Wednesday, November 12, 2025

NUBES Y VIENTOS SIN LLUVIA




“Como nubes y vientos sin lluvia, así es el hombre que se jacta de falsa liberalidad” (Pr 25:14).

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¿Tu liberalidad excede tu hablar? ¿O tu hablar excede a tu liberalidad? ¿Has cumplido con todas tus promesas de dar? ¿O has decepcionado a algunos con tu falsa liberalidad? Es mucho más fácil hablar de ayudar que realmente hacerlo. Es mucho más fácil presumir de generosidad que ser realmente generoso. Si has abierto la boca, es hora de pagar.

En un lugar seco como Israel, donde vivió Salomón, las nubes y el viento traían grandes esperanzas de lluvia para un pueblo que dependía de la agricultura para sobrevivir (Pr 3:20; 16:15; Lv 26:3-5; Dt 11:10- 15; 1 R 18:41-46; Job 36:26-28; Sal 68:9; 147:8; Jer 5:24; Zac 10:1). La alegría era grande al ver las nubes en el horizonte y sentir el viento. Pero era una terrible decepción cuando las nubes y el viento no producían lluvia.

Las nubes y el viento traen la expectativa de la lluvia, lo que provoca alegría y esperanza en los que la necesitan. Cuando las nubes y el viento no producen la lluvia deseada y necesaria, hay una gran desilusión y dolor. Una persona que promete dar y no cumple es igualmente decepcionante y frustrante. ¿La lección? Mantén tus compromisos de ayudar a los demás. Nunca permitas que tus ofertas o promesas de liberalidad excedan tu rendimiento real. La justicia de Job incluía su gran cuidado de las expectativas que los necesitados tenían de él (Job 29:13; 31:16).

Cuando el jefe de los coperos de Faraón fue liberado de la prisión y reinstalado a su puesto y función, “no se acordó de José, sino que le olvidó” (Gn 40:23). Después de interpretar correcta y favorablemente su sueño, José le había rogado:

“Acuérdate, pues, de mí cuando tengas ese bien, y te ruego que uses conmigo de misericordia, y hagas mención de mí a Faraón, y me saques de esta casa. Porque fui hurtado de la tierra de los hebreos; y tampoco he hecho aquí por qué me pusiesen en la cárcel” (Gn 40:14-15).

Dos largos años pasaron (Gn 41:1). Dios intervino dándole un sueño a Faraón, y entonces el copero se acordó que José tenía el don del Señor de interpretar sueños. Pero, ¿te imaginas la desilusión de José, mientras pasaban los días, las semanas y los meses sin una palabra del copero o de Faraón? Las nubes y el viento no habían traído lluvia.

A la mayoría de los hombres les encanta hablar por hablar; te dirán con no pocos detalles lo amables y generosos que son. “Pero hombre de verdad, ¿quién lo hallará?” (Pr 20:6). La Ley de Moisés llama “oprimir” a retenerle el salario de un día a un jornalero (Lv 19:13; Dt 24:14-15). Y Salomón condenó tanto retener la ayuda a tu prójimo como prometer ayudarlo pero no efectuar la ayuda real (Pr 3:27-28).

Estos charlatanes le prometen a sus oyentes el cielo, la luna y las estrellas, porque así es fácil comprar el elogio de los crédulos. Pero no tienen la intención de cumplir, son incapaces de cumplir y olvidan convenientemente el compromiso hecho porque otros asuntos más importantes requieren su atención. La expectativa prometida se convierte en una vulgar mentira. Los que se jactan de tales mentiras son odiosos. Los hombres justos nunca engañan cuando están en juego las expectativas y las esperanzas de los verdaderamente necesitados.

Considera a los políticos. Salomón incluye este proverbio en medio de varios sobre reyes y gobernantes (Pr 25:2-7,15). Los políticos desean desesperadamente ser elegidos como congresales, por lo que se sienten tentados a ofrecer increíbles favores para el futuro con tal de asegurar su victoria en las urnas. Es muy fácil prometer beneficios especiales a cada grupo de personas. En las democracias y repúblicas, donde los congresistas son elegidos por la mayoría de los votantes, las promesas incumplidas son Legión (Mr 5:9,15; Lc 8:30). Si eres candidato a algo, asegúrate de cumplir todas tus promesas sin fallar.

Considera a Satanás. Le prometió a Eva que sería como Dios si comía del fruto prohibido (Gn 3:1-7). En lugar de llegar a ser como Dios, la pobre ingenua llegó a ser como Satanás, se condenó a sí misma, a su marido y a toda su descendencia a la muerte y a una eternidad en el infierno. Satanás, el diablo, ha estado mintiendo desde entonces, y cuando pecas, estás apostando a su promesa mentirosa de hacerte feliz a pesar de la condenación de Dios por ese pecado. Satanás es un engañador y el destructor de toda la raza humana; y mentir sobre los placeres del pecado es su arma más efectiva, solo pregúntale a Amnón o a Judas (2 S 13:1-29; Hch 1:18).

Considera a los ministros evangélicos. Muchos son tan mentirosos como el diablo, prometiendo bendiciones que no vendrán (1 R 22:19-23; Jn 8:44; 2 Co 11:1-4,13-15; 1 Ti 4:1-3). Muchos prometen fantásticos milagros y riquezas a cambio de donaciones deducibles de impuestos. Las promesas mentirosas de los ministros evangélicos que prometen libertad, sin arrepentimiento y santidad, son nubes y vientos sin lluvia (2 P 2:14-19). Mide a estos impostores por sus frutos, no por sus promesas (Mt 7:15-20).

Considera a los hombres en general. ¿Cuántas veces han seducido a mujeres prometiéndoles lo que no tenían la intención de cumplir? Considera a los maridos. ¿Con qué frecuencia las mujeres han visto frustradas sus expectativas por maridos que no cumplieron su palabra? Considera a ambos padres. ¿Con qué frecuencia los hijos se han sentido decepcionados y desalentados por padres que no cumplieron sus promesas? Considera a las mujeres. ¿Cuántas le han dicho a sus maridos:

 “No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios” (Rt 1:16)?

Y nunca tuvieron la intención de cumplir tales palabras, sino que la deserción siempre estuvo agazapada en sus corazones.

Muchos de estos mentirosos se jactaron de su liberalidad, basándose únicamente en promesas. Dios, “que no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta” (Nm 23:19), para bien o para mal siempre da lo que promete (Ro 8:32; 1 Co 2:9; Ef 3:20; 1 P 4:19).

El evangelio del Señor Jesús, la única verdad pura sobre la tierra, condena fuertemente a aquellos que hablan de ser benignos con los que les creen pero no cumplen sus promesas (Stg 2:15-16; 1 Jn 3:16-19). 

La verdadera medida de la caridad y liberalidad es la realidad, la obra concreta, no  las promesas, las palabras de consuelo, o las explicaciones tardías. Pablo escribió a la iglesia de Corinto y los amonestó que se aseguraran de dar lo que se habían comprometido a dar a los santos pobres de Jerusalén (2 Co 8:1-15).

El proverbio condena las promesas mentirosas. Es tu deber restringir tus palabras y expandir tu liberalidad, y no al revés, para que nadie se sienta decepcionado de ti ni del Señor al que representas.

La mejor forma de liberalidad no involucra tu boca sino tu acción. Obras son amores y no buenas razones, dice el refrán popular. En lugar de charlas fáciles y baratas que generan grandes esperanzas en aquellos que necesitan ayuda, en silencio haz un obsequio generoso o brinda un servicio efectivo que acabe con la necesidad, o al menos la alivie temporalmente. ¡Esto es lluvia sin nube! Dios ama a las personas consideradas que realizan acciones generosas hacia los demás. 

“Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará. Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra”  (2 Co 9:5-8).

Dios mismo prometió el regalo más grande que jamás haya existido, y liberalmente lo dio en su totalidad, y justo a tiempo. Él prometió la vida eterna a Sus elegidos desde antes de la fundación del mundo (Ef 1:4; Tit 1:2), y envió a su Hijo unigénito a morir una cruel muerte en una cruz romana en el tiempo exacto que Él había planeado (Dn 9:24-27; Gl 4:4-5). Las nubes de la misericordia de Dios están llenas de lluvia. Él ha salvado a Su pueblo de sus pecados, y ellos se regocijan ahora por eso, y lo alabarán por la eternidad.

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