“He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe” (2 Ti 4:7).
Este pasaje bien conocido y citado con frecuencia es bastante significativo porque esta epístola fue la última de Pablo antes de su martirio en el año 67 d.C. Es una afirmación profundamente conmovedora de su fe y su amor inquebrantable por el evangelio del Señor Jesucristo (Gl 1:4; Gl 2:20; Fil 1:21).
La oración: “He peleado la buena batalla”, también es significativa para los creyentes de hoy porque sirve como un claro recordatorio de que la vida cristiana es una lucha contra el mal, el mal dentro de nosotros mismos y el mal en el mundo alrededor nuestro (Jn 15:9; Ro 8:7; Stg 4:4). Anteriormente en esta misma epístola, Pablo le recuerda a Timoteo: “Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo” (2 Ti 2:3).
La palabra griega agonizomai, traducida como “pelear”, significa literalmente “participar en un combate o conflicto”. Es la raíz de nuestra palabra castellana agonizar.
La palabra se usó en la antigüedad en el contexto de competir en juegos atléticos o participar en un conflicto militar. Considerando que Pablo estaba encadenado y con un soldado romano vigilándolo de cerca, cuando escribió esta epístola le hubiera resultado fácil hacer tal analogía. De hecho, había conocido a muchos soldados romanos y durante su encarcelamiento había ganado a varios de ellos para Cristo, algunos de ellos miembros de la Guardia Pretoriana (Fil 1:13).
Nuestra batalla no es contra sangre y carne “sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales” (Ef 6:12).
La vida cristiana es una lucha en la que los cristianos enfrentamos una batalla interminable contra el mal, no una campaña militar terrenal, sino una batalla espiritual contra la carne, el mundo y Satanás que no tiene fin sino hasta el momento de nuestra partida de este mundo. Por eso debemos “tomar toda la armadura de Dios, para que podamos resistir en el día malo” (Ef 6:13-18).
Sin duda, el apóstol Pablo fue un guerrero consumado, que nunca se dio por vencido, nunca decayó en su celo por el Señor (Fil 3:14-15). Sabía dónde estaba la fuente de su fuerza (Fil 4:13; 2 Co 12:9). Su ministerio de difusión del evangelio de Cristo comenzó en el camino a Damasco (Hch 9:3) y eventualmente lo llevó a través de todo el mundo antiguo en cuatro viajes misioneros. Había testificado de Cristo ante Félix y Agripa, los delegados y oficiales de Roma en el Medio Oriente (Hch 23:26; Hch 26:1), y luchó con falsos maestros y falsos hermanos dentro de la iglesia hasta su último día en la tierra (2 Co 11:13; Gl 1:7; Gl 2:4).
La “buena batalla” de Pablo incluyó una asombrosa serie de peligros y deshonras (2 Co 11:23-33). Incluso en medio de estos proclamó su victoria en Cristo: “Sin embargo, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Ro 8:37).
La vida y el ministerio de Pablo nos brindan un poderoso ejemplo para imitar hoy. No solo peleó la buena batalla, sino que también terminó la carrera y guardó la fe (2 Ti 4:7). Pablo sabía que su muerte estaba cercana (2 Ti 4:6), pero esto no lo amedrentaba. Después de que Cristo Jesús tomó el control de su vida (Hch 9:15-16), Pablo había vivido la vida al máximo, cumpliendo todo lo que su Señor le había encomendado y autorizado a hacer (Ef 3:6; 2 Ti 4:17). Tenía un notable sentido de realización y contentamiento con su vida (Fil 4:11-13; 1 Ti 6:6-8).
Como creyentes hoy, no podemos tener mayor sentido de realización que saber, como Pablo, que hemos cumplido plenamente todo lo que el Señor nos ha llamado a hacer (Mt 25:21). Que podamos decir que peleamos la buena batalla y que fuimos sobrios en todo, soportando las aflicciones, haciendo obra de evangelista, y que cumplimos nuestro ministerio; es decir, la tarea que el Señor nos encomendó para hacer en esta vida (2 Ti 4:5): no hay nada más grande que esto. Que no nos desanime nuestro pequeño grano de arena a la obra del Señor en un rincón desconocido de este mundo cuando lo comparamos con el de Pablo, lo que al Señor le importa es nuestra fidelidad a Él y a Su palabra. Aún el siervo que recibió un talento podría haber recibido su galardón, si no lo hubiera enterrado (Mt 25:24). Y no existe tal cosa como un o una creyente en Cristo Jesús a quién Él no le encargue al menos un talento (piensa en la oración, por ejemplo).
“He terminado la carrera”, es la segunda cláusula de tres dentro de este pasaje escrito por Pablo a Timoteo: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe” (2 Ti 4:7 ).
Recordemos que el apóstol escribió estas palabras cerca del final de su vida. Estas tres declaraciones resumen y reflejan las luchas de Pablo al predicar el evangelio de Cristo y su victoria sobre esas luchas durante treinta años de ministerio.
En el siglo I, los romanos celebraban tanto los Juegos Olímpicos como los Juegos Ístmicos. Los competidores pasaban hasta diez meses en un arduo entrenamiento físico antes de las competencias. Debido a que los corintios estaban muy familiarizados con estos eventos, Pablo usó los juegos olímpicos como una analogía de la dedicación de un creyente. Escribió a la iglesia en Corinto diciendo: “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible” (1 Co 9:24-25).
La exhortación de Pablo es que los creyentes deben estar tan enfocados y dedicados como aquellos antiguos atletas de los juegos olímpicos. Nuestra motivación para servir a Cristo es mucho mayor; nosotros “corremos” no por una corona temporal, sino por una eterna.
En su carta a Timoteo, Pablo no se alaba a sí mismo por haber “corrido toda la distancia”; más bien, simplemente está describiendo lo que la gracia de Dios le permitió hacer. En el libro de los Hechos, Pablo dice estas poderosas palabras: “Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hch 20:24).
Entonces, al declarar “He terminado la carrera”, Pablo le está diciendo a Timoteo que se había esforzado al máximo en la obra de proclamar a todos el evangelio de la salvación. Había completado el curso puesto delante de él; no había dejado nada sin hacer. Estaba listo para cruzar la línea de meta hacia el cielo.
En una carrera, solo un corredor gana. Sin embargo, en la “carrera” cristiana, todos los que pagan el precio de un entrenamiento vigilante por la causa de Cristo pueden ganar. No estamos compitiendo unos contra otros, como en los juegos atléticos, sino contra las fuerzas, físicas y espirituales, que se interponen en nuestro camino para alcanzar el premio (Fil 3:14).
Cada creyente corre su propia carrera (1 Co 9:24). Cada uno de nosotros está capacitado para ser un ganador. Pablo nos exhorta a correr de tal manera que obtengamos el premio, y para hacer esto debemos dejar de lado cualquier cosa que pueda impedirnos vivir y enseñar el evangelio de Cristo. En la epístola a los Hebreos, Pablo, por medio de la pluma de Lucas, repite la analogía: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (He 12:1-2).
Que seamos diligentes en nuestra “carrera”, que mantengamos la vista en la meta y que, como Pablo, terminemos cruzando la meta. ¡Este es nuestro honor!
“He guardado la fe” (2 Ti 4:7). Este es uno de los pasajes más conocidos y citados del apóstol Pablo. Estas palabras escritas justo antes de su muerte son una poderosa afirmación de su amor inquebrantable por, y fe imperecedera en, Jesús, y el mensaje del evangelio que Él le encomendó (Gl 1:4; 2:20; Fil 1:21).
La palabra traducida como “guardado” significa también “vigilar”. La palabra griega para “fe” es pistis, que tiene que ver con una convicción basada en el oír (Ro 10:17). La confianza de Pablo en el Señor Jesús nunca vaciló. Su fe era tan sólida el día de su muerte como lo había sido en el momento en que creyó por primera vez en el camino a Damasco (Hch 9:3). Se mantuvo firme en su fe en medio de la violencia de las turbas (Hch 16:22; 2 Co 11:25; 1 Ts 2:2). Se mantuvo firme ante los dignatarios romanos Félix (Hch 22:10, 22), Festo (Hch 25:9) y Agripa (Hch 25:26). Se enfrentó audazmente a Pedro cuando este apóstol mostró signos de comprometer las enseñanzas de Cristo (Gl 2:11-16).
La expresión “he guardado la fe” tiene dos posibles significados. Una es que Pablo había declarado fielmente el evangelio y guardado su verdad íntegramente, manteniendo su mensaje sin adulterarlo. En otro lugar, Pablo llamó a esto “la forma de las sanas palabras”; es decir, el modelo o estándar de la sana doctrina; y animó a Timoteo a “mantenerla” también (2 Ti 1:13; 1 Ti 6:20).
El otro posible significado de “he guardado la fe” es que Pablo había cumplido su asignación divina en este mundo; a saber, que sería el mensajero del Cristo glorificado a los gentiles (Hch 9:15; 22:21). Cuando el Señor Jesús comisionó a Pablo, le dejó en claro que el nombramiento significaría mucho sufrimiento (Hch 9:16). Pero Pablo aceptó con gusto el llamado y nunca vaciló en su lealtad al Señor, confiando en que pronto experimentaría “una gloria eterna” (2 Co 4:17).
Mantener la fe nunca es fácil. Sin lugar a dudas, Satanás trató de descarrilar la obra de Pablo al oponerse a él por todas partes y de incontables maneras. Había legalistas gálatas, gnósticos colosenses y judaizantes a cada paso. Había cartas falsificadas (2 Ts 2:2). Hubo ataques calumniosos contra su integridad, su apariencia personal y su vocabulario poco sofisticado (2 Co 10:10; 2 Co 1:6). Sin mencionar los ataques físicos que recibió (2 Co 11:23-27). Estaba verdaderamente “apremiado por todos lados” (2 Co 4:8). En medio de toda la oposición del infierno, la fe de Pablo fue la victoria: “Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Ti 1:12).
Lo que el Señor le había encomendado a Pablo, Pablo lo guardó hasta el final. Ahora Pablo anhelaba sólo una cosa: el momento en que escucharía al Señor decirle: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mt 25:21).
Como creyentes en Cristo, nosotros también debemos guardar la fe. ¿Qué te ha llamado el Señor a hacer? Hazlo con todas tus fuerzas (Col 3:23). Así como Pablo anhelaba Su venida y anticipó recibir la “corona de justicia” (2 Ti 4:8), así nosotros debemos servir al Señor y cumplir fielmente Su plan para nuestras vidas, por humilde que este parezca. “Los que menospreciaron el día de los modestos comienzos [esta vida] se alegrarán [en aquél día junto al Señor]” (Zac 4:9-11-RVR1977). ¡Que el Señor multiplique los cinco panes y dos peces que has puesto en Sus manos!
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