Si hay algo que el pueblo de Dios ha necesitado hacer en cada período de la historia es confiar en Su Dios y Su Palabra solamente.
Adán y Eva no lo hicieron y terminaron hundiendo la creación en pecado; Aarón, el hermano de Moisés, no lo hizo y terminó construyendo un becerro de oro; los jueces de Israel no lo hicieron y terminaron en todo tipo de iniquidad; David no lo hizo cuando hizo el censo de Israel; los reyes, los príncipes, los sacerdotes y los ancianos de Israel no lo hicieron y trajeron todo tipo de consecuencias sobre el pueblo; los discípulos no lo hicieron al principio cuando no creyeron la resurrección anunciada por Cristo tres veces; y Tomás no la creyó aún después que esta ocurrió.
En la actualidad, muchos hijos de Dios confían en sus finanzas, habilidades, la ciencia, la sociología o la sicología antes que en la Palabra de Dios. Necesitamos ver un grupo de creyentes comprometidos con Su Palabra por encima de cualquier otra cosa y comprometidos con la suficiencia de las Escrituras. Pero para ello, necesitamos un claro entendimiento de lo que significa dicha suficiencia.
Tradicionalmente se ha hablado de que Las Escrituras tienen atributos de la misma manera que Dios tiene atributos. Los cuatro atributos que se han aplicado a las Escrituras clásicamente son:
Claridad: Lo cual implica que el camino de salvación es suficientemente explícito en la revelación de Dios para el hombre.
Autoridad: La Palabra de Dios es la última autoridad en cada una de las áreas donde la Biblia habla. En las áreas donde la Biblia habla, la revelación de Dios está por encima de todo maestro, de toda otra autoridad, de toda ciencia y de toda razón humana.
Necesidad: Lo cual implica que necesitamos la Biblia para ser salvos, crecer en santidad, saber cómo adorar a Dios y para saber cómo vivir (1 Co 2:6-13). La revelación de Dios en la creación no es suficiente para ninguna de esas cosas.
Suficiencia: Las Escrituras proveen todo lo que necesitamos conocer acerca de Dios, del hombre, de cómo ese hombre debe relacionarse con Dios, y de cómo adorar a Dios en su diario vivir de una manera que glorifique Su nombre.
Ahora, la suficiencia de las Escrituras no implica que lo único que necesitamos es la Biblia. La Biblia es la máxima autoridad en todos los asuntos espirituales, pero no dice nada acerca de las estructuras del ADN, de la microbiología, de la gramática del idioma chino o de la ciencia espacial. Las Escrituras no nos dicen todo lo que queremos saber, pero sí todo lo que necesitamos saber para nuestra vida de piedad. De ahí es que hablemos de que las Escrituras son suficientes para hacer santo al hombre que nació de nuevo y para hacerlo perseverar en el camino de la salvación hasta que entre en gloria.
Quizás el mejor texto para comenzar a hablar de la suficiencia de las Escrituras es 2 Timoteo 3:14-17:
“Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”.
Este texto forma parte de la segunda carta de Pablo a Timoteo donde Pablo está anticipando una muerte cercana, lo cual hace que sea una carta muy personal. En el texto, la enseñanza que Pablo está tratando de gravar en la memoria de su pupilo es cuan suficiente ha sido para él la Palabra aprendida y por tanto para el resto de nosotros. La carta pone de manifiesto la necesidad de enseñar la Palabra, muestra el origen de las Escrituras y nos enseña la suficiencia de las mismas Escrituras: desde el nuevo nacimiento hasta nuestra entrada en gloria.
Es interesante que Pablo no solo le dice a Timoteo que recuerde lo que ha aprendido, sino también, de quién lo aprendió. Timoteo tuvo a su abuela Loida y a su madre Eunice como sus primeras instructoras del Antiguo Testamente porque no tenían el Nuevo Testamento y, sin embargo, aún en el Antiguo Testamento había suficiente información para revelar el camino de salvación a través del Cristo que vendría. Timoteo tuvo el privilegio de aprender las Sagradas Escrituras de los labios y las vidas de tres personas piadosas. Quienes nos enseñan las Escrituras, influyen en como las recibimos, y como las percibimos tiene una influencia monumental en la manera como ellas nos transforman. Lo que creamos o no acerca de las Escrituras determinan si ellas terminarán transformándonos.
Si no creo que las Escrituras representan la total palabra de Dios, no me voy a someter a ellas. Si me someto selectivamente, así también será mi transformación, selectiva: áreas de mi vida sometidas y otras en rebelión al Señorío de Cristo. 1 Tesalonicenses 2:13 dice, “…cuando recibisteis la palabra de Dios, que oísteis de nosotros la aceptasteis no como la palabra de hombres, sino como lo que realmente es, la palabra de Dios, la cual también hace su obra en vosotros los que creéis”. El recibir la Palabra de Dios por lo que es, la Palabra de Dios, determina la clase de discípulo que llegamos a ser.
Pablo enseña que las Escrituras son suficientes para el camino de salvación y santificación. Cada libro de la Biblia guarda un lugar especial en la historia de la redención y revela a Cristo en Su rol de redentor de tal forma que cada libro es como una pieza de un rompecabezas; cuando se unen todas las piezas, podemos ver el panorama completo. Quizás no entendamos la revelación de Dios por completo, pero no porque haga falta una pieza del rompecabezas, sino porque no tenemos toda la sabiduría, ni todo el discernimiento necesario. Pablo establece que las Sagradas Escrituras son suficientes para mostrar el camino de salvación por su origen ya que: “Toda Escritura es inspirada por Dios” (2 Ti 3:16). Esto es lo que le da la autoridad a la Palabra.
En los versículos 16 y 17 continúa diciendo, que la Escritura es “útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra”. Estas palabras nos hablan claramente de cuan suficiente es la Palabra de Dios para transformar al hombre o la mujer de Dios. La vida cristiana comienza por fe, pero esa fe viene por el oír la Palabra de Cristo. Esa salvación es dependiente del mensaje del evangelio y eso está en la Palabra; de ahí en adelante comienza el trabajo de santificación o transformación. La razón por la cual las Escrituras tienen esa capacidad es porque tienen la autoridad para enseñar, reprender, corregir, e instruir en justicia.
Las Escrituras explican el evangelio y el Espíritu Santo aplica ese evangelio a la mente y al corazón del inconverso; en ese entonces, la Palabra se convierte en suficiente para abrir los ojos del ciego espiritual y para reprender al que está en pecado y no lo está viendo: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de dos filos; penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y los tuétanos, y es poderosa para discernir los pensamientos y las intenciones del corazón,” (He 4:12). La Palabra pueden penetrar a áreas del alma insondables para la capacidad humana y revelar cosas que nuestra sabiduría jamás podría.
Si todo esto es verdad, entonces, la Palabra de Dios es suficiente para la santificación del hombre. Esto es como Cristo lo dijo, Padre, “Santifícalos en la verdad; tu palabra es verdad,” (Jn 17:17). Es imposible practicar la piedad sin una ingesta constante, consistente y equilibrada de la Palabra de Dios en nuestras vidas. ¿Por qué? Porque ese es el instrumento de santificación que Dios ha dispuesto y porque Dios impregnó su Palabra de Su poder. La experiencia de Saulo camino a Damasco, es una muy buena ilustración. En una sola conversación con Saulo, Jesús demolió todas las creencias que lo habían convertido en un fiel perseguidor de la iglesia y lo llevó a ser un fiel proclamador del evangelio. No necesitamos de ninguna otra instrucción para completar lo que la Palabra enseña y saber cómo vivir. La Palabra es suficiente.
Ahora, es necesario aclarar que la Palabra de Dios sin la acción del Espíritu de Dios no es suficiente porque “el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son necedad; y no las puede entender, porque se disciernen espiritualmente” (1 Co 2:14). El Espíritu de Dios inspiró la Palabra; el Espíritu de Dios aplica la Palabra al hombre; el Espíritu de Dios es quien transforma al creyente. Pablo escribió en 1 Tesalonicenses 1:5: “Pues nuestro evangelio no vino a vosotros solamente en palabras, sino también en poder y en el Espíritu Santo y con plena convicción…”
“La Biblia contiene la mente de Dios, la condición del hombre, el camino de salvación, la condenación de los pecadores, y la felicidad de los creyentes. Sus doctrinas son santas; sus preceptos son mandatorios, sus historias son verdaderas, y sus decisiones inmutables. Léela para hacerte sabio, créela para estar seguro, y practícala para ser santo. Ella es el mapa del viajero, el cayado del peregrino, la brújula del piloto, la espada del soldado, y la constitución del cristiano. En ella el paraíso es restaurado, los cielos abiertos y las puertas del infierno desenmascaradas. [En la Biblia] Cristo es el gran tema, nuestro bien es el diseño y la gloria de Dios, su meta.
“Ella debe llenar tu memoria; gobernar tu corazón, y guiar tus pasos. Léela lentamente, frecuentemente y devocionalmente. Es una fuente de riqueza, un paraíso de gloria y un río de placer. Se te da en vida; se abrirá en el juicio y será recordada para siempre. Involucra la más alta responsabilidad; recompensará la más grande labor y condenará a todos aquellos que se mofan su contenido sagrado”.
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