“¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana!” (Isaías 14:12).
¿Creó Dios al Diablo?
¿De dónde vino el diablo? ¿Cómo llegó a
existir semejante criatura? ¿Creó Dios a propósito un ser malvado? La Biblia
nos revela las respuestas a estas preguntas, y ellas nos pueden ayudar a
entender por qué Satanás es realmente el enemigo de la humanidad.
Para entender cuál es el origen de Satanás es
necesario que retrocedamos mucho en la historia, hasta antes de que el hombre existiera.
En Génesis 1:1 leemos: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Sin
embargo, como suele ocurrir, la Biblia no nos dice toda la historia en un solo
versículo o aun en varios. Encontramos más detalles en otras partes de la
Biblia, en este caso en el libro de Job.
Cuando Job, debido a las dificultades que
estaba atravesando, empezó a dudar del juicio de Dios, Éste le respondió con
algunas preguntas; al hacerlo, Dios reveló algunos detalles acerca de la
creación de la tierra:
“¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la
tierra?”, le preguntó a Job. “Házmelo saber, si tienes inteligencia. ¿Quién
ordenó sus medidas, si lo sabes?… ¿Sobre qué están fundadas sus basas? ¿O quién
puso su piedra angular, cuando alababan todas las estrellas del alba, y se
regocijaban todos los hijos de Dios?” (Job 38:4-7).
Aquí Dios revela información que no podríamos
saber de ninguna otra forma, ya que ningún hombre estuvo presente en el momento
de la creación. Dios describió la tierra en el momento de la creación como una
maravillosa joya flotando en el espacio. Los eventos de la creación fueron tan
impresionantes que “se regocijaban todos los hijos de Dios”. Los ángeles, seres
espirituales creados por Dios, ya existían cuando Él hizo la tierra. Al unísono
expresaron su regocijo cuando Dios creó el mundo, cantando y alabando con
admiración. En esos momentos todos estaban en perfecta armonía y acuerdo.
Un hermoso planeta se vuelve desolado
Dios creó la tierra en una condición tan
hermosa que los ángeles estaban fascinados con ella. Dios acondicionó la tierra
para que fuera un hogar maravilloso para los primeros seres humanos, tal como
se narra en Génesis 1. Pero algo sucedió que la llevó a la condición de
devastación y desorden en que está ahora; su belleza original fue destruida.
“Pero la serpiente era astuta, más que todos
los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer:
¿Con que Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” (Génesis 3:1)
La historia la conocemos bien. La mujer, en
vez de reprender a la serpiente, dialogó con ella. Debido a esto fue engañada e
inducida a comer el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, del que
Dios había dicho: “… no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente
morirás” (Génesis 2:17). Acto seguido, “le dio también a su marido, el cual
comió así como ella” (Génesis 3:6). Tras haber consumado su rebelión en contra
del mandamiento del Señor (Génesis 2:16-17), el primer hombre y la primera
mujer fueron expulsados del huerto del Edén, pero no sin que antes Dios diera
Su sentencia: “… maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella
todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá… Con el sudor de tu
rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra; pues polvo eres, y al
polvo volverás” (Génesis 3: 17-19).
Por causa de este pecado la tierra fue
conducida a su presente estado de desorden y desolación, y ahora “la creación
gime” (Romanos 8:22) esperando ser “libertada de la esclavitud de la
corrupción” (Romanos 8:21).
Pero la serpiente no se conformó con esa
victoria. El ser humano no aprendió la lección. Y Dios ha tenido que continuar
interviniendo con juicio sobre Su creación para detener el avance del mal. La Biblia
registra varios ejemplos del juicio de Dios a causa del pecado. Los versículos
5 y 6 de 2 Pedro 2 nos hablan acerca del diluvio en la época de Noé, y después
se menciona la destrucción violenta de Sodoma y Gomorra.
Pero antes de eso, en el versículo 4 leemos
que “Dios no perdonó a los ángeles que
pecaron, sino que arrojándolos al infierno [de la
palabra griega tartaroo, que
significa un lugar de restricción] los entregó a prisiones de oscuridad, para
ser reservados al juicio”. Otra traducción de este pasaje es más ilustrativa:
“Pues si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que, precipitándolos
en los abismos tenebrosos del Tártaro, los entregó para ser custodiados hasta
el Juicio”.
¿Cuándo fue que pecaron estos ángeles y en
qué consistió su pecado? Nuevamente debemos buscar en otros pasajes para
encontrar la respuesta. Judas 6 nos da algunos detalles: “Y a los ángeles que
no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, [Dios] los ha
guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día”.
Anteriormente vimos que en la creación de la
tierra todos los
ángeles estaban felices y contentos, cantando y alabando juntos. Es obvio que
después de esto algunos pecaron y así destruyeron
la maravillosa armonía y colaboración que habían
disfrutado antes. ¿Cuál fue la naturaleza de su pecado? Ellos “no guardaron su
dignidad, sino que abandonaron su propia morada”; en otras palabras, dejaron el
lugar y la posición que Dios les había dado. ¡Se rebelaron contra su Hacedor, el
Creador del universo físico y del mundo espiritual de los seres angelicales!
La primera gran guerra
En Isaías 14 encontramos más información.
Este capítulo describe esa rebelión angelical e identifica quién fue el que la
encabezó. Nos da detalles importantes que no podríamos saber de ninguna otra
forma.
En el versículo 4 Dios habla acerca del “rey
de Babilonia”. En la época de Isaías la ciudad-estado de Babilonia estaba
surgiendo como la potencia más grande de esa región. Su rey era un hombre dado
a la guerra, que quería expandir su imperio por la fuerza bruta. Esclavizó,
saqueó y devastó las naciones a su alrededor. Su filosofía era satánica:
adquirir riqueza y poder a expensas de otros, imponiéndose por medio de la
violencia y el derramamiento de sangre. Este rey de Babilonia era un ejemplo de Satanás y sus
características.
En el versículo 12 el tema cambia de este rey
físico a otro ser
poderoso, que aquí se llama “Lucero”. La palabra hebrea original para este ser
—utilizada sólo esta vez en la Biblia— es Heylel,
que aparentemente significa “resplandor” o
“aquel que brilla”.
Muchos eruditos reconocen que el lenguaje
original de este pasaje es una forma de lamento, una manifestación de duelo por una gran pérdida. “¡Cómo caíste del
cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas
a las naciones. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto
a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me
sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante
al Altísimo” (vv. 12-14).
¿Quién es este ser que tuvo la osadía de
exaltarse a sí mismo por encima de las estrellas (ángeles, Apocalipsis 1:20) de
Dios, y a desafiar a Dios mismo como gobernante del universo?
En Ezequiel 28 Dios nos da la respuesta. Este
capítulo está escrito de una forma similar a Isaías 14. Dios comienza hablando
de un gobernante humano, luego pasa a un poder espiritual detrás del trono
terrestre, el gobernante que entre bastidores controla todos los reinos de este
mundo (comparar con Lucas 4:5-7). En Ezequiel 28:2 Dios menciona al “príncipe
de Tiro”. Tiro, un puerto situado al norte del antiguo Israel en la costa del
Mediterráneo, era famoso por ser un centro comercial muy importante. Su
gobernante se había llenado de soberbia y arrogancia por su gran riqueza e
influencia. En los versículos 6-10 Dios dice que por su arrogancia, su poder y
su riqueza, ese gobernante caería y sería depuesto.
Pero notemos en el versículo 12 que Dios
comienza a hablar del “rey de Tiro”, en lugar del príncipe que había mencionado
anteriormente. Este ser es el verdadero gobernante, el poder real detrás del
trono.
Por la descripción que Dios hace del “rey de
Tiro” es evidente que no está hablando de un ser humano. “Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado
de hermosura. En Edén, en el huerto de Dios estuviste; de toda piedra preciosa era tu vestidura; de cornerina, topacio,
jaspe, crisólito, berilo y ónice; de zafiro, carbunclo, esmeralda y oro; los
primores de tus tamboriles y flautas estuvieron preparados para ti en el día de
tu creación” (vv.
12-13).
Ningún ser humano podría ser adecuadamente
descrito como “el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de
hermosura”. Este ser fue creado; no es como los seres humanos, que nacen. Este ser además había estado en “Edén, en el
huerto de Dios”. Excepto Adán y Eva, ningún otro ser humano estuvo en el Edén.
Dios expulsó de allí a Adán y Eva, y puso a un ángel “para guardar el camino
del árbol de la vida” (Génesis 3:24).
En Ezequiel 28:14 Dios menciona parte de la
historia de este ser: “Tú, querubín grande,
protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas”.
La caída de un superángel
¿Qué significan estas aseveraciones tan
importantes? ¿Qué es un querubín protector?
En Hebreos 8:5 se nos dice que el tabernáculo
establecido por Moisés, el santuario portátil que los israelitas llevaban
consigo a través del desierto, era “figura y sombra de las cosas celestiales”. En Éxodo
25:18-20 leemos que Dios instruyó a los israelitas para que hicieran una
representación —un modelo físico— de su trono en el tabernáculo que ellos
tendrían que llevar consigo en el desierto. A ambos lados del “propiciatorio”,
que representaba el trono de Dios, había querubines de oro cuyas alas
extendidas cubrían el propiciatorio. Los dos querubines, hechos de oro,
representaban seres angelicales reales: los grandes superángeles cuyas alas
cubren el trono de Dios.
El ser que Dios menciona por medio de
Ezequiel es llamado “querubín protector”, lo que indica que alguna vez había
sido uno de los grandes ángeles que estaban representados en el modelo del
trono de Dios. Dios les dio a esos ángeles el increíble honor de servirlo
protegiendo su mismísimo trono.
Otros pasajes dicen que Dios “mora entre
querubines”, lo que demuestra que estas extrañas criaturas lo acompañan y le
sirven en su verdadero trono de poder (1 Samuel 4:4; 2 Samuel 6:2; 2 Reyes
19:15; 1 Crónicas 13:6; Salmos 80:1; Isaías 37:16). Al parecer, este magnífico
ser tenía una posición de honor y distinción en el mundo angelical de Dios.
También leímos que Dios había puesto a este
mismo gran querubín “en el santo monte de Dios”. En la Biblia “collados” y
“montes” son utilizados con frecuencia para simbolizar gobiernos (Apocalipsis
17:9-10). Al parecer, este superángel administraba y ayudaba en el gobierno de
los otros ángeles, cuyo número es de millones de millones (Daniel 7:9-10).
Dios también dijo de este querubín: “Perfecto
eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en
ti maldad” (Ezequiel 28:15). Al igual que la descripción de Isaías 14, este
pasaje describe un ser creado, no un ser humano. Este ser era extraordinario, perfecto, hasta que pecó. “A
causa de la multitud de tus contrataciones fuiste lleno de iniquidad, y
pecaste; por lo que yo te eché del monte de Dios, y te arrojé de entre las
piedras del fuego, oh querubín protector” (v. 16). Este ser, que una vez fue
maravilloso, pecó y fue expulsado del trono de Dios, arrojado en desgracia.
¿Cuál fue el pecado que le acarreó a este
ángel semejante castigo por parte de Dios? En Isaías 14:13-14, que leímos
anteriormente, se nos da la respuesta. “Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo
alto, junto a las estrellas [ángeles] de Dios, levantaré mi
trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a
los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo”. ¡Esta
poderosa entidad espiritual decidió desafiar a Dios por el control del
universo!
Transformado totalmente de bueno a malo
Lo que había sido un ser espiritual
increíblemente hermoso y lleno de talentos, que desempeñaba grandes responsabilidades
en el mundo angelical de Dios, se convirtió por su rebelión contra el Dios
todopoderoso en una criatura despreciable y perversa. Se convirtió en Satanás, el adversario,
calumniador, acusador y destructor. ¡Se convirtió en el diablo, el enemigo de Dios y
de la humanidad! Ahora los inmensos poderes que había utilizado para servir a
Dios fueron utilizados para tratar de obstaculizar
sus propósitos. Este ser espiritual sigue siendo
sumamente poderoso, pero ahora emplea sus poderes para fines perversos y
destructivos.
Se volvió tan vano y orgulloso que llegó a
creer que debía regir el universo. Dios le dijo: “Se enalteció tu corazón a
causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor…”
(Ezequiel 28:17). Sus increíbles talentos y habilidades lo llevaron a pensar
que era igual a Dios, incluso que era mejor que él. Su pensamiento se
corrompió. Se rebeló contra Dios y trató de derrocarlo, y por su rebelión se
transformó en Satanás el diablo.
Y no estuvo solo en su rebelión. Millones de
ángeles más se le unieron en su rechazo de la autoridad y el liderazgo de Dios.
Encontramos una descripción simbólica en Apocalipsis 12:3-4: “También apareció
otra señal en el cielo: he aquí un gran dragón escarlata… y su cola arrastraba
la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra…”. El
versículo 9 identifica este dragón como Satanás. Como vimos antes, la Biblia
utiliza las estrellas como símbolo de los ángeles (Apocalipsis 1:20). Esto nos indica
que la tercera parte de los ángeles siguió a Satanás en su rebelión.
La Biblia llama demonios a estos ángeles
rebeldes. Son ángeles caídos, que abandonaron su propósito de servir a Dios y a la humanidad
(Hebreos 1:13-14); cayeron en el resentimiento y la ira contra Dios y su santo propósito
para los seres humanos. En las
Escrituras ellos se muestran como capaces no tan sólo de influir sino de poseer
a seres humanos (o sea que tienen más poder del que tiene un hipnotizador
humano). Tal control demoníaco puede hacer que sus víctimas exhiban un
comportamiento violento y autodestructivo (Mateo 8:28; 17:14-18; Hechos
19:14-16; Lucas 8:27-33).
Los siervos de Dios no deben temer ni estar
demasiado preocupados porque la influencia de los demonios los afecte a ellos.
Los espíritus malignos son menos en número e inferiores en poder con respecto a
los ángeles fieles de Dios, quienes son “espíritus ministradores, enviados para
servicio a favor de los que serán herederos de la salvación” (Hebreos 1:14).
Los cristianos pueden sentirse seguros porque “no nos ha dado Dios espíritu de
cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).
Una fe fuerte que se aferra al camino de vida de
Dios es la mejor forma de resistir la influencia de los demonios. Los siervos
fieles de Dios deben estar llenos del Espíritu Santo (Efesios 5:18), lo que les
permite resistir esa influencia y hace que huyan los espíritus malignos
(Santiago 4:7). Además, los verdaderos siervos de Cristo tienen autoridad sobre
los demonios, lo que les permite echarlos fuera de aquellos que están poseídos
(Mateo 10:1, 8; Marcos 6:13; 16:17). Al fin y al cabo, Dios es la fuente
suprema de poder.
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