“Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36).
Para muchas personas que viven en las
naciones industrializadas, es relativamente fácil creer que la humanidad está
en el mejor momento de toda su historia. Para ellas, las pruebas de lo que ven
diariamente harían muy difícil inferir algo distinto.
Las naciones adelantadas tecnológicamente
disfrutan del nivel de vida más alto de la historia. Gozan de alojamiento
cómodo y económico, transporte eficiente, y mucho que comer y beber; tienen en
su gran mayoría un empleo seguro, oportunidades educativas, y una variedad
increíble de entretenimiento y pasatiempos. Se benefician de un ingreso lo
suficientemente alto como para pagar por todas sus necesidades básicas, y aun
les queda de sobra para otras cosas.
Pero esto no es lo que ocurre con la mayor
parte de la humanidad. Muchas personas se van a dormir con hambre. Su bajo
ingreso escasamente les permite comprar lo mínimo necesario para sobrevivir. A
muchos les queda muy poco para alojamiento, vestido y transporte. Cada día
35.000 niños —un número suficiente para poblar una ciudad mediana— mueren de
hambre o de enfermedades relacionadas con desnutrición crónica.
La muerte prematura por enfermedad cobra
decenas de miles de vidas diariamente. Enfermedades como el cólera, la malaria,
la tuberculosis y la fiebre tifoidea —casi totalmente erradicadas en las
naciones industrializadas— siguen siendo mortales en buena parte del mundo. Aun
en las naciones adelantadas, el cáncer, las enfermedades cardíacas y el SIDA matan miles de personas cada hora.
Ninguno de nosotros ha experimentado en
realidad lo que es un mundo pacífico. Durante las últimas décadas la humanidad
ha adquirido la horripilante capacidad de exterminar todo vestigio de vida en
nuestro planeta. Ahora tenemos el armamento —nuclear, químico, biológico y el
convencional— que nos permite matar varias
veces a toda persona sobre la faz de la tierra.
Tan sólo en el siglo XX las guerras cobraron
la vida de más de 150 millones de hombres, mujeres y niños, la mayoría civiles.
En años recientes decenas de conflictos armados, revueltas y rebeliones se han
presentado en todo el mundo, destrozando la vida de millones de personas. Y
pocos se dan cuenta de que en el horizonte se ciernen catástrofes aún mayores.
¿Por qué hay tanto conflicto, violencia y
maldad en nuestra civilización? ¿Dónde podemos encontrar la respuesta?
Podríamos pensar que si existe algún lugar en
donde haya algo distinto, éste tiene que estar relacionado con la religión, ¿no
es así? Desgraciadamente, aun la religión, a la que muchos acuden en busca de
soluciones para los problemas del mundo, ofrece todo menos soluciones. En
muchas guerras de años recientes cristianos han luchado contra cristianos,
musulmanes han matado a musulmanes y judíos han chocado con judíos.
La confusión abunda en el ámbito religioso.
Incluso muchas religiones anteriores al cristianismo, con sus prácticas,
supersticiones y ritos paganos, están volviendo a cobrar vida a medida que las
personas buscan el significado que ya no encuentran en los ritos y creencias
tradicionales.
¿Por qué nos agobian estos males? ¿Por qué
semejante caos y confusión? ¿Acaso la angustia de la humanidad es simplemente
el resultado de circunstancias incontrolables, de tiempo y ocasión? ¿Es nuestro
sufrimiento colectivo simplemente la forma en que las cosas siempre han sido y
siempre van a ser? Los científicos reconocen que una ley básica del universo es
que no hay efecto sin causa. Las cosas no ocurren simplemente porque sí; ocurren
porque algo o alguien hace que
sucedan.
De hecho, podemos encontrar una causa para
cada efecto que vemos en el mundo. Crimen, guerra, confusión religiosa, hambre,
inanición, enfermedad y muerte prematura en sus muchas formas trágicas, todo se
da por alguna razón. Los fracasos matrimoniales, las familias rotas, las relaciones y
sociedades destruidas no ocurren simplemente porque sí.
La verdad es que podemos conocer las causas
de los problemas de este mundo, la razón subyacente de tantas dificultades que tiene
que afrontar en su propia vida. Este breve estudio nos ayudará a entender cuál
es esta causa y, lo que es más importante, lo
que podemos hacer al respecto.
El enemigo de la humanidad
“Sed sobrios, y velad; porque vuestro
adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien
devorar” (1 Pedro 5:8).
Hay una causa detrás del sufrimiento y las
circunstancias trágicas que afligen a la humanidad. La Biblia revela que un ser
poderoso, inteligente y tremendamente influyente es quien inspira y dirige la
maldad que domina nuestro planeta. Muchos hemos oído hablar de él. La Biblia
con frecuencia lo llama el diablo y Satanás.
Tal vez te hayas preguntado si en verdad
existe el diablo. Después de todo, para muchos es como un personaje de los
cuentos de hadas, una criatura grotesca, roja, que lleva un tridente y habita
en una región infernal con llamas que nunca se apagan. Debido a que siempre se
representa de esta forma tan fantasiosa, no debe extrañarnos que tan pocos lo
tomen en serio.
Pero preguntémonos en serio: ¿Existe
semejante ser? ¿De dónde podría provenir? ¿Cuál es su propósito, su meta, su
intención? ¿Qué es lo que hace? ¿Es, como muchos lo creen, simplemente una
personificación mítica del mal? Muchos no están seguros acerca de lo que deben
creer. O simplemente no han pensado mucho al respecto o no saben dónde buscar
las respuestas.
A lo largo de los siglos la creencia en la
existencia del diablo —un ser responsable del mal— ha ido y venido. En la Edad
Media, por ejemplo, la creencia en el diablo y en su influencia en la humanidad
era algo que se daba por sentado. Pero en el Renacimiento, a medida que
avanzaron los descubrimientos científicos y se desbarataron ciertos mitos y
supersticiones relacionados con los demonios, mucha gente empezó a rechazar la
noción del diablo como un ser que existía literalmente.
Subsiguientes descubrimientos científicos y
un gran desarrollo educativo impulsaron el escepticismo con respecto a la
existencia del mundo espiritual, ya fuera bueno o malo. Actualmente, muchos
ridiculizan la idea de que un ser malvado sea el responsable de la miseria y el
sufrimiento que vemos a nuestro alrededor.
¿Existe alguna fuente confiable de
conocimiento?
¿Dónde podemos encontrar información
confiable, veraz, acerca del mundo espiritual? Sólo una fuente puede darnos las
respuestas, revelándonos la información que no podemos encontrar en ninguna
otra parte. Esta fuente es la Biblia. Fuera de ésta, todo lo referente a
Satanás, y si existe o no, es sólo mitología y especulación. La Biblia contiene
pruebas internas que demuestran sin lugar a dudas que es la Palabra de Dios. En
sus páginas Dios revela el verdadero conocimiento espiritual, una información que no
se puede obtener en ningún otro sitio. Nos dice de una manera categórica que el
diablo sí existe. Nos explica que tanto este ser como el mundo espiritual son
tan reales como el nuestro.
Nos muestra que Satanás es un ser espiritual
increíblemente poderoso, con una tremenda influencia en toda la humanidad.
Junto con sus secuaces, llamados demonios,
se menciona frecuentemente en las Escrituras,
desde el Génesis hasta el Apocalipsis.
Las Sagradas Escrituras nos dicen mucho
acerca de este ser. Nos muestran su origen, cómo vino a convertirse en lo que
es. Nos revelan sus intenciones y los métodos que utiliza para llevarlas a
cabo. Nos describen el carácter, la naturaleza y las motivaciones que lo guían.
Nos ayudan a ver su increíble impacto y la influencia que puede ejercer sobre
nosotros personalmente y sobre toda la humanidad. Nos dan un conocimiento que
no podríamos descubrir o entender por nuestros propios medios.
Encuentros de la vida real
El Señor Jesucristo habló del diablo como de
un ser real, poderoso y plenamente consciente. Si nosotros aceptamos al Señor
Jesús como un ser real, el Hijo de Dios —y si reconocemos que la Biblia
contiene relatos veraces acerca de su ministerio y sus enseñanzas— también
tenemos que aceptar la existencia del diablo como un hecho real.
Los escritores de los cuatro evangelios
registraron episodios en los cuales el Señor Jesús confrontó a Satanás y a sus
secuaces, los demonios. Los evangelios, los cuatro primeros libros del Nuevo
Testamento, muestran a Satanás como el enemigo del Señor, decidido a
obstaculizar y socavar su obra. Justo antes de que el Señor comenzara su
ministerio, Satanás trató, por medio de la tentación, de lograr que éste se
volviera atrás de su propósito divino (Mateo 4:1-11; Lucas 4:1-13). Al fallar
en cada intento, el diablo utilizó su influencia sobre otros seres humanos para
ejecutar al Señor Jesús (Lucas 22:2-4; Juan 13:2, 27) quien, como nuestro
Mesías y Salvador, fue el sacrificio expiatorio por los pecados de la
humanidad.
El apóstol Pedro, quien tuvo sus propias
batallas personales con Satanás (Mateo 16:21-23; Lucas 22:31-32), nos advierte
que debemos mantenernos en guardia en contra de este poderoso espíritu maligno:
“Sed sobrios, y velad; porque vuestro
adversario el diablo, como león rugiente,
anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8). La advertencia de Pedro
nos ayuda a entender que el diablo no es tan sólo enemigo de Cristo, sino que
además es enemigo de todos los seguidores de Cristo, y que busca cómo
devorarlos.
Enemigo de la humanidad
Podemos encontrar aún más acerca de la
historia de Satanás. Un mensaje crucial de la Biblia, desde el principio hasta
el fin, es que el diablo es el enemigo de toda la
humanidad. A medida que descubrimos lo que la Biblia
dice acerca de él, nos damos cuenta de su constante lucha por tratar de hacerle
daño a la humanidad, provocando por todos los medios posibles que los seres
humanos peleen entre sí. El nombre de Satanás, que la Biblia utiliza la mayoría de las veces al referirse a él,
nos ayuda a comprender su intención maliciosa. Dios llama las cosas por lo que
son. Satanás es
un sustantivo hebreo que significa “adversario”; es el oponente, antagonista,
enemigo. En su forma verbal significa “acusar”, “calumniar”, “ser enemigo” (Anchor Bible Dictionary [“Diccionario
bíblico Anchor”], 1992, 5:985).
El otro término que la Biblia utiliza para
describir este ser, diablo, también
es muy significativo. Diablo es
la traducción de la palabra griega diabolos,
raíz de la cual se deriva la palabra diabólico, utilizada para
describir algo siniestro o malvado. Diabolos significa “un acusador, un calumniador” (W.E. Vine, Diccionario expositivo de palabras del Nuevo Testamento, 1984, Libros CLIE, 1:438). La Biblia nos revela mucho más acerca
de la naturaleza de este ser malvado y su carácter. El Señor Jesús dijo que
Satanás es “mentiroso, y padre de mentira” y que “no hay verdad en él” (Juan
8:44).
Es por medio de esta naturaleza engañosa y
mentirosa que Satanás ejerce tanta influencia en la humanidad. La Biblia revela
que las mentiras de Satanás son tan grandes que ha logrado engañar “al mundo entero” (Apocalipsis
12:9). ¿Entiendes lo sobrecogedor de este testimonio acerca de la labor de
Satanás? ¡Él “engaña al mundo entero”! ¿Qué significa esto? ¿Qué es lo que Dios nos dice con lo que nos
revela acerca de este espíritu maligno? Analicemos lo que implica esta
aseveración.
El apóstol Juan no dice que Satanás engañó al mundo en algún momento pasado. La palabra
que utiliza: engaña, está
en “tiempo presente activo”, lo que da a entender que el engaño de Satanás
comenzó en el pasado y aún no se ha
terminado. En el Apocalipsis se nos muestra que el gran
engaño de Satanás va a continuar hasta que Dios intervenga milagrosamente y
ponga fin a su influencia sobre la humanidad.
El comienzo de la influencia de Satanás
Satanás ha seducido a la humanidad durante
miles de años. Pero ¿cuándo y cómo comenzó su influencia? ¿Cómo llegó a tener
este ascendiente en el pensamiento de la humanidad? ¿Qué es lo que hace y
cuáles son los métodos que emplea para lograr influir en toda la humanidad y no
tan sólo en unas pocas personas?
La historia comienza con los verdaderos
orígenes de la humanidad. Tal como lo establece el Génesis, Dios creó a
nuestros primeros padres, Adán y Eva, y los colocó en un paraíso terrenal
llamado el huerto del Edén (Génesis 1:26-27; 2:7-8). Luego comenzó a
instruirlos personalmente (Génesis 2:16-17), dándoles el fundamento necesario
para que pudieran tener una estrecha relación con él. Pero algo sucedió que
deterioró súbitamente tal relación. “Pero la serpiente [el diablo, Apocalipsis
12:9; 20:2] era astuta, más que todos los animales del campo que el Eterno Dios
había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de
todo árbol del huerto?” (Génesis 3:1).
Dios les había dicho a Adán y a Eva que podían
comer de todos los árboles del Edén, excepto de uno: el árbol del conocimiento
del bien y del mal (Génesis 2:16-17). Les advirtió que si comían del fruto de
ese árbol, morirían. Satanás, que apareció bajo la forma de una serpiente, se
le acercó a Eva y contradijo sutilmente lo que Dios les había dicho a ella y a
su esposo. “Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe
Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como
Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:4-5).
Eva le creyó a la serpiente. Ella comió del
fruto y le dio también a su esposo Adán. Ambos pusieron en marcha un trágico
patrón que la humanidad ha seguido desde entonces: escogieron decidir su propio
camino, que en realidad no es nada distinto de caer bajo la poderosa influencia
de Satanás (1 Juan 3:10) en lugar de seguir la verdad de Dios. La vida del
hombre ya nunca sería la misma. El pecado —rebelión contra la instrucción de Dios— había entrado en el mundo
(Romanos 5:12). La humanidad ahora tendría que cosechar su trágico fruto.
Satanás, que acusó a Dios de mentir, siempre
ha sido un mentiroso. En lugar de conducirlos a la vida y darles sabiduría y
entendimiento como Dios les había prometido, el camino que escogieron Adán y
Eva tan sólo los llevó a la confusión y a la muerte.
Adán y Eva cedieron a la influencia de
Satanás, y esto fue el comienzo del “presente siglo malo” (Gálatas 1:4).
Satanás se las arregló para inyectar sus perversos engaños en la relación entre
Dios y sus hijos humanos. Al convencer a Adán y a Eva de que Dios les estaba
mintiendo acerca de las consecuencias de tomar del fruto del árbol prohibido,
Satanás mostró claramente que él es el adversario
no sólo de Dios sino también de la humanidad.
El diablo no cesa de acusar falsamente y calumniar, atributos descritos por sus nombres bíblicos.
Homicida desde el principio
El Señor Jesús se refirió al incidente del
huerto del Edén cuando confrontó a aquellos que se oponían a su mensaje y a su
obra, asesinos que querían matarlo porque se había identificado como el Hijo de
Dios. El Señor Jesús señaló cuál era la fuente de su motivación: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él.
Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira”
(Juan 8:44).
En verdad, Satanás fue “homicida desde el
principio”. Aunque no tuvo necesidad de herir físicamente a Adán y a Eva para matarlos,
sabía que si lograba influenciarlos para que pecaran —que desobedecieran a
Dios— eso les traería la muerte (Romanos 6:23). Sus mentiras —su engaño—
llevaron directamente a Adán y a Eva a quedar expuestos a la pena de muerte. Al
influenciar a todos los seres humanos desde entonces para que escojan el camino
del pecado y de la desobediencia a Dios, Satanás ha desempeñado un papel
fundamental en la muerte de todos los seres humanos desde Adán y Eva (Romanos
5:12).
El Señor Jesús también dijo que Satanás “es
mentiroso, y padre de mentira”. Él ha mentido de una manera sutil y ha
destruido la relación entre Dios y sus hijos. Al seguir las pisadas de Adán y
Eva, aceptando los caminos de Satanás del pecado y la rebelión, nos hemos
apartado de la guía de Dios y su ayuda, y necesitamos desesperadamente la
redención que sólo viene por medio del Señor Jesucristo (Isaías 59:1-2; Romanos
3:23-24; Hechos 4:12).
El mundo sufre por el pecado
Como un todo, la humanidad ha seguido el
patrón que iniciaron Adán y Eva hace mucho tiempo. Satanás ha logrado que
rechacemos las instrucciones de Dios y nos ha influenciado para que lo sigamos
a él, tal como Adán y Eva lo siguieron, y nos resistamos al gobierno de Dios
(Romanos 5:10; 8:7; Efesios 2:1-3). Sufrimos las dolorosas consecuencias de
nuestras decisiones y acciones, tal como ellos las sufrieron. (Por supuesto, Cristo
Jesús murió por nuestros pecados y mostró a quienes Dios llamaría a la
salvación en esta época el camino al arrepentimiento y a la liberación del mal
que nos aflige.)
¿Por qué el mundo está lleno de tanta
miseria? La respuesta, tal como la revela la Palabra de Dios, es sencilla:
Nosotros cosechamos lo que sembramos. El apóstol Pablo escribió: “No os
engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, esto
también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará
corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida
eterna” (Gálatas 6:7-8). Nuestras acciones traen consecuencias. Mucho del
sufrimiento que existe en el mundo puede ser adjudicado a las acciones y
decisiones de las personas. No hemos aprendido que muchas de nuestras decisiones
nos traen resultados trágicos, a pesar de nuestras intenciones.
El profeta Oseas entendió el principio de
causa y efecto al observar la triste condición espiritual del reino de Israel
en el siglo VIII a.
C. En Oseas 2 y 4 se nos muestra que la idolatría, la violencia y la
inmoralidad sexual eran rampantes en esa época. En unos pocos años el poderoso
Imperio Asirio los invadiría desde el norte y dejaría el reino de Israel
desolado, devastado, y sus habitantes serían tomados cautivos.
Dios le reveló a Oseas lo que iba a pasar y
por qué: “Porque sembraron viento,
y torbellino segarán…”
(Oseas 8:7). “Habéis arado impiedad, y segasteis iniquidad; comeréis fruto de
mentira…” (Oseas 10:13). En otras palabras, Dios dijo que era inevitable que
los pecados de la gente se volvieran contra ellos: “Tu maldad te castigará, y
tus rebeldías te condenarán…” (Jeremías 2:19).
Cuando buscamos la razón principal del
sufrimiento del hombre podemos aprender bastante si analizamos todo lo que ha
ocurrido hasta llegar a las causas. Con bastante frecuencia encontramos que el pecado es la causa subyacente, y que el sufrimiento
y la miseria son tan sólo las consecuencias naturales. Al influenciar a la
humanidad para que peque, haciendo del pecado algo atractivo y seductor,
Satanás mantiene cautivo al mundo con sus mentiras, causándole sufrimiento y
muerte.
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