El llamado inicial de Eliseo es instructivo. Después de una poderosa demostración del poder de Dios en contra de los profetas de Baal, y que la lluvia regresara después de una larga sequía, la reina Jezabel procuraba matar a Elías. Temeroso, el profeta huyó. Fue fortalecido por un ángel y preparado para un viaje de cuarenta días hacia el monte Horeb. Allí, Elías confesó que había creído ser el único profeta fiel que quedaba. Dios le dijo que regresara por el camino por donde había venido, ungiera a Hazael rey de Siria, y a Jehú, rey de Israel, y a Eliseo para que fuera profeta en su lugar. Dios dijo, “Y el que escapare de la espada de Hazael, Jehú lo matará; y el que escapare de la espada de Jehú, Eliseo lo matará” (1 R 19:17). Él también le aseguró a Elías que había 7.000 restantes que no habían doblado su rodilla a Baal.
Elías obedeció la Palabra de Dios y encontró a Eliseo, que estaba arando con una yunta de bueyes en ese momento. Elías puso su manto sobre Eliseo, lo cual era una señal de que las responsabilidades de Elías recaerían sobre Eliseo, y Eliseo dejó sus bueyes y corrió detrás del profeta. Eliseo solo le pidió que lo dejara despedirse de su familia y luego se iría con él. Eliseo regresó, tomó un par de bueyes y los mató, y con el arado de los bueyes coció la carne, y la dio al pueblo para que comiesen. Después, se levantó y fue tras Elías, y le sirvió. Eliseo respondió al llamado inmediatamente. Él se alejó completamente de su antigua vida, básicamente ofreciendo una celebración y sin tener la opción de regresar a sus bueyes. No solo Eliseo dejó su vida pasada, también se convirtió en un siervo en su nueva vida (1 R 19:21).
Eliseo parecía amar a Elías como si este fuera su padre. Se negó a dejar a Elías antes de que él fuera alzado al cielo, a pesar de que Elías le dijo que lo dejara solo. Elías le permitió a Eliseo quedarse con él, y preguntó qué podía hacer por su discípulo antes de que se marchara. Eliseo pidió una doble porción del espíritu de Elías. Esta no fue una petición ambiciosa, sino más bien una que indicaba que Eliseo quería ser considerado como hijo de Elías. Elías le dijo a Eliseo que, si lo veía cuando fuera alzado al cielo, entonces la doble porción sería para él. Eliseo, efectivamente, vio el carro de fuego con caballos de fuego que los separó a ambos, y vio a Elías subiendo al cielo en un torbellino. Eliseo recogió el manto de Elías y caminó hasta el río Jordán. Eliseo golpeó las aguas con el manto, y estas se dividieron, tal como había sucedido con Elías. Los demás profetas que fueron testigos de esto, reconocieron que ahora el espíritu de Elías reposaba sobre Eliseo. Como Dios había decretado, ahora Eliseo sería Su profeta para el pueblo (2 R 2:1-18).
Como Dios le había dicho a Elías en la montaña, fue durante el ministerio de Eliseo que el culto organizado a Baal se erradicó (2 R 10:28). En su ministerio, Eliseo viajó extensamente y se desempeñó como asesor de los reyes, un compañero de la gente común, y un amigo tanto de israelitas como de extranjeros.
Hay muchos relatos conocidos del servicio de Eliseo como profeta. El sanó las aguas de Jericó (2 R 2:19-21) y a unos jóvenes que se burlaron de él, los maldijo y dos osos del monte salieron y los despedazaron (2 R 2:23-25). Multiplicó el aceite de la viuda (2 R 4:1-7), profetizó un hijo para una acomodada mujer sunamita que lo acogió y posteriormente resucitó a ese mismo hijo (2 R 4:8-37). Eliseo también quitó el veneno de una olla de guisado (2 R 4:38-41) y multiplicó veinte panes de cebada para alimentar a cien hombres (2 R 4:42-44). Sanó a Naamán de la lepra (2 R 5) e hizo que la cabeza de un hacha prestada flotara (2 R 6:1-7). Los milagros que Eliseo realizó son, en su mayor parte, actos de amabilidad y bendición. Otros milagros se parecen mucho a algunos de los milagros de Cristo, tales como la multiplicación de los alimentos (Mt 16:9-10) y la curación de los leprosos (Lc 17:11-19).
Eliseo ofreció consejo al rey de Israel. Un incidente habla de la advertencia que Eliseo le da al rey sobre los movimientos del rey de Siria. Cuando el rey de Siria descubre que Eliseo era el que estaba frustrando sus planes, intentó capturar al profeta. Cuando Giezi, el siervo de Eliseo vio a los siros que habían venido contra ellos, tuvo miedo. Pero Eliseo le dijo que no tuviera miedo porque “los nuestros son más que los de ellos”. Y oró Eliseo, “Señor, ábrele los ojos para que pueda ver. El Señor abrió los ojos al criado y este vio que el monte estaba lleno de caballos y carros de fuego alrededor de Eliseo” (2 R 6:16-17). Sin embargo, uno no puede dejar de recordar cómo Eliseo había visto carros de fuego similares cuando Elías fue alzado al cielo. Luego, Eliseo oró para que los sirios fueran castigados con ceguera. Eliseo los llevó a Samaria, la capital de Israel, antes de pedirle al Señor que les abriera sus ojos. El rey de Israel preguntó si debía matar a los cautivos, pero Eliseo le aconsejó que más bien les preparara comida. Cuando se terminó el banquete, los sirios regresaron a su señor, y Siria dejó de atacar a Israel. Eliseo también profetizó sobre otros acontecimientos de importancia nacional e internacional respecto a Israel y Siria.
El rey Joás estaba reinando en el momento de la muerte de Eliseo. El rey visitó a Eliseo mientras que el profeta estaba enfermo, y lloró delante de él. Eliseo le dijo a Joás que tomara un arco y unas saetas y las lanzara estando la ventana abierta. Cuando Joás lo hizo, Eliseo le dijo que esta era la saeta de salvación de Dios sobre Siria. Luego, Eliseo le dijo al rey que golpeara la tierra con las saetas, pero Joás lo hizo tres veces y se detuvo. Eliseo se enojó. Si hubiera dado cinco o seis golpes, hubiera derrotado a Siria hasta no quedar ninguno; pero ahora sólo tres veces la derrotaría (2 R 13:14-19).
De la muerte de Eliseo, 2 Reyes 13:20 simplemente dice, “Y murió Eliseo, y lo sepultaron”. Aunque el pasaje continúa hablando sobre las bandas armadas moabitas que venían a Israel en la primavera de cada año: “Y aconteció que al sepultar unos a un hombre, súbitamente vieron una banda armada, y arrojaron el cadáver en el sepulcro de Eliseo; y cuando llegó a tocar el muerto los huesos de Eliseo, revivió, y se levantó sobre sus pies” (2 R 13:21). Dios quiso manifestar Su poder a través del profeta, incluso después de su muerte.
El Señor Jesús habla de Eliseo en Lucas 4:27. El pueblo había rechazado al Señor, entonces él les dijo que “ningún profeta es acepto en su propia tierra” (Lc 4:24). El Señor dijo que había muchos leprosos en Israel en el tiempo de Eliseo, pero sólo el sirio Naamán fue sanado.
Un estudio de la vida de Eliseo revelará la humildad del profeta (2 R 2:9; 3:11), su evidente amor por el pueblo de Israel (2 R 8:11-12), y su fidelidad en un ministerio de por vida. Eliseo fue obediente al llamado de Dios, siguiendo a Elías con entusiasmo y fidelidad. Eliseo claramente creía en Dios y confiaba en Él. Eliseo buscó a Dios, y por medio de él Dios obró poderosamente.
Giezi se menciona en la Biblia algunas veces, en el libro de 2 Reyes, como el siervo del profeta Eliseo. Giezi aparece en una historia sobre el hijo muerto de la sunamita a quien Eliseo resucitó (2 R 4: 18-37) y más tarde en una historia sobre cómo el rey de Israel le devolvió la propiedad robada a esa misma mujer (2 R 8: 1-6). Pero la historia más conocida sobre Giezi se refiere a un pecado que cometió, el intento de encubrimiento y el castigo que siguió (2 R 5:15-27).
La historia de la caída de Giezi comienza con un hombre llamado Naamán que comandaba el ejército de Siria. Naamán era un guerrero valiente, pero tenía una enfermedad incurable en la piel llamada lepra (2 R 5:1). Eliseo el profeta sanó a Naamán de su lepra por el poder del Señor (2 R 5:14), y Naamán alabó a Dios y le ofreció a Eliseo un regalo, que Eliseo se negó a aceptar (2 R 5:16). Naamán partió para Siria, pero Giezi, el siervo de Eliseo, corrió tras él y dijo una mentira para quedarse con el regalo de Naamán. En su mentira, Giezi invocó el nombre de su amo, haciéndolo parecer como si Eliseo quisiera el regalo después de todo: “Mi amo me envió a decir: Dos jóvenes de la compañía de los profetas acaban de venir a mí de la región montañosa de Efraín. Te ruego que les des un talento de plata y dos mudas de ropa” (2 R 5:22). Naamán estaba muy contento de cumplir, estaba feliz de poder dar algo en agradecimiento por su curación, e instó a Giezi a tomar el doble de plata de lo que había pedido. Giezi se fue a su casa con la plata y las vestiduras, que escondió. Más tarde, cuando Giezi se presentó ante Eliseo, mintió nuevamente en respuesta a la pregunta directa de Eliseo sobre dónde había estado (2 R 5:25). Pronto se hizo evidente que Eliseo sabía la verdad, que Dios le había revelado: “¿No estaba mi espíritu contigo cuando el hombre descendió de su carro para encontrarte?” (2 R 5:26). Luego vino el castigo de Giezi: “La lepra de Naamán se te pegará a ti ya tu descendencia para siempre” (2 R 5:27). Y, así, Giezi se convirtió en un leproso.
Eliseo le hizo a Giezi una pregunta retórica importante: “¿Es este el momento de tomar dinero o aceptar ropa, o olivares y viñedos, o rebaños y manadas, o esclavos y esclavas?” (2 R 5:26).
Su punto era que los milagros de Dios no se pueden comprar. El poder de Dios en nuestras vidas no está destinado al enriquecimiento personal, y los siervos de Dios no deberían ministrar en aras de las recompensas terrenales. Cada uno de nosotros debería recordar que no es el dinero el que se ocupa de nuestras necesidades, es Dios (He 13:5).
Giezi fue testigo de un milagro, una demostración innegable del poder de Dios que involucró la redención de la salud, la vida y el alma de un hombre. Pero todo en lo que podía pensar era en dinero. Naamán necesitaba ver la gracia de Dios en la bendición gratuita y abundante que recibió; Giezi destruyó la gracia al exigir el pago.
“Raíz de todos los males es el amor al dinero” (1 Ti 6:10), y “no podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16:13).
Después de años de servicio aparentemente fiel, Giezi cayó. Su pecado comenzó en el corazón, ya que codició lo que Naamán le había ofrecido a Eliseo. Otros pecados pronto siguieron en una serie de mentiras.
“Cuando habían pasado, Elías dijo a Eliseo: Pide lo que quieras que haga por ti, antes que yo sea quitado de ti. Y dijo Eliseo: Te ruego que una doble porción de tu espíritu sea sobre mí” (2 R 2:9).
Eliseo pidió una doble porción del espíritu de Elías. En aquellos días, el primogénito recibía una doble porción de la herencia del padre (Dt 21:15-17). Eliseo quería ser contado como el primogénito de Elías; quería continuar con su legado y recibir lo que le pertenecía a Elías como si fuera su hijo primogénito. Quería que Elías le pasara su unción para que él pudiera continuar con la obra de Elías.
Giezi, en cambio, tomó el doble de plata que le pidió a Naamán (2 R 5:22-27), y se fue a su casa con el botín y lo escondió. Si le hubiera pedido a Eliseo una doble porción de su espíritu, se habría convertido en el sucesor de Eliseo, como éste lo fue de Elías, y hoy día leeríamos acerca de las obras y milagros del profeta Giezi. En vez, leemos acerca de la traición, la mentira y la codicia de un hombre que sólo obtuvo lepra y deshonra, para él y su familia. Esaú perdió su primogenitura vendiéndola a Jacob por un plato de lentejas (Gn 25:27-34). Giezi perdió su primogenitura espiritual por un poco más. Ambos vivieron el resto de su vida para lamentar su codicia.
¿Cuál es la lección para ti, que lees estas líneas?
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