Icabod era el hijo de Finees y el nieto de Elí, el sacerdote del Señor en Silo. La triste historia de Elí y sus dos hijos desobedientes, Finees y Ofni, se encuentra en 1 Samuel, capítulos 2 y 4.
Ofni y Finees murieron en batalla con los filisteos que capturaron el Arca del Pacto y se la llevaron de Israel. Al escuchar esta terrible noticia, Elí cayó de espaldas de su silla, se rompió el cuello y murió. La esposa de Finees, que estaba embarazada, se puso de parto y tuvo un hijo.
“Y llamó al niño Icabod, diciendo: ¡Traspasada es la gloria de Israel! por haber sido tomada el arca de Dios, y por la muerte de su suegro y de su marido. Dijo, pues: Traspasada es la gloria de Israel; porque ha sido tomada el arca de Dios” (1 S 4:21-22).
La palabra Icabod literalmente significa “Sin gloria” o “No hay gloria”, y en su dolor y desesperación, la mujer (que no es nombrada en las Escrituras) lamentó la pérdida de la gloria de Dios de Israel.
La gloria de Dios se utiliza para describir el favor de Dios y las bendiciones hacia Su pueblo. En el Antiguo Testamento, la gloria de Dios se ve como una columna de fuego y nube que seguía a los israelitas durante el éxodo de Egipto, guiándolos y protegiéndolos (Ex 13:21). Una vez que se construyó el Arca el Pacto y se colocó en el tabernáculo en el desierto, y más tarde en el templo en Jerusalén, la gloria de Dios residía allí como un símbolo de Su presencia entre Su pueblo. Cuando los filisteos capturaron el Arca, la gloria se apartó de los israelitas, Icabod se hizo realidad.
El Señor Jesús se refiere más tarde al concepto de la gloria de Dios abandonando Israel. En Su último mensaje a la población de Israel, Su última palabra a los líderes religiosos fue:
“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta [desolada]” (Mt 23:37-38).
Esa fue su última declaración de juicio sobre Israel por el rechazo de su persona, el Mesías. Él ha condenado a sus líderes y, al condenarlos a ellos, condenó a todo el pueblo que los siguió. Y ahora dice (Mt 23:38) que la casa de ellos es dejada desierta, desolada, Icabod, la gloria la de Dios la abandona.
Nótese que Él dice que vuestra casa es dejada desierta. La casa de Israel. No dice Mi casa. O, la casa de Mi Padre, como solía llamarla. La casa de ellos (Israel) es la que es dejada desolada porque Dios se ha ido de ella. ¡Icabod! Dios ya no está allí, no es más la casa del Padre; no es más Mi casa.
La palabra griega, traducida como “desierta” o “desolada”, significa abandonada a la ruina.
Este lugar está en abandono. Dios se ha ido. Este lugar está maldito, destinado a la ruina. Y no volverán a ver al Mesías hasta que venga en plena gloria mesiánica (Mt 23:39).
Es algo terrible experimentar la pérdida de la gloria de Dios. Y mientras que la ruina de Israel es temporal hasta que “la plenitud de los gentiles” sea llevada al reino de Dios en la tierra (Ro 11:25), uno se pregunta cuántas iglesias hoy en día han perdido la gloria del Señor, ya sea voluntaria o inconscientemente.
Las mismas cosas que causaron Icabod en Israel: el pecado, la desobediencia, la idolatría, están presentes en muchas de las iglesias de hoy. Los cristianos nunca debemos dar por sentada la gloria de Dios en medio de nosotros, no sea que un día nos despertemos y descubramos que Icabod se ha hecho realidad en nuestras vidas.
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