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viernes, 29 de octubre de 2021

SIETE VECES CAE EL JUSTO


“Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; mas los impíos caerán en el mal” (Pr. 24:16). 

Vemos en Lucas 22:31-32 al Señor Jesús advirtiendo a Pedro de un peligro que le esperaba. Le dijo: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos”. 

Es sólo cuando somos quebrantados que podemos tener la suficiente virtud para bendecir a los demás. 

Fue con un propósito que Dios permitió que Pedro fallara. Ese propósito era purificar a Pedro. Lo que Satanás realmente quería era destruirlo por completo, pero Dios no se lo permitió. Dios no permite que seamos probados más allá de nuestra capacidad. Entonces a Satanás se le permitió zarandear” a Pedro; esto es, humillarlo. Como resultado de su fracaso, Pedro fue limpiado de una gran cantidad de basura en su vida. Este es el verdadero propósito con el que Dios nos permite fallar también. ¿No es bueno que la paja se elimine de nuestras vidas? ¡Ciertamente! Cuando un agricultor cosecha el trigo, tiene que “zarandearlo” antes de poder usarlo. Sólo cuando le ha quitado toda la paja y la basura inservible, lo puede utilizar para algo.

El Señor usa a Satanás para quitar la paja y la basura de nuestras vidas. Sorprendentemente, Dios logra este propósito al permitirnos fallar repetidamente. Dios usó a Satanás para cumplir este propósito en Pedro y también usará a Satanás para cumplir este propósito en nuestras vidas. Hay mucha paja y basura en todos nosotros: la paja del orgullo, la confianza en uno mismo y la justicia propia. Y Dios usa a Satanás para hacernos fallar repetidamente, a fin de quitarnos esa paja por completo.

Si el Señor está logrando cumplir este propósito en tu vida o no, sólo tú lo sabes. Pero si Él logra quitar de ti la paja, serás más humilde y con menos justicia propia. No despreciarás a los demás cuando fracasen. No te considerarás mejor que nadie.

Dios permite que Satanás nos quite la paja, permitiéndonos fallar repetidamente. Así que no te desanimes si fracasas. Todavía estás en la mano de Dios. Hay un propósito glorioso que se está cumpliendo a través de tus repetidos fracasos. Pero tu fe en el amor de Dios por ti no debe fallar en esos momentos. Eso fue lo que el Señor Jesús pidió por Pedro, y lo que está pidiendo al Padre por nosotros hoy. Él no está pidiendo para que nunca fallemos, sino para que cuando toquemos fondo, nuestra confianza en el amor de Dios siga siendo inquebrantable.

Sólo a través de muchas experiencias de fracaso llegamos finalmente al punto donde somos finalmente quebrantados. Fue cuando Pedro llegó a ese punto, que tuvo una segunda conversión (Lc. 22:32). La prueba de que la oración del Señor Jesús por Pedro fue respondida se ve en el hecho de que cuando Pedro tocó fondo, se dio la vuelta hacia el Señor y buscó Su perdón. No se quedó allí tumbado, desanimado. No perdió la fe. Él se levantó. Dios lo había dejado correr con una correa muy larga. Pero cuando Pedro llegó al final de esa correa, Dios tiró de él hacia atrás y lo trajo de nuevo cerca de Él.

¡Es maravilloso ser un hijo de Dios! Cuando Dios nos agarra, nos ciñe como con una correa para protegernos. Hay mucha holgura en esa correa, y puedes alejarte y caer miles de veces e incluso alejarte del Señor. Pero un día, llegarás al final de esa correa. Y es entonces que Dios te atraerá de regreso a Él. Por supuesto, puedes decidir en ese punto soltarte de la correa y huir. O puedes elegir ser quebrantado por la bondad de Dios, y llorar y regresar a Él. Eso es lo que hizo Pedro. Lloró y se volvió hacia el Señor. Pero Judas Iscariote no hizo eso. Cortó la correa en rebelión contra la autoridad de Dios sobre su vida, y se perdió. Pero confío en que tú harás lo que hizo Pedro.

Entonces el Señor Jesús le dijo a Pedro: “Una vez vuelto, confirma a tus hermanos”. Cuando vuelvas al Señor y seas fuerte una vez más, fortalece a tus hermanos. Sólo cuando estamos quebrantados podemos ser lo suficientemente fuertes para fortalecer a los demás. Fue sólo cuando Pedro estaba débil y quebrantado en su orgullo, que se volvió realmente fuerte, tan fuerte que pudo fortalecer a sus hermanos y hermanas. Podríamos decir que la preparación de Pedro para el servicio lleno del Espíritu se debió a su experiencia de fracaso. Si hubiera sido lleno del Espíritu Santo, sin esta experiencia de fracaso, se habría puesto de pie en el día de Pentecostés como un hombre orgulloso, como un hombre que nunca había fallado, que podía mirar con desprecio a los pobres perdidos pecadores que estaban delante de él. Y Dios se habría convertido en su enemigo, porque Dios resiste a los orgullosos. 

Pedro también tuvo que llegar a ese punto antes de que pudiera ser lo que Dios quería que fuera. Una vez que hemos tocado fondo, nunca podremos despreciar a los que todavía están allí. A partir de entonces, nunca podremos menospreciar a los pecadores, ni a los creyentes descarriados, ni siquiera a los líderes cristianos que caen. Nunca podremos estar orgullosos de nuestra victoria sobre el pecado, porque sabemos lo fracasados que fuimos nosotros mismos en algún momento. Es por eso que el mismo Pedro advirtió a otros cristianos diciendo: Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados (2 P. 1:9). Nunca olvides cómo tú mismo fuiste más de una vez limpiado de tus pecados. Pedro nos advierte que si olvidamos esto, nos volveremos miopes y ciegos. Nunca quiero ser miope ni quedar ciego. Quiero tener una visión a largo plazo, de valores celestiales y valores eternos, en todo momento. ¿Quieres tú lo mismo? 
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NO OS CONOZCO

NUNCA OS CONOCÍ

EL JUICIO COMIENZA POR LA CASA DE DIOS

COMAMOS Y BEBAMOS QUE MAÑANA MORIREMOS 

SANSÓN Y LOS CRISTIANOS DE HOY

LA VERDAD SOBRE EL DIVORCIO—Y CÓMO EVITARLO 

DURA COSA TE ES DAR COCES CONTRA EL AGUIJÓN

UN PASEO GUIADO POR LA BIBLIA

EL AMOR DE MUCHOS SE ENFRIARÁ

LO QUE DICE EL SEÑOR SOBRE EL INFIERNO

VUESTRO ADVERSARIO EL DIABLO 

UNA ADVERTENCIA A LA CRISTIANDAD

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MATRIMONIOS DE LA BIBLIA 

(Estudio devocional de 13 matrimonios de la Palabra)


 

viernes, 22 de octubre de 2021

FRUTO O FUEGO—TÚ DECIDES


Una de las enseñanzas más incomprendidas del Señor Jesús es esta. Este pasaje es claro y va al punto sin rodeos, pero los falsos maestros han tergiversado estas Escrituras y han negado su claridad para preservar la herejía de la seguridad incondicional de la salvación (salvo siempre salvo). 

El Señor Jesús dice:

“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto” (Jn. 15: 1,2).

Lo primero que debemos notar aquí es que el Señor le está dirigiendo ésta vital enseñanza a los apóstoles. El Señor no está enseñándole esto sólo a Sus discípulos (que eran muchos más que doce), o a las multitudes en las calles, sino a los apóstoles: nada más y nada menos quienes pondrían el fundamento doctrinal para la iglesia del Señor (Ef. 2:20) y cuyos nombres están inscritos sobre los doce cimientos del muro de la Nueva Jerusalén (Ap. 21:14). Es decir, ésta enseñanza está destinada a ser fundamental para todos los creyentes en Cristo Jesús, nuestro Señor.

El Señor ya les había lavado los pies a los apóstoles (Jn. 13:1-5), y les había dicho: “El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos” (Jn. 13:10).

La frase “aunque no todos” se refiere a Judas. “Porque sabía que le iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos” (Jn. 13:11). Y nadie en su sano juicio discutirá que el Señor se está refiriendo a la salvación cuando le dice a los apóstoles “vosotros limpios estáis”.

A estos apóstoles el Señor les dice que Él es la vid, que todos los creyentes somos las ramas y que el Padre celestial es el jardinero. A estos apóstoles el Señor les dice que el Padre corta de la vid las ramas (los pámpanos) que no dan fruto, y que poda las ramas que producen fruto para que sean aún más fructíferas. Claramente, Dios quiere fruto en sus hijos, y ese es un requisito vital para permanecer en la vid: mantenerse salvo.

Nótese que el Señor Jesús dice que las ramas sin fruto están en Él. Por lo tanto, está hablando de personas que fueron salvas en un momento. Esto debería poner fin al eslogan salvo siempre salvo, que se refiere a una seguridad incondicional y a permanecer salvo aun cuando se esté viviendo en pecado (falta de fruto). Claramente, esta no es una comprensión correcta de la enseñanza del Señor.

“Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado” (Jn. 15:3)

El Señor Jesús se está dirigiendo a los apóstoles que Él ha escogido para que lleven el evangelio de la salvación a todo el mundo (Mt. 28:19-20), y por lo tanto se está dirigiendo a través de ellos a todos los creyentes, a todos aquellos que somos salvos (perdonados, limpios espiritualmente). Todos los creyentes debemos recibir esta advertencia de vida o muerte sobre dar fruto. Los que hemos recibido el perdón de Dios somos las ramas  (los pámpanos) de la vid. Todos nacemos de nuevo por la Palabra de Dios, cuando la escuchamos y obedecemos. Pedro dice:

“Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 P. 1:23)

La Palabra de Dios es imperecedera, viva y eterna. Debe ser enseñada para que otros nazcan de nuevo.

“Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” (Jn. 15: 4)

La voluntad de Dios es que todos los pámpanos permanezcamos en la vid, pero el mismo Dios también cortará estos mismos pámpanos si ellos, por su propia negligencia, no dan fruto.

Si permanecemos en la vid, la savia de la vid permanecerá en nosotros dándonos vida eterna. Depende de nosotros permanecer en el Señor (la vida) y es para nuestro beneficio obedecer este mandato de permanecer en Él. Como creyentes debemos permanecer en Cristo (la vid) para ser fructíferos, la única fuente de vida espiritual.

“Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Jn. 15: 5).

Una vez más, el Señor menciona que Su relación con Sus seguidores es como una vid con ramas que se pueden cortar. Que las ramas sean podadas por el Jardinero (el Padre) les permitirá dar más fruto. En otras palabras, si una rama sobrevive a la inspección del Jardinero y no es cortada sino que sólo es podada, será muy fructífera.

Si una rama podada pudiera hablar, ciertamente diría que ser podada es una experiencia muy dolorosa. Algunas de las cosas dolorosas que les ocurren a los cristianos fructíferos son parte del proceso de poda.

“El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden” (Jn. 15:6)

Aquí el Señor Jesús habla claramente de aquellos que no permanecen (o continúan) en Él. Los cristianos que no producen fruto, son cortados por el Padre. Ya están muertos espiritualmente, por eso no producen fruto. Murieron en algún momento por su propio descuido, y ahora el Padre simplemente los saca de la vid y los arroja al fuego

Los que enseñan la doctrina de salvo siempre salvo quieren que creamos que las ramas que son cortadas no eran personas realmente salvas, que nunca lo fueron. Estos falsos maestros de la religión tienen que explicar: ¿Cómo es que estas ramas están en la vid, es decir, en Cristo, lo mismo que los otros pámpanos que continúan en la vid porque están dando fruto? Nadie puede estar en Cristo sin ser salvo. Ambos tipos de ramas tuvieron la misma oportunidad de dar fruto en algún momento.

Las ramas cortadas de la vid son cortadas porque se secaron antes, no es que se sequen después de ser cortadas. Que una rama se marchite (o muera) demuestra que tenía vida antes de esa fecha o sería imposible que se marchitara. Las cosas muertas y sin vida, como una roca, no pueden marchitarse.

Estas ramas se sostienen por su conexión con la vid. Las ramas cortadas (cristianos que perdieron su salvación por falta de fruto) murieron espiritualmente y por eso son arrojadas al fuego. Su destino es muy diferente al de las ramas que permanecen en y con la vid. Las ramas que quedan en la vid continúan viviendo y dando fruto gracias a la vid:

“El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida”  (1 Jn. 5:12)

El Señor Jesús es la vida eterna. Es imposible tener vida eterna si no tenemos al Señor.

“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Jn. 15: 7)

El versículo 7 es una promesa de oración especial para los cristianos fructíferos, los que no son cortados. A los tales se les ordena pedir (a Dios) y se les dará. Un cristiano que tiene la Palabra de Dios en él no va a pedir cosas fuera de la voluntad de Dios.

“En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos” (Jn. 15: 8)

El Padre es glorificado por la fecundidad espiritual de Sus hijos adoptados—nosotros los creyentes. Debiéramos preguntarnos: ¿Qué es dar fruto, según el Señor? Porque muchos creyentes asegurarían que ellos están en Cristo. Pero como dijimos en el séptimo párrafo arriba: “Nótese que el Señor Jesús dice que las ramas sin fruto están en Él”. Tanto las ramas que dan fruto como las que no dan están en Cristo. Pero éstas últimas serán cortadas. Así que es crucial que sepamos si estamos dando fruto, no que nos pongamos a la defensiva y aseguremos que estamos en Cristo. 

De nuevo: ¿Qué es dar fruto, SEGÚN EL SEÑOR?

Así es también como se puede reconocer a uno como discípulo de Cristo. Esta enseñanza del Autor y Consumador de la fe (He. 12:2) destruye la que dice que una vez salvo siempre se es salvo: que la salvación no se puede perder. Estas son dos enseñanzas diametralmente opuestas. Y depende de cada uno de nosotros tomar la decisión de a quién le vamos a creer. ¿Vamos a creer la enseñanza que sostiene exactamente lo opuesto de lo que dice el Señor, para estar con la mayoría?

Un creyente que no da el fruto que el Señor desea será condenado al fuego, según el Autor y Consumador de la salvación (He. 12:2).

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lunes, 18 de octubre de 2021

NO OS CONOZCO



El Señor Jesús enseñó acerca de la salvación final en al menos siete parábolas diferentes; la parábola de las diez vírgenes es sólo una. Ya hemos visto ésta parábola anteriormente, pero su importancia la hace merecedora de un acercamiento. 

La parábola de las diez vírgenes muestra, entre otras cosas, la necesidad de estar preparados de antemano para la venida del Señor, incluso cuando otros no lo están. Reflexionemos detenidamente sobre el mensaje de la salvación del Señor y aprendamos tanto de las vírgenes prudentes como de las insensatas. Aquí está Su enseñanza:

“Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas” (Mt. 25:1,2)

Claramente, esta parábola trata acerca de creyentes reales y genuinos, siendo el número diez 
símbolo de la la perfección del orden divino y de la responsabilidad de los hombres hacia Dios

Si bien ninguna de las vírgenes fue considerada falsa por el Señor, cinco fueron consideradas insensatas. Una vez más, no es que estas cinco vírgenes nunca fueran realmente vírgenes (creyentes genuinos), sino que eran vírgenes insensatas (creyentes no preparados espiritual y doctrinalmente). Es por eso que las cosas terminaron trágicamente para ellas. Con respecto al término virgen, veamos cuidadosamente sobre lo que Pablo escribe a los cristianos:

“Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo (2 Co. 11:2).

Ante el Señor Jesús (el esposo), se presentarán sólo vírgenes espirituales puras para que sean Su esposa. Este es el tipo de creyentes a los que el Señor se refiere en Su enseñanza sobre las diez vírgenes. Anteriormente, el Señor Jesús también habló de los prudentes (sabios) y los insensatos (necios). En ese caso, eran edificadores:

Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina” (Mt. 7:24).

Santiago también escribió sobre los prudentes (sabios y entendidos):

“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre
 (Stg. 3:13).

En todos los casos, los prudentes son siempre fieles y obedientes seguidores de la Palabra del Señor.

Volviendo a Mateo 25:1-13, obsérvese que las diez vírgenes salieron al encuentro del esposo (el Señor Jesús). Esta es más evidencia de que todas poseían la salvación en ese momento.

“Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas” (Mt 25:3,4)

Este es un pasaje clave que muestra lo que hizo sabias a las vírgenes prudentes y lo que hizo necias a las vírgenes insensatas. Si bien ambos grupos tenían sus lámparas encendidas, sólo las prudentes trajeron aceite adicional para mantener sus lámparas encendidas mientras esperaban la llegada del esposo.

En otro lugar el Señor Jesús enseñó a los cristianos: Estén ceñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas (Lc. 12:35).

Si bien el Señor Jesús nos ordena a todos los santos que mantengamos encendidas nuestras lámparas, es responsabilidad nuestra mantenerlas encendidas. Si esto se dejara únicamente en manos de Dios, ninguna lámpara espiritual dejaría de arder. Sólo las vírgenes prudentes, al traer aceite adicional en un frasco, pudieron mantener sus lámparas encendidas.

“Y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron (Mt. 25:5)

Aquí y en otros lugares el Señor enseña que Su venida va a ser tardía para quienes lo estén esperando, lo que implica un arrebatamiento posterior a la tribulación (Mt. 24:29). Las diez vírgenes se cansaron y se quedaron dormidas mientras esperaban al esposo, incluso las prudentes.

“Y a la medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!” (Mt. 25:6).

En el momento más oscuro de la noche (medianoche) llegó el esposo. Era entonces cuando las vírgenes necesitaban estar listas más que nunca antes

“Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas. Y las insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan. Mas las prudentes respondieron diciendo: Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas” (Mt. 25: 7-9).

Las vírgenes insensatas tenían una lámpara encendida para Dios al principio, pero ahora se estaba apagando. Este es un peligro real que pocos parecen reconocer. Las vírgenes necesitaban aceite extra para mantener encendidas sus lámparas, pero tendrían que ir a comprarlo porque, debido a su negligencia, no tenían aceite adicional. El aceite extra no es dado gratuitamente, ni siquiera a las vírgenes prudentes. Hay que pagar un precio para obtener este aceite extra que nos permite mantener nuestras lámparas encendidas como Dios quiere que estén. Las vírgenes prudentes, que pensaron oportunamente en el futuro y sabían que tendrían que aguantar hasta la hora más oscura, ya habían pagado ese precio y estaban listas en ese momento crucial.

“Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta
 (Mt. 25:10).

La negligencia de las vírgenes insensatas las alcanzó. Ya no estaban listas para encontrarse con el esposo. Sólo las prudentes, que todavía tenían sus lámparas encendidas, estaban listas. Ellas solas entraron al banquete de bodas.

“Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Mas él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco” (Mt. 25:11-12).

Las insensatas regresaron, pero la puerta ya estaba cerrada. Aparentemente, las insensatas no sabían que una vez que la puerta se cierra, no se abre para los que lleguen tarde, para quienes no están listos a tiempo—esta figura de la puerta que se cierra alude a la puerta del arca de Noé (Gn. 7:16b). El Señor ya había dicho que los días finales de la era serán “como fue en los días de Noé” (Lc.17:26).

La respuesta del Señor Jesús a las cinco vírgenes insensatas es muy reveladora sobre la necesidad vital de estar preparados de antemano. A diferencia de las vírgenes prudentes, el Señor Jesús les dice 
a las vírgenes insensatas que ya no las conoce .

Nótese que Él no les dijo a estas vírgenes insensatas, nunca las conocí, como le dice a un grupo diferente de personas:

“Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mt. 7:23).

El Señor Jesús ya no tenía una relación con las cinco vírgenes insensatas como la tuvo en un momento anterior, cuando sus lámparas estaban encendidas y listas para encontrarse con el esposo. Esa relación terminó debido a la negligencia de estas cinco vírgenes. El Señor termina Su enseñanza sobre las diez vírgenes con una advertencia para todos Sus seguidores:

“Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir
  (Mt. 25:13)

Esta es la segunda vez que el Señor da tal advertencia en el mismo discurso. La primera es unos versículos antes:

“Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor
 (Mt. 24:42)

En otras palabras, si eres creyente hoy, cuídate de no terminar como las cinco vírgenes insensatas mañana. Lo que les pasó a ellas nos puede pasar a nosotros. Cuida la vida espiritual que el Señor adquirió para ti a un precio tan alto. No dejes que tu lámpara se apague. Hubo otro en la historia de la salvación que se creyó seguro de su salvación, y “no sabía que el Señor ya se había apartado de él” (Jue. 16:20). Su caída física en manos de sus enemigos es una ilustración de una verdad espiritual mucho más terrible, eterna, irreversible.

La parábola de las diez vírgenes es acerca de la salvación final de los creyentes, en los difíciles días del fin de la era: ¡Que nadie te enseñe otra cosa! 

¿Estás ahora, en este momento, vigilando tu propia alma? ¿Estás procurando el aceite extra que te permitirá esperar hasta el fin sin que tu lámpara corra el riesgo de apagarse? 

Si has recibido la salvación, ¿está tu lámpara encendida o se está apagando? ¿Todavía te conoce el Señor Jesús? ¿Tienes aceite extra para tu lámpara? ¿Sabes, siquiera, lo que esto es?

El Señor Jesús y Sus apóstoles predijeron que habrá una gran apostasía antes de Su regreso (2 Ts. 2: 3; Mt. 24:10), y que el amor de Sus discípulos se enfriará. La Biblia no enseña que habrá un gran avivamiento en la cristiandad en los últimos días, como algunos declaran. Cinco de cada diez— el 50% de los creyentes—se apartará del Señor y perderá su salvación. La parábola de las diez vírgenes se aplica directamente a esta era, en la que el regreso del Señor se acerca.

Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos.
 Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución,
¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?
(He 2:1-3a)

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viernes, 15 de octubre de 2021

EL JUICIO COMIENZA POR LA CASA DE DIOS



El deseo de Dios es que su pueblo aprenda a caminar en santidad y comunión con Él (Ro. 8:29). Como haría cualquier padre amoroso, Dios traerá consecuencias desagradables sobre nosotros—sus hijos—si nos apartamos de Su camino. Él espera que los redimidos por la sangre de Su Hijo den el ejemplo al resto del mundo. Si los creyentes no buscamos la santidad, el mundo no verá la necesidad de cambiar su lealtad al dios de este mundo (Jn. 14:30; 2 Co. 4:4). Entonces es cuando el juicio comienza en la casa de Dios, con Sus propios hijos, para que aprendamos a vivir como lo haría el Señor Jesús si hoy estuviera viviendo en la tierra.

El juicio (o la disciplina) de Dios sobre Su pueblo  es un tema recurrente a lo largo de toda la Biblia (Pentateuco; Salmos; Job; Fil. 3:10; Ro. 8:17; He. 12:4-11), pero en ninguna parte aparece mejor descrito que en los sellos del libro de Apocalipsis 5:1-14. 

Muchos no aceptan la idea de que la ira de Dios no comienza con los juicios de los sellos argumentando que Dios no expondría a sus hijos a tales peligros. “Los juicios de los sellos son demasiado severos como para no ser sino la manifestación de Su ira”, dicen. Este argumento asoma su nariz en casi cada discusión con los que creen en el arrebatamiento pretribulacional. Sin embargo, Dios ha usado tales juicios en el pasado, y los usará de nuevo en el futuro. 

Considérese, por ejemplo, la lección enseñada en Jueces 20. Este capítulo cuenta la historia del alzamiento de la nación de Israel contra la ciudad de Gabaa de la tribu de Benjamín, cuyos hombres habían violado brutalmente, y asesinado, a la concubina de un levita. En respuesta a este crimen, los hijos de Israel se juntaron ante el Señor en Mizpa para determinar el curso de la  batalla. “Cuatrocientos mil hombres de a pie que sacaban espada” estaban representados. Además, había 27.000 benjaminitas “que sacaban espada”.

Los israelitas, a quienes Dios ya había estado disciplinando por su rebelión e idolatría, subieron a la casa de Dios y le consultaron: “¿Quién subirá de nosotros el primero en la guerra contra los hijos de Benjamín?”

El Señor respondió: “Judá será el primero”.

“Y salieron los hijos de Israel a combatir contra Benjamín, y los varones de Israel ordenaron la batalla contra ellos junto a Gabaa. Saliendo entonces de Gabaa los hijos de Benjamín, derribaron por tierra aquel día veintidós mil hombres de los hijos de Israel” (Jue. 20:20-21).

Comprensiblemente, los israelitas estaban confundidos. Ellos estaban de parte de la justicia. Le habían preguntado a Dios qué debían hacer. Y aun así, habían sufrido una derrota terrible y sangrienta.

Al día siguiente, la confundida congregación se reunió de nuevo ante el Señor y le consultó: “¿Volveremos a pelear con los hijos de Benjamín nuestros hermanos? Y el Señor respondió: ‘Subid contra ellos’” (Jue. 20:23).

“Y aquel segundo día, saliendo Benjamín de Gabaa contra ellos, derribaron por tierra otros dieciocho mil hombres de los hijos de Israel, todos los cuales sacaban espada” (Jue. 20:25).

Los ahora diezmados israelitas sentían terror de tener que consultarle al Señor de nuevo. Aun así, a pesar de su estupor, fueron a la casa de Dios una vez más. “¿Volveremos aún a salir contra los hijos de Benjamín nuestros hermanos, para pelear, o desistiremos? Y el Señor les respondió: ‘Subid, porque mañana yo os los entregaré’” (Jue. 20:28). Ese día le tocó el turno de ser juzgados a los benjaminitas: 25.100 de ellos fueron asesinados en la batalla. Sólo 600 sobrevivieron.

En estos tres días, más de 65.000 hombres fueron asesinados. Dios no sólo permitió esta terrible matanza. Él envió a estos hombres a la batalla, sabiendo cuál sería el resultado. Estas cifras pueden parecer pequeñas en comparación con la cuarta parte de la población mundial que perecerá durante los seis primeros sellos del Apocalipsis, pero considerando que la fuerza de batalla de Israel era de sólo 400.000 hombres, la pérdida fue del 10% de su población activa. Para una nación que se le ha dicho que entre en la tierra de Canaán y que la posea, esta fue una pérdida terrible. Para los benjaminitas, quienes perdieron el 96% de sus hombres activos, fue devastador.

El Juicio de Dios en Habacuc


Otro ejemplo se encuentra en Habacuc. El libro comienza con el clamor de Habacuc al Señor, pidiéndole justicia contra la nación apóstata de Israel. Los israelitas habían continuado en su senda de rebelión e idolatría, y Habacuc clamaba preguntando por qué el juicio de Dios no había venido.

“¿Hasta cuándo, oh Jehová, clamaré y no oirás; y daré voces a ti a causa de la violencia, y no salvarás? ¿Por qué me haces ver iniquidad, y haces que vea molestia? Destrucción y violencia están delante de mí, y pleito y contienda se levantan. Por lo cual la ley es debilitada, y el juicio no sale según la verdad; por cuanto el impío asedia al justo, por eso sale torcida la justicia” (Hab. 1:2-4).

Habacuc obtuvo esta respuesta de parte de Dios, la cual no era la que él esperaba oír: “Mirad entre las naciones, y ved, y asombraos; porque haré una obra en vuestros días, que aun cuando se os contare, no la creeréis. Porque he aquí, yo levanto a los caldeos, nación cruel y presurosa, que camina por la anchura de la tierra para poseer las moradas ajenas. Formidable es y terrible; de ella misma procede su justicia y su dignidad. Sus caballos serán más ligeros que leopardos, y más feroces que lobos nocturnos, y sus jinetes se multiplicarán; vendrán de lejos sus jinetes, y volarán como águilas que se apresuran a devorar” (Hab. 1:5-8).

Habacuc estaba anonadado. Los caldeos eran un pueblo belicoso y agresivo que servía a aterradores dioses paganos. El Señor los describe como una nación “cruel”, “formidable” y “terrible”.

Por su respuesta, podemos ver que este era un juicio mucho más severo que el que Habacuc estaba pidiendo para Israel:

“¿No eres tú desde el principio, oh Jehová, Dios mío, Santo mío? No moriremos. Oh Jehová, para juicio lo pusiste; y tú, oh Roca, lo fundaste para castigar. Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio; ¿por qué ves a los menospreciadores, y callas cuando destruye el impío al más justo que él…?” (Hab. 1:12-13).

Considerando la naturaleza de los caldeos, es comprensible que Habacuc se haya sentido horrorizado. “Dios, ¿por qué harías eso?” clama él. “¡Ellos son mucho peores que nosotros!”

La Biblia de Estudio Nelson ofrece el siguiente comentario:

“El punto de Habacuc parece ser que la santidad de Dios debería haberle impedido utilizar a un instrumento impuro como Babilonia para llevar a cabo Su propósito de juzgar y reprobar a Su propio pueblo. Habacuc se preguntaba cómo Dios consideraba como aceptable la impía y pervertida justicia de los babilonios. Este era el dilema ético que enfrentaba Habacuc: los habitantes de Judea eran menos corruptos e idólatras que los babilonios, que estaban siendo utilizados para juzgarlos por sus pecados”.

Los paralelos a los juicios de los sellos son evidentes. “Dios no haría eso”, replican algunos. “Él no traería tal destrucción sobre Su pueblo­; mucho menos usaría contra ellos tal personificación del mal como el Anticristo”. Este era exactamente el mismo reclamo de Habacuc—y él perdió.

Otros dicen que lo de Habacuc ocurrió durante el tiempo del Antiguo Testamento. “Dios ya no utiliza esos métodos. Ahora estamos en la dispensación de la gracia”. Este también es un falso argumento. La Biblia nos dice que los justos juicios de Dios no fueron sólo para castigar los pecados de Su pueblo Israel sino que ellos son advertencias para nosotros. Pablo explica: “Mas estas cosas sucedieron como ejemplo para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron… Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos. Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Co. 10:6, 11-12).

Aunque puede ser difícil de comprender, el juicio registrado en Jueces fue tanto justo como parte del plan de un Dios amoroso y santo. El patrón que Dios ha establecido en la Biblia es que Él hace cosas así. En el contexto de libros tales como Jueces y Habacuc (sin mencionar 1 y 2 Reyes, y 1 y 2 Crónicas), los que registran el patrón habitual de rebelión y apostasía del pueblo de Dios, estos juicios son la culminación de los repetidos esfuerzos de parte de Dios por hacer que Su pueblo deje de pecar contra Él. Estos juicios de parte de Dios son tanto severos como amorosos; la severidad y el amor son los dos instrumentos que componen el plan perfecto de Dios para purificar a Su pueblo y hacer de ellos una congregación santa.

El Juicio de Dios en el Apocalipsis


Los sellos del Apocalipsis cumplirán el mismo propósito. Este es, el de refinar y probar al pueblo de Dios. Esto se puede ver en las parábolas del Señor Jesús acerca del fin de la era que aparecen en Mateo 13. En este capítulo, el Señor Jesús nos da dos parábolas sobre el reino de Dios con relación a los últimos tiempos. En la parábola del trigo y la cizaña, la cosecha  cumple el propósito de separar a “los hijos del reino” de “los hijos del malo”:

“El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue. Y cuando salió la hierba y dio fruto, entonces apareció también la cizaña. Vinieron entonces los siervos del padre de familia y le dijeron: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, tiene cizaña? Él les dijo: Un enemigo ha hecho esto. Y los siervos le dijeron: ¿Quieres, pues, que vayamos y la arranquemos? Él les dijo: No, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero” (Mt.13:24-30).

Como el Señor Jesús lo aclara, la cizaña no es otra cosa que maleza sembrada (a propósito por los enemigos) entre el trigo de un agricultor. En  las fases iniciales, es imposible distinguir el trigo de la cizaña. Si el agricultor intenta arrancar la cizaña corre el riesgo de arrancar también el trigo. Sólo cuando ambas plantas han madurado es posible distinguirlas sin equivocación; entonces se puede efectuar la cosecha. El Señor Jesús concluye diciendo que, para la humanidad, esta cosecha se realizará al fin de la era, entonces “Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga” (Mt. 13:41-43).

¿Cuándo es el fin de la era? Esta es exactamente la misma pregunta hecha por los discípulos del Señor en Mateo 24. “Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?” (Mt. 24:3). El Señor Jesús les respondió describiendo el comienzo de dolores—los sellos primero, segundo, tercero y cuarto (Mt. 24:5-8); la abominación desoladora y la gran tribulación (Mt. 24:15, 21); los cataclismos cósmicos (Mt. 24:29); y después, finalmente, Su regreso triunfal (Mt. 24:30-31). En este momento, la era del reino físico, con el Señor Jesús regresando para reclamar Su derecho al trono, ha comenzado. También comienza el juicio del Día del Señor.

La parábola del trigo y la cizaña es una ilustración perfecta del por qué los eventos deben ocurrir en este orden. Antes de que la Iglesia pueda presentarse ante Cristo como una novia sin mancha ni arruga, debe pasar a través de “la hora de la prueba” (Ap. 3:10), durante la cual los que profesan ser creyentes serán “depurados y limpiados y emblanquecidos” (Dn. 11:35). Aquellos que son verdaderos creyentes en el Señor Jesús permanecerán firmes en la fe, mientras que los que sólo profesan serlo tropezarán ante la amenaza de hambrunas, persecuciones y muerte. El trigo (los verdaderos creyentes) y la cizaña (el Cristianismo profesante), una vez indistinguibles, estarán listos para la cosecha (la separación definitiva).

La Parábola de la Red

La segunda parábola es la de la red:

“Asimismo el reino de los cielos es semejante a una red, que echada en el mar, recoge de toda clase de peces; y una vez llena, la sacan a la orilla; y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo echan fuera. Así será también al fin del siglo: saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mt. 13:47-50).

Al igual que la parábola del trigo y la cizaña, esta parábola ilustra el destino del Cristianismo profesante. El Señor Jesús le dijo a Sus discípulos: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mt. 4:19). En una de Sus últimas instrucciones, les ordenó: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt. 28:19). En otras palabras: vayan a pescar. Sin embargo, las iglesias de hoy están repletas de aquellos que han sido arrastrados por la red y han conocido las enseñanzas de Cristo, y hasta se han bautizado en Su nombre, pero sin haber nunca experimentado la regeneración. Como los peces “de toda clase”, permanecen mezclados con los buenos peces hasta que venga el fin de la era. De nuevo, esta ilustración concuerda perfectamente con los sellos del Apocalipsis representando un tiempo de prueba antes del retorno de Cristo: la cosecha. (Anteriormente argumentamos que los sellos no eran la ira de Dios basándonos—en parte—a la ausencia de los ángeles como agentes administradores. Este argumento es consistente con estas dos parábolas. En ambas la cosecha al final de la era es realizada por los ángeles, quienes no comienzan su participación activa en los eventos del fin sino hasta los juicios de las trompetas, las que a su vez son introducidas al regreso de Cristo al fin de la era.)

Estas parábolas confirman aun más que los sellos son un período de purificación para la Iglesia antes del fin de la era. El juicio de los impíos comienza recién con las trompetas y las copas, las que son administradas por los ángeles durante el Día del Señor. Este día comienza con el retorno físico de Cristo para ejecutar el arrebatamiento, justo después de la apertura del sexto sello.


El Juicio y la Casa de Dios

Este artículo se está alargando más de lo previsto, así que invitamos a los lectores a aprender de memoria y estudiar concienzudamente 1 Pedro 4:1-19 para que comprobar la veracidad de nuestra seria advertencia: 

“Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado, para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios. Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles, andando en lascivias, concupiscencias, embriagueces, orgías, disipación y abominables idolatrías. A éstos les parece cosa extraña que vosotros no corráis con ellos en el mismo desenfreno de disolución, y os ultrajan; pero ellos darán cuenta al que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos. Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios. Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración. Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados. Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones.
Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén. Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado. Así que, ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón, o malhechor, o por entremeterse en lo ajeno; pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello. Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios? Y: Si el justo con dificultad se salva, ¿En dónde aparecerá el impío y el pecador? De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien”.

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martes, 12 de octubre de 2021

COMAMOS Y BEBAMOS QUE MAÑANA MORIREMOS



La frase “comamos y bebamos porque mañana moriremos” se ha utilizado durante siglos en toda la literatura. Por lo general, esta frase se entiende como: “Disfruta la vida tanto como sea posible porque no viviremos para siempre”. Si bien la redacción de la frase es una combinación de varios versículos de la Biblia (incluidos Is. 22:13; Ec. 8:15; 1 Co. 15:32 y Lc. 12:19), el principio subyacente es totalmente opuesto a la enseñanza bíblica.

En Isaías 22, el profeta advierte al pueblo de Jerusalén que su naturaleza hipócrita será su ruina. Cuando el Señor hizo un llamado a llorar y lamentarse por la inminente invasión, en cambio la gente dijo con ligereza: “Comamos y bebamos. . . porque mañana moriremos” (Is. 22:13). La respuesta de Dios a su desobediencia fue proclamar: “Este pecado no os será perdonado hasta que muráis, dice el Señor, Jehová de los ejércitos (Is. 22:14).

Algunos suponen que Eclesiastés 8 apoya el concepto de comer, beber y divertirse. El versículo 15 dice: Por tanto, alabé yo la alegría; que no tiene el hombre bien debajo del sol, sino que coma y beba y se alegre; y que esto le quede de su trabajo los días de su vida que Dios le concede debajo del sol” (Ec. 8:15). ¿Está Salomón, el autor, abogando por un estilo de vida hedonista aquí? No, es importante mantener el versículo en contexto. Sólo unas pocas frases antes, Salomón había promovido la justicia y advirtió contra la maldad: “Aunque el pecador haga mal cien veces, y prolongue sus días, con todo yo también sé que les irá bien a los que a Dios temen, los que temen ante su presencia; y que no le irá bien al impío, ni le serán prolongados los días, que son como sombra; por cuanto no teme delante de la presencia de Dios” (Ec. 8:12-13). Entonces, la reverencia a Dios es mejor que el pecado. Luego, en el versículo 14, Salomón nota que en este mundo los justos a menudo son maltratados y castigados como si fueran inicuos. Esto es vanidad (un evento fortuito sin significado ni justificación ni trascendencia, el azar mismo) y la respuesta de Salomón es básicamente decir: Deberíamos estar agradecidos por nuestra suerte en la vida, sea la que sea. Debemos comer nuestra comida, beber nuestro vino y ser felices. De ninguna manera este versículo promueve la glotonería, la embriaguez o la vida de fiesta. Más bien, Salomón está defendiendo el mismo principio que Pablo establece en 1 Timoteo 6:8: “Teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto.

El Señor Jesús comparte la parábola del rico necio en Lucas 12:13-21, en la que un hombre exitoso tiene más cosechas de las que puede administrar. El hombre decide derribar sus graneros y construir otros más grandes, diciéndose a sí mismo: “Alma, tienes muchos bienes almacenados para muchos años; relájate, come, bebe, diviértete” (Lc. 12:19). El rico insensato parece estar citando Eclesiastés 8:15, pero lo distorsiona para ocultar su actitud despreocupada y egoísta. Dios desaprueba la miopía espiritual del rico, y el hombre muere esa misma noche, dejando atrás todas sus riquezas. El Señor Jesús explica que el que hace un tesoro para sí mismo no es rico a los ojos de Dios (Lc. 12:20-21; véase también Mt. 6:19-21).

En 1 Corintios 15:12, el apóstol Pablo se dirige a aquellos que no creen en la resurrección de los muertos cuando Cristo regrese. Pablo los reprende, ya que, si no hay vida después de la muerte, también podemos vivir de acuerdo con “Comamos y bebamos, que mañana moriremos” (1 Co. 15:32). 

En su origen, la filosofía de “Comamos y bebamos, que mañana moriremos” es una expresión de desesperanza. Si este mundo es todo lo que hay, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres (1 Co. 15:19). Pablo le dirige duras palabras a aquellos que niegan la resurrección de los muertos: “Velad debidamente, y no pequéis; porque algunos no conocen a Dios; para vergüenza vuestra lo digo” (1 Co. 15:34; Ef 5:14).

“Comamos y bebamos, que mañana moriremos”, es decir, vivir la vida sólo por el placer de uno mismo, va en contra de la mentalidad bíblica de consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro (Ro. 6:11). El Señor ha llamado a los creyentes a vivir una vida santa, no feliz, no prospera ni entretenida (1 P. 1:16). Pero no podemos ser santos sin la ayuda y la guía del Espíritu Santo. Una vida piadosa requiere la elección de seguir la voluntad de Dios y dejar atrás nuestros viejos caminos de búsqueda de placeres egoístas (Ro. 12:1-2).

El concepto de disfrutar la vida terrenal tanto como sea posible porque no hay nada después de la muerte, no es bíblico. La Biblia es clara en que hay una existencia espiritual eterna después de la muerte corporal, y que esta existencia incluye el juicio para todos (He. 9:27). Aquellos que han sido justificados por la fe en Cristo y permanecen en Él en el presente y hasta el fin (Jn. 15:4-7; Mt. 24:13) experimentarán la vida eterna en el cielo, pero aquellos que rechacen a Cristo como Salvador serán enviados al castigo eterno en el infierno (Mt. 25:46).

Si bien puede no ser bíblico vivir por placer, vivir una vida de gozo para el Señor es ciertamente bíblico. El Señor Jesús enseña que permanecer en Él y obedecerle nos traerá gozo en la vida: “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido” (Jn. 15: 9-11).

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