El pecado puede profanar, corromper, contaminar,
e incluso llevar al creyente de vuelta a su muerte espiritual (Ro 8:13; Stg 1:14-15; 5:19- 20). El sello de el Espíritu Santo puede ser roto. En consecuencia, debemos estar en guardia espiritual en todo momento, mientras buscamos a la fuerza y poder de Dios (
gracia). Los creyentes podemos dar muerte
a las obras de la carne (nuestra naturaleza pecaminosa) sólo si colaboramos con el Espíritu del Señor. La vida cristiana es guerra, lucha y batalla contra el engaño de las fuerzas de la oscuridad y el pecado personal (Ef 6:12; He 12:4).
La vida eterna es mucho más que un simple
regalo y una posesión en tiempo presente. Es también una esperanza futura (Tit 3:7) y una promesa que aun no se a cumplido (1 Jn 2:24-25), que espera por ser cosechada (Gl 6:8-9), en la era por venir (Mc 10:30), pero sólo por los que persisten en hacer el bien (Ro 2:7) y que no se cansan ni dejan de sembrar para complacer al Espíritu de Dios y no a la naturaleza pecaminosa (Gl 6:8-9).
La única seguridad de salvación que ofrece la Biblia es una seguridad de salvación para la persona que actualmente sigue al Señor Jesús poniendo por obra su Palabra en todos los aspectos de la vida personal (1 Jn 5:11-13). En otras palabras, la fe necesaria para entrar en el reino paradisíaco de Dios es una fe que confía, se somete y perdura. Para entrar en el reino de Dios, debemos soportar dificultades y persecuciones mientras continuamos viviendo como discípulos santos (apartados) del Señor Jesús en esta generación perversa y adúltera. Tristemente, continuar en la fe y la santidad no siempre ha sucedido para otros en tiempos pasados.
Es imposible ser un verdadero cristiano y al mismo tiempo ser adúltero, fornicario, homosexual, ladrón, o como se describe en el Nuevo Testamento a los pecadores (1 Cor. 6:9-10; Ap 21:8; Ef. 5:5-7; Mr 7:20-22). Enseñar que se puede ser cristiano y a la vez practicante de pecados semejantes es creer un evangelio diferente (Gl 1:6), que condena en vez de salvar. La seguridad eterna es un mito peligroso, que tiene muchos en el camino al infierno pensando que están en el camino al cielo porque una vez tuvieron un momento de verdadera fe que les trajo una regeneración que no duró.
El llamado evangelio basado en seguridad eterna, se basa en verdades parciales presentadas como la verdad total más varias distorsiones bíblicas, así como omitir una parte de la verdad del evangelio cristiano (1 Co 15:2) y la distorsión de la gracia salvadora (Tit 2:12).
Judas, el hermano del Señor, es firme y claro en su
epístola sobre los que cambian la gracia en una licencia para la inmoralidad (Jud 1:3-4). Dice que son gente impía (Jud 1:4), que no tienen el Espíritu de Dios (Jud 1:19) y para quienes están preparadas las más negras tinieblas (Jud 1:13). Pablo dice dos veces en el mismo pasaje que predicar un evangelio diferente (falso) es causa suficiente para la condenación eterna (Gl 1:8-9).
En el pasaje citado al inicio (Mt 7:13-14), el Señor también contrasta los dos caminos (estilos de vida) a los que conducen las dos puertas (evangelios). Si existe alguna duda por parte de quien lee si ha creído en un evangelio diferente—si ha entrado por la puerta ancha que conduce al camino espacioso de la perdición—sólo tiene que leer en su Biblia 1 Corintios 6:9-11, Gálatas 5:16-21 y Apocalipsis 22:12-16. Si el evangelio que dice haber creído le permite practicar (vivir, caminar por) alguno de los pecados mencionados en estos pasajes, entonces ha creído en un evangelio diferente y está perdido, porque Pablo y el Señor Jesús terminan su mención de los pecados descritos por ellos diciendo: “los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gl 5:21; Ap 22:12,15).
En contraste, los que están entrando por la puerta estrecha y caminando por el camino angosto pueden encontrar su seguridad en pasajes como Efesios 4:17-32; Efesios 5; Colosenses 1:21-23; 2 Tesalonicenses 1:3-5; 2 Timoteo 4:1-5 y 1 Pedro 2:5-11.
Esto en cuanto a entrar por la puerta (creer en el evangelio) y caminar por el camino (vivir, practicar en la vida diaria). Pero debemos añadir a estos dos pilares un tercero: la doctrina (Mt 28:19-20). No sólo debemos creer la doctrina correcta, debemos ser capaces también de enseñarla a otros (He 5:12-14).
¿Qué hay del pretribulacionismo: veremos los cristianos al Anticristo, correremos el peligro de recibir su marca (Ap. 13:15-18), sufriremos la gran tribulación (Mt 24:21), o la venida del Señor es inminente y ningún creyente corre ningún peligro de nada? ¿Qué hay del denominacionalismo: da lo mismo a cuál iglesia asistir, cuál organización apoyar, cuál radio cristiana escuchar, a cuál predicador prestarle atención? ¿Qué hay del diezmo? ¿Qué hay acerca del bautismo: salva o es simbólico, lo puede realizar cualquier creyente o debe tener credenciales pastorales? ¿Qué hay acerca de los “días santos” de la cristiandad: debemos guardarlos o podemos ignorarlos? ¿Qué ocurre después de la muerte: sueño del alma o destino consciente? ¿Qué hay acerca de la inmortalidad, la reencarnación, la preexistencia, la transmigración de las almas, la predestinación, el amilenialismo o el postmilenialismo, la imposición de manos, el ungimiento con aceite, la excomunión disciplinaria, el velo femenino, el divorcio y el volverse a casar? ¿Importa todo esto, o sólo algo de esto? ¿Tiene repercusiones eternas? ¿Debemos dejárselo a los “profesionales”: qué hay acerca de el sacerdocio de todos los creyentes: no somos ministros todos los creyentes?
La llamada “Gran Comisión” no es sólo una orden para predicar el evangelio, es también para enseñar la doctrina a potenciales discípulos (quienes ya han aceptado el evangelio). Para hacer esto debemos ser capaces de enseñar: “que guarden todas las cosas que os he mandado”(Mt 28:20; He 5:12-14).
El verdadero evangelio
es una puerta estrecha: solo uno a la vez puede entrar por ella. Esta puerta estrecha conduce a un camino angosto: solitario y difícil de transitar. Cualquier cosa que creamos que no nos haga vivir esta vida y practicar esta doctrina,
es un falso evangelio y una falsa vida cristiana. Al menos que seas el ladrón arrepentido crucificado junto al Señor,
no basta con decir que “crees” en el Señor.
“Pasaba Jesús por ciudades y aldeas, enseñando, y encaminándose a Jerusalén. Y alguien le dijo:
Señor, ¿son pocos los que se salvan? Y él les dijo:
Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán. Después que el padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta, y estando fuera empecéis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, Señor, ábrenos, él respondiendo os dirá:
No sé de dónde sois. Entonces comenzaréis a decir: Delante de ti hemos comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste. Pero os dirá: Os digo que
no sé de dónde sois; apartaos de mí todos vosotros, hacedores de maldad. Allí será
el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos. Porque vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Y he aquí, hay postreros que serán primeros, y primeros que serán postreros” (Lc 13:22-30).
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