Los adventistas se destacan por ser amantes de las buenas obras. Aman sinceramente a Dios y se abstienen de vicios y placeres mundanos. Su sede central se encuentra en Washington, D.C., Estados Unidos. Su programa misionero es impresionante y son famosos por sus obras sociales, en especial, por sus excelentes hospitales y atención médica en muchos países subdesarrollados. Cuentan con más de 3.600.000 de adeptos en todo el mundo, cuatro quintas partes de ellos se encuentran fuera de Estados Unidos. En total tienen más de 20.000 congregaciones y unos 8.000 pastores.*
Algunos estudiosos del tema de las sectas ya no califican a los adventistas como una secta. Los adventistas creen en la inspiración de la Biblia, la deidad y el nacimiento virginal de Cristo, su expiación y muchas otras doctrinas evangélicas.
Pero, aunque algunas de sus doctrinas son ortodoxas, tienen varias otras que no lo son. A continuación presentamos una lista de sus principales herejías. Estas no son todas las herejías del Adventismo del Séptimo Día, sino solo las más graves:
1. Que los que no reciban a Cristo como Salvador ahora podrán hacerlo al resucitar para el Juicio del Gran Trono Blanco.
2. La observancia del séptimo día como el día de reposo.
3. Considerar la profecía de Ellen G. White como “inspirada” y usarla para interpretar la Biblia.
4. La aniquilación de los impíos en el Lago de Fuego.
5. Redefinición de la gracia de Dios de manera de incluir las obras como parte de la redención.
6. El juicio investigativo.
7. El mal uso de la Ley Mosaica.
8. La negación de la Trinidad y de la Deidad del Espíritu Santo. (*No todas las iglesias adventistas sostienen este punto.)
9. El considerar que solo su iglesia es la verdadera iglesia que Cristo edificó.
Conviene que cada cristiano conozca las desviadas creencias de los adventistas, y esté preparado para refutarlas.
Historia del Adventismo
Aunque se considera que la señora Ellen G. White (1827-1915) es la fundadora de los Adventistas del Séptimo Día, esta denominación es realmente la fusión de tres divisiones del movimiento milerita. El primer grupo, dirigido por Hiram Edson, en Nueva York, proclamó la doctrina del santuario, es decir, que en 1844, Jesús supuestamente entró en un lugar santísimo en el cielo, para investigar la vida de los santos, siendo ésta la última fase de su ministerio antes de regresar a la tierra. El segundo grupo, encabezado por José Bates, promulgaba la observancia del séptimo día como el día de reposo. La tercera división, inspirada por Ellen G. White, hacía hincapié del “espíritu de profecía”, o sea, “el testimonio de Jesús”, el cual se manifestaba en el “remanente” (Ap 14:6-12; 12:17; 19:10). Creía que Dios había restaurado el don de profecía a la iglesia.
Se puede afirmar que la dirigente más destacada de la iglesia–ahora unida–de los adventistas, fue Ellen G. White. Fue ella quien apoyaba las ideas de Edson, Bates y otros de los tres grupos, teniendo visiones y escribiendo prolíficamente libros y artículos.
Cuando Ellen G. White tenía nueve años sufrió un accidente, el cual la dejó con el rostro desfigurado y la obligó a dejar permanentemente sus estudios en la escuela. Estuvo enferma toda su vida. Sus padres eran metodistas devotos, pero en la década de 1840, aceptaron la predicación de Guillermo Miller, el cual predijo que Cristo volvería a la tierra en 1843, y por ello fueron expulsados de aquella iglesia. Al tener diecisiete años, la muchacha comenzó a tener visiones que confirmaron las doctrinas controversiales del adventismo.
Se puede trazar el origen del adventismo a las enseñanzas de Guillermo Miller. Alrededor del año 1830, hubo una renovación del interés por la segunda venida de Cristo. Guillermo Miller, un pastor bautista del estado de Nueva York, se dedicó al estudio detallado de las Escrituras proféticas. Anunció que había descubierto la fecha exacta del retorno de Cristo a la tierra: el 21 de marzo de 1843.
Basó su predicción sobre cierta interpretación de los capítulos ocho y nueve de Daniel, con énfasis especial en Daniel 8:14 y 9:24-27. Miller y otros, creían que las setenta semanas de Daniel comenzaron en el año 457 a.C., la fecha exacta del decreto del rey Artajerjes para reconstruir Jerusalén (Dn 9:25). Interpretando las setenta semanas como “setenta semanas de años”, o 490 años, llegaron a la fecha 33 d.C. (desde 457 a.C. al 33 d.C.). Puesto que 33 d.C. coincide aproximadamente con la fecha de la crucifixión de Cristo, los mileristas la relacionaron a Daniel 8:14: “Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas, luego el santuario será purificado”, es decir, a las setenta semanas.
Interpretaron los 2.300 días como 2.300 años basándose en Números 14: 34, donde Dios castigó a Israel diciéndole: “Conforme al número de los días, de los cuarenta días en que reconocisteis la tierra, llevaréis vuestras iniquidades cuarenta años; un año por cada día…”. Supusieron que las setenta semanas y los 2.300 días de Daniel comenzaron en la misma fecha, es decir, el año 457 a.C. Al restar los 490 años de los 2.300, llegaron a la fecha de 1843, para la segunda venida (la purificación del santuario).
Un escritor relata la reacción de la gente a la predicación de Miller:
“El anuncio de esta fecha causó tremenda agitación, y hubo quienes regalaron sus propiedades y dejaron que sus cosechas se pudrieran en los campos, y en ese gran día –el 21 de marzo de 1843– se pusieron sus túnicas blancas para la ascensión, y se sentaron a esperar el momento en que Cristo aparecería. Pero cuando el día pasó sin que sucediera nada, Miller anunció que había cometido un error en sus cálculos, y que el regreso de Cristo sería el 22 de Octubre de 1844. Una vez más hubo el consiguiente revuelo, y se hicieron los preparativos para “encontrar al Señor en el aire”. Pero, cuando pasó el día sin que viniera el Señor, miles de mileristas, o adventistas, perdieron completamente la fe en las predicciones de su líder…” [1]
El 23 de octubre de 1844, un día después de “la gran desilusión”, Hiram Edson, un seguidor de Miller, tuvo una “revelación”: Cristo había entrado el día anterior en el santuario celestial (el lugar santísimo del tabernáculo en el cielo) y no en el terrenal, para hacer una obra de purificación en él. La fecha calculada por Miller fue correcta, pero el evento predicho no se refería a la segunda venida sino al comienzo del “juicio investigador” de Jesucristo, para determinar quiénes de los muertos serian dignos de ser resucitados y para hacer la obra final de expiación.
Otros adventistas creían que la falta de observar el sábado como el día de reposo tenía mucho que ver con la demora del retorno de Cristo. Esta idea y la revelación de Edson fueron confirmadas por visiones de Ellen G. White.
Dos meses después de “la gran desilusión”, la señorita Ellen tuvo su primera visión mientras oraba con otras cuatro mujeres. “Ella pareció haber sido trasladada al cielo, donde se le mostraron las experiencias que estaban reservadas a los que fueran fieles al evangelio adventista”. [2]
“Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que ella empezara a tener otras visiones, acompañadas de extrañas manifestaciones físicas. De acuerdo a los informes de los médicos y de otros testigos, sus ojos permanecían abiertos durante estas “visiones”; dejaba de respirar, y durante estos arrobamientos, ella ejecutaba acciones milagrosas. El contenido “visiones” parecía ser el de los mensajes que ella recibía para ciertos individuos, familias e iglesias”. [3]
La predicación de Miller, antes del “día de la gran desilusión” (él se retractó de sus palabras después de aquel día), la revelación de Hiram Edson y el testimonio de la señora Ellen G. White referente a sus propias revelaciones, formaron la base doctrinal de la iglesia de los Adventistas del Séptimo Día. Ponían gran énfasis en la escatología y en la reforma de salud. Ella se convirtió en líder y profetisa inspirada de su denominación. En una conferencia en 1860, ésta adoptó el nombre de “Adventistas del Séptimo Día” y en 1863 fue organizada oficialmente.
La señorita Ellen se casó con un anciano de la iglesia, James White, en 1846. Transcurridos nueve años, se trasladaron a Battle Creek, Michigan, donde se estableció la oficina central de la organización y su prensa. La señora Ellen G. White fue una escritora muy prolífica. Aunque tenía solo tres años de estudios básicos, escribió cuarenta y cinco libros mayores y más de cuatro mil artículos, folletos y volantes. Entre sus libros se cuentan: El conflicto de los siglos, El deseado de las Edades, Testimonios para la iglesia, Profetas y reyes. “Nunca pretendió ser el líder de la iglesia, tan solo una “voz”, o “mensajero” que lleva comunicaciones de Dios a su pueblo…” [4] Sin embargo, tenía una parte decisiva en muchas de las decisiones de su denominación, como fue el traslado de la oficina central a Washington, D.C., en 1903.
Las Doctrinas Conflictivas de los Adventistas
Ya hemos mencionado que los adventistas sostienen “casi” las mismas doctrinas “esenciales” de los evangélicos. (Al parecer han abandonado la enseñanza de Ellen G. White de que el segundo macho cabrío, el cual fue soltado en el desierto en el día de la expiación del Antiguo Testamento [Lv 16:22,26], simboliza a Satanás, sufriendo el castigo de nuestro pecados.)
En todo caso se desvían heréticamente en varias otras doctrinas cardinales. A continuación, por motivos de espacio y tiempo, consideraremos solo 3 de las controversiales doctrinas que enumeramos en la primera página de este artículo.
1. La doctrina del juicio investigador llevado a cabo por Cristo en el santuario celestial
Antes del de “la gran desilusión”, los adventistas habían interpretado “el santuario”, de Daniel 8:14, como la tierra que sería purificada por Cristo en “el día de Jehová, grande y terrible” (Mal 3:1-5; 4:5). Cuando no apareció Cristo en la fecha anunciada por Miller, el anciano Hiram Edson reinterpretó el término “santuario”. Ya no se refería a la tierra sino a un templo celestial. Según él, existe un tabernáculo literal en el cielo, en el cual Jesús, el sumo sacerdote celestial, oficia literalmente como su contraparte solía hacer en el período del Antiguo Testamento.
Se encuentra también en el cielo un registro preparado por los ángeles, quienes observan la conducta de los hombres. Ellen G. White explica: “La sangre de Cristo ofrecida en beneficio de los creyentes arrepentidos, les asegura perdón y aceptación cerca del Padre, pero no obstante sus pecados permanecían inscritos en los libros del registro.” [5]
En 1844, Jesús entró en el santuario para examinar los registros con el fin de “determinar quiénes son los que, por su arrepentimiento del pecado y su fe en Cristo, tienen derecho a los beneficios de la expiación cumplida por él. La purificación del santuario implica tanto una obra de investigación como una obra de juicio”. [6]
Ellen G. White proporciona detalles adicionales acerca de la supuesta expiación.
“El santuario en el cielo, en el cual Jesús ahora ministra en nuestro favor, es el gran original, del cual Moisés edificó era una copia… El ministerio del sacerdote, durante el año de la primera división del santuario (terrestre)… representa la obra de ministración que Jesús comenzó después de su ascensión… Este ministerio de Cristo continuó después de su ascensión… Este ministerio de Cristo continuó por dieciocho siglos, en la primera división del santuario (celestial).
“Así como un servicio típico había una obra de expiación al final del año, antes de que la obra de Cristo por la redención humana esté terminada, hay una obra de expiación, que se tiene que hacer para que el pecado sea removido del santuario. Este es el servicio que comenzó cuando terminaron los 2.300 días. En ese momento, tal como lo había pronosticado Daniel el profeta, nuestro Sumo Sacerdote entró en el lugar santísimo… para desempeñar la obra final de su expiación, preparatoria para su venida.
“La tarea del juicio de investigación, y de perdón de pecados, ha de terminar antes de la segunda venida de Cristo. Puesto que los muertos han de ser juzgados sobre la base de las cosas escritas en los libros, es imposible que los pecados de los hombres sean borrados (o perdonados) sino hasta después del juicio, que es cuando sus casos han de ser investigados…Todos aquellos que hayan invocado el nombre de Cristo tienen que pasar por ese minucioso escrutinio”. [7]
En primer lugar, es obvio que tanto Miller como Edson no aplicaron las reglas de interpretación bíblica cuando interpretaron respectivamente Daniel 8:14, pues pasaron por alto el contexto de este versículo (Dn 8:9-13). El profeta no habla de Cristo y su venida o su obra de purificación sino del rey sirio Antíoco IV llamado Epífanes. Este se apoderó de Palestina en 175 a.C. y procuró imponer el paganismo sobre los judíos. Puesto que ellos le resistieron, se desató una encarnizada persecución para destruir la fe hebrea. Los sirios saquearon el templo y colocaron en el santuario la estatua de Zeus, convirtieron las habitaciones del templo en burdeles públicos y sacrificaron cerdos en el recinto.
Los judíos bajo el liderazgo de los Macabeos hacían la guerra contra los sirios, los derrotaron, liberaron a Jerusalén y limpiaron y re-dedicaron el templo profanado por los helenistas (Dn 8:14).
En la visión de Daniel, un santo pregunta a otro: “¿Hasta cuándo durará la visión del continuo sacrificio, y la prevaricación asoladora, entregando el santuario y el ejército (“los creyentes en él”, Versión Popular) para ser pisoteados?” (Dn 8:13). La respuesta es: “Hasta 2.300 tardes y mañanas”. Nótese que no dice 2.300 días. Si la expresión se refiere a los dos sacrificios cotidianos suspendidos durante el tiempo de persecución, el periodo se limita solo a 1.150 días, los cuales corresponden a los años de la persecución, 168-165 a.C. Después de eso, el santuario sería “purificado” de la contaminación pagana o sería “reivindicado”, (reintegrado en su derecho) como la Biblia de Jerusalén le traduce. De manera que no se encuentra el “juicio investigador” en la Biblia.
En segundo lugar, la doctrina del juicio investigador demoraría la consumación de la obra expiatoria de Cristo en la cruz y les quitaría a los creyentes la seguridad de que ya son perdonados y salvos. Si los pecados no fueran borrados completamente sino hasta un período antes de la venida del Señor, entonces nadie podría decir con seguridad que es salvo.
Pablo afirma que “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús “(Ro 8:1) y Juan añade: “Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene el Hijo, tiene vida” (1 Jn 5:11,12). “Si confesamos nuestro pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestro pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn 1:9). Estos versículos enseñan que la expiación de Cristo borra el pecado en el momento del arrepentimiento.
En tercer lugar el tabernáculo de Moisés y su ritual no son más que símbolos proféticos que prefiguraban la obra de Cristo (He 9:23; 10:1). Las referencias al tabernáculo y sus enseres en el cielo que se hallan en Apocalipsis 1:13,20; 11:19; 21:3, no se aplican, pues los creyentes estaremos en la Nueva Jerusalén done el vidente Juan dice claramente que no habrá templo (“santuario”, V.P.)(Ap 21:22).
Sobre todo, nos parece extraño que el Señor Jesucristo tuviera que consultar durante ciento cincuenta años un registro en el cielo a fin de conocer la conducta de los creyentes. Siendo tanto hombre como Dios, es omnisciente y no tiene necesidad de examinar libros para saber quiénes se hallan arrepentidos de sus pecados. En cambio, los adventistas toman en serio el hecho de que los creyentes serán juzgados según sus obras, algo que algunos evangélicos tradicionales por poco pasan por alto. Aunque somos salvos solo por fe y no por obras, la fe salvadora siempre está acompañada de obras y de la “santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (He12:14). La ley no es el medio de la salvación pero sí queda en vigencia como una norma moral por la cual los redimidos pueden demostrar que son hijos de Dios y vivir en una justa relación con su Creador y con su prójimo.
2. La idea de que es obligatorio observar el séptimo día de la semana como el día de reposo
Según los adventistas del séptimo día, es pecado observar el día de descanso en cualquier otro día de la semana, “porque Dios en el principio, apartó el séptimo día de la semana como un memorial perpetuo de su poder creativo”. La gran profetisa adventista comenta:
“La señal, o sello de Dios, se revela en la observancia del Sabath (reposo) en el séptimo día, el memorial de la creación del Señor… La marca de la bestia es lo opuesto de esto: la observación del primer día de la semana. Esta marca distingue a los que aceptan la supremacía de la autoridad papal, de los que reconocen la autoridad de Dios”. [8]
Ellen G. White testificó que había visto el arca en una visión del santuario celestial. Cristo levantó la tapa del arca, de modo que ella pudiera ver las tablas de piedra en que estaban escritos los diez mandamientos. Se notó que el cuarto mandamiento estaba ubicado en el centro de los diez y tenía una aureola de luz a su alrededor. [9] Felizmente, los adventistas ya no consideran a los evangélicos como seguidores de la bestia del Apocalipsis.
Los adventistas aseveran que el emperador Constantino cambió el día de reposo en el año 321 d.C., y luego en 364 d.C., el Concilio de Laodicea hizo lo mismo. Historiadores no adventistas, sin embargo, señalan que Constantino solamente sancionó legalmente la costumbre que hacía tiempo ya habían observado los cristianos.
Hay muchas citas de los escritores post-apostólicos que demuestran que los cristianos del segundo siglo observan el primer día de la semana como el día de descanso y culto. Por ejemplo, consideremos tres:
a) Ignacio, obispo de Antioquía, escribió lo siguiente en el año 110: “Los que andan en las costumbres antiguas alcanzan la novedad de esperanza, ya no observando el sábado, sino moldeando sus vidas según el día del Señor, sobre el cual se resucitó también nuestra vida”.
b) Justino Mártir (100-165): “El domingo es el día en que todos tenemos nuestra reunión común, porque es el primer día en que Dios…hizo el mundo; y Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó en el mismo día”.
c) La epístola de Bernabé (entre 120 y 150): “Guardamos el octavo día con gozo, el día también en que Jesús se resucitó de entre los muertos”. [10]
Los evangélicos guardamos el primer día de la semana en vez del séptimo por las siguientes razones:
a) El Nuevo Testamento no le da la misma importancia que da a los otros mandamientos del código mosaico. El Señor Jesús lo colocó en el mismo nivel que las leyes ceremoniales, las cuales pertenecen al antiguo pacto y son caducas. Se refirió al incidente en que David, al huir de Saúl, obligó al sumo sacerdote a entregarle los panes santos ofrecidos a Dios, panes que solo podían comer los sacerdotes. Luego explicó que “el día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo” (Mr 2:23-27; 1 S 21:1-6). En el caso del joven rico (Mr 10:17-21), el Señor enumera 6 de los 10 mandamientos (Mr 10:19) luego de mencionar implícitamente los 3 primeros (Mr 10:18). En este incidente, el Señor menciona 9 mandamientos en total. El cuarto, que trata del día de reposo, es dejado fuera. El cuarto mandamiento es el único que no tiene que ver con la ley moral, eterna, de Dios: es un mandamiento ceremonial. Este mandamiento es el único que puede degenerar en un mero formalismo que no afecta la vida espiritual del ser humano. Sin él, la ley espiritual y eterna de Dios no se ve afectada en lo absoluto
Pablo también indica que ocupa un lugar entre las observancias ceremoniales:
“Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir” (Col 2:16,17; comparar con Ro 14:1-13; Gl 4:9-11).
En ningún lugar Nuevo Testamento, ni el Señor Jesús ni los apósteles, imponen este mandamiento a los creyentes, aunque sí enseñan muchas veces los otros nueve mandamientos. Obviamente, la visión de Ellen G. White, en la cual vio que el cuarto mandamiento era el más importante, no armoniza con las enseñanzas del Nuevo Testamento. El guardar los días de reposo es más un asunto de conciencia que una ley moral: “Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente” (Ro 14:5).
b) Puesto que el Señor Jesús resucitó de entre los muertos el primer día de la semana, la iglesia primitiva lo guardaba como día de reunión. El Nuevo Testamento hace referencia a ésta costumbre. En Troas los cristianos se reunían para el culto “el primer día de la semana” (Hch 20:6,7) y Pablo instruyó a los creyentes de Corinto: “Cada primer día de la semana, cada uno de vosotros ponga aparte, según haya prosperado” (1Co 16:2), indicando que este era el día en que los cristianos tenían por costumbre reunirse. Es lógico creer que las congregaciones levantaban ofrendas en el día de su reunión, el cual era el día domingo.
3. La doctrina del “sueño del alma” en la muerte y la de la aniquilación de los impíos
Los adventistas sostienen que al morir una persona, entra o cae en un estado de inconsciencia total; su alma está durmiendo en la tumba. Dice Ellen G. White:
“La doctrina de la inmoralidad natural, tomada en un principio de la filosofía pagana e incorporada a la fe cristiana en los tiempos tenebrosos de la gran apostasía, ha suplantado la verdad claramente enseñada por la Santa Escritura de que “los muertos nada saben”. [11]
David declara que el hombre no es consciente en la muerte:
“Pues sale su aliento [espíritu], y vuelve a la tierra; en ese mismo día perecen sus pensamientos” (Sal 146:4).
Salomón da el mismo testimonio:
“Porque los que viven saben que han de morir, mas los muertos nada saben. También su amor, y su odio y su envidia, feneció ya; ni tiene ya más parte en el siglo, en todo lo que se hace debajo del sol…Adonde tú vas no hay obra ni industria, ni ciencia ni sabiduría” (Ec 9:5, 6, 10).
La profetisa también habla del destino de los impíos y de Satanás mismo:
“Los impíos reciben su recompensa en la tierra (Pr 13:31). Serán estopa, y aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos (Mal 4:1)… “Su castigo (el de Satanás) debe ser mucho mayor que el de aquellos a quienes engañó. En las llamas purificadoras (el fin del mundo), quedan por fin destruidos los impíos, raíz y rama: Satanás la raíz, sus secuaces las ramas…Ningún infierno que arda eternamente recordará a los redimidos las terribles consecuencias del pecado.” [12]
Es interesante notar que Ellen G. White cita principalmente del Antiguo Testamento (los Salmos y Eclesiastés), para probar el sueño del alma, ignorando que la revelación de Dios es progresiva. Quedaba al Nuevo Testamento revelar claramente la vida de ultratumba.
Los principios de la hermenéutica (reglas de interpretación) exigen que se interprete el Antiguo Testamento por el Nuevo y los versículos oscuros por la enseñanza clara. El libro de Eclesiastés no es un libro de doctrina. Consiste en los pensamientos pesimistas de un individuo desilusionado con la vida y sin esperanza para el futuro. Parece que fue incluido en el canon para dar el contraste de una persona sin una revelación divina (“debajo del sol”) con los creyentes. Para tal persona, todo es “vanidad.”
Los adventistas interpretan mal ciertos términos en el Nuevo Testamento, que están traducidos “destruir” o “destrucción”. Véanse, por ejemplo, Mateo 10:28 y 2 Tesalonicenses 1:9. En Mateo, 10:28, el Señor Jesús asocia el vocablo griego apolesai (“destruir”) con Gehema (“infierno”), nombre del basural que ardía constantemente fuera de Jerusalén, donde fue echado todo lo roto, podrido e inútil. Los rabinos empleaban este término para indicar el castigo perpetuo de los impíos. Dice: “Temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno.” Aunque la palabra apolesai puede significar “destrucción”, “aniquilamiento” o “muerte”, en este contexto quiere decir “entregado a sufrimiento eterno” (El léxico griego de Thayer).
De igual manera se puede interpretar la palabra griega olerthros (“perdición”) empleada en 2 Tesalonicenses 1:9: “Los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder”. Tiene aquí la idea de “ruina” más bien de destrucción. El contexto inmediato indica lo que es esta destrucción: “Excluidos de la presencia del Señor”. El castigo eterno, entonces, no se refiere a aniquilación o destrucción absoluta, sino a ser separado totalmente de la presencia divina y sufrir conscientemente en un infierno literal y sin fin.
Lecciones que Podemos Aprender Estudiando el Adventismo
1. No debemos basar doctrinas sobre profecías actuales ni interpretar enseñanzas bíblicas por profecías en la iglesia
Dios inspiró a los apóstoles para registrar la doctrina, haciéndolos recordar lo que Él había dicho, y guiándolos a toda verdad. Los profetas del presente no son fuentes de doctrina, sino hablan “a los hombres para edificación, exhortación y consolación” (1 Co 14:3). Toca a los estudiantes de la Biblia, que analizan con esmero el texto bíblico, extraer las enseñanzas y defenderlas. La Biblia proporciona una revelación completa, suficiente para informar al hombre acerca de las cosas divinas. No se necesita una revelación doctrinal adicional. El buscarla es tentar a Dios. La totalidad de la revelación de Dios al hombre ya fue dada (2 Ti 3:16; Jud 4).
En el caso de Ellen G. White, vemos lo que parecía ser un auténtico don de profecía. Pero es obvio que sus revelaciones no están de acuerdo con la sana interpretación de la Biblia. Si Ellen G. White hubiera obedecido la Escritura en cuanto al rol de la mujer en la iglesia (léase ¿PUEDEN SER LAS MUJERES PASTORAS Y PREDICADORAS?), habría sido un mucho mejor ejemplo para las mujeres de todos los tiempos y no sería recordada como la cofundadora de una secta. El mal que resulta cuando la mujer usurpa la autoridad dada al varón, y enseña en la iglesia, es evidente en el surgimiento de muchas sectas en las cuales las mujeres han tenido un lugar destacado. Lo que Ellen G. White fue y es para los Adventistas del Séptimo Día, es lo mismo que Mary Baker Eddy fue y es para la Ciencia Cristiana, y Helena Petrovna Blavastsky y Alice Baley son para la Sociedad Teosófica. Un escritor inspirado nos amonesta: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios” (Jn 4:1).
2. Debemos emplear los principios de la hermenéutica para interpretar correctamente las Sagradas Escrituras
Si Guillermo Miller e Hiram Edson hubieran considerado el contexto y la situación histórica de Daniel 8:14, nunca habrían considerado ese texto como una posible fecha del retorno de Cristo. También pasaron por alto lo que había dicho Cristo sobre la imposibilidad de conocer el día o la hora de su advenimiento. Debemos recordar que se interpreta la Biblia por la Biblia y que la Biblia es el mejor intérprete de sí misma.
3. Los Adventistas del Séptimo Día son la misma herética denominación que fue tan clara y firmemente condenada por las iglesias evangélicas de los siglos XIX y principios del XX.
Son las iglesias evangélicas las que han cambiado. Los neo-evangélicos contemporáneos son incapaces de discernir la Verdad de la mentira, y son demasiado tibios para condenar el error cuando es expuesto a la luz de la Palabra de Dios. A principios del siglo XX los evangélicos que consideraban al adventismo un grupo religioso peligroso eran parte de la mayoría. En la actualidad ocurre todo lo contrario. No son, sin embargo, los adventistas quienes se han acercado a la Biblia en los últimos 50 años, son los evangélicos quienes se han alejado de ella. Si el Señor llamó dos veces a Su generación “mala y adúltera” por ser incapaz de “distinguir… las señales de los tiempos” (Mt 12:39; 16:4), ¿cómo llamará a la nuestra?
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NOTAS
* Estas cifras son mucho mayores en la actualidad.
1. William Fisher, ¿Por qué soy evangélico? (Kansas City: Casa Nazarena de Publicaciones),
2. Ibid.
3. Ibid.
4. Ibid.
5. Ellen G. White, The great controversy (Washington, D.C.: White Publications, s.f.)
6. Ibid
7. Ibid
8. Ellen White, Testimonies for the church (Tacoma Park, Washington D.C., White Publications, s.f.)
9. W.C. Irvine, Heresies Exposed (New York: Loizeaux Brother, 1955)
10. Walter Martin, Kingdom of the cults, op. cit
11. Ellen G. de White, El gran conflicto (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1973)
12. Ibid.
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Artículos & Estudios Recomendados
Nota: Lo que nos hace recomendar estos artículos es que fueron escritos por Wes Ringer, un ex Adventista del Séptimo Día que solía enseñar la doctrina adventista. Fue durante la comparación de las creencias adventistas con Biblia, que el autor llegó a la conclusión de que muchas doctrinas en el adventismo son falsas y, posteriormente, salió de la iglesia. Wes Ringer es ahora un misionero en África.
Daniel Siete Nueve: ¿Es compatible con los Adventistas del Séptimo Día - ¿Hay un "juicio investigador de los santos"?
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For English readers here is a couple of good sites to go:
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