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NUESTROS INTERCESORES

“Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos (Ro 8:26-27).

“¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?   (Ro 8:33-34).

“Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto. Y los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; mas este, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos (He 7:22-25).

EL ESPÍRITU SANTO INTERCEDE POR NOSOTROS

A veces nos encontramos sin palabras. Afortunadamente, cuando oramos como hijos del Padre, tenemos un ayudante, el Espíritu Santo, que nos ayuda en nuestra debilidad humana cada vez que las palabras se quedan cortas: “Porque qué pedir como conviene no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con con gemidos indecibles” (Ro 8:26).

En Romanos 8:18-27, el apóstol Pablo anima a los creyentes a aferrarnos a la esperanza y seguridad de nuestra adopción, redención y glorificación finales, incluso mientras soportamos pacientemente el sufrimiento en esta vida presente. Encontramos fuerza en medio de nuestra fragilidad humana cuando dependemos de la asistencia del Espíritu Santo en la oración. Cuando no estamos seguros de cómo orar o no sabemos por qué orar, el Espíritu Santo “gime” dentro de nuestros corazones con palabras que no se pueden pronunciar o expresar.

La frase traducida como “gemidos indecibles” significa “gemidos indescriptibles o sin palabras” en el idioma griego original. El mismo pasaje también enseña que los “gemidos sin palabras” incluye a toda la creación, la cual gime “como con dolores de parto” (Ro 8:22 8:22), y “nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Ro 8:23).

La presencia del Espíritu Santo que mora en nosotros nos recuerda que (en lo que respecta a Dios) nuestra redención está garantizada: “Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos. Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu” (2 Co 5:2-5).

La mayoría de nosotros hemos luchado en la oración, preguntándonos si debemos orar por la liberación de nuestro sufrimiento, el alivio y el rescate milagroso, o la fortaleza para soportarlo. Incluso el apóstol Pablo suplicó al Señor que le quitara el “aguijón en la carne”, solo para que le dijeran que el poder de Dios se perfecciona en la debilidad (2 Co 12:7-9). Como Pablo, a menudo pensamos que sabemos lo que necesitamos, pero no siempre somos buenos jueces de la perfecta voluntad de Dios. ¡Qué alivio es darse cuenta de que la eficacia de nuestras oraciones no depende de nosotros! No tenemos que tener el conocimiento o las palabras para expresar lo que necesitamos porque el Padre que conoce todos los corazones, sabe lo que dice el Espíritu, porque el Espíritu intercede por nosotros los creyentes en armonía con la voluntad de Dios (Ro 8: 27).

Nuestra visión limitada no es excusa para abandonar la oración, ya que es esencial para la vida cristiana. Pero debemos darnos cuenta de que la oración es una actividad trinitaria. Oramos al Padre. El Espíritu Santo es nuestro abogado e intercesor en el proceso (Jn 14:16, 26; 15:26; 16:7). No podemos orar verdaderamente sin la ayuda del Espíritu Santo. A través de Jesucristo, tenemos acceso al Padre por el Espíritu Santo (Ef 2:18), quien nos ayuda e intercede con gemidos indecibles. En un lenguaje que no podemos entender, el Padre escudriña el corazón humano, la morada del Espíritu, para escuchar la oración del Espíritu. Cuando el Padre escucha que el Espíritu ora de acuerdo a Su voluntad (porque el Espíritu intercede por los santos de acuerdo con la voluntad de Dios), entonces el Padre y el Espíritu están en perfecta armonía para que los propósitos de Dios se cumplan en el creyente a través del instrumento de oración.

La intercesión del Espíritu Santo con “gemidos indecibles” no debe confundirse con hablar en lenguas. En las Escrituras, las lenguas se expresan en palabras pronunciadas audibles que están destinadas a ser entendidas e interpretadas (Hch 2:4-47; 19:6; 1 Co 14:13-40). En Romanos 8:26, Pablo se refiere a gemidos silenciosos, espirituales. Estos gemidos sin palabras, sin sonido, son de naturaleza espiritual y divinamente entendidos.

Vivimos en un mundo caído que no es nuestro hogar permanente (He 13:14; Fil 3:20). Estamos atrapados entre “nuestros sufrimientos presentes” y la futura “gloria que se manifestará en nosotros” (Ro 8:18). Somos acosados por debilidades internas (Mt 26:41; 2 Co 12:5-10) y poderosos enemigos externos (Ef 6:11-13). Podemos orar con palabras usando nuestro entendimiento humano, pero Dios no nos ha dejado solos en este empeño. Él nos ha dado el ministerio del Espíritu Santo que ora por nosotros con gemidos indecibles. Podemos confiar en el intelecto divino y la visión infinita del Espíritu para orar eficazmente de acuerdo con el buen propósito y la voluntad de Dios (1 Co 14:15; Ef 6:18–20; Jud 1:20).

EL SEÑOR JESÚS INTERCEDE POR NOSOTROS

Respecto a Jesús, el escritor de los Hebreos dice: “Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (He 7:25). Este versículo (y otros similares) nos dice que, aunque la obra de Cristo para asegurar la salvación de los elegidos se completó en la cruz, como se evidencia en Su clamor “Consumado es” (Jn 19:30), Su amor por los redimidos nunca terminará.

El Señor Jesús no ascendió al cielo después de Su ministerio terrenal para tomarse un descanso de Su función como Pastor eterno de Su pueblo. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Ro 5:10). Si en cuando estuvo humillado, despreciado, en agonía y muerto, tuvo el poder de realizar una obra tan grande como la de reconciliarnos con Dios, cuánto más podemos esperar que Él pueda guardarnos ahora que es un Redentor vivo, exaltado y triunfante, resucitado e intercediendo por nosotros ante el trono (Ro 8:34). Claramente, Jesús está todavía muy activo a favor nuestro en el cielo.

Después que el Señor Jesús ascendió al cielo y se sentó a la diestra de Dios Padre (Hch 1:9; Col 3:1), volvió a la gloria que tenía antes de Su encarnación (Jn 17:5) para continuar con su función de Rey de reyes y Señor de señores — Su función eterna como la segunda Persona del Dios trino. Mientras esta caída tierra continúa siendo ganada para Cristo, Jesús es el Abogado de los Suyos, lo que significa que es nuestro gran Defensor. Este es el papel intercesor que Él actualmente cumple por aquellos que somos Suyos (1 Jn 2:1). Jesús siempre está defendiendo nuestro caso ante el Padre, al igual que un abogado defensor a favor nuestro.

El Señor Jesús está intercediendo por nosotros mientras que Satanás (cuyo nombre significa “adversario y acusador) nos acusa, señalando nuestros pecados y debilidades ante Dios, tal como lo hizo con Job (Job 1:6-12). Sin embargo, las acusaciones caen en oídos sordos en el cielo, porque la obra de Jesús en la cruz pagó por completo nuestra deuda por el pecado; por lo tanto, Dios siempre ve en Sus hijos la perfecta justicia de Jesús. Cuando Jesús murió en la cruz, Su justicia (perfecta santidad) nos fue imputada, mientras que nuestro pecado se le atribuyó a Él en Su muerte. Este es el gran intercambio del que habla Pablo en 2 Corintios 5:21. Eso nos quita nuestro estado pecaminoso delante de Dios, para que Dios pueda aceptarnos como inocentes ante Él.

Finalmente, es importante entender que Jesús es el único mediador humano entre Dios y el hombre. Nadie más, ni María, ni ningún santo cristiano de la historia, tiene el poder de interceder por nosotros ante el trono del Todopoderoso. Ningún ángel tiene esa posición. Sólo Cristo es el Dios-hombre, y Él es el mediador e intercede entre Dios y el hombre. Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Ti 2:5).

APLICACIÓN 

La intercesión del Señor Jesús y del Espíritu Santo por nosotros no es efectuada sin nosotros. Somos colaboradores de Dios (1 Co 3:9). No nos engañemos ni por un segundo creyendo que la intercesión del Señor y del Espíritu ocurren sin nosotros, o mientras estamos en pecado ante Dios. El Señor y su Espíritu interceden con nosotros, cuando nos presentamos ante el Padre en oración. 

Teniendo, pues, dos grandes intercesores a nuestro favor, no descuidemos el hábito de la oración junto con el diligente estudio de la Palabra. La oración y la Palabra, la Palabra y la oración, son el Señor y el Espíritu ayudándonos a continuar en nuestro peregrinaje por este mundo condenado a la destrucción (2 P 3:10-11).