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DIAMANTE EN BRUTO


En la Epístola a Filemón, Pablo se presenta como prisionero de Jesucristo, y no como apóstol (Flm 1:1). Podría haber empleado su autoridad, pero prefiere apelar desde un lugar de humildad, lo que podría parecer una desventaja. El apóstol valora este lugar bajo con la gloria del cielo. Es prisionero de Jesucristo. ¡Ni por un minuto se hará prisionero de Roma! Ve más allá de las circunstancias y lo medios humanos del emperador del mundo, al Rey de reyes y Señor de señores. Timoteo estaba con él durante la redacción de esta epístola, por lo que este fiel discípulo podría haber actuado de amanuense, aunque el contenido es evidentemente de Pablo.


El principal destinatario es Filemón. Su nombre significa “afectuoso”, y aparentemente era fiel a este nombre, porque Pablo lo describe como amado hermano y colaborador nuestro.

Por cuanto Apia es un nombre femenino, la mayoría de los comentaristas suponen que se trata de la mujer de Filemón (Flm 1:2). El hecho de que la carta se dirija a ella en parte nos indica que ella también era activa en el servicio al Señor. 

La imaginación santificada casi siempre ha identificado a Arquipo como hijo de Filemón. Sabemos que él también estaba activamente implicado en la batalla cristiana. Pablo lo honra como compañero de milicia. Podemos imaginarlo como un consagrado discípulo del Señor Jesús, encendido con una santa pasión. En Colosenses, Pablo lo señala con una atención especial: “Decid a Arquipo: Mira que cumplas el ministerio que recibiste en el Señor” (Col 4:17). 

Si Filemón, Apia y Arquipo nos dan una imagen de una familia cristiana del NT, la expresión la iglesia que está en tu casa nos evoca la imagen de una iglesia del NT. Parece claro por esto que la casa de Filemón era el lugar de reunión de una asamblea de creyentes.

Era allí que se reunían para adorar, orar y estudiar la Biblia. De allí salían a testificar para Cristo en sus vidas cotideanas en un mundo que nunca acogería bien su mensaje pero que tampoco lo podría olvidar. Al reunirse en casa de Filemón, los cristianos eran todos uno en Cristo Jesús. Ricos y pobres, varones y mujeres, amos y esclavos—todos estaban allí como miembros de pleno derecho de la familia de Dios. En el momento que volviesen al mundo cotidiano volverían a aparecer sus distinciones sociales. Pero en la Cena del Señor, por ejemplo, todos estaban a un nivel común de santos sacerdotes. Filemón no tendría precedencia sobre Onésimo.

La salutación característica de Pablo parece incorporar lo mejor que podía desear para aquellos a los que amaba (Flm 1:3). La gracia incluye todo el favor inmerecido que Dios derrama sobre Su pueblo. La paz es aquí la serenidad y calma espirituales que estabilizan las vidas de los que son enseñados por Su gracia. Ambas bendiciones proceden de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. Esto está lleno de significado. Significa que el Señor Jesús es igual con Dios el Padre en el otorgamiento de gracia y paz. Sería blasfemia dar tal honor a Cristo si no fuese verdadera y plenamente Dios. 

Siempre que Pablo oraba por Filemón, daba gracias a Dios por este noble hermano (Flm 1:4). Tenemos todas las razones para creer que era un trofeo escogido de la gracia de Dios—la clase de hombre que uno habría querido como amigo y hermano. Algunos comentaristas sugieren que Pablo está empleando diplomacia en estos primeros versículos, y que su propósito es “ablandar” el corazón de Filemón para que vuelva a recibir a Onésimo. Esto adscribe un motivo indigno al apóstol y arroja una sombra sobre el texto inspirado. Pablo no habría dicho tales cosas si de verdad no las hubiera sentido.

Había dos cualidades en el carácter de Filemón que daban gran gozo a Pablo: su amor y la fe que tenía hacia el Señor Jesús, y para con todos los santos (Flm 1:5). Su fe en Cristo mostraba que tenía la raíz de la vida divina, y su amor para con todos los santos demostraba que tenía también el fruto. Su fe era productiva.

En Efesios 1:15-16 y Colosenses 1:3-4, Pablo expresa una acción de gracias similar por los santos a los que se dirigen estas cartas. Sin embargo, en aquellos pasajes pone la fe antes del amor. Aquí pone el amor antes que la fe. ¿Por qué la diferencia? El orden es el analítico, procediendo de la manifestación a la causa. El orden en los pasajes paralelos es el orden de producción, ascendiendo de la raíz a la flor.

Hay otro interesante rasgo del orden de Pablo aquí. Divide la expresión “amor para con todos los santos” insertando fe … hacia el Señor Jesús después de amor. Podríamos escribirlo así: “amor (y fe … hacia el Señor Jesús) para con todos los santos”. El objeto de la fe es el Señor Jesús. El objeto del amor es los santos. Pero Pablo envuelve la cláusula de la fe con la cláusula del amor, como para advertir por anticipado a Filemón que va a tener una especial oportunidad de manifestar la realidad de su fe mostrando amor a su esclavo fugitivo: Onésimo. De modo que hay un especial énfasis en la palabra todostodos los santos.

Los dos versículos anteriores expresan la acción de gracias a Filemón. Este exhibe la naturaleza de la oración del apóstol por él (Flm 1:6). La participación de tu fe significa la bondad práctica que Filemón mostraba a otros. Podemos compartir nuestra fe no sólo predicando a Cristo, sino también alimentando a los hambrientos, vistiendo a los pobres, consolando a los enlutados, aliviando a los angustiados—sí, incluso perdonando a un esclavo fugitivo.

Pablo oraba entonces que la vida benevolente de Filemón llevase a muchos a reconocer que todas sus buenas acciones procedían de Cristo Jesús. Hay un inmenso poder e influencia en una vida en la que se manifiesta el amor de Dios. Una cosa es leer en un libro acerca del amor, ¡pero cuán convincente es ver el Verbo hacerse carne en una vida humana!

Las noticias de la gran generosidad y amor abnegado de Filemón habían ido de Colosas (Turquía) a Roma (Italia), llevando gran gozo y consuelo al prisionero de Cristo (Flm 1:7). Para Pablo había sido un gran privilegio llevar a Filemón al Señor, pero qué gran recompensa fue oír que su hijo en la fe estaba creciendo firme para el Señor.

¡Cuán reconfortante era saber que los corazones de los santos estaban siendo confortados por este amado hermano, y especialmente por su amor! Nadie vive para sí mismo, y nadie muere para sí mismo. Nuestras acciones afectan a otros lo queramos o no. No podemos medir el alcance de nuestra influencia. Tenemos un potencial ilimitado para bien o para mal.

Ahora Pablo entra en el propósito  principal de la carta (Flm 1:8-9). Va a interceder por Onésimo. ¿Pero cómo abordará el asunto? Como apóstol, podía decirle con autoridad a Filemón: “Y ahora, hermano, es tu deber como creyente perdonar y restaurar a este esclavo que huyó de ti, y esto es lo que te mando”. Pablo podría haberle ordenado que lo hiciese, e indudablemente Filemón habría obedecido. Pero en este caso, habría sido una victoria sin gozo. Si el apóstol no ganaba el corazón de Filemón primero, entonces Onésimo podría haberse encontrado con una acogida glacial. Sólo una obediencia motivada por el amor podría hacer tolerable la posición del esclavo en el hogar. Quizá al escribir esto, Pablo pensó en las palabras del Salvador: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Jn. 14:15). Y así, por amor, prefería rogar antes que ordenar. ¿Alcanzaría el amor de Filemón hasta el otro lado del mar, donde un anciano embajador de Cristo estaba prisionero por amor al Señor Jesús? ¿Se sentiría movido por dos consideraciones: Pablo, ya anciano, y ahora, además, prisionero? 

No sabemos exactamente qué edad tendría el apóstol para este tiempo. Las estimaciones oscilan entre los cincuenta y tres, y los sesenta y tres años. Esto puede no parecer ancianidad en la actualidad, pero Pablo sin duda alguna había envejecido prematuramente por la manera en que se había consumido en el servicio a Cristo. Y ahora era prisionero de Jesucristo. Al mencionar esto, no estaba buscando simpatía, pero esperaba que Filemón ponderase estos factores al tomar su decisión.

En el original de este versículo el nombre Onésimo queda en último lugar. El orden sería este: “Más bien te ruego por amor, siendo como soy, Pablo ya anciano, y ahora, además, prisionero de Jesucristo; te ruego por mi hijo, a quien engendré en mis prisiones, Onésimo” (Flm 1:9-10). Para cuando llegase Filemón al nombre de su ingrato esclavo, estaría totalmente desarmado por la humildad de la súplica de Pablo.

Imagínate la sorpresa de Filemón al saber que aquel “truhan” se había convertido, y, aún más, ¡que había sido llevado a Cristo por medio del mismo apóstol Pablo, su propio padre espiritual y ahora prisionero por causa del evangelio en la capital del imperio!

Uno de los deleites escondidos de la vida cristiana es ver a Dios obrando en formas misteriosas, milagrosas, revelándose en circunstancias convergentes que no se pueden explicar ni por coincidencia ni por casualidad. Primero, Pablo había llevado a Filemón al Señor. Luego, el apóstol había sido arrestado y llevado a Roma para ser juzgado. El esclavo de Filemón había huido y había llegado a Roma. De alguna manera, se había encontrado con Pablo, y se había convertido a Cristo. Amo y esclavo habían nacido de nuevo por medio del mismo discipulador, pero en países distintos y en circunstancias totalmente diferentes. ¿Era acaso una coincidencia?

No es probable que Onésimo haya dado con Pablo por casualidad, en una ciudad como la Roma del siglo I, con más de 1 millón y medio de habitantes. Además, Pablo estaba bajo arresto domiciliario. Parece que estando allí y habiendo agotado sus recursos (no sólo económicos), Onésimo intencionalmente buscó a Pablo. Posiblemente haya aprendido a amar al apóstol en casa de Filemón. Aun cuando no se nos dice en ninguna parte de las epístolas paulinas, es probable que Pablo haya visitado Colosas durante sus tres años en Éfeso y allí Onésimo lo conoció. Si no es así, tal vez sólo escuchó a Filemón y a otros cristianos hablar de él, y ahora, sintiendo una profundad necesidad de consuelo y afecto, recorrió cielo, mar y tierra hasta que finalmente lo encontró.

Aunque Onésimo era una esclavo fugitivo que a lo mejor también le había robado a su amo, no debemos suponer que fuera inculto o vulgar. Puede haber sido un joven de mucho talento: un verdadero diamante en bruto. En sus incursiones, el ejército romano a menudo se apoderaba de los mejores y más dotados jóvenes de la sociedad: la flor y nata (estos a menudo provenían de familias aristócratas caídas en desgracia ante los ojos del Emperador de turno), y se los llevaba para venderlos como esclavos. No olvidemos que así fue como José llegó a convertirse en virrey de Egipto, y como Daniel y sus tres amigos llegaron a la corte de Nabucodonosor.

Poco tiempo después de estos eventos, durante un segundo arresto esta vez en la prisión romana, Pablo escribiría estas palabras en la última epístola que conocemos de él: “En mi primera defensa nadie estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron” (2 Ti 4:16).

“Nadie estuvo a mi lado“Todos me abandonaron. Igual le sucedió al Maestro. Aunque al momento de ser encontrado por Onésimo el apóstol estaba bajo arresto en una casa arrendada por él mismo (Hch 28:30,31) y con una compañía de fieles hermanos a su alrededor, tras su segundo arresto “nadie estaría a su lado” y “todos lo abandonarían”. Pablo fue abandonado. Un hombre mayor, un fiel siervo del Señor en una ciudad ajena, lejos de su casa, rodeado de enemigos y en peligro de muerte. Sólo el Señor permanecería a su lado hasta que fuera llevado como cordero al matadero para ser sacrificado (2 Ti 4:17Is 53:7). Aunque las circunstancias eran muy diferentes, ahora era Onésimo quien no tenía nadie a su lado y todos lo habían abandonado. Y Pablo, con esa comprensión de la naturaleza humana y las viscicitudes de la vida que poseía, debió recibir en lo profundo de su alma la visión profética del abandono que él mismo pronto sufriría y que lo llevaría a escribir las palabras de su última epístola. ¿Qué tan ancho debió abrir Pablo sus brazos para darle la bienvenida al buscador fugitivo? ¿Qué tan ancho nos abre el Señor su corazón para acogernos cuando necesitamos consuelo? Sólo uno que sabe por experiencia lo que significan estas palabras: “Nadie estuvo a mi lado... todos me abandonaron”, puede reconocer a otro en la misma situación. ¡Y lo más sorprendente de todo es que Onésimo sabía que sería recibido así! Casi podemos ver al padre de la parábola corriendo a recibir a su hijo.

El nombre Onésimo significa útil (Flm 1:11). Pero cuando huyó, Filemón se sentiría tentado a llamarlo inútil. Pablo viene a decir: “Sí, era inútil por lo que a ti tocaba, pero ahora es útil para ti y para mí”. El esclavo que volvía a Filemón era un mejor hombre que el que había huido. Se ha dicho que en el tiempo del NT los esclavos cristianos eran más apreciados y se pagaba más por ellos en el mercado que por los paganos. Debería ser cierto también que en la actualidad los empleados creyentes fuesen más valiosos como trabajadores que los incrédulos.

La actitud del NT hacia la esclavitud queda claramente expuesta en esta epístola (Flm 1:12). Observamos que Pablo no condena la esclavitud, ni la prohíbe. De hecho, vuelve a enviar a Onésimo a su dueño, a su amo. Pero los abusos relacionados con la esclavitud son condenados y prohibidos en toda la Biblia. El Nuevo Testamento no se inmiscuye de manera directa con ninguna institución política ni social, sino que establece principios que las afectarán profundamente, y deja que estos vayan impregnando la mente general. La rebelión pasiva o violenta no es la manera bíblica de corregir males sociales, políticos o familiares. La causa de la inhumanidad del hombre reside en su naturaleza caída. El evangelio ataca la causa de raíz, y ofrece una nueva creación en Cristo Jesús.

Por otro lado, es concebible que un esclavo que tenga un amo bueno esté mejor que si fuese un hombre libre. Esto es cierto, por ejemplo, en el caso de los creyentes, quienes somos esclavos del Señor Jesús. Los que somos Sus esclavos gozamos de la más verdadera forma de libertad. Al enviar a Onésimo de vuelta a Filemón, Pablo no estaba cometiendo una injusticia contra el esclavo. Tanto el amo como el esclavo eran creyentes. Filemón estaría obligado a tratarlo con bondad cristiana. De Onésimo se esperaría que sirviese con fidelidad cristiana. El profundo afecto que sentía el apóstol por Onésimo se expresa con las palabras 
Te lo envío de vuelta, y con él va mi propio corazón (Flm 1:12—NVI). Pablo sentía como si se estuviese desprendiendo de una parte de sí mismo al enviar a Onésimo de regreso a Filemón.

Deberíamos observar que se establece el importante principio de restitución. Ahora que Onésimo era salvo, ¿era necesario que volviese a su anterior amo? La respuesta es decididamente “Sí”. La salvación elimina la pena y el poder del pecado en lo espiritual, pero no cancela deudas concretas en lo material. Del nuevo cristiano se espera que ajuste todas las cuentas impagas y rectifique todos los males, en lo que sea humanamente posible. Onésimo estaba obligado a volver al servicio de su amo, y a pagarle cualquier cantidad de dinero u otro objeto que le hubiese robado.

La preferencia personal del apóstol habría sido retener a Onésimo a su lado en Roma (Flm 1:13). Había muchas cosas que un esclavo convertido podría haber hecho por Pablo mientras estaba encarcelado por causa del evangelio. Y esto habría sido también una oportunidad para Filemón de servir al apóstol, dándole un ayudante. Pero tendría el inconveniente de ser algo hecho sin el conocimiento y la autorización de Filemón.

Pablo no iba a forzar una bondad de parte del amo del esclavo reteniendo a Onésimo a su lado en Roma (Flm 1:14). Nada iba a hacer sin el consentimiento de Filemón. La bondad se quedaría privada de su hermosura si se hacía por obligación y no por una buena disposición libre del corazón.

El corazón de la epístola se resume en estos versículos: 

“Porque quizá para esto se apartó de ti por algún tiempo, para que le recibieses para siempre; no ya como esclavo, sino como más que esclavo, como hermano amado, mayormente para mí, pero cuánto más para ti, tanto en la carne como en el Señor. Así que, si me tienes por compañero, recíbele como a mí mismo. Y si en algo te dañó, o te debe, ponlo a mi cuenta. Yo Pablo lo escribo de mi mano, yo lo pagaré; por no decirte que aun tú mismo te me debes también. Sí, hermano, tenga yo algún provecho de ti en el Señor; conforta mi corazón en el Señor” (Flm 1:15-20).

Es una señal de madurez espiritual poder mirar más allá de las circunstancias adversas del momento y ver a Dios obrando todas las cosas para el bien de los que le aman ((Flm 1:15;Ro. 8:28). Cuando Onésimo huyó, quizás Filemón se llenó de amargura y le invadió una sensación de pérdida no sólo económica sino de honra. ¿Volvería a ver al ingrato fugitivo? Ahora Pablo pone el arco iris contra las oscuras nubes. Onésimo había estado perdido para la familia en Colosas durante un tiempo, pero sólo para que estuviese con ellos después para siempre. Esta debería ser la consolación de los cristianos que perdemos a nuestros seres queridos creyentes por la muerte. La separación es por un momento; la reunión será eterna.

Filemón no sólo iba a recibir de vuelta a Onésimo, sino que le recibiría bajo mejores condiciones que las que había conocido antes (Flm 1:16). No sería ya la acostumbrada relación amo-esclavo. Onésimo era ahora más que esclavo: era un hermano amado en el Señor. A partir de entonces, el motivo del temor quedaría reemplazado por el motivo del amor. Pablo había ya gozado de su comunión como hermano amado. Pero ahora ya no le retendría más en Roma consigo. La pérdida del apóstol sería la ganancia de Filemón. Ahora conocería a Onésimo como hermano tanto en la carne como en el Señor.

El antiguo esclavo justificaría la confianza de Pablo tanto en la carne (por su fiel servicio de una manera física), como en el Señor (por su comunión como hermano en la fe).

La petición del apóstol es sorprendente tanto por su franqueza como por su ternura (Flm 1:17). Le pide a Filemón que reciba a Onésimo como al mismo apóstol. Le dice: Si me tienes por compañero, recíbele como a mí mismo. Estas palabras son reminiscentes de la declaración del Salvador: “El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió” (Mt. 10:40). Y, “En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt. 25:40). También nos recuerdan que Dios nos ha aceptado en la Persona de Su Hijo, que estamos tan cercanos y somos tan queridos para Dios como Cristo lo es.

Si Filemón consideraba a Pablo como compañero, como uno con quien estaba en comunión, entonces el apóstol le pide que reciba a Onésimo sobre la misma base. Esto no demanda que Onésimo fuese tratado como un invitado perpetuo en la familia y sin obligación de trabajar. Seguiría siendo un siervo en el hogar, pero uno que pertenecía a Cristo y que por ello mismo era un hermano en la fe.

El apóstol no dice que Onésimo hubiese robado algo de Filemón, pero este versículo sugiere la posibilidad (Flm 1:18). Desde luego, el robo era uno de los pecados capitales de los esclavos. Pablo está dispuesto a aceptar la responsabilidad por cualquier pérdida que Filemón pudiese haber sufrido. Reconoce que se ha de hacer restitución. La conversión de Onésimo no cancelaba sus deudas con quien las tuviese. De modo que Pablo le dice a Filemón: Ponlo a mi cuenta.

No podemos (no debemos) leer esto sin recordar la enorme deuda que nosotros teníamos como pecadores, y cómo todo lo que debíamos fue puesto a cuenta del Señor Jesús en el Calvario. Él pagó nuestra deuda de una manera plena cuando murió como nuestro Sustituto. También se nos recuerda aquí el ministerio de Cristo como nuestro Abogado. Cuando Satanás, nuestro acusador ante Cristo, nos acusa por los males que hemos cometido, nuestro bienaventurado Señor le responde: “Ponlo a mi cuenta”

La doctrina de la reconciliación queda ilustrada en este libro. Onésimo había quedado apartado de Filemón por rebelión agravada y problable hurto. Por medio del ministerio de Pablo quedó eliminada la distancia y la “enemistad”. El esclavo quedó reconciliado con su amo. Así estábamos nosotros alejados de Dios por causa de nuestro pecado. Pero por medio de la muerte y resurrección de Cristo se ha quitado la causa de la enemistad, y los creyentes hemos sido reconciliados con Dios.

Generalmente, Pablo dictaba sus cartas a alguien, y escribía sólo las líneas finales con su mano (Flm 1:19). En este punto, el prematuramente envejecido apóstol toma la pluma, y con su familiar letra se compromete a pagar cualquier deuda en que Onésimo hubiese incurrido. Haría esto a pesar de que Filemón mismo tenía una gran deuda para con él. Pablo lo había llevado al Señor. Filemón le debía su vida espiritual a Pablo, por lo que toca al instrumento humano. Pero Pablo no le apremiaría al pago de la deuda. No quería pago, quería dádiva. Quería que Filemón fuera un dador alegre (2 Co 9:7).

Dirigiéndose a Filemón como hermano, el anciano Pablo pide sólo algún beneficio en el Señor, algún refrigerio en Cristo en medio de sus prisiones (Flm 1:20). Está rogando que Onésimo sea recibido con gentileza, que sea perdonado y restaurado a su puesto de servicio en la familia—no como esclavo ahora, sino como hermano en la familia de Dios.

El apóstol estaba confiado en que Filemón haría aun más de lo que le pedía (Flm 1:21). Él mismo había sido generosamente perdonado por Cristo. Y evidentemente no haría menos por Onésimo. Tenemos así una vívida ilustración de Efesios 4:32: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”.

Pero, ¿cómo iba Pablo a saber cómo había recibido Filemón a Onésimo? (Flm 1:22) Esperaba visitar Colosas y alojarse en casa de Filemón. Esperaba ser liberado por las autoridades civiles romanas en respuesta a las oraciones de los creyentes. Quizá esta habría sido una de las primeras tareas asignadas a Onésimo: “Prepara la habitación de huéspedes para nuestro hermano Pablo”. 

No sabemos si Pablo alguna vez llegó a Colosas. Todo lo que podemos hacer es suponer que el alojamiento le fue preparado, y que todos los miembros de la casa estarían anhelantes de verle, estando sus corazones ligados por el amor en Cristo.

Epafras puede haber sido quien plantó la asamblea en Colosas (Col 1:7, 8; 4:12, 13). Ahora compañero de prisiones de Pablo en Roma, se une en enviar saludos a Filemón (Flm 1:23).

Con Pablo en esta ocasión estaban Marcos, Aristarco, Demas y Lucas (Flm 1:24). Sus nombres son también mencionados en Colosenses 4:10,14. Jesús, llamado Justo, es mencionado en Colosenses 4, aunque se omite aquí por alguna razón. 

Marcos fue el redactor del evangelio que lleva su nombre. Con el tiempo, había demostrado ser un fiel siervo del Señor después de su fracaso inicial (2 Ti 4:11, cf. Hch 13:13; 15:36-39). ¡Qué hermoso debe haber sido el reencuentro de estos dos siervos del Señor: Pablo y Marcos. Su separación había sido tan triste y dolorosa (Hch 15:36-39) como la de Onésimo y Filemón. Pero gracias al Señor que: Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. Mi porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré. Bueno es Jehová a los que en él esperan, al alma que le busca. Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová” (Lm 3:22-26).

Aristarco, un creyente de Tesalónica, acompañó a Pablo en varios viajes, incluyendo el viaje a Roma. En Colosenses 4:10, Pablo le llama “mi compañero de prisiones”. Demas abandonó posteriormente a Pablo, amando a este mundo (2 Ti 4:10), y nunca más se supo de él. Lucas, el médico amado, fue siempre un fiel compañero y ayudante de Pablo hasta el fin (2 Ti 4:11).

La carta termina con la característica bendición de Pablo (Flm 1:25). Desea que la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con el espíritu de Filemón y los suyos. La vida no puede tener una mayor bendición que el favor inmerecido del Salvador como experiencia de cada momento. Andar en la constante conciencia y goce de Su Persona y obra es todo lo que el corazón puede desear.

La tradición nos informa que Filemón perdonó y le concedió la libertad a Onésimo por haber vuelto a él arrepentido, y le pidió que fuera a reunirse de nuevo con Pablo en Roma. Hay otra tradición escrita por Ignacio de Antioquía que nos cuenta que Onésimo fue enviado por Pablo a ministrar a los hermanos de Éfeso y que se convirtió en obispo de Berea. Durante el reinado del emperador romano Domiciano y la persecución de Trajano, Onésimo fue apresado y llevado a Roma donde fue martirizado por lapidación (aunque algunas fuentes afirman que fue decapitado). Si estas tradiciones son ciertas, Onésimo finalmente murió por guardar la fe en Aquel que verdaderamente lo hizo libre. No es un necio el que da lo que no puede retener, para ganar lo que no puede perder.

Pablo dejó la pluma y dio la carta a Tíquico (Col 4:7-9) para que la entregase por mano a Filemón. Poca cuenta debía darse el tierno apóstol de hasta qué punto el mensaje de su sencilla epístola influiría en la conducta cristiana durante los siglos venideros. Esta carta es un clásico de amor, cortesía y reconciliación, tan aplicable y necesitada hoy como el día en que fue escrita. Nos ofrece una impresionante analogía de la redención, una encarnación de la Parábola del Hijo Pródigo, y un vislumbre de lo que es la vida y el potencial de cada pecador arrepentido que vuelve al Padre.

(Hebreos 3:7,15;4:7).

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