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jueves, 23 de marzo de 2023

¿ORAS?



[Adaptado de Un Llamado A La Oración de J. C. Ryle (1816-1900). Publicado por primera vez aquí jueves 13 de febrero de 2014]

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“Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres” (1 Ti 2:1).

“Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni contienda” (1 Ti 2:8).

1. La oración es necesaria para la salvación del hombre

¿Oras?

Tengo una pregunta para hacerte. Está contenida en una palabra, ¿oras? Es una pregunta que sólo tú puedes responder, pues cuando tú asistes a la adoración pública, tu ministro lo sabe, y si tienes tiempo de oración familiar, tu familia lo sabe. Pero si oras en privado o no, es un asunto entre tú y Dios.

Te suplico con todo cariño que atiendas el tema que traigo. No digas que mi pregunta es demasiado directa. Si tu corazón es recto ante los ojos de Dios, no hay nada por qué sentir temor. No evadas mi pregunta respondiéndome que tú “dices tus oraciones”. Una cosa es “decir”, y otra es orar. No me digas que mi pregunta es innecesaria. Escúchame por unos minutos y te daré unas buenas razones para preguntártelo.

Es necesaria para la salvación

Te pregunto si oras porque la oración es absolutamente necesaria para la salvación del hombre.

Digo, absolutamente necesaria, y lo digo con conocimiento de causa. No hablo como para infantes o personas incapaces de entender. No me refiero a la condición de los paganos porque a  todo aquel que se la ha dado poco, poco se le demandará. Estoy hablando específicamente de aquellos que se llaman a sí mismos cristianos, en una nación como la nuestra. Y por eso digo, ningún hombre o mujer puede esperar ser salvo si no ora.

Creo en la salvación por gracia tan fuertemente como cualquiera. Con mucho gusto le ofrecería perdón gratuito y completo al pecador más grande que jamás haya existido. Yo no dudaría en pararme al lado de su lecho de muerte y decirle: “Cree en el Señor Jesucristo, [incluso ahora] y serás salvo” (Hch 16:31). Pero que una persona pueda ser salva sin pedirlo, no lo veo en la Biblia. Que una persona reciba el perdón de sus pecados, sin levantar su corazón interiormente diciendo: “Señor Jesús, dame la salvación”, esto no lo puedo encontrar. Puedo encontrar que nadie será salvado por sus oraciones, pero no puedo encontrar a nadie que sin la oración, sea salvo.

No es absolutamente necesario para la salvación que una persona lea la Biblia. Una persona puede no saber leer o ser ciego y, sin embargo, tener a Cristo en su corazón. No es absolutamente necesario que una persona escuche la predicación pública del vangelio. Puede vivir donde el evangelio no es predicado o puede estar postrado en cama o ser sordo. Pero no se puede decir lo mismo acerca de la oración. Pues es absolutamente necesario para la salvación que una persona ore.

Responsabilidad personal

No hay camino real ni para la salud, ni para el aprendizaje. Príncipes y reyes, pobres y campesinos, todos por igual deben atender a las necesidades de sus propios cuerpos y de sus propias mentes. Ninguna persona puede delegar a otro para que coma, beba o duerma por él. Ninguna persona puede aprender el alfabeto por otro. Todas estas son cosas que cada uno debe hacer por sí mismo o no se harán en absoluto.

Al igual que sucede con la mente y el cuerpo, sucede con el alma. Hay ciertas cosas absolutamente necesarias para la salud y el bienestar del alma. Cada uno debe ocuparse de estas cosas por sí mismo. Cada uno debe arrepentirse por sí mismo. Cada uno debe apelar a Cristo por sí mismo. Y cada uno, por sí mismo, hablar con Dios y orar. Tienes que hacerlo por ti mismo, debido a que nadie más puede hacerlo por ti.

Vivir sin oración es estar sin Dios, sin Cristo, sin gracia, sin esperanza y sin cielo. Es estar camino al infierno. Ahora no te sorprenderá si te hago la pregunta: ¿Oras?

2. El hábito de la oración: La marca de un verdadero cristiano

Los que oran

De nuevo, te pregunto: ¿Oras? Porque el hábito de la oración es una de las marcas más seguras de un verdadero cristiano.

Todos los hijos de Dios en la tierra son iguales en este aspecto. Desde el momento en que hay algo de vida y verdad en su religión, oran. Así como el primer signo de la vida de un bebé cuando nace en el mundo es respirar, así mismo el primer acto de los hombres y las mujeres cuando han nacido de nuevo es orar.

Ésta es una de las marcas comunes de todos los elegidos de Dios, pues tienen la necesidad “de orar siempre, y no desmayar” (Lc 18:1) El Espíritu Santo, quien los hace nuevas criaturas, obra en ellos el sentido de adopción y los hace clamar: “¡Abba, Padre!”. (Ro 8:15). Cuando el Señor Jesús les da vida, les da voz y lengua, y les dice: “No estarás más sin palabras”. Dios no tiene hijos sin palabras. Orar es una parte tan importante de su nueva naturaleza, así como lo es el llorar en un bebé. Ellos ven su necesidad de misericordia y gracia. Sienten vacío y debilidad. No pueden hacer cosa distinta. Deben orar.

He examinado cuidadosamente las vidas de los santos de Dios en la Biblia. No he podido encontrar una sola historia desde el Génesis hasta el Apocalipsis, de alguien que no fuera un hombre de oración y eso nos dice mucho. Lo encuentro registrado como una característica de los santos, quienes llaman al Padre (1 P 1:17) que “invocan el nombre del Señor Jesucristo” (1 Co 1:2). Mientras que una característica de los impíos, es que “…a Jehová no invocan…” (Sal 14:4).

He leído la vida de muchos cristianos eminentes que han estado en la tierra desde los tiempos bíblicos. Algunos de ellos eran ricos y otros pobres. Algunos fueron enseñados y algunos indoctos. Algunos de ellos eran episcopales y algunos eran cristianos de otras denominaciones. Algunos eran calvinistas y algunos eran arminianos. A algunos les gustaba usar liturgia, otros ninguna. Pero una cosa veo que todos tenían en común. Todos ellos han sido hombres de oración.

He estudiado los informes de las sociedades misioneras en nuestros días. Veo con gozo que los hombres y mujeres perdidos reciben el Evangelio en diversas partes del mundo. Hay conversiones en África, en Nueva Zelanda, en la India, en China. Los convertidos son, naturalmente, diferentes unos a otros en todos los aspectos. Pero una cosa sorprendente es observar que en todas las estaciones misioneras, las personas convertidas siempre oran.

Los que no oran

No niego que una persona puede orar sin corazón y sin sinceridad. No creo, ni por un momento pretendo decir que el mero hecho de orar demuestra todo lo relacionado con su alma. Como en cualquier otro elemento de la religión, también en esto, puede haber engaño e hipocresía.

Pero esto digo: Que no orar es una prueba clara de que un hombre no es todavía un verdadero cristiano. Él no está convencido realmente de sus pecados. Él no puede amar a Dios. No puede sentirse deudor de Cristo. No puede anhelar la santidad. No puede desear el cielo. Él aún no ha nacido de nuevo. Él aún no ha sido hecho una nueva criatura. Puede jactarse de confianza de la elección, la gracia, la fe, la esperanza y el conocimiento, y engañar a la gente ignorante. Pero puedes estar seguro de que todo lo que dice es vano si él no ora.

Evidencia real

Y digo además, que de todas las evidencias de la verdadera obra del Espíritu, el hábito de la oración privada abundante es uno de los más satisfactorios que se pueden nombrar. Un hombre puede predicar con falsas motivaciones. Un hombre puede escribir libros y dar buenos discursos, y parecer diligente en las buenas obras, y aun así, ser un Judas Iscariote. Pero es raro que un hombre que va a su lugar de oración y derrama su alma delante de Dios en secreto, no sea sincero. El Señor mismo ha puesto su sello en la oración como la mejor prueba de una verdadera conversión. Cuando envió a Ananías a Saulo en Damasco, él no le dio otra prueba de su corazón regenerado que esto: “He aquí, él ora”. (Hch 9:11)

Sé que muchas cosas pueden pasar por la mente de un hombre antes de ser llevado a orar. Puede tener muchas convicciones, deseos, anhelos, sentimientos, intenciones, resoluciones, esperanzas y temores. Pero todas estas cosas son evidencias muy inciertas. Estas también se encuentran en las personas impías y, a menudo, llegan a nada. En más de un caso no es más duradera que la nube de la mañana y el rocío que se desvanece. Una oración verdadera, de corazón, que viene de un espíritu contrito y humillado, es más valiosa que todas estas cosas juntas.

Yo sé que el Espíritu Santo, quien llama a los pecadores de sus malos caminos, en muchos casos, los conduce muy lenta y gradualmente al conocimiento de Cristo. Sin embargo, el ojo humano sólo puede juzgar por lo que ve. No puedo llamar a nadie justificado hasta que él crea. No me atrevo a decir que nadie cree hasta que ora. No puedo entender una fe sin palabras. El primer acto de fe será hablar con Dios. La fe es para el alma lo que la vida es para el cuerpo. La oración es para la fe lo que la respiración es para la vida. ¿Cómo puede un hombre vivir sin respirar? No lo puedo comprender. Y, ¿cómo un hombre puede creer y no orar? Tampoco lo puedo comprender.

No te sorprendas si escuchas a los ministros del evangelio insistiendo mucho sobre la importancia de la oración. Éste es el punto al que queremos llevarte: Queremos confirmar que oras. Tus puntos de vista doctrinales pueden ser correctos. Tu amor por el protestantismo puede ser cálido e inconfundible. Pero aun así, esto puede no ser más que conocimiento intelectual y un espíritu dividido. Queremos saber si en realidad estás familiarizado con el trono de la gracia y si puedes hablar con Dios, así como hablar de Dios.

¿Quieres saber si eres un verdadero cristiano? Entonces, asegúrate de responder mi pregunta, que es de primera importancia: ¿Oras?

3. La oración: El deber más descuidado

Algunos nunca oran

Me pregunto si oras porque no hay un deber más descuidado en la religión que la oración privada.

Vivimos en días de abundante profesión religiosa (expresión verbal o escrita de la fe en Cristo). Ahora hay más lugares de culto público que antes. Hay más personas que asisten a ellos que antes. Y, sin embargo, a pesar de toda esta religión pública, creo que hay un gran descuido de la oración privada. Es uno de esos asuntos privados entre Dios y el alma que ningún ojo ve. Por lo tanto, uno que los hombres están tentados a pasar por alto y dejar de hacer. Creo que cientos de miles nunca pronuncian una palabra de oración en absoluto. Ellos comen. Ellos beben. Ellos duermen. Ellos se levantan. Ellos van a su trabajo. Regresan a sus hogares. Respiran el aire de Dios. Caminan sobre la tierra de Dios. Ellos disfrutan misericordias de Dios. Tienen cuerpos que están muriendo. Tienen juicio y eternidad por delante. Pero nunca le hablan a Dios. Viven como las bestias que perecen. Se comportan como criaturas sin alma. Ellos no tienen una palabra que decir a Aquel en cuya mano está su vida y aliento, y todas las cosas, y de cuya boca deben recibir algún día su condena eterna. “¡Cuán terrible es esto!; pero si tan sólo se conocieran los secretos de los hombres, nos daríamos cuenta de cuán común es”.

Algunos usan sólo fórmulas

Creo que hay cientos de miles de personas cuyas oraciones no son más que meras fórmulas, un conjunto de palabras que se repiten de memoria, sin un pensamiento acerca de lo que significan. Algunos dicen más que unas pocas frases apresuradas aprendidas en el jardín infantil cuando eran niños. Algunos se contentan con repetir el Credo, olvidando que no hay peticiones en el mismo. Algunos se apegan a la oración del Padre Nuestro (Mt 6:9-13), pero sin el menor deseo de que estas peticiones solemnes puedan ser concedidas.

Incluso, muchos de aquellos que utilizan las buenas fórmulas, balbucean sus oraciones después de que han ido a la cama, mientras se bañan o se visten por la mañana. La gente puede pensar lo que le plazca, pero no pueden depender de aquello que a los ojos de Dios no es orar. Las palabras dichas sin corazón son completamente inútiles para nuestras almas como el sonido del tambor del pobre pagano delante de sus ídolos. Donde no hay corazón, puede haber trabajo de labios y de lengua, pero no hay nada que Dios escuche, pues esto no es oración. Saulo, no tengo dudas, pronunció muchas largas oraciones antes que el Señor le encontrase en el camino a Damasco. Pero no fue hasta que su corazón fue quebrantado que el Señor dijo: “Él ora” (Hch 9:11).

¿Esto te sorprende? Escúchame y te mostraré que no estoy hablando sin razón alguna. ¿Piensas que mis afirmaciones son extravagantes e injustificables? Dame tu atención y pronto te demostraré que sólo estoy diciendo la verdad.

¿Por qué los hombres no oran?

¿Has olvidado que no es natural para cualquiera orar? “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios” (Ro 8:7) El deseo del corazón del hombre es alejarse de Dios y no tener nada que ver con Él. Sus sentimientos hacia Dios no son de amor, sino de miedo. ¿Por qué entonces, un hombre oraría cuando no tiene un verdadero sentido del pecado, ni ningún sentimiento real de las necesidades espirituales o ninguna creencia profunda en las cosas que no se ven, ni deseo de la santidad y el cielo? La gran mayoría de los hombres no conocen ni sienten nada acerca de todas estas cosas. Las multitudes andan por el camino ancho (Mt 7:13). No puedo olvidar esto. Por eso te digo audazmente, creo que pocos oran.

¿Has olvidado que orar está pasado de moda? Es una de esas cosas que muchos estarían más bien avergonzados de admitir. Hay cientos de personas que preferirían ir a una batalla que ya está perdida o enfrentarse a una situación sin esperanza alguna, que confesar públicamente que tienen el hábito de orar. Hay miles de personas que, cuando se vieran obligados a dormir en la misma habitación con un extraño, irían a la cama sin una oración. Vestir bien, ir al teatro, creerse listo y agradable, todo esto está de moda, pero no orar. No puedo olvidar esto. No puedo pensar que un hábito común como éste, para muchos sea algo de que avergonzarse. Por eso creo que pocos oran.

¿Has olvidado las vidas que muchos viven? ¿Podemos realmente creer que la gente está orando contra  el pecado de noche y de día, cuando los vemos hundirse en él? ¿Podemos suponer que oran en contra del mundo cuando están completamente absortos y ocupados en sus actividades? ¿Podemos pensar que realmente le piden a Dios la gracia para servirle, cuando no muestran para nada el más mínimo deseo de servirle? Oh no, es claro como la luz del día que la gran mayoría de la gente no pide nada a Dios o realmente no desea de corazón lo que pide, que no es más que lo mismo. El orar y el pecar nunca vivirán juntos en el mismo corazón. La oración consumirá al pecado o el pecado ahogará la oración. No puedo olvidar esto. Miro la vida de los hombres y creo que pocos oran.

¿Has olvidado las muertes que muchos mueren? ¿Cuántos, cuando se acercan a la muerte, parecen completamente extraños para Dios? No sólo son tristemente ignorantes de su Evangelio, sino carentes de poder para hablarle a Él. Hay una dificultad terrible y timidez en sus esfuerzos por acercarse a Él. Parecieran abordar algo nuevo, como si quisieran ser presentados ante Dios y como si nunca antes hubiesen hablado con Él. Recuerdo haber escuchado de una dama, quien estaba ansiosa de que un ministro la visitara en el último tiempo de su enfermedad. Deseaba que él orara por ella. Él le preguntó por qué cosas quería que él orase. Ella no lo supo y no pudo decírselo. Ella se encontraba totalmente incapacitada para nombrar cualquier cosa que deseaba que él pidiera a Dios por su alma. Todo lo que ella parecía desear era que el ministro cumpliera con sus oraciones de manera formal. No puedo entender esto. Los lechos de muerte son grandes reveladores de secretos. No puedo olvidar lo que he visto en los enfermos y moribundos. Esto también me lleva a creer que pocas personas oran.

No puedo ver tu corazón. No conozco tu historia privada en cuanto a los asuntos espirituales. Pero en cuanto a lo que veo en la Biblia y en el mundo, estoy seguro de que no puedo hacerte una pregunta más necesaria que ésta: ¿Oras?

4. La oración produce gran aliento

Dios está listo

Me pregunto si oras porque la oración es un acto de la religión en el que encontramos un gran aliento.

Si los hombres sólo lo intentan, de parte de Dios encontrarán todo para facilitar la oración. Todo está de su lado. Se anticipa a cada objeción. Cada dificultad está prevista. Los caminos torcidos se enderezan y lo áspero se hace suave. No hay excusa para la persona que ha dejado de orar.

Hay un camino por el cual cualquier hombre, aun el pecador e indigno, puede acercarse a Dios el Padre. Jesucristo ha abierto ese camino por el sacrificio que hizo por nosotros en la cruz. La santidad y la justicia de Dios no tienen por qué asustar a los pecadores y alejarlos. Solamente déjenlos clamar a Dios en el nombre de Jesús, solamente déjenlos suplicar por la sangre expiatoria de Jesús y encontrarán a Dios en un trono de gracia, dispuesto y listo para escuchar. El nombre de Jesús es un pasaporte infalible para nuestras oraciones. En ese nombre, un hombre puede acercarse a Dios con valentía y pedir con confianza. Dios se ha comprometido a escucharlo. Piense en esto. ¿No es esto de mucho ánimo?

Hay un abogado e intercesor siempre a la espera de presentar las oraciones de aquellos que vienen a Dios por medio de Él. Ese abogado es Jesucristo. Él mezcla nuestras oraciones con el incienso de su propia todopoderosa intercesión. Y esa mezcla sube como un olor grato delante del trono de Dios. Pobres como son en sí mismas, son fuertes y poderosas en la mano de nuestro Sumo Sacerdote y Hermano Mayor. El cheque sin firma no es más que un pedazo de papel sin valor. El trazo de un lapicero le confiere todo su valor. La oración de un pobre hijo de Adán es algo débil en sí misma, pero respaldada por la mano del Señor Jesús, adquiere mucho valor. Había un oficial en la ciudad de Roma que fue designado para tener sus puertas siempre abiertas, para recibir a cualquier ciudadano romano que solicitara ayuda. Así mismo el oído del Señor Jesús está siempre abierto al clamor de todos los que necesitan misericordia y gracia. Es su oficio ayudarlos. Su oración es su deleite. Piensa en esto. ¿No es esto un aliento?

El Espíritu Santo siempre está dispuesto a ayudar en nuestra débil oración. Es parte de su oficio especial ayudarnos en nuestros esfuerzos para hablar con Dios. No tenemos que estar abatidos y angustiados por el miedo de no saber qué decir. El Espíritu nos dará palabras si buscamos su ayuda. Las oraciones del pueblo del Señor son inspiración del Espíritu de Dios, la obra del Espíritu Santo que habita en ellos como el Espíritu de gracia y súplica. Sin duda, el pueblo del Señor tiene la esperanza de ser escuchado. Ellos no están solos en la oración, sino que el Espíritu Santo está suplicando con ellos. Piense en esto. ¿No es esto aliento?

Promesas

Hay grandes y preciosas promesas para aquellos que oran. ¿Qué quiso decir el Señor Jesús cuando pronunció palabras como éstas: “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla, y al que llama, se le abrirá” (Mt 7:7, 8). “Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mt 21:22). “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré”? (Jn 14:13,14) ¿Qué quiso decir el Señor cuando pronunció las parábolas del Amigo a la medianoche y la viuda inoportuna? (Lc 11:5;18:1) Piensa en estos pasajes. Si esto no es un aliento para orar, estas palabras no tienen sentido.

Ejemplos

Hay ejemplos maravillosos en las Escrituras del poder de la oración. Nada parece ser demasiado grande, demasiado duro o demasiado difícil de hacer para la oración. Con oración se ha conseguido lo que parecía imposible y fuera de alcance. Se han logrado victorias sobre fuego, tierra, aire y agua. La oración abrió el Mar Rojo. La oración trajo agua de la roca y el pan del cielo. La oración hizo que el sol se detuviera. La oración trajo fuego del cielo sobre el sacrificio de Elías. La oración convirtió el consejo de Ahitofel en necedad. La oración derrocó al ejército de Senaquerib. Bien pudo decir la reina María de Escocia: “Temo las oraciones de John Knox más que un ejército de diez mil hombres”. La oración ha sanado a los enfermos. La oración ha resucitado muertos. La oración ha procurado la conversión de las almas. “El hijo de la oración”, dijo un viejo cristiano a la madre de Agustín, “nunca perecerá”. La oración, los dolores y la fe pueden hacer cualquier cosa. Nada parece imposible cuando un hombre tiene el espíritu de adopción. “Ahora, pues, déjame en paz, para que mi ira arda contra ellos”, es la frase notable de Dios a Moisés cuando Moisés estaba a punto de interceder por los hijos de Israel. La versión caldea dice: “Deja de orar”. (Éx 32:10). Mientras Abraham pidió clemencia para Sodoma, el Señor la dio. Él nunca dejó de darla hasta que Abraham dejó de orar. Piensa en esto: ¿No es esto un aliento?

¿Qué más puede un hombre desear para dirigir sus pasos hacia la verdadera religión, que las cosas que acabo de decir sobre la oración? ¿Qué más se podría hacer para facilitar el camino hacia el propiciatorio y eliminar todas las ocasiones de tropiezo del camino del pecador? Seguramente, si los demonios del infierno tuviesen esta puerta abierta delante de ellos, saltarían de regocijo y llenarían ese abismo de alegría.

Pero, ¿dónde esconderá su cabeza la persona que es indiferente a estos gloriosos alientos? ¿Qué puede decirse del hombre que, después de todo, muere sin oración? Estaría muy angustiado si tú fueras esa persona. Seguramente yo podría preguntarte: ¿Oras?

5. Diligencia en la oración: Secreto de la santidad

La gran diferencia

Te pregunto si oras porque la diligencia en la oración es el secreto de la santidad eminente.

Indiscutiblemente, hay una gran diferencia entre los verdaderos cristianos. Hay un inmenso intervalo entre los de la vanguardia y los de la retaguardia en el ejército de Dios. Todos están peleando la misma buena batalla, pero ¿cuánto más valientemente batallan unos que otros? Todos están haciendo la obra del Señor, pero ¿cuánto más hacen unos que otros? Todos son luz en el Señor; ¿pero cuánto más brillan unos que otros? Todos corren la misma carrera, ¿pero cuánto más rápido avanzan unos que otros? Todos aman al mismo Señor y Salvador, pero ¿cuánto más le aman unos que otros? Le pregunto a cualquier verdadero cristiano si éste no es el caso. ¿No son estas cosas así?

Hay algunos del pueblo del Señor que parecen incapaces de continuar desde el momento de su conversión. Ellos han nacido de nuevo, pero siguen siendo bebés toda la vida. Escuchas de ellos la misma experiencia de siempre. Observas en ellos la misma falta de apetito espiritual, la misma falta de interés en cualquier cosa más allá de su pequeño círculo, que observó hace diez años. Son peregrinos en efecto, pero peregrinos como los gabaonitas de la antigüedad, su pan es siempre seco y mohoso, sus zapatos siempre viejos, y sus vestidos siempre rotos y desgarrados (Jos 9). Lo digo con tristeza y dolor, pero le pregunto a cualquier cristiano verdadero, ¿no es esto cierto?

Hay otros del pueblo del Señor que parecen estar siempre avanzando. Crecen como la hierba después de la lluvia, aumentan como Israel en Egipto. Continúan como Gedeón, aunque a veces se debilitan, pero siempre prosiguen (Jue 8:4). Ellos están siempre añadiendo gracia a la gracia y fe a la fe, y fuerza a la fuerza. Cada vez que te encuentras con ellos su corazón parece más grande y su estatura espiritual más alta y más fuerte. Cada año parecen tener mejor visión, saber más, creer más y sentir más su religión. No sólo tienen buenas obras para demostrar la realidad de su fe, sino que son celosos de ellas. Ellos no sólo hacen el bien, sino que son incansables en hacer el bien. Tratan de hacer grandes cosas y hacen grandes cosas. Cuando fallan, lo intentan otra vez, y cuando caen son prontos en levantarse de nuevo. Y siempre piensan de sí mismos como pobres siervos inútiles y creen que no hacen nada en absoluto (Lc 17:10). Estos son los que hacen la religión preciosa y bella delante de los ojos de todos. Ellos arrancan elogios, incluso de los no convertidos y ganan buenas opiniones, incluso de las personas egoístas del mundo.

Es bueno verlos, estar con ellos y escucharlos. Cuando te encuentras con ellos, podrías pensar que como Moisés, acaban de salir de la presencia de Dios (Éx 34:29-35). Cuando compartes con ellos, te sientes calentado por su compañía, como si su alma hubiera estado cerca de un fuego. Sé que personas así son poco frecuentes de encontrar. Sólo me pregunto, ¿por qué no hay más así?

La razón de la diferencia

Ahora, ¿cómo podemos explicar la diferencia que acabo de describir? ¿Cuál es la razón de que algunos creyentes son mucho más brillantes y más santos que los demás? Creo que la diferencia, en diecinueve casos de un total de veinte, surge de hábitos diferentes acerca de la oración privada. Creo que los que no son eminentemente santos oran poco y los que son eminentemente santos oran mucho.

Me atrevo a decir que esta opinión sorprenderá a algunos oyentes. No dudo de que muchos ven la santidad eminente como una especie de don especial, al cual nadie, excepto unos pocos deben pretenden alcanzar. Lo admiran a la distancia en los libros. Creen que es hermoso cuando ven un ejemplo cercano a ellos. Pero en cuanto a que sea una cosa al alcance de cualquiera, sino de muy pocos, tal noción no parece entrar en sus mentes. En resumen, lo consideran una especie de monopolio concedido a pocos creyentes favorecidos, pero ciertamente no para todos.

Ahora, creo que esto es un error muy peligroso. Creo que la grandeza espiritual y natural depende en gran medida del uso fiel de los medios de gracia al alcance de todos. Por supuesto, no digo que tengamos derecho a esperar una ayuda milagrosa de dotes intelectuales, pero esto si digo, que cuando un hombre es una vez convertido a Dios, su progreso en la santidad estará muy de acuerdo con su propia diligencia en el uso de los medios designados por Dios. Y afirmo con seguridad, que el principal medio por el cual la mayoría de los creyentes se han convertido en grandes en la gran iglesia de Cristo es el hábito de la oración privada diligente.

La oración es poder

Mira a través de las vidas de los más brillantes y mejores de los siervos de Dios, ya sea en la Biblia o no. Vea lo que está escrito de Moisés, David, Daniel y Pablo. Nota lo que se registra de los Reformadores Lutero y Bradford. Observa lo que está relacionado con las devociones privadas de Whitefield, Cecil, Venn,  Bickersteth y McCheyne. Dime de uno de toda esta buena cantidad de santos y mártires, que no haya tenido esta marca prominente–ellos eran hombres de oración. Depende de ello: La oración es el poder.

La oración obtiene efusiones frescas y continuas del Espíritu. Sólo Él comienza la obra de la gracia en el corazón del hombre. Sólo Él puede llevarlo adelante y hacerlo prosperar. Pero al buen Espíritu le plació que le rueguen. Y a los que más piden, tendrán más de su influencia.

La oración es el remedio más seguro contra el diablo y los pecados que nos asedian. Ese pecado no se mantendrá firme en el corazón si se ora fervientemente contra él. Ese demonio nunca mantendrá el dominio sobre nosotros, cuando se ruega al Señor que sea echado fuera. Pero entonces, debemos exponer todo nuestro caso ante nuestro Médico celestial, si ha de darnos un alivio diario.

6. La oración y las recaídas

Las recaídas realmente suceden

¿Quieres crecer en la gracia y ser un cristiano devoto? Te aseguro, que si lo deseas, no podrías hacerte una pregunta más importante que ésta: ¿Oras? Me pregunto si oras porque el descuido de la oración es una gran causa de las recaídas.

Es cierto que existen las recaídas después de haber hecho una buena profesión de fe. Los hombres pueden correr bien durante una temporada, al igual que los gálatas, y luego apartarse tras los falsos maestros (Gl 6:1). Los hombres pueden profesar su fe en voz alta, mientras que sus sentimientos son cálidos, como lo hizo Pedro, y luego en la hora de la prueba negar a su Señor (Mt 26:74-75). Los hombres pueden perder su primer amor como lo hicieron los efesios (Ap 2:4). Los hombres pueden enfriarse en su celo por hacer el bien, como Marcos, el compañero de Pablo (Hch 15:37-38). Los hombres pueden seguir a un apóstol por una temporada y como Demas, volver al mundo (2 Ti 4:10). Todo esto lo hacen los hombres.

Es una cosa miserable tener recaídas. De todas las cosas tristes que le pueden pasar a un hombre, supongo que esto es lo peor. Un barco varado, un águila con las alas rotas, un jardín invadido de maleza, un arpa sin cuerdas, una iglesia en ruinas, todos estos son panoramas tristes, pero un reincidente es un espectáculo aún más triste. Una conciencia herida, una mente hastiada de sí misma, un recuerdo lleno de remordimiento, un corazón atravesado por las flechas del Señor, un espíritu roto con una carga de acusaciones internas; todo esto es una prueba del infierno. Es un infierno en la tierra. En verdad, el dicho del sabio es solemne e importante: “De sus caminos será hastiado el necio de corazón [el reincidente]” (Pr 14:14).

La causa de las recaídas

Ahora, ¿cuál es la causa de la mayoría de las recaídas? Creo que, por regla general, una de las principales causas es el descuido de la oración privada. Por supuesto, la historia secreta de las caídas no se conocerá sino hasta el último día. Sólo puedo dar mi opinión como ministro de Cristo y un estudiante del corazón. Mi opinión es, lo repito claramente, que las recaídas en general, primero se inicia con el abandono de la oración privada.

Biblias leídas sin oración; sermones escuchados sin oración; matrimonios contraídos sin oración; viajes realizados sin oración; residencias elegidas sin oración, amistad formada sin oración, la práctica diaria de la oración apresurada o hecha sin el corazón: Estos son los pasos hacia atrás por los cuales, muchos cristianos descienden a un estado de parálisis espiritual o llegan al punto en el que Dios les permite tener una caída tremenda. Éste es el proceso que da a luz Lots persistentes, los Sansones inestables, los Salomones que idolatran esposas, los Asas inconsistentes, los Josafats flexibles, las Martas con exceso de cuidado, de los cuales muchos se encuentran en la iglesia de Cristo.  A menudo, la historia simple de tales casos es la siguiente: Se volvieron descuidados con la oración privada.

Oculto al principio

Puedes estar seguro que los hombres caen primero en privado mucho antes de que caigan en público. Son reincidentes en sus rodillas, mucho antes de que reincidan abiertamente ante los ojos del mundo. Al igual que Pedro, primero ignoran la advertencia del Señor de velar y orar, a continuación, al igual que Pedro, su fortaleza espiritual se va, y en la hora de la tentación niegan a su Señor (Mt 26:40-75).

El mundo toma nota de su caída y se burla ruidosamente. Pero el mundo no conoce la verdadera razón. Los paganos ofrecen en sacrificio, como incienso a sus ídolos, a un muy reconocido cristiano, amenazándolo con un castigo peor que la muerte. Ellos triunfaron en gran medida al ver su cobardía y apostasía. Pero los paganos no conocieron el hecho de que la historia nos informa que, en esa misma mañana, había salido de su alcoba a toda prisa y sin haber terminado sus oraciones habituales.

Si eres realmente un cristiano, confío en que nunca reincidirás en antiguos pecados. Pero si no deseas ser un cristiano reincidente, recuerda la pregunta que hago: ¿Oras?

7. La oración y el contentamiento

La tristeza abunda

Me pregunto, por último, si oras porque la oración es uno de los mejores medios para la felicidad y contentamiento.

Vivimos en un mundo donde abunda la aflicción. Así ha sido siempre desde que él entró en el pecado. Donde hay pecado hay aflicción. Y hasta que el pecado sea expulsado del mundo, es inútil para cualquiera suponer que pueda escapar de la aflicción.

Algunos, sin duda, tienen una porción más grande de aflicción que otros, pero se encuentran pocos que vivan largo tiempo sin penas o preocupaciones de un tipo u otro. Nuestros cuerpos, nuestras propiedades, nuestras familias, nuestros hijos, nuestras relaciones, nuestros sirvientes, nuestros amigos, nuestros vecinos, nuestras necesidades físicas, todas y cada una de ellas requieren atención. Enfermedades, muertes, pérdidas, decepciones, despedidas, separaciones, ingratitudes, calumnias, todas estas son cosas comunes. No podemos existir sin vivir estas cosas. Un día u otro las sufrimos. Cuan mayores son nuestros afectos, más profundas son nuestras aflicciones, y cuanto más intensamente amamos, más intensamente lloraremos.

La respuesta a la aflicción

¿Y cuál es el mejor medio para estar alegre en un mundo como éste? ¿Cómo atravesar este valle de lágrimas con el menor dolor? No conozco mejores medios que la práctica regular y habitual de entregar todo a Dios en oración.

Éste es el consejo claro que da la Biblia, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. ¿Qué dice el salmista? “… invócame en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás” (Sal 50:15). “Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará; no dejará para siempre caído al justo” (Sal 55:22). ¿Qué dice el apóstol Pablo? “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Fil 4:6-7). ¿Qué dice el apóstol Santiago? “¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración” (Stg 5:13).

Ésta era la práctica de todos los santos, cuya historia está registrada en las Escrituras. Esto es lo que hizo Jacob cuando temió a su hermano Esaú. Esto es lo que hizo Moisés cuando la gente estaba lista para apedrearlo en el desierto. Esto es lo que hizo Josué cuando Israel fue vencido delante de los de Hai. Esto es lo que hizo David cuando estaba en peligro en Keila. Esto es lo que hizo Ezequías cuando recibió la carta de Senaquerib. Esto es lo que hizo la Iglesia cuando Pedro fue puesto en prisión. Esto es lo que hizo Pablo cuando fue lanzado en el calabozo de Filipos.

Nuestro amigo es Jesús

La única manera de ser realmente feliz en un mundo como éste, es entregar todas nuestras preocupaciones a Dios. A menudo, los creyentes están afligidos porque tratan de llevar sus propias cargas. Si le cuentan sus problemas a Dios, Él les permitirá sobrellevar sus cargas tan fácilmente como cargó Sansón las puertas de Gaza (Jue 16:3). Pero si los hombres están decididos a cargarlos por sí mismos, hallarán un día que un saltamontes es una pesada carga.

Siempre hay un amigo esperando para ayudarnos, si recurrimos a Él para desahogar nuestra aflicción. Un amigo que se compadeció de los pobres, enfermos y afligidos, cuando estuvo en la tierra; un amigo que conoce el corazón del hombre porque vivió treinta y tres años como hombre entre nosotros; un amigo que puede llorar con los que lloran porque Él era un varón de dolores, experimentado en quebranto; un amigo que puede ayudarnos porque nunca hubo dolor terrenal que no pudiese curar. Ese amigo es Jesucristo. La manera de ser feliz es estar siempre con nuestros corazones abiertos a Él. ¡Oh, si todos fuéramos como el pobre cristiano que cuando fue amenazado y castigado, sólo respondió: “Debo decirle al Señor”!

Jesús puede hacer felices a los que confían en Él y lo invocan, sea cual sea su condición. Él puede darles paz de corazón en una prisión, contentamiento en medio de la pobreza, consuelo en medio de los duelos, alegría al borde de una tumba. Hay una poderosa plenitud en Él para todos los creyentes, una plenitud que está lista para ser derramada sobre todos los que la pidan en oración. ¡Oh, que los hombres entiendan que la felicidad no depende de circunstancias externas, sino del estado del corazón!

Resultados de la oración

La oración puede hacer livianas nuestras cruces, por más pesadas que sean. Puede traer a nuestro lado a Aquel que nos ayudará a sobrellevarlas. La oración puede abrirnos una puerta cuando nuestro camino parece estar cerrado. Puede traer a Aquel que dirá: “Este es el camino, andad por él” (Is 30:21). La oración puede dejar entrar un rayo de esperanza cuando todas nuestras perspectivas terrenales parecen oscuras. Puede traer a Aquel que dice: “No te desampararé, ni te dejaré” (He 13:5). La oración puede darnos alivio cuando aquellos que más amamos son quitados y el mundo se siente vacío. Puede traer a Aquel que puede llenar el vacío en nuestros corazones con Él mismo y decir a las olas en nuestro interior: “Calla, enmudece” (Mr 4:39). ¡Oh, que los hombres no fueran tan parecidos a Agar en el desierto, ciegos al pozo de agua vivas cerca de ellos! (Gn 21:14-19)

Quiero que seas feliz. Confío en haber presentado ante ustedes cosas que serán consideradas seriamente. Ruego de todo corazón a Dios que esta consideración sea bendición para tu alma.  Sé que no puedo hacerte una pregunta más útil que ésta: ¿Oras?

8. Un consejo a los inconversos

No hay excusa

Permítanme decir una palabra de despedida para aquellos que no oran. No me atrevo a suponer que todos los que leen estas páginas son personas que oran. Si eres una persona sin oración, permíteme que te hable hoy en el nombre de Dios.

Lector sin oración, sólo puedo advertirte, pero lo advierto con la mayor solemnidad. Te advierto que estás en una posición de peligro terrible. Si mueres en tu estado actual, eres un alma perdida. Sólo te levantarás otra vez para ser eternamente miserable. Te advierto que entre todos los cristianos profesantes, tú estás totalmente sin excusa. No hay ni una sola buena razón que puedas mostrar para vivir sin oración.

Es inútil decir que no sabes cómo orar. La oración es el acto más simple en todas las religiones; es simplemente hablarle a Dios. No se necesita aprendizaje, ni sabiduría, ni conocimientos de libros para empezar; sólo se necesita el corazón y la voluntad. El bebé más débil puede llorar cuando tiene hambre. El pobre mendigo puede estirar su mano pidiendo limosna y no espera encontrar buenas palabras para eso. El hombre más ignorante encontrará algo que decirle a Dios, sólo debe tener una mente que piense.

Es inútil decir que no tienes un lugar conveniente para orar. Cualquier hombre puede encontrar un lugar lo suficientemente privado, si está dispuesto. Nuestro Señor oró en una montaña; Pedro en la azotea, Isaac en el campo; Natanael bajo la higuera; Jonás en el vientre de la ballena. Cualquier lugar puede convertirse en un lugar secreto, en un oratorio, en un Bet-el (Gn 28:10-22) y donde esté con nosotros la presencia de Dios.

Es inútil decir que no tienes tiempo. Hay mucho tiempo, si los hombres lo emplean. El tiempo puede ser corto, pero siempre es suficiente para orar. Daniel tenía los asuntos de un reino en sus manos y, sin embargo, oraba tres veces al día (Dn 2:48; 6:10). David gobernaba una nación poderosa y, sin embargo, dice: “Tarde y mañana y a mediodía oraré” (Sal 55:17). Cuando realmente se busca, siempre se puede encontrar algo de tiempo.

Es inútil decir que no puedes orar hasta que tengas fe y un nuevo corazón, y que debes sentarte quieto y esperar por ellos. Esto es añadir pecado sobre pecado. Ya es bastante malo ser un inconverso e irse al infierno. Es aun peor decir: “Yo lo sé, pero no voy a llorar por misericordia”. Éste es un tipo de argumento para el que no hay justificación en las Escrituras. “Buscad a Jehová”, dice Isaías, “mientras puede ser hallado” (Is 55:6). “Llevad con vosotros palabras de súplica, y volved a Jehová”, dice Oseas (Os 14:2). “Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios”, dice Pedro a Simón el Mago (Hch 8:22). Si deseas fe y un nuevo corazón, clama al Señor por ellos. El mismo intento de orar con frecuencia ha sido el despertar de un alma muerta.

Oh, lector sin oración, ¿quién y qué eres para no pedirle nada a Dios? ¿Has hecho un pacto con la muerte y el infierno? ¿Estás en paz con el gusano y el fuego? ¿No tienes pecados para ser perdonado? ¿No tienes miedo al tormento eterno? ¿No tienes deseos del cielo en el futuro? ¡Oh, que despertaras de tu actual locura! ¡Oh, que consideraras tu destino final! ¡Oh, que te levantaras y clamaras a Dios! Por desgracia, habrá un día cuando muchos oraran en voz alta: “Señor, Señor, ábrenos” (Mt 25:11), pero será demasiado tarde. Entonces, quienes nunca clamaron a Dios, clamarán a las rocas para que caigan sobre ellos y a las colinas para que los cubran. Con todo cariño te advierto: Cuidado que no sea éste el final de tu alma. La salvación está muy cerca de ti. No pierdas el cielo por falta de pedirlo.

¿Deseas la salvación?

Déjame hablar a aquellos que tienen verdaderos deseos de salvación, pero no saben qué pasos dar o por dónde empezar. No puedo sino esperar que algunos lectores puedan estar en este estado de ánimo y si hay sólo uno, debo ofrecerle un consejo afectuoso.

Cada viaje debe iniciar con un primer paso. Debe haber un cambio de estar quieto a avanzar adelante. El peregrinaje de Israel desde Egipto a Canaán fue largo y agotador. Cuarenta años pasaron antes de que cruzaran el Jordán. Sin embargo, hubo alguien que marchó de primero cuando marcharon desde Ramá a Sucot. ¿Cuándo un hombre da realmente el primer paso para salir del pecado y del mundo? Lo hace en el día en que, por primera vez, ora con su corazón.

En cada edificio se debe poner la primera piedra y dar el primer golpe. El arca se demoró ciento veinte años en construirse. Sin embargo, hubo un día en que Noé puso su hacha en el primer árbol que cortó para iniciar. El templo de Salomón era un edificio glorioso; pero hubo un día en que se colocó la primera y enorme piedra en lo profundo del monte Moriah. ¿Cuándo empieza a edificar el Espíritu en el corazón de un hombre realmente? Se inicia, hasta donde podemos juzgar, cuando él derrama por primera vez su corazón a Dios en oración.

Qué hacer

Si deseas la salvación y quieres saber qué hacer, te aconsejo que vayas este mismo día al Señor Jesucristo, en el primer lugar privado que puedas encontrar y que le ruegues ferviente y sinceramente por la salvación de tu alma.

Dile que tú has oído que Él recibe a los pecadores y que ha dicho: “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Jn 6:37). Dile que eres un pobre y vil pecador, y que vienes a Él por la fe de su propia invitación. Dile que te pones, completa y enteramente, en sus manos; que te sientes vil, impotente y sin esperanza en ti mismo y que, excepto que Él te salve, no tienes ninguna esperanza de ser salvo en absoluto. Ruega a Dios que te libre de la culpa, el poder y las consecuencias del pecado. Suplícale que te perdone y te lave en su propia sangre. Ruégale que te dé un corazón nuevo y plante el Espíritu Santo en tu alma. Ruega que te dé la gracia y la fe, y la voluntad y el poder para ser su discípulo y siervo desde este día y para siempre. Oh, lector, ve hoy mismo y dile estas cosas al Señor Jesucristo, si eres sincero acerca de tu alma.

Dile a tu manera y con tus propias palabras. Si un médico viene a verte cuando estás enfermo, puedes decirle dónde has sentido dolor. Si tu alma se siente enferma, seguramente puedes encontrar algo que decirle a Cristo.

No dudes

No dudes de su voluntad para salvarte porque eres un pecador. Es el oficio de Cristo salvar a los pecadores. Él mismo dice: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Lc 5:32).

No esperes porque te sientes indigno. No esperes nada. No esperes a nadie. Esa espera viene del diablo. Así como eres, ve a Cristo. Cuanto peor estés, más necesidad tienes de recurrir a Él. Si permaneces alejado, tú mismo nunca podrás enderezar tu vida.

No temas porque tu oración sea tartamuda, tus palabras débiles y tu lenguaje pobre. Jesús te puede entender. Así como una madre entiende los primeros balbuceos de su bebé, así también nuestro bendito Salvador comprende a los pecadores. Él puede leer un suspiro y ver un significado en un gemido.

No te desesperes porque no recibes una respuesta de inmediato. Mientras que estás hablando, Jesús está escuchando. Si se demora la respuesta, es sólo por razones sabias y para probar si eres sincero. La respuesta seguramente vendrá. Aunque tardare, espérala. Seguramente vendrá.

Oh, lector, si tienes el deseo de ser salvo, recuerda los consejos que te he dado en este día. Teniéndolos en cuenta, actúa honesta y sinceramente, y serás salvo.

9. Consejo a los santos

La lucha

Permítanme hablar, por último, a los que oran. Confío en que algunos de los que leen este texto saben bien lo que es la oración y tienen el Espíritu de adopción. A todos ellos, les ofrezco algunas palabras de consejo fraternal y exhortación. Se ordenó que el incienso ofrecido en el tabernáculo se hiciera de una manera particular; no todo tipo de incienso serviría. Recordemos esto y tengamos cuidado con el motivo y la forma de nuestras oraciones.

Hermanos que oran, si algo sé del corazón de un cristiano, es que se cansa con frecuencia de sus propias oraciones. Esto significa que no has comprendido las palabras del Apóstol: “Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí” (Ro 7:21) y sólo lo harás profundamente cuando estés de rodillas. Puedes entender las palabras de David: “Los pensamientos vanos aborrezco” (Sal 119:113 [RVA 1909]). Puedes simpatizar con Hottentot, ese pobre convertido a quien se escuchó orar: “Señor, líbrame de mis enemigos y, sobre todo, de ese hombre malo que soy yo mismo”. Hay pocos hijos de Dios que, a menudo, no asimilan el tiempo de la oración como un tiempo de conflicto. El diablo tiene una ira especial contra nosotros cuando nos ve de rodillas. Sin embargo, creo que debemos tener gran desconfianza de esas oraciones que no nos costaron ningún problema. Creo que somos jueces muy pobres de la bondad de nuestras oraciones y que la oración que nos agrada menos, a menudo, es la que más agrada a Dios. Sufre conmigo como compañero en la lucha cristiana y permite que te ofrezca unas palabras de exhortación. Una cosa, al menos, que todos sentimos: Debemos orar. No podemos renunciar. Debemos continuar.

La posición

Recomiendo tu atención acerca de la importancia de la reverencia y la humildad en la oración. Nunca olvidemos lo que somos y lo solemne que es hablar con Dios. Tengamos cuidado de apresurarnos a su presencia con descuido y ligereza. Digámonos: “Estoy en tierra santa. Ésta no es otra que la puerta del cielo. Si yo no deseo lo que digo, estoy jugando con Dios. Si oro con iniquidad en mi corazón, el Señor no me escuchará”. Tengamos en cuenta las palabras de Salomón: “No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra” (Ec 5:2). Cuando Abraham habló a Dios, dijo que él era “…polvo y ceniza” (Gn 18:27). Cuando Job habló con Dios, dijo: “yo soy vil” (Job 40:4). Hagamos nosotros lo mismo.

Te recomiendo la importancia de orar espiritualmente. Quiero decir con esto que debemos trabajar siempre para tener la ayuda directa del Espíritu en nuestras oraciones y tener cuidado de no convertirlo en un formalismo. La oración privada es una de las cosas espirituales que más fácilmente se pueden convertir en un formalismo. Podemos, sin darnos cuenta,  caer en el hábito de usar las palabras más aptas posibles y ofrecer las peticiones más escriturales y, sin embargo, hacerlo todo de memoria sin sentirlo y caminar todos los días alrededor de un viejo camino trillado. Deseo tocar este punto con cuidado y delicadeza. Sé que hay ciertas cosas importantes que a diario necesitamos y que no es necesariamente formalismo el pedir estas cosas con las mismas palabras. El mundo, el diablo y nuestros corazones, son lo mismo todos los días. Necesariamente tenemos que repasar todos los días el antiguo terreno. Pero esto digo: Debemos ser muy cuidadosos en este punto. Si el esqueleto y el esquema de nuestras oraciones, por el hábito, son casi una fórmula, esforcémonos para que las vestiduras y el contenido de nuestras oraciones, se eleven en el Espíritu lo más alto posible. En cuanto a la oración siguiendo un libro en nuestras devociones privadas, es un hábito que no puedo alabar. Si podemos decir a nuestros médicos el estado de nuestros cuerpos sin un libro, deberíamos ser capaces de decir el estado de nuestras almas a Dios. No tengo ninguna objeción a que un hombre use muletas cuando se está recuperando de una extremidad rota. Es mejor usar muletas, que no caminar en absoluto. Pero si lo vemos toda la vida en muletas, pienso que no es algo que deba ser alabado. Me gustaría verlo lo suficientemente fuerte como para dejar las muletas.

La práctica

Te recomiendo además, la importancia de hacer de la oración una actividad cotidiana de vida. Podría decir algo sobre el valor de las horas que se dedican con regularidad durante el día para la oración. Dios es un Dios de orden. Las horas de sacrificio de la mañana y de la tarde en el templo judío no se establecieron sin ningún sentido. El desorden es eminentemente uno de los frutos del pecado. Pero yo no voy a condenar a nadie en este sentido. Sólo digo esto: Es esencial para la salud de tu alma hacer de la oración una parte de lo que haces cada veinticuatro horas del día. Así como dedicas tiempo para comer, dormir y trabajar, así también dedica tiempo a la oración. Elige tu propio horario y tus propios tiempos. Por lo menos, habla con Dios en la mañana, antes de hablar con el mundo, y habla con Dios en la noche, después de haber terminado con el mundo. Pero establece en tu mente que la oración es una de las grandes cosas de todos los días. No lo lleves a un rincón. No le des las sobras y desperdicios de tus deberes diarios. Cualquier otra cosa se convierte en un deber, convierte a la oración en un deber.

Te recomiendo la importancia de la perseverancia en la oración. Una vez que hayas iniciado el hábito, nunca te des por vencido. Tu corazón a veces dirá: “Ya tuviste la oración en familia: ¿qué daño podrías tener si dejas de hacer la oración privada?”. Tu cuerpo a veces te dirá: “Estás enfermo o con sueño o cansado, no es necesario orar”. A veces tu mente dirá: “Tienes asuntos más importantes que atender hoy, acorta tus oraciones”. Mira todas las sugerencias que vienen directamente de Satanás. Todas son tan buenas como decir: “Descuida tu alma”. No digo que las oraciones siempre deben ser de la misma duración, pero sí digo, no permitas que ninguna excusa te haga renunciar a la oración.

Pablo dijo: “Perseverad en la oración” y “Orad sin cesar” (Col 4:2; 1 Ts 5:17). Él no quiso decir que los hombres deben estar siempre de rodillas, pero sí quiso decir que nuestras oraciones deberían ser como el holocausto permanente, con constancia y perseverancia todos los días; que deberían ser como la sementera y la siega, el verano y el invierno, que se presentan sin cesar en temporadas regulares; que deberían ser como el fuego sobre el altar, que no siempre consume sacrificios, pero que nunca se apaga por completo. Nunca olvides que puedes unir tus oraciones matutinas con las vespertinas, por medio de una cadena interminable de continuas y cortas oraciones durante todo el día. Incluso en compañía, en tu lugar de labores o en la misma calle, puedes enviar silenciosamente pequeños mensajeros alados a Dios, como lo hizo Nehemías en la misma presencia de Artajerjes (Neh 2:4). Y nunca pienses que se pierde el tiempo que se le da a Dios. Una nación no se empobrece porque pierda un año por cada siete de trabajo, por guardar el Día de reposo. A la larga, un cristiano nunca encuentra que sea un perdedor por perseverar en la oración.

La actitud

Te recomiendo la importancia de la sinceridad en la oración. No es necesario que un hombre grite o levante la voz o haga mucho ruido para demostrar que habla en serio. Pero es deseable que seamos sinceros, fervorosos y cálidos, y preguntarnos si realmente estamos interesados en lo que estamos haciendo. “La oración eficaz del justo puede mucho” (Stg 5:16).  Ésta es la lección que nos enseñan las expresiones utilizadas en las Escrituras acerca de la oración, ésta es asociada con: “Llorar, golpear, luchar, trabajar y esforzarse”.

Ésta es la lección que nos enseñan los ejemplos de las Escrituras. Jacob es uno de ellos. Él le dijo al ángel en Peniel: “No te dejaré, si no me bendices” (Gn 32:26). Daniel es otro. Escucha cómo le suplicó a Dios: “Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío” (Dn 9:19). Nuestro Señor Jesucristo es otro. Está escrito de Él: “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas” (He 5:7). ¡Ay, qué diferente es esto a muchas de nuestras súplicas! Que mansas y tibias parecen en comparación. Cuan verdaderamente Dios podría decirnos a muchos de nosotros: “Realmente no deseas por lo que oras”.

Tratemos de corregir esa falta. Toquemos con fuerza a la puerta de la gracia, como Misericordia en El Progreso del Peregrino, como si fuésemos a perecer, a menos que seamos escuchados. Determinemos en nuestras mentes que las oraciones frías son un sacrificio sin fuego. Recordemos la historia de Demóstenes el gran orador, cuando alguien se le acercó y éste quería defender una causa. Él lo escuchó sin prestar atención, mientras que le contaban la historia sin sinceridad. El hombre notó esto y gritó con ansiedad que todo era verdad. “Ah”, dijo Demóstenes, “ahora te creo”.

Te recomiendo la importancia de orar con fe. Debemos esforzarnos por creer que nuestras oraciones son escuchadas y que si pedimos cosas de acuerdo a la voluntad de Dios, Él va a contestar. Éste es el claro mandato de nuestro Señor Jesucristo: “Os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Mr 11:24). La fe es a la oración lo que es la pluma para la flecha: sin ella la oración no da en el blanco.

Deberíamos cultivar el hábito de suplicar promesas en nuestras oraciones. Deberíamos llevarnos con nosotros algunas promesas y decir: “Señor, aquí está tu propia palabra prometida. Haz por nosotros lo que has dicho”. Éste era el hábito de Jacob, Moisés y David. Salmos 119 está lleno de peticiones “según tu palabra”. Sobre todo, debemos cultivar el hábito de esperar respuestas a nuestras oraciones. Deberíamos hacer como el comerciante que envía sus barcos a la mar: No deberíamos estar satisfechos, a menos que regresen. Por desgracia, éste es uno de los temas en el cual los cristianos se quedan cortos. La iglesia en Jerusalén hacia oración sin cesar por Pedro en prisión, pero cuando la oración fue contestada, ¡difícilmente lo creyeron! (Hch 12:15). Ésta es una frase solemne de Robert Traill: “No hay una señal más segura de trivialidad en la oración que cuando los hombres descuidan lo que obtienen con la oración”.

El pedir

Te recomiendo, además, la importancia de la valentía en la oración. Hay una familiaridad indecorosa en las oraciones de algunos hombres que no puedo alabar. Pero existe algo como la valentía santa, que es extremadamente deseable. Me refiero a la valentía de Moisés cuando le suplica a Dios que no destruya a Israel: “¿Por qué”, dice él, “han de hablar los egipcios, diciendo: Para mal los sacó, para matarlos en los montes, y para raerlos de sobre la faz de la tierra? Vuélvete del ardor de tu ira” (Éx 32:12). Me refiero a tanta valentía como la de Josué cuando los hijos de Israel fueron derrotados ante los hombres de Hai: “¿Qué”, dice él, “harás tú a tu grande nombre?” (Jos 7:9). Ésta es la valentía por la cual Lutero fue notable. Alguien que lo escuchó orar dijo: “¡Qué espíritu, qué confianza había en sus propias expresiones! Con tal reverencia dijo, como un mendigo ante Dios; y, sin embargo, con tanta esperanza y seguridad, como si hablara con un padre o un amigo amoroso”. Ésta es la valentía que distinguió a Bruce, un gran escocés y respetado teólogo del siglo XVII. Se decía que sus oraciones eran “como rayos disparados al cielo”. Aquí también me temo que, lamentablemente, nos quedamos cortos: No nos damos cuenta suficientemente de los privilegios del creyente. No suplicamos tan a menudo como pudiésemos: “Señor, ¿no somos tuyos? ¿No es para tu gloria que seamos santificados? ¿No es para tu honor que tu evangelio debería aumentar?”.

Te recomiendo la importancia de la plenitud en la oración. No olvido que nuestro Señor nos advierte contra el ejemplo de los fariseos que, por pretexto, hacían largas oraciones, y nos ordena que al orar no usemos vanas repeticiones (Mt 6:7). Pero no puedo olvidar, por otra parte, que Él ha dado su propia aprobación a las grandes y largas oraciones devocionales cuando Él mismo pasaba toda la noche en oración a Dios. En todo caso, no es probable que hoy erremos por orar demasiado. ¿No debería temer que muchos creyentes en esta generación oren demasiado poco? ¿No es la cantidad de tiempo efectivo que muchos cristianos dedican a la oración, en conjunto, muy pequeña? Me temo que estas preguntas no pueden responderse satisfactoriamente. Me temo que las devociones privadas de muchos de ellos son terriblemente escasas y limitadas, lo suficiente como para demostrar que están vivos y nada más. Realmente parecen querer poco de Dios. Parecen tener poco que confesar, poco pedir y poco que agradecerle. Por desgracia, esto está completamente mal. Nada es más común que escuchar creyentes que se quejan porque no van bien. Nos dicen que no crecen en la gracia, como ellos desearían. ¿No es más bien sospechar que muchos tienen toda la gracia que ellos piden? ¿No es el relato verídico de muchos que tienen muy poco porque piden muy poco? La causa de su debilidad se encuentra en sus propias atrofiadas, enanas, recortadas, contraídas, apresuradas, estrechas y diminutas oraciones. No tenéis porque no pedís (Stg 4:2). Oh, no estamos limitados por Cristo, sino por nosotros mismos. El Señor dice: “Abre tu boca, y yo la llenaré” (Sal 81:10). Pero somos como el Rey de Israel que golpeó tres veces el suelo y se detuvo, cuando debería haber golpeado cinco o seis veces (2 R 13:14-19).

Te recomiendo la importancia de la particularidad en la oración. No debemos contentarnos con peticiones generales. Deberíamos especificar nuestras necesidades ante el trono de la gracia. No debería ser suficiente confesar que somos pecadores, debemos nombrar los pecados de los cuales nuestra conciencia nos dice que somos más culpables. No debería ser suficiente pedir por santidad, debemos nombrar las gracias en las que somos más deficientes. No debería ser suficiente decirle al Señor que estamos en problemas, debemos describir nuestro problema y todas sus peculiaridades. Esto es lo que hizo Jacob cuando temió a su hermano Esaú. Él le dijo a Dios exactamente cuáles eran sus temores (Gn 32:11). Esto es lo que hizo Eliezer cuando buscaba una esposa para el hijo de su amo. Él manifiesta delante de Dios precisamente lo que necesita (Gn 24:12). Esto es lo que hizo Pablo cuando tenía un aguijón en la carne: Suplicó al Señor. (2 Co 12:8).

Ésta es la verdadera fe y la verdadera confianza. Debemos creer que nada es demasiado pequeño para ser dicho ante Dios. ¿Qué deberíamos pensar del paciente que dijo a su médico que estaba enfermo, pero nunca entró en detalles? ¿Qué deberíamos pensar de la esposa que le dijo a su marido que ella no era feliz, pero no especificó la causa? ¿Qué deberíamos pensar del niño que le dijo a su padre que estaba en problemas, pero nada más? Cristo es el verdadero esposo del alma, el verdadero médico del corazón, el verdadero padre de todo su pueblo. Demostremos que sentimos esto viniendo sin reservas en nuestra comunicación con Él. No le ocultemos ningún secreto; digámosle todo lo que hay en todos nuestros corazones.

Te recomiendo la importancia de la intercesión en nuestras oraciones. Todos somos egoístas por naturaleza y nuestro egoísmo es muy hábil para adherirse a nosotros, incluso cuando estamos convertidos. Hay una tendencia en nosotros a pensar sólo en nuestras propias almas, nuestros propios conflictos espirituales, nuestro propio progreso en la religión y olvidar a los demás. Contra esta tendencia que todos tenemos, debemos vigilar y esforzarnos, y hacerlo enfático en nuestras oraciones. Deberíamos estudiar para que nuestro espíritu se enfoque más en lo público. Deberíamos inquietarnos  y mencionar otros nombres además del nuestro ante el trono de la gracia. Deberíamos tratar de llevar al mundo entero en nuestros corazones, los paganos, los judíos, los católicos romanos, el cuerpo de verdaderos creyentes, las iglesias protestantes profesantes, el país en el cual vivimos, la congregación a la que pertenecemos, el hogar con los que habitamos, los amigos y parientes con los que estamos en contacto. Por todos y cada uno de ellos debemos pedir.

Ésta es la mayor caridad. Él que me ama mejor, me ama en sus oraciones. Esto es para la salud de nuestra alma. Se amplían nuestras simpatías y se expanden nuestros corazones. Esto es para el beneficio de la Iglesia. Las ruedas de toda la maquinaria para la extensión del evangelio se mueven por la oración. Hace tanto por la causa del Señor quien intercede como Moisés en el monte, como los que luchan como Josué en el fragor de la batalla. Esto es ser como Cristo. Él lleva el nombre de su pueblo, como su sumo sacerdote, ante el Padre. ¡Oh, el privilegio de ser como Jesús! Esto es ser un verdadero ayudante fiel a los ministros. Si tengo que elegir una congregación, dame un pueblo que ore.

Acción de gracias

Te recomiendo la importancia de la acción de gracias en la oración. Sé muy bien que pedirle a Dios es una cosa y alabar a Dios es otra. Pero veo una conexión tan estrecha entre la oración y la alabanza en la Biblia que no me atrevo a llamar oración verdadera, si la acción de gracias no está presente. No es por nada que Pablo dice: “…sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Fil 4:6). “Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias” (Col 4:2). Es por misericordia que no estamos en el infierno. Es por misericordia que tenemos la esperanza del cielo. Es por misericordia que vivimos en una tierra de luz espiritual. Es por misericordia que hemos sido llamados por el Espíritu y no nos haya dejado cosechar el fruto de nuestros propios caminos. Es por misericordia que aún vivamos y tengamos la oportunidad de glorificar a Dios de manera activa o pasiva. Seguramente estos pensamientos deberían agolparse en nuestras mentes cada vez que hablamos con Dios. Seguramente nunca deberíamos abrir nuestros labios en oración sin antes bendecir a Dios por la libre gracia por la cual vivimos, y por esa bondad amorosa que perdura para siempre.

Nunca ha existido un santo eminente que no estuviese lleno de agradecimiento. San Pablo casi nunca escribe una epístola sin comenzar con agradecimiento. Hombres como Whitefield, en el siglo pasado, y Bickersteth en nuestro tiempo, abundaban en agradecimientos. Oh, lector, si queremos ser brillantes y radiantes luces en nuestros días, deberíamos abrigar un espíritu de alabanza. Que nuestras oraciones sean oraciones de agradecimiento.

En guardia

Te recomiendo la importancia de vigilar en tus sus oraciones. La oración es el punto en la religión en la que más debes estar en guardia. Aquí es donde comienza la verdadera religión, aquí florece y aquí se desintegra. Dime cuales son las oraciones de un hombre y pronto te contaré el estado de su alma. La oración es el pulso espiritual. Por esto, la salud espiritual puede ser probada. La oración es el barómetro espiritual. Por medio de ella podemos saber que está bien o mal en nuestros corazones. Oh, vigilemos continuamente nuestras devociones privadas. Ésta es la sustancia y la médula de nuestro cristianismo práctico. Los sermones, libros, folletos, reuniones de comité y la compañía de hombres piadosos son buenos en cierta manera, pero nunca compensarán el abandono de la oración privada. Identifica muy bien los lugares, sociedades y compañías que perturban la comunión con Dios en tu corazón y haz que tus oraciones prevalezcan fuertemente.

Hay que estar en guardia. Observa estrictamente que amigos y que ocupaciones dejan tu alma en un marco más espiritual y más dispuesto para hablar con Dios. A estos aférrate. Si cuidas tus oraciones, nada irá mal con lo que respecta a tu alma.

Te ofrezco estos puntos para tu consideración privada. Lo hago con toda humildad. No conozco a nadie que necesite más que se le recuerde de esto que a mí mismo. Pero creo que son la verdad de Dios y deseo que, tanto yo como todos los que amo, podamos apreciarlos más.

Deseo que los tiempos en que vivimos sean tiempos de oración. Deseo que los cristianos de nuestro tiempo sean cristianos que oran. Deseo que la Iglesia sea una Iglesia que ora. El deseo de mi corazón y mi oración al enviar este tratado es promover un espíritu de oración. Deseo que aquellos que nunca han orado, se levanten y pidan a Dios, y quiero que los que oran vean que no están orando mal.

“… les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar…” (Lc 18:1).

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Preguntas para reflexión personal y discusión grupal

Las siguientes preguntas están diseñadas para reforzar la comprensión y la aplicación.

1. ¿Cuáles son algunos de los resultados de la falta de oración?

2. Describe la conexión entre la oración y la fe.

3. ¿Cómo afecta la mundanalidad a nuestra oración?

4.  a. ¿Quién es nuestro abogado ante el Padre?

b. ¿Cómo se convirtió en tal?

c. ¿Cómo nos ministra en este papel?

5. ¿Cuál es el recurso principal que Dios usa para que progresemos en santidad? Enumera algunas de las consecuencias de esto.

6. “La oración obtiene frescas... efusiones del Espíritu”. ¿Por qué es esto importante?

7. ¿Describe la relación entre la oración y las recaídas?

8. ¿Cuáles actividades determinan el estar feliz y cuáles el estar triste?

9. ¿Cuáles son algunos resultados de la oración?

10. Enumera algunas de las respuestas para dudar, esperar, temer, desesperar acerca de la oración.

11. ¿Por qué los santos a menudo sienten que sus oraciones no son dignas?

12. Enumera algunas de las razones por las cuales la oración debe ser regular, reverente y humilde, valiente, completa, particular y vigilante.

13. Para cada uno de los siguientes versículos, discute el significado y el impacto en la vida de oración.

a. Efesios 6:18

b. Filipenses 4:6-7

c. 1 Samuel 12:23

d. Lucas 18:1

e. Santiago 5:16-17

f. Mateo 6:31-33

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“No digas: Como me hizo, así le haré; Daré el pago al hombre según su obra” (Pr 24:29).

Ya conoces la “regla de oro”: haz a los demás lo que te gustaría que te hicieran a ti. Pero, ¿conoces la regla del diablo? Es el pecado de este proverbio: Haz a los demás lo que te han hecho a ti. La primera promueve el amor y la bondad; la segunda promueve el odio y la venganza. La sabiduría trae paz y unidad, pero la insensatez orgullosa trae malicia y guerra.

Hay dos respuestas al ser agraviado por una persona: la manera principesca que agrada a Dios y trae paz, o la manera egoísta que sigue al diablo y crea conflictos. Puedes aplacar la ira, ignorar una ofensa en tu contra y mostrar perdón y bondad (Pr 19:11; 25:21-22). O puedes enojarte, recordar la ofensa en tu contra y tramar venganza.

Las ventajas de la sabiduría en esta área de la vida son maravillosas. Si recuerdas la ofensa de otro contra ti, entonces él o ella se convierte en tu amo. Día y noche te atormenta el recuerdo de lo que te hizo. Día y noche planeas lo que podrías hacer a cambio para vengarte y defenderte. La amargura devora lentamente tu alma como un cáncer.

Si te vengas, te destruyes de adentro hacia afuera, pero tu ofensor es libre y feliz. Si te vengas, has puesto en marcha un conflicto serio y vicioso que te costará muy caro (Pr 15:18; 17:14; 26:21; 29:22; 30:33). Si matas tu orgullo y entierras el problema, prosperarás en paz con las bendiciones de Dios (Pr 28:25; 1 P 5:6-7).

Si temes que un enemigo te destruya a menos que luches, te has olvidado de Dios, tu defensor (Pr 16:7; 20:22; Sal 27:1-6). Si temes que un enemigo se salga con la suya con una crueldad injusta hacia ti, te has olvidado del Dios de la venganza (Sal 3:7; 94:1; Ro 12:19). En lugar del enfoque infiel de seguir los sentimientos, pon tu confianza en el Dios Fuerte.

Jesucristo enseñó lo mismo que Salomón. Las ofensas personales menores, como ser abofeteado en la mejilla, deben ser totalmente ignoradas (Mt 5:38-42). Enseñó que los enemigos personales deben ser tratados con amabilidad, así como Dios trata generosamente a sus enemigos personales todos los días (Mt 5:43-48). Enseñó que Dios atormentará a aquellos que no perdonen de corazón a sus enemigos (Mt 18:21-35). Libera tu alma siguiendo la doctrina de Jesús.

Pablo enseñó lo mismo. Advirtió contra la venganza privada, recomendó dejar la venganza en manos de Dios y exaltó el poder de devolver bien por mal a tus adversarios personales (Ro 12:17-21). En lugar de devolver mal por mal, enseñó que se debe seguir una buena conducta de perdón y bondad con todos los hombres (1 Ts 5:15).

¿A quién puedes perdonar hoy? ¿Qué amargura, rencor o venganza puedes cancelar hoy? Si lo perdonas, Dios te perdonará a ti; si no lo haces, Dios no te perdonará (Mt 6:14-15; 18:21-35). Dios te ha perdonado, así que ¿por qué no perdonar a los demás? (Ef 4:31-32) ¡Hazlo ahora! Sé principesco, principesca; y toma el camino elevado, el camino de la justicia del Dios Todopoderoso.