LA ZARZA ARDIENTE


La historia de Dios hablando a Moisés desde la zarza ardiente se encuentra en Éxodo 3:1-4:23. A través de este notable acontecimiento, Moisés se encuentra con Dios en el monte Horeb, y Dios se revela (Dt 33:16; Mr 12:26). La zarza ardiente que se describe en Éxodo 3:2 es una teofanía, la aparición de Dios en una forma visible para el hombre. Lo más probable es que la zarza fuera algún tipo de arbusto o espino, y que el fuego que la quemaba fuera el ángel del Señor: 

Y se le apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía (Ex 3:2).

Es la primera vez que la Biblia utiliza la palabra “santa”:

Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es (Ex 3:5).

En la zarza ardiente, Dios reveló Su santidad como nunca antes la había revelado. Moisés quedó tan asombrado por esta revelación que, más tarde, cuando escribió su famoso himno de victoria, se aseguró de mencionar este atributo divino de la santidad de Dios: 

“¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnífico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?” (Ex 15:11).

Hay varias razones por las que Dios se reveló a Moisés desde la zarza ardiente. En primer lugar, Dios se revela como fuego, pues es una imagen de Su santidad. A lo largo de toda la Biblia, el fuego se utiliza como imagen de la cualidad purificadora y refinadora de la santidad de Dios. Esto se pone aún más de manifiesto cuando Dios ordena a Moisés que se quite las sandalias “porque el lugar en que tú estás, tierra santa es”. Aquí Dios estaba recalcando a Moisés la distancia entre lo Divino y lo humano. Dios es trascendente en Su santidad, por lo que Moisés no podía acercarse a Él.

La santidad implica separación. La santidad de Dios significa que está separado de todo lo que ha creado. La santidad no es simplemente Su justicia (aunque forma parte de ella), sino también Su alteridad ( la cualidad o condición de ser otro, de percibir y reconocer al otro como un ser distinto a uno mismo). Es la distinción entre el Creador y la criatura, la distancia infinita entre la deidad de Dios y nuestra humanidad. 

Dios dice de Sí mismo: 

porque Dios soy, y no hombre, el Santo en medio de ti (Os 11:9). 

Su pueblo responde diciendo: 

No hay santo como Jehová (1 S 2:2).

En segundo lugar, Dios se reveló a Moisés desde la zarza ardiente como una imagen de Su gloria. Aunque esta teofanía era aterradora (Ex 3:6; Dt 4:24), su propósito era manifestar la pura majestad de Dios y servir de recordatorio visible a Moisés y a su pueblo durante los tiempos oscuros que se avecinaban porque pronto Dios manifestaría Su santidad y gloria a toda la nación de Israel. Como pronto aprendieron Moisés y los hijos de Israel, Su gloria es como un fuego consumidor, una columna de fuego que irradia luz, una luz tan brillante que ningún hombre puede acercarse a ella (Ex 24:17; 1 Ti 6:16).

Luego vemos que Dios también se preocupa por el sufrimiento de Su pueblo Israel (Ex 3:7-8). De hecho, era la primera vez que Dios llamaba a Israel “mi pueblo”. Bajo la opresiva esclavitud de Egipto, no tenían otra esperanza que Dios, y no podían hacer otra cosa que clamar a Él. Dios les escuchó y ahora iba a satisfacer su necesidad librándolos de su esclavitud y sufrimiento (Sal 40:17; Is 41:10; Jer 1:8). 

Aunque Dios se ha revelado como Alguien que vive en una luz inaccesible (1 Ti 6:16), la zarza ardiente simbolizaba Su intención de no consumir ni destruir a Su pueblo, sino de ser su salvador, de sacarlo de la esclavitud de Egipto y llevarlo a la Tierra Prometida.

Además, Dios dio a Moisés Su nombre personal:

Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros (Ex 3:14). 

Hay varias razones por las que Dios hizo esto. Los egipcios tenían muchos dioses con muchos nombres diferentes. Moisés quería conocer el nombre de Dios para que el pueblo hebreo supiera exactamente quién le había enviado a ellos. Dios se llamó a sí mismo YO SOY, un nombre que describe Su poder eterno y Su carácter inmutable. “YO SOY EL QUE SOY”, declara que Dios es autoexistente, sin principio ni fin. Esto también se expresa en el término “Yavé”, que significa “Yo Soy el que Es”. Es el nombre más significativo de Dios en el Antiguo Testamento.

El poder y la divinidad de este nombre queda demostrada cuando Jesús la usa durante su arresto. Cuando él dijo “Yo Soy”, sus acusadores y perseguidores supieron lo que Él profesaba ser y todos cayeron al suelo súbitamente (Jn 18:6-8), demostrando el Espíritu Santo el poder superior de este título (Leer también Juan 8:58-59).

Al identificarse como “YO SOY”, Dios declara que siempre existe en el ahora inmediato. No está limitado por el tiempo como nosotros. Nunca hubo un tiempo en el que Dios no existiera. No tiene un punto fijo en el que nació o fue creado. No tiene principio ni fin. Él es el Alfa y la Omega, el Primero y el Último (Ap 22:13).

Hoy en día, la única forma de llegar a la presencia de un Dios santo es ser santos nosotros mismos. Por eso Dios envió al Señor Jesús para que fuera nuestro Salvador. Él es nuestra santidad (1 Co 1:30). Nosotros nunca podríamos cumplir la Ley de Dios, pero el Señor Jesús la cumplió por nosotros con perfecta santidad. Cuando Él murió en la cruz, con Su sangre borró toda nuestra impureza, cambiando Su justicia por nuestra injusticia (2 Co 5:21). Cuando creemos en Él, Dios nos acepta como santos, tan santos como el propio Cordero de Dios, Jesús el Cristo, lo es.

La gracia que Dios ha mostrado a través de la cruz nos permite acercarnos al Santo, no como hizo Moisés, ocultando su rostro por miedo, sino por fe, confiando y creyendo en la persona y la obra de Jesucristo.

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