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lunes, 10 de febrero de 2025

MALDITO EL HOMBRE QUE CONFÍA EN EL HOMBRE



Uno de los temas persistentes de Jeremías es el contraste entre los que confían en los recursos humanos y los que ponen su confianza en el Señor:

 Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová. Será como la retama en el desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada. Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto” (Jer 17: 5-8).

“El hombre que confía en el hombre es la persona que confía en su propia fuerza e ingenio o que busca ayuda y rescate en otras personas. Tal persona está condenada a una vida seca y vacía. Está destinada a experimentar dificultades, angustia y, finalmente, la muerte. Por el contrario, la persona que confía en el Señor es ricamente bendecida. Esta persona prospera, crece y tiene éxito, incluso en medio de circunstancias difíciles.

En tiempos de Jeremías, los líderes de la nación confiaban en los hombres—sus aliados políticos—y se apoyaban en el brazo de carne (2 Cr 32:8). Tomando prestada la sabiduría del Salmo 1:3-4, Jeremías compara a los que confían en Dios con árboles florecientes y bien regados. Su advertencia de no confiar en los recursos humanos se repite en el Salmo 146:3: No confiéis en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación. La incredulidad de Judá y su rechazo del Señor convertirían sus vidas y su tierra en un páramo desértico, pero la fe y la confianza en Dios los establecerían como un bosque firmemente plantado y floreciente.

La dependencia total de Dios era esencial para el pacto de Israel con Yavé (Dt 28:1-68; Sal 20:7; Pr 3:5-6; Is 31:1). Dios había prometido bendiciones para quienes confiaran en Él y le obedecieran, y maldiciones para quienes lo rechazaran y desobedecieran. Sin embargo, el pueblo judío y sus líderes eran conocidos por apartar sus corazones del Señor y confiar en el hombre (Is 2:22; 30:1). Una y otra vez, la autosuficiencia y la confianza de Israel en el hombre habían terminado en desastre (Nm 14:40-45; Os 8:1-14; Am 6:8).

Solo Dios es digno de confianza (Sal 28:7; 56:4; 91:1-16; 118:8). Temer a la gente es una trampa peligrosa, pero confiar en el Señor significa seguridad (Pr 29:25, NTV). Es imposible sortear con seguridad los problemas de esta vida confiando en nuestras propias fuerzas. Por esta razón, Salomón aconsejó: Confía en el Señor con todo tu corazón; no dependas de tu propio entendimiento. Busca su voluntad en todo lo que hagas, y él te mostrará cuál camino tomar. No te dejes impresionar por tu propia sabiduría. En cambio, teme al Señor y aléjate del mal. Entonces dará salud a tu cuerpo y fortaleza a tus huesos (Pr 3:5-8, NTV).

En lo que respecta a nuestra salvación eterna, Dios recompensa la fe. Los que confían en el Señor son bendecidos con Su salvación, pero los que confían en el hombre son maldecidos y destinados a perderse la eternidad en el cielo (Is 43:11; Hch 4:12). En el plan de salvación de Dios no hay cabida en absoluto para la confianza en el hombre (Sal 60:11;108:12; Jn 15:5; Ro 6:23). Si nos equivocamos en nuestra dependencia—confiando en nosotros mismos o en otras personas—, perderemos la extraordinaria relación que Dios ha planeado para nosotros con Él (Is 40:31; Ro 3:27; Ef 1:3; 2:8-9).

Cuando Dios nos creó, nos diseñó para vivir en comunión íntima y confiada con Él (Jn 3:16-17; Mt 11:28-30; 1 Co 1:9). Los verdaderos creyentes están plantados en Cristo”. Él es nuestra fuente de agua viva” que brota para vida eterna (Jn 4:10-14). Nuestra relación con Jesús implica una confianza total y de por vida en Él para satisfacer nuestras necesidades (Sal 23:1-6; Fil 4:19).

El hombre que confía en el hombre es maldito porque confiar en el poder humano o en uno mismo tendrá consecuencias negativas en esta vida y, finalmente, la muerte eterna (Pr 14:12). No obstante, los que confían en el Señor son bendecidos todos sus días con Su amor, cuidado, paz, protección, guía, provisión y la grandísima esperanza de la vida eterna (Is 43:2; 26:3; Nah 1:7; Sal 28:7; 1 P 1:3-12).

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