Las “ascuas de fuego” (más coloquialmente, “carbones o brasas ardientes”), se mencionan varias veces en las Escrituras, por lo general refiriéndose literalmente a las brasas al rojo vivo de un fuego (Jn 21:9). Proverbios 25:21–22 tiene una referencia a estas brasas ardientes que probablemente sea más literal de lo que imaginamos: “Si el que te aborrece tuviere hambre, dale de comer pan, y si tuviere sed, dale de beber agua; porque ascuas amontonarás sobre su cabeza, y Jehová te lo pagará”. Pablo vuelve a citar este pasaje en Romanos 12:20, e insistimos en que ambos pasajes están hablando de brasas literales.
La elección de Pablo de esta cita se explica por el contexto de Romanos 12. Se refiere a la respuesta adecuada de un cristiano cuando se le trata mal. El versículo 21 explica la idea de amontonar brasas sobre alguien diciendo: “No seas vencido por el mal, sino vence el mal con el bien” (Ro 12:21). Cualquiera puede devolver mal por mal. Pero cuando un cristiano lo hace, el mundo que observa no ve nada diferente en nuestras vidas. Ni siquiera está claro quién tiene razón y quién está equivocado cuando respondemos del mismo modo a quien nos hizo daño. Pero, cuando seguimos las instrucciones del Señor Jesús de amar a nuestros enemigos (Mt 5:43-44) y devolver bien por mal, el contraste es evidente. Nuestra reacción amable y gentil al odio destaca la depravación de quien nos trató mal y deja a la persona hiriente sola en su odio. Nada aguijonea más la conciencia de una persona aborrecible que un espíritu blando y perdonador en el que ella ha agraviado (Pr 15:1). Los “carbones ardientes” que se amontonan sobre su cabeza son una referencia a la vergüenza ardiente que sentirá cuando su conciencia la acuse y convenza de pecado.
Las brasas en la Biblia simbolizan juicio (Sal 140:10) y purificación espiritual (Is 6:6; Lv 16:12). A menudo se compara a Dios con el fuego (Dt 4:24; He 12:29) y se lo describe en términos que se relacionan con el calor, el brillo y el poder del fuego (Éx 24:17; Is 34:14; Sal 18:8). La idea de las “brasas ardientes” en Proverbios 25:22 es que nuestra respuesta correcta a aquellos que nos hacen daño permite que el poder y el juicio de Dios caigan sobre esa persona. Debemos “dejar lugar a la ira de Dios” (Ro 12:19) y esperar la venganza que Dios trae en Su propio tiempo. Cuando cedemos a Dios nuestro derecho a vengarnos, mostramos fe en Su justicia. Dios traerá convicción sobre el corazón pecador. Responder de la manera en que el Señor Jesús lo hizo con sus enemigos (Lc 23:34) permite que las “brasas ardientes” de la rectitud y justicia de Dios operen dentro del alma de esa persona y, con suerte, la lleven al arrepentimiento (2 P 3:9).
Pero si no hay arrepentimiento en la persona que ha pecado, es probable que ella termine en el infierno, donde estas “ascuas de fuego”, estos “carbones o brasas ardientes”, tomarán un aspecto muy literal. No nos olvidemos que “nuestro Dios es fuego consumidor” (He 12:29) y que “horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo” (He 10:31).
El profeta Eliseo llevó a cabo una bondad muy singular para el ejército sirio. Cuando ellos vinieron contra Israel para destruirla, Eliseo puso comida y bebida delante de las tropas enemigas y luego las envió de vuelta a casa con bendiciones. Después de eso, los sirios se mantuvieron alejados de Israel (2 R 6:21-23; 2 Cr 28:15). La ley del Antiguo Testamento incluso ordenaba que un israelita devolviera el buey o el asno de su enemigo si se extraviaba y ayudara a la bestia de carga enferma de su enemigo (Éx 23: 4-5).
Amontonar “ascuas de fuego” o “carbones encendidos” sobre la cabeza de alguien es una expresión asociada con el castigo en la Biblia (Sal 11:6;140:10). La idea es que bajo el calor y la presión de la bondad aplicada, la persona se avergonzará, se arrepentirá de sus acciones y se arrepentirá. La frase podría tener su origen en un ritual de propiciación del antiguo Egipto en el que se obligaba a una persona culpable de un delito a llevar una vasija de brasas encendidas sobre su cabeza como símbolo de su arrepentimiento. El objetivo de tratar a nuestros enemigos con amabilidad es llevarlos a un lugar de convicción sobre sus malas acciones y, por lo tanto, hacer que se arrepientan.
En Romanos 12:9–21, el apóstol Pablo citó Proverbios 25:21–22 para mostrar que vencemos el mal mediante la bondad. Él enseñó: “Bendigan a los que los persiguen. No los maldigan; oren para que Dios los bendiga” (Ro 12:14). “Nunca devuelvan mal con más mal” (Ro 12:17). “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal ” (Ro 12:19-21).
Nuestra reacción humana instintiva al ser agraviados es tomar represalias contra nuestros enemigos. Sin embargo, tal respuesta está prohibida para los seguidores de Cristo. El Señor Jesús enseña: “No resistáis al malvado. Si alguien te abofetea en la mejilla derecha, preséntale también la otra mejilla” (Mt 5:39). Como cristianos, debemos amar a nuestros enemigos y orar por los que nos persiguen (Mt 5:43-48). Vencemos el mal haciendo el bien, y vencemos a nuestros enemigos amándolos y tratándolos con bondad y compasión, porque así ellos son los que quedan expuestos como pecadores delante del Señor.
En su gran Sermón del Monte, el Señor Jesús llamó a sus discípulos a ser agentes de paz en este mundo: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados seréis cuando os insulten, os persigan y digan falsamente toda clase de mal contra vosotros por mi culpa. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos” (Mt 5:9-12).
Dios ha dejado expresamente claro en las Escrituras que Su trabajo es castigar el pecado (Dt 32:35,41; Ec 12:14). Y, dado que Dios quiere que “todas las personas se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”, los cristianos debemos llevar vidas “pacíficas y tranquilas”, para que no obstaculicemos la obra del evangelio (1 Ti 2:1-4). Cuando realizamos el trabajo de Dios de vengarnos y castigar a nuestros enemigos, corremos el riesgo de dañar la causa del evangelio, y el Señor nos castigará a nosotros. Pero cuando amamos a nuestros enemigos sacrificialmente, Dios nos honrará y nos recompensará.
Para un cristiano, la mejor manera de derrotar a un enemigo es convertir a ese enemigo en un hermano o hermana en Cristo. Romanos 2:4 dice que la bondad de Dios está destinada a llevar a las personas al arrepentimiento. Se deduce que nuestra bondad hacia un enemigo también podría ayudar a llevar a esa persona al arrepentimiento. Tratar a nuestros enemigos con benevolencia y generosidad inesperadas tendrá un efecto de desarme e incomodidad, con el potencial de llevarlos al remordimiento, al arrepentimiento y la salvación en Jesucristo.
Pero, y repetimos, si no hay arrepentimiento en la persona que ha pecado, es probable que ella termine en el infierno, donde estas “ascuas de fuego”, estos “carbones o brasas ardientes”, tomarán un aspecto muy literal. No nos olvidemos que “nuestro Dios es fuego consumidor” (He 12:29), y que “horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo” (He 10:31).
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