo islámico

Todas estas circunstancias han favorecido el surgimiento del fundamentalismo islámico. Esto no es nada nuevo. En todas las religiones los fundamentalistas vienen y van, y así ha sucedido también en el islamismo y en el cristianismo nominal.

En el siglo XVIII, Ibn Abdul Wahhab (1703-1792) nació en lo que ahora es Riad en Arabia Saudita. Sus seguidores, que constituyen una secta suní, son conocidos como wahabíes. Siendo los más extremistas de todas las subdivisiones del islam, son violentos, intolerantes y fanáticos. Su fama en Arabia no se debió a las cruzadas europeas, sino a la decadencia de los sultanes otomanos. Ibn Abdul Wahhab estableció un país en la península Arábiga acorde con el patrón de la umma del siglo vii, una comunidad islámica que viviría conforme a la sharia o ley islámica.

El wahabismo aún es la religión que predomina en Arabia Saudita, y cuenta con muchos adeptos en las naciones del golfo Pérsico. De esta región procedían los terroristas que atacaron las torres del Centro Mundial de Comercio en Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Se dice que no todos los musulmanes son terroristas, pero todos los terroristas son wahabíes. Aunque esto es una exageración, lo cierto es que la mayoría de las mezquitas en los países occidentales son subvencionadas por los sauditas, con los imames que les enseñan a sus adherentes la interpretación wahabí del Corán. Desde el año 1801 los seguidores del wahabismo ya mataban a todos los que se les oponían; ese año atacaron la ciudad chií de Karbala, donde mataron a 2000 ciudadanos inocentes.

Sin embargo, el fundamentalismo no se limitaba a Arabia. Más adelante, durante el mismo siglo, los ingleses combatieron a un hombre que decía ser el mahdí en Sudán, otro extremista que quería unir a todos los árabes en una guerra santa en contra de los infieles que venían de Occidente. Los ingleses lo derrotaron y continuaron gobernando la región hasta después de la segunda guerra mundial.

El contraataque fundamentalista

En 1979 el fundamentalismo islámico se hizo sentir nuevamente en Occidente. En esa ocasión los Estados Unidos fueron el blanco principal, ya que su aliado más fuerte en la región fue derrocado por chusmas fundamentalistas. El sah de Irán había sido simpatizante de Occidente y, con la ayuda de EE.UU., había llegado a formar el ejército más poderoso en el golfo Pérsico, región petrolera de gran importancia financiera y estratégica para los países occidentales.

El sah fue derrocado por los seguidores del chií ayatolá Jomeini. Un grupo de estudiantes se apoderó de la embajada norteamericana en Teherán y mantuvieron decenas de empleados como rehenes durante 444 días. En Occidente hubo temor de que el fundamentalismo islámico se extendiera hacia otros países en la región.

Ese mismo año los soviéticos invadieron Afganistán. Unos años antes, en 1973, fuerzas rebeldes habían derrocado al rey y tiempo después el gobierno quedó en manos de partidarios de los comunistas. Pero cuando este gobierno también fue derrocado, Moscú intervino. Su intervención era una lucha costosa, prolongada y agobiadora que condujo directamente al derrumbe de la Unión Soviética en poco más de 10 años.

Los Estados Unidos, preocupados por los avances soviéticos en todo el mundo, ayudaron a los rebeldes afganos en contra de la dominación soviética. Por medio del gobierno musulmán de Paquistán, empezaron a suministrarles armas a los mujaidines afganos, guerrilleros comandados por Osama bin Laden. Al final, los soviéticos fueron derrotados, su nación se derrumbó y Afganistán vino a quedar bajo el control de los fundamentalistas suníes llamados talibanes (“estudiantes”, haciendo referencia a que fueron enseñados en seminarios coránicos, o madrasas). Con el derrumbe de la Unión Soviética, grandes territorios en la parte central de Asia se desligaron de Rusia y se declararon independientes como repúblicas islámicas, lo que aumentó el número de naciones que profesan el islamismo.

Los musulmanes fundamentalistas pronto llegaron a tener gran influencia en todo el mundo islámico, particularmente en la gente pobre, frustrada y disgustada con sus dirigentes, quienes vivían en la opulencia mientras ellos sufrían pobreza y opresión. Asimismo, en los países occidentales estos extremistas han logrado muchos seguidores entre la gente pobre y los que se encuentran en prisión. En todo el mundo árabe la gente se cansó de los gobiernos tiránicos que habían reemplazado a los corruptos reyes; y ahora los nuevos presidentes también fueron corruptos.

Los fundamentalistas pronto aprendieron que el poder no siempre puede adquirirse por la vía democrática. En Argelia ganaron las elecciones en 1992, reemplazando al gobierno nacionalista árabe que, 30 años antes, había dirigido una lucha por ocho años contra los franceses para lograr la independencia de Argelia. Después de esos 30 años, la situación económica de la gente sólo había empeorado e, irónicamente, muchos tuvieron que irse a Francia a fin de poder siquiera subsistir.

Al parecer, los fundamentalistas estaban mejor organizados y ciertamente eran más honrados, pero luego los militares intervinieron para terminar con el gobierno fundamentalista. Desde entonces, Argelia ha sufrido frecuentes atentados terroristas por elementos del fundamentalismo, y han sido muertos más de 100 000 argelinos. El apoyo de Francia a los militares sólo aumentó el resentimiento y la desconfianza en contra de Occidente; todo lo que decía Occidente acerca de la democracia pareció no funcionar a la hora de los hechos.

Oleada en contra de los Estados Unidos

Hacia fines del siglo pasado se intensificó el resentimiento contra EE.UU., ahora la fuerza occidental predominante y la única superpotencia que aún permanecía.

La guerra contra Iraq en 1991, encabezada por EE.UU., contó con gran apoyo de otras naciones árabes. El presidente iraquí Saddam Hussein había enviado sus ejércitos al vecino Kuwait para apoderarse de ese pequeño país del golfo Pérsico, gran productor de petróleo. Su pretexto para la invasión se remontaba a los días del Imperio Otomano, cuando lo que ahora es Kuwait formaba parte de una región administrativa del imperio que abarcaba gran parte de Iraq.

Los Estados Unidos y sus aliados vencieron a Iraq, pero persistía el temor de Saddam Hussein porque se sabía que Iraq contaba con armas de destrucción masiva, tales como armas biológicas y químicas, y que agresivamente buscaba producir armas nucleares. Cuando este temor llegó al punto de provocar la guerra contra Iraq en el 2003, EE.UU. se encontró con que muchos de los que habían sido sus aliados en la guerra anterior ya no lo apoyaban. La verdad es que el mundo había cambiado.

El gran momento crítico fue lo que sucedió el 11 de septiembre de 2001. Así como ocurrió 87 años antes con el asesinato del archiduque Francisco Fernando, esto habría de cambiar todo. Desde entonces, el mundo no ha sido el mismo.

Inmediatamente después de los atentados en Nueva York y Washington, cuando aviones secuestrados por terroristas fueron estrellados en el Centro Mundial de Comercio y el Pentágono (Ministerio de Defensa), el mundo en general se mostró compasivo hacia los Estados Unidos. Pero menos de un año después de que los norteamericanos respondieran con su guerra contra el terrorismo —demostrando su asombroso poderío militar en Afganistán y preparándose para posibles futuros conflictos con lo que el presidente George Bush llamó el “eje de maldad”— muchos consideraron que EE.UU. había cambiado de víctima a villano.

Los resentimientos reprimidos en contra del poderío militar más grande del mundo, junto con el temor de verse aislados y sufrir posibles represalias terroristas por apoyar a EE.UU., hicieron que se presentara un rechazo internacional al papel de EE.UU. como el policía del mundo. Otros, incluso algunos norteamericanos, empezaron a culpar a EE.UU. por lo que sucedió el 11 de septiembre, diciendo que había sido una justificada respuesta a la política exterior de esa nación.

En el año 2003, a los ojos de muchos musulmanes y sus gobernantes, los Estados Unidos estaban sentando un precedente al invadir Iraq para derrocar a Saddam Hussein. Los otros gobernantes en la región razonaron que si un presidente podía ser derrocado por el ejército estadounidense, lo mismo podría sucederles a ellos. Además, el enojo de la gente había aumentado al ver el sufrimiento de los palestinos en televisión.

El fundamentalismo islámico gana terreno

La amenaza del terrorismo islámico contra EE.UU. ya era evidente mucho antes de los atentados del 11 de septiembre. Un artículo publicado en la revista Foreign Affairs [“Asuntos del exterior”] en su número de noviembre-diciembre de 1998 comenta acerca de una proclamación que hicieron contra Occidente Osama bin Laden y algunos de sus seguidores (ver “La ira se intensifica después de la guerra de 1991”, p. 22).

Exigían la retirada de las tropas norteamericanas de Arabia Saudita, la tierra de La Meca y Medina, las dos ciudades más sagradas del islam. También pedían que se suspendiera el bombardeo de Iraq y las sanciones que la ONU le había impuesto a ese país después de la guerra del golfo Pérsico. Además, criticaban duramente el apoyo norteamericano de Israel en contra de los palestinos. (Después de la victoria en la guerra contra Iraq, EE.UU. respondió a estas quejas al anunciar que retiraría sus tropas de Arabia Saudita, suspendería las sanciones contra Iraq y buscaría un nuevo plan de paz para Israel y los palestinos.)

Después del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos sufrió más reveses a medida que los fundamentalistas islámicos obtenían mayores ventajas en otros países. En Paquistán, el presidente Pervez Musharraf, quien apoya a Washington en su lucha contra el terror, vio cómo su pueblo elegía una administración islámica, aunque él aún retuvo el mando general sobre el país.

Sorprendentemente, y casi 80 años después de derrocar al sultán y declararse como una república islámica, Turquía, en las elecciones de noviembre del 2002, eligió un partido cuya mayoría es islámica. También en otras naciones de la región los fundamentalistas han obtenido ventajas.

El presidente de Egipto Anwar Sadat fue asesinado en 1981 por fundamentalistas islámicos. Quince años después, con el fin de sabotear la economía nacional al destruir la industria del turismo, masacraron a turistas extranjeros que visitaban algunos de los antiguos monumentos de Egipto.

En Indonesia, la nación islámica más numerosa, los fundamentalistas han estado matando cristianos; y a fines del 2002 en la isla hindú de Bali mataron a casi 200 turistas occidentales en un atentado con dinamita; la mitad de ellos eran australianos.

En la India y en la parte de Cachemira que está bajo su jurisdicción, los musulmanes fundamentalistas han atacado tanto a hindúes como a cristianos, con la clara intención de provocar una guerra entre la India y Paquistán, ambos poseedores de armas nucleares.

También en África el fundamentalismo islámico ha dejado su huella. En Sudán, los musulmanes del norte hostigan constantemente a los cristianos del sur, incluso llevándose a miles de ellos como esclavos. En las zonas musulmanas del norte de Nigeria se ha establecido la ley sharia, y el nombre más común dado a los niños nacidos después del 11 de septiembre de 2001 ha sido Osama, en honor de Osama bin Laden.

Un factor que influye en el auge del fundamentalismo islámico es el índice de natalidad en las naciones islámicas. En la mayoría de los países pobres, la mitad de la población son jóvenes, ya que las familias suelen tener de seis a ocho hijos. Mucha gente joven no puede encontrar empleo, debido a que las políticas económicas de estas naciones suelen restringir los negocios en lugar de impulsarlos.

Los hombres jóvenes no pueden casarse por no tener los medios necesarios para sostener una familia. La promesa de que el morir como mártires en un acto de yihad o guerra santa les dará, instantáneamente, la posibilidad de tener varias mujeres vírgenes, les resulta tentadora, así que creen que no tienen nada que perder si se sacrifican en aras de los propósitos islámicos. Como incentivo adicional, algunos gobiernos islámicos les han ofrecido miles de dólares para su familia, una fabulosa cantidad para quienes viven en los campos de refugiados.

Dilema para Occidente

No obstante, la pobreza no es la causa principal del problema. La mayoría de los suicidas que llevaron a cabo los atentados terroristas del 11 de septiembre provenían de familias adineradas, y Osama bin Laden mismo es de una de las familias más ricas de Arabia Saudita. Muchos otros factores han contribuido al surgimiento del fundamentalismo islámico y sus actos de terrorismo; entre ellos están el conflicto entre los israelíes y los palestinos, y la influencia de la cultura occidental.

A la larga, aumentar la intervención de los norteamericanos en la región sólo atizará más el fuego del fundamentalismo. De ninguna de las naciones árabes se puede decir que sea políticamente estable; todas corren el riesgo de caer en manos de los fundamentalistas. De hecho, EE.UU. se encuentra en una situación en la que no puede ganar. Las tropas norteamericanas pueden ganar la guerra, pero parece que no podrán ganar una paz efectiva.

Otro problema que tienen Estados Unidos y otros países, especialmente los de Europa occidental, es la presencia de fundamentalistas islámicos dentro de sus propias fronteras, debido principalmente a los cambios de las leyes de inmigración que se han efectuado desde la segunda guerra mundial. Resulta interesante el hecho de que mientras la mayoría de los países occidentales han permitido la inmigración de musulmanes, dándoles la oportunidad de hacerse ciudadanos, ningún país islámico permite que gente proveniente de naciones cristianas pueda residir permanentemente y obtener la ciudadanía a menos que se convierta al islam. Los musulmanes se dan cuenta de que su religión y el liberalismo occidental son incompatibles.

Que surjan más conflictos entre el mundo islámico y el occidental es algo inevitable, y fue profetizado en la Biblia.

GUERRA Y PAZ EN EL MEDIO ORIENTE

Jerusalén continúa siendo la ciudad más disputada sobre la faz de la tierra. En su larga historia ha sido invadida más de 20 veces. La tierra a donde Dios envió a Abraham hace cerca de 4000 años se encuentra en la intersección de tres continentes. También es territorio santo para tres religiones.

Hace más de 2500 años Dios le reveló al profeta Daniel que la tierra de su pueblo sería disputada por siglos (como se explica en el tercer capítulo de esta publicación). Es interesante notar que hay un “vacío” largo en la profecía en que Daniel pudo predecir lo que habría de acontecer siglos después de su tiempo. Para entender eso, necesitamos repasar nuevamente el capítulo 11 de su libro.

Como se explicó antes, los primeros 35 versículos de este capítulo son un relato exacto y detallado de lo que le sucedería al pueblo de Judá, atrapado en una lucha entre la dinastía de los tolomeos de Egipto al sur y los seléucidas de Siria al norte. Los dirigentes de estos imperios eran descendientes de generales al servicio de Alejandro Magno, quien también fue profetizado en el libro de Daniel.

(En una interesante anotación histórica, Josefo, historiador judío del primer siglo, habla de un encuentro entre Alejandro Magno y el sumo sacerdote judío en Jerusalén, quien le hizo saber que su venida había sido profetizada por Daniel ¡dos siglos antes de que Alejandro naciera! Ver Antigüedades de los judíos, 11:8:5.)

Lo registrado en los versículos 36-39 parece dar un salto en el tiempo. Como se explicó antes, los versículos 32-35 aparentemente se refieren a los fieles macabeos, quienes no dejaron las leyes de Dios por las costumbres paganas de los griegos. No obstante, estos mismos versículos parecen tener un significado dual, ya que el grupo al que se hace referencia en el versículo 35 continúa hasta “cuando llegue la hora final” (NVI), lo que significa que están incluidos todos los fieles seguidores de Cristo, su iglesia.

En el versículo 36 el relato continúa, pero ¿en qué momento? Debido a que en el versículo 40 claramente se hace referencia “al cabo del tiempo”, o como lo traduce la Nueva Versión Internacional, “cuando llegue la hora final”, es probable que los versículos 36-39 tengan que ver con toda la historia del rey del norte desde el tiempo de los macabeos y los comienzos del la iglesia primitiva hasta el tiempo del fin (así como el versículo 35 parece abarcar desde la antigüedad hasta el tiempo del fin).

Y ¿quién fue el rey del norte en aquella época? En el año 65 a.C. la Siria seléucida fue absorbida por el Imperio Romano. Así, ese imperio vino a ser el rey del norte. Los versículos 36-38 parecen referirse a los hechos de los emperadores romanos y sus sucesores, continuando a lo largo de los siglos hasta el último gobernante en el tiempo del fin, como lo veremos.

Aunque la dualidad de la profecía ayuda a ampliar el marco cronológico, siendo el propio Antíoco Epífanes un tipo de este gobernante del tiempo del fin, podríamos preguntarnos por qué hay esos saltos cronológicos tan grandes.

Para que se cumpliera la profecía, tenía que crearse el Estado de Israel

¿Por qué existe una laguna cronológica en la profecía de Daniel entre el mundo antiguo y el mundo actual —un período de no menos de 2000 años— con sólo escasas y breves menciones de los sucesos durante todo ese tiempo? La respuesta es sencilla: Por casi 2000 años no existió nación judía en el Medio Oriente. Pero su restauración en 1948 ha hecho que el asunto de los reyes del norte y del sur vuelva a ser pertinente al pueblo judío en la Tierra Santa.

Las profecías acerca del tiempo del fin no podrían cumplirse sin que los judíos volvieran a su suelo natal. Aunque la nación es llamada Israel, hay que recordar que las 10 tribus que formaban el reino conocido como Israel fueron llevadas en cautiverio a Asiria más de un siglo antes de que Judá (formado por las tribus de Judá y Benjamín, junto con una buena parte de la tribu de Leví) fuera invadida y su gente llevada a Babilonia.

Muchos de los judíos volvieron de la cautividad, pero las 10 tribus aparentemente desaparecieron. En la Biblia leemos que a su tiempo todas las tribus de Israel volverán a la Tierra Prometida, pero hasta ahora sólo la tribu de Judá, o cuando menos una parte de ella, ha vuelto a establecerse en su territorio original.

En el libro profético de Zacarías vemos que Jerusalén y Judá (los judíos que integran el moderno Estado de Israel) son el punto focal de la conflagración mundial que se desatará inmediatamente antes del retorno de Jesucristo. Pero este acontecimiento profetizado no podría haberse cumplido sin la restauración física de Judá (llamada ahora Israel), en alguna forma, en la Tierra Santa antes del tiempo del fin.

Leamos en Zacarías 14:3-5 acerca de esta profecía del retorno de Jesucristo:

“Entonces saldrá el Señor y peleará contra aquellas naciones, como cuando pelea en el día de la batalla. En aquel día pondrá el Señor sus pies en el monte de los Olivos, que se encuentra al este de Jerusalén, y el monte de los Olivos se partirá en dos de este a oeste, y formará un gran valle, con una mitad del monte desplazándose al norte y la otra mitad al sur. Ustedes huirán por el valle de mi monte…” (NVI). Es obvio que el cumplimiento de esta profecía aún está en el futuro.

El versículo anterior muestra que la gente tendrá que huir de Jerusalén porque nuevamente será escenario de terrible conmoción. “Yo reuniré a todas las naciones para combatir contra Jerusalén; y la ciudad será tomada, y serán saqueadas las casas, y violadas las mujeres; y la mitad de la ciudad irá en cautiverio, mas el resto del pueblo no será cortado de la ciudad” (v. 2).

Previamente, en Zacarías 12:2-3, el profeta anotó lo que Dios había dicho sobre esto mismo: “He aquí yo pongo a Jerusalén por copa que hará temblar [embriagará] a todos los pueblos de alrededor contra Judá, en el sitio contra Jerusalén. Y en aquel día yo pondré a Jerusalén por piedra pesada a todos los pueblos; todos los que se la cargaren serán despedazados, bien que todas las naciones de la tierra se juntarán contra ella”.

Judá (los israelíes, quienes en su mayoría son judíos) está destinada a ser el centro mismo de los acontecimientos del tiempo del fin. Las naciones que vengan contra ella estarán tan emocional e ideológicamente influenciadas que no podrán pensar cuerdamente (debido al temblor, o embriaguez, como lo traduce la Nueva Versión Internacional). Ya en la actualidad, algunas naciones están obstinadas en hacer desaparecer la patria de los judíos, Israel.

Otro profeta habla de la caída del Israel del tiempo del fin (los descendientes de las 10 tribus perdidas del norte) junto con Judá (los judíos), aparentemente en el mismo mes, un acontecimiento que nunca se presentó en la historia antigua. En Oseas 5 se habla acerca de esto. Reprochándoles a Israel y a Judá su constante idolatría, Dios dice: “La soberbia de Israel le desmentirá en su cara; Israel y Efraín tropezarán en su pecado, y Judá tropezará también con ellos . . . Contra el Eterno prevaricaron…ahora en un solo mes serán consumidos ellos y sus heredades” (vv. 5, 7).

La lucha continúa

Ahora podemos entender más claramente por qué la lucha entre los reyes del norte y del sur se reanudará “al cabo del tiempo” (Daniel 11:40).

El versículo continúa explicando cómo “el rey del sur contenderá con él [el rey del norte]; y el rey del norte se levantará contra él como una tempestad, con carros y gente de a caballo, y muchas naves [símbolos de actividad militar]; y entrará por las tierras, e inundará, y pasará”.

Resulta claro que en el tiempo del fin el Medio Oriente nuevamente se encontrará nvuelto en una situación muy grave, sólo que esta vez será la peor de todas las que hasta entonces se hayan presentado.

Y una vez más, esta profecía no podría tener cumplimiento hasta que desapareciera el Imperio Otomano y que todos esos territorios árabes que formaban parte de él fueran divididos en lo que son las naciones del Medio Oriente actual.

Vimos anteriormente que la frase “rey del norte” aplicada en la antigüedad a la dinastía seléucida de Siria, y el “rey del sur” se refería a la dinastía tolemaica en Egipto. Pero ¿a quién podrían referirse estas expresiones en nuestro tiempo o en el tiempo del fin? No parece probable que pudieran referirse al Egipto y Siria actuales, pues ahora ambas son naciones árabes hermanadas por el islamismo. Además, aunque dentro de su respectiva región ambas son relativamente fuertes, no cuentan con el poder militar necesario para cumplir esta profecía.

Como ya se explicó antes, el Imperio Romano absorbió Siria y desde entonces vino a ser el rey de norte. Pero ¿acaso no desapareció ese imperio en la antigüedad?

Parte de la clave para entender este pasaje es tener en cuenta que el centro de la profecía son la Tierra Santa y Jerusalén, dadas históricamente a los hijos de Israel. Los “reyes” a quienes se hace referencia son dos poderosos dirigentes que vendrán de las regiones del norte y del sur y lucharán por dominar la región, hollando en su ataque a todo Judá.

Hace un siglo nadie hubiera podido entender muchas de las profecías relacionadas con esta parte del mundo debido a que el Imperio Otomano gobernaba los lugares donde ahora moran los principales contendientes en el conflicto del Medio Oriente. Este hecho nos ayuda a entender lo que Dios le dijo a Daniel al final de su profético libro: “Anda, Daniel, pues estas palabras están cerradas y selladas hasta el tiempo del fin” (Daniel 12:9). Para Daniel, quien vivió en el sexto siglo a.C., habría sido imposible entender los asombrosos cambios que conducirían a la problemática situación que se vive actualmente en el Medio Oriente.

Así como las naciones actuales de Israel, Egipto, Iraq y Siria no existían hace un siglo, así los últimos reyes del norte y del sur no han aparecido aún. Pero en la Biblia se nos anuncia lo que podemos esperar.

Tanto en el libro de Daniel como en el Apocalipsis leemos que otra superpotencia aparecerá al final de esta época. En el capítulo 17 del Apocalipsis encontramos más pormenores acerca de esta potencia del tiempo del fin. Tal como Daniel vio varias bestias que representaban las potencias que vendrían, así el apóstol Juan vio la visión de otra bestia que habrá de dominar el mundo precisamente en el tiempo del fin (v. 3).

De acuerdo con la explicación que el ángel le dio a Juan, los 10 cuernos mencionados aquí representan 10 gobernantes que tendrán autoridad “por una hora” (esto es, por poco tiempo) junto con el dirigente principal a quien también se le llama “la bestia” (Apocalipsis 17:12-13). Veamos la época en que esto habrá de acontecer: “Pelearán contra el Cordero [Jesucristo a su retorno], y el Cordero los vencerá…” (v. 14). Por tanto, esta es una profecía para el futuro, y se refiere precisamente al retorno de Jesucristo.

Pero estos no son los únicos personajes significativos del tiempo del fin. Un dirigente religioso representado por otra bestia, que “tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero, pero hablaba como dragón” (Apocalipsis 13:11), desempeñará un papel sobresaliente en esta unificación de naciones en el tiempo del fin. Jesucristo es el verdadero Cordero de Dios (Juan 1:29, 36; Apocalipsis 5:8-9; 19:7-9), así que este dirigente aparentemente se llamará a sí mismo cristiano. Pero en realidad será un instrumento del “gran dragón…que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero” (Apocalipsis 12:9).

La “bestia” que se menciona en Apocalipsis 17 es una continuación de las cuatro bestias de Daniel 7. Como vimos antes, cuando Daniel estuvo cautivo en Babilonia escribió acerca de la visión que tuvo de “cuatro bestias grandes” (v. 3), las cuales representaban sendos imperios gentiles que dominarían el Medio Oriente, lo cual afectaría grandemente al pueblo de Dios. En orden cronológico fueron los imperios de Babilonia, Medopersia, Grecia (el de Alejandro Magno) y el Musulmán (no Roma).

Los esfuerzos para hacer revivir el Imperio Musulmán tendrán un éxito impresionante en el tiempo del fin. Está profetizado que en ese tiempo un imperio sucesor restablecerá la unidad árabe que el antiguo Imperio Musulmán tuvo. Este imperio estará vigente en el momento en que el Señor Jesucristo regrese para establecer el Reino físico de Dios en la tierra (vv. 9-14).

La cuarta bestia mencionada en Daniel 7 existirá al tiempo del retorno de Jesucristo, lo mismo que la bestia que mencionó el apóstol Juan en Apocalipsis 17; por eso, en ambas profecías se habla del resurgimiento del Imperio Musulmán en el tiempo del fin. Esta es la otra clave para entender la profecía. Los reinos del norte y del sur tienen que ver con potencias sucesivas. El Imperio Musulmán ha resurgido en diferentes formas a lo largo de los siglos, y aún falta un resurgimiento más.

Este último renacimiento del Imperio Musulmán, al igual que el primero, tendrá su sede en el Medio Oriente. Ya se puede ver su embrión en lo que ahora se conoce como la Unión o Alianza Árabe. Esto no quiere decir que todos los países que integran actualmente esta alianza serán parte de su configuración final, pero los que decidan ser parte formarán una potente fuerza militar que buscará regir el Medio Oriente.

Este rey del norte del tiempo del fin mencionado en Daniel 11 parece ser el último gobernante de esta superpotencia europea del tiempo del fin, y en Apocalipsis 17 es mencionado como “la bestia”.

El último rey del sur

Para poder entender quién podría ser el rey del sur, primeramente debemos tener algún conocimiento acerca de la historia y forma de pensar de la gente en esa región.

Desde el punto de vista islámico, el mundo se divide en dos territorios: dar al-Islam, que quiere decir “la tierra del islam”, y dar al-harb, que significa “la tierra de los infieles” o “la tierra de contienda”. Refiriéndose a Alá, el Corán dice: “Él es Quien ha mandado a Su Enviado con la Dirección y con la religión verdadera para que prevalezca sobre toda otra religión, a despecho de los asociadores” (Sura 61:9; www.intratext.com). Un aspecto primordial de las enseñanzas islámicas es que el islam terminará siendo la religión que predominará en todo el mundo.

Recordemos también que el sueño de los árabes es lograr la unificación. Las tribus árabes, que antaño peleaban entre sí, fueron unificadas por Mahoma por medio de una religión nueva, el islamismo. La umma, la comunidad islámica, ha sido su sueño constante desde hace muchos siglos. No obstante, después de 750 años los hijos de Ismael aún no se han unido. En los últimos 50 años tan sólo han podido independizarse de gobiernos extranjeros. El sueño, aunque persiste, aún no se ha hecho realidad.

Por algún tiempo, después de la revolución egipcia en 1952, el presidente Nasser fue una inspiración para la unificación árabe, y muchos pensaron que la lograría. En tiempos más recientes, Saddam Hussein pensó lo mismo, queriendo unificar al mundo árabe en contra de los Estados Unidos e Israel.

Remontándonos a una época anterior, Muhammad Ahmad Ibn el Sayed (1844-1885), de Sudán, se proclamó a sí mismo como el mahdí (“el divinamente inspirado”), el mesías islámico que habría de unificar a los musulmanes y derrotar a los infieles. No tuvo éxito, pero logró mejores resultados que los otros gobernantes en unir a los árabes. Otra cosa que también debemos tener en cuenta es que muchos musulmanes creen que está profetizado que en una época turbulenta aparecerá otro mahdí que restablecerá la fe islámica y asegurará su triunfo final sobre todas las demás religiones.

En tiempos más recientes Osama bin Laden vino a ser el sucesor espiritual del mahdí sudanés y logró un considerable éxito en la unificación de los musulmanes en contra de Occidente. A dondequiera que uno vaya en el mundo islámico, bin Laden es el héroe admirado en el que confían para darles el triunfo final.

Así como los seguidores de Mahoma derrotaron a las dos grandes potencias de aquel tiempo, Bizancio y Persia, así han deseado Osama bin Laden y sus seguidores derrotar a las dos superpotencias de la época actual. Una, la Unión Soviética, se derrumbó en 1991; su caída se debió en gran parte a los guerrilleros afganos, comandados por bin Laden, quienes vencieron a los soviéticos en Afganistán.

Los atentados del 11 de septiembre de 2001 demostraron cuán expuesta está al terrorismo la otra superpotencia, los Estados Unidos. Las repetidas advertencias provenientes de Washington han dejado muy claro que la nación permanece expuesta a atentados terroristas que bien pueden ser más devastadores que los primeros.

El rey del sur del tiempo del fin aparecerá para desafiar a Occidente y atacará al rey del norte. Quienquiera que pueda ser este rey del sur —ya sea un individuo admirado como Osama bin Laden, o un dirigente político como lo fueron Gamal Abdel Nasser y Saddam Hussein, o un dirigente religioso como el ayatolá Jomeini o el profetizado mahdí— provocará esta última conflagración en contra de Occidente. Este alguien, quizá en un intento más por lograr la unificación árabe e islámica, sin quererlo, originará una avalancha de acontecimientos que llevarán a la humanidad casi al punto de su exterminio antes de que Jesucristo lo impida a su retorno.

La guerra culminante

Volviendo a Daniel 11 vemos que los ejércitos de estos dos dirigentes del tiempo del fin, el rey del norte y el rey del sur, se atacarán: “Cuando llegue la hora final, el rey del sur trabará combate contra el rey del norte, pero éste responderá a su ataque con carros y caballos y con toda una flota de barcos de guerra. Invadirá muchos países, y los arrasará como una inundación” (v. 40, NVI).

Resulta evidente, pues, que este dirigente del sur atacará al del norte de tal manera que suscitará una gran invasión militar del Medio Oriente. Teniendo en cuenta la forma en que los fundamentalistas han atacado a las potencias occidentales en los últimos años, es posible que la expresión “trabará combate” se refiera a una secuencia de graves atentados terroristas contra algunos objetivos europeos. De este versículo en adelante ya no se menciona específicamente al rey del sur; nada se dice con respecto a lo que le sucede.

En este mismo capítulo se muestra que el rey del norte, la potencia musulmana/árabe descrita como la bestia, será quien vencerá invadiendo la Tierra Santa y muchas otras comarcas, entre las cuales se mencionan Egipto, Libia y Etiopía, como leemos en los versículos 41-43. (Debemos tener en cuenta que estos nombres bíblicos de personas y lugares tal vez no correspondan exactamente a las naciones de hoy, aunque los territorios generales son los mismos.)

Los dos primeros “ayes”

“Pero noticias del oriente y del norte lo atemorizarán, y saldrá con gran ira para destruir y matar a muchos” (Daniel 11:44). Estos hechos del rey del norte del tiempo del fin parecen estar relacionados con la quinta trompeta o “primer ay” de Apocalipsis 9:1-11, ya que tanto las fuerzas que traen el primer ay como la “bestia” se describen como subiendo del abismo (vv. 1-2; 11:7; 17:8). (Si desea más información al respecto puede solicitar nuestro Comentario del Apocalipsis.)

Cuando el Apocalipsis fue escrito, la frontera oriental del Imperio Romano era el río Éufrates, que nace en Turquía y atraviesa Siria e Iraq antes de desembocar en el golfo Pérsico. Las naciones mencionadas en los últimos versículos de Daniel 11 se encuentran muy al occidente de este río. Pero en los acontecimientos profetizados en el Apocalipsis para el tiempo del fin, este río es un significativo punto geográfico.

Leamos Apocalipsis 9:13-16: “El sexto ángel tocó la trompeta, y oí una voz de entre los cuatro cuernos del altar de oro que estaba delante de Dios, diciendo al sexto ángel que tenía la trompeta: Desata a los cuatro ángeles que están atados junto al gran río Éufrates. Y fueron desatados los cuatro ángeles que estaban preparados para la hora, día, mes y año, a fin de matar a la tercera parte de los hombres. Y el número de los ejércitos de los jinetes era doscientos millones. Yo oí su número”.

Aquí podemos ver que la sexta trompeta (y el segundo ay) representa un gigantesco ejército de 200 millones de soldados que, según lo que leemos en este pasaje, matarán a la tercera parte de la humanidad. Es obvio que esto significa que habrá tremendos combates entre el mundo espiritual y el natural, donde las tropas del rey del norte, el gigantesco ejército proveniente de las regiones a lo largo o más allá del río Éufrates, jugarán un rol protagónico.

Estas regiones, al sentirse amenazadas por una ocupación significativa de tropas que invadirán el norte de África y el moderno Estado de Israel, reclutarán ejércitos para combatirlas.

¿Qué naciones se unirán para formar semejante ejército?

La presencia de tropas no islámicas (infieles) en tierra islámica ha sido motivo de contiendas en la región desde el tiempo de las cruzadas hace casi mil años. La presencia en el Medio Oriente de tropas del revivido Imperio Musulmán —la profetizada bestia, sucesor espiritual de las cruzadas— sin duda alguna provocará una vez más confrontación y derramamiento de sangre.

Es probable que este gigantesco ejército este conformado por una fuerza islámica multinacional integrada por algunos o todos los países islámicos al norte y al oriente del río Éufrates. Esto incluiría naciones como Turquía, Siria, Iraq, Irán, Paquistán, Afganistán y hasta gente de la India (cuya población musulmana es la más grande, después de Indonesia, aunque la mayoría de sus ciudadanos son hindúes).

Más al norte y al oriente de la Tierra Santa se encuentran las naciones islámicas relativamente nuevas que se formaron después de la caída de la Unión Soviética: Azerbaiyán, Turkmenistán, Tayikistán, Kazajistán, Uzbekistán y Kirguistán. La población mundial musulmana llega a 1300 millones, la mayoría de los cuales se encuentran en esa amplia zona geográfica.

Preparativos para el Armagedón

Luego, como parte de la progresión de acontecimientos que seguirá al toque de la séptima trompeta de Apocalipsis 11:15, se menciona nuevamente el río Éufrates: “El sexto ángel derramó su copa sobre el gran río Éufrates; y el agua de éste se secó, para que estuviese preparado el camino a los reyes del oriente” (Apocalipsis 16:12).

Tampoco hay una indicación clara de quiénes son estos reyes o sus ejércitos, y sólo sabemos que vienen del oriente del Éufrates. Como en el caso del ejército de 200 millones de soldados, parece que este ejército estará formado principalmente por gente del mundo musulmán o de China, Rusia y sus aliados. O también podría ser un ejército integrado por algunos de estos países o de todos ellos. De hecho, bien podría tratarse del ejército mencionado en Apocalipsis 9, aunque, siendo un acontecimiento diferente, no necesariamente tiene que ser así.

Para empeorar más la situación, leemos que algunos “espíritus de demonios…hacen señales, y van a los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso…en el lugar que en hebreo se llama Armagedón” (Apocalipsis 16:14-16).

A fin de cuentas, no importa saber concretamente qué naciones ni en qué momento entrarán en esta progresiva guerra mundial, pues en Apocalipsis 16:14 se nos dice que “los reyes de la tierra en todo el mundo” se congregarán en el Medio Oriente para una batalla final. Tal parece que, en algún momento, se enfrentarán todas las potencias orientales antes mencionadas.

Comoquiera que sea, todo parece indicar que las potencias restantes serán, hasta cierto punto, arrastradas hacia esta vorágine destructiva, así como sucedió en las dos grandes guerras mundiales del siglo XX. Pero irónicamente, todo esto forma parte del plan de Dios y es definitivamente necesario para que por fin pueda haber paz en esta caótica región.

El Señor Jesucristo interviene para salvar a la humanidad

Todos estos desplazamientos, contiendas y destrucción —que causarán la muerte de no menos de la tercera parte de la humanidad (Apocalipsis 9:15, 18)— son el preludio al retorno de Jesucristo, quien tendrá que venir a salvar a la humanidad de esta hecatombe final. La realidad es que si no lo hiciera, no quedaría un solo ser humano con vida. Como él mismo lo dijo cuando habló de su retorno a la tierra: “Si no se acortaran aquellos días, nadie escaparía con vida…” (Mateo 24:22, Nueva Biblia Española).

Mas cuando regrese, la gente no lo aceptará instintivamente. Como ya vimos, 10 reyes junto con la bestia pelearán contra Él (Apocalipsis 17:14).

En Apocalipsis 16:16 leemos que esos ejércitos se reunirán “en el lugar que en hebreo se llama Armagedón”. Armagedón es la voz griega con que se tradujo el nombre hebreo de Har Meggidon, que significa loma o monte de Meguido, pueblo antiguo a unos 90 kilómetros al norte de Jerusalén y a 25 del mar Mediterráneo. Domina sobre una vasta llanura conocida como el valle de Jezreel o de Esdraelón.

Sin embargo, no se librará allí la batalla final. Más bien parece que será el lugar donde se reunirán las tropas que pelearán contra Jesucristo. La batalla misma se llevará a cabo en el valle de Josafat, cerca de Jerusalén, como lo profetizó uno de los antiguos siervos de Dios: “Porque he aquí que en aquellos días, y en aquel tiempo en que haré volver la cautividad de Judá y de Jerusalén, reuniré a todas las naciones, y las haré descender al valle de Josafat…Juntaos y venid, naciones todas de alrededor, y congregaos…porque allí me sentaré para juzgar a todas las naciones de alrededor” (Joel 3:1-2, 11-12). De hecho, el nombre hebreo Josafat quiere decir “juicio de Dios” o “Dios ha juzgado”.

En Apocalipsis 19:11-16 se nos habla de lo que sucederá luego: “Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas…”. Esta es una descripción de Jesucristo a su retorno, quien entonces ejecutará el juicio de Dios sobre este mundo rebelde y pecador, y sobre todos los que se le opongan.

“Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: El Verbo de Dios. Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones…Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: Rey de Reyes y Señor de Señores” (vv. 13-16). En los versículos 17-18, 21 y en Zacarías 14:12 se describe lo que les pasará a todos los que confronten a Jesucristo. Finalmente, y como siempre ha ocurrido, toda oposición en contra del plan de Dios resultará inútil.

Paz por fin

Después de tanta muerte y destrucción, y siglos de constante conmoción y guerras en el Medio Oriente, tratemos de imaginarnos lo distinto que será todo con el retorno de Jesucristo.

Judíos, cristianos y musulmanes no sólo tienen un mismo ancestro espiritual en Abraham; los seguidores de las tres religiones esperan, de diferentes maneras, un Mesías. Sólo cuando venga el verdadero Mesías podrá empezar a vivir en armonía toda esta gente. Desprovistos de creencias diferentes, y finalmente entendiendo y valorando los lazos sanguíneos que hay entre ellos, podrán, bajo la dirección de Jesucristo, colaborar para resolver sus desavenencias.

En uno de los libros proféticos encontramos que, al hablar de ese tiempo, Dios dijo: “De aquí a poco yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca; y haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas naciones…” (Hageo 2:6-7). “El Deseado de todas naciones” es el Mesías prometido, la esperanza de estas tres religiones.

Mencionado como el “Príncipe de paz” en Isaías 9:6, Jesucristo establecerá su gobierno en la tierra con Jerusalén como la capital. “Acontecerá en los postreros tiempos que el monte [símbolo profético de gobierno] de la casa del Eterno será establecido como cabecera de montes [sobre todos los gobiernos de la tierra]…y correrán a él los pueblos. Vendrán muchas naciones, y dirán: Venid, y subamos al monte del Eterno, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus veredas; porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Eterno” (Miqueas 4:1-2).

Todos los hijos de Abraham —árabes, judíos y gentiles— junto con todos los demás moradores de la tierra, tendrán entonces la oportunidad de aprender la verdad de Dios y recibir la dádiva de la salvación. No habrá más guerras entre ellos, sino que colaborarán unos con otros en una actitud pacífica y fraternal. Todos conocerán al verdadero Dios y vivirán conforme a sus caminos, por lo que serán bendecidos (Isaías 19:20-25).

Satanás el diablo, la maligna influencia invisible e incitador de tantas guerras y sufrimiento, será encadenado de manera que no podrá ya engañar ni esclavizar a las naciones (Apocalipsis 12:9; 20:1-3). Si desea aprender más acerca de este maligno ser y su influencia, ver Vuestro Adversario el Diablo

Bajo el gobierno justo de Cristo no habrá más guerras, sino que el mundo entero estará lleno de la paz verdadera, porque “él juzgara entre muchos pueblos, y corregirá a naciones poderosas hasta muy lejos; y martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra. Y se sentará cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá quien los amedrente; porque la boca del Eterno de los ejércitos lo ha hablado” (Miqueas 4:3-4).

No existirán ya los actos terroristas que tanto daño y dolor han causado en Jerusalén, porque “así dice el Eterno: Yo he restaurado a Sion, y moraré en medio de Jerusalén; y Jerusalén se llamará Ciudad de la Verdad, y el monte del Eterno de los ejércitos, Monte de Santidad…Aún han de morar ancianos y ancianas en las calles de Jerusalén, cada cual con bordón en su mano por la multitud de los días. Y las calles de la ciudad estarán llenas de muchachos y muchachas que jugarán en ellas” (Zacarías 8:3-5).

Más adelante en el mismo libro leemos acerca de algo más que se agregará a este hermoso cuadro: “Acontecerá también en aquel día, que saldrán de Jerusalén aguas vivas, la mitad de ellas hacia el mar oriental, y la otra mitad hacia el mar occidental, en verano y en invierno. Y el Eterno será rey sobre toda la tierra. En aquel día el Eterno será uno, y uno su nombre” (Zacarías 14:8-9).

Finalmente, después de miles de años de guerras y sufrimientos, la gente por fin podrá disfrutar de la paz verdadera en Jerusalén y en toda la tierra que Dios le prometió a Abraham hace 4000 años. Y la paz llenará no sólo el Medio Oriente, sino el mundo entero.