Friday, November 28, 2025

CAUSAS Y EFECTOS



“Como el gorrión en su vagar, y como la golondrina en su vuelo, así la maldición nunca vendrá sin causa” (Pr 26:2).

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Cuando el dolor y los problemas llegan a tu vida, no es debido a un encadenamiento fatal de eventos que obra fortuitamente. El Señor bendice, y el Señor maldice. Y Él no maldice al azar ni caprichosamente: hay una causa justa para Su juicio. La maldición cae sobre el hombre y su hogar por una buena razón, tan certeramente como el gorrión y la golondrina siguen un curso de vuelo ya trazado.

Los cambios alternos de sucesos prósperos y adversos que ocurren en la vida de una persona a menudo pueden parecer tan aleatorios como el vuelo de las aves en el cielo. Pero el vuelo de las aves tiene un propósito que siempre se cumple, y que muchas veces va más allá de simplemente llegar a su destino designado.

Si eliges una vida carnal de interés egoísta en este mundo, el Señor te maldecirá (Pr 3:31-35; 11:26; 21:12; 28:27; Sal 37:22). Es horrible cuando Dios maldice a un hombre, a una familia o a una nación (Lv 26:14-40; Dt 11:26-29; 28:15-68; 29:14-29). Él te conoce a ti y tus peores temores. Él sabe lo que hará que tu vida sea peor que la muerte. Elige el temor del Señor.

Pablo está de acuerdo con Salomón: 

“No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gl 6: 7). 

El camino de los transgresores es duro (Pr 13:15). No pienses ni por un segundo que no cosecharás lo sembrado o que tus problemas actuales son mera casualidad. Así como Dios le maldijo la tierra a Adán con espinos y cardos literales (Gn 3:18), así Él puede maldecir tu vida con espinos y cardos espirituales (Pr 22:5). Cuando Él pone Su rostro contra alguien para mal, un gran mal viene sobre esa persona (Lv 20:5; Jer 21:10).

El Israel antiguo descuidó la adoración de Dios, por lo que Él los amenazó con maldición (Hag 1:5-11; Mal 1:14; 2:2; 3:9; 4:6). Les advirtió a los falsos adoradores que juraban falsamente en Su nombre que Su maldición consumiría sus casas, la madera y hasta las piedras que les servían de cimientos (Zac 5:1-4). Él puede destruir hasta los cimientos de tu vida. Cuídate de que no te maldiga por confiar en la carne y apartarte de Él (Jer 17:5).

En el día de la adversidad, considera (Ec 7:14). Tus problemas no son un accidente o una serie de eventos al azar; fueron preparados y enviados por el Altísimo. 

Para advertirte acerca de las maldiciones del Señor sobre los que endurecen su corazones contra Él, Moisés convocó a una asamblea pública donde las enumeró con gran detalle (Dt 28:15-68). 

Y cuarenta y dos jóvenes aprendieron muy tarde que no deberían haberse burlado de Eliseo, el profeta del Señor, como si se tratara de un hombre común (2 R 2:23-25). Es un profundo ignorante quien no sabe que el Señor se propone hacer tanto el bien y como el mal (Lm 3:37-38). 

La mayor maldición del Señor sobre tu vida es a causa de tus pecados. Y a todos los maldecidos por Él, les dirá: 

“Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt 25:41).

Pero el Hijo de Dios fue hecho maldición por ti (Gl 3:13), por lo que puedes elegir, en vez, ser bendito por toda la eternidad. Solo el que no amare al Señor Jesucristo será maldito. ¡Maranata! (1 Co 16:22). El Señor viene.

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Thursday, November 27, 2025

NINGUNO PUEDE SERVIR A DOS SEÑORES


 

Una de las enseñanzas más conocidas, y al mismo tiempo más desoídas del Señor Jesús, es esta: 

“Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mt 6:24). 

Estas palabras las pronunció como parte de Su Sermón del Monte (Mateo 5-7), en el que enseña que es una necedad acumular tesoros en la tierra: 

“... donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan” (Mt 6:19-20). 

En cambio, el Señor nos insta a acumular tesoros en el cielo, donde durarán para siempre. 

El obstáculo que nos impide invertir sabiamente es el corazón. Donde esté nuestro tesoro, allí estará nuestro corazón (Mt 6:21). Seguimos lo que cultivamos en nuestro corazón, y el Señor deja en claro que no podemos servir a dos amos, o dos señores.

Un amo/señor es todo aquello que nos esclaviza (Ro 6:16). El dinero, el sexo y la lujuria en general son los amos más evidentes de la mayoría de las personas. En la advertencia del Señor de que no podemos servir a dos amos/señores, especifica que el dinero es un amo/señor que se opone a Dios.

El llamado del Señor Jesús a seguirlo es un llamado a abandonar todos los otros amos/señores en nuestra vida. Llamó a Mateo cuando esta en su puesto de recaudación de impuestos (Mt 9:9). Mateo obedeció y se alejó de la riqueza asociada a su trabajo y de los tratos sucios asociados con el mismo. 

El Señor Jesús llamó a Pedro, a Santiago y a Juan cuando estaban ocupados en su prolífico negocio de la pesca (Mr 1:16-18). Obedecer el llamado del Señor significó para ellos que dejaran atrás todo lo que conocían, todo para lo que habían trabajado. 

El Señor Jesús llamó a Su servicio a Pablo, un fariseo exitoso, con las palabras: 

“Yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre (Hch 9:16). 

Esas palabras nunca aparecerán en una campaña evangelística ni publicitaria masiva del cristianismo, aunque deberían, porque esto es lo que significa seguir al Señor Jesús (Lc 9:23). Debemos dejar todo lo demás, sin importar el costo (Mt 10:34-39).

El Señor se describe a Sí mismo como celoso (Ex 34:14). Esto significa que Él mantiene a los que son Suyos muy cerca y bajo un ojo muy estricto. Él es justamente celoso de nuestros afectos porque fuimos creados para amarlo y servirlo solo a Él (Col 1:16). No es celoso por Sí mismo, porque no necesita nada de nosotros (Sal 50:9-10). Es celoso por nosotros porque somos nosotros quienes lo necesitamos a Él (Mr 12:30; Mt 22:37). 

Cuando servimos a otro amo/señor, como el dinero, nos privamos de todo aquello para lo que fuimos creados por Dios, y le robamos Su legítima adoración.

El derecho que el Señor Jesús tiene sobre nosotros es exclusivo. Él nos compró con Su propia sangre y nos liberó de nuestro antiguo amo/señor, el pecado (1 Co 6:20; 7:23; Ro 6:17). Él no comparte Su señorío con nadie. 

Durante el tiempo que el Señor Jesús anduvo en la tierra muchas personas lo siguieron durante un tiempo y luego lo abandonaron: porque su devoción era superficial (Lc 9:57-62). Querían algo que el Señor ofrecía, pero no estaban comprometidos con Él (Mr 10:17-22). Otras cosas eran más importantes. Querían servir a dos señores. La persona de Jonatán viene a la mente en este respecto: Reconoció que Dios había elegido a David como el siguiente rey de Israel, pero aún así permaneció en el reino con su padre Saúl, a pesar que sabía que el Señor lo había rechazado. Finalmente murió con su padre a manos de los enemigos de Israel (ver Jonatán).

No podemos servir a dos señores porque, como dice el Señor Jesús, acabaremos odiando a uno y amando al otro. Es natural. Los amos opuestos exigen cosas diferentes y conducen por caminos distintos. El Señor va en una dirección, y nuestra carne y el mundo van en la otra. Hay que hacer una elección. Cuando seguimos a Cristo, debemos morir a todo lo demás, o no lo lograremos; seremos como algunas de las semillas de la parábola del Señor (Lc 8:5-15): sólo una parte de esas semillas dio realmente fruto. Algunas brotaron al principio, pero luego se marchitaron y murieron. No estaban profundamente arraigadas en una buena tierra.

Si intentamos servir a dos amos, tendremos lealtades divididas y, cuando las dificultades del discipulado choquen con la seducción del placer carnal, la atracción magnética de la riqueza y el éxito mundano nos alejarán de Cristo (2 Ti 4:10). 

El llamado a la piedad va en contra de nuestra naturaleza pecaminosa. Sólo con la ayuda del Espíritu Santo podemos permanecer dedicados a un solo Amo, a un solo Señor, a un solo Maestro (Jn 6:44).

La amplitud de esta enseñanza también arrasa con mucho de lo que hoy en día pasa por cristianismo. Pastores y predicadores profesionales sirven a sus iglesias y denominaciones por encima del Señor. Allí donde aparece una contradicción entre lo que la Palabra del Señor dice y lo que su iglesia/denominación dice, siempre optan por obedecer a esta última porque es la que les paga su salario. Son clérigos profesionales, asalariados más que siervos del Señor (Jn 10:12-13). Al Señor se lo sirve obedeciendo Su Palabra incluso cuando la iglesia tiene una posición diferente. O servimos al Señor, o servimos a la tradición eclesiástica del hombre. 

El discípulo abnegado del Señor ampliará mucho más la aplicación personal de:

“Ninguno puede servir a dos señores”.

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Wednesday, November 26, 2025

CIUDAD DE ORO




“Como ciudad derribada y sin muro es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda” (Pr 25:28).

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Tu éxito depende de gobernar tu espíritu. Los grandes hombres gobiernan sus espíritus. Resisten la tentación de reaccionar de forma exagerada. Refrenan sus emociones y las manejan para bien. Mantienen en control sus sentimientos y pasiones para considerar sus respuestas a los eventos.

¿Qué tan seguro estás de problemas? Si no dominas tu espíritu, eres vulnerable a decir o hacer cosas que te pueden costar muy caro. Es posible que ya estés dañado por tales acciones. Es sabiduría aprender a controlar y manejar tus sentimientos para hacer solo lo correcto.

Tu espíritu es tu yo interior, que controla tus acciones. Cuando no gobiernas tu espíritu, estás expuesto a todo tipo de locuras y problemas. Como una ciudad en tiempos antiguos, indefensa y sin muros ante ejércitos invasores, así es el hombre que no gobierna su propio espíritu y lo guarda diligentemente en el camino de la virtud, la verdad y la sabiduría.

Espíritu, aquí, es una sinécdoque para todo tu ser interior: incluye tus afectos, emociones y pasiones. Un hombre sabio y noble gobierna su espíritu con su voluntad y su mente. Lo aprisiona con cadenas de abnegación para evitar que estalle en él la ambición, la ira, la lujuria, el orgullo o la venganza. Lo guía mediante el cumplimiento de un pacto personal de aferrarse al honor, a la humildad, a la justicia y a la virtud. Gobierna sus pensamientos, sus deseos, sus inclinaciones, sus sentimientos, y los mantiene a todos bajo un férreo control.

Un necio deja que su espíritu controle sus acciones. No resiste los impulsos de su espíritu; se deja dirigir por él; pierde la lucha por el carácter y la piedad. No puede hacer lo que debe; no puede dejar de hacer lo que no debe. Tales hombres a menudo están enojados, generalmente son necios, a menudo están deprimidos o siempre posponen las cosas, entre otras faltas y pecados. Nunca crecen, porque están controlados por las pasiones infantiles de su corazón depravado.

En la época de Salomón, la seguridad de una ciudad dependía de grandes puertas, gigantescos muros a su alrededor y torres de vigías en sus esquinas para prevenir las incursiones de grupos guerrilleros o ejércitos invasores. Si se derribaban los baluartes, las puertas, y se derrumbaban las murallas, una ciudad quedaba totalmente expuesta a las incursiones de cualquier enemigo que quisiera saquearla, despojarla o conquistarla. Si los ciudadanos no invertían lo suficiente en estos medios de protección, la ciudad podía ser capturada fácilmente.

Un hombre sin control sobre su espíritu está tan expuesto como una ciudad sin muros. Su espíritu está listo para pecar con muy poca provocación, y no puede utilizar su poder para ningún bien real. Está indefenso, desesperanzado, perpetuamente a merced de sus enemigos: la necedad, la lujuria y el pecado, que no le dan cuartel, sino que regularmente devastan su vida. Pero el hombre que se enseñorea de su espíritu es mayor que el que toma una ciudad por sí solo (Pr 16:32).

¿Qué tienta a tu espíritu? ¿Eres ligero para la ira, la marca inequívoca de un necio? ¿Tienes que hablar sin cesar todo el tiempo, otra de las marcas distintivas de un necio? En cuanto al dinero, ¿eres un derrochador impulsivo, o un avaro acaparador? ¿Justificas las decisiones imprudentes como optimismo? ¿Llamas autorreflexión a la música melancólica? ¿Qué espíritu tienes? ¿Lo gobiernas? ¡Afirma los muros! ¡Levanta las torres! ¡Cierra las puertas! ¡Fortifica los baluartes! ¡Gobierna tu espíritu!

Tu vida será saqueada y desperdiciada, a menos que tomes el control y levantes las defensas. Nunca lograrás mucho si no lo haces. Serás una tierra baldía, porque un espíritu rebelde no produce cosas buenas para Dios ni para el hombre. Te sumergirás en pecados de comisión y omisión. ¡Afirma los baluartes! ¡Levanta las torres! ¡Cierra las puertas! ¡Fortifica los muros! ¡Gobierna tu espíritu!

La batalla más grande que pelearás en tu vida es contra ti mismo. Tu peor enemigo es el hombre depravado y egoísta que llevas dentro. Te causa el mayor daño y te impide tener éxito en la vida. La pérdida más vergonzosa es vivir y morir víctima de tu propio espíritu rebelde. Y la victoria más grande y noble es la que obtienes sobre él.

El rey Saúl no dominó su espíritu celoso, e incluso trató de matar a su propio hijo (1 S 20:27-34). David no refrenó su espíritu lujurioso, que lo condujo temerariamente al adulterio y al asesinato (2 S 11:1-27). Y Sansón, el hombre más fuerte que jamás haya existido, quedó indefenso ante su pasión desenfrenada por Dalila (Jue 16:4-21). No dejes que estos crímenes atroces te hagan pensar que estás a salvo, porque muchos pecados menores también pueden arruinar tu vida.

Identifica tus debilidades: todo hombre las tiene. ¿Qué pecados te tientan más? ¿Qué te hace caer más rápido en la locura? Confiesa tus faltas al Señor. Confiésaselos a tu familia y amigos fieles. Pídeles que te digan cuando vean una fisura en tu muro. Hazte cargo de tu espíritu, y aplasta cualquier pecado que desee cometer. 

A la primera señal de que un baluarte o una torre se desmorona, ora por la poderosa fuerza del Señor Jesús. No confíes en tu propia fuerza; necesitas la Suya. No puedes relajarte, porque tu espíritu tomará el control a menos que lo gobiernes. Por la gracia del Señor Jesucristo puedes gobernarlo. ¿Por qué esperar un minuto más? Ve a Él ahora. Levanta el muro de tu ciudad y santifícala bajo el gobierno del Espíritu del Señor. Él dará la misma gracia y fuerza que Él tuvo a todos los que se las pidan (2 Co 12:9-10; Fil 4:13).

Enséñale a tu hijo la autodisciplina, llamada templanza y dominio propio en la Biblia. Esto le hará más bien ante Dios y ante los hombres que la formación académica. Esto lo hará tan grande como un hombre que por sí solo toma una ciudad (Pr 16:32). Puedes empezar cuando es muy pequeño negándole poco a poco las pequeñas cosas que quiere. El mundo actual no ve la necesidad de ello, porque creen en la gratificación instantánea de la comida chatarra, las compras compulsivas, el sexo irresponsable, el habla imparable, la ira incontrolable, el sueño permanente, etc.

El Señor Jesucristo gobernó Su espíritu y se sometió a la voluntad de Dios, a pesar de estar muy angustiado y entristecido por Su próxima crucifixión (Mr 14:33). Aunque fue tentado por el diablo en varias ocasiones, nunca consideró sus sugerencias (Mt 4:1-11). Su ciudad es de oro, semejante al vidrio limpio, y el muro de ella es de jaspe (Ap 21:18). Los cimientos del muro de Su ciudad están adornados con toda piedra preciosa (Ap 21:19). 

Y: 

“No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero” (Ap 21:27). 

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HOJUELAS CON MIEL

 



“Comer mucha miel no es bueno, Ni el buscar la propia gloria es gloria” (Pr 25:27).

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Un poco de miel es suficiente. Su dulzor supera a la mayoría de los alimentos, por lo que una pequeña cantidad puede satisfacer tu gusto y apetito. Consumir más que un poco te provocará náuseas y otros malestares (Pr 25:16). De la misma manera, desear o buscar la alabanza de los hombres, para traerte gloria, no es gloria. Es repugnante, nauseabundo y vergonzoso.

Aquí hay un gran proverbio con una valiosa lección. Como en muchos proverbios, la conducta humana se compara con un producto natural. Salomón usa el conocimiento universal de la dulzura de la miel para condenar la ambición y el deseo de los hombres de buscar su propia gloria. 

En esta generación artificial, la mayoría ignora la miel. Son adictos a la dextrosa, la fructosa, la glucosa, la lactosa, la maltosa, la sacarosa, el jarabe de maíz y otros edulcorantes artificiales, que estimulan el apetito en lugar de satisfacerlo. ¿Cuándo fue la última vez que comiste un poco de miel? Para los informados, la miel es un alimento natural exquisito que Dios creó para tu salud y bienestar (Pr 24:13).

El Señor describió a Canaán, la tierra prometida de Israel, como una tierra de la que mana leche y miel (Ex 3:8; Dt 8:7-9). Incluso el maná que le dio a Israel durante cuarenta años sabía a hojuelas con miel (Ex 16:31). Nadie puede negar que la miel es dulce. Es el doble de dulce que el azúcar. En recetas que requieran azúcar, el equivalente a la mitad de su cantidad bastará si se usa miel en vez.

Buscar elogios, honra o gloria personales es tan repugnante como atiborrarse de miel. Los sabios evitan las alabanzas, aunque la mayoría hoy en día están obsesionados con ellas (2 Ti 3:1-5). Tratar de aumentar tu gloria y popularidad será repugnante para los que te observen. Lo que pensabas que era dulce se volverá nauseabundo. Cualquier honor que debas buscar no es verdaderamente honor, porque no es real ni sincero, y aquellos a los que se lo mendigas te desprecian por ello.

La mayoría hoy se harta de la miel del orgullo, odiando la humildad y la modestia. Es la generación más egoísta, egocéntrica, ególatra e infantil de la historia de la humanidad. Han hecho del narcisismo y del amor propio formas de arte. Han inventado toda clase de dispositivos y plataformas para auto-promocionarse en la internet, para acumular falsos “seguidores” y falsos “amigos” cuyas verdaderas identidades son totalmente desconocidas. Ofrecen sus opiniones, su privacidad y los detalles de su vida al mundo, aunque a los únicos que les importa sean estafadores y delincuentes virtuales. Puedes observar fácilmente el descenso de la humanidad a la locura diabólica de la arrogancia y la presunción desenfrenadas en la generación de las “selfies”.

Moisés fue uno de los líderes más grandes de Israel, pero era el hombre más humilde de la tierra, no buscó su propia gloria (Nm 12:3). Dios defendió a este hombre humilde castigando severamente a los que lo acusaron de soberbia (Nm 12:1-15; 16:1-40). Los verdaderamente sabios buscarán ser humildes (Mt 5:5; Stg 3:13; 1 P 3:4), como se hizo Pablo al seguir al Señor Jesucristo (2 Co 10:1). Sólo se jactó cuando se vio obligado a hacerlo en provecho de otros (2 Co 12:11).

¿Alguna vez has escuchado a una persona que se alaba a sí misma al orar, como cuando alguien le agradece a Dios por haberla hecho tan talentosa? (Lc 18:11) ¿Alguna vez te has alabado así? ¿Puedes contenerte en un grupo y no hablar a menos que otros te lo pidan? La regla apostólica es rechazar la vanagloria y hacer que los demás y sus obras sean más importantes que tú (Fil 2:3-4).

Si anhelas alabanza y gloria, entonces espera a que otros te la den, para que sepas que es sincera y merecida (Pr 25:6-7; 27:2). Si tienes que esperar mucho tiempo, ten por seguro que no te la mereces. ¡Alaba a otros mejor! Es más bienaventurado dar que recibir (Hch 20:35), especialmente en este asunto.

Cuando una persona te cuenta acerca de un evento en su vida, ¿tu respuesta típica es mencionar un evento similar o una conexión de tu vida y pasar por alto el valioso punto que la persona está haciendo? ¡Lástima! Te estás atiborrando de miel, y ni siquiera lo sabes. Cállate sobre ti mismo. No quieren saber de ti, o te lo habrían preguntado.

La única aprobación que importa es la de Dios. Rechaza la alabanza de los hombres por la alabanza de Dios, y te librarás de un lazo horrible (Jn 5:44; 12:43). Diótrefes se moría de ganas por recibir el honor de los hombres, por lo que el amado Juan lo censuró severamente (3 Jn 1:9-11). Recuerda que todo lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación (Lc 16:15).

Si te examinas en el espejo de la Escritura, verás suficientes defectos y deformidades para mantenerte humilde y evitar buscar la gloria de los hombres (Stg 1:21-25). 

“Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo” (1 P 5:6). 

Mejor, cae a los pies del Señor Jesucristo, y espera que Él ponga su diestra sobre ti y te encomiende alguna tarea (Ap 1:17-19). ¡No hay mayor gloria que esta!

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