En 2 Corintios 12:7-10, el apóstol Pablo describe una aflicción que él llama “aguijón en la carne”. No sabemos la naturaleza precisa de su aguijón. Los comentaristas bíblicos han sugerido que su flagelo personal pudo haber sido una lucha contra la ceguera intermitente, o alguna otra dolencia física parecida. Otros han propuesto que podría haber sido una tentación acosadora similar a la depresión espiritual o la ansiedad. Si bien no conocemos exactamente la naturaleza de su aguijón, Pablo comparte su propósito.
“Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co 12:7-10)
Pablo había sido arrebatado al tercer cielo. Nos cuenta antes en la misma epístola: “Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar. De tal hombre me gloriaré; pero de mí mismo en nada me gloriaré, sino en mis debilidades. Sin embargo, si quisiera gloriarme, no sería insensato, porque diría la verdad; pero lo dejo, para que nadie piense de mí más de lo que en mí ve, u oye de mí” (2 Co 12:2-6).
Sabiendo que el pecado que podía ser su caída era el envanecimiento u orgullo, el Señor le proporcionó un “regalo” (“me fue dado”) en la forma de un “aguijón” que tenía la intención de hacerlo perpetuamente consciente de su necesidad desesperada tanto de la gracia de Dios como de su obligación de cumplir su vocación apostólica. Según su propio testimonio (1 Ti 1:13; Fil 3:3-9), la humildad y la dependencia de Dios no eran algo natural para Pablo, menos tras su visita al paraíso.
A través de este aguijón (sea lo que fuere), la oportunidad para que el Señor Jesús se manifestara se incrementó exponencialmente. El Señor llama a esta influencia “gracia”. A causa de su aguijón, Pablo llegó a experimentar cada vez más el poder de Dios. Tanto es así que en realidad podía deleitarse en las debilidades, en los insultos, en las penalidades, en las persecuciones y en todo tipo de dificultades; porque mientras más débil era humanamente hablando, más poderosamente actuaba en y a través de él el Espíritu del Señor (2 Co. 2:10).
Si bien nadie puede reclamar para sí el título de apóstol, todos los que servimos al Señor podemos entender lo que es tener una carne orgullosa, rebelde y autodependiente. De tal manera que todos los siervos del Señor debemos esperar recibir de Él el regalo de un aguijón en la carne.
Estos aguijones tienen para cada uno de nosotros diferentes formas, tamaños e intensidades. Algunos sufrimos un dolor agudo, que puede ser físico, emocional (mental) o espiritual, y que pueden ceder con el tiempo. Otros son crónicos, continuos, persistentes e implacables.
En Pablo, parece ser que el aguijón era crónico aunque intermitente. No se le quitaba, pero su intensidad variaba. En otras palabras, no tenía remedio pero a veces experimentaba alivio. En un caso así, la resignación no se encuentra en ninguna parte sino en saber que el Señor tiene un propósito para el dolor.
Intentar definir estos aguijones nos puede ayudar a orar para que sean removidos (algunos pueden serlo cuando el carácter se ha corregido), nos animemos a aprender la lección y no desperdiciemos la oportunidad de experimentar la gracia de Dios en nuestras vidas como resultado de la experiencia. A continuación hay algunos pensamientos sobre cómo podrían verse nuestros aguijones.
Aflicciones Físicas
Estas pueden ser los aguijones más comunes. Sin embargo, no estamos diciendo que las enfermedades, las lesiones, los accidentes o todas las limitaciones físicas sean el resultado directo del orgullo o el envanecimiento. No podemos saber las razones exactas por las que Dios permite providencialmente estas dificultades en quienes las sufren. Simplemente estamos diciendo que no desperdiciemos el dolor. Ora por su remoción. Pero mientras sufres, escucha la voz del Señor Jesús decir: “Mi gracia te basta, porque mi poder se perfecciona en la debilidad”. Como Pablo, puede ser que esta sea toda la respuesta que recibas.
Aflicciones Mentales (Emocionales)
Aquellos que sufrimos de condiciones como depresión, TOC, introversión severa u otros trastornos de la química cerebral sabemos cuán debilitantes pueden ser estos aguijones. Si bien es correcto orar por la curación de los problemas relacionados con estas condiciones y leer literatura cristiana especializada que nos ayuda a tratarlos, ¿qué pasaría si permitiéramos que la lucha restante nos acerque más al Señor Jesús? Así como la Ley fue dada para llevarnos al Señor Jesús para que Él pudiera manifestar la gracia(1), ¿qué pasaría si nuestros aguijones fueran dados en realidad para acercarnos a Él para vivir la nueva vida con más de Su gracia(2)? Una vez más, la humilde exhortación (de alguien que entiende) es no desperdiciar el dolor sino dejar que abra de par en par las compuertas de tu ser para que el Señor se manifieste como Todo-suficiente.
Aflicciones Financieras
Pablo nos advierte: “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Ti 6:5-10). Nuestra esperanza en esta vida debe estar centrada en los propósitos soberanos de Dios y en la difusión de su Palabra. Sin embargo, la mayoría de los “cristianos” todavía ponen su esperanza en las comodidades mundanas que les prometen la seguridad financiera. Por supuesto, esta promesa es un completo engaño. El mundo está aprendiendo lenta y dolorosamente que no somos inmunes a nuevas enfermedades ni somos inmunes al colapso financiero. Si bien esto podría no ser un aguijón clásico, ¿qué pasaría si usáramos esta temporada de incertidumbre para confesar nuestro materialismo y renunciar a nuestras idolatrías (codicia, avaricia), abriendo un camino para que el Señor Jesús venga a nuestras vidas con el poder de su Espíritu, dándonos no una temporal sino una eterna esperanza de gloria. De hecho, nuestras mejores vidas no serán ahora sino entonces. ¿Qué pasaría si una aflicción financiera diera a luz esta esperanza viva en nuestros corazones?
Aflicciones Interpersonales
El aguijón de Pablo le hizo “deleitarse en insultos y persecuciones”. ¡¿Qué?! ¿Cómo es eso posible… y por qué? A veces, estos ataques provienen de personas ajenas a la iglesia. Sin embargo, líderes cristianos como Pablo a lo largo de la historia atestiguan haber sido heridos por cristianos profesantes y hermanos cercanos que se quejan sin ofrecer soluciones, critican sin alentar y acuchillan por la espalda con palabras difamatorias. Pensando que están haciendo la voluntad de Dios (como los fariseos), actúan como agentes de Satanás para causar división y perturbación. Esto muy bien puede ser un aguijón en la carne: no es un objeto, una enfermedad o una circunstancia, sino un grupo de personas como los judaizantes en Galacia y los creyentes carnales de Corinto, y Demas, y todos los que abandonaron a Pablo cuando fue encarcelado en Roma por segunda y última vez. Un aguijón como este puede darse en la vida de un padre y marido que entra a la cocina de su casa a la hora de almuerzo un día solo para enterarse que su mujer e hijo lo han abandonado después de preparar entre ellos por meses (sino años) el traidor adiós.
El contexto más amplio de la carta que escribe Pablo indica que esto era exactamente lo que había sucedido en la iglesia de Corinto, revelando que las heridas interpersonales que había recibido no eran de manos de incrédulos, sino de hermanos en la fe. Aquellos que lo insultaban y perseguían eran, sin saberlo, herramientas en manos del enemigo, que socavaban la unidad de la iglesia y el ministerio de Pablo con sus injurias. Sus ambiciones impías fracasarían de la misma manera que fracasó la injusta persecución del Señor Jesús por parte de los fariseos.
Es posible que la aflicción interpersonal no sean flechas dirigidas a un líder, sino simplemente un conflicto con un miembro de la familia que tiene expectativas alternativas sobre quién debe ser o qué debe hacer. Tal vez como discípulo del Maestro, tus decisiones no son populares entre los miembros de tu familia, y te sientes abandonado y excluido. Si bien el conflicto relacional es un aguijón singularmente agonizante, el Padre querría que veamos incluso esta aflicción a la luz de un propósito mayor que nos permita escuchar al Señor Jesús hablarnos de esta manera, diciendo: “Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad”.
Gracia. Este es el propósito de nuestros aguijones. Porque cuando somos traspasados por una espina, podemos recordar que el Señor Jesús mismo fue traspasado por muchas espinas por nosotros. De hecho, en vista de la cruz, podemos saber que aunque nuestras espinas son siempre menores que las suyas, siempre tienen el mismo propósito, están destinadas a aumentar nuestra experiencia de gracia sobre gracia.
La gracia me dice que mi aflicción física es una prueba temporal a la luz de la eternidad.
La gracia me dice que mis aflicciones mentales pueden hacerme mucho más empático con los demás de lo que podría ser de otra manera.
La gracia me dice que mis aflicciones financieras no son comparables con la gloria que será revelada.
La gracia me dice que, independientemente de los insultos y acusaciones que alguien pueda lanzarme, la realidad es mucho peor. Soy un pecador mucho más grande de lo que me acusan, y tengo una necesidad más desesperada de la misericordia de Dios de lo que nadie podría imaginar. Y, sin embargo, soy mucho, mucho más perdonado, aceptado y amado por el Padre de lo que jamás podría soñar.
“Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo (gracia). Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co 12:9b-10).
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