El rey David había estado ausente de la escena de la historia hebrea durante unos 135 años cuando comienza esta historia. Su gran reino se había dividido en dos subreinos debilitados debido al gran pecado de Salomón, el hijo de David con Betsabé. El reino del sur, Judá, estaba siendo gobernado por sus descendientes, mientras que el reino del norte, Israel, sufría al mando de una sucesión de hombres malvados. Uno de ellos es el marido en la próxima relación matrimonial que vamos a estudiar.
Se le presenta a las páginas de la Escritura con estas impactantes palabras: “Y reinó Acab hijo de Omri sobre Israel en Samaria veintidós años. Y Acab hijo de Omri hizo lo malo ante los ojos de Jehová, más que todos los que reinaron antes de él” (1 R. 16:30). Acab tiene la infame distinción de ser el rey más malvado que reinó sobre Israel hasta su día. Esperamos casi cualquier cosa de un hombre así, y no nos sorprende leer: “Porque le fue ligera cosa andar en los pecados de Jeroboam hijo de Nabat, y tomó por mujer a Jezabel, hija de Et-baal rey de los sidonios, y fue y sirvió a Baal, y lo adoró” (1 R. 16:31).
“Sidonios”, era otro nombre para los fenicios, ese pueblo marinero de la costa mediterránea que ocupaba las grandes ciudades de Tiro y Sidón. Con la amenaza constante de Siria y la creciente amenaza de Asiria, Acab decidió que necesitaba una alianza con esta nación vecina, por lo que hizo un tratado con el rey de Fenicia y lo selló al casarse con su hija. Así sucedió que Jezabel se mudó a Samaria, la capital de Israel. Sólo hay una forma de describir su llegada: un torbellino de maldad golpeó a Israel.
El rey de Fenicia no sólo era el líder político de su pueblo, también era el sumo sacerdote de su religión, como su nombre Et-baal implica. Jezabel había crecido inmersa en la adoración de Baal y su consorte femenina, Asera (o Astarté). Se consideraba que Baal era el dios de la tierra. La poseía, decían, y controlaba su clima y el aumento de sus cosechas y ganado. Asera era considerada la diosa madre de la fertilidad. De modo que los ídolos de Baal y Asera estaban uno al lado del otro en sus templos y eran adorados por sacerdotes y prostitutas del templo con danzas lascivas y orgías “sagradas”, con la esperanza de que su dios y su diosa seguirían su ejemplo y aumentarían la productividad de su agricultura, sus animales y sus niños. En tiempos de crisis como las hambrunas, los adoradores se laceraban a sí mismos e incluso sacrificaban a sus hijos para apaciguar a los dioses e implorar su ayuda.
Jezabel era una fanática de su religión. La adoración de Jehová debió parecerle aburrida y simple en comparación, y ella estaba decidida a cambiarla. Era una mujer testaruda, obstinada y dominante, y con un débil moral por marido, no tuvo problemas para salirse con la suya. Ella consiguió que él construyera una casa para Baal al lado del palacio en Samaria, así como una Asera, es decir, un ídolo de la diosa de la fertilidad. Luego trajo 450 profetas de Baal y 400 profetas de Asera desde Fenicia, los alojó en el palacio y los alimentó al estilo real. El deber de estos “profetas” habría sido promover la adoración de Baal y Asera en toda la tierra de Israel.
No satisfecha con establecer su religión en Israel, Jezabel buscó acabar con todo remanente de adoración a Jehová y matar a todo verdadero profeta de Dios. Tenía que hacer las cosas completamente a su manera, y casi lo consiguió. Algunos profetas sobrevivieron comprometiendo sus convicciones y convirtiéndose en lambiscones de Acab. Un grupo de 100 profetas de Jehová fue escondido en una cueva y alimentado en secreto por un siervo piadoso de Acab llamado Abdías. Pero Elías fue el único lo suficientemente valiente para oponerse abiertamente a la maldad de Jezabel. Dios le dio una gran victoria cuando hizo descender fuego desde el cielo sobre el Monte Carmelo. Los profetas de Baal fueron todos asesinados por Elías, y parecía que la nación volvería a Dios. Pero Jezabel no había terminado con su siniestro trabajo. Ella juró en su ira que mataría a Elías, y él corrió por su vida. El profeta colapsó de agotamiento en el desierto, bajo un enebro, y suplicó a Dios que lo dejara morir. Fue el punto más bajo en el gran ministerio del piadoso profeta, extenuado por la ordalía contra los profetas de Baal y la posterior huída de la malvada reina. Y la adoración a Baal continuó, arrastrando a la nación a nuevas profundidades de degradación. Esta mujer de Acab, obstinada, testaruda y rebelde, trajo perturbación y angustia a Israel en los años venideros.
Los matrimonios con personas obstinadas y rebeldes pueden traer gran infelicidad a todos los involucrados. La indomable voluntad propia de estas personas, que nunca se han rendido a Dios, rara vez cederá ante quienes las rodean. Con tozudez inquebrantable seguirán exigiendo su propia forma de hacer las cosas y buscando todos los medios y métodos posibles para hacer u obtener lo que quieren. No escucharán razones; no considerarán los sentimientos de los demás; no se enfrentarán a las posibles consecuencias de las acciones previstas. Creen que tienen razón y que otros están equivocados, y están decididas a salirse con la suya. Es evidente que saben muy poco del amor de Dios que “no busca lo suyo” (1 Co. 13: 5), sino sólo tienen un amor propio que insiste en sus propios derechos y exige su propio camino. Aquellos que viven con personas cuyo rasgo de carácter es la obstinación, el empecinamiento, la tozudez, la terquedad, la testarudez, la cerrazón de mente ante las razones bíblicas y la lúcida exposición de la Palabra, eventualmente se encontrarán emocionalmente destruidos. Para la supervivencia de quienes nos rodean, para la felicidad de nuestros cónyuges y para la armonía en nuestros matrimonios, debemos reconocer cada rastro de obstinación y rebeldía en contra de la Palabra de Dios en nosotros, reclamar la gracia de Dios para lidiar con ello y corregirlo.
Por supuesto, Acab era tan obstinado como Jezabel, pero con un temperamento diferente. Por un lado, había contraído voluntariamente un matrimonio que era políticamente conveniente, pero contrario a cada Palabra de Dios. Pero la voluntad caprichosa de Acab se vuelve aún más evidente en un incidente que lo involucró a él y a su huerto de legumbres. Poco después de casarse con Jezabel, Acab no sólo embelleció el palacio de Samaria para que se le llamara “la casa de marfil” (1 R. 22:39), sino que también construyó un segundo palacio en Jezreel, a veinticinco millas al norte, en una zona de clima más moderado en época de invierno. “Pasadas estas cosas, aconteció que Nabot de Jezreel tenía allí una viña junto al palacio de Acab rey de Samaria” (1 R. 21: 1). Acab decidió que quería la propiedad de Nabot, así que se acercó a él y le dijo: “Dame tu viña para un huerto de legumbres, porque está cercana a mi casa, y yo te daré por ella otra viña mejor que esta; o si mejor te pareciere, te pagaré su valor en dinero” (1 R. 21: 2). Nabot rechazó la oferta, tal como debía hacerlo, porque Dios había prohibido a los judíos vender su herencia paterna (Lv. 25: 23-34). Nabot simplemente estaba obedeciendo la Ley del Señor.
“Y vino Acab a su casa triste y enojado, por la palabra que Nabot de Jezreel le había respondido, diciendo: No te daré la heredad de mis padres. Y se acostó en su cama, y volvió su rostro, y no comió” (1 R. 21:4). ¿Se puede creer que un hombre adulto, un rey sobre diez tribus de Israel, actuara así de infantilmente? Las personas débiles y vacilantes como Acab a menudo quieren las cosas a su propio modo tanto como las personas rebeldes y dominantes como Jezabel. Pero reaccionan de manera diferente cuando no lo consiguen. Mientras las personas enérgicas levantan la voz y golpean la mesa, las débiles se amurran, se angustian, su alma comienza a hacer pucheros y no pueden mantenerse en pie, caen en cama o comienzan a subirse por las paredes (se vuelvan ansiosas). Sólo quieren sentir lástima por ellas mismas y hacer que todos a su alrededor sepan lo mal que lo están están pasando, lo injustos que son todos con ellas, lo mal que se las trata cuando se merecen todo lo contrario. Lo único que realmente logran dejar en claro es que todos sepan cuán egocéntricas e inmaduras son.
Las personas obstinadas, ya sea de tipo enérgico o débil, pueden arruinar un matrimonio. El problema a menudo comienza cuando, según ellas, su cónyuge infringe sus derechos inviolables. Tal vez el marido no permita que su mujer haga algo que ella cree que tiene derecho a hacer, o que ella invite familiares a la casa sin avisarle a él el mismo día que él espera pasar una velada romántica con ella. En lugar de dejar que el amor y la gracia del Espíritu del Señor los controlen, la naturaleza pecaminosa se hace cargo y entran en la rutina de reproches y autojustificación, o lo que sea que prevalezca sobre ellas en ese momento. Y eso, con el tiempo, de forma lenta pero segura, erosiona la relación. Y esa voluntad propia inflexible que nunca ha sido quebrantada y cedida a Dios puede, en última instancia, conducir a problemas mucho mayores. La mujer puede decir: “Ha llegado el momento de que piense sólo en mí. Me cansé de tus migajas de cariño. Voy a buscar algo de felicidad para mí, y no me importa lo que diga la Biblia”.
Dios quiere romper nuestra voluntad pecaminosa y obstinada. Quiere conquistarnos con su amor. El primer paso hacia la victoria es simplemente admitir que exigir continuamente nuestros derechos es desobediencia a la Palabra de Dios, y, por lo tanto, pecado. Habla con el Señor al respecto. Se honesta(o) con él. Díle francamente que prefieres salirte con la tuya que preocuparte por lo que diga tu cónyuge, y reconoce que esto es contrario a Su Palabra. Pídele que te ayude. Luego, por un acto de tu voluntad, determina hacer lo correcto a la luz de la Palabra de Dios: con un pasaje bíblico con capítulo y versículo en mano. Este paso de fe abrirá el canal del poder de Dios. Él no sólo te permitirá seguir adelante con tu decisión de actuar con amor (Dt. 6:5), sino que también te dará un placer genuino al hacer Su voluntad.
Pero volviendo a Acab y a su huerto de legumbres. Jezabel encontró a Acab enfurruñado en su cama y le preguntó: “¿Por qué está tan decaído tu espíritu, y no comes?” (1 R. 21: 5) Entonces Acab le contó cómo Nabot se negó a dejarle tener su huerto. Ella respondió: “¿Eres tú ahora rey sobre Israel?” (1 R. 21:7). Es decir, “¿Eres un hombre o un ratón (chillido)? ¿No sabes que eres el rey? Puedes tomar lo que quieras sin rendirle cuentas a nadie”. Con su trasfondo fenicio, Jezabel parecía no entender—no quería hacerlo, en realidad—que incluso el rey de Israel estaba sujeto a las leyes de Dios.
Descubrimos cuán profundamente este hombre débil y malvado fue dominado por su dominante esposa cuando ella dijo: “Levántate, y come y alégrate; yo te daré la viña de Nabot de Jezreel” (1 R. 21: 7). Planeaba cometer un crimen espantoso; iba a pagar a dos testigos falsos para que testificaran que habían oído a Nabot blasfemar contra Dios y contra el rey, de modo que tanto él como sus hijos fueran apedreados hasta la muerte y así el rey podría reclamar su tierra (véase 2 R. 9: 26). Iba a enseñarle a Acab su filosofía de vida: “Toma lo que quieras y destruye a todo el que se interponga en tu camino”. Dicho y hecho. Y Acab no tuvo el valor de detenerla.
Un hombre hará cosas estúpidas cuando su mujer se burla de él y lo ridiculiza. “¿Por qué no te enfrentaste a él?”, una esposa se burló cuando se enteró del último desacuerdo de su marido con el jefe. “¿Cuándo vas a empezar a actuar como un hombre?” Así que la próxima vez lo hizo, perdió su trabajo y todos sufrieron. El siguiente round fue así: “Ni siquiera puedes mantener a tu familia. ¿Qué clase de hombre eres?” Así que él le demostró qué clase de hombre era, pateándola hasta enviarla al hospital. Él fue a parar a la cárcel, y nuevamente todos en la familia sufrieron. Un hombre necesita el respeto de su mujer, no que ella lo ridiculice o, peor aún, lo humille hablándole a otros mal de él. De este vergonzoso incidente en la vida de Acab, Dios dijo: “A la verdad ninguno fue como Acab, que se vendió para hacer lo malo ante los ojos de Jehová; porque Jezabel su mujer lo incitaba” (1 R. 21:25). Algunos hombres necesitan ser estimulados, sin duda, ¡pero no para hacer el mal! Una esposa piadosa desafiará a su esposo a escuchar a Dios y vivir para Él, no a pecar.
Pero la historia no ha terminado. Estos dos fueron rebeldes hasta el final. Elías se reunió con Acab en el viñedo de Nabot y pronunció el juicio de Dios sobre él y su esposa por sus malas acciones. Fue varios años después cuando este juicio vino sobre Acab, y también es una historia de tozudez y rebeldía. El incidente comenzó en una ciudad al este de Jordania llamada Ramot-Galaad, que Acab dijo que pertenecía a Israel pero que aún estaba en manos de Siria. Cuando Josafat, rey de Judá, fue a visitar a Acab, le preguntó si iría a la batalla con él por Ramot de Galaad. Josafat estuvo de acuerdo, pero primero quiso consultar al Señor. Acab reunió a sus profetas lambiscones quienes le aseguraron que el Señor entregaría a Ramot de Galaad en manos del rey. Pero Josafat todavía no estaba satisfecho. Quería otra opinión: “¿Hay aún aquí algún profeta de Jehová, por el cual consultemos?” (1 R. 22: 7). Y Acab respondió: “Aún hay un varón por el cual podríamos consultar a Jehová, Micaías hijo de Imla; mas yo le aborrezco, porque nunca me profetiza bien, sino solamente mal” (1 R. 22: 8). Se llamó a Micaías, y aunque él sabía que su vida estaba en peligro, habló lo que Dios le dijo. Israel sería esparcido por los montes como ovejas sin pastor (1 R. 22:17). Como podríamos esperar, Acab rechazó la profecía de Micaías y lo encarceló. Iba a tener lo que quisiera y a hacer lo que quisiera, independientemente de la voluntad de Dios.
Pero no funcionó como él lo había planeado. Acab sabía que los sirios lo perseguirían personalmente, por lo que se quitó las vestiduras reales y se disfrazó de soldado regular. “Y un hombre disparó su arco a la ventura e hirió al rey de Israel por entre las junturas de la armadura, por lo que dijo él a su cochero: Da la vuelta, y sácame del campo, pues estoy herido” (1 R. 22:34). Ese soldado no sabía que le estaba disparando al rey, pero su flecha penetró la estrecha hendidura entre las piezas de la armadura de Acab. Muy pocos arqueros habrían sido tan precisos. Era obvio que Dios estaba guiando esa flecha, y la voluntad propia de Acab y su rebeldía terminaron en su prematura muerte ese mismo día.
Jezabel le sobrevivió por casi catorce años. Jehú, el capitán del ejército de Israel, iba a ser el instrumento del juicio divino en su caso. Después de matar al rey Joram, hijo de Acab, se dirigió a Jezreel. La Escritura dice: “Vino después Jehú a Jezreel; y cuando Jezabel lo oyó, se pintó los ojos con antimonio, y atavió su cabeza, y se asomó a una ventana” (2 R. 9:30). Sabía lo que estaba a punto de suceder, pero iba a morir como una reina, arrogante, obstinada y rebelde hasta el final. Gritó insultos a Jehú desde la ventana de su piso de arriba, pero por orden de Jehú, varios de sus siervos la defenestraron: “Y él les dijo: Echadla abajo. Y ellos la echaron; y parte de su sangre salpicó en la pared, y en los caballos; y él la atropelló ” (2 R. 9:33). ). Fue una muerte violenta, pero ilustró de nuevo la severidad con la que Dios está dispuesto a juzgar la obstinación pecaminosa en oposición a Su voluntad.
Sin embargo, el espíritu rebelde de este matrimonio continuó viviendo en sus hijos. Este es a menudo el efecto secundario más triste de vidas como la de Acab y Jezabel. Más tarde, dos hijos de Acab y Jezabel gobernaron en Israel. El primero fue Ocozías. De él dice Dios: “E hizo lo malo ante los ojos de Jehová, y anduvo en el camino de su padre, y en el camino de su madre, y en el camino de Jeroboam hijo de Nabat, que hizo pecar a Israel; porque sirvió a Baal, y lo adoró, y provocó a ira a Jehová Dios de Israel, conforme a todas las cosas que había hecho su padre” (1 R. 22:52-53). El segundo hijo en reinar fue Joram. Mientras Jehú cabalgaba para vengarse de la casa de Acab, Joram le gritó: “¿Hay paz, Jehú?” Jehú resumió el reinado de Joram con su respuesta: “¿Qué paz, con las fornicaciones de Jezabel tu madre, y sus muchas hechicerías?” (2 R. 9:22).
Acab y Jezabel también tuvieron una hija, Atalía, y ella se casó con otro hombre llamado Joram, hijo de Josafat, rey del reino del sur de Judá. “Y anduvo en el camino de los reyes de Israel, como hizo la casa de Acab; porque tenía por mujer a la hija de Acab, e hizo lo malo ante los ojos de Jehová” (2 Cr. 21:6). Así fue como la influencia maligna se trasladó al sur. A la muerte de Joram, su hijo con Atalía se convirtió en rey de Judá. “Cuando Ocozías comenzó a reinar era de cuarenta y dos años, y reinó un año en Jerusalén. El nombre de su madre fue Atalía, hija de Omri. También él anduvo en los caminos de la casa de Acab, pues su madre le aconsejaba a que actuase impíamente. Hizo, pues, lo malo ante los ojos de Jehová, como la casa de Acab; porque después de la muerte de su padre, ellos le aconsejaron para su perdición” (2 Cr. 22: 2-4). ¡Y la influencia maligna siguió viva!
Sólo Dios sabe cuántas generaciones se verán afectadas por nuestra rebeldía y el deseo de imponer nuestra voluntad, por nuestra insistencia en hacer las cosas a nuestra manera en lugar de la de Dios. Esta historia de impacientes, testarudos y rebeldes debería proporcionar el incentivo que necesitamos para deshacernos de todo remanente de esos rasgos y entregarnos plenamente a hacer la voluntad de Dios. El Señor nos dice: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mt. 16:24-26). Negarse a sí mismo significa renunciar a ser uno el centro de sí mismo, y hacer la voluntad de Dios revelada en Su Palabra.
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De la serie: MATRIMONIOS DE LA BIBLIA