Todos estamos gobernados por algún equilibrio entre nuestro corazón egoísta y nuestro espíritu protector. Los perros y los felinos son ejemplos bíblicos que ilustran esto. Los perros son emocionales, voraces hasta el punto de comerse entre ellos (Is 56:11), repugnantes (Pr 26:11), desesperados por atención, impacientes, inestables, inconfiables. La naturaleza de un perro se resume mejor en la forma en que defecan: lo hacen donde sea.
Los gatos cavan compulsivamente un agujero y entierran sus heces. Los gatos se bañan, son reservados, pacientes, vigilantes, dueños de sus emociones. Tienen visión nocturna (ven a través de las tinieblas). Buscan las alturas. Son introvertidos. Desconfían de los humanos (Jn 2:24-25).
El perro representa al corazón (Jer 17:9; Mt 15:19), y el felino al espíritu. Esto ayuda a entender por qué no hay perros en la Nueva Jerusalén (Ap 22:15), y el Señor Jesús se representa a sí mismo como el León de la tribu de Judá (Ap 5:5). Los felinos ocupan posiciones de liderazgo en la Biblia (Dn 7:4, 6; Ap. 4:7;13:2), porque el espíritu debe gobernar sobre el corazón. Incluso si el espíritu es imperfecto (1 P 5:8), el felino regirá sobre el perro.
La única forma en que un perro puede vencer a un felino, es uniéndose a una manada.
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