Filipenses 1:21 dice: “Porque para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia”. Para entender las palabras de Pablo, primero debemos mirar el contexto.
El libro de Filipenses es una carta del apóstol Pablo a la iglesia en Filipos. En la epístola, Pablo anima a la iglesia, les da consejos, prescribe la vida que los cristianos deben llevar y más. Al comienzo del capítulo 1, Pablo comienza con saludos a la iglesia, haciéndoles saber cuánto los anhela (Fil. 1:1-8). Luego continúa hablando de su encarcelamiento presente en Roma e intenta tranquilizar a los miembros de la iglesia (Fil. 1:12-14). Pablo sabe que su sufrimiento está sucediendo por una razón, y esa razón es para promover el mensaje de Cristo: “Las cosas que me han sucedido, han redundado más bien para el progreso del evangelio” (Fil. 1:12).
En Filipenses 1:19-20, vemos el contexto de la declaración de Pablo “morir es ganancia”. Hasta ese momento, Pablo ya había sufrido mucho en sus tres viajes misioneros y sus aproximadamente 30 años de ministerio. 2 Corintios 6: 4-10 menciona brevemente algunas de las tribulaciones que tuvo que sufrir en su ministerio. Pero la lista más detallada está en 2 Corintios 11:22-33. Pablo escribe:
“¿Son hebreos? Yo también. ¿Son israelitas? Yo también. ¿Son descendientes de Abraham? También yo. ¿Son ministros de Cristo? (Como si estuviera loco hablo.) Yo más; en trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno? Si es necesario gloriarse, me gloriaré en lo que es de mi debilidad. El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien es bendito por los siglos, sabe que no miento. En Damasco, el gobernador de la provincia del rey Aretas guardaba la ciudad de los damascenos para prenderme; y fui descolgado del muro en un canasto por una ventana, y escapé de sus manos”.
Como si todo esto fuera poco, en el capítulo siguiente habla de su aguijón en la carne y del dolor que le causaban los hermanos de Corinto:
“Ciertamente no me conviene gloriarme; pero vendré a las visiones y a las revelaciones del Señor. Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar. De tal hombre me gloriaré; pero de mí mismo en nada me gloriaré, sino en mis debilidades. Sin embargo, si quisiera gloriarme, no sería insensato, porque diría la verdad; pero lo dejo, para que nadie piense de mí más de lo que en mí ve, u oye de mí. Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte. Me he hecho un necio al gloriarme; vosotros me obligasteis a ello, pues yo debía ser alabado por vosotros; porque en nada he sido menos que aquellos grandes apóstoles, aunque nada soy. Con todo, las señales de apóstol han sido hechas entre vosotros en toda paciencia, por señales, prodigios y milagros. Porque ¿en qué habéis sido menos que las otras iglesias, sino en que yo mismo no os he sido carga? ¡Perdonadme este agravio! He aquí, por tercera vez estoy preparado para ir a vosotros; y no os seré gravoso, porque no busco lo vuestro, sino a vosotros, pues no deben atesorar los hijos para los padres, sino los padres para los hijos. Y yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas, aunque amándoos más, sea amado menos. Pero admitiendo esto, que yo no os he sido carga, sino que como soy astuto, os prendí por engaño, ¿acaso os he engañado por alguno de los que he enviado a vosotros? Rogué a Tito, y envié con él al hermano. ¿Os engañó acaso Tito? ¿No hemos procedido con el mismo espíritu y en las mismas pisadas? ¿Pensáis aún que nos disculpamos con vosotros? Delante de Dios en Cristo hablamos; y todo, muy amados, para vuestra edificación. Pues me temo que cuando llegue, no os halle tales como quiero, y yo sea hallado de vosotros cual no queréis; que haya entre vosotros contiendas, envidias, iras, divisiones, maledicencias, murmuraciones, soberbias, desórdenes; que cuando vuelva, me humille Dios entre vosotros, y quizá tenga que llorar por muchos de los que antes han pecado, y no se han arrepentido de la inmundicia y fornicación y lascivia que han cometido” (2 Co. 12:1-21).
A esta lista de tribulaciones dada por el mismo Pablo debemos añadirle las que tuvo que padecer tras su arresto en Jerusalén (Hch. 20:27-40): prisión (Hch. 22:22-30), conspiraciones para matarlo (Hch. 23:12-22), encarcelamiento (Hch. 24:22-27), deportación a Roma para comparecer ante Nerón, y en medio de todo eso naufragio en alta mar (Hch. 27:1-44) y tres meses varado en Malta (Hech. 28:11).
Pablo fue golpeado, apedreado, odiado y ridiculizado por quienes él más amaba, a quienes les escribe esta epístola desde la cárcel. Pero aún así, Pablo encontró gozo en sus aflicciones, porque habían fortalecido su fe exponencialmente y le habían permitido servir como un poderoso testigo de Cristo. Predicar y vivir la Palabra de Dios era la meta más alta de Pablo, y estos infaustos eventos le habían brindado amplias oportunidades para evangelizar. Literalmente se presentó a sí mismo como “sacrificio vivo” (Ro. 12:1) para el reino de Dios. Debido a que había corrido fielmente la carrera que tenía por delante (He. 12:1), sabía que Dios sería honrado tanto por su vida como por su muerte (Fil. 1:19-20).
Esto nos lleva a la declaración de Pablo, “el vivir es Cristo y el morir es ganancia” (Fil.1:21). Como discípulos del Maestro, toda nuestra vida debe traer gloria a Dios, y Pablo tenía la seguridad de que, incluso en su sufrimiento, estaba logrando esa meta. Nuestro propósito en la tierra debe ser vivir como una luz de esperanza en las tinieblas del pecado y la muerte (Mt. 5:16). Vivimos una vida de sacrificio (“el vivir es Cristo”) para que podamos estar seguros, como Pablo, que toda nuestra existencia glorificará a Cristo Jesús.
Pero, como vemos en la segunda parte del versículo, Pablo sabía que su muerte también traería gloria a Dios, y no sólo eso, sino que sería el momento en que su fe se haría realidad y estaría con el Señor para siempre (“el morir es ganancia”). Pablo anhelaba el día en que la muerte lo presentaría cara a cara ante el Señor Jesús (Fil.1:23).
Todos los verdaderos discípulos nos sentimos atraídos por el cielo y anhelamos la eternidad con Cristo y el Padre. El cielo será mucho mejor que nuestra vida terrenal, porque estaremos presentes con nuestro Salvador en un lugar libre de pecado, dolor, incomprensión, enfermedad y muerte (2 Co. 5:8). Lo que perdamos en ésta vida, lo ganaremos en el cielo.
“Entonces uno de los ancianos habló, diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son, y de dónde han venido? Yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos” (Ap. 7:13-17).
“Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Ap. 21:3-4).
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