“El que recibe a un profeta por cuanto es profeta, recompensa de profeta recibirá” (Mt. 10:41).
Un “profeta” en este contexto no es solamente alguien que predice el futuro. Sino, también, es un predicador del evangelio, las buenas nuevas del sacrificio expiatorio de Cristo en la cruz por el pecado. Recibir a un profeta así significa no sólo abrazar su doctrina sino acogerlo, tratándolo con bondad y respeto por ser profeta del Señor (Mt. 10:41). En otras palabras, el profeta debe ser recibido porque es un fiel ministro del evangelio y porque predica y enseña la verdad. Aquellos que tratan a un profeta de esta manera tienen derecho a la misma recompensa de profeta que el profeta recibirá.
¿Cuál es exactamente la recompensa de profeta?
La Biblia no nos lo dice, pero puede ser una recompensa del propio profeta en el sentido de que interpreta las Escrituras, predica el verdadero evangelio y lleva al oyente a una comprensión más completa de la verdad.
Quienes reciben al profeta reciben de él un sentido más claro de las verdades de la Escritura y una comprensión más profunda de las cosas espirituales. Esta es una gran bendición, en verdad, tanto para el profeta, cuyo gozo está en enseñar y predicar, como para el oyente, que es edificado por esa enseñanza. Cada uno comparte la recompensa de profeta: uno al dar y el otro al recibir.
La recompensa de profeta también puede referirse a lo que los mismos profetas reciben: la recompensa del reino preparado para los creyentes desde la fundación del mundo (Ef. 1:11-14). A los que predican el evangelio y a los que lo reciben con gozo, se les promete la herencia como recompensa, si ambos sirven al Señor Jesucristo (Col. 3:23-24).
La recompensa de profeta también está íntimamente relacionada a la oración que el profeta hace por quienes lo reciben, o lo rechazan.
El Señor Jesús advirtió a los discípulos/profetas que no todos los recibirían a ellos ni a su mensaje. De hecho, algunos serán aborrecidos, desechados, apartados, vituperados, y todo “por causa del Hijo del Hombre” (Lc. 6:22). Pero los discípulos/profetas deben “gozarse en aquel día y saltar de alegría, porque vuestro galardón es grande en los cielos” (Lc. 6:23; cf. 2 Ti. 4:8).
¿Cómo podemos estar seguros de que recibiremos la recompensa de profeta? Hacemos lo que el Señor Jesús instruyó. Recibimos un profeta “en nombre de profeta”. Recibimos al fiel maestro y predicador de la Palabra de Dios con el corazón abierto y el espíritu dócil. Además, rechazamos a los que hablan sus propias palabras y a los que malinterpretan las Escrituras. Pablo advirtió a los corintios que no aceptaran “a otro Jesús” que no sea el Jesús que él predicaba, ni que aceptaran a un espíritu diferente ni un evangelio diferente (2 Co. 11:4). Sólo aquellos que enseñan de acuerdo con el único y verdadero evangelio pueden ser llamados verdaderos profetas de Dios, y aquellos que los asisten y los siguen recibirán la misma recompensa de profeta.
La recompensa de profeta también se aplica a la inversa, en sentido negativo. Jezabel no recibió al verdadero profeta de Dios, Elías, y recibió por eso su merecida recompensa (véase Jezabel y A mi manera). Herodías y su hija Salomé no recibieron a Juan el Bautista, y también recibieron su recompensa (véase Salomé: Princesa idumea que sirvió al demonio). Podríamos seguir mencionando a los contemporáneos de Noé, a los conciudadanos de Lot, a Faraón, a Saúl, a Salomón, a Nabucodonosor, etc. Y en el Nuevo Testamento podríamos mencionar a los fariseos, a Judas, a Demas, a todo Israel cuando cayó a manos de Tito el año 70 d. C., al Imperio Romano que dejó de existir. Todos ellos rechazaron a los profetas de Dios, y todos ellos recibieron su justa recompensa.
Así que la recompensa del profeta es una espada de doble filo que por un lado puede herir, pero por el otro mata. El Maestro usó la figura de la roca (Mt 21:44).
¡Cuidado como tratas al profeta que el Señor te he enviado! Él ha dicho: “Y cualquiera que de a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo [profeta], de cierto os digo que no perderá su recompensa” (Mt. 10:42).
Hasta la recompensa del justo es de temer y de codiciar: “... y el que recibe a un justo por cuanto es justo, recompensa de justo recibirá” (Mt. 10:41). De codiciar si le haces el bien, de temer si le haces el mal—recuerda a Lot (2 P. 2:7-8), y la recompensa de Sodoma y Gomorra (Gn. 19:24-29).
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