En el lenguaje simbólico de la Biblia el árbol representa al ser humano. Esto es algo que se puede apreciar fácilmente en los siguientes pasajes:
Alguien que sirve al Señor fielmente “Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará” (Sal. 1:3).
“El justo florecerá como la palmera; crecerá como cedro en el Líbano” (Sal. 92:12).
“El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados; a ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya” (Is. 61:3).
La bendición de una vida larga es semejante a los árboles (Is. 65:22).
El juicio sobre justos e injustos es descrita así por Juan el bautista:
“Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego” (Mt. 3:10).
El olivo es el árbol que simboliza a los creyentes, tanto gentiles como judíos (Ro. 11:7).
En todos estos pasajes, y en muchos otros que se pueden encontrar en la Biblia, el árbol simboliza al ser humano. Sin embargo, por alguna inexplicable razón, la mayoría de lo comentadores bíblicos no aplican esta regla de interpretación al texto de Eclesiastés que ocupamos como título de este artículo. Los comentarios toman el texto completo, que dice:
“Si las nubes fueren llenas de agua, sobre la tierra la derramarán; y si el árbol cayere al sur, o al norte, en el lugar que el árbol cayere, allí quedará” (Ec. 11:3).
...y concluyen, en términos generales, algo así como: “El mundo está gobernado por leyes fijas, cuya operación el hombre no tiene poder para suspender” [Ellicott’s Commentary for English Readers].
Casi ningún comentarista aísla la segunda parte del texto “y si el árbol cayere al sur, o al norte, en el lugar que el árbol cayere, allí quedará” para explicar la singularidad y el significado espiritual de la figura de lenguaje utilizada.
¿Está el Señor hablándonos de que el mundo está gobernado por leyes fijas, cuya operación el hombre no tiene poder para suspender, o nos está advirtiendo de lo eterno de la condición que sellamos aquí en esta vida?
No podemos ignorar que el árbol simboliza al ser humano en la Biblia. No podemos ignorar que el “caer” del árbol representa la muerte. Y tampoco podemos ignorar que la imposibilidad de moverlo es figura del destino eterno.
Aunque Salomón, el escritor de Eclesiastés, utiliza un enfoque meramente humano para hacer sus observaciones, tampoco debemos pasar por alto que si su libro está incluido en el canon bíblico es porque contiene verdades espirituales que el mismo escritor no estaba al tanto de estar tocando. No todos los escritores bíblicos entendieron a cabalidad lo que estaban escribiendo (Dn. 8:27;12:8-9). El significado de un texto puede permanecer completamente desconocido para el escritor si el Autor lo reservaba para que la posteridad sea la que lo entienda.
El significado del críptico texto: “y si el árbol cayere al sur, o al norte, en el lugar que el árbol cayere, allí quedará” (Ec. 11:3b), es una solemne advertencia escatológica: aquí sellamos nuestro destino eterno. Salomón describe en forma poética lo que el redactor de la Epístola a los Hebreos dijo lisa y llanamente: “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (He. 9:27).
El libro de Eclesiastés está repleto de ilustraciones poéticas que sólo se pueden explicar a las luz del Nuevo Testamento. Este es sólo uno de esos numerosos ejemplos.