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¿SALVACIÓN, O SOLO CONVERSIÓN?


Los Tres Tiempos de la Salvación

Según el mensaje de la Biblia, todo ser humano viene al mundo con una naturaleza caída. No es que un niño nazca con sed de robar un banco, pero todos estamos predispuestos a hacer el mal. La mayoría de nosotros subestimamos la pecaminosidad del corazón humano: el grado de orgullo, la terquedad de la mente, la falta de amor genuino hacia los demás y la desconfianza en Dios cuando enfrentamos momentos difíciles en la vida... Todos nosotros necesitamos la salvación, la liberación de la culpa y del poder del pecado.

El milagro más grande en la Biblia no es la división del Mar Rojo, o la resurrección de Lázaro de entre los muertos, sino la conversión de un individuo por el poder de Dios para que la persona llegue a ser una nueva criatura en Cristo Jesús.

Pero la conversión es sólo el primer paso. Después de ella debe venir la salvación.

La salvación es la liberación de las garras del pecado. En el Antiguo Testamento, la palabra salvación a veces se refería a la liberación del peligro (Jer 15:20). A veces se usaba para describir la liberación de los débiles de un opresor (Sal 35:9-10). En otras ocasiones se refiere a la liberación nacional de una amenaza militar (Éx 14:13). Pero la palabra salvación encuentra su significado más profundo en el ámbito espiritual. Que todo ser humano tiene una necesidad universal de salvación del poder del pecado es una de las enseñanzas más claras de la Biblia.

Dentro de las Escrituras hay otros términos asociados con el concepto de salvación. El “nuevo nacimiento” habla de ser vivificados en Cristo (Jn 3:3). “Redención” habla más de los medios de salvación (el pago de un precio para traer uno de regreso a Dios). “Reconciliación” habla de un cambio en la relación. “Propiciación” apunta al alejamiento de la ira de Dios. Todos estos términos se usan a veces para el concepto más amplio de salvación.

La salvación es todo el proceso por el cual Dios rescata a los seres humanos pecadores de su esclavitud al pecado, y les da una revisión de adentro hacia afuera. La salvación se logra en tres tiempos: pasado, presente y futuro. Aquellas personas que aceptan al Señor Jesucristo por fe, se arrepienten de sus pecados y hacen voto de obediencia a Cristo en el bautismo cristiano, pueden decir con otros creyentes:

“Hemos sido salvos del castigo eterno del pecado (justificación); estamos siendo salvos del poder del pecado (santificación); seremos salvos de la presencia del pecado (glorificación)”.

La justificación es nuestra aceptación por Dios sobre la base de la justicia perfecta de Cristo. La santificación es la realización de una vida correcta en nuestro comportamiento diario. La glorificación es la perfección futura que se experimentará en el mundo venidero tras la resurrección o el arrebatamiento. La justificación se refiere a “la eliminación del castigo eterno”. Santificación significa “apartarse para Dios”. La glorificación habla de “la cosecha final de todo nuestro ser: espíritu, alma y cuerpo”.

I. Justificación (la eliminación del castigo eterno)

“Justificar” significa “declarar justo” o “poner en una relación correcta”. La justificación es el acto de Dios por el cual aquellos que ponen su fe en Cristo son declarados justos a los ojos de Dios y son liberados de la culpa y el castigo por el pecado. Romanos 5:1 dice: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”.

Hay tres elementos de justificación:

1) El perdón de los pecados. Hechos 13:38-39a dice: “. . . Por medio de (Jesús) os es anunciado el perdón de los pecados, y por él todos los que creen son justificados de todas las cosas.”

2) La eliminación de la condenación. Romanos 8:1a dice: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (es decir, para los que son justificados).

3) La imputación de justicia. En Romanos 4:6, David describe la bienaventuranza de aquellos a quienes Dios “imputa justicia sin (aparte de) las obras”. Romanos 4:5 aclara que está hablando de una persona que es justificada por la fe.

Los que somos justificados no sólo somos perdonados, sino que somos declarados no culpables y absueltos. Nuestros pecados pasados son cancelados y son contados “como si no hubiéramos pecado”.

Hay varios otros factores relacionados con la justificación:

1) La fuente de la justificación es la gracia gratuita de Dios. Romanos 3:24 dice: “Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús”.

2) La base de la justificación es la sangre de Cristo. Romanos 5:9 dice: “Mucho más . . . justificados ahora en su sangre, por él seremos salvos de la ira.”

3) La condición para la justificación es la fe en Cristo. Gálatas 2:16a dice: “Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo”.

4) La evidencia de la justificación son las buenas obras. Efesios 2:10 dice: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano para que anduviésemos en ellas”.

La justificación es el resultado de la gracia de Dios que desciende. La justificación no es el resultado de ninguna obra que hagamos. Sin embargo, algunas personas aíslan esta verdad, la presionan hasta el límite y no logran reconciliarla con otras verdades relacionadas con la salvación. A. W. Tozer dice: “Para escapar del error de la salvación por obras, algunos han caído en el error de reclamar la salvación sin obediencia”.

Hay una diferencia entre “buenas obras” y “obediencia”. Las “buenas obras” son obras de amor que brotan de una actitud correcta hacia Dios. Las buenas obras hablan de “servicio”. “Obediencia” es el acto de llevar a cabo con seriedad las instrucciones de otro. La obediencia habla de “cumplimiento”. La justificación es por “gracia mediante la fe”, pero la Biblia no reconoce la “fe” como una fe válida, a menos que esa fe lleve a la obediencia. Hebreos 5:9 dice: “Y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen”. Aquel que cree que es salvo, pero no le importa la obediencia, es mejor que eche otro vistazo al Nuevo Testamento.

La obediencia es uno de los temas principales de la Biblia. En Juan 14:21a Jesús dice: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama”. La fe salvadora implica más que la confianza en los méritos de la obra expiatoria de Cristo en la cruz. Implica un compromiso de ordenar la vida diaria de uno de acuerdo con las Escrituras. La Biblia se convierte en nuestro manual para la vida diaria. Las prácticas y actitudes del mundo deben tener poca influencia en nuestras decisiones diarias.

II. Santificación (apartarse para Dios)

“Santificar” significa “apartar” o “declarar santo para el servicio de Dios”. La santificación es el proceso por el cual el creyente se separa cada vez más del pecado y se dedica cada vez más a la norma de justicia de Dios. Tito 2:14 dice: “quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”.

Hay tres aspectos de la santificación:

1) Santificación instantánea: es la posición ante Dios que se asigna a las personas en el momento en que aceptan a Jesucristo por fe. Leemos en 2 Tesalonicenses 2:13b que “Dios tiene . . . os ha escogido para salvación por la santificación del Espíritu”. Y de 1 Corintios 6:11 aprendemos que “Esto erais algunos de vosotros, pero ya estáis lavados, ya estáis santificados, ya estáis justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios”. Los cristianos de Corinto habían vivido vidas muy impías y paganas, pero ahora eran nuevas criaturas en Cristo Jesús.

2) Santificación progresiva: es el proceso de vida de crecer en santidad; estamos avanzando en el camino ascendente, y siendo cada vez más librados del poder del pecado. Así, la santificación habla de seguir el camino de la justicia, escogiendo el camino más excelente y buscando la mente de Cristo. Se nos dice en 2 Pedro 3:18a que “crezcamos en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. Esto sucede cuando nos dedicamos a leer y estudiar la santa Palabra de Dios, usando las herramientas del estudio de la Biblia y ejercitando las disciplinas espirituales de oración, meditación y participación en el ordenamiento de la casa de Dios. También hay una amonestación en 2 Corintios 7:1b que dice: “Por lo tanto . . . limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.” El Apóstol Pablo habla de proseguir hacia la meta para obtener el premio del llamado celestial de Dios (Fil 3:13-14). El Nuevo Testamento no sugiere ningún atajo para la santificación. Simplemente nos anima a entregarnos a los medios tradicionales y consagrados de la lectura de la Biblia, la meditación, la oración, la adoración y la autodisciplina.

3) La santificación final o completa: es el estado final, que se alcanzará solo cuando estemos total y completamente apartados para Dios en el cielo. El deseo de Pablo en 1 Tesalonicenses 5:23 se expresa de la siguiente manera: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo, y ruego a Dios que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. ” Y en 1 Juan 3:2b, leemos: “Aún no se manifiesta lo que hemos de ser, pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”.

La santificación instantánea tiene que ver con nuestra posición.

La santificación progresiva tiene que ver con nuestro crecimiento espiritual.

La santificación final o completa tiene que ver con nuestro estado eterno.

Por lo general, cuando hablamos de santificación, nos referimos al trabajo progresivo que continúa a lo largo de nuestra vida terrenal. La santificación es en parte obra de Dios. Somos santificados por Dios Padre (Jud 1:1). Somos santificados por Dios el Hijo (He 2:9-11). Somos santificados por Dios el Espíritu Santo (1 P 1:2). El apóstol Pablo oró: “Y (que) el mismo Dios de paz os santifique por completo” (1 Ts 5:23a). La santificación es en parte obra del creyente. Romanos 8:13 dice rotundamente: “Si vivís conforme a la carne, moriréis; pero si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis”. El apóstol Pablo reconoce que es “por el Espíritu” que podemos mortificar las obras de la carne, ¡pero también dice que debemos hacerlo! Hay numerosos mandamientos a lo largo del Nuevo Testamento que indican que tenemos una responsabilidad en la santificación. Por ejemplo, se nos manda a “ser santos” (1 P 1:15-16). Se nos manda a “ser perfectos” (Mt 5:48). Se nos ordena presentar las facultades de nuestro cuerpo “como siervos de justicia para santidad” (Ro 6:19b).

Es instructivo tomar una concordancia y notar cuán a menudo se usan en la Biblia palabras como “esforzarse”, “trabajar”, “correr” y “luchar” para describir los deberes espirituales del creyente. Debemos correr la carrera cristiana con todas nuestras fuerzas. Debemos fortalecer nuestros músculos y ejercitar nuestra fuerza de voluntad. No se trata de “soltar y dejar a Dios”, o “confiar en vez de intentar”. ¡Se trata, en cambio, de confiar “e” intentar! La santificación involucra la resolución humana, junto con el poder del Espíritu Santo.

Uno de los principales medios de santificación es a través del estudio y la práctica intencional de la Palabra de Dios. Juan 17:17 dice: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.” Efesios 5:26b dice que la santificación y la limpieza están asociadas con “el lavamiento del agua por la palabra”. La Palabra de Dios santifica al revelar el pecado, al despertar la conciencia, al mostrar el ejemplo de Cristo y al exponer motivos e ideales espirituales. El propósito de Dios al salvar a las personas no es principalmente lograr que creamos en Cristo para que podamos escapar del infierno e ir al cielo. Su propósito es reproducir la vida de Jesús en cada persona. El deseo de Dios es que seamos cada vez más conformes a la imagen de Su Hijo (Ro 8:29), y esto requiere correr, esforzarse, abstenerse, orar y velar, de día y de noche; a cada instante.

La santificación es esencial para la salvación. La Biblia dice: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (He 12:14). El creyente debe buscar andar como es digno de su llamado celestial (Ef 4:1). Debemos buscar adornar la doctrina de Dios con buenas obras (Tit 2:10). Debemos apuntar a “abundar más y más” en buenas obras que “agradan a Dios” (1 Ts 4:1).

III. Glorificación (la cosecha final)

Dios no solo justifica, sino que libra del castigo eterno del pecado. Y Él no sólo santifica, sino que libra más y más del poder del pecado. Él también glorifica, nos liberará total y absolutamente de la presencia del pecado. La glorificación es la perfección futura que tendrá lugar cuando el creyente herede su hogar en la casa del Padre y viva eternamente en un cuerpo inmortal como el del Señor Jesús.

Romanos 8:16-18 dice que los “Hijos de Dios” son “coherederos con Cristo, si es que sufrimos con él, para que también seamos glorificados juntamente. Porque considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que será revelada en nosotros.” Hebreos 1:14 dice que somos herederos de salvación. Primera de Pedro 1:5a dice que somos “guardados por el poder de Dios, mediante la fe, para salvación”. Romanos 13:11b nos recuerda que nos despertemos del sueño, porque nuestra “salvación está más cerca que cuando (primeramente) creímos”. Cristo vino la primera vez para pagar el precio de nuestros pecados; Él viene por segunda vez, no para tratar con el pecado, sino para salvar a aquellos que lo buscan ansiosamente (He 9:28).

Para entender la palabra “glorificación” debemos pensar en la palabra “gloria”. No usamos mucho la palabra “gloria” en nuestra conversación diaria, por lo que suena un poco extraño para nuestros oídos. Pero la palabra “gloria” tiene en sí la idea de cosecha. El granjero tiene muchas decepciones. Él planta cosechas, pero a veces el verano es seco, los días son calurosos, el trabajo es duro, los insectos abundan y, sin embargo, el tiempo de la cosecha es siempre un tiempo de regocijo y alegría. El tiempo de cosecha es tiempo de gloria para el agricultor. Esto nos da un pequeño concepto del significado bíblico de “gloria”.

El Señor Jesús habla de una cosecha al final de la era. En Mateo 13:30b leemos: “Diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla, pero recoged el trigo en mi granero”. La glorificación es el acto de Dios por el cual Él va a transformar el cuerpo del creyente, y re-investirlo con el alma y el espíritu, y transportarlo dentro de las puertas de la Ciudad de Dios. El creyente glorificado será librado de la presencia del pecado para siempre (1 Jn 3:2). En ese tiempo habrá gozo y paz y alegría y cánticos. Los sufrimientos y las pruebas son a veces duros y dolorosos en esta vida, pero la suma total de todos ellos será nada en comparación con la gloria que aún está por revelarse (Ro 8:18).

La salvación es el gran regalo de Dios a los seres humanos. La palabra griega “soteria” habla de liberación, preservación del peligro, plenitud y solidez. La mente humana no puede comprender completamente las múltiples facetas de la salvación, pero si reflexionamos sobre los conceptos de la salvación de Dios, sentiremos un aprecio más profundo, un gran amor y una alabanza más feliz por el Dios que nos ha salvado.

Resumen

La salvación es la obra de Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) por la cual el pecador que se convierte en un creyente comprometido en Jesucristo, es redimido de la maldición de la ley (justificación), y es cada vez más libre del dominio del pecado (santificación), y finalmente será perfeccionado a la imagen de Jesucristo (glorificación). Con razón el escritor de Hebreos hace una pregunta tan inquisitiva; él dice: “¿Cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande?” (He 2:3a).

La justificación es un don (se refiere a una mirada hacia atrás). Isaías 53:5-6 dice: “Él fue herido por nuestras transgresiones; molido fue por nuestras iniquidades; el castigo de nuestra paz fue sobre él. . . Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”.

La santificación es un proceso (se refiere a una mirada interna). Gálatas 2:20 dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, pero vivo; pero no yo, mas Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”.

La glorificación es una experiencia celestial (se refiere a una mirada hacia adelante). Apocalipsis 3:21a dice: “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono”. La glorificación incluye el aspecto de reinar con Cristo. No conocemos todos los detalles, pero el Apóstol Pablo habla del reinado de Cristo en términos generales en 1 Corintios 15:20-28.

La salvación viene a las personas individualmente “por la gracia mediante la fe” (Ef 2:8). La gracia es la mano de Dios extendiéndose hacia abajo. La fe es la mano del hombre que la extiende. Si nunca has llegado a aceptar la oferta de salvación de Dios a través de la fe en Jesucristo, recuerda estas tres verdades:

1) Debe haber un reconocimiento del hecho del pecado (Ro 3:23). La salvación es solo para los pecadores, y todos nosotros caemos en esa categoría.

2) Debe haber un reconocimiento de que Dios ha provisto una salida (Jn 3:16). El Señor Jesús cumplió Su misión cuando murió en la cruz.

3) Debe haber una aceptación real de la obra terminada de Cristo en la cruz (Jn 1:12). La promesa de salvación es para aquellos que “lo reciban”. A quienes lo reciben, el Señor Jesús les da el derecho de ser llamados “hijos de Dios”. Si aún no eres un hijo o hija de Dios por simple fe en la obra que el Señor Jesús hizo por nosotros en la cruz, ¿por qué no la recibes ahora?

La Conversión

Partimos este artículo hablando de la conversión y dijimos que esta es sólo el primer paso a la salvación. 

Hay muchas personas que llevan el nombre de “cristianos” que no han superado este estado de ser convertidos [vueltos a Dios], que no conocen en realidad la salvación. Son como el hijo pródigo (Lc 15:11-32) cuando se arrepiente y se levanta para ir a su padre. Iba por buen camino de regreso al hogar, pero no sabía exactamente cómo sería recibido por su padre. Tales personas poseen algo de luz pero, en cuanto a su relación con Dios, están en el mismo estado que el hijo pródigo.

Cornelio ya estaba convertido: era devoto, fiel y lleno del temor de Dios según la luz que poseía. Pero no conocía la salvación, ni la obra del Salvador ni su eficacia. Guiado únicamente por la gracia de Dios, recibió con fe lo que Pedro le dijo. Creyó en el Señor Jesús y recibió la salvación: remisión de sus pecados. El Espíritu Santo selló con Su venida esta verdad recibida con fe sencilla en los corazones de Cornelio y sus familiares y amigos (Hch 10:1-48).

En el breve pero importantísimo relato acerca de Cornelio tenemos tres puntos importantes que debemos conocer muy bien: 

1) la conversión del alma por la gracia (Cornelio ya estaba convertido, y sus oraciones y limosnas eran aceptadas por Dios); 

2) la justificación por medio de la remisión de sus pecados por la fe en Jesús, la víctima por quien se hizo propiciación por nosotros en la cruz; 

3) luego el sello de Dios por el don del Espíritu Santo: la santificación instantánea por la cual iniciaba el proceso de la santificación progresiva.

Es importante reflexionar profundamente sobre la diferencia entre conversión y salvación. Cornelio ya se había convertido, pero no era salvo: como el relato claramente nos lo muestra. Las oraciones y limosnas de Cornelio eran aceptables a Dios. Pero debió llamar a Pedro para que le dijera las palabras por las cuales podría ser salvo. Dios había estado obrando en el alma de Cornelio, pero él aún no conocía el valor de la obra realizada por el Salvador, así que no conocía ni experimentaba aún ni la salvación ni la presencia del Espíritu Santo en su ser. 

Es lo mismo en el caso de la mujer penitente en Lucas 7:36-50. Ella amaba profundamente al Señor y había sentido la grandeza de Su gracia y la profundidad de sus pecados: se había convertido a Cristo, pero aún no escuchaba las palabras liberadoras de parte del Señor: “Tu fe te ha salvado, ve en paz”. 

El hijo pródigo se convirtió también, confesó sus pecados y se volvió hacia su padre; pero aún no estaba vestido con la mejor ropa (no estaba justificado: salvado). Su padre aún no se había echado sobre su cuello y lo había besado; apenas esperaba ser admitido como sirviente, y no estaba en condiciones de entrar en la casa. No conocía del todo el amor del padre hacia él: sólo lo vislumbraba. Le esperaban todos los privilegios, pero no los poseía todavía. 

El Nuevo Testamento relata muchos casos de personas que se convirtieron a Cristo, pero nunca recibieron la justificación por medio de la fe en Él. Se quedaron, por así decirlo, en la puerta de entrada del reino de los cielos. Judas es un caso. El joven rico es otro. Los muchos discípulos (al menos 70) que llegó a tener el Señor de los cuales sólo quedaron los once apóstoles. En el AT testamento tenemos a Sansón, un convertido que sólo fue salvo cuando Dios se apartó de él, los filisteos le arrancaron los ojos y lo arrojaron a una mazmorra a moler grano como las esclavas. Saúl, Salomón, Joab, Giezi, Rebeca, Raquel, Mical, Acab, y muchos otros nos ilustran esta tragedia de la vida real.

En Éfeso “Aconteció que entre tanto que Apolos estaba en Corinto, Pablo, después de recorrer las regiones superiores, vino a Éfeso, y hallando a ciertos discípulos, les dijo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le dijeron: Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo. Entonces dijo: ¿En qué, pues, fuisteis bautizados? Ellos dijeron: En el bautismo de Juan. Dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo. Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús. Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban. Eran por todos unos doce hombres” (Hch 19:1-7). ¡Convertidos, pero no salvos hasta que recibieron el Espíritu Santo cuando Pablo les impuso las manos!

Mientras tu alma reflexiona sobre su estado eterno, busca saber si es salva o sólo convertida, y juzga con tu propia razón lo que está en el corazón de Dios. Tu salvación depende de tu propio juicio, no del amor de Dios y de la eficacia de la obra de Cristo, que ya te ha sido ofrecida y fue consumada. 

Quizás puedas decir que eres verdaderamente un convertido o convertida; que sientes la necesidad de la salvación y crees que otros la han recibido, pero tú no la posees, así como Israel no salió de la tierra de Egipto hasta que cruzó el mar. Son necesarias dos cosas que no pueden separarse para dejar atrás la mera conversión y recibir la salvación en Cristo Jesús: la fe en la obra de Cristo y el conocimiento de que está consumada para ti: que te apropies de ella. Echa mano de la vida eterna (1 Ti 6:12b). Porque si alguien no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él (Ro 8:9). De ti depende que el que comenzó en ti la buena obra [la conversión], la perfeccione [la salvación] hasta el día de Jesucristo [la glorificación] (Fil 1:6).

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PS. No todos aceptan la diferencia entre conversión y salvación que hemos presentado aquí. Arguyen que ambas son una y la misma experiencia. Estas personas entonces tienen que manipular la explicación del caso de Cornelio, el eunuco etíope, el joven rico, la mujer penitente, el hijo pródigo, el ladrón en la cruz, y muchos otros. Pero si aceptamos los relatos tal y como nos son presentados en el texto inspirado, vemos que estas personas aunque convertidas no fueron salvas hasta que verdaderamente fueron declaradas justas. En el caso del eunuco etíope, un convertido (por eso venía de Jerusalén leyendo el libro de Isaías), él fue declarado justificado (salvo) por sus propias palabras:

“Respondiendo el eunuco, dijo a Felipe: Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro? Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús. Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo [el eunuco], dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó. Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso su camino” (Hch 8:34-39).

Igual que Cornelio, el eunuco se había convertido (Hch 8:27-28), pero no fue salvo hasta que entendió el evangelio de Cristo y confesó con su boca lo que creía ahora en su corazón: “Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios” (Hch 8:37).

La salvación por fe, por la fe continua y por las obras continuas de la fe, asegura un provisión continua de la gracia salvadora (Mt 24:13).

 “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil 2:12-13).

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