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martes, 26 de julio de 2011

EL ARREBATAMIENTO POST-TRIBULACIONAL Y PREIRA DE LA IGLESIA – PARTE II

Si las verdades enseñadas por el Señor en el Discurso del Monte de los Olivos, y por Pablo en sus dos cartas a los tesalonicenses, son tomadas al pie de la letra, el arrebatamiento seguirá a la gran tribulación del Anticristo y acontecerá inmediatamente antes del Día del Señor: en el mismo día. Debido a esto, esperaríamos que esta gloriosa liberación de los creyentes se describiera también en el libro del Apocalipsis la cual, como observaremos, claramente lo es. Es este último libro de la Biblia, el que contiene la mayor cantidad de escritura profética relacionada con los últimos tiempos de todas las Escrituras, y es el libro que respalda perfectamente lo que fue enseñado por el Señor en Su Discurso del Monte de los Olivos y por Pablo en su segunda carta a los Tesalonicenses.
                                                                           
CONFIRMADO EN EL APOCALIPSIS

El pasaje crítico que es comparable con la enseñanza específica del Señor y del apóstol Pablo referente a los últimos tiempos lo encontramos desde el capítulo 6 del Apocalipsis hasta el comienzo del capítulo 8. Como ya hemos visto previamente, la ira de Dios, que empezará con la apertura del gran rollo, estará precedida por el juicio de la iglesia transigente que estará presente durante la gran tribulación, separando así el trigo de la cizaña antes que el trigo (los ciudadanos genuinos del reino de Dios) sea puesto en el granero (llevado al cielo). El capítulo 6 bosqueja eventos como el martirio o la muerte por privación que les llegará a los cristianos verdaderos como resultado de la gran tribulación que el Anticristo desatará contra los creyentes. El sexto sello registrado en el capítulo 6 representa la Señal del Día del Señor (cuando la luz natural del sol, la luna y las estrellas se apague), cuando la gran tribulación del Anticristo sea acortada por Dios. Todos esos eventos, como lo discutimos anteriormente, armonizan precisamente con la enseñanza del Señor Jesucristo en el Discurso del Monte de los Olivos (Mateo 24, Marcos 13, Lucas 21) y con la confirmación por Pablo en 2 Tesalonicenses.

Sin embargo, el séptimo capítulo del Apocalipsis nos revela una interrupción interesante en el orden de eventos. Los seis primeros sellos (todos descritos en el capítulo 6) aparecen en sucesión, uno tras otro. Entonces se rompe la serie mediante un intervalo de un capítulo completo (el 7). Esto acontece entre la explicación sobre el sexto sello al fin del capítulo 6 (la Señal del día del Señor) y el relato acerca del séptimo sello que en realidad inicia el Día del Señor al principio del capítulo 8. El capítulo 7 comienza entonces con la visión de Juan de los cuatro ángeles (los segadores de Dios), quienes tendrán la responsabilidad de traer la aflicción divina sobre la tierra. Pero son instruidos por otro ángel en cuanto a que retarden su obra destructiva (el Día del Señor) “hasta que hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios” (Apocalipsis 7:1-3).

Dos eventos tendrán lugar durante el intervalo del capítulo siete. El primero de ellos (el sellado de los 144.000) lo estudiaremos más adelante. Es el segundo suceso intermedio, la alabanza procedente de la gran multitud celestial ante el trono de Dios (Apocalipsis 7:9-17), la que es de profundo significado y debería producir gran gozo y deleite en todo verdadero cristiano que lee este estudio.

LA GRAN MULTITUD EN EL CIELO

¿Quiénes forman esta gran multitud? ¿De dónde vienen? El texto del Apocalipsis nos ofrece la siguiente descripción gráfica:

“Después de esto miré [Juan], y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos con ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero” (Apocalipsis 7:9,10).

Luego el texto describe a tres grupos de seres que ya están en el cielo, reunidos alrededor del trono celestial, y ya presentes cuando la gran multitud aparece. Como se ve en el versículo 11, entre los que ya están presentes se hallan: Todos los ángeles [quienes] estaban de pie alrededor del trono, y de los ancianos y de los cuatro seres vivientes. La llegada de este nuevo grupo, la gran multitud, es aparentemente repentina e inesperada, como comprobamos por las preguntas de uno de los ancianos: “Estos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?” (v. 13).

Antes de ver cómo responden las Escrituras a estas preguntas, es importante que recordemos la sucesión de los eventos que llevan a la llegada de esta gran multitud al cielo.  Como ya hemos visto con algún detalle en las secciones anteriores, todo esto lleva a la entrada en el cielo de “una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas”. Los tres primeros sellos corresponden a lo que ocurrirá durante la primera parte de la gran tribulación; o sea, durante el "comienzo de dolores" que se indica en el Discurso del Monte de los Olivos. Los sellos cuarto y quinto tendrán lugar durante el cenit de la gran tribulación del Anticristo. Y el sexto sello corresponde a la Señal del Día del Señor; a saber, la señal que acortará la gran tribulación, precediendo inmediatamente al arrebatamiento de la iglesia y al comienzo del derramamiento de la ira del Señor sobre los impíos. Y entonces vemos la llegada de la gran multitud. ¿Podría haber alguna duda en la mente de alguien sobre quiénes forman esta gran multitud, especialmente a la luz las claras enseñanzas del Señor Jesucristo y de Pablo?

“¿Quiénes son y de dónde han venido?” (Apocalipsis 7:13b). Basada en la sucesión que acabamos de bosquejar arriba, hay una sola conclusión posible. Como se declara sucintamente en el versículo siguiente: Estos son los que han salido de la gran tribulación” (v. 14). En un versículo anterior se nos dice que estos son “de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas” (v. 9), una referencia directa a un pasaje anterior del Apocalipsis donde se describe a esta misma multitud como aquellos por quienes Cristo fue inmolado, “y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación” (Apocalipsis 5:9): ¡Los escogidos de Dios de todos los siglos!  Por lo tanto, éstos, que forman esta gran multitud, sólo pueden ser los escogidos de Dios por quienes Cristo murió y que han acabado de ser arrebatados de la gran tribulación del Anticristo, después de que la señal del fin del mundo y la señal de la venida del Señor sean dadas según lo muestra el sexto sello.

El esplendor magnífico de la escena -especialmente en contraste con la gran tribulación de la cual la iglesia habrá acabado de ser arrebatada- se describe bellamente en los versículos siguientes:

“…han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; porque el Cordero que esta en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida, y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos” (Apocalipsis 7:14b-17).

¡Qué gozo inefable experimentará la iglesia cuando sea arrebatada de la gran tribulación del Anticristo! Nunca más tendremos que sufrir por la falta de los tres elementos esenciales de sobrevivencia: alimento, agua y amparo. Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno. ¡Qué gozo inefable disfrutamos los cristianos en anticipación de aquel día!

Aunque los paralelos entre las enseñanzas de Cristo, las de Pablo y las de Juan parecen conclusivos por sí mismas, hay una prueba ineludible de que esta multitud es la iglesia arrebatada (con inclusión de los resucitados), no los que fueron martirizados durante la gran tribulación del Anticristo.  Recordemos que esta gran multitud sólo puede ser el uno o el otro grupo. Si no es la iglesia arrebatada, por definición tienen que ser los creyentes martirizados quienes se niegan a adorar a la bestia o a su imagen. Sin embargo, incluso sin las enseñanzas de Cristo, Pablo y Pedro, el contexto demanda en una manera única y concluyente que esta gran multitud sea la iglesia arrebatada. Consideremos lo siguiente con cuidado.

Como ya hemos indicado, los santos martirizados del quinto sello representados debajo del altar en el cielo (Apocalipsis 6:9) son descritos como “almas” que no tienen sus cuerpos de la resurrección aún. Como se explica en el Apocalipsis 20, estos santos martirizados no recibirán dichos cuerpos hasta que empiece el milenio: “Y vi [Juan] tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron [esto es, fueron resucitados] y reinaron con Cristo mil años” (Apocalipsis 20:4).

Los santos descritos en el Apocalipsis 7:9, en cambio, están de pie delante del trono, vestidos con ropas blancas, y con palmas en las manos indicando conclusivamente que ya poseen cuerpos resucitados. Esta gran multitud sólo pueden ser los santos resucitados y arrebatados de la gran tribulación del Anticristo; y debe ser el mismísimo grupo celestial (que también tiene cuerpos) mencionado en el Apocalipsis 15:2 como “los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia y su imagen... en pie sobre el mar de cristal, con las arpas de Dios”.

Esta conclusión se hace cierta cuando consideramos lo que las Escrituras enseñan acerca de los cuerpos espirituales de los creyentes resucitados. Con excepción de Enoc y Elías, quienes fueron trasladados corporalmente al cielo, la Biblia es explícita en cuanto a que ningún creyente que esté en el cielo tendrá un cuerpo espiritual resucitado hasta la primera resurrección de los creyentes (ver Lucas 14:14; Juan 5:28,29; 1 Tesalonicenses 4:16; Apocalipsis 20:4; cf.  Daniel 12:2). Por consiguiente, puesto que este grupo de hombres y mujeres está de pie delante del trono, con vestiduras blancas, con palmas en las manos, y obviamente con cuerpos resucitados, esta gran multitud sólo puede ser la iglesia arrebatada, no las almas de los mártires del quinto sello quienes no recibirán sus cuerpos de resurrección hasta el primer día del milenio.

Pablo confirma esta conclusión también en su carta a los corintios al escribir que los creyentes recibirán sus cuerpos de la resurrección inmediatamente en el arrebatamiento: “…en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la trompeta final” (1 Corintios 15:52a).  Arrojando mucha luz sobre la resurrección de los justos, él escribió:

“Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán?... Así es también la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción [un cuerpo corruptible], y se resucitará en incorrupción [un cuerpo incorruptible]. Se siembra en deshonra, [se] resucitará en gloria; se siembra en debilidad, se resucitará en poder. Se siembra un cuerpo animal [natural], se resucitará [un] cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal [natural], y hay cuerpo espiritual... He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos, pero todos seremos transformados en un momento, en un abrir y cerrar de o los, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria” (1 Corintios 15:35,42-44,51-54; cf. 1 Tesalonicenses 4:13-17; Filipenses 3:21; 1 Juan 3:2).

Estos versículos han sido de tremendo consuelo para la iglesia de todas las épocas. Pero también nos enseñan que los creyentes en el cielo que disponen de un cuerpo espiritual resucitado, lo recibirán en el arrebatamiento de la iglesia. Cuando juntamos todo esto y lo aplicamos a la “gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos con ropas blancas, y con palmas en las manos”, surgen siete premisas lógicas que nos llevan a una sola conclusión (ver número ocho abajo): 

Primera, la gran multitud llega al cielo inmediatamente después de la señal del fin del siglo (el Día del Señor) que se da en el sexto sello.

Segunda, esta multitud está compuesta de aquellos que han salido de la gran tribulación (Apocalipsis 7:14), cuando esta sea “acortada” por el Señor (Mat. 24:22).

Tercera, el próximo evento después de la llegada de la Gran multitud al cielo es el séptimo sello (Apocalipsis 8:1-6), el Día del Señor. Consideraremos esto en más detalle en la siguiente sección.

Cuarta, tanto Cristo como Pablo enseñaron que el arrebatamiento tendrá lugar cuando la gran tribulación sea acortada, justo antes del Día del Señor.

Quinta, Pablo enseñó que la verdadera iglesia y los muertos en Cristo recibirán los cuerpos de la resurrección al tiempo del arrebatamiento.

Sexta, los que forman la gran multitud celestial tienen cuerpos.

Séptimo, puesto que los de esta gran multitud tienen cuerpos, no pueden representar a las almas del quinto sello (los mártires de la gran tribulación), porque ellos no reciben los cuerpos de la resurrección hasta el primer día del milenio.

Octava, la única posible conclusión es que esta gran multitud se compone de la iglesia arrebatada y de los muertos en Cristo por quienes el Cordero fue inmolado.

En resumen, encontramos una armonía perfecta entre las enseñanzas de Cristo en Mateo y Lucas, las de Pablo, en especial en 2 Tesalonicenses y 1 Corintios, las de Pedro en sus dos epístolas, y las de Juan en el Apocalipsis.  Todo esto nos lleva a la inevitable conclusión de que la iglesia pasará por la hora de la prueba (Apocalipsis 3:10), “el fuego de prueba que os ha sobrevenido para probarnos” (1 Pedro 4:12), la cual será acortada por la venida de Cristo para el arrebatamiento de sus escogidos y para el comienzo de la ira de Dios sobre los impíos.

¿CUÁNDO OCURRIRÁ EL ARREBATAMIENTO?

Una pregunta que le importa a todo creyente maduro que espera el regreso del Señor es: “¿Cuándo exactamente sucederá el arrebatamiento?” El Señor Jesús dio una respuesta enfática: “Pero del día y la hora nadie sabe, ni aún los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre” (Mateo 24:36). Obviamente sabemos que ocurrirá durante la gran tribulación del Anticristo, pero no nos corresponde a nosotros saber con exactitud ni el día ni la hora, sino sólo al Padre celestial. Por esa razón los mártires de la tribulación bajo el trono de Dios preguntan: “¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?” (Apocalipsis 6:10). Y es por eso también que nosotros, los discípulos del Señor Jesucristo durante estos últimos días, [ansiaremos] “ver uno de los días del Hijo del Hombre”, y no lo veremos (Lucas 17:22). En su lugar se nos dice que esperemos la señal de Su regreso: “Porque como el relámpago que al fulgurar resplandece desde un extremo del cielo hasta el otro, así también será el Hijo del Hombre en su día” (v. 24). En otras palabras, no nos incumbe saber cuándo. Se nos dice solamente que esperemos la señal: “Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención [liberación] está cerca” (Lucas 21:28).

LOS MUERTOS EN CRISTO RESUCITARÁN PRIMERO

Justo antes del arrebatamiento de la verdadera iglesia, los muertos en Cristo serán resucitados: “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire...” (1 Tesalonicenses 4:16-17).

¿Quiénes son estos muertos en Cristo? Muchos creyentes en la iglesia de Tesalónica, y sin duda otros muchos de aquel tiempo, estaban confundidos e indebidamente preocupados acerca del destino eterno de sus hermanos en la fe que ya habían muerto o que morirían antes del regreso del Señor. Por esta razón Pablo les da ante todo una palabra general de seguridad: “Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza” (v. 13). Explica en seguida la manera en la cual el Señor tomará para sí a Su pueblo. Respondiendo la inquietud anteriormente mencionada, Pablo dice: “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero (v. 16).

Cuando “los muertos en Cristo” sean resucitados, en este grupo estarán incluidos sin duda alguna los santos del Antiguo Testamento. Varios pasajes del Antiguo Testamento nos dan una vista profética anticipada del arrebatamiento de los santos del Antiguo Testamento.  Por ejemplo, el Señor inspiró a Isaías para escribir: “Tus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán. ¡Despertad y clamad, moradores del polvo!, porque tu rocío es cual rocío de hortalizas, y la tierra dará a sus muertos. Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tras ti tus puertas; escóndete un poquito, por un momento, en tanto que pasa la indignación [la gran tribulación].  Porque he aquí, el Señor sale de su lugar para castigar al morador de la tierra [el día del Señor] por su maldad contra él; y la tierra descubrirá la sangre derramada sobre ella, y no encubrirá ya más a sus muertos” (Isaías 26:19-21).

Es notable que este antiguo pasaje parezca hablar de manera específica acerca del arrebatamiento y de los acontecimientos relacionados con los últimos tiempos. El versículo 19 describe la resurrección de todos los creyentes muertos; el versículo 20 es una advertencia al “pueblo mío” de que en los últimos días tendrán que esconderse del Anticristo hasta que el Señor los rescate; y el versículo 21 nos habla de la ira del Día del Señor que sigue inmediatamente. Esta es la secuencia precisa de eventos desarrollados en las secciones precedentes. Los muertos en Cristo serán resucitados cuando la gran tribulación sea “acortada” en el mismo día en el que empezará la ira del Señor. El libro de Joel confirma asimismo la liberación de los justos antes del día del Señor: “El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día grande y espantoso del Señor.  Y todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo [librado]” (2:31,32a).

Encontramos en Daniel una secuencia algo ampliada de estos mismos eventos de los últimos tiempos.  Al hablar de los últimos tiempos, el profeta dice:

“Y plantará [el Anticristo] las tiendas de su palacio entre los mares y el monte glorioso y santo; mas llegará a su fin, y no tendrá quien le ayude. En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro. Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para la vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua. Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad” (Daniel 11:45; 12:1-3).

Además de su clara enseñanza concerniente a la resurrección de los santos del Antiguo Testamento, este pasaje de Daniel nos da otros muchos detalles sobre los últimos tiempos.  Así vemos que el Anticristo coloca sus ejércitos cerca de Jerusalén (“el monte glorioso y santo”); que el arcángel Miguel, el gran protector de Israel, “se levantará”; que la gran tribulación del Anticristo (“tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces”) comenzará; que el remanente soberanamente escogido de Dios será rescatado en el arrebatamiento (“será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro”); que los santos del Antiguo Testamento (“aquellos que duermen en el polvo”) serán resucitados, “unos para la vida eterna, y otros (en el juicio de los pecadores ante el gran trono blanco después del milenio) para vergüenza y confusión perpetua”. Daniel 12:3 se refiere a aquellos que tendrán entendimiento, la línea espiritual de Abraham, quienes “resplandecerán… a perpetua eternidad”, lo que es una referencia a los santos resucitados que estarán con Cristo a lo largo de la eternidad.

La profecía de Daniel no indica específicamente que el tiempo de la resurrección será inmediatamente antes del Día del Señor, pero sí dice con claridad que la resurrección (12:2) seguirá al tiempo de gran angustia y al rescate de parte de Dios del remanente fiel de judíos y de “todos los que se hallen escritos en el libro [de la vida]” (12:1).

Aunque estos tres pasajes (Isaías, Joel y Daniel) no son idénticos respecto a los eventos que describen, la secuencia de los eventos es perfectamente compatible. Isaías y Joel enseñan que los santos del Antiguo Testamento resucitarán justo antes del Día del Señor, mientras que la gran tribulación se halla en proceso, y el pasaje de Daniel 12:1 confirma el hecho de que la resurrección seguirá al “tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces”, lo que es casi literalmente citado por el Señor en Mateo: “… porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá”  (24:21).

Por consiguiente, cuando “los muertos en Cristo resuciten primero”, antes del arrebatamiento de la iglesia viva, ellos incluirán tanto los santos del Antiguo Testamento como los del Nuevo que se encuentren escritos en el libro [de la vida]. Considerados juntos, estos pasajes de ambos Testamentos proveyeron una tremenda esperanza para la iglesia primitiva, así como la proveen para los creyentes de hoy.

EL SELLADO DE LOS 144.000

Ya sea simultáneamente o siguiendo de inmediato al arrebatamiento, Dios sellará para salvación y protección a “la mujer” que huye al desierto: los 144.000.

“Después de esto vi a cuatro ángeles [los segadores de Dios] de pie sobre los cuatro ángulos de la tierra, que detenían los cuatro vientos de la tierra, para que no soplase viento alguno sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre ningún árbol. Vi también a otro ángel que subía de donde sale el sol, y que tenía el sello del Dios vivo; y clamó a gran voz a los cuatro ángeles, a quienes se les había dado el poder de hacer daño a la tierra y al mar, diciendo: No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios. Y oí el número de los sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de todas las tribus de los hijos de Israel” (Apocalipsis 7:1-4).

Del único otro pasaje que se refiere explícitamente a los 144.000, aprendemos que “estos son los que no se contaminaron con mujeres [¿no han cometido adulterio espiritual?], pues son [¿espiritualmente?] vírgenes. Estos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va.  Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero” (Apocalipsis 14:4).

Cuando la iglesia sea arrebatada, los 144.000 no serán tomados junto con los santos porque todavía no habrán entrado en una relación de salvación con su Mesías, el Señor Jesucristo. Tal como Dios profetizó por medio de Ezequiel: “Y os traeré al desierto de los pueblos, y allí litigaré [entraré en juicio] con vosotros cara a cara... Y os haré pasar bajo la vara, y os haré entrar en los vínculos del pacto” (Ezequiel 20:35,37).

Por lo tanto, cuando la señal del fin del siglo apague las luces celestiales, y la señal de la venida de Cristo llene el universo oscurecido con la gloria de Dios, los ángeles del Señor recogerán a sus escogidos de los cuatro rincones de la tierra para reunirlos con Él en el aire.  Entonces, y sólo entonces, los 144.000 judíos perseverantes (aquellos que se han mantenido espiritualmente castos desde antes del inicio de la gran tribulación) entrarán en el vínculo del pacto mencionado por Ezequiel. Es en este momento que aquellos que son descritos como “la mujer” (los judíos temerosos de Dios quienes huyen al desierto y que son hechos que “pasen bajo la vara”) recibirán en la frente el sello de Dios (Apocalipsis 9:4) y se convertirán en las primicias (Apocalipsis 14:4) para Cristo del Israel incrédulo que entran en “el vínculo del pacto”. Sin embargo, aquellos de la nación de Israel en general (los que inicialmente apoyan el pacto, pero no obstante se niegan a prestarle lealtad al Anticristo y rehusan huir al desierto cuando tienen la oportunidad, sino que de alguna otra manera sobreviven a la gran tribulación del Anticristo) se salvarán sólo después de su refinamiento durante el Día del Señor, después que haya entrado la plenitud de los gentiles (Romanos 11:25) esto es, después de completarse la gran tribulación y Dios haya traído “justicia perdurable [eterna]” (Daniel 9:24). Además, este último grupo salvado de la nación de Israel en general incluirá solamente uno de cada diez judíos (Isaías 6:13). Una vez que la verdadera iglesia sea quitada, “la mujer” que huye llegará a ser las primicias de Israel y recibirá protección especial de la ira de Dios que empezará en el mismo día. Se nota en el Apocalipsis [9:4] que la ira de Dios será dirigida directamente contra todos los hombres que no tienen el sello de Dios en la frente.

También aprendemos por medio de Ezequiel que poco antes de que la gloria (shekiná) de Dios se retirara del primer templo, Dios puso su “señal en la frente” de los judíos fieles; sobre aquellos que “gimen y se lamentan por todas las abominaciones que se cometen en medio de ella” (Ezeq. 9:4; cf. vs. 5-11; 10:18).  Eso es un paralelo fascinante a los 144.000 quienes se han mantenido espiritualmente castos al no sucumbir a la apostasía del Pacto con la Muerte, porque ellos también recibirán el sello de Dios “en la frente” (Apocalipsis 7:3), pero en este caso no antes de que la gloria se retire, sino inmediatamente después que la Gloria regrese.

La gloria (shekiná) partió probablemente en el 606 a.C. Esto aconteció poco antes de que Dios descargara Su terrible juicio sobre Israel por medio de los babilonios bajo Nabucodonosor, quien conquistó a Judá y llevó a la mayoría de sus habitantes al exilio en el 586 a.C. La gloria no regresará hasta que Dios no esté listo para dar rienda suelta a Su ira sobre las naciones inicuas del mundo. Poco antes de que desate Su juicio final de los últimos tiempos sobre Israel y el resto del mundo, Él volverá a poner su señal divina en la frente de los judíos quienes, al igual que sus antepasados, “gimen y se lamentan por todas las abominaciones” que son cometidas por sus compatriotas (Ezeq. 9:4; cf. vv. 5-11; 10:18).

EN RESUMEN

Al juntar las conclusiones de este estudio sobre el arrebatamiento post-tribulacional y pre-ira de la iglesia, vemos primero y ante todo que hay acuerdo completo en la Escrituras tocante a la señal del fin del siglo y a la señal de la venida (parousia) de Cristo; concerniente a la venida de Cristo y a la gran tribulación del Anticristo; en referencia al arrebatamiento de la verdadera iglesia y al juicio de Dios de los impíos; en cuanto a la resurrección de los creyentes tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Esta conformidad la encontramos a lo largo del Nuevo Testamento en los Evangelios, las cartas de Pablo, los escritos de Pedro y en el libro del Apocalipsis así como en las profecías del Antiguo Testamento.

A modo de resumen de nuestro largo estudio acerca de la segunda venida del Señor Jesucristo, hemos visto que las Escrituras enseñan que:

(1) El arrebatamiento de la iglesia y el día del Señor acontecerán uno a continuación del otro, en el mismo día.

(2) La venida (parousia) del Señor sucede inmediatamente después de que la gran tribulación del Anticristo sea “acortada” por Dios.

(3) Se enseñan las mismas verdades sin contradicción a través del Nuevo Testamento en cuanto al cómo y al cuándo tendrán lugar estos eventos.

Al llevar estas conclusiones más allá, con su énfasis especialmente en el libro del Apocalipsis, hemos visto que el arrebatamiento acontece en el Apocalipsis entre los sellos sexto y séptimo, exactamente donde lo colocan las enseñanzas de Cristo, Pablo y Pedro: después de la persecución del Anticristo pero antes del Día del Señor.

¡El Señor Jesucristo en verdad viene! Pero Su regreso no será inminente hasta que la iglesia experimente el fuego de prueba del Anticristo. Estos dos últimos estudios acerca del tema han demostrado de forma coherente y concluyente que la enseñanza de los escritores del Nuevo Testamento advierte a la iglesia que esta pasará por la gran tribulación del Anticristo antes de que vean en el cielo las señales del retorno de Cristo. Lo que es inminente hoy es el último evento que debe ocurrir antes de la firma del pacto con el Anticristo; es decir, el ascenso de un líder poderoso que tomará el control de diez naciones árabes y las llevará a una situación tal que formarán la base de poder del último imperio bestial de Satanás. 

La iglesia de hoy es la primera generación de creyentes desde los días de la iglesia primitiva antes de la Diáspora que puede verdaderamente esperar el comienzo de la gran tribulación. Israel está de vuelta en su propia tierra viviendo en incredulidad aún, pero en control una vez más de la ciudad de Jerusalén. Por lo tanto, mucho está en juego. Lo que creamos en relación con los últimos días afectará directamente nuestra capacidad de sobrevivir a la persecución del Anticristo. Si alegorizáramos todo lo que hemos tratado hasta ahora, o si negáramos las enseñanzas claras de Cristo, de Pablo, de Pedro y de Juan, nunca nos daríamos cuenta de qué es lo que nos habrá caído encima cuando empiece la gran tribulación.

Debido a la seriedad de lo que es enseñado y cómo afectará a todo creyente en los últimos días, tal vez la advertencia de Pablo a la iglesia de Tesalónica cobre mayor significado.  Cuando estaban confundidos acerca de cuándo Cristo reuniría a la iglesia y empezaría el día del Señor, Pablo les advirtió: “Nadie os engañe en ninguna manera...” (2 Tesalonicenses  2:3). Después les dice a los tesalonicenses que Cristo no regresará hasta después que el Anticristo se presente en el templo de Dios, como si fuera Dios mismo (v. 4).  Es con el resplandor de Su venida que Cristo lo “destruirá” [al Anticristo] (v. 8).

Pero Cristo le ha prometido a la iglesia fiel que la guardará mientras se encuentre dentro de la esfera de peligro, la gran tribulación del Anticristo, y que la guardará de la hora de la prueba que ha de venir sobre todo el mundo para probar a los que moran sobre la tierra (Apocalipsis 3:10).

Con esta amonestación a los infieles dentro de la iglesia, y con esta promesa específica de protección para los fieles, vemos ahora a la verdadera iglesia “delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios, que está sentado en el trono, y al Cordero” (Apocalipsis 7:9b-10).

“…y el que está sentado en el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos” (Apocalipsis 7:15b- 17).

¿Te ves, tú que lees, en esta escena celestial?

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