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TODA PALABRA OCIOSA


Las palabras son poderosas. Las palabras de Dios fueron tan poderosas que crearon todo lo que existe (Gn. 1:1-31). Pero incluso las palabras de los humanos pueden ser poderosas.  Proverbios 18:21 dice: “La muerte y la vida están en poder de la lengua”. El poder de la vida y la muerte se puede ver en los juicios, donde los testigos y los miembros del jurado pueden pronunciar palabras que literalmente pueden determinar si un acusado vive o muere. Menos extremo, pero no menos real, es el poder de las palabras de aliento para dar esperanza y alegría y el poder de las palabras de desánimo para provocar consternación y depresión.

El Señor Jesús dice: “Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella tendrán que dar cuenta en el día del juicio” (Mt. 12:36). Otras versiones traducen la frase “toda palabra ociosa” como “cada palabra vacía” y “toda palabra descuidada”. La frase griega es rema argos, que significa “palabras descuidadas o inútiles”. En contexto, el Señor Jesús está contrastando las “cosas buenas” dentro de una persona buena con las “cosas malas” en el corazón de una persona mala. Nos advierte que hagamos el mejor uso de nuestras palabras, porque las palabras expresan lo que hay en nuestro corazón: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mt. 12:34).

En Mateo 12:37, el significado de las palabras es que se usarán para medir la condición espiritual de una persona en el juicio: “Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado”. El Señor le está hablando a un grupo de fariseos que acababan de acusarlo de estar poseído por un demonio (Mt. 12:24). El Señor los llama “generación de víboras” y les pregunta: “¿Cómo podéis hablar lo bueno siendo malos?” (Mt. 12:34). Así como las víboras tienen la boca llena de veneno, los fariseos tenían malas palabras acerca del Salvador.

Entonces el Señor Jesús advierte a los fariseos del juicio venidero, en el cual serán responsables de sus palabras (Mt. 12:37). No hay mejor juez del corazón de una persona que las palabras que permite que salgan de su boca. Así como los árboles buenos producen frutos buenos y los árboles malos producen frutos malos, la boca revela la condición del corazón (Mt. 12:33).

Pero no son sólo las malas palabras de las que la gente debe dar cuenta. El Señor dice que cada palabra “descuidada” o “ociosa” también puede usarse como un juicio contra quien la pronuncia. Incluso el más mínimo pecado, la más mínima desviación de la perfección de Dios, condenará a una persona a los ojos de Dios. El pecado de los fariseos era grande, habían blasfemado al Señor de la gloria con sus palabras, pero incluso las palabras aparentemente insignificantes, a veces excusadas como “lapsus de la lengua”, se consideran pecaminosas si no dan gloria a Dios. Según Mateo 12:38, el Señor Jesús tuvo la última palabra sobre este asunto, porque los escribas y fariseos cambiaron de tema inmediatamente.

Otros pasajes brindan información adicional. Efesios 4:29 establece la norma: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes”. Santiago 3:8 nos advierte lo importante que es controlar la lengua: “Pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal”. Luego, en Santiago 4:11-12, “Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez. Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder; pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro?” Hermanos y hermanas, no se calumnien unos a otros. Cualquiera que hable contra un hermano o hermana, habla contra la ley y la juzga. Cuando juzgas la ley, no la estás cumpliendo, sino que estás juzgando sobre ella. Solo hay un Legislador y Juez, el que puede salvar y destruir. Pero tú, ¿quién eres tú para juzgar a tu prójimo?

Dadas las graves consecuencias de nuestras palabras, incluso las que pronunciamos con “descuido”, debemos aprender a someter los miembros de nuestro cuerpo, incluida la lengua, al control del Espíritu Santo, el único que puede domar la lengua. “
Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios” (Sal. 141:3).

En la breve historia de Mical, en el Antiguo Testamento, tenemos un ejemplo de unas palabras ociosas y su consecuencia para quien las pronunció. Mical reprochó públicamente a David por algo que a ella le pareció era vergonzoso que él hiciera. Es obvio que este evento era sólo una excusa que usó Mical expresar su amargura y resentimiento contra su marido. Pero su grave error fue que lo hizo en público. Sabemos que fue en público porque está registrado en las Escrituras. Si hubiera sido en privado no habría habido quién supiera de la disputa doméstica entre David y su primera mujer, porque el evento en sí no es importante. Lo importante es que enseña que las palabras de Mical, dichas en público contra su marido, fueron la causa de un castigo severo de parte del Señor contra Mical. “Y Mical hija de Saúl nunca tuvo hijos hasta el día de su muerte” (2 S. 6:20-23). Es Dios quien da los hijos, y es Él quien hace que una mujer sea estéril; y ser estéril en Israel en la antigüedad era causa de una gran humillación para una mujer. Según el texto, la esterilidad de Mical fue un castigo dado por el Señor a causa de sus palabras contra David, por eso que la sentencia contra ella aparece a propósito de este evento.

Mujer, estar resentida contra tu marido ya es suficiente pecado de tu parte, porque la mujer rencillosa está en pecado por no querer perdonar. Pero hablar contra él en público, ventilar asuntos privados a personas ajenas al matrimonio, victimizarte y exagerar las cosas para hacerlo lucir mal ante los demás, es algo que el Señor no dejará sin castigar. Arrepiéntete ahora, y deja tu amargura, que el Señor ha prometido juzgar “toda palabra ociosa”. “Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres [y las mujeres], de ella tendrán que dar cuenta en el día del juicio” (Mt. 12:36).

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