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jueves, 14 de abril de 2022

SIETE PROMESAS A LOS VENCEDORES

En el libro de Apocalipsis, capítulos 2 y 3, encontramos que el Espíritu Santo da reconocimiento a un grupo de creyentes incondicionales y fieles a quienes llama “vencedores, en medio de una iglesia. Estos son los que vencen el pecado y la mundanalidad y los que se mantienen fieles al Señor en medio de la decadencia espiritual que los rodea. El Señor está principalmente interesado en los vencedores, y les dirige siete promesas.

La primera promesa se la dirige a los vencedores de la iglesia de Éfeso“Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios” (Ap 2:7). El Señor promete recompensa a los que vencieren: el privilegio de comer del árbol de la vida, el privilegio que Adán perdió. El árbol de la vida es un símbolo de la vida Divina, la naturaleza Divina. La mayor recompensa que Dios le puede dar a un ser humano es participar de Su naturaleza. Aquí en la tierra, incluso la mayoría de los creyentes no piensan demasiado en esto. Pero a la luz más clara de la eternidad, descubriremos que esta es, de hecho, la mayor de todas las recompensas que Dios puede dar a un ser humano.

La segunda promesa se la dirige a los vencedores de la iglesia de Esmirna: “El que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte” (Ap 2:11). La segunda muerte es la muerte eterna: es ser arrojado de la presencia de Dios por toda la eternidad al lago de fuego. Es significativo que la promesa de escapar de la segunda muerte se haga sólo a los vencedores. Por eso es tan importante vencer el pecado, porque la muerte es el resultado final del pecado (Stg 1:15). El mensaje fundamental del espíritu a lo largo del Nuevo Testamento es que debemos vencer el pecado en todas sus formas.

La tercera promesa se la dirige a los vencedores de la iglesia de Pérgamo: “Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe” (Ap 2:17). La piedra preciosa escondida con el nombre del vencedor escrito en ella representa una relación íntima con el Señor como la que tiene una novia con su novio. Este es el equivalente espiritual del anillo de compromiso (con una piedra preciosa cara y un nombre grabado en él) que los hombres mundanos les dan a sus prometidas. El novio llama a la novia por un nombre íntimo que nadie más conoce (Ap. 2:17). La intimidad nupcial con el Señor es una recompensa que se promete a todos los que vencen. El creyente promedio tiene una relación superficial y aburrida con Cristo, porque no es radical en su odio al pecado y la mundanalidad. Pero el verdadero vencedor entra en una relación espiritualmente extática con su Señor, tal como la que una novia tiene con su novio de quien está profundamente enamorada. Este es el tipo de relación descrita en el Cantar de los Cantares, y solo un vencedor puede entenderlo completamente y experimentar su realidad.

La cuarta promesa se la dirige a los vencedores de la iglesia de Tiatira: “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero; como yo también la he recibido de mi Padre; y le daré la estrella de la mañana” (Ap 2:26-28).

El vencedor es descrito aquí por el Señor como aquel que guarda Sus obras hasta el fin (Ap 2:26). Las obras del Señor Jesús son Sus victorias sobre la tentación, en los días de su carne. El vencedor es aquel que vence la tentación, así como Él venció, y que persevera en este camino hasta el final. El Señor promete al vencedor la recompensa de la autoridad sobre las naciones en el futuro (Ap. 2: 26). La expresión “las regirá con vara de hierro” (Ap 2:27) describe el Reino Milenial del Señor, donde todo pecado será dura y sumariamente castigado. Al vencedor también se le promete “la estrella de la mañana” (Ap 2: 28). La estrella de la mañana es el Señor Jesús mismo (Ap 22:16). Él también es llamado “el Sol de justicia” que quemará a los incrédulos e impíos y traerá sanidad a las naciones (Mal 4:1-2). El mundo puede verlo solo como el Sol de justicia, pero los vencedores lo verán como la estrella de la mañana. La estrella de la mañana se ve justo antes del amanecer. En los últimos momentos de esta era, al final de la gran tribulación, mientras el mundo yace en tinieblas, sonará la última trompeta, y el Señor mismo con voz de mando descenderá del cielo. Entonces las generaciones de santos serán llevadas a su encuentro en el aire para darle la bienvenida de regreso a la tierra, entonces lo verán como la estrella de la mañana.

La quinta promesa se la dirige a los vencedores de la iglesia de Sardis: “El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida y confesaré su nombre delante de mi Padre y delante de sus Ángeles”. Dios tiene una lista con los nombres de aquellos que han mantenido puros sus corazones para Él. Esta pureza se refiere no solo a la libertad de los pecados de la carne, sino también a la libertad del pecado de buscar el honor de los hombres y otros pecados del espíritu. Este es el remanente de los vencedores que vivieron ante Dios en Sardis. A todos los vencedores se les promete la recompensa de ser vestidos con vestiduras blancas. Esto indica claramente que sólo los vencedores serán parte de la Nueva Jerusalén. A los vencedores también se les promete que sus nombres no serán borrados del libro de la vida del Cordero. El Señor también promete confesar el nombre del vencedor ante el Padre y ante Sus ángeles. Esta es una recompensa prometida a aquellos que sin vergüenza confiesan Su Nombre delante de los hombres (Mt 10:32; Lc 12:8). El Señor concede gran valor a que confesemos públicamente Su nombre ante nuestros familiares, amigos, vecinos y compañeros de trabajo.

La sexta promesa se la dirige a los vencedores de la iglesia de Filadelfia: “Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo” (Ap 3:12).

Lo que esto significa es que él será un apoyo (columna ) para otros en la comunidad espiritual, llevando sus cargas. Será un “padre” espiritual para los demás. En cada iglesia hay una gran necesidad de tales pilares. El vencedor tendrá escrito en su frente el nombre de Dios, el nombre de la Nueva Jerusalén y el nombre nuevo del Señor. En otras palabras, será identificado públicamente como un discípulo incondicional del Señor Jesús dondequiera que vaya.

La séptima promesa se la dirige a los vencedores de la iglesia de Laodicea: “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” (Ap 3:21). 

El Señor especifica que podemos vencer así como Él venció en los días cuando estuvo en la tierra. El Señor Jesús fue el primer Vencedor. Él es nuestro Precursor, quien ya ha vencido al mundo y al Diablo. Por eso fue exaltado para sentarse con el Padre en Su trono. Ahora nosotros también podemos vencer todo esto tal como lo hizo Él. Si lo hacemos, nosotros también podemos sentarnos con Él en Su trono algún día, como co-regidores en su reino.

Como se puede ver por estas citas, el Señor está interesado en recompensar a quienes sepan apreciar Su oferta. En realidad, no existe otra alternativa: sólo los vencedores heredarán la vida eterna. Decir, con falsa humildad, que no se está interesado en recompensas o galardones en la eternidad, es no haber visto la verdad de la Palabra. Quien tal hace, está ciego(a), todavía no le ha amanecido la vida espiritual (Is 8:20).

Este mini estudio debe ser leído junto con: 

EL VENCEDOR 

EL TRIBUNAL DE CRISTO O EL JUICIO DEL GRAN TRONO BLANCO 

NO OS CONOZCO 

PREPARADOS PARA LA VENIDA DEL SEÑOR

FRUTO O FUEGO 

LLORO Y CRUJIR DE DIENTES

¿SERÁ POSIBLE EXTRAVIARSE DEL BUEN CAMINO? 

DIOS ES AMOR, Y EL INFIERNO

DE LA SALVACIÓN INICIAL A LA FINAL 

LA PARÁBOLA MÁS IMPORTANTE 

GRACIA 

EL AMOR DE MUCHOS SE ENFRIARÁ 

EXAMINÉMOSNOS A VER SI ESTAMOS EN LA FE 

CADA UNO HACÍA LO QUE BIEN LE PARECÍA

AMARGO COMO EL AJENJO

COMENTARIO DEL APOCALIPSIS