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LA CENA DEL SEÑOR


A través de la historia, el concepto bíblico de la Cena del Señor ha sufrido controversias. La diversidad de opiniones ha confundido a muchos, ya sea por ignorancia o por error, y la solución está en apegarnos a lo que la Biblia enseña al respecto.

La Pascua y la Cena del Señor

Existe un trasfondo histórico para la Cena del Señor, en la Pascua judía implementada con la liberación de la esclavitud egipcia. En dicho evento se debía matar a un cordero perfecto, y su sangre debía colocarse en los postes y el dintel de las casas (Éx 12:3-7); además debían comer pan sin levadura (Éx 12:8). La servidumbre de los judíos marcaba una esclavitud (Éx 1:13-14), de la que serían librados por el acto de obediencia al colocar la sangre del cordero visiblemente (Éx 12:12-13). La simbología de este evento se cumple en Cristo, pues Él es nuestra Pascua (1 Co 5:7).

La Pascua tenía que celebrarse por mandamiento en Israel (Dt 16:1), y tenemos ejemplos de esta celebración (Nm 9:1-5; Jos 5:10; 2 Cr 30:1-5, 13; 2 R 23:21-23; Esd 6:18-22). Jesucristo acompañó a sus padres a la Pascua (Lc 2:40-42), y en su ministerio participó de tres Pascuas (Jn 2:13-23; 6:4; 13:1-5). En la última Él es ofrecido como el Cordero de Dios (1 P 1:19).

La Cena del Señor es un acto del que deben participar los creyentes. Al hacerlo, primero, mostramos obediencia al mandato divino: “Tomad, comed … haced esto … coma así del pan, y beba de la copa” (1 Co 11:24-25,28). En segundo lugar, recordamos y anunciamos los padecimientos de Cristo: ” ‘en memoria de mí’… la muerte del Señor anunciáis” (1 Co 11:2-26). En tercer lugar, anunciamos la segunda venida de Cristo: “hasta que él venga” (1 Co 11:26). Finalmente, participamos en un acto de comunión: “la comunión de la sangre de Cristo … la comunión del cuerpo de Cristo” (1 Co 10:16-17).

Literal o Simbólica

Por lo expuesto anteriormente, no es posible creer que en el momento de la ceremonia de la Cena del Señor el pan se convierte literalmente en el cuerpo de Cristo y el jugo de la vid se convierte en la sangre de Cristo (esto es transubstanciación). Tampoco podemos creer que el cuerpo y la sangre de Cristo están presentes en el pan y en el jugo de la vid en el momento de la ceremonia (esto es consubstanciación). Mucho menos podemos creer que en el momento de la celebración, Dios está proporcionando alguna gracia santa por medio de una fuerza espiritual que es introducida en el participante (esto es sacramentalismo). Estas tres teorías están equivocadas, porque las Escrituras afirman que Cristo murió una sola vez (He 9:26-28; 10:10-12,14; 1 P 3:18); que la Cena del Señor es una ceremonia conmemorativa (Lc 22:19; 1 Co 11:24-25); y que es una proclamación de la muerte y la segunda venida de Cristo (1 Co 11:26).

Cuando Participamos

Cuando participamos de la Cena del Señor, afectamos a los no creyentes, dándoles testimonio de que el sacrificio de Jesucristo fue completo (Jn 19:30); que es el único sacrificio que quita el pecado (He 9:26); y que es el único medio que nos hace perfectos (He 10:14). Pero debe afectarnos como creyentes también, mientras cada uno se examina personalmente (1 Co 11:28,31) para agradarle a Dios con nuestra conducta.

Dónde Celebrarla

La Cena, suele celebrarse en los templos durante una reunión especial de la iglesia. Sin embargo, para la iglesia primitiva, las reuniones de adoración se hacían en los hogares. La iglesia en Jerusalén se reunía en la casa de María (Hch 12:12), en Filipos en la casa de Lidia (Hch 16:40), y en Éfeso en la casa de Aquila y Priscila (1 Co 16:19). En Colosas la iglesia se reunió en la casa de Filemón (Flm 1:2). Según nos dice Hechos 2, la iglesia primitiva se reunía regularmente para la enseñanza de los apóstoles, la oración, la comunión y el “partimiento del pan”, lo que comúnmente se conoce como la Cena del Señor (Hch 2:42).

Sin embargo, las Escrituras no indican dónde debe celebrarse el servicio de la cena. Se ha celebrado en hospitales y hogares de ancianos para pacientes enfermos. Los misioneros en el campo han servido la comunión a los creyentes donde aún no se han establecido iglesias. Algunas familias realizan su propio servicio de la Cena del Señor en ocasiones especiales como la Nochebuena. Nuestro Señor, al conmemorar la Pascua con los discípulos en el aposento alto, instituyó el primer servicio de la Cena. Las únicas instrucciones que tenemos sobre el método de este evento provienen de las propias palabras de Jesús: “haced esto en memoria de mí hasta que Él venga (1 Co 11:24-26). Este pasaje da todas las instrucciones que necesitamos para realizar el servicio de comunión y para entender el significado de lo que estamos haciendo.

La Cena del Señor o comunión se servía regularmente en las iglesias después de Pentecostés y se consideraba una ordenanza de la iglesia. Como tal, el reconocido liderazgo de la iglesia administraba el servicio. Sin embargo, no hay ninguna razón bíblica por la que la Cena del Señor no pueda ser celebrada en hogares, entre amigos y familiares, en un templo o una iglesia o en cualquier otro lugar. Lo importante no es el lugar, sino el recuerdo del cuerpo y la sangre de Cristo, por la cual somos salvos.

El Día para Celebrarla

Algunos cristianos sostienen que el único día que se puede celebrar la Cena del Señor es el domingo, porque el domingo es el “día del Señor

La frase el “día del Señor” se utiliza sólo una vez en todo el Nuevo Testamento. Apocalipsis 1:10 dice: “Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta. Podemos asumir que el público objetivo de Juan, los cristianos del primer siglo, ya estaban familiarizados con la expresión. Esto ha llevado a declarar que “el día del Señor” del cual habla Juan no puede ser otro que el domingo.

El domingo fue el día en que Jesucristo resucitó de los muertos, un acto que separó para siempre el cristianismo de cualquier otra religión (Jn 20:1). Desde ese momento, los creyentes se han reunido el primer día de la semana para celebrar la victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte (Hch 20:7; 1 Co 16:2). Aunque Dios designó el día de reposo judío como un día santo, Jesús demostró que Él era el Señor del día de reposo (Mt 12:8). Jesús dijo que no había venido a abolir la ley, sino a cumplirla. El guardar la ley no puede justificar a nadie; la humanidad pecaminosa puede ser declarada justa sólo a través de Jesús (Ro 3:28). Pablo hace eco de esta verdad en Colosenses 2:16-17, cuando escribe, Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo” (Col 2:16-17).

El día del Señor se considera tradicionalmente el domingo, pero no hay lugar en el NT donde se le llame al primer día de la semana (el domingo), el día del Señor. Esta designación es una tradición, no una enseñanza de las Escrituras. Aunque debemos apartar un día para descansar y honrar al Señor, quién murió y resucitó por nosotros (Ro 6:14-15), como seguidores del Señor Jesús, nacidos de nuevo, somos libres para adorarlo cualquier día en que nuestra conciencia lo determine. Romanos 14 da una clara explicación de cómo los cristianos pueden lidiar con esas zonas grises sutiles del discipulado. Los versículos 5 y 6 dicen, “Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente. El que hace caso del día, lo hace para el Señor; y el que no hace caso del día, para el Señor no lo hace. El que come, para el Señor come, porque da gracias a Dios; y el que no come, para el Señor no come, y da gracias a Dios” (Ro 14:5-6).

Algunos judíos mesiánicos (judíos convertidos a Cristo) desean continuar considerando al día de reposo (sábado) como santo, por causa de su herencia judía. Algunos gentiles cristianos se unen a sus hermanos judíos para guardar el sábado como una forma de honrar a Dios... Adorar a Dios el sábado es aceptable, pero se debe mencionar que el día de la semana no es el asunto más importante, sino la motivación en el corazón detrás de esa elección. Si el legalismo o el guardar la ley motiva la elección de observar el sábado (día de reposo), entonces esa elección no se hace con una actitud correcta de corazón (Gl 5:4). Cuando nuestros corazones son puros delante del Señor, somos libres para adorarlo el sábado (el sabbat) o el domingo, o cualquier otro día de la semana. El Señor Jesús ya zanjó este tema cuando dice:

“Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Jn 4:23-24).

Dios busca adoradores que le adoren en espíritu y en verdad, no este día o ese otro. Vale la pena repetir que esto es lo mismo que dice Pablo con sus propias palabras y en dos ocasiones diferentes:

“Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente. El que hace caso del día, lo hace para el Señor; y el que no hace caso del día, para el Señor no lo hace. El que come, para el Señor come, porque da gracias a Dios; y el que no come, para el Señor no come, y da gracias a Dios” (Ro 14:5-6).

“Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo” (Col 2:16-17).

El Señor Jesús advirtió en contra el legalismo cuando citó al profeta Isaías: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado (Mt 15:8-9; Is 29:13). 

El Concilio de Jerusalén

En los primeros capítulos del libro de Hechos, los primeros cristianos eran predominantemente judíos. Cuando los gentiles comenzaron a recibir el don de la salvación a través de Jesucristo, los judíos cristianos se encontraron ante un dilema. ¿En qué aspectos de la ley Mosaica y tradiciones judías deberían ser guiados a obedecer los cristianos gentiles? Los apóstoles se reunieron y discutieron el asunto en el concilio de Jerusalén descrito en Hechos capítulo 15. La decisión fue, “Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, sino que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre” (Hch 15:19-20).

A los cristianos gentiles se nos ordena a abstenernos de 4 cosas:

1. Idolatría

2. Fornicación

3. Ahogado (carne de animal cuya sangre no ha sido derramada).

4. Sangre (no comer la sangre de los animales, como se estila, por ejemplo, en Chile, donde en el campo las personas comen la sangre coagulada de los corderos y hasta la de los cerdos).

Ni la observancia del sábado ni del domingo es uno de los mandatos que los apóstoles juzgaron necesario de imponer a los creyentes gentiles

Es inconcebible que los apóstoles hubieran descuidado incluir la observancia del domingo, si fuera un mandamiento de Dios para los cristianos. Pero ni siquiera mencionan la observancia del primer día de la semana: el domingo.

Dios no está interesado en que guardemos los rituales, normas externas o días. Él quiere corazones que estén incendiados por el fuego de Su amor y de Su gracia todos los días de la semana (He 12:28-29; Sal 51:15-17).

En base a estas Escrituras del Señor, de los apóstoles y de Pablo (Jn 4:23-24; Hch 15:19-20; Ro 14:5-6; Col 2:16-17) la frase el “día del Señor”, que se utiliza sólo una vez en todo el Nuevo Testamento (Ap 1:10), es más sensato entenderla en el contexto en que Juan la menciona: El Apocalipsis.

La frase “día del Señor” por lo general identifica eventos que tienen lugar al final de la historia (Is 7:18-25) y suele estar estrechamente asociada con la frase “aquel día”. Una clave para entender esta frase es notar que siempre identifica un lapso de tiempo durante el cual Dios interviene personalmente en la historia, directa o indirectamente, para lograr algún aspecto específico de Su plan.

El día del Señor es un período de tiempo o un día especial que ocurrirá cuando se cumpla la voluntad y el propósito de Dios para Su mundo y para la humanidad. El día del Señor será un evento: cuando Cristo regrese a la tierra para redimir a sus fieles creyentes y enviar a los incrédulos a la condenación eterna. En este sentido es que la frase “el día del Señor” se usa en el Antiguo Testamento (Is 2:12; 13:6, 9; Ez 13:5, 30:3; Jl 1:15, 2:1, 11, 31; 3:14; Am 5:18,20; Abd 15; Sof 1:7,14; Zac 14:1; Mal 4:5) y varias veces en el Nuevo Testamento ( Hch 2:20; 1 Co 5: 5; 2 Co 1:14; 1 Ts 5:2; 2 Ts 2:2; 2 P 3:10). También se alude a ella en otros pasajes (Ap 1:10; 6:17; 16:14).

Los pasajes del Antiguo Testamento que tratan sobre el día del Señor a menudo transmiten una sensación de temor, cercanía y expectativa: “¡Gemían, porque cerca está el día del Señor!”. (Is 13:6); “Porque cercano está el día, cercano está el día del Señor” (Ez 30:3); “Tiemblen todos los moradores de la tierra, porque viene el día del Señor. está cerca” (Jl 2:1); “¡Multitudes, multitudes en el valle de la decisión! Porque cercano está el día del Señor en el valle de la decisión” (Jl 3:14); “¡Cállate delante del Señor Dios! Porque cercano está el día de Jehová” (Sof 1:7). Esto se debe a que los pasajes del Antiguo Testamento que se refieren al día del Señor a menudo hablan de un cumplimiento tanto cercano como lejano, al igual que gran parte de la profecía del Antiguo Testamento. Algunos pasajes del Antiguo Testamento que se refieren al día del Señor describen juicios históricos que ya se han cumplido en algún sentido (Is 13:6-22; Ez 30:2-19; Jl 1:15, 3:14; Ams 5: 18-20; Sof 1:14-18), mientras que otros se refieren a juicios divinos que tendrán lugar hacia el final de la era (Jl 2:30-32; Zac 14:1; Mal 4:1,5).

El Nuevo Testamento lo llama un día de “ira”, un día de “visitación” y el “gran día del Dios Todopoderoso” (Ap 16:14) y se refiere a un cumplimiento aún futuro cuando la ira de Dios sea derramada sobre el Israel incrédulo. (Is 22; Jer 30:1-17; Joel 1-2; Am 5; Sof 1) y sobre el mundo incrédulo (Ez 38-39; Zac 14). Las Escrituras indican que “el día del Señor” vendrá pronto, como ladrón en la noche (Sof 1:14-15; 1 Ts 5:2), y por lo tanto los cristianos debemos estar atentos y preparados para la venida de Cristo.

Además de ser un tiempo de juicio, también será un tiempo de salvación ya que Dios liberará al remanente de Israel, cumpliendo Su promesa de que “todo Israel será salvo” (Ro 11:26), perdonando sus pecados y restaurando a Sus escogidos. pueblo a la tierra que le prometió a Abraham (Is 10:27; Jer30:19-31, 40; Miq 4; Zas 13). El resultado final del día del Señor será que “la arrogancia del hombre será abatida y la soberbia de los hombres humillada; solo el Señor será exaltado en aquel día” (Is 2:17). El último o final cumplimiento de las profecías concernientes al día del Señor vendrá al final de la historia cuando Dios, con un poder maravilloso, castigará el mal y cumplirá todas Sus promesas.

Concluimos que la frase el día del Señor (Ap 1:10) no tiene nada que ver con el domingo, si no con el día escatológico del Señor que se describe con lujo de detalles en el resto del Apocalipsis. Este es el contexto en que la frase se utiliza. Y todo estudiante de la Biblia sabe que el contexto en que se utiliza una palabra, frase o dicho la define.

Frecuencia de la Cena del Señor

En ninguna parte la Biblia nos enseña con qué frecuencia deberíamos tomar la Cena. 1 Corintios 11:23-26 registra las siguientes instrucciones para la Cena: “Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber Cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí. Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Co 11:23-26). Este pasaje da todas las instrucciones que necesitamos para llevar a cabo la ceremonia de la Cena y para comprender el significado de lo que estamos haciendo.

El pan que Jesús partió, representa Su cuerpo que fue molido en la cruz por nosotros. La copa representa la sangre que Él derramó a nuestro favor, sellando un pacto entre Él y nosotros. Cada vez que celebramos la ordenanza de la Cena del Señor, no sólo estamos recordando lo que Él hizo por nosotros, sino que también lo estamos “demostrando” a todos los que observan y a todos los que participan. La Cena del Señor es una hermosa imagen de lo que sucedió en la cruz, lo que significa, y cómo impacta nuestras vidas como creyentes.

Ya que comemos la Cena del Señor para recordar la muerte de Cristo, deberíamos hacerlo con más frecuencia. Algunas iglesias tienen un servicio mensual para tomar la Cena del Señor; otras lo hacen cada dos meses; otras semanalmente. Puesto que la Biblia no nos da las instrucciones específicas en cuanto a la frecuencia, existe cierta flexibilidad en qué tan seguido la iglesia debe celebrar la Cena del Señor. Debería ser suficiente como para renovar nuestro enfoque en Cristo, sin que se convierta en rutina por la misma frecuencia con que se hace. En cualquier caso, lo que importa no es la cantidad de veces que se haga, sino la actitud del corazón de quienes participan. Deberíamos participar con reverencia, amor y un profundo sentido de gratitud por el Señor Jesús, que estuvo dispuesto a morir en la cruz para llevar sobre Sí mismo nuestros pecados.

¿Es Aceptable Comer la Cena Fuera de la Iglesia?

Fuera de la iglesia significa: no dentro de un templo; no en una reunión formal liderada por un pastor y su congregación.

Ya lo dijimos, pero vale la pena repetir que los servicios de comunión, también conocidos como la Cena del Señor, generalmente se llevan a cabo en las iglesias durante los servicios de adoración. Sin embargo, para la iglesia primitiva, los servicios de adoración se realizaban en los hogares. La iglesia en Jerusalén se reunía en la casa de María (Hch 12:12), en Filipos en la casa de Lidia (Hch 16:40), y en Éfeso en la casa de Aquila y Priscila (1 Co 16:19). En Colosas la iglesia se reunía en la casa de Filemón (Flm 1:2). Como aprendemos de Hechos 2, la iglesia primitiva se reunía regularmente para la enseñanza, la oración, el compañerismo y el “partimiento del pan”, comúnmente entendido como comunión o la Cena del Señor (Hch 2:42).

Sin embargo, la Escritura no designa dónde debe llevarse a cabo el servicio de la Cena del Señor. Se ha servido en hospitales y hogares de ancianos para pacientes enfermos. Los misioneros en el campo misionero la han servido a los creyentes donde aún no se han establecido templos. Algunas familias realizan su propio servicio de comunión en ocasiones especiales como la víspera de Navidad. Nuestro Señor, al conmemorar la Pascua con los discípulos en el aposento alto, instituyó el servicio de la primera comunión o Cena del Señor. Las únicas instrucciones que tenemos con respecto al proceso del sacramento provienen de las propias palabras del Señor Jesús de “haced esto en memoria de mí” hasta que Él venga (1 Co 11:24-26). Este pasaje da todas las instrucciones que necesitamos para realizar la ceremonia y comprender el significado de lo que estamos haciendo.

Fue después de Pentecostés, cuando se estableció la iglesia, que la Cena se servía regularmente en los ambientes de la iglesia y se consideró una ordenanza de la iglesia. Como tal, el liderazgo de la iglesia reconocida administró el servicio. Pero no hay ninguna razón bíblica por la que la Cena del Señor no se pueda administrar en los hogares entre amigos y familiares, en un entorno de iglesia en el hogar o en cualquier otro lugar. Lo importante no es el lugar, sino el recuerdo del cuerpo y la sangre de Cristo, por el cual somos salvos.

¿La Comunión Debe Ser Abierta o Cerrada?

La diferencia entre comunión “abierta” y “cerrada” depende de la visión de la iglesia en particular sobre el propósito de la comunión y la autoridad de la iglesia. Las iglesias que practican la comunión “abierta” invitan a todos los que profesan creer en Cristo a unirse a ellos para observar la ordenanza. Las iglesias que practican la comunión “cerrada” limitan la participación en la Cena del Señor a su propio organismo local: solo los miembros oficiales con buena reputación pueden participar. Algunas iglesias practican un tercer tipo, al que llaman comunión “cercana”; llaman en comunión “cercana” a los miembros de otras iglesias de la misma denominación se les permite partir el pan junto con los miembros de la iglesia local.

La enseñanza bíblica sobre la Cena del Señor se encuentra en 1 Corintios 11:17-34 y promueve la participación abierta de los creyentes. Todos aquellos que son verdaderos creyentes en Dios a través de la fe personal en Jesucristo, Su Hijo, son dignos de participar de la Cena del Señor en virtud del hecho de que han aceptado la muerte de Cristo como pago por sus pecados (Ef 1:6 -7).

El razonamiento detrás de la práctica de algunas iglesias de la comunión cerrada o cercana es que quieren asegurarse de que todos los que participen sean creyentes. Esto es comprensible; sin embargo, coloca al liderazgo de la iglesia y/o a los diáconos de la iglesia en una posición de determinar quién es digno de participar, lo cual es problemático en el mejor de los casos. Una iglesia dada puede suponer que todos sus miembros oficiales son verdaderos creyentes, pero tal suposición puede o no ser cierta.

La práctica de la comunión cerrada, restringiendo la comunión a los miembros de la iglesia, también es un intento de asegurarse de que alguien no participe de una “manera indigna (1 Co 11:27). Las iglesias de comunión cerrada consideran que solo el cuerpo local puede determinar el valor espiritual de sus miembros; no hay forma de determinar la condición espiritual de los forasteros o extraños. Sin embargo, 1 Corintios 11:27 se refiere a la manera en que una persona participa del pan y la copa, no a su dignidad personal. Nadie es realmente “digno” de tener comunión con Dios; es sólo en virtud de la sangre derramada de Cristo que hemos sido hechos dignos. La forma de participar se vuelve indigna cuando se excluye a ciertos creyentes (1 Co 11:21), cuando los participantes se niegan a compartir (1 Co 11:21), cuando se trata de embriaguez (1 Co 11:21), cuando se humilla a los pobres (1 Co 11:21), cuando se promueve el egoísmo (1 Co 11:33), o cuando la reunión se considera simplemente como una comida para saciar el hambre (1 Co 11:34).

Bíblicamente, la comunión debe estar abierta a todos los creyentes, no cerrada a una iglesia o denominación en particular. Lo importante es que los participantes sean creyentes nacidos de nuevo caminando en comunión con su Señor y entre ellos. Antes de participar de la comunión, cada creyente debe examinar personalmente sus motivos (1 Co 11:28). No importa a qué iglesia uno pertenezca, la irreverencia, el prejuicio, el egoísmo y la lujuria no tienen lugar en la Mesa del Señor.

Controversia

Las conclusiones presentadas aquí son bíblicas y espirituales. Esto quiere decir que quien las presenta está total y absolutamente convencido que son correctas desde un punto de vista bíblico. Sin embargo, sé que esto no es ni será fácilmente aceptado por personas e iglesias que están atadas a la tradición y costumbres heredadas por sus denominaciones o grupos religiosos. Desde el siglo I de nuestra era los desacuerdos doctrinales comenzaron a hacer estragos dentro de los creyentes: y la doctrina de la Cena del Señor o comunión no está ajena a esos embates.

Los desacuerdos sobre la Cena del Señor son el resultado de muchas preguntas: ¿Hablaba Jesús de Su cuerpo y Su sangre en sentido figurado o literal, o eran Sus palabras una combinación mística de lo figurado y lo literal? ¿Con qué frecuencia la iglesia debe celebrar la Cena del Señor? ¿Es la cena una forma de bendición o simplemente un recordatorio? ¿Qué había en la copa: vino fermentado o jugo de uva sin fermentar?

Ya que el Señor no dio instrucciones específicas, paso a paso, con respecto al ritual, obviamente existe un conflicto sobre el cómo, dónde y cuándo, y qué representan exactamente el pan y el vino. Hay argumentos sobre si los elementos se convierten o no en la sangre y el cuerpo de Cristo (la doctrina católica de la transubstanciación), si de alguna manera contienen Su Espíritu (la doctrina de Lutero de la consubstanciación), o si el vino y el pan son simplemente símbolos de Su cuerpo y sangre. Hay diferentes opiniones sobre las palabras que se deben decir y si la confesión debe o no formar parte de la ceremonia. Las denominaciones difieren en la frecuencia de la comunión, cómo debe ser realizada y por quién.

Hay cuatro relatos bíblicos de la última cena de Jesús con Sus discípulos: tres en los Evangelios Sinópticos y uno en 1 Corintios 11:23-34. Cuando observamos estos relatos en conjunto, vemos lo siguiente:

1. Durante la cena, el Señor Jesús bendijo, partió y ofreció pan a Sus discípulos, diciendo: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo, que es entregado por vosotros. Haced esto en memoria de mí”.

2. También pasó una copa, diciéndoles que la repartieran entre ellos: “Esta copa que es derramada por vosotros es el nuevo pacto en mi sangre, derramada por muchos, para el perdón de los pecados”. También les ordenó a todos que la bebieran.

3. Fue durante esta última cena que el Señor Jesús menciona que uno de Sus discípulos lo traicionaría.

4. Finalmente, el Señor Jesús dice que no volverá a beber del fruto de la vid hasta que lo beba de nuevo con Sus seguidores en el reino del Padre.

Al instituir la cena del Señor, el Señor Jesús se centró en la relación espiritual entre Él y Sus discípulos. No dio detalles de cómo, cuándo, dónde o por quién los elementos se deberían servir, y, por lo tanto, las diferentes iglesias tienen cierta libertad para decidir esos detalles por sí mismas. Por ejemplo, si una iglesia celebra la cena una vez a la semana o una vez al mes o una vez al año, no es realmente importante.

Sin embargo, otros desacuerdos sobre la comunión son teológicamente importantes. Por ejemplo, si se necesita participar en la mesa del Señor para recibir la gracia, entonces la gracia no es realmente gratuita y tiene que ser ganada por las obras que realizamos, en contradicción con Tito 3:5. Y, si el pan es realmente el cuerpo de Cristo, entonces el Señor está siendo sacrificado una y otra vez, en contradicción con Romanos 6:9-10. Estos asuntos son lo suficientemente importantes como para haber dividido a la iglesia con los años y en realidad se convirtió en un tema de discusión acalorada durante la Reforma Protestante.

Entendiendo que somos salvos por gracia, por medio de la fe, aparte de las obras (Ef 2:8-9) y considerando que las palabras del Señor Jesús sobre los elementos de la comunión son figurativas (es decir, los elementos son simbólicos), nos centramos en la belleza del Nuevo Pacto (Mt 26:28) establecido por la propia sangre de Jesús. Recordamos Su sacrificio por nosotros siempre que participamos en la mesa del Señor (Lc 22:19). Y esperamos compartir una vez más la copa con Cristo en el reino de Dios (Mt 26:29; Mr 14:25; Lc 22:18).

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