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lunes, 14 de noviembre de 2022

UNA ORACIÓN DESDE EL INFIERNO


Nuestro Salvador nos relata la historia de dos hombres como nadie más podría hacerlo. Primero, nos da un informe breve de sus vidas en la tierra. Uno es rico y disfruta los lujos de este mundo, mientras que el otro es muy pobre y tiene que mendigar para poder sobrevivir. Entonces nuestro Señor nos relata la muerte de ambos. El rico es sepultado, sin duda, con mucha pompa y no poca lamentación. El mendigo también muere y solo tuvo una fosa común. Hasta este punto, tal vez, cualquier persona podría contarnos una historia similar. Pero, ¡el Señor va más allá y nos muestra a estos mismos hombres en la eternidad! El Señor no podía ser forzado a parar en su relato como cualquier hombre, porque Él puede quitar el velo que separa la vida presente de la vida venidera y desplegar así el estado eterno de las personas ante nuestros ojos. 

Esta es una historia de dos hombres que tenían diferentes necesidades satisfechas.  

El mendigo tenía llagas que le lamían los perros, pedía limosnas, estaba desamparado por sus familiares, ansiaba comer las migajas que caían de la mesa del rico; no poseía nada de este mundo (Lc 16:20-21). Pero tenía a Dios en su corazón: la más grande fuente de satisfacción. El rico, en cambio, estaba satisfecho con todo de este mundo, pero sin Dios. Tan pronto como murieron, la satisfacción del rico desapareció completamente, y en angustia clama en oración desde el fuego eterno. La Santa Biblia contiene muchas oraciones. ¡Pero en este pasaje tenemos la única descripción de una oración desde el infierno! 

“Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama” (Lc 16:24).

Las circunstancias de esta oración son para nuestra instrucción 

Consideremos la oración del rico cuando miró desde lejos el reino de Dios: “Y en el Hades [infierno] alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio...” (Lc 16:23). Como muchas otras personas, él no se dio cuenta de las realidades espirituales durante su vida. Tal vez no las negó abiertamente, pero las despreció para ocuparse en cosas terrenales que él pensó eran las únicas que importaban. Por su menosprecio de la Palabra del Señor, nunca experimentó el nuevo nacimiento. El Señor Jesús dice: “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn 3:3). En esta vida, una evidencia cierta del poder regenerador de Dios en la persona es el conocimiento de verdades espirituales que le llevan a clamar a Dios. 

Oró fervorosamente sintiendo su necesidad

“Estando en tormentos” (Lc 16:23). Durante el transcurso de su vida, no oró nunca o lo hizo sin fe (He 11:6; Stg 1:6). Siendo, como judío, un hombre religioso, estaba familiarizado con un tipo de oración fría y formal, tanto en público como en privado. Pero ahora este mismo hombre ora con toda su fuerza, sin ayuda de un libro de oraciones. ¡Si hubiera orado tan fervorosamente mientras vivió en la tierra, no habría llegado al lugar de tormento en el que estaba ahora! 

Oró con gran agonía del alma

“Dando voces...” (Lc 16:23-24). Nunca había experimentado tal agonía del alma antes, y por lo tanto, nunca había orado así. Algunos hemos sabido lo que es experimentar tal oración dolorosa en esta vida. Ciertamente algunos pueden decir como el salmista: “Me rodearon ligaduras de muerte, me encontraron las angustias del Seol; angustia y dolor había yo hallado” (Sal 116:3). ¡Oh que todos experimentaran tal angustia y tristeza de corazón MIENTRAS VIVEN AQUÍ! La mayoría o están muy satisfechos o están muy ocupados con sus planes para orar como el hombre rico lo hace ahora. ¡Qué triste es mirar a una persona no salva viviendo en paz y conforme sólo con las cosas de este mundo! Tristemente notamos que el hombre de nuestra historia...

¡Oró demasiado tarde! 

Anhelamos ver personas movidas por el conocimiento del reino de Dios, orando con fervor y dolor de alma. Esta oración deberá ser hecha mientras hay tiempo. Pues, tenemos que buscar “a Jehová mientras puede ser hallado” (Is 55:6). Si no lo hacemos mientras vivimos aquí, la nuestra también será una oración hecha demasiado tarde. 

Este hombre oró a la persona equivocada

“Padre Abraham” (Lc 16:24). Aun el que fue llamado “amigo de Dios” (Stg 2:23) y “padre de todos los creyentes” (Ro 4:11,16) no es el objeto correcto de la oración. ¡Esta es la única oración en las Escrituras dirigida a un santo! ¡No debes olvidar que esta oración fue hecha en el infierno! Sólo Dios puede contestar la oración y solamente a Él debe dirigirse. El Señor Jesús lo enseña así: “Vosotros, pues, orad de esta manera: Padre nuestro que estás en los cielos” (Mt 6:9-13). Que los que practican sus oraciones a “la madre de Dios” o a algún otro “santo” sean corregidos por esto con estas claras palabras de advertencia. ¡Los que no dirigen sus oraciones al Padre, en el nombre del Hijo, están ofreciendo una oración infernal! 

Este hombre pidió el libertador equivocado

“Envía a Lázaro” (Lc 16:24). Lázaro estaba ya entre los benditos, que habían llegado al fin de toda hambre, sed, lágrima, y de todo dolor (Ap 7:15-17); pero él no podía aliviar el sufrimiento del hombre rico. ¡Y tampoco pueden los demás santos que están en el cielo! Nadie puede cruzar la “gran sima” que hay entre los santos de Dios y los condenados (Lc 16:26). Dios envió, en el cumplimiento del tiempo, al único salvador, Jesús de Nazaret, Su Hijo. Él se extendió sobre la “gran sima” que hay también entre Dios y el hombre cuando se hizo de sangre y carne como nosotros. Él vivió una vida perfecta y satisfizo TODO lo que la ley de Dios demandaba de nosotros. Al ir al Calvario, Jesús cargó nuestros pecados en Su propio cuerpo, tendiéndose como un puente sobre la gran sima entre nuestro pecado y la justicia de Dios. ¡Habiéndole ignorado y rechazado, no existe más esperanza para este hombre, ni para ninguna otra persona! En vano busca un pecador consolación en cualquier otro santo, si no la busca en Cristo Jesús (Hch 4:12).

Este hombre deseaba beber el agua equivocada

“Envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua” (Lc 16:24). Aun si Lázaro hubiera podido cruzar y hacer lo que pedía el rico, ¿de qué le habría servido tal agua? ¿Cuánto beneficio habría obtenido al refrescarse momentáneamente en aquellas llamas? Sin tan solo hubiera pedido mientras vivía en la tierra el AGUA VIVA que sólo Jesucristo puede dar, no habría tenido sed jamás (Jn 7:37-39). ¡Entonces su alma habría sido refrescada y saciada eternamente mientras todavía estaba en esta tierra! 

¿Qué alma en tormentos puede recibir la respuesta que le es dada a este hombre? A veces una respuesta puede doler más que un silencio. La respuesta de Abraham parece una burla como la descrita por la personificación de la sabiduría en Proverbios.

“Por cuanto llamé, y no quisisteis oír, extendí mi mano, y no hubo quien atendiese, sino que desechasteis todo consejo mío y reprensión no quisisteis, también yo me reiré en vuestra calamidad, y me burlaré cuando os viniere lo que teméis” (Pr 1:24-26). 

Fijémonos como cada parte de la respuesta de Abraham parece una burla. 

Abraham le llamó “hijo” (Lc 16:25). 

En el sentido hebreo, el rico era hijo por ser descendiente de Abraham en la carne, el padre de Israel. Era hijo de Abraham por el primer nacimiento, pero no hijo de Dios por nuevo nacimiento. Que Abraham mencionara esta relación natural ahora que el hombre estaba en las llamas del infierno era sin duda una burla. ¡Muchos de los miembros de las iglesias que han sido bautizados sin ser salvos, serán igualmente burlados un día! ¡Muchos de los pastores y predicadores que pasan por alto las advertencias del Señor para no ofender a sus oyentes por temor a perder sus ofrendas, también recibirán la burla del Señor! (Sal 2:4-6)

Abraham lo insta a recordar

“Acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males” (Lc 16:25). ¡Qué amargos recuerdos habrá en el infierno! Esto es algo que el rico no quería hacer, ni querrá hacerlo cualquiera que termine allí. Su estado presente era resultado de haber vendido su alma al precio de los “bienes” que disfrutó mientras vivía en la tierra. Aquellas cosas que le fueron tan preciadas: dinero, banquetes, vestidos finos y casas lujosas, ahora lo atormentan amargamente al recordarlas. 

Abraham lo instó a considerar lo que había perdido

“Ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado” (Lc 16:25). Ni una vez en la tierra había pensado ligeramente siquiera cambiar su posición con la del mendigo Lázaro. ¡Pero ahora daría todas sus riquezas por hacerlo! 

Abraham le confirma que el INFIERNO ES PARA SIEMPRE

“Una gran sima está constituida entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá” (Lc 16:26). ¡Ir al infierno es estar allí para siempre! Nunca habrá esperanza de un mejor día, o de alivio de los tormentos de aquella gran llama. Esta verdad terrible se burlará de los habitantes del infierno por la eternidad, como ellos se burlaron del tema cuando estaban en esta vida. 

Finalmente Abraham le enfatizó que los vivos deben oír la Palabra de Dios con corazón sumiso mientras puedan cambiar sus caminos

“A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos” (Lc 16:29). El rico pidió que Lázaro fuese enviado a sus hermanos vivos con un mensaje de advertencia. Mientras estaba en la tierra, no se preocupó jamás por el estado espiritual de sus familiares; pero ahora, en el infierno, se había convertido en un evangelista y misionero. ¡No hay incrédulos en el infierno! Pero Abraham respondió que ya tenían el Antiguo Testamento de las Sagradas Escrituras, y que la Palabra de Dios es el mensaje de advertencia enviado por Dios, y es suficiente para los que tienen oídos para oír (Mt 13:9-16).

La última protesta del rico

“No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán” (Lc 16:30). Típico. La Biblia está allí. Cualquiera puede extender la mano, tomarla y leerla. ¿Cuántos no la tienen hoy en su smart phone, en su tablet, en su notebook, y hasta en audio y en otros idiomas? ¡Pero no! Quieren algo sobrenatural, algo especial, algo que puedan llamar “espiritual”: una señal, una voz, un sueño, un éxtasis. ¡Algo especial! A estos, como al hombre rico de nuestra historia, la respuesta ya les ha sido dada: “Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos” (Lc 16:31).

Y que esta respuesta de Abraham es cierta lo prueba el hecho de que hay UNO que se levantó de los muertos para no volver a morir nunca más. Y no le han creído. Y tú que lees, no te apresures a decir que tú sí has creído. Creer, en la enseñanza del Señor Jesús, es obedecer Sus mandamientos (Lc 6:46).

“Arrepentíos, y creed en el evangelio” (Mr 1:15). 

“Los malos serán trasladados al infierno, todas las gentes que se olvidan de Dios” (Sal 9:17). 

“Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mt 16:26)

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EL SEÑOR ME HABLÓ

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