Thursday, August 7, 2025

ARREPENTIMIENTO Y SALVACIÓN



Muchos entienden el término arrepentimiento como “apartarse del pecado”. Arrepentirse del pecado y apartarse de él está relacionado con el arrepentimiento, pero no es el significado preciso de la palabra. 

En la Biblia, la palabra arrepentirse significa cambiar de opinión. La Biblia también nos dice que el verdadero arrepentimiento producirá un cambio de acciones (Lc 3:8-14; Hch 3:19). Al concluir su ministerio, Pablo declara: 

“anuncié...que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento” (Hch 26:20). 

La definición bíblica completa de arrepentimiento es un cambio de mentalidad que se traduce en un cambio de acción.

¿Cuál es, pues, la relación entre el arrepentimiento y la salvación? El libro de los Hechos se enfoca especialmente en el arrepentimiento en relación con la salvación (Hch 2:38; 3:19; 11:18; 17:30; 20:21; 26:20). 

Arrepentirse, en relación con la salvación, es cambiar de opinión respecto al pecado y a Jesucristo. En el sermón de Pedro el día de Pentecostés (Hch 2:14-42), él concluye con un llamado para que la gente se arrepienta (Hch 2:38). 

¿Arrepentirse de qué? Pedro está llamando a la gente que rechazó a Jesús (Hch 2:36) a cambiar de opinión sobre ese pecado y a cambiar de opinión sobre Cristo mismo, reconociendo que Él es realmente “Señor y Cristo” (Hechos 2:36). Pedro está llamando a la gente a cambiar de opinión, a aborrecer el rechazo que hicieron de Cristo en el pasado y a creer en Él como Mesías y Salvador.

El arrepentimiento significa reconocer que se ha pensado y actuado mal en el pasado y proponerse pensar y a actuar correctamente en el futuro. La persona arrepentida “recapacita” sobre la forma de pensar que adoptó en el pasado, y cambia. Hay un cambio de disposición y una nueva forma de pensar sobre Dios, sobre el pecado, sobre la santidad y sobre hacer la voluntad de Dios. El verdadero arrepentimiento surge de una “tristeza según Dios” y “lleva a la salvación” (2 Co 7:10).

El arrepentimiento y la fe se pueden entender como las dos caras de una misma moneda. Es imposible que deposites tu fe en Jesucristo como Salvador sin que antes cambies de opinión sobre tu pecado y sobre quién es Jesús y lo que ha hecho. Ya sea arrepentimiento por rechazo voluntario o arrepentimiento por ignorancia o desinterés, es un cambio de actitud y de mentalidad (forma de pensar). El arrepentimiento bíblico, en relación con la salvación, es cambiar tu forma de pensar y pasar del rechazo a Cristo a la fe en Cristo.

El arrepentimiento no es una obra que hacemos para ganar la salvación. Nadie puede arrepentirse y venir a Dios a menos que Dios atraiga a esa persona hacia Él (Jn 6:44). El arrepentimiento es algo que Dios da: únicamente es posible por Su gracia (Hch 5:31; 11:18). Nadie puede arrepentirse a menos que Dios conceda el arrepentimiento. Toda la salvación, incluyendo el arrepentimiento y la fe, son el resultado de que Dios nos atrae, abre nuestros ojos y cambia nuestros corazones. La paciencia de Dios nos lleva al arrepentimiento (2 P 3:9), al igual que Su bondad (Ro 2:4).

Aunque el arrepentimiento no es una obra que nos gane la salvación, el arrepentimiento para salvación sí produce obras. Es imposible cambiar verdaderamente de opinión sin que eso provoque un cambio en la acción. En la Biblia, el arrepentimiento provoca un cambio de comportamiento. Por eso Juan el Bautista llamaba a la gente a hacer buenas obras, a dar “frutos dignos de arrepentimiento” (Mt 3:8). Una persona que verdaderamente se ha arrepentido de su pecado y ha puesto su fe en Cristo dará evidencia de una vida transformada (2 Co 5:17; Gl 5:19-23; Stg 2:14-26). 

Para ver cómo es el arrepentimiento en la vida real, todo lo que tenemos que hacer es ver la breve historia de Zaqueo (Lc 19:1-10). Era un hombre que engañaba, robaba y vivía espléndidamente de sus ganancias mal habidas, hasta que conoció a Jesús. En ese momento cambió radicalmente de forma de ser y de actuar: 

Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad. Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico, procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura. Y corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa. Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador. Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido (Lc 19:1-10).

Jesús proclamó con alegría que la salvación había llegado a la casa de Zaqueo, y que incluso el recaudador de impuestos era ahora “hijo de Abraham” (Lc 19:9), una referencia a la fe de Zaqueo. El tramposo y codicioso recaudador de impuestos se convirtió en filántropo; el ladrón hizo restitución; el incrédulo en la divinidad de Jesús ahora creía que era Dios y tenía autoridad para perdonarle sus pecados. Eso es arrepentimiento, unido a la fe en Cristo.

El arrepentimiento, bien definido, es necesario para la salvación. El arrepentimiento bíblico consiste en cambiar de opinión sobre el pecado: el pecado ya no es algo con lo que se juega, sino algo a lo que hay que renunciar para “huir de la ira venidera” (Mt 3:7). También es cambiar de opinión sobre Jesucristo: ya no es un objeto de burla, desprecio o ignorancia; es el Salvador al que hay que aferrarse; es el Señor al que hay que adorar y venerar.

Si este mensaje resuena contigo, ¿qué esperas para arrepentirte? Hoy ha venido la salvación a tu vida; por cuanto tú también ahora eres hijo(a) de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lc 19:10).

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