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lunes, 14 de noviembre de 2022

EL HIJO DE DIOS VERSUS LA RELIGIÓN


Muchos consideran que el Hijo de Dios (Jesús de Nazaret) y la religión son sinónimos. Pero, en verdad, hay una diferencia clara. No sólo el Hijo de Dios es diferente de la religión, sino que es totalmente opuesto a ella.

El Hijo de Dios

El Hijo de Dios es la manifestación de Dios. La Biblia dice: “Nadie ha visto jamás a Dios” (1 Jn 4:12). Dios, sin su Hijo, sería un misterio para nosotros. En cambio, a través de su encarnación, el Hijo trajo a Dios a los hombres y lo hizo conocido: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros”(Jn 1:14), y “la vida fue manifestada, y la hemos visto” (1 Jn 1:2). Ahora Dios ya no es un misterio para nosotros. Jesucristo, el Hijo de Dios, definió, expresó y declaró a Dios plenamente (Jn 1:18). Nosotros jamás podríamos alcanzar a Dios, así que Él nos alcanzó por medio de su Hijo.

El Hijo de Dios cumplió la redención. Como pecadores, necesitamos el perdón de Dios. Cristo, como el cordero de Dios, se presentó a sí mismo a Dios en la cruz como ofrenda por el pecado (1 P 1:19; He 10:12). Allí, como nuestro sustituto, Cristo satisfizo las exigencias de la ley de Dios y pagó totalmente la deuda que nosotros tenemos con Dios. Su muerte lavó nuestros pecados, de modo que ahora podemos acercarnos Dios sin temor (He 10:19). ¿Ya has recibido la purificación de tus pecados por fe en Cristo Jesús? Puedes recibirla ahora, creyendo en Cristo Jesús, porque su sangre nos limpia de todos nuestros pecados (1 Jn 1:7).

El Hijo de Dios también es vida para el ser humano. El ser humano no solo es pecador, sino que también está muerto espiritualmente y necesita vivir (Ef 2:1). A través de su muerte en la cruz, el Hijo de Dios llegó a ser nuestro Redentor, y a través de su resurrección de entre los muertos, llegó a ser el Espíritu que da vida (1 Co 15:45). Por creer en él y recibirlo, el ser humano es regenerado (nace de nuevo) por la vida eterna de Dios: su Espíritu (Jn1:12-13; 3:16; 10:10). El mismo Cristo Jesús viene a vivir dentro de nosotros en la persona de su Espíritu: el dador de vida en la resurrección (Gl 2:20; Fil 3:10).

El amor y el gozo de Dios se encarnan en el Hijo. Cuando Jesús fue bautizado por Juan el Bautista, Dios Padre habló desde los cielos diciendo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mt 3:17). Y cuando Jesús fue transfigurado en el monte, el Padre nuevamente proclamó: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mt 17:5). En todo el universo, la única persona que agrada a Dios es su Hijo. Por lo tanto, para que agrademos a Dios, debemos recibir a Cristo dentro de nosotros. Esto es lo que le agrada a Dios—“revelar a su Hijo en mí” (Gl 1:15,16).

Este es el Hijo de Dios—la propia manifestación y expresión de Dios; nuestro Redentor, que nos limpia de todo pecado; el Espíritu que da vida, que continuamente infunde su vida y naturaleza dentro de nosotros.

La Religión

¿Qué es la religión? La religión es cualquier adoración, servicio o actividad hecha para Dios aparte de la vida de Cristo. La religión puede tener una enseñanza “correcta”, una predicación elocuente y una actividad ferviente; pero carente del Espíritu—la vida—del Hijo de Dios. La religión puede exaltar la Biblia y enseñar sobre Cristo, pero su Espíritu, real y dador de vida, está totalmente ausente. La religión, por lo tanto, solo puede proporcionar conocimiento intelectual, pero no vida espiritual.

La religión puede enseñar, pero no iluminar; puede predicar contra el pecado, pero no puede librar de él; puede exhortar, pero no puede dar el poder de vivir una vida santa; puede excitar la emoción, pero no puede dar el Espíritu, porque no lo conoce. Tiene apariencia de piedad, pero al mismo tiempo niega su eficacia porque no puede experimentarla (2 Ti 3:5). No es real. No tiene dentro de sí el Espíritu. Es una cáscara, sin fruto fresco en el interior. Es una tumba, blanqueada y adornada con flores por fuera, mientras que en su interior se pudre el cadáver. 

Con esta descripción de la religión, podemos darnos cuenta que mucho de lo que es llamado “cristianismo” en el día de hoy, es, en realidad, sólo religión incapaz de dar vida. ¡No nos asombremos de que muchos no la quieran! Lo que el ser humano necesita no es más religión, sino LA VIDA—el Espíritu—del Hijo de Dios.

La religión—incluso la cristiana—no sólo carece del Hijo de Dios, sino que, incluso, se levanta para oponerse a los que intentan seguirlo. Podemos ver esto en los fariseos, a quienes Cristo les dice: “Cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando” (Mt 23:13). Desde la época en que Jesús estaba en la tierra hasta nuestros días, el modo de conocer a Cristo como una Persona viva y que da vida, ha sido contraria a la religión. Es espantoso darse cuenta que el mundo religioso, más que el mundo incrédulo, es el mayor antagonista de la experiencia de la vida de Cristo en los creyentes. Pero es así. Los fariseos y los saduceos todavía están a cargo de la religión, y tienen una multitud de sacerdotes e intérpretes de la ley haciendo su trabajo sucio.

Una Elección

El camino está ahora delante de ti. Puedes conocer al Cristo vivo, disfrutar del perdón de tus pecados y recibir Su vida eterna en la Persona de Su Espíritu. El Hijo de Dios vino, murió y resucitó de entre los muertos. Él está vivo esperando entrar en las personas por medio de Su Espíritu para llenarnos con la vida de Dios. Él es el camino, y nos asegura: “Nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn 14:6). ¿Quieres recibir la vida que el Hijo de Dios te ofrece? ¿Eliges tomar este Camino?

Recibir al Hijo de Dios dentro de ti es sencillo. Sólo ábrele tu corazón e invoca Su nombre. Dile que te arrepientes de tus pecados. Dile que quieres Su vida para que te libre de la muerte espiritual en la que estás. Dile que crees en Él y que lo necesitas. ¿No lo oyes decirte: “Al que a mí viene, no le echo fuera”? (Jn 6:37)

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