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lunes, 10 de febrero de 2025

QUIEN APARTA A LOS MEJORES AMIGOS. . .



“El hombre perverso levanta contienda, y el chismoso aparta a los mejores amigos” (Pr 16:28).

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¡Detente! Deja de hablar mal de los demás. Si no puedes decir algo bueno de alguien, entonces no digas nada. Sólo las personas perversas y profanas chismean y calumnian. Aborreces la idea de cometer una violación o un asesinato, pero la calumnia y el chisme son igual de malos ante el Señor. Violan la reputación de una persona en lugar de su cuerpo, y arruinan su alegría, paz y prestigio. ¡Detente!

Calumniar destruye familias, iglesias, negocios y amigos. Una persona chismosa es una persona perversa, impía, odiosa e irrazonable. Por puro egoísmo causa división al difundir rumores, insinuaciones malintencionadas, secretos, mentiras y exageraciones sobre los demás. Si odias a tales personas, estás en buena compañía, porque Dios las odia también (Pr 6:16-19). Dios arremete contra estas diabólicas criaturas en ambos testamentos (Pr 10:18; 11:13; 18:8; 20:19; 26:20-26; Sal 50:20-22; 101:5; Lv 19:16; Ro 1:29-30; 2 Co 12:20).

Lo que la mayoría de las personas llaman chismes, la Biblia las llama calumnias, maledicencia,  desprestigio de reputación, pelea de perros, devorar a otros. Términos similares describen el pecado de difundir secretos sobre otros para lucir mejor que ellos, mientras los desprecias y desmenuzas. La calumnia es la difusión de información falsa con el fin de destruir la reputación de otra persona. Las calumnias causan conflictos y separaciones, dividen a las personas cercanas al revelar hechos privados, pecados que deberían ser perdonados o mentiras descaradas sobre el perjudicado.

Nunca uses tus palabras para exponer a otra persona a menos que sea necesario hacerlo con fines nobles, correctivos (1 Co 1:11). Si conoces el pecado de alguien, escóndelo de los demás (Pr 11:13). Cubrirlo, en lugar de exponerlo, para promover el amor te revelará como un hijo o hija del Padre (Pr 17:9). Si tienes un problema con alguien, pásalo por alto o resuélvelo a solas con esa persona, en privado (Pr 10:12; 19:11; 25:9-10; Mt 18:15). Si no temes ni odias los chismes, recuerda que Dios ve las palabras dañinas contra la reputación de otro como asesinato (Mt 5:21-22). Recuerda a Mical, y cómo la castigó el Señor por hablar mal de David en público (2 S 6:23).

Si descubres a una persona hablando mal de otra, detén su pecado con una respuesta airada (Pr 25:23). Usarías cualquier medio para detener una violación o un asesinato, y este crimen está relacionado, así que responde con fuerza a la maldad verbal también. Nunca dejes que una persona calumniadora, chismosa o murmuradora se salga con la suya en tu presencia. Si permites y escuchas sus insinuaciones divisivas y perversas, eres su cómplice (Pr 17:4). Si identificas claramente a una persona tan mala, deshazte de ella, porque solo te traerá problemas (Pr 26:20-28).

¡Cuidado con las redes sociales! Ten cuidado con los mensajes de texto, los tweets, la mensajería instantánea, los blogs, los reenvíos y los comentarios en la Internet. Nunca ha sido más fácil cumplir este proverbio que con la facilidad de hoy para expresarse anónimamente ante muchos. Este pecado se practica a diario, como cualquier revisión de lo que muchas personas envían y reciben a través de sus teléfonos celulares o computadoras lo puede demostrar fácilmente. Estos ingeniosos inventos modernos pueden ser útiles y agradables, pero a menudo son herramientas para los pecados de calumnia y maledicencia.

Las personas verdaderamente piadosas nunca dañan la reputación de otros con palabras cáusticas (Sal 15:3). Aunque las acciones sean sospechosas, esperan en silencio hasta conocer bien todas las cosas de esa persona para no hablar mal de ella (1 Co 13: 4-7). Esta es la forma más piadosa, pacífica y exitosa de vivir. Al elegir ser una persona pacificadora, te haces una verdadera persona nacida de Dios (Mt 5:9; Stg 3:17-18). Purifica tu corazón, y déjalo producir en todo momento palabras llenas de gracia para ganar el favor de todos, especialmente el de Dios (Pr 22:11; Col 4:6).

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