Llamarás,
y el Señor responderá; pedirás ayuda, y él dirá: “¡Aquí estoy!” (...) entonces
hallarás tu gozo en el Señor; sobre las cumbres de la tierra te haré cabalgar,
y haré que te deleites en la herencia de tu padre Jacob. El Señor mismo lo ha
dicho.
–Isaías 58:9, 14
Nunca debemos olvidar que el Dios Todopoderoso
gobierna este mundo. Él no es un Dios
ausente. Su mano siempre controla los asuntos humanos. Él está presente en todo
lugar y en todo tiempo. “…atentamente
observa al ser humano; con sus
propios ojos lo examina” (Salmo 11:4). Él gobierna el mundo así como gobierna a la Iglesia por medio de
la oración. Esta lección necesita ser destacada, repetida y reiterada en los
oídos de los hombres modernos, para afectar con fuerza cada vez mayor a la
conciencia de esta generación cuyos ojos no tienen ninguna visión por las cosas
eternas y cuyos oídos son sordos hacia Dios.
Nada es más importante para Dios que la
oración en su trato con la humanidad. Por eso es esencial que todo hombre ore.
El fracaso en la oración es un fracaso en toda la vida cristiana. Es un fracaso
en las obligaciones, en el servicio y en el progreso espiritual. Dios debe
ayudar al hombre por medio de la oración. Aquél que no ora, por lo tanto, se
priva a sí mismo de la ayuda de Dios y pone a Dios en una posición en la que no
puede acudir en su ayuda. Debemos orar a Dios si lo amamos. La fe y la
esperanza, la paciencia y todas las fuerzas poderosas, maravillosas y vitales
de la piedad están marchitas y muertas en una vida carente de oración.
La vida del creyente como individuo, su
salvación personal y la gracia cristiana individual, tienen su raíz, su
florecer y su fruto en la oración.
Todo esto y mucho más puede decirse con
respecto a la necesidad de la oración como esencia para cultivar la piedad del
ser humano. Pero la oración tiene una esfera más grande, una tarea obligatoria,
una inspiración más elevada. La oración le interesa a Dios, y sus propósitos y
planes están condicionados a la oración. Su voluntad y su gloria están ligadas
a la oración. Los días en que pudo verse la magnificencia y la fama de Dios
siempre han sido los grandes días de oración. Los grandes movimientos de Dios
en este mundo estuvieron condicionados, continuaron y se formaron a través de
la oración. Dios se ha manifestado a estos grandes movimientos cuando los
hombres oraron. La oración presente, persistente y manifiesta siempre ha
causado que Dios esté presente. La prueba verdadera y obvia de un trabajo
genuino de Dios, es el predominio del espíritu de la oración. Las fuerzas más
poderosas de Dios sobrecargan e impregnan un movimiento cuando el poder de la
oración está allí.
El movimiento de Dios para sacar a Israel
de la esclavitud egipcia, tuvo su principio en la oración. Por eso, Dios y la
raza humana pusieron primero la oración como uno de los cimientos de granito
sobre las cuales deberían asentar sus movimientos en el mundo. La petición de
Ana por un hijo, empezó con un gran movimiento de oración a Dios en Israel. Las
mujeres que oran y cuyas oraciones son como las de Ana, pueden dar a la causa
de Dios hombres como Samuel, pueden hacer más por la Iglesia y el mundo que
todos los políticos de la Tierra. Los hombres nacidos de la oración son los
salvadores del Estado y los hombres saturados con la oración dan vida e ímpetu
a la Iglesia. Delante de Dios son salvadores y ayudadores, tanto de la Iglesia
como del Estado.
Debemos creer que el registro divino sobre
la oración y sobre Dios son dados con el fin de que podamos
recordar constantemente al Señor, y para ser renovados por la fe en que Dios
sostiene a su Iglesia en todo el mundo y que el propósito de Dios se cumplirá.
Sus planes en cuanto a la Iglesia, cierta e inevitablemente serán llevados a
cabo. Sin duda alguna, ese registro de Dios ha sido dado para que podamos ser
profundamente influenciados con el hecho de que la oración de los santos es un
gran factor, un factor supremo para llevar adelante la obra de Dios con
facilidad en su tiempo. Cuando la Iglesia está en condiciones de orar por la
causa de Dios siempre florece y su reino en la Tierra siempre triunfa. Cuando
la Iglesia fracasa y no ora, la causa de Dios se deteriora y predomina el mal
en todas sus formas. En otras palabras, Dios obra a través de las oraciones de
su pueblo, y cuando su pueblo le falla en este punto, sobreviene la decadencia
y la insensibilidad. Es de acuerdo a los planes divinos que la prosperidad
espiritual viene a través del canal de la oración. Los santos que oran son
agentes de Dios para llevar a cabo su obra redentora y providencial en la
Tierra. Si sus agentes le fallan, al descuidar la oración, entonces su obra
también falla. Los agentes del Altísimo que oran, son siempre los precursores
de la prosperidad espiritual.
Los hombres de la Iglesia de todos los
tiempos, que han sostenido a la Iglesia para Dios, han tenido al ministerio
de oración en abundante plenitud y riqueza. Los gobernantes de la Iglesia, tal
como nos revela la Escritura, han tenido preeminencia en la oración. Pueden
haber sido eminentes, en la cultura, en el intelecto y en todo lo natural o en
las fuerzas humanas; o pueden haber sido sencillos en sus logros físicos y en
sus talentos naturales; sin embargo, en cada caso la oración fue la fuerza
poderosa en el gobierno de la Iglesia.
Y esto era así porque Dios estaba con y en lo que ellos hacían, porque
la oración siempre nos lleva de regreso a Dios. La oración reconoce a Dios y lo
trae al mundo para trabajar, salvar y bendecir. Los agentes más eficientes para
difundir el conocimiento de Dios, para proseguir con su obra en la Tierra,
y para resistir como la estructura
rompeolas contra las oleadas del mal, han sido los líderes de oración de la
Iglesia. Dios depende de ellos, los usa y los bendice.
La oración no puede ser apartada como una
fuerza secundaria en este mundo. El hacerlo es apartar a Dios del movimiento.
Es hacer a Dios algo secundario. El ministerio de oración es una fuerza que
incluye a todos. Y tiene que ser así, para ser una fuerza absoluta. La oración
es el sentir de la necesidad de Dios y el llamado a la ayuda de Dios para
suplir esa necesidad. La estimación y el lugar de la oración son la estimación
y el lugar de Dios. Dar a la oración un lugar secundario es poner a Dios en un
lugar secundario en los asuntos de la vida. Sustituir la oración por otras
fuerzas, aparta a Dios y todo el movimiento se vuelve materialista.
La oración es una necesidad absoluta para
la adecuada realización de la obra de Dios. Dios lo hizo así. Esta debe haber
sido la razón principal por la que en la Iglesia primitiva, cuando la queja de
que las viudas de ciertos creyentes habían sido desatendidas en la distribución
diaria de los alimentos en la iglesia, los doce convocaron a toda la
congregación de los discípulos y les pidieron que buscaran a siete hombres de
buena reputación y llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes
encargarían esa obra caritativa, añadiendo este principio esencial “y
nosotros nos dedicaremos de lleno a la
oración y al ministerio de la palabra” (Hechos 6:4). Seguramente se dieron
cuenta de que el éxito de La Palabra y el progreso de la Iglesia eran
dependientes, en un sentido preeminente, de su total entrega a la oración. Dios
podía trabajar eficazmente si ellos se entregaban plenamente a la oración.
Los apóstoles eran tan dependientes de la
oración como las otras personas. El trabajo sagrado, “las actividades de la
iglesia”, puede ser tan persuasivo y tan absorbente como para estorbar la
oración, y cuando esto sucede, el mal siempre aparece. Es mejor dejar que la
obra continúe por defecto que abandonar la oración por negligencia. Cualquier
cosa que afecte la intensidad de nuestra oración, también afecta al valor de
nuestro trabajo. El hecho de no orar por estar demasiado ocupado, no solo es el
indicador más importante para la recaída, sino que también echa a perder el trabajo
realizado. Nada está bien hecho sin la oración, por la simple razón de que deja
a Dios fuera de la causa. Es muy fácil ser seducido por lo bueno y descuidar lo
mejor, hasta que tanto lo bueno como lo mejor perecen. ¡Cuán fácilmente los
hombres, incluso los líderes de Sión, pueden ser guiados por los traicioneros
artificios de Satanás para cortar nuestra oración por los intereses de la obra!
Cuán fácil es descuidar nuestra oración o abreviar nuestra oración simplemente
con el pretexto de que tenemos el trabajo de la iglesia en nuestras manos.
Satanás nos ha desarmado eficazmente cuando puede mantenernos tan ocupados en
hacer cosas, que no podemos parar para orar.
“Entreguémonos a la oración continua y al
ministerio de la Palabra.” En la versión RVR1995 dice: “nosotros
persistiremos en la oración”. La palabra
usada aquí significa ser fuerte, constante, ser dedicado, mantenerse en ella con un cuidado constante, hacer una
ocupación de ella. Encontramos la misma palabra en Colosenses 4:12 y en Romanos
12:12, la cual es traducida como perseverar en la oración.
Los apóstoles estaban bajo la ley de la
oración, y esta ley reconoce a Dios como Dios y confía en que Él suplirá todo
lo que no haría sin la oración. Estaban bajo la necesidad de la oración, así
como lo están todos los creyentes, en cada tiempo y en cada región. Tenían que
dedicarse a la oración con el fin de que el ministerio de la palabra fuera
eficiente. La actividad de la predicación vale muy poco si no está en relación
directa con la actividad de la oración. La predicación apostólica no puede ser
llevada a cabo, a menos que haya una oración apostólica. ¡Qué lástima que esta
verdad tan evidente haya sido tan fácilmente olvidada por aquellos que
ministran en las cosas santas!
Sin criticar en ninguna forma al ministerio,
sentimos que ya es hora de que alguien declare a su congregación, que la
predicación eficaz está condicionada a la oración eficaz. La predicación que es
más exitosa está en aquel ministerio que tiene mucha oración. Casi podemos
llegar a decir que es el único ministerio que tiene éxito. Dios puede usar
poderosamente al predicador que ora. Él es un mensajero de Dios elegido para
bien, y es la persona a quien el Espíritu Santo se deleita en honrar, es el
agente eficiente de Dios que hace que los hombres se salven y los santos se
edifiquen.
En Hechos 6:18 tenemos el registro de cómo,
hace mucho tiempo, los apóstoles sentían que “habían perdido” el poder apostólico
porque no tenían alivio en ciertas obligaciones, de tal manera que no podían
entregarse más a la oración. Entonces hicieron un alto porque descubrieron,
para su pesar, que eran demasiado deficientes en la oración. Sin duda,
mantuvieron la forma de orar, pero su oración era muy defectuosa en la
intensidad y en la cantidad de tiempo que le dedicaban. Sus mentes estaban
demasiado preocupadas con las finanzas de la iglesia.
También en este tiempo encontramos en
muchos lugares, que tanto las personas comunes como los ministros ordenados,
están tan diligentemente ocupados en servir a las mesas, que se hace evidente
la falta de ellos en la oración. De hecho, en la iglesia de nuestros días, los
hombres son vistos como religiosos porque dan gran parte de su dinero para la
iglesia y son elegidos para ocupar puestos oficiales no porque sean hombres de
oración, sino porque tienen la habilidad comercial para manejar las finanzas de
la iglesia y para conseguir dinero para la iglesia.
Ahora bien, cuando los apóstoles examinaron este asunto,
determinaron poner a un lado los impedimentos que crecían en las finanzas de la
iglesia y resolvieron entregarse a la oración. No quiere decir que estas
finanzas tenían que ser ignoradas o puestas a un lado, sino que hombres
comunes, llenos de fe y del Espíritu Santo, podían ocuparse. Buscaban hombres
realmente religiosos quienes fácilmente atenderían el asunto del dinero, sin
que esto afectara en lo más mínimo su piedad ni su oración, de este modo se les
daba algo para hacer en la iglesia, y ayudaban a llevar la carga de los
apóstoles quienes ahora serían capaces de orar más intensamente, para que
ellos mismos fueran bendecidos en el alma y para hacer eficaz la obra a la cual
fueron llamados.
También se dieron cuenta, como no lo habían
hecho antes, de que estaban muy presionados por la atención a las cosas materiales
–cosas correctas en sí– de tal manera que no podían dar a la oración la fuerza,
la pasión y el tiempo que su naturaleza e importancia demandaban. Y así
nosotros descubriremos, a veces bajo una rigurosa indagación de nosotros
mismos, que las cosas legítimas, las cosas correctas en sí mismas, las cosas
recomendables, pueden absorber tanto nuestra atención, pueden preocupar tanto
nuestras mentes y usar nuestros sentimientos, que la oración es descartada, o
que le damos solo un poquito de tiempo. ¡Cuán fácil es apartarse del lugar de
oración! Incluso los apóstoles tenían que guardarse en ese punto. ¡Cuánto
necesitamos observarnos a nosotros en el mismo lugar! Las cosas legítimas y
correctas pueden llegar a ser equivocadas cuando toman el lugar de la
oración. Las cosas correctas en sí mismas, pueden llegar a ser equivocadas
cuando se les permite afirmarse desordenadamente en nuestros corazones. No son solo las cosas
pecaminosas las que lastiman a la oración. No solo debemos guardarnos de las
cosas cuestionables, sino también de las cosas que están en su lugar correcto,
pero a las que se les permite desviarnos y cerrar la puerta del lugar de
oración; a menudo con la “reconfortante” excusa: “Estamos muy ocupados para
orar.”
Posiblemente esto ha determinado como
ninguna otra causa la caída de la oración familiar en la actualidad. Es en este
punto que la religión familiar se ha deteriorado, y precisamente aquí tenemos
una causa de la decadencia de la reunión de oración. Los hombres y las mujeres
están tan ocupados con cosas legítimas, que no pueden entregarse a la oración.
A otras cosas se les da la preferencia. La oración es puesta a un lado o
entendida como algo secundario. Los negocios van primero. Y esto no siempre quiere decir que la oración
esté en segundo lugar, sino que la oración ha sido totalmente eliminada.
Los apóstoles fueron directamente al punto
y determinaron que incluso los negocios de la iglesia no deberían afectar sus
hábitos de oración. La oración debe estar primero. Solo entonces podían ser, en
hechos y en verdad, los verdaderos agentes de Dios en este mundo, a través de
quienes Él podía obrar eficazmente; porque eran hombres de oración y por
consiguiente los ponía directamente en línea con sus planes y sus propósitos,
ya que Dios obra a través de los hombres de oración.
Cuando la queja llegó a sus oídos, los
apóstoles descubrieron que lo que estaban haciendo no servía plenamente a los
fines divinos de la paz, la gratitud y la unidad, sino al descontento, y las
quejas y la división era el resultado de su trabajo que incluía muy poca
oración. Y así la oración fue puesta en primer lugar.
Los hombres de oración son una necesidad
para llevar a cabo el plan divino para la salvación de los hombres. Dios lo
hizo así. Él fue quien instituyó la oración como una ordenanza divina, y esto
implica que los hombres están para orar. De manera que los hombres de oración
son una necesidad en el mundo. El hecho de que tan a menudo Dios haya usado
hombres de oración para lograr sus fines, prueba claramente el asunto. Es
completamente innecesario nombrar todos los ejemplos en donde Dios usó las
oraciones de los hombres justos para llevar a cabo sus designios. El tiempo y
el espacio son muy limitados para la lista. Sin embargo, podemos nombrar uno o
dos casos.
En el caso del becerro de oro, cuando Dios
se propuso destruir a los israelitas por causa de su gran pecado de idolatría,
en el momento en el que Moisés recibía la ley de las manos de Dios, la propia
existencia de Israel estaba en peligro, porque Aarón había caído ante la
fuerte incredulidad y pecado del pueblo. Todo parecía perdido excepto Moisés y
la oración. Y la oración fue eficiente y milagrosa a favor de Israel y Aarón.
La ira de Dios se encendió. Era una hora pavorosa y crítica. Pero la oración
fue el dique que contuvo la furia devastadora del cielo. La mano de Dios fue
retenida por la intercesión de Moisés, el poderoso intercesor.
Moisés avanzaba en la liberación de Israel.
Estaba en una larga y exhaustiva lucha de oración de cuarenta días y cuarenta
noches. Ni un solo momento debilitó su espera en Dios. Ni un solo momento
abandonó su lugar a los pies de Dios, ni siquiera por la comida. Ni un solo
momento detuvo su demanda ni tranquilizó su clamor. La existencia de Israel
estaba en la balanza. La ira del Dios Todopoderoso tenía que ser aplacada.
Israel tenía que ser salvado a cualquier riesgo. E Israel fue salvado. Moisés
no dejaría a Dios solo. Y por eso, hoy podemos mirar hacia atrás y dar el
crédito de la existencia de la raza judía, a la oración que hizo Moisés hace
siglos.
Perseverar en la oración es ganar siempre;
Dios se rinde ante la importunidad y ante la fidelidad. Él no tiene un corazón
para decir “No” a una oración como la de Moisés. De hecho, el propósito de
Dios de destruir a Israel fue cambiado por la oración de este hombre de Dios.
Es solo una ilustración de cuánto vale solo una persona que ora en este mundo,
y de cuánto depende de ella.
Cuando Daniel, en Babilonia, se rehusó a
obedecer el decreto del rey de no hacer peticiones a cualquier dios u hombre
durante treinta días, cerró sus ojos al decreto que terminaría con las oraciones
en su casa, y se rehusó a ser presionado a no clamar a Dios por temor a las
consecuencias. De manera que se arrodillaba tres veces por día y oraba como
siempre lo había hecho, dejando a Dios su cuidado por las consecuencias de
haber desobedecido al rey.
No había nada impersonal en la oración de
Daniel. Él siempre tenía un objetivo y esta vez era una apelación a un Dios
grande, que puede hacer todas las cosas. De ningún modo se sentía desamparado,
tampoco buscaba influencias subjetivas ni reflexivas. Ante el espantoso decreto
que incluía la opción de sacarlo violentamente y echarlo en el foso de los
leones, se arrodillaba tres veces por día y daba gracias a Dios como siempre lo
había hecho. El justo resultado fue que la oración lo puso en manos del Todo-
poderoso, que se interpuso en el foso de feroces y crueles leones a los que
cerró sus bocas para preservar a su siervo, quien había sido fiel y lo había
invocado buscando protección. La oración de Daniel fue un factor esencial para
frustrar el decreto del rey, y para derrotar a los perversos y envidiosos
gobernantes que habían tendido la trampa con el fin de destruirlo, eliminarlo
del lugar y del poder en el reino.
[Extractado del libro publicado originalmente en inglés con el título: The Weapon of Prayer by Edwards M. Bounds. Este texto es de dominio público.]
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