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UNA SALVACIÓN TAN GRANDE


El poder de elección es un regalo maravilloso de Dios. Aun así, hay una decisión que Dios nunca le ha permitido tomar al hombre. Nadie puede escoger la naturaleza con la que nace. La decisión que más afecta nuestras vidas, fue tomada hace mucho tiempo por nuestros primeros padres. No tenemos absolutamente ninguna opción sobre el tipo de naturaleza que poseemos al nacer. Es una naturaleza pecaminosa. Si no la cambiamos, nos llevará a la muerte eterna.

Aunque nacemos con una naturaleza inclinada al pecado, Dios nos da la oportunidad de cambiarla. Es una elección personal y trascendental de la que nadie puede privarnos. Sin duda, es la decisión más importante que podamos tomar mientras vivamos. Podemos escoger retener nuestra la naturaleza pecaminosa con la que nacimos y morir eternamente, o recibir una naturaleza nueva, por medio de la fe en Cristo y vivir eternamente.

Hay mucho desacuerdo en cuanto a las opciones de elección que se nos ofrecen. Millones de personas creen que Dios abre la puerta y permite una sola oportunidad para decidir y luego la cierra para siempre. Es como si Dios dijera: “Solo tienen una oportunidad de cambiar su condición pecaminosa. Una vez que deciden ser salvos, no podrán elegir perderse. La decisión de aceptar a Jesús como Salvador, será la única que tomen con respecto a su destino eterno. Si luego se arrepienten, será demasiado tarde. No importa cuán profundos y sinceros sean sus deseos de perderse y cuánto lamenten haberse arrepentido, no podrán renunciar a la vida eterna. Ni la amarga rebelión, ni la blasfemia deliberada, ni una vida de iniquidad podrán revocar esta decisión única y definitiva de ser salvos. No tendrán otra oportunidad de elección, una vez acepten a Jesús como su Salvador”.

En esencia, esto es lo que cree un gran número de “cristianos”, que defienden la doctrina de la seguridad incondicional de la salvación. 

Otro grupo de cristianos sinceros, cree que Dios deja la puerta abierta para que cambiemos de opinión cuando deseemos. No creen que la salvación sea un acto irrevocable o una elección en un momento dado, sino una relación personal CONTINUA del creyente con Cristo. Cuando por la desobediencia consciente se rompe esa relación de amor, el individuo deja de ser un creyente sincero y pierde la seguridad de la salvación.

Las implicaciones de esta enseñanza son enormes. Si de verdad la salvación es incondicionalmente segura para todo creyente, ésta es la doctrina más extraordinaria que existe. Por el contrario, si no es cierta, se convierte en la herejía más peligrosa del mundo. La salvación o perdición de millones de personas dependerá de la decisión que tomen con referencia a este punto.

Veamos un ejemplo de cómo la creencia de la seguridad incondicional de la salvación afecta el destino de muchos miles de personas. En una reunión de cristianos evangélicos en una casa particular, un hermano leyó y brevemente comentó 2 Pedro 1:3-11: 

“Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia; vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 P 1:3-11).

Los hermanos quedaron impresionados al escuchar las explicaciones de las verdades bíblicas, pero no de manera positiva. La doctrina de que tenían que hacer algo para que les fuera “otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador” (2 P 1:11) les chocó de manera particular porque parece enseñar que la salvación es por obras. Ninguno estuvo completamente convencido de que este pasaje es una orden apostólica inspirada por el Espíritu Santo, y que nos revela los requisitos que debemos cumplir para que nos sea “otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador” (2 P 1:11).

De todas las personas reunidas, ninguna tomó la decisión de obedecer la verdad bíblica y comenzar a aplicarla a su vida. Aceptar la verdad les causaba conflicto con su creencia de que el Espíritu Santo es quien tiene que darles estas cosas. Replicaron citando su paráfrasis de: “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil 2:13), y como ellos no “sentían” que debían obedecer 2 Pedro 2:3-11 para ser salvos, entonces la enseñanza no era del Espíritu, si no de la carne. Todos los que rechazaron el mensaje dieron la misma explicación: “Ya somos salvos; y no podemos perdernos. ¿Por qué correr el riesgo de hacer algo en la carne? No podemos ser más salvos de lo que ya somos haciendo lo que dice 2 Pedro 2:3-11, y sabemos que no nos perderemos sino ponemos por obra ese pasaje”.

Nótese cómo este razonamiento va de la mano con lo que creen sobre la seguridad de salvación. Para ellos, la salvación no depende de la obediencia o del crecimiento espiritual, sino del momento preciso cuando recibieron a Cristo como su salvador. Ya sea que obedezcan o desobedezcan nuevas revelaciones de la verdad, su destino final no se verá afectado. Pueden quebrantar el quinto mandamiento, el séptimo mandamiento o todos los mandamientos, y aún así, “sentir” que su salvación está segura porque una vez fueron salvos: al momento en que recibieron a Cristo como su salvador. 

Estas personas creen que la desobediencia a un mandamiento del Señor puede afectar el gozo y la paz que experimentan como resultado de una relación con Dios, pero nunca la seguridad de la salvación eterna.

Indudablemente, esta doctrina debe examinarse con detenimiento. Consecuencias de impacto eterno dependen del rechazo o la aceptación de esta creencia. Deben contestarse interrogantes como éstas: 

  • ¿Podemos cambiar de parecer en lo que respecta a nuestra salvación? 
  • ¿Renunciamos a nuestro poder de elección cuando nos convertimos? 
  • ¿Es la salvación una decisión hecha de una vez y para siempre?
  • ¿Es irrevocable permanecer en la gracia salvadora de Cristo, después de haber tomado una vez la decisión de seguirlo? 
  • ¿Puede Dios convivir con la inmundicia del pecado en su reino eterno?

Por fortuna, la Biblia tiene cientos de textos hermosos y claros que responden estas preguntas. Los estudiaremos juntos, y también analizaremos algunos textos que se usan para sustentar la doctrina de “una vez salvo, siempre salvo”.

Refiriéndose a la Nueva Jerusalén, Juan dice: “No entrará en ella ninguna cosa inmunda” (Ap 21:27). Jesús dice: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5:8). Pablo menciona en repetidas ocasiones en sus cartas que no habrá pecadores en el Cielo. El pecado, desde la perspectiva de Dios, contamina, y nadie que peque deliberadamente entrara en el Reino de Dios.

Pablo escribe: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros… ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos… heredarán el reino de Dios” (1 Co 6:9,10).

En ninguna parte de la Biblia se menciona que la entrada al reino de Dios depende de una experiencia de fe momentánea y temporal. 

La salvación es una relación dinámica y creciente con el Dador de la vida eterna. Hay que mantenerse continuamente relacionado con Dios para recibirla y conservarla. Dios comparte la vida misma con los hombres, pero no puede haber vida eterna sin una relación fresca e ininterrumpida con Cristo Jesús: “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Jn 5: 12).

Así como la energía creativa de Dios es necesaria para sostener al universo y mantener unidos los átomos, así de indispensable es su poder divino para mantener el alma llena del espíritu. Cuando una persona elige separarse de Dios voluntariamente, la conexión se interrumpe y la vida espiritual deja de fluir. Dios no fuerza a nadie a tomar esta decisión. En Juan 15:1-6 se demuestra que los cristianos pueden perder la relación con Cristo Jesús y, por ende, perderse ellos mismos. En estos pasajes Cristo explica uno de los más grandes misterios de la vida eterna. “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden” (Jn 14:5-6).

El secreto para conservar la salvación es vivir en la presencia de Dios. Si una persona no permanece en Cristo, se marchita y muere, y su destino final es el fuego eterno. Esto demuestra que la relación de un creyente con Cristo no es estática, ni está basada en una experiencia de un momento pasado, sino que es una relación activa y recíproca; el compartir una vida en común, el permanecer conectados con Él, que es “vuestra vida” (Col 3:4).

Cuando el pámpano se separa de la vid, se desconecta de la fuente de la vida y se extingue: el resultado es la muerte. Estas palabras del Señor Jesús son tan claras que no dejan lugar a malas interpretaciones. Incluso los cristianos verdaderos que se encuentran conectados a la Vid pueden elegir separarse de ella. Si lo hacen, morirán y serán arrojados al fuego para ser quemados. Ningún pámpano puede marchitarse ni morir, sin antes haber estado vivo.

La seguridad de la salvación eterna es para aquellos que tienen su fe fija en Jesús en tiempo presente y cuya vida está conectada al Dador de la vida en todo momento. Ciertamente, podemos elegir perdernos, a pesar de que hayamos sido salvos en un momento del pasado. Todo depende de mantenernos conectados a la Vid verdadera.

El Señor Jesús enseña la verdad solemne de perder la vida eterna en la parábola del sembrador. Al explicar acerca de la semilla que cayó entre los espinos y las rocas, Jesús dice: “Y los de junto al camino son los que oyen, y luego viene el diablo y quita de su corazón la palabra, para que no crean y se salven. Los de sobre la piedra son los que habiendo oído, reciben la palabra con gozo; pero no tienen raíces; creen por algún tiempo, y en el tiempo de prueba se apartan” (Lc 8:12-13).

Se extraen varias enseñanzas importantes de esta parábola. Primero, solo un grupo se salvará al final: los que dieron mucho fruto. Los grupos representados por la semilla que cayó junto al camino y la que cayó sobre las rocas no se salvarán. En Lucas 8:12, los oyentes junto al camino no tenían posibilidad alguna de que “creyeran y se salvaran”, pero en el versículo siguiente, “los de sobre la piedra... creen por algún tiempo”. ¿Qué tipo de “creencia” es ésta?

Según Lucas 8:12, es la creencia que salva. Los que creyeron por algún tiempo fueron salvos por algún tiempo, pero cedieron a la tentación. Al final, se perdieron junto con el resto, a excepción de los que dieron frutos. La enseñanza de Dios en esta parábola es que las personas pueden tener una fe que salva por un tiempo, pero luego pueden perderla, y perderse.

Aquellos que estudien a profundidad el relato de los Evangelios, entenderán porqué el Señor Jesús con frecuencia refuta la doctrina de la seguridad de la salvación eterna. En la parábola de Lucas 12:42-46, Cristo describe cómo un siervo fiel puede convertirse en un siervo infiel. Después de preguntar: “¿Quién es el mayordomo fiel y prudente al cual su señor pondrá sobre su casa, para que a tiempo les dé su ración?” Jesús responde a su propia pregunta: “Aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así… le pondrá sobre todos sus bienes” (Lc 12:42-44).

Luego Cristo explica por qué el siervo podría perder su recompensa. “Mas si aquel siervo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir; y comenzare a golpear a los criados y a las criadas, y a comer y beber y embriagarse, vendrá el señor de aquel siervo en el día que éste no espera, y a la hora que no sabe, y le castigará duramente, y le pondrá con los infieles” (Lc 12:45, 46).

Aquí el Maestro de maestros ilustra cómo un siervo fiel y sabio, recibe el castigo que reciben los incrédulos. Jesús está hablando acerca de un hombre que era lo suficientemente fiel como para confiarle grandes responsabilidades. Sin duda, este siervo representa a aquellos que sirvieron al Señor fielmente. Pero ¿qué ocurrió? Este siervo fiel se apartó del camino de la fidelidad y cosechó ruina y muerte eterna. Esto nos recuerda también las palabras de Hebreos 10:38 “Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma”. El siervo de la parábola, quien en un tiempo creyó, ahora es castigado con los incrédulos. Los fieles pueden retroceder para perdición.

Otra parábola de Cristo destaca el hecho que el perdón continuo es condicional. La historia se encuentra en Mateo 18:23-35 y se centra en el perdón de Dios. Un señor respondió a las súplicas de su siervo y le perdonó una deuda impagable. El criado salió y se encontró con un consiervo que le debía una suma insignificante, y no mostró misericordia, sino que lo envió a la cárcel porque no podía pagarle. Cuando el señor se enteró de lo que había sucedido, le revocó la orden de cancelación de la deuda a su siervo y lo entregó a los verdugos hasta que pagara la totalidad de la deuda (algo imposible de hacer para un hombre en prisión).

Es clara la enseñanza de esta parábola. Aunque Dios en su gracia perdona a quienes se lo pidan, ese perdón no está exento de condiciones. Lo perdemos cuando no demostramos compasión por los demás. Esto está en armonía con las palabras del Señor en Ezequiel 33:13: “Cuando yo dijere al justo: De cierto vivirás, y él confiado en su justicia hiciere iniquidad, todas sus justicias no serán recordadas, sino que morirá por su iniquidad que hizo”

Este principio se repite en el versículo 18: “Cuando el justo se apartare de su justicia, e hiciere iniquidad, morirá por ello” (Ez 33:18).

El secreto está en mantener una relación estrecha con la Fuente de nuestra salvación. Jesús dice: “Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mt 24:13). Todo el que se oponga al pecado en su vida, podrá salvarse con la ayuda del poder de Dios. Los nombres de aquellos que no perseveren hasta el fin, serán borrados del libro de la vida. Los defensores de la seguridad incondicional de la salvación eterna se rehúsan a creer que esto pueda suceder, pero Apocalipsis 3:5 deja en claro esta aterradora perspectiva: “El que venciere… no borraré su nombre del libro de la vida”. La aseveración de que se borrarán los nombres de los que no perseveren hasta el fin es clara.

Todos estos pasajes coinciden en lo mismo. El pecado deliberado destruye la relación por la que se obtiene la vida eterna. Hay un “si” condicional incluido en las referencias a la garantía de salvación eterna. 

“Pero si andamos en luz… la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn 1:7). 

Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre” (1 Jn 2:24). 

“Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma” (He 10:38). 

“El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano (Jn 15:6). 

“De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte” (Jn 8:51). 

“Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado” (Ro 11:22). 

“Porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás” (2 P 1:10).

“Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio” (He 3:14). 

“Si sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, él también nos negará” (2 Ti 2:12). 

“Porque si pecáremos voluntariamente… ya no queda más sacrificio por los pecados” (He 10:26). 

“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Jn 2:15). 

“Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn 15:14). 

“Porque si vivís conforme a la carne, moriréis” (Ro 8:13).

Pablo reconoció que incluso para él caer de la gracia de Dios era posible, a menos que controlara su inclinación natural al pecado, “no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Co 9:27). 

La palabra que Pablo utiliza, “eliminado”, es muy interesante. Proviene de la palabra griega “adokimos”, que se traduce como “réprobo” en otros lugares. De hecho, 2 Corintios 13:5 afirma que Jesucristo no puede morar en el corazón reprobado [adokimos]. Tito 1:16 habla acerca de los abominables y desobedientes que son “reprobados [adokimos] en cuanto a toda buena obra”. Sin duda, Pablo tenía presente que podía perderse si permitía que el pecado reconquistara su vida.

Pablo también habla de la posibilidad que los creyentes, nacidos de nuevo, sufran condenación por participar en la Cena del Señor indignamente. “Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí” (1 Co 11:29). No se puede negar que los que participaban de los símbolos de la redención eran cristianos comprometidos. ¿Cabía la posibilidad de que incurrieran en condenación y pudieran perderse? Pablo asevera que sí. ¿Qué es la condenación? La misma palabra griega, “krima”, aparece en 1 Timoteo 5:12 “Incurriendo así en condenación [krima], por haber quebrantado su primera fe”. En lenguaje claro, el apóstol explica que los creyentes pueden “destruir su primera fe” y recibir condenación eterna.

La explicación sobre la seguridad de la salvación eterna explicada a través de la analogía de la relación filial dice: “Mi hijo nació en el seno de esta familia y siempre será mi hijo. No puede dejar de serlo. Sea que obedezca o desobedezca, siempre será mi hijo”. Este razonamiento elude el punto central de la cuestión. El problema no es si es posible o no que un hijo pueda volverse un “no hijo” (dejar de serlo), sino más bien, que se enferme y muera. Ningún médico advierte a los padres primerizos sobre los peligros de que su hijo deje de serlo algún día, sino sobre el cuidado adecuado para evitar que muera. De hecho, no sobrevive sino se lo alimenta.

De la misma manera, “Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn 6:53). 

¿Qué quiere decir Jesús aquí? El versículo 63 lo explica: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn 6:53). A menos que el cristiano viva según la Palabra de Dios, no podrá participar de la vida espiritual que proviene de Él.

¿Se ha logrado explicar sin ambigüedades que la obediencia continua es necesaria para la salvación eterna? Pablo escribió: “¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis?” (Ro 6:16).

Cuando decidimos desobedecer a Cristo y obedecer a Satanás, dejamos de pertenecer a Cristo, pertenecemos a Satanás. “El que hace justicia es justo... El que practica el pecado es del diablo” (1 Jn 3:7, 8).

El escritor del libro de Hebreos escribe varias advertencias específicas sobre las consecuencias de apartarse de la fe. Hebreos 10:23 presenta argumentos que nadie puede refutar en contra de la creencia de “una vez salvo, siempre salvo”. El pasaje comienza de esta manera: “Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió”

El autor de esta epístola, que parece ser Pablo, se incluye a sí mismo en la advertencia, y afirma: “Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?” (He 10:26-29). Las personas descritas aquí habían sido santificadas en la verdad, pero cedieron a la apostasía.

Los últimos versículos del capítulo nos advierten sobre la pérdida de la confianza (fe). ¡Prestemos mucha atención a esto! “No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa… Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma” (He 10:35-39). 

Ahora bien, ¿quién otro podría expresar claramente el hecho que nuestra seguridad de la salvación eterna depende de que permanezcamos constantes hasta el fin? No habría otra razón para que este hombre de Dios nos diera tal advertencia si no fuera porque existe la posibilidad de que perdamos la confianza y retrocedamos para perdición.

En Hebreos 6:4-6 nos encontramos con otra declaración importante. “Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio”

Sería difícil describir de forma más completa a una persona que ha nacido de nuevo, y que luego se rebela contra Dios, desecha a Cristo y rechaza al Espíritu Santo. Por sus acciones, esta persona se ha colocado más allá del alcance de Dios. Por esto, no hay posibilidad de que se salve si continúa crucificando a Cristo mediante su desobediencia.

En el capítulo 11 de Romanos, Pablo comenta sobre el hecho de que muchos de los descendientes de Israel rechazaron al Hijo de Dios y, por lo tanto, fueron cortados. Él utiliza la ilustración del olivo. Las ramas eran los hijos de Israel, pero por causa de su incredulidad, fueron desgajadas, como se lee en los versículos 17 al 20. Luego, se injertaron algunas ramas de olivo silvestre que representan a los cristianos gentiles. Notemos esta amonestación: “Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado” (Ro 11:21, 22). Tengamos en cuenta que estas ramas dependen completamente de su conexión con el árbol. La seguridad, entonces, es condicional.

Veamos si Pedro está de acuerdo con las ideas de Pablo. En el primer capítulo de su segunda epístola, en los versículos 5 al 7, se enumera una serie de virtudes que deben ser parte de la vida de todo cristiano. Pedro se dirige “a los que habéis alcanzado, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra” (2 P 1:1). Pedro les dice a los receptores de su carta: “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia” (2 P 1:3). Es obvio que Pedro se dirige a genuinos cristianos.

Pero nótese lo que les advierte: “Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás” (2 P 1:9, 10). Esto indica que los cristianos pueden caer de la gracia y dejar de seguir a Cristo Jesús. Incluso pueden convertirse en apóstatas en el más puro sentido de la palabra.

En el tercer capítulo de la misma epístola, Pedro continúa diciendo: “Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz” (2 P 3:14). “Así que vosotros, oh amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza” (2 P 3:17). Pedro coincide con Pablo en que los cristianos deben mantenerse alertas y no dejarse engañar, e indica el triste destino de aquellos que vuelven a caer en el pecado después de haber nacido de nuevo.

Uno de los textos más concluyentes de la Biblia con referencia a que una persona puede alejarse de Cristo y perderse, incluso después de haber hecho su profesión de fe, se encuentra en 2 Pedro 2:20-22:

“Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado. Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno”

El mensaje es claro. Sólo quien no quiere aceptarlo, lo rechazará. No es una cuestión de entendimiento, si no de voluntad.

Los que favorecen la idea de una seguridad incondicional, argumentan que comparar a los hijos de Dios con perros o cerdos no es apropiado. Pedro opina lo contrario. El proverbio expresa la verdad llanamente. Estos creyentes habían escapado de la contaminación del mundo mediante el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo. Se habían convertido y unido a las filas de Cristo. Le habían entregado su corazón, pero sintieron nostalgia de cómo cuando estaban en el mundo “se revolcaban” en el pecado, y decidieron hacerlo de nuevo. Igualmente los israelitas cuando salieron de Egipto, recordaban las “ollas de carne”, los “puerros y cebollas”. Se acordaban de los placeres del pecado. Cuando se deja a Cristo, se regresa al mundo, como regresa el cerdo a revolcarse en el fango. No cabe duda que ningún cristiano debería imitar los hábitos del cerdo, pero el proverbio de Pedro demuestra que esta conducta es posible.

El Espíritu de Dios no guarda silencio con respecto a este punto: “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Ti 4:1). 

¿Cuándo acontecerán estas cosas? ¿Cuándo apostatarán algunos de la fe? En los postreros días. ¿Podría estar sucediendo ahora? Este es el tiempo en que vivimos. Si no lo habías pensado antes, estos son tiempos muy peligrosos. Si tienes dudas, lee los titulares de las noticias de mañana.

¿Cuál es el significado de la frase, “el Espíritu dice claramente”? Significa que el Espíritu habla tan lisa y llanamente que es imposible malinterpretarlo. Entonces, ¿qué harán algunos? Apostatarán de la fe. Esto quiere decir que sí es posible dejar la fe, ¿no es así? Algunos lo hacen. Han hecho profesión de fe, han adorado juntos, han asistido a la iglesia y a las reuniones de oración. Han participado activamente en la propagación del evangelio, han apoyado la obra con sus recursos, han sido bautizados, han sido ministros, han activado en las obras de la iglesia y algunos hasta han destacado como líderes. Sin embargo, abandonaron la fe. No fueron constantes ni fieles. En los últimos días vendrán tiempos peligrosos, habrá persecuciones y gran tribulación, y algunos no podrán mantenerse firmes. 

Mira cómo describe el Señor mismo los últimos días:

“Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados. Entonces, si alguno os dijere: Mirad, aquí está el Cristo, o mirad, allí está, no lo creáis. Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos (Mt 24:21-24).

Muchos serán tentados por el temor al mundo y seducidos por espíritus de demonios. Aunque es triste decirlo, darán la espalda al Hombre de la cruz. Estuvieron del lado de Cristo un día, pero para evitar la tribulación se harán partidarios del enemigo de nuestras almas.

Por favor, no lo malentiendas. Si deseas la seguridad de tu salvación, puedes obtenerla. Pero no es incondicional. La encuentras sometiéndote a Cristo día a día y momento a momento. Cuando te vuelves a Cristo debes permanecer en Él, y así podrás estar seguro. Dios no falla. Él es fiel. “Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará; no dejará para siempre caído al justo” (Sal 55:22). Él estará a tu lado, si tú permaneces al lado de Él. Jesús dijo de sí mismo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn 14:6). Y Juan escribió acerca del Señor: “Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Jn 5:11, 12). La clave para entender estos sencillos y conocidos pasajes radica en el tiempo verbal en que están escritos: tiempo presente.

Muchos falsos cristianos creen que tienen la salvación asegurada. Están convencidos que Dios los dejará entrar en el cielo. “Soy tan bueno que asisto a la iglesia” o “Pienso que puedo salvarme porque voy a la iglesia”. Pero la verdad es que ninguna persona se salva por lo que piensa o por lo que es. Puede que sean sinceros, pero su sinceridad no los salvará. Puede que sean honestos, veraces, rectos y ciudadanos de primera clase, pero eso no los salvará. Puedes contribuir generosamente a la iglesia e incluso proveer a los necesitados, pero eso tampoco te salvará. Ningún hombre se salva por sus obras, por buenas que sean.

Cristo es el que salva, no las obras que hagas. La salvación es un don gratuito. La salvación es Cristo, y cuando recibes a Cristo, obtienes la salvación. “El que tiene al Hijo, tiene la vida” (1 Jn 5:12). Pero si no tienes al Hijo, no tienes la vida; por ende, su salvación no está asegurada, no hasta que Cristo no esté permanente habitando en tu corazón.

“Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido” (Ap 2:4, 5).

Para el cristiano, dejar su primer amor es volver a caer, apartarse, abandonar al Señor y su Palabra, dejar de adorarlo en privado por medio de la oración diaria y ferviente, y entrar al servicio del pecado, de Satanás y del mundo. El Señor llama a estos a que se arrepientan y que hagan las primeras obras (los frutos del amor), o si no —¿Si no qué?

“Quitaré tu candelero de su lugar”

Este es un ultimátum de parte del Señor. Si el pecador responde, se arrepiente, regresa a su primer amor y hace sus primeras obras, todo irá bien— será salvo. Pero es la persona quien elige. Si no hace todo esto, su luz se extingue y el destino final es la perdición eterna.

Tal fue el caso de Saúl, el primer rey de Israel, quien fue “mudado en otro hombre”. “Entonces el Espíritu de Jehová vendrá sobre ti con poder, y profetizarás con ellos, y serás mudado en otro hombre (1 S 10:6). Sin embargo, Saúl no llenó las expectativas de su alto y exaltado llamamiento; desobedeció al Señor y finalmente se quitó la vida (1 S 31:1-6). No se puede decir que Saúl no experimentó el nuevo nacimiento, porque Dios dice que sí lo hizo (1 S 10:6). Aún así se quitó la vida y perdió la oportunidad de arrepentirse.

Finalmente, veamos el texto más utilizado para sustentar la doctrina de la seguridad incondicional de salvación. Jesús dice: “Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” (Jn 10:28-29).

¡Qué promesa más reconfortante debería ser esta, para todo hijo de Dios que permanece en Él! A simple vista, provee algún tipo de inmunidad para no perderse espiritualmente, pero no hemos terminado de leer el texto. El versículo 27 completa la idea y añade una condición necesaria para que se cumpla la promesa descrita en los versículos 28 y 29. “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna” (Jn 10:28-29).

Notemos que solo los verdaderos seguidores de Dios se sienten a salvo en Sus manos protectoras. Él ofrece la vida eterna sólo a las ovejas fieles que escuchan su voz y lo siguen. Lo que evita que seamos arrebatados por Satanás y sus agentes, es escuchar y seguir a Dios. La protección es contra los enemigos externos que buscan arrebatar a las ovejas del rebaño, pero no contra la infidelidad de las ovejas que deciden no seguir al pastor. Nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre, pero éstas pueden dejar el rebaño cuando lo deseen. Dios nunca va a interferir con la libertad de elección que Él mismo nos dio. Los cristianos pueden elegir perderse al igual que los pecadores pueden elegir salvarse.

Imagínate lo inútil que serían las cientos de advertencias bíblicas contra la apostasía, si no fuera posible experimentarla. ¿Por qué el Espíritu habría inspirado a Pablo, a Pedro y a todos los demás a escribir amonestaciones tan solemnes sobre la condenación eterna, si no corremos el riesgo de sufrirla? Y si fuese cierto que los “una vez salvos” tienen la salvación asegurada, de seguro el diablo lo sabría. Como consecuencia, nunca perdería el tiempo con los creyentes, porque sabría que es imposible que se pierdan. Sin embargo, sabemos por experiencia, que Satanás trabaja con denuedo para evitar que los santos sigan a Cristo.

Tenemos que concluir que la salvación no consiste en hacer un compromiso único e irrevocable, una vez y para siempre, ya sea en el pasado o el presente. Ser salvo es la experiencia de vivir la vida de Cristo por impartición divina; lo que no es posible, a menos que exista una relación continua y dinámica con Jesús, la Fuente de la vida eterna. Para que la salvación sea completamente bíblica, tiene que expresarse usando el pasado, el presente y el futuro. Sucedió, está sucediendo y sucederá. Quizás esta ilustración nos ayude a entender esto.

Un hombre está pescando en mar abierto a varios kilómetros de la orilla. Su bote zozobra y se va al fondo. No puede nadar para salvarse. En ese momento, aparece otro barco de pesca, pero está tan cargado, que es imposible que lleve a otro pasajero a bordo. Sin embargo, la tripulación quiere rescatar al pescador y le lanzan una cuerda. “Aquí tienes, toma esta cuerda”, le dicen. “Te remolcaremos a la orilla”. Mientras toma la cuerda, el pescador dice: “¡Gracias a Dios, estoy a salvo!” Y de seguro estará a salvo, siempre que se mantenga aferrado a la cuerda.

La salvación es tuya, pero tienes un papel que desempeñar para salvarte: “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Fil 2:12). 

Si en algún momento te sueltas de la cuerda y te niegas a tomarla de nuevo, estás perdido. Lo mismo sucede con la persona que ha sido rescatada del pecado. Permanece a salva mientras se mantenga tomada de la mano de Cristo. Si decide soltar la mano de Dios y seguir por sí misma, se perderá. Su salvación depende de su decisión y de sus acciones.

En realidad, podemos hablar de salvación en el pasado, en el presente y en el futuro. El pescador puede decir: “Fui salvo”, cuando tomó la cuerda; “Estoy siendo salvado”, a medida que lo remolcan a la orilla; y “Seré por fin salvo”, cuando ponga el pie en tierra firme. Una persona que ha nacido de nuevo ha sido salva del castigo del pecado. A eso llamamos justificación. Está siendo salva del poder del pecado, y a eso le llamamos santificación. Esta persona será salva de la presencia del pecado cuando Cristo venga por ella (al morir ella o en el arrebatamiento); esto se llama glorificación. Los tres tiempos verbales se utilizan en la Biblia para describir la salvación.

En Romanos 8:24 encontramos la expresión: “Porque en esperanza fuimos salvos”. La versión Dios Habla Hoy es más precisa: “Hemos sido salvos”; aquí se utiliza el tiempo verbal pretérito. Nuevamente, la Versión Dios Habla Hoy traduce correctamente la frase en 1 Corintios 1:18: “Para los que vamos a la salvación”. Luego, Hechos 15:11 declara “Que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos”. Estos versículos hablan de la salvación en pasado, presente y futuro.

Ahora, asegurémonos que se entienda correctamente nuestra ilustración del pescador que está siendo rescatado. ¿El hecho de que deba aferrarse a la cuerda para ser salvo significa que podemos obtener la salvación con esfuerzo propio? Por supuesto que no, ¡mil veces no! Recuerda que él estaba siendo remolcado por un poder que no era el suyo. Él simplemente estaba cooperando con ese poder al sujetarse a la cuerda. Tenía que hacerlo para salvarse. Como cristianos debemos manifestar nuestra fe en Cristo, permanecer firmes en Él, y producir los frutos de la obediencia. Esto es lo que hacemos cuando nos aferramos a Cristo. Él nunca nos soltará. La única forma de separarnos de Él, es separarnos intencionalmente y voluntariamente de Él; y tenemos la libertad para hacerlo. Tenemos la libertad de escoger. Nuestro poder de elección no se acaba al hacernos cristianos.

En cualquier momento de nuestra vida cristiana podemos decidir dar marcha atrás y elegir las cosas de este mundo en lugar de las cosas de Dios y el Cielo. Somos salvos solo por la fe en Jesucristo como nuestro Salvador. “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hch 4:12). Sin embargo, mostramos la fe por medio de nuestras obras. Es la expresión externa de nuestro amor por Dios. Guardar los mandamientos de Dios y hacer lo correcto es simplemente el resultado de que el Espíritu Santo mora en nuestro corazón. Este es el fruto del Espíritu. Hacemos estas cosas no para ser salvos, sino porque ya somos salvos. Y mientras que amemos al Señor con todo nuestro corazón, seremos obedientes a Él. No soltaremos la cuerda. Seguiremos aferrándonos a Cristo que es nuestra única esperanza.

¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? (He 2:3)

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